La Edad Media en La Corona de Aragón
Introducción:
El País
La serie de cumbres que en forma de macizos, altiplanicies o simples lomas corre desde Peña Labra a la Punta de Tarifa, dividiendo la Península en dos vertientes y echando las aguas de la una al Mediterraneo y las de la otra al Atlantico, es el rasgo que caracteriza la geografía peninsular. Si España tiene una espina dorsal, es esa, no cordillera, pero si cumbre continuada que separa dos cuencas y delimita dos climas.
Propiamente esa divisoria la constituyen dos: una que va desde Peña Labra al cabo de Gata; otra que, soldada a ésta en las sierras desprendidas de la Nevada, forma el borde de la España que cae al occidente de la primera y va a hundirse en el Atlántico, en el extremo más occidental de Europa, el cabo de San Vicente.
Como rasgo característico de la Península, ha influido sobremanera en la vida nacional de los españoles. En los tiempos primitivos, los iberos se acomodan al suelo y las comarcas naturales determinan las nacionalidades; no hay todavía unidad política entre las comarcas de una misma región, pero hay indicios de solidaridad, base de las naciones, y señales de una comunicación intensa en las afinidades culturales.
Sin duda por esto, que no escapó al pueblo que mejor y más profundamente ha sentido la influencia geográfica, los romanos dividieron la peninsula en Citerior y Ulterior, y más tarde, por un mejor conocimiento de la tierra, en Tarraconense, Bética y Lusitania.
Esta división, conservada por los godos en España (Bética), Tarraconense y Gallecia, fué conocida por la Edad Media y a ella ajustó la organización política española. La Corona de Castilla, el Alandalus y la Corona de Aragón, corresponden sensiblemente a la gran división romana del tiempo de Augusto.
Los hombres modernos, acostumbrados a las fronteras lineales, exigirán, cuando se trate de la historia de un pueblo, que se determine bien su territorio presentándolo recortado como se presentan los de los actuales; mas esto, tratándose de un pueblo medieval o antiguo no es posible : las fronteras son zonas y sobre ellas cabalgan comarcas indefinidas que fluctúan entre una y otra región.
No es posible, por tanto, señalar el territorio de la España Tarraconense ni el de la Corona de Aragón: lo más que puede hacerse es indicar las comarcas que las formaban refiriéndolas a la geografía política pura y a las divisiones acministrativas actuales.
Constituyen una y otra con más o menos exactitud tres redes fluviales: la del Ebro, la de los ríos catalanes y la de los que naciendo en el macizo montañoso llamado Sierra de Albarracín, tienen su curso inferior en la llanura Valenciana; las cuales tres redes, por la facilidad de su comunicación se completan y casi forman una.
La más extensa de las tres es la del Ebro, constituida en su margen izquierda por dos secundarias, la de los ríos navarros y la del Segre, separadas por un río sin afluentes, el Gállego, y en la derecha por la red de ríos riojanos y una serie de corrientes sensiblementes paralelas, la más importante el Jalón.
El facíl tránsito desde la cuenca del Segre a la del Llobregat hace afín la cuenca de éste con la del Ebro; el mismo fácil tránsito a la cuenca del Guadalabiar, remontando el Jiloca, surte los mismos efectos entre la red de ríos turolenses-valencianos y la red ibérica. El Segura, aunque mediterráneo, por su alejamiento del núcleo de todas estas cuencas sin llegar a formar región propia, constituyendo una comarca fluctuante entre las Españas mediterránea y atlántica.
Forman, pues, en la España tarraconense las actuales provincias de Navarra y Logroño, las tres aragonesas, las cuatro catalanas y las tres valencianas, imponiendose en geografía la región del Segura, que los romanos del Imperio la declararon provincia aparte con el nombre de Cartaginense. Todas estas regiones temporalmente, aunque no a la vez, formaron la Corona de Aragón.
Desde el punto de vista de la geografía política, estas tierras son el istmo español, la parte continental de la península, el puente entre la meseta castellana y Europa, y como el rasgo fundamental del istmo son los Pirineos, si por el Ebro puede llamarse región ibérica, por la cordillera debe llamársela pirenaica.
El historiador debe hacer notar con vigor estos dos caracteres geográfico-políticos de la Corona de Aragón: el ser mediterranea, el ser pirenaica, es decir, región continental; sólo teniéndolos muy presentes se dará cuenta el lector de la historia de la misma.
Considerando físicamente ese territorio, hay que reconocer su extremada diversidad, oposición y contraste entre la montaña y el llano, oposición y contraste entre el interior, cuenca del Ebro medio y las regiones marítimas. A éstos hay que añadir los que resultan de los obstáculos a la comunicación que presentan los bordes de la cuenca del Ebro, sólo transitables por algunos puntos, que han dado origen a caminos tradicionales.
Es, pues, la Corona de Aragón un conglomerado de oposiciones y contrastes, unido por vías de comunicación naturales, que hacen las tierras solidarias.
La población
Tierras diversas por su clima, que vale tanto como decir por su producción, han impuesto a los habitantes modos distintos de vida; tierras aisladas han consentido la perpetuidad de la diversificación en el lenguaje, en las costumbres, en el modo de habitar y vestir. Los contrastes entre las tierras se han traducido en contrastes entre los pueblos.
Por no tener esto en cuenta y ateniéndose a lo puramente humano y por influencia del materialismo biológico, se ha hablado en estos últimos tiempos de razas distintas entre los pobladores de las tierras de la Corona de Aragón, fundamentándolas en la lengua.
Nada tan falso: todos los habitantes de la cuenca del Ebro son de la misma procedencia, y de la misma que las regiones marítimas adyacentes a ella. La diversidad en los tipos físicos, en las costumbres, en los modos de trabajo y en el particularismo, nace de la diversidad y del aislamiento de las comarcas.
El Reino
Aragón en la Edad Media fue un reino, a cuya cabeza estaba el rey, pero los aragoneses tuvieron también sus libertades y privilegios. De esas ventajas disfrutaban por haber nacido en Aragón y vivir en su tierra. Eso les defendía legalmente, en caso de ser maltratados o no respetados por los reyes. Cuando un rey comenzaba a gobernar, juraba que guardaría dichas libertades, y si no, los aragoneses podían desobedecerle: así se fueron creando unas leyes, o Fueros, que los protegían, y unos medios para hacerlas cumplir, tanto por parte de quienes mandaban como por parte de quienes obedecían.
Los aragoneses tenían unas obligaciones con el monarca, pero también unos derechos. Entre el rey y los súbditos existía un "pacto", para mayor ventaja de todos y para seguridad del Estado. El Justicia de Aragón, se encargaba de hacer cumplir estas leyes típicas del reino o Fueros, y de defender a los aragoneses contra los abusos del rey o de personajes de la corte. Este cargo fue muy importante y característico del reino de Aragón. Al Justicia acudían todos los ciudadanos con problemas y él les amparaba y custodiaba sus personas y posesiones mientras se estudiaba la ley para defenderlos o castigarlos (según los casos). El cargo de Justicia era tan poderoso, que desde el último campesino hasta el rey quedaban bajo su determinación, incluso las órdenes reales no se podían cumplir hasta que el Justicia estuviera de acuerdo. El Justicia de Aragón simbolizó siempre las libertades que gozaron las gentes aragonesas.
Las Cortes
Eran las reuniones que el rey tenía con los aragoneses, para tratar de los intereses del reino y de las necesidades de sus habitantes. El rey tenía poder para reunirlas cuando él quería.
En ellas participaban e intervenían los nobles, los altos cargos de la Iglesia, los caballeros (o nobleza de menor categoría) y algunos representantes de las ciudades y lugares de Aragón. En estas asambleas se discutían los gastos del reino, las guerras y las paces con otros reinos vecinos y, también las libertades aragonesas o Fueros.
Las Cortes aragonesas fueron muy provechosas en su conjunto.
La Corona
En Aragón los reyes no eran amos sino amigos de sus vasallos, escribía el célebre cronista Ramón de Muntaner; y ejercían el poder ejecutivo por sí y ante sí, y el legislativo en unión de las Cortes a las cuales convocaba y presidía.
En la Marca Hispana, el Conde de Barcelona era la suprema autoridad de ella y ejercía el poder legislativo y el judicial a la vez que radicaba también en él el ejecutivo, ya que gobernaba el pueblo, regulaba las relaciones internacionales, otorgaba privilegios, declaraba la guerra y ejercía otras diversas funciones.
Unida la Marca Hispana a la Corona de Aragón, los reyes de este reino, que fueron príncipes de Cataluña, ostentando el honroso título de Conde de Barcelona, fue desenvolviendo su vida con sus cortes y en armonía con sus usos y costumbres, como hizo asimismo Aragón e hicieron también los nuevos reinos de Valencia y Mallorca.
Recordad:
La Corona de Aragón nace en 1137 -siglo XII- de la unión del reino de Aragón y el condado de Barcelona, fruto del matrimonio entre Petronila de Aragón (hija de Ramiro II el Monje) y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona. Su hijo Alfonso II sería el primer rey de la Corona de Aragón.
Petronila de Aragón
En el nacimiento de Petronila de Aragón se dio la singular circunstancia de que fue especialmente engendrada para reinar en Aragón, fuera varón o fuera mujer, pues su padre, el rey Ramiro II, monje profeso, solamente aceptó abandonar el monasterio y renunciar temporalmente a sus votos monásticos para asumir la corona y engendrar un heredero. Así pues, Petronila fue la única, entre las soberanas aragonesas, que ciñó la corona por derecho propio y no por matrimonio. Su matrimonio con Ramón Berenguer IV significó la unión del reino de Aragón con el condado de Barcelona. Ya viuda, en 1164, la reina Petronila renunció a los derechos a la corona en favor de su hijo primogénito.
A la muerte de Alfonso I el Batallador quedó el reino en la mayor confusión, ya que no existía heredero que pudiera sucederle. En su testamento había dejado su reino a las órdenes Militares. Pero esto no gustó a los nobles aragoneses, así que le pidieron al infante don Ramiro, obispo de Roda-Barbastro y hermano del rey fallecido, que fuera su nuevo rey. A fuerza de insistirle largamente lograron convencerle y llevarle a Jaca donde, tras de ser dispensado por el Papa de sus votos monásticos, fue coronado como Ramiro II, aunque por ser monje el pueblo le apodó Ramiro el Monje, que es como le conoce la historia. Pero este rey, obligado a aceptar una corona sin tener ánimo guerrero ni gobernante, decidió acortar su reinado y retirarse en cuanto hubiera un heredero que garantizase la continuidad del linaje de los reyes de Aragón.
Enlace de Petronila de Aragón y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.
Ramiro II contrajo matrimonio con Inés de Poitiers, que a la sazón se encontraba viuda y era madre de tres hijos, lo que garantizaba su fecundidad. Su padre, Guillermo el Trovador, era duque de Aquitania y conde de Poitiers. La esposa del rey era sobrina de Inés de Aquitania, que había sido la consorte de Pedro I de Aragón. A los nueve meses, el 29 de junio de 1136, la reina dio a luz en Huesca a una niña, a la que pusieron por nombre Petronila. El rey no volvió, al parecer, a buscar nueva descendencia. A los pocos meses la pequeña infanta fue separada de su madre, que debió de volver a Thouars, a la vera de sus hijos, y no tardando mucho ingresó en la abadía de Fontevrault. De Inés de Poitiers hay noticia en Fontevrault hasta el año 1149. Quizá fuera enterrada en ese lugar.
No sabemos quién ocupó el lugar de la madre, en qué faldas escondía la pequeña sus penas infantiles. No nos quedan noticias de ella sobre aspectos personales. De sus actos se desprende, sin embargo, que no tenía los afanes de protagonismo que caracterizaron a su prima Leonor de Aquitania y que representó con toda discreción el papel de reina que le deparó el destino. Lo que la historia nos cuenta de ella es que, casi al mismo tiempo de haber sido separada de su madre, su padre decidió dejar los negocios del reino, por lo que se apresuró a buscar un futuro yerno.
En agosto de 1137, la pequeña infanta fue desposada en la ciudad de Barbastro con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.En las capitulaciones matrimoniales se había estipulado que el rey Ramiro renunciaba al gobierno conservando de la realeza sólo los honores externos, por lo que su hija Petronila sería desde entonces la reina propietaria de Aragón, a la que los aragoneses habían jurado guardar fidelidad y obedecer.
Mientras el esposo, que no tomaría el título de rey, respetaría todos los fueros, usos y costumbres de Aragón. El primogénito varón del matrimonio heredaría el reino de Aragón, según los fueros del mismo, así como el condado de Barcelona, y en el caso de morir la reina Petronila antes de tener descendencia, su esposo seguiría gobernando Aragón pero sujeto a la suprema autoridad del rey Ramiro II, si bien éste se retiró de toda vida pública y se refugió en el convento de San Pedro (Huesca), lugar en que vivió durante casi veinte años sin abandonar para nada el claustro.
La joven reina y esposa apenas contaba dos años cuando fue abandonada por su padre. Su esposo le llevaba más de veinte años de diferencia, por lo que rechazó encargarse del cuidado de la niña, en tanto ésta no llegara a la edad núbil, que es cuando podría consumar el matrimonio. En el tiempo que debía transcurrir hasta entonces, Petronila quedaría bajo la custodia de su cuñada Berenguela Berenguer, esposa del rey castellano Alfonso VII. La reina niña fue enviada a Castilla y allí pasó los primeros años de su vida, creciendo y desarrollándose junto a los hijos de los reyes castellanos. Sin embargo, esta custodia amenazaba con robarle la novia y la herencia adyacente al conde de Barcelona. Secretas intrigas fueron maquinadas en la corte castellana para prometer la joven reina de Aragón al infante Sancho, heredero de Castilla.
Ante esta traición cometida por su hermana y su cuñado, el conde de Barcelona quiso vengarse, para lo que entró en negociaciones con el rey de Navarra a fin de obtener la mano de su hija doña Blanca, que a su vez era la prometida desdeñada por el infante Sancho, con la idea de declarar conjuntamente la guerra a Castilla.
Los aragoneses, informados de esta maraña de intrigas respecto al destino de su joven reina, se reunieron en Cortes y se acordó que, so pretexto de que el clima de Castilla no le sentaba bien a su soberana, debía ésta regresar inmediatamente a Zaragoza. A esta petición se unió el propio rey Ramiro II, amenazando con abandonar su retiro en defensa de su hija y de su reino. Se envió una nutrida delegación que, tras ruegos y amenazas, consiguió el regreso de la joven Petronila.
En el verano de 1150, cuando la reina cumplió catorce años, se celebró su matrimonio con el conde de Barcelona en la ciudad de Lérida.
Un grupo de juglares precedió al cortejo nupcial, formado por los más encumbrados nobles aragoneses que acompañaron a su reina a la catedral de Lérida, en donde se celebró la misa nupcial, y seguidamente se entregó la esposa al conde Ramón Berenguer, consumándose así felizmente el matrimonio.
El esposo demostraría en todo momento ser un digno caballerorespetando escrupulosamente las libertades de Aragón y no pretendiendo nunca que los aragoneses le tomaran por su rey, pues se conformó con tomar el título de príncipe de Aragón.
Afortunadamente, este matrimonio de conveniencia resultaría ser un matrimonio de amor, pues la joven reina se enamoró de su maduro marido, atraída por su experiencia y dotes personales, mientras que éste quedaría gratamente impresionado por la juventud y belleza de su joven esposa, surgiendo entre ambos un gran afecto que duraría hasta el fallecimiento del conde.
Sobre el número de hijos que tuvo la reina parece que hay discrepancias. No del de los varones, que fueron tres: Alfonso, Pedro y Sancho. Aunque parece que tuvo alguno más y que murió de chiquitito. Al año de consumarse el matrimonio la reina quedó embarazada.
Hay un testamento de Petronila, fechado en 1152, en el cual se dice que lo dictaba, mientras estaba dando a luz cerca de Barcelona, entre dolor y dolor. Este pequeño infante murió siendo niño. Pero sobre las hijas si hay dudas. Se menciona a Dulce y a Isabel. Hay quien no cree en la existencia de la segunda, pero otros dicen que había casado con el conde de Urgel, a quien Ramón Berenguer había entregado en feudo la ciudad de Lérida. Y de Dulce se dice que casó con Sancho I de Portugal, el Poblador, y que fue madre del rey Sancho el Gordo.
En el verano de 1162, cuando se dirigía a Turín para entrevistarse con el emperador Federico Barbarroja, el conde de Barcelona enfermó y murió. Llevaron su cuerpo al monasterio de Ripoll y allí fue enterrado. De los cinco hijos de la joven viuda, el mayor contaba apenas diez años, y la reina Petronila tuvo que arrastrar sola sus deberes de madre y de reina de Aragón, además de condesa de Barcelona. En octubre del mismo año mandó la reina reunir Cortes Generales en Huesca, donde leyeron las últimas voluntades del difunto: el heredero sería el hijo mayor, Alfonso; a su hijo Pedro le dejó el condado de Cerdaña y el señorío de Carcasona; al menor, Sancho, sólo lo nombra como sucesor en caso de que muriesen sus hermanos. A la reina le cedió Besalú y Ribas. Y de las hijas no hay ni mención.
Designó como tutor del infante Alfonso a Enrique II de Inglaterra, quien, por su matrimonio con Leonor de Aquitania, era primo político de la reina Petronila. Ya se sabe cuán estrechas fueron las relaciones de la Casa de Aragón con la de aquel poderoso ducado; y Ramón Berenguer, al casarse con Petronila, entró en relación con los aquitanos. Se dice que una de sus hijas fue prometida a un hijo de los reyes de Inglaterra, Ricardo Corazón de León. Pero el matrimonio no se llevó a cabo.
Durante los dos años en que hubo de gobernar, Petronila de Aragón suplió con su buen juicio la falta de experiencia política. Hizo gala de buen sentido, tanto, que siendo como era una joven sin experiencia de mando, ya que tal función la había desempeñado su difunto esposo, supo hacer frente con éxito a las exigencias de la levantisca nobleza aragonesa. Nos cuentan las crónicas una curiosa conspiración a la que la reina tuvo que dominar. En aquellos días apareció por tierras aragonesas un anciano caballero “encubierto” que pretendía ser el propio rey Alfonso el Batallador, fallecido veintiocho años antes, tras la desastrosa batalla de Fraga.
Afirmaba que, avergonzado de su derrota frente a los almorávides por considerarla un castigo divino, impuesto por no haber podido cumplir con los votos que había hecho de peregrinar a Tierra Santa, había fingido estar muerto. Tras esa derrota partió hacia Palestina, y había pasado los veintiocho años de su desaparición combatiendo contra el Islam en defensa de los Santos Lugares. Ahora, ya purificado como caballero y como cristiano, regresaba para reclamar su reino, evitando así a los aragoneses la vergüenza de ser regidos por una mujer.
Pese a lo burdo de la patraña hubo quien se alzó en armas y, siguiéndole, asolaron las tierras aragonesas, hasta que el grupo fue vencido por las tropas que contra ellos mandó la reina Petronila. Al impostor lo llevaron a Zaragoza, en donde terminó sus días ajusticiado en 1163.
Quizá este fue el motivo que hizo pensar a Petronila de Aragón en la conveniencia de ir preparando el camino de su hijo primogénito para que pudiera ser coronado como rey, y para que pudiera empezar a reinar sin problemas, decidió concertar paces con el rey Sancho VI de Navarra, con quien hacía tiempo estaban en guerra. Una vez lograda la paz, acordó el matrimonio de su hijo Alfonso con la infanta Sancha, hija del rey Alfonso VII de Castilla. Tras ello decidió que había llegado el momento de abandonar el poder y pasárselo a su hijo, para lo que reunió Cortes en Huesca, a las que asistieron los prelados y ricoshombres aragoneses y barceloneses.
Ante dicha asamblea, en junio de 1164, presentó su abdicación de la corona y solicitó que los presentes reconocieran como rey a su hijo primogénito, que pasó a llamarse Alfonso II y la historia lo conocería como el Casto.
Petronila, «aragonensis regina et barchinonensis comitissa» (reina de Aragón y condesa de Barcelona) abdica en 1164 en su hijo Alfonso el reino íntegro.
Tras dicha renuncia, Petronila se retiró de la vida pública a fin de no obstaculizar con su presencia el reinado de su hijo. Se dice que alternó sus estancias entre Besalú y Barcelona. Tras renunciar a su corona y a segundas nupcias, vivió santamente el resto de sus años.
Murió en Barcelona el 15 de octubre de 1173 y fue enterrada en la Catedral de esta misma ciudad.
Esta cesión de la corona a favor de su hijo se compara por los historiadores con la cesión que la reina Berenguela de Castilla realizaría años más tarde a favor de su hijo Fernando III el Santo. Ambas reinas tuvieron la gran talla moral y sentido histórico de ceder el reino a sus jóvenes hijos en momentos en que tan necesaria era la presencia de un joven rey.
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En ellas participaban e intervenían los nobles, los altos cargos de la Iglesia, los caballeros (o nobleza de menor categoría) y algunos representantes de las ciudades y lugares de Aragón. En estas asambleas se discutían los gastos del reino, las guerras y las paces con otros reinos vecinos y, también las libertades aragonesas o Fueros.
Las Cortes aragonesas fueron muy provechosas en su conjunto.
La Corona
En Aragón los reyes no eran amos sino amigos de sus vasallos, escribía el célebre cronista Ramón de Muntaner; y ejercían el poder ejecutivo por sí y ante sí, y el legislativo en unión de las Cortes a las cuales convocaba y presidía.
En la Marca Hispana, el Conde de Barcelona era la suprema autoridad de ella y ejercía el poder legislativo y el judicial a la vez que radicaba también en él el ejecutivo, ya que gobernaba el pueblo, regulaba las relaciones internacionales, otorgaba privilegios, declaraba la guerra y ejercía otras diversas funciones.
Unida la Marca Hispana a la Corona de Aragón, los reyes de este reino, que fueron príncipes de Cataluña, ostentando el honroso título de Conde de Barcelona, fue desenvolviendo su vida con sus cortes y en armonía con sus usos y costumbres, como hizo asimismo Aragón e hicieron también los nuevos reinos de Valencia y Mallorca.
Capital de la Corona de Aragón
La sede de la coronación era la Seo de Zaragoza desde Pedro II (siglo XII). Las Cortes generales se reunieron casi siempre en Monzón (siglos XIII-XVI) el resto de ocasiones tuvieron lugar en Fraga, Zaragoza, Calatayud y Tarazona. La sede de la cancillería (siglos XIII-XV) fue Barcelona y Nápoles lo fue durante el reinado de Alfonso V. En un periodo comprendido entre el final del reinado de Martín el Humano y el inicio del de Alfonso V, se considera que la capital de facto de la Corona de Aragón fue Valencia. Por otro lado, el Archivo General de la Corona de Aragón, el cual era el depósito oficial de documentación real de la Corona desde el reinado de Alfonso II (siglo XII), se encontró en primer lugar en el monasterio de Sigena hasta el año 130151 y después ya definitivamente en Barcelona. El historiador Domingo Buesa señala a Zaragoza como la capital permanente de facto política, aunque no así en otros ámbitos como lo económico o administrativo.
Los reyes de la Corona se enterraron principalmente en elmonasterio de Poblet. Otros lugares fueron el monasterio de Santes Creus, el monasterio de Sigena, el convento de San Francisco de Barcelona, la catedral de Lérida y la catedral de Granada (Fernando el Católico, último rey exclusivo de Aragón antes de la unión con Castilla).
Recordad:
La Corona de Aragón nace en 1137 -siglo XII- de la unión del reino de Aragón y el condado de Barcelona, fruto del matrimonio entre Petronila de Aragón (hija de Ramiro II el Monje) y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona. Su hijo Alfonso II sería el primer rey de la Corona de Aragón.
Petronila de Aragón
En el nacimiento de Petronila de Aragón se dio la singular circunstancia de que fue especialmente engendrada para reinar en Aragón, fuera varón o fuera mujer, pues su padre, el rey Ramiro II, monje profeso, solamente aceptó abandonar el monasterio y renunciar temporalmente a sus votos monásticos para asumir la corona y engendrar un heredero. Así pues, Petronila fue la única, entre las soberanas aragonesas, que ciñó la corona por derecho propio y no por matrimonio. Su matrimonio con Ramón Berenguer IV significó la unión del reino de Aragón con el condado de Barcelona. Ya viuda, en 1164, la reina Petronila renunció a los derechos a la corona en favor de su hijo primogénito.
A la muerte de Alfonso I el Batallador quedó el reino en la mayor confusión, ya que no existía heredero que pudiera sucederle. En su testamento había dejado su reino a las órdenes Militares. Pero esto no gustó a los nobles aragoneses, así que le pidieron al infante don Ramiro, obispo de Roda-Barbastro y hermano del rey fallecido, que fuera su nuevo rey. A fuerza de insistirle largamente lograron convencerle y llevarle a Jaca donde, tras de ser dispensado por el Papa de sus votos monásticos, fue coronado como Ramiro II, aunque por ser monje el pueblo le apodó Ramiro el Monje, que es como le conoce la historia. Pero este rey, obligado a aceptar una corona sin tener ánimo guerrero ni gobernante, decidió acortar su reinado y retirarse en cuanto hubiera un heredero que garantizase la continuidad del linaje de los reyes de Aragón.
Enlace de Petronila de Aragón y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.
Ramiro II contrajo matrimonio con Inés de Poitiers, que a la sazón se encontraba viuda y era madre de tres hijos, lo que garantizaba su fecundidad. Su padre, Guillermo el Trovador, era duque de Aquitania y conde de Poitiers. La esposa del rey era sobrina de Inés de Aquitania, que había sido la consorte de Pedro I de Aragón. A los nueve meses, el 29 de junio de 1136, la reina dio a luz en Huesca a una niña, a la que pusieron por nombre Petronila. El rey no volvió, al parecer, a buscar nueva descendencia. A los pocos meses la pequeña infanta fue separada de su madre, que debió de volver a Thouars, a la vera de sus hijos, y no tardando mucho ingresó en la abadía de Fontevrault. De Inés de Poitiers hay noticia en Fontevrault hasta el año 1149. Quizá fuera enterrada en ese lugar.
No sabemos quién ocupó el lugar de la madre, en qué faldas escondía la pequeña sus penas infantiles. No nos quedan noticias de ella sobre aspectos personales. De sus actos se desprende, sin embargo, que no tenía los afanes de protagonismo que caracterizaron a su prima Leonor de Aquitania y que representó con toda discreción el papel de reina que le deparó el destino. Lo que la historia nos cuenta de ella es que, casi al mismo tiempo de haber sido separada de su madre, su padre decidió dejar los negocios del reino, por lo que se apresuró a buscar un futuro yerno.
En agosto de 1137, la pequeña infanta fue desposada en la ciudad de Barbastro con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.En las capitulaciones matrimoniales se había estipulado que el rey Ramiro renunciaba al gobierno conservando de la realeza sólo los honores externos, por lo que su hija Petronila sería desde entonces la reina propietaria de Aragón, a la que los aragoneses habían jurado guardar fidelidad y obedecer.
Mientras el esposo, que no tomaría el título de rey, respetaría todos los fueros, usos y costumbres de Aragón. El primogénito varón del matrimonio heredaría el reino de Aragón, según los fueros del mismo, así como el condado de Barcelona, y en el caso de morir la reina Petronila antes de tener descendencia, su esposo seguiría gobernando Aragón pero sujeto a la suprema autoridad del rey Ramiro II, si bien éste se retiró de toda vida pública y se refugió en el convento de San Pedro (Huesca), lugar en que vivió durante casi veinte años sin abandonar para nada el claustro.
La joven reina y esposa apenas contaba dos años cuando fue abandonada por su padre. Su esposo le llevaba más de veinte años de diferencia, por lo que rechazó encargarse del cuidado de la niña, en tanto ésta no llegara a la edad núbil, que es cuando podría consumar el matrimonio. En el tiempo que debía transcurrir hasta entonces, Petronila quedaría bajo la custodia de su cuñada Berenguela Berenguer, esposa del rey castellano Alfonso VII. La reina niña fue enviada a Castilla y allí pasó los primeros años de su vida, creciendo y desarrollándose junto a los hijos de los reyes castellanos. Sin embargo, esta custodia amenazaba con robarle la novia y la herencia adyacente al conde de Barcelona. Secretas intrigas fueron maquinadas en la corte castellana para prometer la joven reina de Aragón al infante Sancho, heredero de Castilla.
Ante esta traición cometida por su hermana y su cuñado, el conde de Barcelona quiso vengarse, para lo que entró en negociaciones con el rey de Navarra a fin de obtener la mano de su hija doña Blanca, que a su vez era la prometida desdeñada por el infante Sancho, con la idea de declarar conjuntamente la guerra a Castilla.
Los aragoneses, informados de esta maraña de intrigas respecto al destino de su joven reina, se reunieron en Cortes y se acordó que, so pretexto de que el clima de Castilla no le sentaba bien a su soberana, debía ésta regresar inmediatamente a Zaragoza. A esta petición se unió el propio rey Ramiro II, amenazando con abandonar su retiro en defensa de su hija y de su reino. Se envió una nutrida delegación que, tras ruegos y amenazas, consiguió el regreso de la joven Petronila.
En el verano de 1150, cuando la reina cumplió catorce años, se celebró su matrimonio con el conde de Barcelona en la ciudad de Lérida.
Un grupo de juglares precedió al cortejo nupcial, formado por los más encumbrados nobles aragoneses que acompañaron a su reina a la catedral de Lérida, en donde se celebró la misa nupcial, y seguidamente se entregó la esposa al conde Ramón Berenguer, consumándose así felizmente el matrimonio.
El esposo demostraría en todo momento ser un digno caballerorespetando escrupulosamente las libertades de Aragón y no pretendiendo nunca que los aragoneses le tomaran por su rey, pues se conformó con tomar el título de príncipe de Aragón.
Afortunadamente, este matrimonio de conveniencia resultaría ser un matrimonio de amor, pues la joven reina se enamoró de su maduro marido, atraída por su experiencia y dotes personales, mientras que éste quedaría gratamente impresionado por la juventud y belleza de su joven esposa, surgiendo entre ambos un gran afecto que duraría hasta el fallecimiento del conde.
Sobre el número de hijos que tuvo la reina parece que hay discrepancias. No del de los varones, que fueron tres: Alfonso, Pedro y Sancho. Aunque parece que tuvo alguno más y que murió de chiquitito. Al año de consumarse el matrimonio la reina quedó embarazada.
Hay un testamento de Petronila, fechado en 1152, en el cual se dice que lo dictaba, mientras estaba dando a luz cerca de Barcelona, entre dolor y dolor. Este pequeño infante murió siendo niño. Pero sobre las hijas si hay dudas. Se menciona a Dulce y a Isabel. Hay quien no cree en la existencia de la segunda, pero otros dicen que había casado con el conde de Urgel, a quien Ramón Berenguer había entregado en feudo la ciudad de Lérida. Y de Dulce se dice que casó con Sancho I de Portugal, el Poblador, y que fue madre del rey Sancho el Gordo.
En el verano de 1162, cuando se dirigía a Turín para entrevistarse con el emperador Federico Barbarroja, el conde de Barcelona enfermó y murió. Llevaron su cuerpo al monasterio de Ripoll y allí fue enterrado. De los cinco hijos de la joven viuda, el mayor contaba apenas diez años, y la reina Petronila tuvo que arrastrar sola sus deberes de madre y de reina de Aragón, además de condesa de Barcelona. En octubre del mismo año mandó la reina reunir Cortes Generales en Huesca, donde leyeron las últimas voluntades del difunto: el heredero sería el hijo mayor, Alfonso; a su hijo Pedro le dejó el condado de Cerdaña y el señorío de Carcasona; al menor, Sancho, sólo lo nombra como sucesor en caso de que muriesen sus hermanos. A la reina le cedió Besalú y Ribas. Y de las hijas no hay ni mención.
Designó como tutor del infante Alfonso a Enrique II de Inglaterra, quien, por su matrimonio con Leonor de Aquitania, era primo político de la reina Petronila. Ya se sabe cuán estrechas fueron las relaciones de la Casa de Aragón con la de aquel poderoso ducado; y Ramón Berenguer, al casarse con Petronila, entró en relación con los aquitanos. Se dice que una de sus hijas fue prometida a un hijo de los reyes de Inglaterra, Ricardo Corazón de León. Pero el matrimonio no se llevó a cabo.
Durante los dos años en que hubo de gobernar, Petronila de Aragón suplió con su buen juicio la falta de experiencia política. Hizo gala de buen sentido, tanto, que siendo como era una joven sin experiencia de mando, ya que tal función la había desempeñado su difunto esposo, supo hacer frente con éxito a las exigencias de la levantisca nobleza aragonesa. Nos cuentan las crónicas una curiosa conspiración a la que la reina tuvo que dominar. En aquellos días apareció por tierras aragonesas un anciano caballero “encubierto” que pretendía ser el propio rey Alfonso el Batallador, fallecido veintiocho años antes, tras la desastrosa batalla de Fraga.
Afirmaba que, avergonzado de su derrota frente a los almorávides por considerarla un castigo divino, impuesto por no haber podido cumplir con los votos que había hecho de peregrinar a Tierra Santa, había fingido estar muerto. Tras esa derrota partió hacia Palestina, y había pasado los veintiocho años de su desaparición combatiendo contra el Islam en defensa de los Santos Lugares. Ahora, ya purificado como caballero y como cristiano, regresaba para reclamar su reino, evitando así a los aragoneses la vergüenza de ser regidos por una mujer.
Pese a lo burdo de la patraña hubo quien se alzó en armas y, siguiéndole, asolaron las tierras aragonesas, hasta que el grupo fue vencido por las tropas que contra ellos mandó la reina Petronila. Al impostor lo llevaron a Zaragoza, en donde terminó sus días ajusticiado en 1163.
Quizá este fue el motivo que hizo pensar a Petronila de Aragón en la conveniencia de ir preparando el camino de su hijo primogénito para que pudiera ser coronado como rey, y para que pudiera empezar a reinar sin problemas, decidió concertar paces con el rey Sancho VI de Navarra, con quien hacía tiempo estaban en guerra. Una vez lograda la paz, acordó el matrimonio de su hijo Alfonso con la infanta Sancha, hija del rey Alfonso VII de Castilla. Tras ello decidió que había llegado el momento de abandonar el poder y pasárselo a su hijo, para lo que reunió Cortes en Huesca, a las que asistieron los prelados y ricoshombres aragoneses y barceloneses.
Ante dicha asamblea, en junio de 1164, presentó su abdicación de la corona y solicitó que los presentes reconocieran como rey a su hijo primogénito, que pasó a llamarse Alfonso II y la historia lo conocería como el Casto.
Petronila, «aragonensis regina et barchinonensis comitissa» (reina de Aragón y condesa de Barcelona) abdica en 1164 en su hijo Alfonso el reino íntegro.
Tras dicha renuncia, Petronila se retiró de la vida pública a fin de no obstaculizar con su presencia el reinado de su hijo. Se dice que alternó sus estancias entre Besalú y Barcelona. Tras renunciar a su corona y a segundas nupcias, vivió santamente el resto de sus años.
Murió en Barcelona el 15 de octubre de 1173 y fue enterrada en la Catedral de esta misma ciudad.
Esta cesión de la corona a favor de su hijo se compara por los historiadores con la cesión que la reina Berenguela de Castilla realizaría años más tarde a favor de su hijo Fernando III el Santo. Ambas reinas tuvieron la gran talla moral y sentido histórico de ceder el reino a sus jóvenes hijos en momentos en que tan necesaria era la presencia de un joven rey.
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Aragón sigue creciendo
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Con la conquista de Teruel por Alfonso II en 1169. El rey de Aragón gobierna varios Estados, es el señor feudal de muchos territorios del sur de Francia.
La fundación de Teruel
(El Toro y la Estrella).
Cuando Aragón no era más que un pequeño reino pirenaico, recluido entre montañas, todo su sueño era conquistar Zaragoza. Ambicionaba las fértiles tierras del valle del Ebro, la posesión de lugares bien poblados, de las vastas llanuras de cereal de la tierra baja y, por supuesto, de la mítica capital andalusí, Saraqusta, aquella perla blanca incrustada en el verde esmeralda de su huerta.
Cuando, en las primeras décadas del siglo XII todo aquello fue una realidad y el poder islámico mostraba su retroceso frente al empuje guerrero de los cristianos, Aragón empezó a plantearse el sueño de tomar Valencia, la llave del mar Mediterráneo. Por el camino estaban las serranías turolenses, enclave idóneo para establecer un bastión desde el que planificar con garantías la conquista. Y aunque Valencia tardaría aún mucho tiempo en caer a manos cristianas, desde los años 70 del siglo XII empezó a florecer una población importante en aquellas sierras como punta de lanza del Reino de Aragón frente a los dominios de Al-Ándalus: Teruel.
Por el mes de octubre de este año de 1171 el rey pobló a las riberas del Guadalaviar una muy principal fuerza, adelantando sus fronteras contra moros del reino de Valencia, y llamóse Teruel…
Crear una ciudad es, también, un sueño, uno de los más ambiciosos que acaricia el hombre desde los inicios de la civilización. Alcanzar un lugar, adueñarse de él, poblarlo, diseñar su trazado urbano y su defensa, construir los necesarios edificios públicos; dotarlo de leyes y de una organización racional que permita la convivencia, ir dando forma poco a poco a su propia personalidad… Así se fue conformando Teruel a partir de 1171, por iniciativa del rey Alfonso II.
Pero Teruel no surgió de la nada: existía desde antiguo y, desde luego, en época islámica, aunque probablemente, como evidencian las excavaciones arqueológicas, no era una población sino un lugar fortificado.
Fue a partir de la toma de Valencia por los almohades, en el año citado de 1171, cuando Alfonso II de Aragón tomó la decisión de convertir aquel enclave en una villa bien poblada y defendida, y para conseguirlo la dotó de un fuero especial, uno tan completo y ventajoso que hiciera atractivo a las gentes aquel lugar extremo de frontera: es el famoso Fuero de Teruel, concedido el 1 de octubre de aquel año.
Así se inicia el texto del Fuero:
Puesto que la memoria es resbaladiza y no es suficiente para la multitud de las cosas, se hace necesario dejar constancia material de ella, a fin de que se restaure íntegramente por el escrito lo que se ha escapado del albergue del pecho por el paso del tiempo. Por esto, sea conocido por todos, presentes y venideros, que nos, Alfonso, por la gracia de Dios rey de Aragón […], hago y pueblo una villa en el lugar que se llama Teruel. Y para que los habitantes y pobladores que lleguen, habiten allí más segura y gustosamente, y otros deseen venir, les concedo y hago esta carta de población, costumbre y franqueza.
La de Teruel es una bonita historia, que en sus inicios se basa en este magnífico fuero, uno de los más destacados e importantes de España. Es una obra un valor histórico excepcional, no tiene precedentes y primer texto legal de gran extensión redactado en la Península Ibérica. Pero, como todos los lugares de importancia, en algún momento la ciudad sintió la necesidad de envolver sus orígenes en aura de leyenda, y así cuenta con un relato muy popular que narra su fundación.
Leyenda:
Cuenta que acampadas las huestes de Alfonso II en el cerro que hoy ocupa Teruel, hubo de marcharse el rey urgentemente a otro lugar del reino; los caballeros que iban con él le sugirieron la conveniencia de fundar en el lugar donde se hallaban una villa para reforzar la frontera y él accedió antes de marchar. Pero los señores que habían de encargarse de realizar aquella nueva fundación dudaron sobre la elección del emplazamiento más adecuado… Finalmente decidieron que escogerían aquel que la Providencia les marcara con alguna señal. Y aquella señal no tardaría en llegar. Las tropas moras de los contornos les prepararon una emboscada, enviando hacia donde estaban una enorme manada de toros con las astas encendidas. Los cristianos no solo acabaron con aquella amenaza, sino que dispersaron a los soldados enemigos, adueñándose de la margen izquierda del río Guadalaviar. Y fue entonces cuando vieron, en un alto, a uno de los toros con una luz entre las astas; quizá fuera un resto de la pez o las ramas ardientes que le hubieran colocado, pero parecía una estrella…
Esa fue la señal que los caballeros cristianos interpretaron como un guiño de la Providencia que les indicaba el lugar donde había de estar Teruel. Y ese fue, por tanto, el lugar elegido. Por eso es por lo que hasta hoy el toro se identifica con Teruel en muchos de sus símbolos: destacadamente, en el escudo, en la bandera y en el monumento que se alza en la plaza que constituye el centro de la ciudad, el famoso Torico.
Otra versión, que recoge por ejemplo Cosme Blasco y Val en su vetusta Historia de Teruel, afirma que, habiendo determinado el rey y sus caballeros la fundación de una ciudad en la zona, divisaron un toro en un cerro, que mugía y al que seguía en sus movimientos una estrella que desde el firmamento parecía alzarse sobre su cabeza. El animal se paró en la cumbre de un cerro, siempre con el astro sobre él; y aquella visión produjo tal impresión en los cristianos que eligieron aquel lugar para la fundación que intentaban.
La relación de Teruel con el toro, sin embargo, podría ser más antigua que todo eso, si se atiende a la existencia de monedas romanas acuñadas con el símbolo del toro y la estrella (mejor, las estrellas, pues suelen ser dos) o a la tradición que afirma que la ciudad fue fundada, en realidad, por unos fenicios que remontaron el río Turia y que, debido a la cantidad de toros que existían en el lugar, dieron el nombre de este animal tanto al río por el que habían venido como a la población recién creada, a la que llamaron Turba o Tor-bat. El erudito decimonónico Miguel Cortés se inclinaba por aceptar esto último, afirmando haberse hallado monedas celtíberas en los contornos de Teruel en las que se veía «el buey arrodillado, en ademán de recibir las divinas influencias de la diosa Venus, representada en el lucero».
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Casa de Aragón - Barcelona
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Nació en Huesca, 24-III-1157 y murió en Perpiñán, 25-IV-1196; rey desde 8-VIII-1162). Rey de Aragón. Nació en Huesca porque las reinas aragonesas se trasladaban a tal población para alumbrar su primogénito, tradición que se rompió definitivamente al nacer Jaime I el Conquistador A partir del siglo XIV se acostumbra a llamarlo «el Casto», a pesar de que su propia producción poética testimonia lo contrario; pero así se diferenciaba de los otros monarcas del mismo nombre. En realidad, en sus documentos y sellos se denominó invariablemente lldefonso. Fue el primer rey de la Corona de Aragón , ya que en él se unieron el reino de Aragón, que le transmitió su madre Petronila , y los condados catalanes que estaban unidos al de Barcelona que heredó de su padre Ramón Berenguer IV Conde de Barcelona.
Nombre
Hijo primogénito de Ramón Berenguer el Santo, conde de Barcelona desde 1131, y desde 1137 también príncipe de Aragón, y de Petronila, reina titular de Aragón, reinó con el nombre de Alfonso en honor a Alfonso I el Batallador hermano de su abuelo.10 La documentación de la época confirma que desde su nacimiento fue designado por los nombres de Alfonso y Ramón indistintamente.11
Tanto en el pacto de Haxama (1158) como en su testamento sacramental (1162), el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV llamaba Ramón a su primogénito.12 A su vez, en el testamento de la reina Petronila I de Aragón, su madre llama a su heredero Alfonso y señala que su marido lo llamaba Ramón.c En los dos diplomas que se conocen firmados personalmente por el futuro Alfonso II en vida de su padre Ramón Berenguer IV, usó «Alfonso» como su nombre; una vez que fue rey, todos los documentos los firmó con el nombre de Alfonso y no se documenta ningún caso en que firmara como Ramón.11
Los nombres de los hijos del matrimonio eran ya los que utilizaría el linaje de la Casa de Aragón: Alfonso y Pedro.
Reinado
Alfonso II gobernó como rey de Aragón, conde de Barcelona y marqués de Provenza; Iglesias Costa señala que ya se omitía el título correspondiente a Sobrarbe y Ribagorza.k Estos eran antiguos condados unidos al Reino de Aragón en tiempos de Ramiro I. También se omitían ya los condados que llevaban varias generaciones unidos al condado de Barcelona, como los de Gerona, Osona y Besalú.
Se casó en Zaragoza con Sancha de Castilla (tía de Alfonso VIII de Castilla) el 18 de enero de 1174, a la edad de 16 años, a la que, según el Derecho Canónico, un hombre casado alcanzaba la mayoría de edad. Además, con ello fue armado caballero y pudo actuar al frente de su reino sin la tutoría de los magnates que la habían ejercido desde 1162.
Incorporó a su reino las tierras occitanas de Provenza, el Rosellón y el Pallars Jussà. Firmó con su cuñado, el rey castellano Alfonso VIII, el tratado de Cazola en 1179, pero años más tarde y mediante el tratado de Huesca (1191), se alió con los monarcas de León, Portugal y Navarra contra la hegemonía castellana. Su hijo Pedro II le sucede en las posesiones peninsulares.
Amparó las artes y las normas del amor cortés y él mismo se ejercitó en la poesía, intercambiando escritos con importantes trovadores de la época, como Giraut de Bornelh.
Política occitana
En 1166, Ramón Berenguer III de Provenza murió durante el sitio de la ciudad rebelde de Niza, dejando solo una hija, Dulce. La regencia aragonesa, alegando la falta de descendencia masculina, consiguió que el condado de Provenza fuera a parar a manos de Alfonso el Casto, primo hermano de Ramón Berenguer III. Para conservar Provenza se hizo necesario combatir los levantamientos en la zona de la Camarga por los partidarios de Ramón V de Tolosa. En 1167, contando con el apoyo de los vizcondes de Montpellier, del episcopado provenzal y de la Casa de Baux, los regentes lograron afianzar su dominio sobre la Provenza. A pesar de eso, la casa de Tolosa siguió actuando en la zona, hasta que en 1176 Alfonso el Casto concertó la Paz de Tarascón con Ramón V.
En este tratado se estableció que, a cambio del pago de treinta mil marcos de plata, el conde de Tolosa renunciaba a sus pretensiones sobre Provenza, así como de las regiones de Gavaldá y Carladés. Esta paz supuso el fortalecimiento en Occitania de la posición de Alfonso. Entre 1168 y 1173, Alfonso aprovechó el conflicto entre Ramón y Enrique II de Inglaterra para conseguir el vasallaje de numerosos señores occitanos, gracias a su condición de aliado de Enrique II.
Firmada la paz de Tarascón, Alfonso II se pudo dedicar a sofocar una nueva revuelta en Niza y a imponerse en la zona oriental de Provenza. Además, al darse cuenta de que el condado era una región alejada de Aragón y Cataluña, y rodeada de posesiones del conde de Tolosa, Alfonso II encargó el gobierno de Provenza a su hermano Pedro, en adelante Ramón Berenguer IV de Provenza, concediéndole el título de conde. Alfonso no renunció a sus derechos, ya que Ramón Berenguer IV de Provenza regía el condado únicamente como delegado de su hermano.
Una vez aseguradas sus posiciones en Occitania, Alfonso II tomó la decisión de anular el vasallaje de Provenza hacia el emperador Federico Barbarroja, admitido en 1162 por Ramón Berenguer III en la asamblea imperial de Turín. Así, en 1178, al acto de coronación de Federico como rey de Borgoña asistió Ramón V de Tolosa pero no Alfonso ni su hermano Ramón Berenguer IV de Provenza. Por otro lado, durante la crisis de la Santa Sede, el rey Alfonso apoyó de forma inequívoca al Papa Alejandro III en contra de los antipapas promovidos por la facción imperial.
En 1181 la posición de la Casa de Aragón en Occitania entró en crisis: el conde de Tolosa invadió las tierras del vizconde de Narbona y Ramón Berenguer IV de Provenza fue asesinado cerca de Montpellier. Alfonso II nombró nuevo conde de Provenza a su hermano Sancho, pero tuvo que destituirlo en 1185 por haber realizado tratos ilegales con Tolosa y Génova. Sin embargo, la situación dio un giro favorable a los intereses de Alfonso. Por un lado, en 1189, el rey Ricardo Corazón de León, hijo y sucesor de Enrique II de Inglaterra, se había aliado con el conde de Tolosa; por otro, Ramón V no pudo vencer la revuelta comunal de Tolosa, que se convirtió en una república municipal gobernada por cónsules. En esta coyuntura, Alfonso II de Aragón logró concertar con Ramón V de Tolosa una paz en los mismos términos que la de 1176 y consolidar su dominio desde Niza hasta el Atlántico con posesiones propias (Provenza, Milhau, Gavaldá y Roerga), vasallajes sobre los marqueses de Busca en el Piamonte y los señores de Montpellier, así como el reconocimiento por parte de los condes de Rasés, Carlat, Foix, Bigorra y los vizcondes de Nimes, Bezièrs, Carcasona y Bearne de tener sus dominios en feudo del rey de Aragón.
En 1192, tras volver de la cruzada, Ricardo Corazón de León se alió con Ramón V de Tolosa contra Alfonso II. El rey Alfonso consiguió fortalecer sus posiciones en Languedoc, al concertar el matrimonio de su hijo Alfonso con Gersenda de Sabrán, hija de Guillermo VI de Forcalquier, antiguo aliado de Ramón V de Tolosa. La paz de 1195, firmada entre Alfonso y Ramón VI de Tolosa, hijo y sucesor de Ramón V, puso fin a este conflicto sin alterar la correlación de fuerzas entre los poderes constituidos en Occitania.
Política peninsular
Petronila, «aragonensis regina et barchinonensis comitissa» (reina de Aragón y condesa de Barcelona) abdicah en 1164 en su hijo Alfonso el reino íntegro.
La península ibérica ocupó una posición política secundaria frente a Occitania durante el reinado de Alfonso II. El rey de Aragón se implicó en el juego político de los reinos cristianos con el fin de conseguir la reanexión de Navarra, separada de Aragón desde la muerte de Alfonso I de Aragón en 1134. Por otra parte, Alfonso II también dirigió ataques contra el Al-Ándalus, ya fuera para obtener tributos o ganancias territoriales.
En 1162 la regencia aragonesa concertó una alianza entre Alfonso II y Fernando II de León para repartirse Navarra. Sin embargo, en 1168, se estableció una tregua con Sancho VI de Navarra. Quedando entonces libre el frente navarro, se inició un ataque contra Castilla. El ataque fracasó y condujo a la Paz Perpetua de Sahagún en 1170, firmada por Alfonso VIII de Castilla y Alfonso el Casto. Además, poniendo en práctica un acuerdo estipulado por el Tratado de Lérida de 1157, el rey de Aragón tuvo que contraer matrimonio con Sancha, tía de Alfonso VIII.
El rey Ibn Mardanis de Murcia, que dominaba todo Xarq al-Ándalus o zona oriental de al-Andalus, asediado por los cristianos y por los Almohades, se había convertido en tributario de Aragón. A pesar de eso, en 1169 la regencia comenzó la conquista de la Matarraña seguida de la ocupación de los territorios al sur de Aragón en 1171. Se fundó Teruel, base para posibles ataques contra Valencia. En Cataluña, entre 1169 y 1170 se tuvo que reprimir seriamente una revuelta sarracena en la sierra de Prades.
En 1172, muerto ya Ibn Mardanis, Alfonso II asedió Valencia, donde concertó una alianza con el nuevo rey sarraceno a cambio de duplicar el tributo a pagar; así, el rey de Aragón, de acuerdo con el emir de Valencia, atacó Játiva y Murcia, de donde se tuvo que retirar a raíz de una incursión de Navarra en las fronteras de Aragón.
La paz de Sahagún de 1170, así como el mayor poder territorial de Castilla, supeditó la actuación peninsular de Alfonso II a los designios de Alfonso VIII; de esta forma, a cambio de haber colaborado en la conquista de Cuenca (1177), anexionada a Castilla, lo que bloqueaba las posibilidades expansivas de Aragón, Alfonso II solo obtuvo del rey de Castilla la renuncia del vasallaje aragonés para Zaragoza, impuesto por Alfonso VII de Castilla a Ramón Berenguer IV. Por otra parte, en la negociación de la futura expansión por el al-Ándalus al Tratado de Cazola (1179), Alfonso II cedió la conquista de Murcia a Castilla, a cambio de que Alfonso VIII suprimiera el vasallaje de los reyes de Aragón por Valencia, una vez la conquistaran.
En un rollo genealógico de época de Martín I el Humano. En él aparece la reina Petronila («Peronella:reyna») con atributos reales (corona, cetro, al igual que el heredero del reino, Alfonso II de Aragón (Afons:rey)), unida al conde Ramón Berenguer IV que ofrece el anillo de desposado.
En 1175, el valle de Arán pasa a formar parte de la Corona de Aragón, mediante el Tratado de Amparanza (de amparo o Emparança, en catalán) firmado por el rey Alfonso II con los habitantes del valle, que se separaban del condado de Cominges.
En 1177 participó probablemente en el asedio de Cuenca, dirigiéndose posteriormente hacia Murcia con el fin de obligar a su rey taifa a que le pagase los tributos que le debía como vasallo.
Entre 1181 y 1186, Alfonso II concentró todos sus esfuerzos en la Provenza y en el Mediterráneo donde, además de negociar sin éxito con el rey de Sicilia la organización de una expedición contra Mallorca, ayudó a la Casa de Baus a adquirir en Cerdeña el dominio del juzgado de Arborea.
Cuando reanudó su participación en asuntos peninsulares, Alfonso II se distanció de Alfonso VIII; el rey de Castilla había abandonado una alianza pactada con el rey de Aragón de repartirse Navarra, una vez anexionada La Rioja. Además, mantenía pretensiones territoriales en las fronteras aragonesas y, finalmente, había realizado tratos con Federico Barbarroja.
Por eso, en 1190, Alfonso II llegó a un entendimiento con Navarra, León y Portugal, enemistados con Castilla. Tras la derrota de Alfonso VIII en la Batalla de Alarcos (1195), la consistencia del avance almohade como peligro común en todos los reinos cristianos peninsulares, así como las indicaciones del Papa Celestino II, empujaron a Alfonso II a negociar una operación conjunta con Alfonso VIII de Castilla contra los musulmanes, operación que, sin embargo, nunca llegó a realizarse.
Dentro de la Corona de Aragón, durante el reinado de Alfonso II se consolidó la estructura jurídica y territorial de lo que sería Cataluña: se establecieron las veguerías como división comarcal, se definieron los límites del territorio en la asamblea de Paz y Tregua de 1173 como "de Salses a Tortosa y Lérida" (a Salsis usque ad Dertusam et Ilerda), y promovió la elaboración de los inventarios de los derechos condales (Liber Feudorum Maior, hacia 1194).
Entierro en Poblet
Monasterio de Poblet. Sepulcros reales.
Teniendo que escoger ser enterrado en el mausoleo paterno en el Monasterio de Ripoll, o ser enterrado en el mausoleo conyugal del Monasterio de Sigena, escogió el Monasterio de Poblet para no levantar suspicacias.35 Su testamento especifica que, en caso de haber conquistado Valencia en vida, debía ser enterrado en El Puig (Valencia), lugar que ya había donado al monasterio de Poblet en febrero de 1176,36 deseo expresado también por su hijo Pedro II de Aragón y muerto también sin cumplirlo.
Varios de los condes de Barcelona desde Wifredo el Velloso habían sido enterrados en Ripoll,37 mientras que otros lo fueron en otros lugares, entre ellos el monasterio de San Pablo del Campo y las catedrales de Barcelona y Gerona.
El rey Alfonso II fue enterrado en la pared del presbiterio, en una caja. Tras la reforma de las sepulturas reales impulsada por Pedro el Ceremonioso, el sepulcro quedó instalado en el primer arco del conjunto escultórico.
Descendientes
Testimonio documental del nacimiento de Alfonso II de Aragón en Huesca. En el lugar de la datación se señala que está escrita «el año cuando doña reina [Petronila de Aragón] parió su hijo Alfonso en la ciudad de Huesca». Transcripción del párrafo sombreado: «Facta carta era Mª. Cª. LXXXXª. VIª., regnante Raimundo Berengario in Aragone et in Superarbio [Sobrarbe] et in Ripacurcia [Ribagorza] et in Barchinona, ipso anno quando dompna regina peperit filium suum Adefonsum in civitate Oscha».3m
El 18 de enero de 1174 se casó en la Catedral del Salvador de Zaragoza con Sancha de Castilla. De este matrimonio nacieron:
Pedro II de Aragón, el Católico (1178-1213), rey de Aragón, con el nombre de Pedro II y conde de Barcelona, con el nombre de Pedro I;
Constanza (1179-1222), casada en 1198 con Emerico I de Hungría y en 1210 con Federico II Hohenstaufen, Sacro Emperador Romano Germánico, rey de Sicilia y rey de Jerusalén;
Alfonso (1180-1209), conde de Provenza, con el nombre de Alfonso II;
Leonor (1182-1226), casada en 1202 con Ramón VI de Tolosa:
Sancha (1186-1241), casada en 1211 con Ramón VII de Tolosa;
Sancho, muerto joven.
Ramón Berenguer, muerto joven.
Fernando (1190-1249), entró como monje cistercense en el Monasterio de Poblet y en 1205 fue sacado de Poblet para convertirse en abad de Montearagón.
Dulce (1192-¿?), entró como monja en el Monasterio de Sijena, llegando a ser comendadora de la Orden de San Juan.
Sucesión
En su testamento, Alfonso II dispuso que, a su muerte, ocurrida en abril de 1196, sus territorios se repartieran entre sus dos hijos: Pedro, rey de Aragón y conde de Barcelona (1196-1213), y Alfonso, conde de Provenza, Milhau y Gavaldá (1196-1209).
Con esta disposición testamentaria, además de dotar de un dominio a su hijo menor, el rey sancionó la necesidad de Provenza de disponer de un gobernador propio. En 1185, Alfonso II había nombrado conde de Provenza a su hijo Alfonso, menor de edad; por eso, el rey encargó el gobierno provenzal a procuradores, como Roger Bernat de Foix (1185-1188), Barral de Marsella (1188-1192) y Lope Jiménez.
A la muerte de Alfonso II en 1196 hereda el trono su hijo... Pedro II.
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Reina Doña Sancha. Fundadora del Monasterio de Sijena.
Doña Sancha fue una de las reinas más importantes de la Corona de Aragón y, sin embargo, es una desconocida para el gran público. Era una infanta castellano-leonesa, hija del emperador Alfonso VII y de una princesa polaca, Doña Rica de Polonia. Aunque no ha podido determinarse con exactitud la fecha, la Reina Doña Sancha nació entre 1154 y 1157 y fue educada en el Reino de León.
Hasta Aragón, la conduce la política de alianzas matrimoniales de los reyes de la época. Antes de su muerte, Alfonso VII había prometido a su hija en matrimonio con el primogénito de Ramón Berenguer IV y Doña Petronila de Aragón, Alfonso II 'El Casto', también llamado el 'Trobador'. En este punto, cabe recordar que Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona, gobernó en nombre de su esposa pero nunca fue Rey de Aragón.
En total, Alfonso II y Doña Sancha gobernaron durante 22 años en Aragón, desde su matrimonio en el año 1174 y hasta la muerte del rey aragonés, que tuvo lugar en 1196. En ese periodo, al contrario que otras reinas, Doña Sancha se involucró en los asuntos del reino.
Relación con Los Monegros
Doña Sancha, que por su fervor religioso será conocida como 'la reina santa', fue la fundadora del Real Monasterio de Sijena en el año 1188. Al igual que otros enclaves de la época, el lugar elegido se relacionaba a un suceso milagroso, lo que unido a otros factores sociales, políticos y económicos motivaron la creación del cenobio. En concreto, entre otros aspectos, esta zona constituía un importante nudo de comunicaciones, ya que conectaba centros urbanos de gran relevancia de la Corona de Aragón como Lérida, Huesca y Zaragoza. El marcado carácter de gobernanza de la reina contribuyó a que el monasterio, además de enclave de interés religioso, acabase convertido en la Corte de Doña Sancha y por lo tanto, en un emblema político de la Corona de Aragón.
Doña Sancha, que ejercerá como priora, funda el monasterio apoyándose en la orden de San Juan de Jerusalén, también conocida como la “Orden de Malta”. Descarta a la orden del Temple, a pesar de ejercer una gran influencia en la zona, entre otras razones, porque esta última era más reacia a fundar monasterios femeninos. La reina quería aglutinar el patrimonio existente alrededor del cenobio y, a estos efectos, intercambió las iglesias de los pueblos de Sena y Sixena, que pertenecían a la orden del Temple, con el Castillo de Santa Lecina y todos los derechos de los Hospitalarios en Pueyo de Monzón. De esta manera, toda la zona quedaba bajo el dominio del monasterio de Sijena y, al mismo tiempo, de la Orden de San Juan de Jerusalén.
La reina, adelantándose al momento de su muerte, quería asegurar la autonomía del cenobio respecto a la orden de San Juan de Jerusalén, lo que explica que en los años previos a la fundación del monasterio tuviesen lugar importantes negociaciones entre la Corona y los máximos representantes de la Orden de Malta. En este sentido, se llegó a un equilibrio de poderes a la hora de decidir sobre la elección de la priora o la entrada de monjas o frailes. Un ejemplo de ello, según algunos documentos que se conservan en el Archivo Provincial de Huesca y en el Archivo Histórico Nacional, las monjas decidían quién era la priora y el Castellán de Amposta, es decir, el máximo representante de la Orden de Malta únicamente tenía que ser consultado. Obviamente, mientras vivió la reina, era ella quien elegía a las prioras, una manifestación más del poder de esta reina y de su deseo de garantizar la máxima autonomía en las decisiones internas del monasterio.
Según apreciamos en los documentos antes mencionados, se consiguió un equilibrio entre las funciones de la priora y el capellán de Amposta, que jerárquicamente estaba por encima de ella, si bien la casa de Sijena gozó siempre de una gran autonomía e independencia frente a éste ultimo. A lo largo de la historia, esta situación fue origen de constantes tensiones entre ambas figuras hasta el punto que otros dignatarios de la Orden de Malta tuvieron que dirimir algún que otro conflicto.
Tras la muerte de Alfonso II en el año 1196, el poder de la reina Doña Sancha fue incluso superior, especialmente cuando decidió, por la situación política y el carácter impetuoso de su hijo, Pedro II, ejercer su derecho de regencia durante cuatro años.
Según algunos historiadores, el papel de la reina fue muy importante en la unión de los reinos cristianos existentes en la península. En concreto, un año antes de su muerte, el rey Alfonso II organizó una peregrinación a Santiago de Compostela con el objetivo de crear una gran alianza entre los reinos cristianos peninsulares, lo que permitiría presentar un frente común ante el poder sarraceno y dar continuidad a la Reconquista. Para ello, se entrevistó con los reyes de Castilla, Navarra y Portugal. Sin embargo, el rey aragonés falleció un año después y, según diversos estudiosos, fue la reina Doña Sancha la que dio continuidad a su trabajo y logró materializar la alianza cristiana que fue clave en la victoria de la batalla de las Navas de Tolosa (1212) frente a los musulmanes, que sería decisiva para el posterior dominio cristiano sobre todo el territorio peninsular. En ella, Pedro II se erigirá como uno de los grandes héroes cristianos de la Reconquista.
En los años posteriores a su regencia, Doña Sancha, que falleció en 1208, desempeñó un importante papel en el Reino de Aragón. La notable labor de la reina trascendió las fronteras y, como ejemplo, puede apuntarse el hecho de que el Papa Inocencio III la invitase a desempeñar otra regencia en Sicilia. Asimismo, dentro de su política de alianzas europeas, cabe recordar que casó a su hija Leonor con el Conde Raimundo de Tolosa y a su hija Constanza con Federico II de Sicilia. Doña Sancha se caracterizó también por su preocupación en la contención de las herejías que penetraban desde el sur de Francia en el Reino de Aragón, tal y como demuestra la correspondencia que ésta mantuvo con el Pontífice romano Inocencio III.
Tras su muerte, Doña Sancha fue enterrada en el monasterio de Sijena, lugar en el que recibió sepultura también sus hijas Leonor y Dulce, y posteriormente, hacia 1217, su hijo Pedro II “El Católico” tras caer en la batalla de Muret (12 de septiembre de 1213) y ser derrotado por los cruzados de Simón de Monfort.
El mausoleo de la reina se conservó hasta el año 1936-37 y, en ese fatídico periodo, los sepulcros de doña Sancha, de Pedro II y de las infantas Leonor y Dulce fueron profanados por tropas republicanas. Nos han llegado testimonios de que la momia de la reina Sancha fue paseada por las calles de Villanueva de Sijena y de Sena, y finalmente arrojada tras la tapia de un corral en Sena, desde donde habría sido trasladada al cementerio de dicha localidad, sin que en la actualidad se sepa en qué lugar fue enterrada. Triste final para una reina de carácter que marcó toda una época y a la que se debería honrar y recordar el día de su o
El origen olvidado y maltratado de LA CORONA DE ARAGÓN. La historia sin manipular es… la mejor defensa sobre los bienes de Aragón.
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Reina Doña Sancha. Fundadora del Monasterio de Sijena.
Doña Sancha fue una de las reinas más importantes de la Corona de Aragón y, sin embargo, es una desconocida para el gran público. Era una infanta castellano-leonesa, hija del emperador Alfonso VII y de una princesa polaca, Doña Rica de Polonia. Aunque no ha podido determinarse con exactitud la fecha, la Reina Doña Sancha nació entre 1154 y 1157 y fue educada en el Reino de León.
Hasta Aragón, la conduce la política de alianzas matrimoniales de los reyes de la época. Antes de su muerte, Alfonso VII había prometido a su hija en matrimonio con el primogénito de Ramón Berenguer IV y Doña Petronila de Aragón, Alfonso II 'El Casto', también llamado el 'Trobador'. En este punto, cabe recordar que Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona, gobernó en nombre de su esposa pero nunca fue Rey de Aragón.
En total, Alfonso II y Doña Sancha gobernaron durante 22 años en Aragón, desde su matrimonio en el año 1174 y hasta la muerte del rey aragonés, que tuvo lugar en 1196. En ese periodo, al contrario que otras reinas, Doña Sancha se involucró en los asuntos del reino.
Relación con Los Monegros
Doña Sancha, que por su fervor religioso será conocida como 'la reina santa', fue la fundadora del Real Monasterio de Sijena en el año 1188. Al igual que otros enclaves de la época, el lugar elegido se relacionaba a un suceso milagroso, lo que unido a otros factores sociales, políticos y económicos motivaron la creación del cenobio. En concreto, entre otros aspectos, esta zona constituía un importante nudo de comunicaciones, ya que conectaba centros urbanos de gran relevancia de la Corona de Aragón como Lérida, Huesca y Zaragoza. El marcado carácter de gobernanza de la reina contribuyó a que el monasterio, además de enclave de interés religioso, acabase convertido en la Corte de Doña Sancha y por lo tanto, en un emblema político de la Corona de Aragón.
Doña Sancha, que ejercerá como priora, funda el monasterio apoyándose en la orden de San Juan de Jerusalén, también conocida como la “Orden de Malta”. Descarta a la orden del Temple, a pesar de ejercer una gran influencia en la zona, entre otras razones, porque esta última era más reacia a fundar monasterios femeninos. La reina quería aglutinar el patrimonio existente alrededor del cenobio y, a estos efectos, intercambió las iglesias de los pueblos de Sena y Sixena, que pertenecían a la orden del Temple, con el Castillo de Santa Lecina y todos los derechos de los Hospitalarios en Pueyo de Monzón. De esta manera, toda la zona quedaba bajo el dominio del monasterio de Sijena y, al mismo tiempo, de la Orden de San Juan de Jerusalén.
La reina, adelantándose al momento de su muerte, quería asegurar la autonomía del cenobio respecto a la orden de San Juan de Jerusalén, lo que explica que en los años previos a la fundación del monasterio tuviesen lugar importantes negociaciones entre la Corona y los máximos representantes de la Orden de Malta. En este sentido, se llegó a un equilibrio de poderes a la hora de decidir sobre la elección de la priora o la entrada de monjas o frailes. Un ejemplo de ello, según algunos documentos que se conservan en el Archivo Provincial de Huesca y en el Archivo Histórico Nacional, las monjas decidían quién era la priora y el Castellán de Amposta, es decir, el máximo representante de la Orden de Malta únicamente tenía que ser consultado. Obviamente, mientras vivió la reina, era ella quien elegía a las prioras, una manifestación más del poder de esta reina y de su deseo de garantizar la máxima autonomía en las decisiones internas del monasterio.
Según apreciamos en los documentos antes mencionados, se consiguió un equilibrio entre las funciones de la priora y el capellán de Amposta, que jerárquicamente estaba por encima de ella, si bien la casa de Sijena gozó siempre de una gran autonomía e independencia frente a éste ultimo. A lo largo de la historia, esta situación fue origen de constantes tensiones entre ambas figuras hasta el punto que otros dignatarios de la Orden de Malta tuvieron que dirimir algún que otro conflicto.
Tras la muerte de Alfonso II en el año 1196, el poder de la reina Doña Sancha fue incluso superior, especialmente cuando decidió, por la situación política y el carácter impetuoso de su hijo, Pedro II, ejercer su derecho de regencia durante cuatro años.
Según algunos historiadores, el papel de la reina fue muy importante en la unión de los reinos cristianos existentes en la península. En concreto, un año antes de su muerte, el rey Alfonso II organizó una peregrinación a Santiago de Compostela con el objetivo de crear una gran alianza entre los reinos cristianos peninsulares, lo que permitiría presentar un frente común ante el poder sarraceno y dar continuidad a la Reconquista. Para ello, se entrevistó con los reyes de Castilla, Navarra y Portugal. Sin embargo, el rey aragonés falleció un año después y, según diversos estudiosos, fue la reina Doña Sancha la que dio continuidad a su trabajo y logró materializar la alianza cristiana que fue clave en la victoria de la batalla de las Navas de Tolosa (1212) frente a los musulmanes, que sería decisiva para el posterior dominio cristiano sobre todo el territorio peninsular. En ella, Pedro II se erigirá como uno de los grandes héroes cristianos de la Reconquista.
En los años posteriores a su regencia, Doña Sancha, que falleció en 1208, desempeñó un importante papel en el Reino de Aragón. La notable labor de la reina trascendió las fronteras y, como ejemplo, puede apuntarse el hecho de que el Papa Inocencio III la invitase a desempeñar otra regencia en Sicilia. Asimismo, dentro de su política de alianzas europeas, cabe recordar que casó a su hija Leonor con el Conde Raimundo de Tolosa y a su hija Constanza con Federico II de Sicilia. Doña Sancha se caracterizó también por su preocupación en la contención de las herejías que penetraban desde el sur de Francia en el Reino de Aragón, tal y como demuestra la correspondencia que ésta mantuvo con el Pontífice romano Inocencio III.
Tras su muerte, Doña Sancha fue enterrada en el monasterio de Sijena, lugar en el que recibió sepultura también sus hijas Leonor y Dulce, y posteriormente, hacia 1217, su hijo Pedro II “El Católico” tras caer en la batalla de Muret (12 de septiembre de 1213) y ser derrotado por los cruzados de Simón de Monfort.
El mausoleo de la reina se conservó hasta el año 1936-37 y, en ese fatídico periodo, los sepulcros de doña Sancha, de Pedro II y de las infantas Leonor y Dulce fueron profanados por tropas republicanas. Nos han llegado testimonios de que la momia de la reina Sancha fue paseada por las calles de Villanueva de Sijena y de Sena, y finalmente arrojada tras la tapia de un corral en Sena, desde donde habría sido trasladada al cementerio de dicha localidad, sin que en la actualidad se sepa en qué lugar fue enterrada. Triste final para una reina de carácter que marcó toda una época y a la que se debería honrar y recordar el día de su o
El origen olvidado y maltratado de LA CORONA DE ARAGÓN. La historia sin manipular es… la mejor defensa sobre los bienes de Aragón.
Parece que empieza a tomar color el esfuerzo de un grupo de aragoneses y de en solitario para recuperar unos bienes que corresponden a la historia de todos y cada uno que amamos Aragón.
El maremagnun étnico del nacionalismo catalán que llevamos años sufriendo y que reclama justicia universal, persiste en seguir apoderándose de bienes adquiridos ilegalmente o robados como botín de guerra. "Papeles de Salamanca sí, bienes de la franja, jamás”. Pedir con una mano y robar con la otra.
Se olvidan de que este pueblo, hizo de un pequeño condado de los Pirineos, un Gran Reino y Corona, que este Pueblo, resistió con orgullo el empuje de un ejercito profesional causando la primera derrota a Napoleón, que mientras haya un solo aragonés amante de su historia y patrimonio, no cejaremos en reclamar lo que nos pertenece y fue arrebatado con artes de piratería.
Pasarán todavía muchos años en recuperar nuestro patrimonio, pero la única forma de no conseguirlo, sería destruirlo y quemarlo como ya lo hicieron en el 36, destruyendo un Monasterio orgullo de identidad aragonesa, quemando gran parte y saqueando el resto. ¿Y que decir de las 113 joyas de arte, orfebrería y objetos religiosos de gran valor histórico-artístico igualmente robadas de diferentes parroquias de la zona entre ellas la de Barbastro y Monzón?. Nada de esto, hará que la historia cambie a favor de su fantasía y acomplejamiento histérico. Aquí está la clave o el ”quid” de la cuestión sobre los bienes de la mal llamada franja. No era ni es en el fondo un problema eclesiástico sino un problema político de no tener unas señas de identidad propias de una supuesta Nación Catalana. Pero… la identidad si que la tenía Aragón. Esta verdad histórica fue y es una herejía para los planteamientos nacionalistas e independentistas.
La solución que tomaron, ya lo hemos comentado en unas lineas mas arriba: destruir, quemar, expoliar y robar todo aquello que demostrase la verdadera historia de su pasado dependiente de Aragón.
Parece ser que la Justicia, aunque tarde, empieza a inclinar la balanza de quienes tenemos la razón, pero todavía no ha terminado aquí la lucha. Quedan los bienes saqueados que se encuentran en el Museo de Arte de Cataluña, en especial las pinturas de la Sala Capitular del Monasterio de Sigena.
Os preguntareis...¿que es lo que había en ese monasterio?… VOY A INTENTAR EXPLICARLO:
El monasterio se fundó el 21 de Abril de 1188 por Doña Sancha, esposa del Rey Alfonso II de Aragón (primer Rey de la Corona de Aragón). La primera monja ordenada en este monasterio fue Doña Dulce hija de ambos. Murió al año siguiente y fue enterrada en el propio monasterio. También se inhumaron en él su fundadora Doña Sancha de Castilla, hija de Alfonso VII "El Emperador" y su hijo, el Rey Pedro II "el Católico".Se cree también que fué enterrada la esposa de Pedro II, María de Montpelier.
La relación entre el reino y el monasterio no se limitó a la economía o la repoblación, sino que acogió tras sus muros a un buen número de reinas y princesas, así como a hijas de familias nobles. Sirvió de depósito de una parte del tesoro real y como archivo monástico durante los siglos XIII y XIV.
Del antiguo monasterio hoy sólo se conserva el templo y una pequeña parte del claustro, en torno al cual se distribuían originalmente el resto de las dependencias monacales, además del palacio prioral, situado en el suroeste.
Entre estas dependencias destacaba la sala capitular, cubierta por una techumbre mudéjar y decorada con un interesantísimo conjunto de pintura mural del siglo XIII con escenas del Nuevo y del Antiguo Testamento, que la convirtieron en una auténtica Biblia pictórica que explicaba la historia de la humanidad desde el Pecado Original hasta la Salvación.
La magnífica acuarela de Valentín Carderera nos transmite la majestuosa realidad de lo que fue esta sala capitular, verdadera sala noble de recepción de la realeza aragonesa que se decoró siguiendo los más refinados modos del arte europeo de su momento. El mismo artista que decora la biblia de Canterbury, trabaja en esta sala, aportando a la misma un toque refinado, nuevo y pleno de bizantinismo; desconocido en España hasta ese momento.
Estas pinturas románicas están catalogadas por expertos en arte e historiadores, como las mas bellas e importantes de Europa en la alta Edad Media). Actualmente se conserva en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (Barcelona) en calidad de depósito, a donde fueron llevadas tras la Guerra Civil por el equipo de Josep Gudiol, y donde se produjo un intenso trabajo de restauración y conservación.
El templo está realizado totalmente en sillar y consta de nave única con crucero y cabecera triple. El crucero presenta adosado al brazo septentrional el citado panteón real y al meridional una maciza torre de planta cuadrada. En su fachada sur se conserva su imponente portada de estilo románico, abocinada por catorce arquivoltas acabadas en 26 columnas cilíndricas.
La portada fue ordenada construir por Jaime I por parecerle pequeña la primitiva puerta de entrada a la iglesia, aunque la obra no se ejecutaría hasta el reinado de Pedro III (1282).
Pero Sigena es algo más. Hoy sus muros desnudos son el recuerdo de un pasado que se fue y que podemos intuir visitando otros lugares, como los museos catalanes donde encontramos algunas de las joyas artísticas de Sigena.
Espero poder desearos pronto la enhorabuena por las primeras piezas que retornan al lugar de origen donde nunca debierón de salir.
Santa María de Sigena (o Sijena) fue fundado por la reina doña Sancha de Castilla, esposa del monarca aragonés Alfonso II, hacia 1188. La Corona necesitaba establecer un centro de poder en la zona de Monegros, y el lugar era un punto de paso obligado en los caminos que llevaban desde Huesca o Barbastro al Ebro, Fraga y Lérida.
Al parecer también sumó en la elección del lugar, la aparición de la virgen, optándose así por un lugar pantanoso y poco recomendable, a priori, para un cenobio. El monasterio se convirtió pronto en un lugar importante en la economía y administración aragonesas. Sigena, como otros monasterios aragoneses fundados en la misma época, cumplió una importante función repobladora, siendo la administración del monasterio y de todos sus dominios encomendada a la Orden de San Juan de Jerusalén, posteriormente conocida como la Orden de Malta. En este contexto, el monasterio de Sigena no fue solamente un lugar de recogimiento y oración, sino también un foco de poder administrativo desde el que las monjas, con su priora a la cabeza, ejercían su poder feudal sobre los habitantes de la zona. Los dominios del señorío de Sigena llegaron a extenderse a lo largo de más de 700 km2.
Pero la relación entre el reino y el monasterio no se limitó a la economía o la repoblación, sino que acogió tras sus muros a un buen número de reinas y princesas, así como a hijas de familias nobles. Sirvió de depósito de una parte del tesoro real y como archivo monástico durante los siglos XIII y XIV. Fue también panteón real y su claustro sirvió de lugar de enterramiento de reyes, reinas e infantas de Aragón, destacando la sepultura de la reina doña Sancha o la de Pedro II.
Gracias a los importantes donativos que recibió, se convirtió en uno de los monasterios más ricos y bellos del reino.
El final del esplendor y su destrucción en la "Guerra Civíl"
Con el Compromiso de Caspe (1412) y la llegada de la casa de Trastámara a la Corona de Aragón, se rompió el nexo de unión entre el monasterio y las clases altas del reino. Aun así, hasta principios del siglo XIX, el señorío de Sigena continuó existiendo con relativa normalidad. En esa centuria se produjeron dos hechos clave en la historia del monasterio: El saqueo por parte de las tropas francesas de algunas de las estancias de Sigena durante la guerra de la Independencia (1808-1814) y la desamortización de Mendizábal de 1836. Al final, la venta se declaró nula y la vida comunal y religiosa prosiguió gracias a limosnas y donaciones.
Y ya en el siglo XX, durante la Guerra Civil, el monasterio de Sigena fue incendiado y saqueado por una columna de anarquistas que se dirigían al frente de Huesca. Prácticamente todas sus estancias, a excepción de la iglesia románica y el panteón real, fueron arrasados por el incendio. Muchas de las obras de arte del cenobio fueron destruidas, mientras que otras desaparecieron o fueron seriamente dañadas y las tumbas reales fueron profanadas.
La dispersión del arte del monasterio continuó y 96 piezas fueron vendidas por las religiosas de la Orden de Jerusalén a la Generalitat de Cataluña entre 1983 y 1994. La venta se hizo en dos fases y su importe ascendió a más de cien millones de pesetas. Entre las piezas enajenadas hay arcas funerarias, alhajas, tallas de madera y otros objetos de ajuares litúrgicos y domésticos. Hoy pueden verse en el Museo Diocesano de Lérida y en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (Barcelona).
El Monasterio en la actualidad
Del antiguo monasterio hoy sólo se conserva el templo y una pequeña parte del claustro, en torno al cual se distribuían originalmente el resto de las dependencias monacales, además del palacio prioral, situado en el suroeste. Entre estas dependencias destacaba la sala capitular, cubierta por una techumbre mudéjar y decorada con un interesantísimo conjunto de pintura mural del siglo XIII con escenas del Nuevo y del Antiguo Testamento, que la convirtieron en una auténtica Biblia pictórica que explicaba la historia de la humanidad desde el Pecado Original hasta la Salvación.
La magnífica acuarela de Valentín Carderera nos transmite la majestuosa realidad de lo que fue esta sala capitular, verdadera sala noble de recepción de la realeza aragonesa que se decoró siguiendo los más refinados modos del arte europeo de su momento. El mismo artista que decora la biblia de Canterbury, trabaja en esta sala, aportando a la misma un toque refinado, nuevo y pleno de bizantinismo; desconocido en España hasta ese momento.
(Estas pinturas románicas están catalogadas por expertos en arte e historiadores, como las mas bellas e importantes de Europa en la alta Edad Media).
Actualmente se conserva en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (Barcelona) en calidad de depósito, a donde fueron llevadas tras la Guerra Civil por el equipo de Josep Gudiol, y donde se produjo un intenso trabajo de restauración y conservación. El Gobierno de Aragón reclamó el verano pasado la devolución del conjunto.
El templo está realizado totalmente en sillar y consta de nave única con crucero y cabecera triple. El crucero presenta adosado al brazo septentrional el citado panteón real y al meridional una maciza torre de planta cuadrada. En su fachada sur se conserva su imponente portada de estilo románico, abocinada por catorce arquivoltas acabadas en 26 columnas cilíndricas. La portada fue ordenada construir por Jaime I por parecerle pequeña la primitiva puerta de entrada a la iglesia, aunque la obra no se ejecutaría hasta el reinado de Pedro III (1282).
En 1985 una orden de origen francés, las Hermanas de Belén y de la Asunción de la Virgen y de San Bruno se establecieron en el monasterio y, en la actualidad, todavía viven unas cincuenta religiosas.
Visitas:
A finales del año 2004, se iniciaron las obras de rehabilitación de algunas de las estancias más emblemáticas del monasterio (esencialmente su claustro, el primitivo dormitorio, y los muros y torres exteriores) que todavía continúan. Hoy el Real Monasterio de Santa María de Sigena continúa siendo un centro espiritual abierto al público los sábados de 12.30h a 16.00h.
Pero Sigena es algo más. Hoy sus muros desnudos son el recuerdo de un pasado que se fue y que podemos intuir visitando otros lugares, como los museos catalanes donde encontramos algunas de las joyas artísticas de Sigena.
El trágico final de los "Bienes de la Franja"
En las elecciones de 1936, Villanueva de Sijena registró 392 votos de derechas y 31 de izquierdas. El 18 de Julio, casi todo el pueblo estaba en el lejano monte (cuatro horas de carro) recolectando el cereal. El día 21 fueron forzados a bajar al pueblo e interrumpir la trilla, por la declaración de huelga general.
omenzaron los primeros brotes revolucionarios: las monjas tuvieron que huir, cambiando sus hábitos con la cruz de Malta por ropas de labradoras; un Comité Revolucionario destituyó al Ayuntamiento; llegó de Barcelona un coche con cuatro anarquistas, dos mujeres y dos hombres, en mono azul que, ante la consternación y asombro de todos, tirotearon (no fusilaron) al capellán D. Antonio Montull Carilla a la orilla del río Alcanadre. Lo dejaron moribundo y quejumbroso, y tuvo que rematarlo un cazador, dicen que por caridad y a solicitud de la víctima. Quedó insepulto, hasta que el secretario (Julio Arribas) y el médico, Adolfo, le excavaron a escondidas una somera tumba en el mismo lugar. Después, una piadosa riada del Alcanadre, le arrastró por su entonces límpido cauce
El 3 de Agosto, el mismo día que del cercano aeródromo de Sariñena despegaron los aviones que bombardearon la basílica del Pilar, incendiaron el Monasterio de Sijena. Cuando el fuego acabó con el Salón del Trono y se extinguió, provocaron durante todo el mes más incendios en la Iglesia, el Coro, la Biblioteca y la Sala Capitular. En el Salón del Trono se destruyeron muebles, tapices, cuadros, las pinturas del cartujo Bayeu y el artesonado. En la Iglesia ardieron los retablos de tabla y decapitaron los de mármol y alabastro. En el Coro se quemó el artesonado y una rica sillería semejante a la de la Seo de Zaragoza. En la Biblioteca ardieron, además de los archivos de la Corona en pergamino, Libros de Horas miniados y Ejecutorias de nobleza.
Entre los muros desplomados y las ruinas algo quedó intacto: varias tablas románicas y góticas de mucho valor, sarcófagos y otras obras de arte, que se llevaron al Museo Comarcal, que en Albalate organizó la CNT- FAI. La corona de la Virgen del Coro, objetos de culto en metales nobles, joyas y cuberterías de plata y oro, patrimonio de ocho siglos de historia, desaparecieron, saqueados y malvendidos fraudulentamente por los incendiarios. La imagen románica de la Virgen del Coro, que había sido escondida, cuando la localizó el Comité, la usó para encender una estufa. Un miliciano cambió una rica corona por un fusil ametrallador.
En Septiembre, Durruti, que había visitado el Monasterio en su esplendor, llegó a Sijena y entre gritos e insultos, ordenó al Comité de Villanueva: “Cerrad este recinto y poned una guardia porque una fotografía de esto nos hará más mal que todos los cañones de los fascistas juntos”. Resulta extraña esta frase, que repiten muchos autores, cuando una de las pocas citas que se le atribuyen a Durruti, es: “La única iglesia que ilumina es la que arde”.
Posteriormente se alojó en las ruinas un Regimiento de Caballería que clavó, en los muros del claustro que quedaban en pie, argollas para el enganche de los caballos. Evacuado por la Caballería, aún sufrió el Monasterio una última profanación por elementos del Regimiento Engels, que abriendo los sarcófagos del Panteón Real y las tumbas de las monjas, arrastraron los esqueletos de reyes, infantas, caballeros y sorores, cuyos huesos y restos se iban desparramando por el interior de la iglesia y la plaza del Monasterio.
Especial escarnio hicieron con el cadáver de la reina y fundadora, Doña Sancha, zarandeándola como si bailara, con un cigarro entre las descarnadas mandíbulas. Según el acta de apertura y reconocimiento de los sepulcros reales, en 1883, los restos de Doña Sancha estaban momificados y en admirable estado de conservación, describiéndola: alta (1,70 m.), frente espaciosa, ojos grandes, nariz aguileña y abundante cabellera de un color rubio casi rojo…
Hablar de Patrimonio Artístico, es hablar de la memoria de una comunidad, de sus amores y de sus olvidos; en suma , de la vida a través del tiempo. Desde antaño las guerras han provocado la desaparición de arte sacro en los templos, saqueado por su valía o destruido con brutalidad patológica, por individuos engañados por la incultura y cegados por un odio visceral a lo religioso y clerical.
Del antiguo patrimonio de Sijena, sólo queda: en el Museo de Huesca, cuatro tablas góticas del Maestro de Sijena, que fueron adquiridas por Carderera, y varias escenas de la vida de San Juan Bautista que se cree provienen de un retablo de Sijena. En el Museo de Zaragoza se encuentra el sarcófago de María Ximénez de Cornel, condesa de Barcelos. Algunos documentos del archivo de Sijena se encuentran en el Archivo Histórico Provincial de Huesca, entre ellos una copia del siglo XIII de la Regla del Monasterio.
Los frescos que cubrían los muros de la Sala Capitular empezaron a ser arrancados antes de finalizar la Guerra Civil, y se exhiben actualmente en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
A principios de Abril de 2006, el pleno de la Comarca de Los Monegros aprobó por unanimidad solicitar a la Generalitat de Cataluña la devolución de las pinturas de la Sala Capitular del Monasterio de Sijena. Alfonso Salillas, vicepresidente comarcal y alcalde de Villanueva de Sijena, señaló que estos frescos “fueron arrancados por mandato de la Generalitat en septiembre de 193por lo tanto en plena Guerra Civil y después del recién incendiado Monasterio”. señalando que tienen consideración de “botín de guerra” y deben ser recuperados “al igual que los papeles de Salamanca” y “con la misma celeridad”.
El 3 de Agosto, el mismo día que del cercano aeródromo de Sariñena despegaron los aviones que bombardearon la basílica del Pilar, incendiaron el Monasterio de Sijena. Cuando el fuego acabó con el Salón del Trono y se extinguió, provocaron durante todo el mes más incendios en la Iglesia, el Coro, la Biblioteca y la Sala Capitular. En el Salón del Trono se destruyeron muebles, tapices, cuadros, las pinturas del cartujo Bayeu y el artesonado. En la Iglesia ardieron los retablos de tabla y decapitaron los de mármol y alabastro. En el Coro se quemó el artesonado y una rica sillería semejante a la de la Seo de Zaragoza. En la Biblioteca ardieron, además de los archivos de la Corona en pergamino, Libros de Horas miniados y Ejecutorias de nobleza.
Entre los muros desplomados y las ruinas algo quedó intacto: varias tablas románicas y góticas de mucho valor, sarcófagos y otras obras de arte, que se llevaron al Museo Comarcal, que en Albalate organizó la CNT- FAI. La corona de la Virgen del Coro, objetos de culto en metales nobles, joyas y cuberterías de plata y oro, patrimonio de ocho siglos de historia, desaparecieron, saqueados y malvendidos fraudulentamente por los incendiarios. La imagen románica de la Virgen del Coro, que había sido escondida, cuando la localizó el Comité, la usó para encender una estufa. Un miliciano cambió una rica corona por un fusil ametrallador.
En Septiembre, Durruti, que había visitado el Monasterio en su esplendor, llegó a Sijena y entre gritos e insultos, ordenó al Comité de Villanueva: “Cerrad este recinto y poned una guardia porque una fotografía de esto nos hará más mal que todos los cañones de los fascistas juntos”. Resulta extraña esta frase, que repiten muchos autores, cuando una de las pocas citas que se le atribuyen a Durruti, es: “La única iglesia que ilumina es la que arde”.
Posteriormente se alojó en las ruinas un Regimiento de Caballería que clavó, en los muros del claustro que quedaban en pie, argollas para el enganche de los caballos. Evacuado por la Caballería, aún sufrió el Monasterio una última profanación por elementos del Regimiento Engels, que abriendo los sarcófagos del Panteón Real y las tumbas de las monjas, arrastraron los esqueletos de reyes, infantas, caballeros y sorores, cuyos huesos y restos se iban desparramando por el interior de la iglesia y la plaza del Monasterio.
Especial escarnio hicieron con el cadáver de la reina y fundadora, Doña Sancha, zarandeándola como si bailara, con un cigarro entre las descarnadas mandíbulas. Según el acta de apertura y reconocimiento de los sepulcros reales, en 1883, los restos de Doña Sancha estaban momificados y en admirable estado de conservación, describiéndola: alta (1,70 m.), frente espaciosa, ojos grandes, nariz aguileña y abundante cabellera de un color rubio casi rojo…
Hablar de Patrimonio Artístico, es hablar de la memoria de una comunidad, de sus amores y de sus olvidos; en suma , de la vida a través del tiempo. Desde antaño las guerras han provocado la desaparición de arte sacro en los templos, saqueado por su valía o destruido con brutalidad patológica, por individuos engañados por la incultura y cegados por un odio visceral a lo religioso y clerical.
Del antiguo patrimonio de Sijena, sólo queda: en el Museo de Huesca, cuatro tablas góticas del Maestro de Sijena, que fueron adquiridas por Carderera, y varias escenas de la vida de San Juan Bautista que se cree provienen de un retablo de Sijena. En el Museo de Zaragoza se encuentra el sarcófago de María Ximénez de Cornel, condesa de Barcelos. Algunos documentos del archivo de Sijena se encuentran en el Archivo Histórico Provincial de Huesca, entre ellos una copia del siglo XIII de la Regla del Monasterio.
Los frescos que cubrían los muros de la Sala Capitular empezaron a ser arrancados antes de finalizar la Guerra Civil, y se exhiben actualmente en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
A principios de Abril de 2006, el pleno de la Comarca de Los Monegros aprobó por unanimidad solicitar a la Generalitat de Cataluña la devolución de las pinturas de la Sala Capitular del Monasterio de Sijena. Alfonso Salillas, vicepresidente comarcal y alcalde de Villanueva de Sijena, señaló que estos frescos “fueron arrancados por mandato de la Generalitat en septiembre de 193por lo tanto en plena Guerra Civil y después del recién incendiado Monasterio”. señalando que tienen consideración de “botín de guerra” y deben ser recuperados “al igual que los papeles de Salamanca” y “con la misma celeridad”.
Posteriormente, Salillas declara: “a Villanueva vino una columna de “Los aguiluchos del POUM” cuando las monjas ya habían huido. Al capellán lo mataron, sacaron a los reyes de los sarcófagos y los pasearon por toda la plaza y quemaron los ataúdes y después incendiaron el Monasterio. Posteriormente, la Generalitat mandó arrancar las pinturas”. Agrega “los frescos estaban afectados por la declaración de Monumento Nacional de 1923, por lo tanto, son intrasladables”. Y concluye: “en el año 1956, Antonio Beltrán, entonces director del museo de Zaragoza, obtuvo una orden ministerial para traer los frescos y en Cataluña y en Barcelona la única razón que esgrimieron para no dárselos fue que el museo de Zaragoza debía de satisfacer los costes de los trabajos de restauración de dichos frescos. Si en aquellos años ya se obtuvo una orden ministerial, será porque hay una base legal”. Afirma que el Gobierno de Aragón “no se toma en serio” la reclamación de las pinturas de la Sala Capitular y denuncia que “existe una clara falta de interés”. Recordó por otra parte, que existen otras piezas del cenobio que fueron vendidas ilegalmente y en secreto a la Generalitat de Catalunya, un asunto que “se encuentra en un contencioso en el Tribunal Constitucional”.
Guillermo Fatás, el 27 de junio de 2006, en el Heraldo de Aragón encabeza su artículo: “La desventura del Real Monasterio de Sijena comenzó con un expolio en plena guerra civil, en 1936, y siguió por más de medio siglo con total menosprecio a la raigambre aragonesa del tesoro”. Termina: ”Frente al ingente despojo de Sijena, sumado al de las parroquias de Barbastro-Monzón, no parecen tanto los documentos de Salamanca”.
Parte del patrimonio que no ardió se encuentra en Lérida, para la exhibirlos en el “Museu Diocesà de Lleida”, donde están varias obras que los obispos de Lérida, a lo largo de los años, fueron recogiendo, hasta hace poco tiempo, en un sucio almacén, con el justificado pretexto de preservarlos de robos, pero sin imaginar que tras años de disfrutarlos, les costaría devolverlos al considerarlos ya suyos.
Allí se hallan cuadros (retratos de Doña Sancha y Doña Dulce), retablo de San Pedro, tablas de varios pintores góticos, sarcófagos policromados, la gran puerta del Palacio Prioral; cinco piezas del retablo de alabastro policromado del Niño Jesús, siglo XVI, atribuido a Gabriel Yoly, artista aragonés de la época ; el Retablo de Santa Ana, policromado de estilo renacentista, atribuido también a Yoly; retablo de Santa Waldesca , datado entre 1593-1608, que estaba situado en el claustro; la Sede de la Priora de Sijena del siglo XIV y varias obras de arte.
Trono de Doña Blanca, expoliadoo.
Otras obras de Sijena se ven salpicadas por el escándalo de una venta a la Generalitat de Catalunya, sin informar a la Diputación General de Aragón. En 1983, por un importe ridículo de 10 millones de pesetas compran 44 piezas, la mayoría pinturas. Nueve años después, en 1992, y otra vez sin enterarse ni estar prevenida la D.G.A., por 25 millones, 12 piezas. Y la última venta entre 1992 y 1994 por unos 15 millones, 30 piezas.
Debemos exigir al Gobierno de Aragón, el compromiso inequívoco de restitución patrimonial al Real Monasterio de Santa María de Sijena, lugar del que fue despojado el rico conjunto de pinturas, esculturas, retablos, etc, que hoy se hayan expuestas en tierras catalanas, sin que se empleen estas circunstancias con fines partidistas, enfrentando a aragoneses con nuestros vecinos catalanes, ya que es un problema creado por la astucia de los encargados de la compra por la Generalitat y la falta de información o desidia, de los responsables de la Diputación General de Aragón.
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Pedro II "El Católico"
Se cree que nació en Huesca en 1178 y murió en Muret, el 13-IX-1213.
Rey de Aragón desde el 25- IV-1196. Hijo de Alfonso II , rey de Aragón, a quien sucedió, y de doña Sancha, hija de Alfonso VII de Castilla.
Por testamento de su padre no podía reinar con pleno gobierno hasta cumplir los veinte años, entretanto su madre quedaba como tutora. Por el mismo testamento se le nombraba rey de Aragón y conde de Barcelona, Rosellón y Pallás; su hermano Alfonso heredaba el condado de Provenza, Aimillán, Gavaldán y Redón, en el sur de Francia. En septiembre de 1196 tomaba posesión solemne del reino en las Cortes de Daroca.
Los primeros años de reinado enfrentaron a madre e hijo; en el año 1200 ambos acuerdan que la reina posea los castillos de Embid, Épila y Ariza. Al año siguiente se reúnen los dos en Daroca donde acuerdan poner fin a sus diferencias.
En julio de 1204 Pedro II se casa con doña María, hija única de Guillermo, señor de Montpellier, añadiendo con ello nuevos territorios a la Corona de Aragón. Ambos esposos mantendrán a lo largo de su vida una antipatía mutua que llevará al rey a pedir la anulación del matrimonio para casarse de nuevo con Doña María, reina de Jerusalem, a lo que el Papa Inocencio III se opondrá en 1206. Del matrimonio con Maria de Montpelier, nacerá el futuro rey de Aragón Jaime I el Conquistador el 1-II-1208. Tendrá además una hija ilegítima, Leonor, que casará con el senescal D. Guillén Ramón de Moncada, y un hijo ilegítimo, D. Pedro de Rege, que llegará a ser canónigo sacristán en Lérida.
Fue en este escenario de adulterios continuados que la reina, gracias a un ingenioso engaño, consiguió yacer con su esposo.
Pedro era un incorregible polígamo y reputado adúltero, y recientemente había comenzado a cortejar a una dama, entonces se puso en marcha una conspiración de palacio en la que intervinieron más de 50 personas: 24 prohombres, abades, priores, el oficial del obispo, algunos religiosos de confianza, 12 damas y otras tantas doncellas. Unos y otras cerraron filas en torno a la reina y lo organizaron todo para hacer creer a su esposo que yacía con una de sus amantes, a lo que contribuyó eficazmente Maria de Montpellier con admirables dotes interpretativas. Los conjurados rezaron, con todo el pueblo unido, por el éxito de la iniciativa. Hasta que, al amanecer, los más osados entraron en la cámara y desvelaron la farsa. El rey se puso en pie de un brinco y blandió la espada, colérico, pero se fue calmando a medida que los cortesanos justificaban el engaño en aras de la necesidad de que el soberano tuviera un descendiente. Al fin, exclamó: "¡Pues que el cielo quiera satisfacer vuestros deseos!", y aquel mismo día abandonó Montpellier a caballo no volviendo a reunirse ni verse con su esposa desde entonces.
Sin embargo la conspiración para que la reina concibiera un heredero dio resultados y María lleva ahora en su vientre el fruto de ese engaño y heredero del trono de Aragón, mientras que los intentos de Pedro por conseguir la anulación del matrimonio continuaron… Y así nació Jaime I el Conquistador.
Pedro II será el primer rey aragonés que se corone. A fines de 1204 viaja a Italia donde Inocencio III le impondrá la corona como rey de Aragón el 11 de noviembre del mismo año. Corrió la leyenda que se hizo coronar con una corona de pan blando, debido a que los Papas la imponían con los pies en lugar de con las manos para resaltar el predominio espiritual de la Iglesia, sin embargo, Inocencio III se vio obligado a hacerlo con las manos debido a la gran estatura del monarca aragonés. Leyendas aparte, con este acto el rey de Aragón constituía a su reino —regnum meum— en feudatario de la Santa Sede y se declaraba vasallo de San Pedro.A partir de este momento Inocencio III, dió el privilegio de coronarse a los sucesivos reyes de la Corona en la catedral de La Seo de Zaragoza.
Pedro II será también el primer monarca aragonés en conceder a un municipio, Montpellier, el privilegio de poder nombrar a sus propios magistrados.
Durante estos primeros años se reafirmará la amistad con Castilla, materializada por la ayuda prestada a su rey Alfonso VIII en las campañas contra Navarra y fundamentalmente en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212. Fruto de esta alianza tendrán lugar entre los reyes de Aragón y Castilla las vistas celebradas en Campillo Susano, cerca de Tarazona, en 1204, donde quedarán fijadas definitivamente las fronteras entre ambos reinos.
Pedro II se había convertido desde fines del siglo XII en señor feudal de casi todo el Midi francés. Influencias provenzales penetrarán en la Corte aragonesa.
Pedro II responde al ideal de caballero feudal «de elevada estatura y arrogante presencia», alabado por sus trovadores Ramón de Miraval, Giralt de Calansó y Guin de Usez, que protegidos por el rey difundieron la literatura provenzal en la Corte aragonesa.
Los intereses aragoneses en el sur de Francia obligarán a dedicar a esta zona la mayor parte de los esfuerzos de Pedro II. Su hermano don Alfonso se había enemistado con Guillermo, conde de Folcalguer, comenzando un largo período de hostilidades en el que se verá involucrado el propio rey de Aragón. Ambos hermanos habían firmado un tratado de amistad con el conde de Tolosa, Raimundo VI. A comienzos del siglo XIII prende con fuerza en el sur de Francia la herejía de los cátaros albigenses, encabezada por el conde de Tolosa; contra ellos se predicará una cruzada en 1208. Al año siguiente una coalición formada por los condes de Nevers, Montfort, Leicester y Saint Paul toma Béziers y sitia Carcasona. El aragonés acude en ayuda de sus vasallos, presentándose en Carcasona donde intenta convencer al vizconde Ramón Roger, jefe de los sitiados, para que dialogue con los sitiadores y evite el enfrentamiento. Éste se niega pero logra evitarse la lucha.
Pedro II regresa a Aragón y forma un poderoso ejército para conquistar el reino de Valencia. Aragón había quedado configurado territorialmente en 1204 al conquistarse Rubielos de Mora. En esta campaña se conquistan Ademuz, Castielfabib y Sertella, ya en Valencia.
Los acontecimientos del sur de Francia impiden al aragonés continuar sus conquistas en Levante. En enero de 1211 asiste en Narbona a la conferencia entre Simón de Montfort, el conde Ramón de Tolosa y los legados Arnau, abad del Cister, y Ramón, obispo de Usez, para tratar de conciliar a los condes de Tolosa y Foix con la Iglesia. Simón de Montfort, buscando la avenencia con Pedro II, propuso casar a su hija con el príncipe de Aragón D. Jaime; el matrimonio no llegó a celebrarse pero D. Jaime quedó en poder del de Montfort, que ofreció homenaje al rey de Aragón por Carcasona.
Pedro II regresa a Aragón. Toma parte en la batalla de las Navas y en la toma de Jaén el 1212. Surgen de nuevo los problemas en el Midi y a instancias del conde de Tolosa se traslada al Languedoc a comienzos de 1213 para ayudar a sus vasallos albigenses contra las amenazas de los cruzados de Simón de Montfort. Pone bajo su protección a los condes de Tolosa, Foix y Comenges y al mando de un fuerte ejército se dirige contra los cruzados, que se habían fortificado en Muret doce kilómetros al sur de Tolosa. Las tropas del rey de Aragón sitian la plaza el 10 de septiembre, el 13 se produce la batalla en la que Pedro II cae muerto. El cadáver del rey será, recogido por los hospitalarios, que lo llevarán a Tolosa, para ser definitivamente enterrado en el monasterio oscense de Sijena en 1217.
El reino de Aragón quedaba en una lamentable situación, con un rey menor de edad y en poder de Simón de Montfort. Tras el fracaso en el sur de Francia la Corona de Aragón centrará su impulso en la conquista de Valencia y la expansión por el Mediterráneo.
Muret:
, (la batalla que acabó con el sueño de la Gran Corona de Aragón)
El rey Pedro II «el Católico» murió hace 800 años en la contienda combatiendo junto a los cátaros contra los cruzados
Un año después de volver victorioso de Las Navas de Tolosa el reyPedro II de Aragón encabezaba en el año 1213 un poderoso ejército de aragoneses, catalanes y occitanos en otra gran batalla campal en la localidad francesa de Muret. El monarca apodado «el Católico», coronado por el Papa Inocencio III, se enfrentaba en esta ocasión a las huestes de la Santa Cruzada, la primera convocada en suelo cristiano.
¿Qué obligó a Pedro II a luchar junto a los cátaros contra los cruzados?
Luis Zueco, autor de la novela histórica «Tierra sin rey» (Nowtilus, 2013) ambientada en estos hechos, destaca que el monarca aragonés«no cruzó los Pirineos para socorrer a los herejes, sino para defender a sus vasallos».
Un extenso territorio del Midi francés que llegaba hasta Niza rendía vasallaje en los inicios del siglo XIII a Pedro II de Aragón. Era una zona muy rica económica y culturalmente, ansiada por el rey de Francia, donde había prendido con fuerza la herejía de los cátaros o albigenses, logrando la protección de algunos señores feudales. Tras varios intentos diplomáticos por reconducir la situación, el asesinato de un legado papal, del que sería acusado el conde Raimundo VI de Toulouse, precipitaría en 1208 la primera cruzada de cristianos contra cristianos.
«Altos nobles francos respondieron a la llamada papal los 40 días reglamentarios», relata Zueco. Capitaneados por Simón de Montfort quedaron nobles de segunda fila, aventureros experimentados en la guerra, que en su avance fueron apoderándose de ciudades y títulos.
A juicio del escritor e historiador, vicepresidente de Amigos de los Castillos de Aragón, «Pedro II tenía el objetivo de entrar como salvador desde el principio, pero esperó a que el conde de Toulouse, su cuñado, le pidiera ayuda». Las localidades le aclamaron a su paso hacia Muret, cerca de Toulouse. Su supremacía militar auguraba una gran victoria. «Si hubiera ganado, habría asentado esos territorios en la Gran Corona de Aragón».
Objetivo: asesinar al rey
«Pedro II preparó su ofensiva más inteligentemente de lo que la leyenda negra le atribuye (dice que pasó la noche anterior a la batalla con una mujer, que no rezó...), añade el autor de «Tierra sin rey» que explica cómo el monarca aragonés quiso evitar una guerra larga contra la Iglesia. «Dejó entrar a Montfort en el castillo de Muret para que todo se decidiera en una batalla campal», algo que no era usual en aquellos tiempos, según Zueco.
La victoria en Las Navas a buen seguro que influyó en esta decisión, pero en Muret no pudo aplicar la misma estrategia que empleara con Alfonso VIII de Castilla y Sancho VII El Fuerte de Navarra frente a los musulmanes ya que no contaba con el apoyo de las órdenes militares, la élite de la época. En lugar de colocarse en última línea de batalla, Pedro II decidió combatir en segundo lugar tras el Conde de Foix y soldados catalanes, dejando a Raimundo VI de Toulouse y las tropas occitanas a su espalda.
Cierto es que su estrategia pudo no ser la adecuada, que no esperó a las tropas catalanas que llegaban en su apoyo desde Perpiñán y que en una batalla campal así de poco sirvió su superioridad en infantería, pero su derrota también estuvo motivada por otro factor importante a juicio de Zueco: «Los cruzados rompieron en Muret las reglas de caballería enviando a dos asesinos a matar a Pedro II».
«No se podía matar a un rey en la Edad Media, era un alto deshonor, y menos a un rey que encima era católico», añade el escritor. Algo se debía intuir el monarca aragonés cuando cambió su armadura a otro caballero. Sin embargo, al ver morir a éste, el rey, que era muy orgulloso, se expuso a que lo mataran gritando: «Aquí está el rey». Su muerte declinó la balanza a favor de Simón de Montfort. Las tropas comandadas por el conde de Toulouse huyeron sin llegar a atacar, ante el avance de los cruzados. Se cree que hubo 15.000 bajas aquel jueves 13 de septiembre de 1213.
Con Pedro II fallecería en Muret la alta nobleza aragonesa y se abriría una grave crisis política en la corona. A la pérdida del monarca y el fin del sueño de la expansión por territorio francés se unía el hecho de que su único heredero, el futuro Jaime I que contaba entonces con solo 5 años, se encontraba en aquel momento en manos de Simón de Monfort. Una bula papal obligaría a éste a entregar al pequeño a los templarios, que le educarían en el castillo de Monzón. Con Jaime I el Conquistador, Aragón centraría su mirada en el Mediterráneo
Los restos de Pedro II fueron entregados a los caballeros hospitalarios y hoy reposan en el Real Monasterio de Santa María de Sijena, en Huesca. «Como buen perdedor, la historia lo margina», se lamenta Zueco, que con la trama de ficción que presenta en el castillo de Monzón el próximo día 15 ha tratado de poner en valor esta decisiva batalla que marcó la Edad Media.
El misterio de Los Cátaros: "El PPueblo erfecto"
El rey Pedro II «el Católico» murió hace 800 años en la contienda combatiendo junto a los cátaros contra los cruzados
Un año después de volver victorioso de Las Navas de Tolosa el reyPedro II de Aragón encabezaba en el año 1213 un poderoso ejército de aragoneses, catalanes y occitanos en otra gran batalla campal en la localidad francesa de Muret. El monarca apodado «el Católico», coronado por el Papa Inocencio III, se enfrentaba en esta ocasión a las huestes de la Santa Cruzada, la primera convocada en suelo cristiano.
¿Qué obligó a Pedro II a luchar junto a los cátaros contra los cruzados?
Luis Zueco, autor de la novela histórica «Tierra sin rey» (Nowtilus, 2013) ambientada en estos hechos, destaca que el monarca aragonés«no cruzó los Pirineos para socorrer a los herejes, sino para defender a sus vasallos».
Un extenso territorio del Midi francés que llegaba hasta Niza rendía vasallaje en los inicios del siglo XIII a Pedro II de Aragón. Era una zona muy rica económica y culturalmente, ansiada por el rey de Francia, donde había prendido con fuerza la herejía de los cátaros o albigenses, logrando la protección de algunos señores feudales. Tras varios intentos diplomáticos por reconducir la situación, el asesinato de un legado papal, del que sería acusado el conde Raimundo VI de Toulouse, precipitaría en 1208 la primera cruzada de cristianos contra cristianos.
«Altos nobles francos respondieron a la llamada papal los 40 días reglamentarios», relata Zueco. Capitaneados por Simón de Montfort quedaron nobles de segunda fila, aventureros experimentados en la guerra, que en su avance fueron apoderándose de ciudades y títulos.
A juicio del escritor e historiador, vicepresidente de Amigos de los Castillos de Aragón, «Pedro II tenía el objetivo de entrar como salvador desde el principio, pero esperó a que el conde de Toulouse, su cuñado, le pidiera ayuda». Las localidades le aclamaron a su paso hacia Muret, cerca de Toulouse. Su supremacía militar auguraba una gran victoria. «Si hubiera ganado, habría asentado esos territorios en la Gran Corona de Aragón».
Objetivo: asesinar al rey
«Pedro II preparó su ofensiva más inteligentemente de lo que la leyenda negra le atribuye (dice que pasó la noche anterior a la batalla con una mujer, que no rezó...), añade el autor de «Tierra sin rey» que explica cómo el monarca aragonés quiso evitar una guerra larga contra la Iglesia. «Dejó entrar a Montfort en el castillo de Muret para que todo se decidiera en una batalla campal», algo que no era usual en aquellos tiempos, según Zueco.
La victoria en Las Navas a buen seguro que influyó en esta decisión, pero en Muret no pudo aplicar la misma estrategia que empleara con Alfonso VIII de Castilla y Sancho VII El Fuerte de Navarra frente a los musulmanes ya que no contaba con el apoyo de las órdenes militares, la élite de la época. En lugar de colocarse en última línea de batalla, Pedro II decidió combatir en segundo lugar tras el Conde de Foix y soldados catalanes, dejando a Raimundo VI de Toulouse y las tropas occitanas a su espalda.
Cierto es que su estrategia pudo no ser la adecuada, que no esperó a las tropas catalanas que llegaban en su apoyo desde Perpiñán y que en una batalla campal así de poco sirvió su superioridad en infantería, pero su derrota también estuvo motivada por otro factor importante a juicio de Zueco: «Los cruzados rompieron en Muret las reglas de caballería enviando a dos asesinos a matar a Pedro II».
«No se podía matar a un rey en la Edad Media, era un alto deshonor, y menos a un rey que encima era católico», añade el escritor. Algo se debía intuir el monarca aragonés cuando cambió su armadura a otro caballero. Sin embargo, al ver morir a éste, el rey, que era muy orgulloso, se expuso a que lo mataran gritando: «Aquí está el rey». Su muerte declinó la balanza a favor de Simón de Montfort. Las tropas comandadas por el conde de Toulouse huyeron sin llegar a atacar, ante el avance de los cruzados. Se cree que hubo 15.000 bajas aquel jueves 13 de septiembre de 1213.
Con Pedro II fallecería en Muret la alta nobleza aragonesa y se abriría una grave crisis política en la corona. A la pérdida del monarca y el fin del sueño de la expansión por territorio francés se unía el hecho de que su único heredero, el futuro Jaime I que contaba entonces con solo 5 años, se encontraba en aquel momento en manos de Simón de Monfort. Una bula papal obligaría a éste a entregar al pequeño a los templarios, que le educarían en el castillo de Monzón. Con Jaime I el Conquistador, Aragón centraría su mirada en el Mediterráneo
Los restos de Pedro II fueron entregados a los caballeros hospitalarios y hoy reposan en el Real Monasterio de Santa María de Sijena, en Huesca. «Como buen perdedor, la historia lo margina», se lamenta Zueco, que con la trama de ficción que presenta en el castillo de Monzón el próximo día 15 ha tratado de poner en valor esta decisiva batalla que marcó la Edad Media.
Pedro II, el rey gentil que murió defendiendo a sus vasallos
Encarnación del espíritu de la caballería y venerado en todas las cortes asomadas al Mediterráneo, hoy sería objeto de críticas feroces por parte de los guardianes del pensamiento políticamente correcto
Por Isabel San Sebastián.
En la España actual, Pedro II de Aragón habría sido objeto de críticas feroces por parte de los guardianes del pensamiento políticamente correcto, encabezados por las exponentes del feminismo oficial: era galante, atractivo, irresistible para las mujeres, a quienes siempre correspondió con idéntica afición, valiente, seductor, y tan amante de las armas como de las bellas artes. Era además profundamente católico, lo que no impidió que muriera defendiendo a sus vasallos cátaros.
En su tiempo, todos los atributos descritos le convirtieron en la encarnación del espíritu de la caballería, cultivado con esmero por su padre antes que él y venerado en todas las cortes asomadas al Mediterráneo. Fue un modelo de rey gentil y una fuente de inspiración inagotable para los trovadores que cantaron sus gestas y dieron un nombre inmortal a las posesiones que tanto amó y protegió al norte de los Pirineos: la Tierra de los Juglares, también conocida como Occitania.
Pedro II de Aragón nació en julio de 1178 en Huesca, donde se encontraban a la sazón su progenitor, Alfonso II de Aragón, apodado el Casto y su madre, Sancha de Castilla. La mayor parte de su infancia transcurrió en dicha capital, bastión de los dominios aragoneses en una Península mayoritariamente sujeta, todavía, al dominio musulmán.
Frente al empeño de otros monarcas hispanos por avanzar en la Reconquista, Alfonso había acordado con sus vecinos del sur el cobro de tributos a cambio de paz y centrado sus desvelos políticos en los territorios ultra-pirenaicos incorporados de su mano a la Corona aragonesa. Su hijo siguió esa senda, si bien tuvo una participación heroica en la batalla de las Navas de Tolosa.
Pedro empezó a reinar a los dieciocho años, en 1196, tras la muerte de su padre en Perpiñán. Gobernó como rey de Aragón, conde de Barcelona y señor de Montpellier, lo que suponía asumir los antiguos títulos condales de Gerona, Sobrarbe, Ribagorza, Cerdaña, Besalú y Pallars. Sus intereses políticos y su apetito territorial siempre apuntaron a lo que hoy es el sur de Francia, hasta el punto de llevarle a tomar por esposa a una mujer por la cual sólo sintió rechazo y desdén: María de Montpellier, llamada a sufrir a la sombra de ese matrimonio impuesto un destino atroz.
Caballero medieval
Y es que, por contradictorio que parezca a la luz de nuestros días, el «rey gentil», paradigma del caballero medieval, fue tan excelente señor como deplorable marido y peor padre. Tan refinado en el cultivo de la trova, la música y la belleza en su palacio zaragozano de la Aljafería, como cruel en el trato implacable dispensado a su familia más cercana. Tan devoto de la religión católica y leal servidor del Papado como egoísta y despiadado en su vida íntima. Tan generoso en el dispendio del tesoro público como mal pagador de sus prestamistas judíos, a quienes llamaba cariñosamente «mi bolsa».
Tal acumulación de lo que a nuestros ojos parecen gruesas incoherencias era algo absolutamente normal en ese tiempo claroscuro de fugaz Renacimiento europeo, brutalmente cortado de cuajo algunas décadas después por el advenimiento de la Peste Negra.
En 1204, Pedro recibió la unción del Santo Padre, en Roma. Ese mismo año, desposó a María de Montpellier, con el único propósito de hacerse con el control de su ciudad y su condado. Ella venía de un matrimonio anterior, anulado por razones de consanguinidad. Él trató de invocar esa unión previa para obtener de la Santa Sede idéntica licencia, sin conseguirlo. Y la rabia que le causó ese fracaso le llevó a maltratar a su mujer, encerrándola en su castillo mientras él iba de un lecho a otro sin recato.
No solo no la amó, cosa habitual en los enlaces motivados por la conveniencia, sino que ni siquiera se avino a cumplir con su deber conyugal y así engendrar un heredero. Esa ofensa añadida al castigo obligó a la condesa a recurrir a una célebre artimaña con el fin de quedar encinta, asegurar su posición y acaso salvar su vida. Sabedora de la afición desmedida de su esposo por la conquista, solicitó el auxilio de un rico hombre de Aragón, llamado Guillén de Alcalá, para atraerle a una trampa. Y así, al reclamo de una supuesta amante secreta, el rey acudió a su lecho en la oscuridad de la noche, pensando que iba al de una dama desconocida que había impuesto como condición del encuentro esa ausencia total de luz.
La treta dio resultado, y la reina quedó embarazada del que sería el único hijo legítimo y sucesor de Pedro II: Jaime I, el Conquistador, llamado a un destino tan áspero como glorioso. Su padre nunca sintió el menor afecto por él y apenas lo trató. Tardó varios años en avenirse a conocerlo y jamás se aprendió su nombre, pues se empeñaba en referirse a él como Pedro las raras veces en que lo mencionaba.
Maldición
María de Montpellier llevaba la maldición en la sangre. Su madre había sido una princesa bizantina que llegó tarde a su boda y se encontró a su marido, Alfonso, padre de Pedro II, desposado con Sancha de Castilla. En los salones de cada palacio, damas y caballeros se hacían lenguas de la desgracia de esas mujeres, ligadas por el infortunio a los hombres de la Casa de Aragón. Claro que, si bien el suyo fue un matrimonio trágico, al menos María alumbró al heredero al trono sin que su esposo consiguiera la anulación que anhelaba para así poder casarse con la mujer a la que amaba, llamada también María, de Montferrato.
Pedro nunca quiso a la condesa de Montpellier, pero sí cuidó con esmero la heredad que ella le aportó como dote. Tanto que murió en un intento vano de defenderla de la cruzada encabezada por el brutal Simón de Monforte.
Las tierras de Occitania, que englobaban varios condados tributarios de la Corona de Aragón, albergaban por aquellos días a una nutrida comunidad de cátaros: una secta cristiana dualista declarada oficialmente herética por el Papa Inocencio III y víctima, a partir de 1209, de una despiadada persecución que no acabó hasta verlos arder a todos en las hogueras levantadas con la finalidad de «purificarlos». Ese episodio aterrador nos ha dejado la célebre cita del legado papal Arnaldo Amalric, a las puertas de Béziers, cuando algunos soldados le manifestaban sus escrúpulos ante la imposibilidad de distinguir en la degollina entre herejes y buenos católicos: «Matadlos a todos -sentenció el legado-. Dios reconocerá a los suyos».
El rey gentil no podía refrendar semejante villanía. Él había conocido a esos cruzados franceses con motivo de la campaña militar llevada a cabo en el verano de 1212 junto con los reyes de Castilla, Alfonso VIII, Navarra, Sancho VII y Portugal, Alfonso II, contra el almohade Al Nasir, el Miramamolín, quien había partido de Marruecos, con un inmenso ejército, tras jurar sobre el Corán que llegaría con sus tropas hasta Roma. Los guerreros galos acudidos en auxilio de la cristiandad, encabezados por Monforte, habían asaltado varias juderías castellanas, incluidas las de Toledo y Calatrava, antes de retirarse de la contienda, sin luchar, vencidos por el calor y la negativa del soberano de Castilla a permitirles semejantes desmanes. Pedro II los conocía, y acaso por ello se confió demasiado…
Pese a la marcha de esos aliados y a su inferioridad numérica, los soberanos cristianos se alzaron en las cercanías de Jaén con un triunfo militar que resultaría decisivo para el futuro de España. En la batalla, Pedro II fue gravemente herido en una pierna, pese a lo cual siguió combatiendo hasta la victoria. Para quienes hoy se empeñan en negar la españolidad de los vascos, cabe recordar que la vanguardia de la hueste castellana estaba dirigida por don Diego López de Haro, señor de Vizcaya. Paradojas de la historia y el sectarismo, bajo el Gobierno de Zapatero se inauguró en el escenario de esa batalla un museo dedicado a «la cultura de la paz y la alianza de las civilizaciones» (sic).
Última batalla
Apenas un año después de las Navas de Tolosa, el rey de Aragón volvió a toparse con Simón de Monforte, quien durante ese tiempo había dedicado sus desvelos a tomar plazas habitadas por cátaros, casi siempre desarmados. Se enfrentó con él en la batalla de Muret, que libró en defensa de sus vasallos, quienes habían suplicado su ayuda. La víspera, en lugar de dormir, había pasado la noche en compañía de una dama. La mañana del choque armado, se durmió mientras se celebraba la misa. Y por si el cansancio no bastara para incrementar el peligro, se negó a quedarse en retaguardia y se lanzó al combate junto con el portador del estandarte real, a lomos de un caballo gigantesco, capaz de soportar el peso de semejante jinete, un hombre de casi dos metros, provisto de armadura de acero. Los franceses lo reconocieron, él se identificó, orgulloso, lo acometieron en gran número y lo abatieron, tras pelear como un león con lo más granado de la nobleza aragonesa, que sucumbió a su lado.
Su cadáver quedó tendido en el polvo, desnudo, tras ser despojado de sus joyas y vestiduras por la canalla que acompañaba a esos cruzados. Tenía 35 años. Esa noche, un grupo de caballeros hospitalarios obtuvo permiso para recogerlo y darle sepultura en su casa de Toulouse, a la espera de ser enterrado en el monasterio de Sijena, junto con su madre, doña Sancha.
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Para explicar el origen de los cátaros (puros – perfectos) o albigenses hay que comenzar por situarnos. Sur de Francia, frontera con el reino de Aragón, zona denominada el Languedoc. Abundantes recursos naturales, un comercio bullente originado por judíos “como siempre”, (instalan bancos) y artesanía de gran calidad, todo ello apetecido por los vecinos franceses de los siglos XI y XII.
Sus leyes, en esencia romanas, se habían modificado, haciendo desaparecer la servidumbre. Cualquier hombre podía convertirse en propietario de una tierra libre y acceder a la caballería pues se consideraban más sus méritos que su origen, conceptos muy revolucionarios para la época. Así también, el trato igualitario hacia las mujeres estaba siendo amablemente reconocido. Por otro lado se había fundado la Universidad de Montpellier en forma conjunta por cristianos, árabes y judíos.
El pueblo de los Cátaros vivió en el sur de Francia.
El investigador francés Jean Blum en su libro “Mensaje y Misterio de los cátaros” (1989) señala que “…en la Edad Media, Occidente era cristiano, ya sea por íntima convicción o por la fuerza.” Es así, señala el mismo autor que “la Iglesia romana nunca dejó de sofocar cualquier herejía doctrinal”. A finales del siglo XII e inicios del XIII, el Languedoc se encontraba en estado de herejía.
La herejía
Caminaban descalzos por las calles de los pueblos del Languedoc, alrededor del 1100, extraños misioneros (as) vestidos con una túnica negra, siempre de dos en dos. Los cátaros eran ascetas, vegetarianos, célibes, no recaudaban el diezmo, ni se otorgaban tierras o ventajas de algún tipo; altamente exigentes consigo mismos; no tenían servicios religiosos obligatorios, sin distinción de sexos para la vida religiosa, ningún matrimonio obligado, creían en la reencarnación, en la dualidad de las cosas, rechazaban los juramentos y creían que el amor lleva en si mismo la “salvación”. En el fondo era un movimiento gnóstico, altamente liberal.
Dentro de la jerarquía cátara, existían tres categorías o grados de iniciación:
Simpatizantes:
Eran todas aquellas personas que únicamente practicaban el "perfeccionismo". Este rito consistía en realizar tres reverencias y una genuflexión al paso de un Perfecto. Se realizaba con la intención de obtener la bendición del Perfecto y recibía también el nombre de "Melhorament".
Creyentes:
Cuando los simpatizantes se integraban con mayor fuerza en la comunidad cátara, recibían una pequeña iniciación por parte de los Perfectos. En dicha iniciación de corte esotérico, les eran revelados determinados conocimientos, viéndose obligados a practicar la humildad, a no mentir ni jurar, así como demostrar amor por el prójimo. Periódicamente se sometían a una especie de confesión pública y penitencial, denominada "Aparelhament".
Los Perfectos y Perfectas :
Entre los cátaros, la mujer disfrutaba del mismo nivel de consideración que el hombre, y el grado de perfecto o perfecta se correspondía con el del obispo católico. El nombre de perfecto o perfecta, no indicaba un adjetivo de superioridad o calificación jactanciosa; todo lo contrario, indicaba una idea de perfección, accesible únicamente mediante una dura iniciación. Los Perfectos y Perfectas, eran los encargados de predicar la doctrina cátara, así como atender a los moribundos, a quienes antes de morir les era administrado el único sacramento cátaro: el "Consolamentum", un sacramento que era el equivalente al Bautismo. El Consolamentum era realizado a través de la imposición de manos, y cuyo objeto era limpiar al moribundo de todo pecado, a fin de alcanzar la salvación. También era posible recibir dicho sacramento sin que el individuo estuviera en peligro de muerte; en este caso, el Consolamentum era otorgado previo acuerdo con el creyente y recibía el nombre de "Convenenza". El creyente que había recibido el Consolamentum antes de morir quedaba libre de pecado y, con ello, evitaba tener que volver a reencarnarse. El creyente que era iniciado para ser Perfecto, antes de poder acceder a dicho estatus, debía recibir el Consolamentum de un Perfecto. Los Perfectos eran reconocidos por sus túnicas de color negro o azul marino, las cuales eran sujetadas a la cintura con una soga.
Entre las particularidades más destacadas de los cátaros, están las referentes a su alimentación. No comían carne de animales de sangre caliente, puesto que creían que en una próxima reencarnación podrían reencarnarse en uno de ellos, a excepción de los peces, que sí estaba permitido su consumo por considerarse animal de sangre fría. Esto propiciaba a que la alimentación principal de los cátaros fuese vegetariana.
Los cátaros practicaban el ayuno y rechazaban el acto sexual con fines de procreación, a fin de no traer nuevas almas al mundo, ya que creían que permanecerían prisioneras dentro de un cuerpo físico y material. En cambio, en su desprecio hacia el cuerpo físico y la carne del cuerpo, aceptaban las relaciones sexuales libres, así como la homosexualidad, ya que pensaban que el espíritu también participaba del disfrute del cuerpo. Como excepción a dicha practica sexual se encontrarían los llamados Perfectos, quienes hacían voto de castidad.
Sentían desprecio hacia la Iglesia Católica así como a sus sacramentos, refiriéndose a la misma como "una cueva de ladrones", debido a las actuaciones y abusos llevados a cabo por los obispos y clérigos de la Edad Media.
Rechazaban el culto a la cruz, ya que consideraban que representaba un instrumento de suplicio y no un símbolo de salvación. Aceptaban el suicidio como una forma de liberación del espíritu, por lo que no lo consideraban pecado. A tal efecto, en los momentos más difíciles y adversos, podía llevarse a cabo una práctica donde los cátaros morirían por ayuno total voluntario, prácticas suicocidas como la "Endura".
La Religión de losCátaros
Su origen se pierde en el tiempo, con unas doctrinas consideradas heréticas.
Los cátaros consideraban a la Iglesia de Roma, desorientada y perdida en su primitiva esencia, con que los primeros cristianos vivían su Fe, con sencillez, pobreza y humanismo, que según los cátaros, había perdido en gran manera, convirtiéndose en una religión, prepotente, intransigente, cuyos fieles vivían en continuo temor al castigo divino por cualquier falta o desvío de sus actos, que pudiera reportarles la condenación de sus almas, estaban los cristianos obligados bajo pena de excomunión, obediencia ciega hacia los dogmas que la Iglesia, consideraba inamovibles.
En un principio fue difícil la investigación de los cátaros, debido a la persecución sufrida, que los diezmó físicamente, destruyendo además en gran manera todo documento que pudiera dar alguna luz realista sobre esta herejía.
Aun así se han descubierto libros cátaros, “El libro de los dos principios “como “El Ritual Occitano”“El Ritual latino”. Pero el principal de todos ellos es el dicho anteriormente “El libro de los dos principios”, a parte de esto la bibliografía sobre el tema hasta ahora es muy escasa, debido en parte a la destrucción sistemática de todos sus escritos y libros, por parte de los cruzados.
Gracias al descubrimiento de “El libro” por el dominico Dondaine en Florencia, publicado por primera vez en 1939, se pueden extraer conocimientos cátaros de una forma fehaciente, lo mismo se puede decir del “Anónimo” por el mismo investigador, cuyos manuscritos se encuentran en la Biblioteca Nacional de París, publicados por Cristina Thouzellier en 1961.
El catarismo era una religión monoteísta, que no obstante, creía en los dos principios fundamentales el bien y el mal, el primero correspondía a la parte espiritual de la persona, y el segundo constituía la parte física que el diablo intentaba dominar, esta dualidad estaba siempre en constante lucha, hasta que la muerte con la destrucción del cuerpo, se liberaba del demonio definitivamente, por ello los fieles nunca la temían, aun bajo los mas terribles sufrimientos.
Era una de las pocas doctrinas en donde existía la “Endura” por la cual, en muy contadas y extraordinarios motivos, era permitido el suicidio, por medio de la privación total de comer y beber. Pero sobre todo la endura se practicaba, cuando intuían que su fin por enfermedad estaba próximo, abandonándose en su camastro con total pasividad, sin moverse, sin comer y dejando que la fiebre o la enfermedad siguiera su curso, teniendo además en cuenta que la longevidad media en aquella época era de unos treinta años, así como la casi inexistencia de una medicina tal y como ahora la conocemos, solamente remedios caseros, y la convicción de que Dios era quien decidía cuando una persona debía morir, más aun por cuanto el cristianismo era totalmente reacio a las investigaciones científicas de cualquier tipo.
La iniciación de todo aquel que ingresaba voluntariamente en formar parte de los cátaros duraba tres o cuatro años. Debían aprenderse de memoria el Evangelio de San Juan, ayunar tres veces por semana, someterse a las tres cuaresmas, Navidad, Pascua y Pentecostés.
No debían mentir nunca, marchaban siempre por parejas, dejarse la barba, que posteriormente suprimieron, por causa de las persecuciones, vestían de negro, cubriéndose la cabeza con la capucha del manto, dos cosas estas que también suprimieron, por razón de seguridad, debían llevar siempre una bolsa, donde guardaban, el Evangelio de San Juan, una marmita, para evitar si alguien les prestaba un recipiente para comer, que pudiera contener restos de grasa, ya que la tenían prohibida.
Debían respetar a los demás, como fin para salvarse a si mismos, los sueños eran interpretados como la manifestación de su alma. Consideraban la Biblia, como un libro atroz y monstruoso, por los relatos que contenían, crueles y llenos de sangrientas guerras, que no respetaban a sus semejantes. El signo de la cruz era igualmente rechazado, por considerarlo una muerte ignominiosa, por lo tanto, no admitían la Eucaristía.
Vivían pobremente al estilo de los primeros cristianos, ayudando a todo aquel que lo necesitase, se sustentaba por su trabajo manual, que debía cada uno escoger de su preferencia, y realizarlo con total perfección. Los únicos templos que se permitían era el mismo cuerpo, que debían purificarlo constantemente con ayunos, y mortificaciones, en donde residía el espíritu de Cristo. Creían en la transmigración del alma de unos cuerpos a otros, al igual que la metempsicosis de los hindúes.
Aun así la extrema dureza de sus vidas, que eran seguidas a rajatabla por los “Perfectos”, sin embargo los fieles y sus seguidores, no estaban obligados a tales comportamientos, existiendo gran tolerancia en el cumplimiento de sus deberes mas esenciales.
En la edad Media, la mujer era considerada como un simple objeto de reproducción humana, sin ninguna clase de derecho, pudiendo incluso el marido matarla en caso de adulterio.
Los cátaros consideraban que la mujer debía emanciparse, y aun considerando el amor carnal como un pecado, no era así al tratarse de una mujer creyente. El bautizo era imprescindible, para salvar el alma que debía ser pura, no admitían la idea cristiana del juicio final ni del infierno eterno.
Eran llamados “Buenos hombres”, existiendo jerarquías para la administración del territorio, estos eran los obispos acompañados de un Hijo mayor, como sucesor y un Hijo menor como sucesor del mayor. Cada obispo al ser bautizado recibían el “consolamiento” comprometiéndose a no caer nunca en pecado, los mismos obispos impartían dicho “consolamiento” a los moribundos, para que así pudieran transmigrar a otro cuerpo mas apropiado, para ofrecerle la oportunidad de su salvación, caso de no ir al cielo directamente.
Otro miembro jerárquico era el de los “Perfectos” que obtenían tal nombramiento de su obispo por medio del consolamiento, debiendo observar el cumplimiento de la de todos sus fieles, las mujeres también podían ser perfectas, pero debían proceder de la nobleza, al contrario de los hombres que podían ser nombrados, a partir de cualquier clase social
Eran algo mas optimistas que el resto de las religiones, que vivían siempre bajo el temor del castigo eterno, los cátaros eran mas positivos, ofreciendo para el alma de sus creyentes un mejor destino que al morir se convertían en “Espíritu de la Luz”.
Se reprochaba a los cátarose cuando el fallecimiento era irremediable, dejaban tranquilo al enfermo, para que su tránsito fuera sosegado y apacible, rechazaban de plano las prácticas de los cristianos, que hasta el último momento, sangraban y sometían gran sufrimiento a sus enfermos.
Para los cátarosla muerte solo era una puerta que debían cruzar, reconfortados consigo mismos, resultado de ello el paso hacia una mejor vida, con la posibilidad de purificarse, sin el lastre que resultaba la posesión del cuerpo.
Motivo de la cruzada
El legado papal, Pierre de Castelnau expresaba en 1208 lo siguiente, cita extraída del libro de Blum: “Los asuntos de Nuestro Señor están mal llevados en el Languedoc. Para que se restablezcan, sería necesario que se cometa contra la Iglesia un gran crimen que justificase una intervención del ejército. Quiera el cielo que yo sea la primera víctima”. El 15 de febrero del mismo año, su deseo se cumplió. La Iglesia acusó a las gentes del conde de Tolosa, es decir del Languedoc que eran gobernados por él. Dos días después el papa le pide al rey Felipe Augusto que intervenga organizando una cruzada por 40 días, renovables.
Béziers
El 21 de julio de 1209 un ejército de 20.000 caballeros y 100.000 siervos se despliega ante las murallas de Béziers. Como representante del papa viajaba el Abad del Cister, Arnau Amalric, el cual propone la entrega de 222 cátaros, así se perdonará a la ciudad. La respuesta fue valiente y unánime, los habitantes –cátaros y católicos- unidos defenderían la ciudad. En menos de una hora la ciudad caía. Entre 5 a 6 mil personas, ancianos, niños y mujeres se refugian en la iglesia de Santa Magdalena. El comandante del ejército no pudiendo distinguir entre católicos y cátaros pregunta al representante papal qué hacer y acá historiadores y trovadores señalan que Arnau Amalric dijo: “Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos”.
Luego cae Carcasona, se deja escapar a sus habitantes pero hay saqueo. Luego cae Albi y así cada ciudad.
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Los cátaros consideraban a la Iglesia de Roma, desorientada y perdida en su primitiva esencia, con que los primeros cristianos vivían su Fe, con sencillez, pobreza y humanismo, que según los cátaros, había perdido en gran manera, convirtiéndose en una religión, prepotente, intransigente, cuyos fieles vivían en continuo temor al castigo divino por cualquier falta o desvío de sus actos, que pudiera reportarles la condenación de sus almas, estaban los cristianos obligados bajo pena de excomunión, obediencia ciega hacia los dogmas que la Iglesia, consideraba inamovibles.
En un principio fue difícil la investigación de los cátaros, debido a la persecución sufrida, que los diezmó físicamente, destruyendo además en gran manera todo documento que pudiera dar alguna luz realista sobre esta herejía.
Aun así se han descubierto libros cátaros, “El libro de los dos principios “como “El Ritual Occitano”“El Ritual latino”. Pero el principal de todos ellos es el dicho anteriormente “El libro de los dos principios”, a parte de esto la bibliografía sobre el tema hasta ahora es muy escasa, debido en parte a la destrucción sistemática de todos sus escritos y libros, por parte de los cruzados.
Gracias al descubrimiento de “El libro” por el dominico Dondaine en Florencia, publicado por primera vez en 1939, se pueden extraer conocimientos cátaros de una forma fehaciente, lo mismo se puede decir del “Anónimo” por el mismo investigador, cuyos manuscritos se encuentran en la Biblioteca Nacional de París, publicados por Cristina Thouzellier en 1961.
El catarismo era una religión monoteísta, que no obstante, creía en los dos principios fundamentales el bien y el mal, el primero correspondía a la parte espiritual de la persona, y el segundo constituía la parte física que el diablo intentaba dominar, esta dualidad estaba siempre en constante lucha, hasta que la muerte con la destrucción del cuerpo, se liberaba del demonio definitivamente, por ello los fieles nunca la temían, aun bajo los mas terribles sufrimientos.
Era una de las pocas doctrinas en donde existía la “Endura” por la cual, en muy contadas y extraordinarios motivos, era permitido el suicidio, por medio de la privación total de comer y beber. Pero sobre todo la endura se practicaba, cuando intuían que su fin por enfermedad estaba próximo, abandonándose en su camastro con total pasividad, sin moverse, sin comer y dejando que la fiebre o la enfermedad siguiera su curso, teniendo además en cuenta que la longevidad media en aquella época era de unos treinta años, así como la casi inexistencia de una medicina tal y como ahora la conocemos, solamente remedios caseros, y la convicción de que Dios era quien decidía cuando una persona debía morir, más aun por cuanto el cristianismo era totalmente reacio a las investigaciones científicas de cualquier tipo.
La iniciación de todo aquel que ingresaba voluntariamente en formar parte de los cátaros duraba tres o cuatro años. Debían aprenderse de memoria el Evangelio de San Juan, ayunar tres veces por semana, someterse a las tres cuaresmas, Navidad, Pascua y Pentecostés.
No debían mentir nunca, marchaban siempre por parejas, dejarse la barba, que posteriormente suprimieron, por causa de las persecuciones, vestían de negro, cubriéndose la cabeza con la capucha del manto, dos cosas estas que también suprimieron, por razón de seguridad, debían llevar siempre una bolsa, donde guardaban, el Evangelio de San Juan, una marmita, para evitar si alguien les prestaba un recipiente para comer, que pudiera contener restos de grasa, ya que la tenían prohibida.
Debían respetar a los demás, como fin para salvarse a si mismos, los sueños eran interpretados como la manifestación de su alma. Consideraban la Biblia, como un libro atroz y monstruoso, por los relatos que contenían, crueles y llenos de sangrientas guerras, que no respetaban a sus semejantes. El signo de la cruz era igualmente rechazado, por considerarlo una muerte ignominiosa, por lo tanto, no admitían la Eucaristía.
Vivían pobremente al estilo de los primeros cristianos, ayudando a todo aquel que lo necesitase, se sustentaba por su trabajo manual, que debía cada uno escoger de su preferencia, y realizarlo con total perfección. Los únicos templos que se permitían era el mismo cuerpo, que debían purificarlo constantemente con ayunos, y mortificaciones, en donde residía el espíritu de Cristo. Creían en la transmigración del alma de unos cuerpos a otros, al igual que la metempsicosis de los hindúes.
Aun así la extrema dureza de sus vidas, que eran seguidas a rajatabla por los “Perfectos”, sin embargo los fieles y sus seguidores, no estaban obligados a tales comportamientos, existiendo gran tolerancia en el cumplimiento de sus deberes mas esenciales.
En la edad Media, la mujer era considerada como un simple objeto de reproducción humana, sin ninguna clase de derecho, pudiendo incluso el marido matarla en caso de adulterio.
Los cátaros consideraban que la mujer debía emanciparse, y aun considerando el amor carnal como un pecado, no era así al tratarse de una mujer creyente. El bautizo era imprescindible, para salvar el alma que debía ser pura, no admitían la idea cristiana del juicio final ni del infierno eterno.
Eran llamados “Buenos hombres”, existiendo jerarquías para la administración del territorio, estos eran los obispos acompañados de un Hijo mayor, como sucesor y un Hijo menor como sucesor del mayor. Cada obispo al ser bautizado recibían el “consolamiento” comprometiéndose a no caer nunca en pecado, los mismos obispos impartían dicho “consolamiento” a los moribundos, para que así pudieran transmigrar a otro cuerpo mas apropiado, para ofrecerle la oportunidad de su salvación, caso de no ir al cielo directamente.
Otro miembro jerárquico era el de los “Perfectos” que obtenían tal nombramiento de su obispo por medio del consolamiento, debiendo observar el cumplimiento de la de todos sus fieles, las mujeres también podían ser perfectas, pero debían proceder de la nobleza, al contrario de los hombres que podían ser nombrados, a partir de cualquier clase social
Eran algo mas optimistas que el resto de las religiones, que vivían siempre bajo el temor del castigo eterno, los cátaros eran mas positivos, ofreciendo para el alma de sus creyentes un mejor destino que al morir se convertían en “Espíritu de la Luz”.
Se reprochaba a los cátarose cuando el fallecimiento era irremediable, dejaban tranquilo al enfermo, para que su tránsito fuera sosegado y apacible, rechazaban de plano las prácticas de los cristianos, que hasta el último momento, sangraban y sometían gran sufrimiento a sus enfermos.
Para los cátarosla muerte solo era una puerta que debían cruzar, reconfortados consigo mismos, resultado de ello el paso hacia una mejor vida, con la posibilidad de purificarse, sin el lastre que resultaba la posesión del cuerpo.
Motivo de la cruzada
El legado papal, Pierre de Castelnau expresaba en 1208 lo siguiente, cita extraída del libro de Blum: “Los asuntos de Nuestro Señor están mal llevados en el Languedoc. Para que se restablezcan, sería necesario que se cometa contra la Iglesia un gran crimen que justificase una intervención del ejército. Quiera el cielo que yo sea la primera víctima”. El 15 de febrero del mismo año, su deseo se cumplió. La Iglesia acusó a las gentes del conde de Tolosa, es decir del Languedoc que eran gobernados por él. Dos días después el papa le pide al rey Felipe Augusto que intervenga organizando una cruzada por 40 días, renovables.
Béziers
El 21 de julio de 1209 un ejército de 20.000 caballeros y 100.000 siervos se despliega ante las murallas de Béziers. Como representante del papa viajaba el Abad del Cister, Arnau Amalric, el cual propone la entrega de 222 cátaros, así se perdonará a la ciudad. La respuesta fue valiente y unánime, los habitantes –cátaros y católicos- unidos defenderían la ciudad. En menos de una hora la ciudad caía. Entre 5 a 6 mil personas, ancianos, niños y mujeres se refugian en la iglesia de Santa Magdalena. El comandante del ejército no pudiendo distinguir entre católicos y cátaros pregunta al representante papal qué hacer y acá historiadores y trovadores señalan que Arnau Amalric dijo: “Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos”.
Luego cae Carcasona, se deja escapar a sus habitantes pero hay saqueo. Luego cae Albi y así cada ciudad.
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Tema ampliado:
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La destrucción de Los Cátaros
La destrucción de Los Cátaros
A partir del año 1000 se extiende paulatinamente por todo el sur de Francia, el llamado país de Oc, entonces independiente del Norte, la llamada herejía cátara o albigense. La herejía convivía inicialmente con la Iglesia católica, y era practicada popularmente contando con el beneplácito de la nobleza y de los habitantes de las ciudades. La herejía cátara no fue un fenómeno singular. Durante la Edad Media habría habido muchas otras más, prácticamente todas ellas sofocadas a sangre y fuego por la autoridad religiosa del Papado y la temporal de los príncipes de la época.
Los cátaros eran un movimiento ascético y religioso que rechazaba la autoridad de la Iglesia católica. Hallamos su origen intelectual en la herejía bogomilita búlgara, la cual a su vez se había nutrido del dualismo maniqueísta, emparentado con el mazdeísmo de Zoroastro. El bogomilismo había llegado a Occidente instalándose fundamentalmente por el sur de Francia, el norte de Italia e Inglaterra. Los cátaros se llamaban a si mismos "puros". Erróneamente se quiere hacer derivar el nombre de albigenses de la ciudad francesa de Albi, cuando su origen se halla en la raíz "alb", que significa blanco, raíz de la que derivan nombres como Albania,.
Para los cátaros lo material es impuro y demoníaco. La realidad no es más que la lucha entre el Bien (el espíritu) y el Mal (la materia). El alma, que transmigra de unos cuerpos a otros con la muerte, se halla emprisionada en el cuerpo, que tiene carácter material y malvado. Para la salvación hay que renunciar al mundo, aunque en la vida diaria los cátaros no eran extremistas. La moral de los cátaros es doble. Para las personas normales sólo se exige la fe, con muy pocas obligaciones, de manera que existe una casi absoluta libertad de vida y de costumbres. En el aspecto sexual esto se manifiesta en una absoluta promiscuidad. Para los "puros", para aquellos que destinan su vida a la ascesis, llamados "perfectos", se excluye toda forma de propiedad, viviendo en la más absoluta pobreza, y también todo contacto sexual. Los "perfectos" no podían comer carne, ni hacer la guerra. Vestían con túnicas negras, y vivían en comunidad. Hombres y mujeres por separado. Frente al sacerdote católico, que no trabaja, el perfecto tenía como obligación tener un oficio y dominarlo, y trabajar para la comunidad y para los demás: jamás para su propio lucro.
Para la doctrina albigense la Iglesia católica es una de las expresiones del Mal. Los cátaros consideraban que el Yahvé bíblico no era más que Satán y que hasta la venida de Cristo los hombres habían vivido bajo el imperio del Mal. Cristo enseñaría a la Humanidad el camino del espíritu, aunque su visión de Jesús era completamente diferente a la de la Iglesia católica. Para el catarismo la Iglesia no era más que Babilonia, el templo del diablo, la corrupta y cortesana, la sinagoga de Satán. El culto cátaro era sencillo, sin imágenes, ni cruces ni sacramentos.
En la época en que el catarismo se expandía por el sur de Francia aquellos territorios y ciudades eran prósperos y ricos. El comercio se hallaba muy desarrollado. El catarismo se asimiló enseguida a la sociedad provenzal. La pequeña nobleza se adscribió enseguida a la herejía, del mismo modo que la burguesía. El catarismo permitía el préstamo con interés, práctica entonces prohibida por la Iglesia. Por otra parte, los albigenses tenían una gran consideración hacia las mujeres. Incluso las permitían ser "perfectas" al igual que los hombres. Por lo que los cátaros eran muy bien vistos entre las personas de sexo femenino.
Para los campesinos el catarismo era atractivo porque los cátaros no pedían diezmo, impuesto que sí pagaban a la Iglesia. Muy al contrario, era obligación de los perfectos trabajar a cambio de nada para la comunidad, normalmente tejiendo, aunque profesaban otros oficios. Por este motivo, cuando los perfectos llegaban a alguna casa, o aldea, o a alguna ciudad, lejos de ser tratados con desconfianza eran muy bien recibidos. Eran considerados personas honradas y decentes, trabajadores, que ayudaban a los demás, mientras que los representantes de la Iglesia eran corruptos y explotaban el trabajo de los campesinos sin ofrecer nada a cambio. En el momento de morir en sacrificio, los cátaros eran un ejemplo de piedad y de entereza. Siendo perseguidos por la Iglesia, como los primitivos cristianos, hasta el final en la hoguera se les oía cantar mientras las llamas avanzaban sobre ellos.
Poco a poco, y pese a que era perseguida por la excomunión de la Iglesia, la hoguera de la Inquisición y las armas de los cruzados del Norte, el catarismo se fue convirtiendo en la religión del Midi francés, (región que pertenecía entonces a la Corona de Aragón) perdiendo simultáneamente influencia la Iglesia romana.
Sin embargo ésta no estaba dispuesta a verse batida en el corazón de Europa, y menos a causa de la expansión de una herejía. No obstante, la amenaza era cierta, porque a principios del siglo XIII pocos bautizaban ya a sus hijos en el país de Oc y ya nadie hacía caso a los sacerdotes católicos ni pagaba los diezmos a la Iglesia.
Inicialmente la Iglesia trata de luchar contra la herejía albigense por medio de la predicación y de la palabra, aunque el fuego es utilizado desde el principio para reprimirla. Los primeros casos de ejecuciones a través de la hoguera se remontan a principios del siglo XI. Se convocaron discusiones públicas con la finalidad de convencer a los herejes de sus errores. En 1145 la Iglesia envió a San Bernardo al país de Oc para que mediante la predicación convirtiera de nuevo a los habitantes del Midi. En algunos sitios no fue escuchado, en otros sí, y en otros fue abucheado. Intentó en vano realizar conversiones. Y en su informe al Papa confesó que había fracasado, aunque también dijo que en aquellas tierras no había encontrado nada que pudiera considerarse pecaminoso.
Posteriormente, cuando se había visto que la predicación era insuficiente para luchar contra la herejía, y que el catarismo se expandía sin remedio, se dio paso a la Cruzada y la Iglesia crea la Inquisición. Aquello que la
palabra no había podido vencer sería sofocado mediante el hierro y la hoguera.
La orden de los dominicos, que se llamaban a si mismos los perros de Dios, es fundada como una orden mendicante por Santo Domingo de Guzmán en 1215 para luchar mediante la predicación contra la herejía albigense.
Su regla impone a sus miembros unas durísimas condiciones de pobreza y disciplina. Los dominicos trataban de emular las condiciones de vida de los primeros cristianos, y se dedican fundamentalmente al estudio, a la oración y a la predicación. En su tiempo se trataba de una orden revolucionaria. Se oponían, aunque dentro de la Iglesia, a la vida escandalosa de la jerarquía eclesiástica y a su ostentosa corrupción. En aquella época buena parte del clero secular se hallaba completamente desprestigiado a causa de sus condiciones de vida corrupta y licenciosa, lo que en buena parte fue la causa de la expansión de la herejía cátara y de otras herejías y órdenes mendicantes basadas en la pobreza. Los dominicos llevaban una forma de vida tan austera como los mismos albigenses. De entre las filas de los dominicos surgirían figuras como Alberto Magno o Santo Tomás de Aquino.
El Papa Gregorio IX crea en 1231 la Inquisición, que encarga a la orden de los dominicos. Su finalidad es originalmente reprimir la herejía cátara: acabar con ella por medio de la institucionalización del terror. Desde el primer momento la Inquisición condena a muerte a aquellos que han sido hallados culpables de herejía. Los procesos contra los acusados se realizaban sin las más mínimas garantías procesales. La confesión por medio de la tortura se institucionaliza en 1252. La pena capital, generalmente por medio del fuego, fue empleada por la Inquisición contra los albigenses en miles de ocasiones, aunque el fuego fue empleado para reprimir la herejía desde sus inicios, mucho antes de la aparición de la Inquisición.
Los papas intentaron conseguir el apoyo de los monarcas francos del Norte con la finalidad de reprimir militarmente la herejía cátara. Sin embargo, inicialmente los monarcas francos no estaban muy por la labor. A pesar de todo, la soflama de los papas cada vez era más alta, hasta que llegaron a la excomunión de los príncipes provenzales. En ese momento, a cambio de participar en la Cruzada contra la herejía, el Papa garantizaba el cielo para aquellos que murieran en la misma, y para los que sobrevivieran bendijo la rapiña y el saqueo. Excomulgando a los príncipes provenzales, garantizó que aquellos príncipes del Norte que ocuparan los puestos de aquellos en la jerarquía feudal serían bendecidos por la Iglesia. Y bajo la esperanza de una gran rapiña para la soldadesca y de territorios para la nobleza cruzada, la Cruzada contra los cátaros se puso en marcha en varias ocasiones.
La herejía cátara no fue fácilmente reprimida, sin embargo. Fueron necesarios siglos de luchas, de Inquisición y de cruzada para erradicarla. La lucha, como vemos, no fue únicamente religiosa. Los reinos francos del Norte comprendieron que su línea de expansión natural era hacia el Sur, hacia las tierras del Midi, más allá del Loira. Y las oportunidades de rapiña eran muy grandes, porque el Midi franco era en aquella época rico y próspero. Los príncipes del Sur por su parte, habían acogido con tolerancia la herejía, e incluso la habían practicado a causa de la relajación de costumbres que predicaba, por lo que se habían colgado a si mismos el sambenito de herejes.
El pretexto para la agresión y la guerra se hallaba pues servido.
El saqueo de Béziers supondría la muerte a cuchillo de toda su población, unas 170.000 personas. El legado papal afirmaría "matadlos a todos: Dios reconocerá a los suyos". La misma historia se repetiría una y otra vez, año tras año, en una ciudad y otra hasta que se acabase con la herejía. Una matanza sucedería a la anterior. Una y otra vez las ciudades del Sur serían sitiadas y saqueadas, y una y otra vez los príncipes del Sur las recuperarían hasta que la guerra devastó toda la región. La guerra duraría siglos y sería extremadamente violenta. Cientos de miles de personas fueron pasados a cuchillo por la violencia extrema de ambas partes. Se dice que se emplearon miembros humanos como munición para las catapultas, con la finalidad de vencer la resistencia moral de los adversarios sitiados. Al final del proceso el sur de Francia pasaría a ser vasallo de los monarcas francos del Norte.
Y por donde pasaban los cruzados, a continuación llegaban los inquisidores. Miles de personas fueron procesados y muertos en la hoguera. La Inquisición ofrecía recompensa monetaria a quien entregase a un hereje. El 16 de marzo de 1244, 205 perfectos fueron quemados junto al penúltimo castillo cátaro, la fortaleza de Montsegur, en un lugar que desde entonces tiene el nombre de Prado de los Quemados. El castillo de Quéribus, el último de los cátaros, fue tomado en 1255. A partir de entonces el Midi francés había sido conquistado por los monarcas francos del Norte y la herejía cayó en una profunda decadencia, de la cual jamás se recuperaría.
Sin embargo, todavía existiría por varios siglos, aunque la Inquisición acabaría con ella llevando a cualquier sospechoso de catarismo a la hoguera.
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La Corona de Aragón con -Jaime I el Conquistador- conquistó el reino de Valencia, el reino de Mallorca (Baleares) y una parte del reino de Murcia, todos ellos musulmanes.
En 1258 en el Tratado de Corbell entre Jaime I y (San) Luis IX de Francia, Aragón renuncia a sus derechos sobre los territorios del “Mediodía”, mientras que el rey francés hace lo propio de los que pudieran corresponderle sobre los condados catalanes.
Con todo lo mostrado, existen razones evidentes para querer conocer algunas de las zonas de Occitania en donde se establecieron los cátaros, surgieron los trovadores, y en las que hace cientos de años Aragón tuvo una destacada presencia.
A finales del XIII, Pedro III el Grande, hijo de Jaime I, conquistó la isla de Sicilia. Comenzaba así la expansión mediterránea de la Corona de Aragón. Mas adelante, en el siglo XIV, Jaime II ocupó la isla de Cerdeña y hacia finales de este siglo, los almogávares (soldados mercenarios de la Corona de Aragón) conquistaron los ducados griegos de Atenas y Neopatria. Finalmente, en el siglo XV, Alfonso V, de la dinastía trastámara, anexionó el reino de Nápoles a la corona aragonesa, culminando el Imperio Mediterráneo de la Corona de Aragón.
Jaime I "El Conquistador".
(Nació en Montpellier, actual Francia, 1208 y murió en Alcira provincia de Valencia, 1276). Rey de Aragón, conde de Barcelona y señor de Montpellier (1213-1276) y rey de Mallorca (1229-1276) y de Valencia (1239-1276).
Jaime I "El Conquistador".
(Nació en Montpellier, actual Francia, 1208 y murió en Alcira provincia de Valencia, 1276). Rey de Aragón, conde de Barcelona y señor de Montpellier (1213-1276) y rey de Mallorca (1229-1276) y de Valencia (1239-1276).
Hijo del rey Pedro II el Católico y de María de Montpellier, Jaime I el Conquistador se convirtió en soberano de la Corona de Aragón con tan sólo cinco años, al morir su padre en la batalla de Muret, frente a los cruzados de Simón de Montfort en defensa de sus vasallos languedocianos (1213).
Infancia y juventud
Hijo de Pedro II el Católico y de María de Montpellier, era el heredero de dos importantes linajes: la Casa de Aragón y el de los emperadores de Bizancio, por parte de su madre. Tuvo una infancia difícil. Su padre, que acabaría repudiando a la reina, solo llegó a concebirlo mediante engaño de algunos nobles y eclesiásticos que temían por la falta de un sucesor, y la colaboración de María, haciendo creer a Pedro que se acostaba con una de sus amantes. Estas circunstancias produjeron el rechazo de Pedro II hacia el pequeño Jaime, a quien no conoció sino a los dos años de su nacimiento. A esa edad, el rey hizo un pacto matrimonial para entregar a su hijo Jaime a la tutela de Simón, Señor de Montfort, para casarlo con la hija de este, Amicia, para lo cual el niño iba a ser recluido en el castillo de Carcasona hasta los 18 años.
A la muerte de su padre, durante la cruzada albigense, en la batalla de Muret (1213), Simón de Montfort se resistió a entregar a Jaime a los aragoneses hasta después de un año de reclamaciones y solo por mandato del papa Inocencio III. Durante su minoría de edad, estuvo bajo la tutela de los caballeros templarios en el castillo de Monzón, habiendo sido encomendado a Guillemo de Mont-Rodon, junto con su primo de la misma edad, el Conde de Provenza Ramón Berenguer V. Mientras, actuaba como regente del reino el conde Sancho Raimúndez, hijo de Petronila de Aragón y Ramón Berenguer IV y tío abuelo de Jaime. Heredó el señorío de Montpellier a la muerte de su madre (1213).
Los templarios dominaron las tierras de esta parte del reino aragonés desde el año 1149 hasta la disolución de la Orden, en 1309. El conde de Barcelona Ramón Berenguer IV cedió a los templarios el castillo de Monzón, entre otras propiedades. De este modo, la Orden llegó a tener en su poder 28 iglesias, repartidas por una extensa área geográfica del reino.
La razón de entregarlo a la Orden fue que se vio en los templarios la mejor opción para inculcarle al joven Jaime los valores propios del rey, del caballero y del cristiano en que se convertiría; además de que la Orden podría defenderlo de las facciones opositoras que planeaban secuestrarlo o acabar con su vida.
En Monzón, Jaime I estaría bajo la tutela de Guillem de Montrodó. Nacido en 1165, fue hijo de una familia de la baja nobleza, vasalla de la casa Centelles. En la época, los hijos segundones eran destinados a ingresar en órdenes religiosas o militares. Fue el caso de Guillem, segundo de cuatro hermanos, que ingresó en la Orden del Temple en 1203
Tras diez años al servicio de los templarios, donde fue ganando peso, es nombrado maestre de la provincia templaria de Aragón, Cataluña y Provenza. Su papel fue fundamental para que el papa Inocencio II intercediera por la liberación de Jaime I de Carcassone y que éste fuera enviado a Monzón. Allí, durante tres años, aleccionaría al futuro monarca, quien años más tarde le nombraría parte de su Consejo, como responsable de la hacienda pública.
Huérfano de padre y madre, tenía unos 6 años cuando fue jurado en las Cortes de Lérida de 1214. En septiembre de 1218 se celebraron por primera vez en Lérida unas Cortes generales, en las cuales fue declarado mayor de edad.
En febrero de 1221 contrajo matrimonio en la población soriana de Ágreda,4 población fronteriza entre Castilla y Aragón, con Leonor de Castilla, hermana de la reina Berenguela de Castilla y tía de Fernando III. Tras la boda la pareja se trasladó a la catedral de Tarazona, donde Jaime fue ordenado caballero. Anulado su primer casamiento por razón de parentesco en 1229, contrajo segundo matrimonio con la princesa Violante (8 de septiembre de 1235), hija de Andrés II, rey de Hungría. Por el testamento de su tío segundo Nuño Sánchez, heredó los condados de Rosellón y Cerdaña y el vizcondado de Fenolleda en Francia (1241).
El castillo de Monzón, una leyenda oculta
Se dice que hay una figura blanca que pasea por el castillo las noches de primavera
El castillo de Monzón, magnifica fortaleza bien restaurada, comenzada a levantar por los musulmanes, fue catalogada en su día como Monumento Histórico Artístico Nacional.
Sus partes más antiguas datan del siglo IX y fue un importante centro de poder de los templarios. La entrada está flanqueada por dos edificios medievales: la torre de Jaime I y la capilla.
Esta torre construída por la orden de los Templarios en el siglo XII, tiene base trapezoidal, la cual sirvió para alojar al príncipe Jaime durante su estancia con la orden de los templarios y como cárcel en el periodo comprendido entre 1143 y 1308.
Dentro de la meseta, aislada en el centro, esta la torre del Homenaje, probablemente árabe. La sala de los Caballeros se alinea junto al acantilado y finalmente el torreón de las dependencias. Los cinco edificios son independientes y constituyen uno de los más claros ejemplos de castillo de planta irregular dispersa.
Asentado sobre un cerro de laderas escarpadas, es otro de los importantes castillos-fortaleza de Huesca.
Monzón, capital del Cinca Medio, y edificada junto a la confluencia de los ríos Sosa y Cinca, se extiende a la sombra de una colina presidida por su Castillo.
La leyenda comienza cuando un caballero llamado Guillem de Montredon, en 1203 ingresó como caballero templario. Muy apreciado por el rey Pedro II de Aragón, luchó a su lado en la Batalla de Las Navas de Tolosa y en la Batalla de Muret, donde murió el rey, luchando contra Simón IV de Monfort.
El hijo de Pedro II, de cinco años de edad, el futuro rey Jaime I de Aragón, (Jaime el Conquistador) fue secuestrado por Simón de Montfort, un barón francés, terriblemente sádico y sanguinario, que lo tuvo retenido un año entero como rehén.
Guillem de Montredon movió cielo y tierra para recuperar al pequeño heredero al trono. Convenció al papa Inocencio III para que obligara a Montfort a que entregara al pequeño Jaime a los templarios.
El Rey Jaime I tenía seis años y cuatro meses cuando fue reclamado por el Temple. En cumplimiento del testamento de su madre, fue educado por los templarios, le protegieron en el castillo de Monzón hasta los nueve años, en que un grupo de nobles aragoneses y catalanes pidieron su salida. En 1220 fue nombrado rey, en la capilla de San Nicolás. Toda la nobleza fue jurando lealtad al pequeño rey Jaime I.
Fue escoltado, rodeado y protegido por los todos los caballeros templarios. Todos ellos se inclinaron ante él y prometieron fidelidad, defensa y amor hacia su rey. Los veinte primeros años de la vida de Jaime I serían el resultado de la educación impartida en el castillo de Monzón.
Años más tarde, los templarios fueron cercados por las tropas del rey Jaime II de Mallorca, éstas se quejaban que a pesar del cerco duro y tenaz, los templarios del castillo de Monzón realizaban frecuentes incursiones clandestinas por todo el valle, introduciendo víveres en su castillo, practicando estas salidas por las diferentes minas y pasadizos secretos del castillo.
Jaime II atacó sus muros en 1308 con el fin de expulsar a lo últimos templarios que se habían hecho fuertes en él. Siete meses duró el cerco de Monzón desde Octubre de 1308 hasta el 24 de Mayo de 1309 después de un prolongado cerco y de una aguerrida defensa se rindieron, cuarenta templarios prestaron declaración entre Chalameda y Monzón.
Y el castillo pasó a manos de los hospitalarios que intentaron borrar a golpe de martillo todos los símbolos dejados por los templarios.
El último Comendador que rindió el castillo fue Fray Bartolomé de Belvís. De este castillo se cuenta, que ciertas noches de primavera, a finales de mayo, se ve pasear por las estancias del castillo una figura blanca, que se oyen gritos y fuertes golpes, que conmocionan toda la fortaleza.
Muchos aseguran, que se trata del Comendador Fray Bartolomé de Belvís, el último Comendador del castillo, el que tuvo que rendir y entregar la fortaleza al ser suprimida la orden.
Dicen que va vestido de blanco y que su rostro está ensangrentado, que grita y golpea las paredes del castillo, demostrando la gran injusticia cometida contra el Temple.
El Reinado ge Jaime I, se caracterizó por las Conquistas en el Mediterráneo.
Dentro de la denominada Reconquista encontraremos que los diversos reinos cristianos ubicados en la Península Ibérica fueron realizando expansiones territoriales sin tener un reparto equitativo entre estas. De esa manera, serían los reinos más fuertes los que avanzarían más hacia los musulmanes, obteniendo de esa manera mayores territorios.
Aunque la Península Ibérica caía bajo el dominio musulmán a partir del año 711, no sería hasta el año 903 cuando los invasores llegaron a ocupar definitivamente el archipiélago balear. Esto se debió sin duda a las características del terreno que hacía que las poblaciones tuvieran unas grandes defensas para el aguante de los asedios que pudieran tener.
Continuando con esta exposición sobre la conquista de Mallorca por Jaime I hemos de saber que, tras la conquista por parte de los musulmanes, las islas pasaron a depender del emirato de Córdoba que permitía que los piratas sarracenos las utilizaran como refugio.
Este elemento fue indispensable para conocer el porqué de la escasez comercial que llegó a haber en el comercio, dado que los reinos cristianos sufrían grandes pérdidas materiales en esos trasvases mercantiles. Igualmente, sería desde las islas desde donde partirían grandes racias contra las poblaciones situadas en la costa levantina, siendo las más duras contra la costa catalana.
El primer asedio a la isla de Mallorca
Ahora nos detendremos en el año 1114, para dicha fecha, tanto el reino de Aragón como Pisa, Florencia y otras ciudades del Mediterráneo, se encontraban inmersas en un gran malestar provocado por los constantes ataques piratas que recibían sus embarcaciones comerciales.
De esa manera, el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, instó a formar una liga para intentar arrebatarles el archipiélago balear a los musulmanes. El ataque duraría ocho largos meses, tras estos, el conde de Barcelona hubo de volver a sus territorios pues una ofensiva almorávide amenazaba con llegar a la ciudad condal.
Los reinos italianos pronto marcharían de las islas volviendo a sus lugares de origen cargados con un gran botín, dejando a las islas bajo el dominio musulmán.
La conquista de Mallorca
Continuando con nuestra lección sobre la conquista de Mallorca por Jaime I, hemos de saber que, tras una serie de entrevistas en la corte de Aragón y la catalana, el 5 de septiembre de 1229 partía una flota de unas 150 embarcaciones hacia la isla.
Se ha realizado un cómputo que advierte que el contingente cristiano era de 1.500 caballeros y de unos 15.000 soldados, mientras que las fuerzas musulmanas rondaban entre los 28.000 hombres y 3.500 caballeros.
Tras unos días de fuerte tormenta llegaron a un islote frente a la isla donde el monarca fue advertido, por un musulmán, de un ejército que había sido apostado en la costa para repeler el ataque cristiano. De esa manera, el monarca, tras deliberar con los nobles, decidió buscar otro punto donde desembarcar y coger por sorpresa al gobernador de la isla, siendo el lugar escogido la bahía de Santa Ponsa.
Dentro de la conquista de Mallorca por Jaime I, la batalla más importante fue la de Portopí que se realizó el 12 de septiembre en diversas zonas de la sierra de dicho nombre. Esta batalla se decantó a favor de los cristianos aunque tuvieron grandes problemas para hacerse con la victoria y, además, durante el enfrentamiento algunos de los hombres más importantes del contingente perderían la vida tras caer en las emboscadas musulmanas.
Tras esto, las tropas aragonesas y catalanas marcharon hacia la Real que se encontraba situada cerca de la acequia que abastecía a la ciudad. Allí armarían las catapultas y demás maquinaria de asedio, además de crear una empalizada para defenderse de posibles ataques musulmanes.
Durante unas semanas, se produjeron intercambios de escaramuzas que fueron mermando poco a poco la voluntad de cada jefe, llegado un momento Abú Yaha, gobernador de la isla, se entrevistó con Jaime I para negociar la rendición y de esa manera dejar de perder vidas ambos bandos. Pero la nobleza catalana y aragonesa y los miembros de la Iglesia, exigieron continuar con la campaña hasta eliminar la presencia sarracena.
Así pues, se realizaron una serie de ataques a lo largo del tiempo que fueron abriendo grandes brechas en las murallas de la ciudad, haciendo posible que el día 31 de diciembre del año 1229, Mallorca cayera en manos cristianas.
Las conquistas de Menorca e Ibiza
Tras la conquista de Mallorca por Jaime I quedaban dos grandes reductos musulmanes en las restantes islas del archipiélago. Para ello, el monarca envió tres embarcaciones con los líderes del temple a Menorca con la esperanza que las poblaciones que allí se encontraban capitulasen sin tener que llegar a entrar en batalla, debido a que, durante la conquista de Mallorca habían perdido muchos hombres.
Jaime I decidió encender grandes hogueras para hacer creer a sus enemigos que había un gran contingente militar, estratagema que dio sus frutos. Tras la firma de capitulación, Menorca siguió en posesión musulmana hasta que, en el año 1287, Alfonso III de Aragón la conquistó y la adhirió al Reino de Mallorca.
Por otro lado, la isla de Ibiza, también poseía una fuerte presencia musulmana. Esta contienda fue asignada al arzobispo de Tarragona, Guillermo de Montgri, el cual, junto a otros nobles, tomó la isla el 8 de agosto del año 1235, incorporándola al nuevo Reino de Mallorca.
Conquista de Valencia
Estatua ecuestre de Jaime I en el Parterre de Valencia (Agapito Vallmitjana, 1891). Se trata de una representación idealizada, pues porta la cimera del Rey de Aragón, que es anacrónica, ya que fue una innovación heráldica del siglo XIV de Pedro IV el Ceremonioso.
La conquista de Valencia, a diferencia de la de Mallorca, fue hecha con un importante contingente de aragoneses. Así, para empezar la conquista, en 1231 Jaime I se reunió con el noble Blasco de Alagón y Hugo de Folcalquier, maestre de la Orden Militar del Hospital, en Alcañiz para fijar un plan de conquista de las tierras valencianas. Blasco de Alagón recomendó asediar las poblaciones en terreno llano y evitar las fortificadas. Sin embargo, lo primero que se tomó fueron dos enclaves montañosos: Morella, aprovechando Blasco la debilidad de su gobierno musulmán; y Ares, lugar cercano a Morella tomado por Jaime I para obligar a Blasco de Alagón a que le entregara Morella.
La conquista de lo que posteriormente se convertiría en el reino de Valencia comienza en 1232, con la toma de Morella. En 1233 se planea la campaña en Alcañiz, que constaría de tres etapas:
La primera etapa empieza en 1233, con la toma de Burriana, en seguida y Peñíscola y el castillo de Castellón. Este último sería cedido al rey en 1242 por el llamado "laudo de los tres obispos".
La segunda etapa se dirige al sur llegando hasta el Júcar, en la ciudad de Alcira donde se encontraba el único puente de toda Valencia que cruzaba el Júcar. El 30 de diciembre de 1242 fue conquistada esta villa, permitiendo así la definitiva conquista del Reino de Valencia.
La tercera etapa abarca desde 1243 a 1245, llegándose a los límites estipulados en el Tratado de Almizra en 1244, firmado entre Jaime I y el infante Alfonso (futuro Alfonso X de Castilla) para delimitar las áreas de expansión sobre territorio musulmán entre Castilla y la Corona de Aragón. Las tierras al sur de la línea Biar-Villajoyosa quedaron reservadas para Castilla (incluyendo el reino de Murcia), incorporándose al reino de Valencia por Jaime II de Aragón tras las Sentencias arbitrales de Torrellas (1304) y el Tratado de Elche (1305).
En esta última etapa y en los años siguientes, Jaime I tuvo que hacer frente a diversas revueltas de la población mudéjar, encabezadas por el caudillo al-Azraq.
Jaime I obtuvo un gran triunfo sobre la nobleza aragonesa al convertir las tierras conquistadas en Valencia en un reino diferenciado, unido a la Corona de Aragón (1239), gracias a la elaboración legislativa de los Fueros de Valencia, els Furs. La creación del reino provocó una iracunda reacción de la nobleza aragonesa, que veía así imposibilitada la prolongación de sus señoríos en tierras valencianas.
La leyenda del Murciélago
El murciélago es el animal heráldico de Valencia por antonomasia. Según la leyenda los árabes lo domesticaban y lo empleaban para mantener a raya a los mosquitos de los terrenos pantanosos cercanos a la ciudad de Valencia.
En la época de Jaíme I un profeta árabe auguró que mientras el murciélago del dueño de la ciudad pudiera volar todas las noches la ciudad se mantendría en poder musulmán.
Las tiendas de las tropas del rey Jaime I estaban acampadas en el arrabal de Ruzafa, fuera de la muralla de la ciudad de Valencia, a la cual habían sitiado para arrebatársela a los musulmanes.
Fue por entonces cuando un murciélago hizo el nido en la parte alta de la tienda del rey como si quisiera coronarla y augurar la victoria de Jaime I. El rey ordenó que no le asustasen, sino que le complacieran para que estuviese a gusto en el campamento.
Una noche que el ejército cristiano dormía tranquilo y confiado se oyó cerca de la tienda del rey un extraño golpear de tambor. Un soldado le despertó, alertándolo. Enseguida llamó a sus capitanes para que diesen orden a los guardias de extremar la vigilancia. Entonces se dieron cuenta de que los moros estaban cerca del campamento, y dieron la alarma.
Todos los soldados se levantaron rápidamente y tomaron las armas. Se entabló una feroz batalla, en la cual el ejército moro tuvo muchas bajas y se retiró.
Después de la lucha, el rey quiso premiar al que les había avisado con golpes de tambor. Grande fue su sorpresa cuando supo al final que el aviso lo había dado el murciélago. El animalito se había dejado caer con todas sus fuerzas, muchas veces hasta que consiguió despertar al rey. Como premio a su decisiva ayuda, Jaime I hizo poner el murciélago en la parte más alta del escudo real y en el de la ciudad de Valencia.
Otra leyenda explica de diferente forma la relación del rey Jaime I con el murciélago. Un murciélago hizo el nido en el sombrero de hierro del rey Jaime, es decir, en la pieza de la armadura que cubría la cabeza. Al día siguiente cuando Jaime I se levantó y al ir a colocarse el sombrero de hierro, vio dentro al animalito con su cría. El murciélago simboliza la cualidad de la precaución y la vigilancia contra los peligros. Por eso el rey pensó que algún peligro le amenazaba. Se puso en guardia y descubrió que los moros estaban escondidos para sorprender al ejército cristiano, cosa que pudo evitar gracias a la valiosísima ayuda del murciélago.
Conquista del reino de Murcia
Castilla había sometido Murcia a vasallaje (1243), pero los murcianos se rebelaron contra Castilla con el apoyo del Reino nazarí de Granada y los gobernantes del Norte de África (1264). La reina Violante (esposa de Alfonso X el Sabio) pidió ayuda a su padre Jaime I. Entonces, tropas de la Corona de Aragón mandadas por el infante Pedro (el futuro Pedro III el Grande) conquistaron a Muhammad ibn Hûd Biha al-Dawla el reino de Murcia (1265-66), dejando después a más de 10 000 aragoneses en Murcia. En efecto, hay que recordar que según las condiciones del Tratado de Almizra (1244), Murcia pertenecería a Castilla.
Política ultrapirenaica
Mediante el Tratado de Corbeil (1258) Jaime renunció a sus derechos sobre territorios del mediodía francés. En contrapartida, san Luis de Francia renunciaba a sus derechos, como descendiente de Carlomagno, sobre los condados catalanes, herederos de la Marca Hispánica.
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El Tratado de Corbeill:
Una realidad que no se puede ocultar.
Históricamente, la Cataluña actual no existió como entidad hasta la unificación de sus 8 condados por el emperador Carlos I en 1521.
Según el ordenamiento político internacional y su jurisprudencia, los condados catalanes fueron territorio francés, feudatario de los reyes francos y así fue hasta el 16 de julio de 1258, fecha de l,Tratado de Corbeil . En el mapa que se adjunta de la Biblioteca Nacional de Paris (1235) se puede observar que Cataluña ni tan siquiera existe: los ocho condados feudales de lo que hoy es Cataluña pagaban vasallaje a los reyes francos.
Durante toda la Edad Media Cataluña era solo una “Marca Hispánica” tributaria de los Reyes Carolingios hasta que en dicho tratado de Corbeil ,1258, entre San Luis Rey de Francia y Jaime I el Conquistador , acordaron que los Condados al sur de los Pirineos tributarían a la Corona de Aragón y los condados del norte a Francia.
Los 8 condados de la Marca Hispánica tuvieron plena jurisdicción hasta el siglo XV .
La única excepción fue el Condado de Barcelona que, por el matrimonio del Conde Ramón Belenguer IV en 1137 con D.ª Petronila de Aragón , Barcelona quedó entonces incorporado a la Corona de Aragón pero sin variar su condición de condado.
Los 7 restantes condados (Besalú, Vallespir, Peralada, Ausona, Ampurias, Urgel y Cerdanya) mantuvieron su independencia hasta 1521, cuando el Rey de España Carlos I nombró Virrey al Arzobispo de Tarragona, don Pedro Folch de Cardona. Por lo tanto Cataluña no existió como región hasta esa fecha y, por lo tanto, no pudo actuar nunca antes como entidad histórica unificada.
Más aún, el Reino de Aragón estaba integrado por los territorios que hoy lo forman, más todo lo que es la actual provincia de Lérida, más una franja grande del río Ebro hasta el mar, que incluía a Tortosa como ciudad costera. Por lo tanto, podríamos decir que las ciudades importantes del Reino de Aragón eran Jaca (la primera capital que tuvo cuando aún era Condado), Huesca, Lérida, Zaragoza, Tortosa y Teruel. Todo eso era el territorio auténtico del reino cuya corona tenía don Jaime “el Conquistador”.
Mariano Bendito es un excepcional historiador balear, hecho a sí mismo a base de investigaciones, estudios en bibliotecas y lecturas fidedignas. Ha encontrado el “Tratado de Corbeil” escrito en latín. Es un texto farragoso, si bien de fácil comprensión.
Se trata de un documento interesante y trascendente. Pone de relieve una irrefutable realidad histórica que derriba estrepitosamente la mentira estrafalaria de los ahora llamados “países catalanes”.
Según el ordenamiento político internacional y su jurisprudencia, la actual Cataluña era territorio francés y así fue hasta el 16 de julio de 1258. Tengo delante de mí un mapa europeo de la época, “Chrétienté d’Occident à l’an de grâce 1235”. En él no consta para nada ninguna referencia a Cataluña. El actual territorio catalán está enmarcado como territorio francés. No es error. Los ocho condados autónomos de lo que es hoy Cataluña pagaban entonces su vasallaje feudal a la corona francesa.
Por esto el citado Tratado se inicia con estas palabras: “Es universalmente conocido que existen desavenencias entre el señor rey de Francia y el señor rey de Aragón, de las Mallorcas y de Valencia, conde de Barcelona y Urgel, señor de Montpellier; por lo que el señor rey de Francia dice que los condados de Barcelona, Besalú, Urgel, etc…son feudos suyos; y el señor rey de Aragón dice que tiene derechos en Carcason, Tolosa, Narbona, etc…”. Se deduce que los condados de la parte española estaban mejor relacionados con Aragón y que los del sur de Francia, con el rey francés…Siguiendo consejos de “hombres buenos” el rey francés (Luis IX) cede a Jaime los condados de la parte española y el aragonés cede a Luis sus derechos en la parte francesa. Este es en síntesis el Tratado de Corbeil. Su importancia histórica trascendente es que se firma 29 años después de la reconquista de Mallorca y 20 de la de Valencia.
Ante este hecho contrastado internacionalmente caen por su base muchas falsedades que se enseñan en libros de texto:
1.- Es falso que “la corona catalana-aragonesa” conquistara Mallorca y Valencia. Cataluña no existía entonces. ¿Qué invención es ésta de “corona catalana”?
2.- Es imposible que una Cataluña inexistente políticamente, jurídica y hasta geográficamente tuviera lengua propia. ¿Cómo pudo dar la lengua catalana a Mallorca y Valencia? ¡Esto sí que es un milagro!
Después del Tratado, Jaime comenzó su labor legisladora principiando por la moneda (1 de agosto, 1258, Jaime I legisla sobre la moneda de Barcelona) y acerca políticamente los condados ya oficialmente feudatarios suyos. Con el tiempo todo el territorio se llamó Cataluña.
¿Qué lengua hablaban? Obviamente, el occitano, provenzal o llemosín propio del sur de Francia y condados de la Marca Hispánica. Lean libros magistrales de Teresa Puerto, al efecto. La lengua catalana se llamó oficialmente “llemosí” hasta la segunda mitad del siglo XIX.
¿Comprenden por qué los historiadores pancatalanistas silencian siempre que pueden la verdad del Tratado de Corbeil? ¡Evidencia su impostura y su mentira!
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La Cruzada a Tierra Santa.
La llamada de auxilio que le hizo Miguel Paléologo[8], Emperador de Constantinopla, despertó en Jaime I el Conquistador el deseo de ir a Tierra Santa a realizar su sueño como cruzado. El cuatro de septiembre de 1269, zarpaba del puerto de Barcelona con varias naves rumbo a los Santos Lugares, más una tempestad sorprendió a la flota en el golfo de León, obligándola a buscar refugio en Aigues-Mortes[9]. Una vez reparados los desperfectos que habían sufrido las naves, la expedición
continuó rumbo a San Juan de Acre (Israel). Jaime I el Conquistador, ya con 60 años, desistió de ir a los Santos Lugares y regresó a su Reino por tierra.
Jaime I estuvo presente en el Segundo Concilio Lugdunense, que se celebró en la catedral de Lyon, entre el 7 de mayo y el 17 de julio de 1274. El concilio deliberó sobre la preparación de una nueva cruzada centrándose en los aspectos financieros de la misma, para lo cual se decidió que durante seis años un diezmo de todos los beneficios de la cristiandad deberían destinarse a la cruzada. Jaime I se mostró partidario de iniciarla inmediatamente pero al oponerse los templarios no se tomó ninguna decisión. Ante las indecisiones de los demás asistentes a la asamblea canónica, Jaime I se despidió del Santo Padre, abandonó la reunión con los miembros de su séquito.
Matrimonios, romances, y últimos años de Jaíme I.
A los excelentes logros militares que Jaime I el Conquistador obtuvo de su labor reconquistadora, se contraponen su escaso talento en cuanto a miras políticas de largo alcance. Casado dos veces, dio muestras de flojedad de carácter al permitir que su segunda esposa, Violante, hiciera prevalecer a su hijo Pedro por encima de Alfonso, primogénito del primer matrimonio del Monarca. Las intrigas de Violante fueron causa de muchos problemas y luchas.
Jaime I el Conquistador, mujeriego como su padre, fue un gran pretendiente, aunque de escasa intensidad de afectos para las mujeres y para los hijos. Según los cronistas, Jaime I el Conquistador era “Alto y gallardo, blanco de cutis y rubio de pelo, de ojos grandes y oscuros, boca sensual, hermosos dientes, y finas y largas manos”. El seis de febrero de 1221, a los 14 años, Jaime I el Conquistador contrajo matrimonio con Leonor, hija de Alfonso VIII de Castilla y de Leonor Plantagenet, de Inglaterra. Cuando Jaime I el Conquistador cumplió los 22 años, padre ya de Alfonso, solicitó la anulación de su matrimonio con la excusa del parentesco que les unía, pues los dos eran bisnietos de Alfonso VII de Castilla. La nulidad le fue concedida en 1229; ese mismo año reconoció a su hijo Alfonso como heredero del Reino de Aragón, mientras el condado de Cataluña permanecía en sus manos. La decisión de fragmentar sus Reinos aumentó la desunión entre catalanes y aragoneses. Leonor se resignó a ser abandonada y se retiró a vivir en un monasterio.
El segundo matrimonio de Jaime I el Conquistador lo celebró a la edad de 26 años, con Violante, hija de Andrés II de Hungría. De este enlace, nacieron cuatro hijos y cinco hijas: Pedro III, que sería el heredero del Reino de Aragón y del condado de Cataluña, Jaime, Rey feudatario de Mallorca; Fernando que falleció en vida de su padre; Sancho, que fue Arzobispo de Toledo; Violante, que se casó con Alfonso X el Sabio; Constanza, que fue la esposa de Manuel, hijo de Fernando III el Santo; Sancha, que murió en peregrinación a Tierra Santa; María, que se hizo religiosa e Isabel, que se casó con el Rey francés Felipe III, ‘el Atrevido’.
De una larga lista de otros amores que tuvo Jaime I el Conquistador destacó la dama aragonesa Teresa Gil de Vidaure, que no accedió a los deseos del Monarca hasta que éste se decidió a casarse con ella. Jaime I el Conquistador, viudo ya de Violante en 1251, celebró matrimonio civil secreto con Teresa Gil, de la que quiso separarse cuando ésta contrajo la lepra. Teresa Gil denunció el hecho a Roma, pero el Papa no consintió en anular el matrimonio. Sospechando Jaime I el Conquistador que Berenguer de Castellbisbal, obispo de Gerona, había revelado su matrimonio secreto, ordenó que le fuera arrancada la lengua. De Teresa Gil tuvo el Conquistador dos hijos: Jaime y Pedro, a los que reconoció. El resto de las amantes de Jaime I el Conquistador carecen de interés para su reinado, teniendo solo la importancia efímera que el Rey quiso otorgarles. Se puede mencionar a Guillerma de Cabrera, Berenguela Fernández y Berenguela Alfonso. De todas ellas tuvo Jaime I el Conquistador hijos bastardos.
La influencia de Violante sobre Jaime I el Conquistador fue muy perturbadora. Quiso dotar a sus hijos de altos destinos, persiguiendo con saña al hijo de Leonor, Alfonso, con el consentimiento de Jaime I el Conquistador. Permitió que incluso, que Pedro, el primogénito de Violante, ahogara en el río Cinca a Pedro Sánchez, uno de los hijos bastardos del Monarca. Al final de su Reinado, Jaime I el Conquistador se vio abocado a una situación muy similar a la de Alfonso X el Sabio, aunque no tan grave. Presionado por Violante, llegó a romper la unidad creada por Ramón Berenguer IV [10]con varios proyectos de división del Reino, que causaron la desunión y el descontento entre la nobleza catalana ya aragonesa. Perjudicó a su hijo Alfonso, que se levantó en armas contra su padre al querer éste segregar unas partes del Reino para dárselas a Pedro y a Jaime, hijos de Violante. El entendimiento entre Jaime I el Conquistador y su hijo Alfonso se hizo ya imposible cuando éste murió prematuramente en 1260 sin haber contraído matrimonio.
En 1276, el ya anciano Monarca acudió a sofocar una sublevación de los musulmanes valencianos. Su enfermedad se recrudeció y el 21 de 1276 abdicaba, falleciendo en Valencia seis días más tarde. Su cuerpo amortajado con el hábito del Cister, fue llevado al Monasterio de Poblet, donde recibió sepultura.
De acuerdo con su testamento, Pedro heredaba los Reinos de Aragón y Valencia y el condado de Cataluña, y Jaime, el Reino de Mallorca, el condado de Rosellón y el Señorío de Montpellier, aunque en calidad de feudatario de Pedro.
Jaime I no fue un buen Rey para Aragón
Una de las consecuencias que trajo la mala relación del rey con la insumisa nobleza fue la ascensión de las clases urbanas, ya que don Jaime I, desde las Cortes de Monzón de 1236, favoreció a los Concejos de ciudades y a la burguesía, cuyos representantes ya estuvieron presentes en dichas Cortes. Sin embargo, con las gloriosas empresas de las conquistas —vividas como gesta colectiva— y con los repartimientos de tierras que conllevaban, el rey consiguió mejorar el prestigio de la Corona entre los nobles, así como su relación personal con ellos. Por tanto, no es fácil de entender que malograse aquello que tanto tiempo y esfuerzo habíale costado ganarse con su posterior política de sucesiones. Al haber tenido varios hijos varones con su segunda esposa, doña Violante, y haber degenerado por causa de estos la relación paternofilial con su primogénito, Alfonso, volvió a provocar don Jaime un conflicto sucesorio y territorial que se extendió hasta los nobles, dañando de nuevo su relación con ellos.
En 1250, en las Cortes de Alcañiz, el nuevo testamento del rey Jaime I intentaba contentar a todos los hijos y no consiguió contentar a ninguno. El sucesor legítimo, don Alfonso, que antes fuera el heredero universal, pasaba ahora a heredar únicamente las tierras que conformaban el núcleo del reino de Aragón, pero ni siquiera todas, pues ya el rey trataba de cercenarle buena parte de ellas para intentar igualar a su hijo don Pedro, el predilecto de su segunda esposa, doña Violante, al que su padre legaba ahora toda Cataluña, acrecentada con lo que no era de ella, junto con el reino de Mallorca y las islas que lo completan. Pero lo grave era que lo que procuraban arrebatar a don Alfonso también a Aragón se lo arrebataban. Al segundo varón de doña Violante, don Jaime, le concedía su padre el reino conquistado de Valencia; al tercer varón de este matrimonio, don Fernando, le cedía el Rosellón, Conflent, los señoríos de la Cerdaña, Montpellier y Castelnou; mientras que al cuarto hijo, don Sancho, lo dedicaba a la vida religiosa, por lo que llegaría a ser un eminente prelado de la Iglesia[
Las diferencias irreconciliables que llegaron a existir entre don Jaime y el mayor de sus hijos, fruto de su primer matrimonio, eran de todos conocidas. Como de todos era conocido que el rey amaba más a los hijos habidos en su segunda esposa —doña Violante— que al infante heredero y que, procurando beneficiar a aquellos, perjudicaba a este; del dominio público era que la reina tenía gran ascendiente sobre su esposo y que no perdía ocasión de lograr para sus vástagos todo lo que arrebatar pudiera al vástago de Leonor de Castilla.
Jaime I A tal fin, ya en 1243, don Jaime había establecido los nuevos límites entre Aragón y los condados catalanes, desplazando hacia el oeste las fronteras que antes hallábanse en el río Segre para fijarlas en el Cinca; en consecuencia, tierras y ciudades antes aragonesas pasaban al punto a ser catalanas, como Lérida, Monzón, Fraga, el condado de Ribagorza, otros varios condados y el valle de Arán. Tierras y ciudades que expresamente habían sido reconocidas como aragonesas en las Cortes celebradas en Daroca en 1228, presididas por este mismo rey, donde los representantes de esas ciudades y tierras juraron sus Fueros de Aragón y prometieron lealtad al infante don Alfonso como su señor y heredero de aquellos reinos. ¡Con lo escrupulosos que eran los seniores de natura, los barones y caballeros cristianos con los juramentos… y les hacían jurar poco tiempo después lo contrario! Como resultado se generó un enfrentamiento entre Aragón y Cataluña que jamás antes se había dado, ya que habían vivido una historia de más de cien años unidos[]. Y todo porque el rey de Aragón, espoleado por su esposa Violante, había decidido ceder Cataluña a su hijo don Pedro, y Cataluña debía de parecerle pequeña si no llegaba hasta el Cinca.
En Aragón todo esto no fue fácil de digerir porque, además, el derecho sucesorio disponía que el soberano aragonés estaba obligado a legar a su primogénito los estados patrimoniales, es decir, los que él a su vez hubiera recibido en herencia, mientras que podía donar según su real voluntad las tierras anexionadas por conquista; por tanto, Aragón y Cataluña deberían ser inseparables. Esta alteración de los límites territoriales generó profundo malestar y harto dolor entre los aragoneses, y no menos en el príncipe Alfonso, al que se le privaba de buena parte de los términos del reino que por derecho le correspondía.
Con el paso del tiempo las cosas no mejoraron porque, para conseguir el rey repartir las tierras conquistadas entre los demás hijos, tuvo que vulnerar los Fueros de Aragón, por los que siempre se habían regido también las tierras conquistadas; y lo hizo cuando concedió a éstas fueros propios, diferentes a los de Aragón, en otras Cortes de Monzón (las de 1240), lo que ya definitivamente le dejaba las manos libres para separarlas del reino. Los ricoshombres lo consideraron desafuero, y así se agravaron las rencillas entre padre e hijo y entre el rey y sus nobles; uno de los más principales, el infante don Pedro de Portugal, fue de los que más abiertamente tomó el partido del príncipe heredero don Alfonso, llegando a combatir contra Jaime I. Mas, no solo no logró cambiar la situación, sino que envenenó aún más las relaciones. Y no podía ser de otra manera si el soberano trataba de repartir sus reinos —los heredados y los conquistados— entre todos sus hijos, cuando, en su momento, había nombrado a Alfonso su heredero universal, haciéndolo jurar como tal por aragoneses y catalanes.
Valoraciones a modo de resumen
El reinado de Jaime I marcó el nacimiento de una conciencia territorial en los distintos reinos de la Corona de Aragón, especialmente en Aragón, Reino de Valencia y en los condados catalanes. Dos son los factores que contribuyeron a este hecho: la normalización del Derecho y la transformación de las Cortes en un órgano reivindicativo y representativo de la voluntad del reino, actúan como catalizadores de la creación de una conciencia diferenciadora de cada territorio. Los Fueros de Aragón se promulgaron en las cortes de Huesca (1247), sustituyendo a los diferentes códigos locales del reino. Los Usatges de Barcelona, gracias a la protección real, se extendieron por todos los condados catalanes (mediados del siglo XIII). La situación en Valencia fue diferente, puesto que la oposición de la nobleza aragonesa a la consolidación del reino hizo que los fueros valencianos (Foris et consuetudines Valentiae), otorgados por Jaime I en 1240 no triunfaran definitivamente hasta 1329. En 1244, Jaime I establece que el río Cinca sería la divisoria entre Aragón y los condados catalanes. Desde entonces, las Cortes de cada territorio se reunieron de forma separada.
El reinado de Jaime I marcó también el desplazamiento del centro de gravedad de la monarquía hacia la costa mediterránea. Así, la Corte y la cancillería —base del actual Archivo de la Corona de Aragón— se establecieron en Barcelona.
Como elementos positivos de su reinado pueden señalarse:
La conquista y creación de los reinos de Mallorca y de Valencia.
El matrimonio del heredero de la Corona, Pedro, con Constanza II de Sicilia, que daría un impulso definitivo a la expansión mediterránea de la Corona de Aragón, una vez que la Reconquista en territorio peninsular hubo concluido.
El impulso dado al comercio y a la política norteafricana, incluyendo la redacción del Llibre del Consolat de Mar, primer código de costumbres marítimas.
La protección dada a los judíos.
Las reformas monetarias, con la introducción del grueso de Montpellier y la creación de monedas propias en los reinos de Valencia y Mallorca.
La intervención en la normalización jurídica, apoyando a figuras como Raimundo de Peñafort o Vidal de Canellas e impulsando el Derecho romano.
El impulso dado a las instituciones generales del reino, como las Cortes, y los ayuntamientos.
El progreso de las letras valencianas, con el rey como protagonista del Llibre dels feits, primera gran crónica valenciana medieval, escrita en valenciano del siglo XIV o dictada por el rey, en estilo autobiográfico, en la que principalmente cuenta la conquista de Valencia, Alcira y Murcia, algunas cortes convocadas y el apoyo que prestó a su hija Violante en relación a la petición de colaboración para defenderse del rey moro de Granada. Es muy interesante cómo recluta tropas de los ricos hombres de la Corona de Aragón, desde Almenar, Tamarite y se dirige a Huesca para llegar al Sur por Zaragoza y Teruel. Narra con agilidad la defensa de Villena y la conquista de Murcia donde prevalece el respeto a la población y costumbres de los "sarracenos" manteniendo las mezquitas y las costumbres, al mismo tiempo que se refiere a la aljamía presente en la ciudad. Pide colaboración de las gentes de los condados catalanes y de Aragón, primero para defender los intereses de su hija, doña Violante y de sus nietos y al mismo tiempo para «salvar España»,7 porque si el rey moro de Granada puede con el rey de Castilla, la tierra de España de las tierras de Aragón y Cataluña también pueden peligrar.
La infancia de Jaime I transcurrió en el castillo de Monzón, junto al río Cinca, y es donde aprendió el habla viva al cuidado del Maestre de la Orden del Temple. En su autobiografía se aprecia una constante familiaridad con los cuatro brazos del poder de Aragón y la amistad con que trata a "Pere de Muncada" que le recluta caballeros en el territorio fronterizo entre Aragón y los condados catalanes de las poblaciones de Almenar y Tamarite. La doble forma en que escribe el topónimo Monzón es un vestigio de que tanto dominaba el habla viva de la zona en la forma "Monço" como la forma catalana escrita con la grafía "Muntsó" en el manuscrito que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Como elementos negativos, es preciso advertir que el juicio histórico sobre Jaime I depende del reino en el que se centra el historiador. Para los historiadores aragoneses las conclusiones suelen ser negativas, aduciendo el carácter patrimonial que dio a sus reinos, sin importarle repartir sus dominios entre sus hijos. También es criticada la fijación de la frontera catalano-aragonesa en el Cinca, lo que supuso la adjudicación final de Lérida a los condados catalanes y la separación definitiva de Aragón y los condados catalanes en dos entidades con derecho y Cortes diferentes, tras llevar cien años unidos. La expansión territorial también es enjuiciada negativamente, puesto que con la conquista y creación de los reinos de Mallorca y Valencia, la Corona se convirtió definitivamente en una entidad de carácter confederal, con la monarquía como única institución común y sin ninguna aspiración común entre los diversos reinos.
Del otro lado, para mallorquines y valencianos, la valoración es completamente opuesta: Jaime I es un gran rey, el padre fundador de los reinos, el creador de sus señas de identidad hasta nuestros días: territorio, lengua, fueros, moneda, instituciones, etc.
Pedro III "El Grande":
(Rey de Aragón 1276-1285)
(Rey de Aragón 1276-1285)
Pedro III de Aragón (Valencia, 1240-Villafranca del Penedés, 11 de noviembre de 1285),1 llamado el Grande, fue hijo de Jaime I el Conquistador y su segunda esposa Violante de Hungría. Sucedió a su padre en 1276 en los títulos de rey de Aragón, rey de Valencia y conde de Barcelona. Además, llegó a ser también rey de Sicilia.
Biografía
Casado el 13 de junio de 1262 en la catedral de Montpellier con Constanza de Hohenstaufen, hija y heredera de Manfredo I de Sicilia, fueron coronados en Zaragoza, probablemente el 17 de noviembre de 1276,2 en una ceremonia en la que Pedro canceló el vasallaje que con el papado había concertado su abuelo Pedro II.
Todo su reinado se centró en la expansión de la Corona de Aragón por el Mediterráneo y para ello aprovechó su matrimonio con Constanza para reivindicar la corona siciliana. Sicilia se encontraba desde 1266 bajo la soberanía de Carlos de Anjou quien, con el apoyo del papa Clemente IV, que no deseaba a ningún Hohenstaufen en el sur de Italia, había sido investido rey tras derrotar en Benevento a Manfredo, quien falleció en la batalla.
l monarca angevino hizo cegar a los tres hijos varones de Manfredo y, en 1268, capturó e hizo decapitar a Conradino que –como nieto de Federico II– era el último heredero varón de la casa Hohenstaufen. La línea sucesoria pasó entonces a Constanza, quien ofreció refugio en Aragón a las familias partidarias de su padre, los Lanza, los Lauria y los Prócidas. Desde ahí, Juan de Procida, Roger de Lauria y el resto del antiguo partido Hohenstaufen organizaron la oposición a Carlos de Anjou con Pedro como candidato con el apoyo bizantino.
Una flota de la corona aragonesa, al mando de Conrado Lanza, recorre en 1279 las costas africanas para restablecer la soberanía feudal de Aragón sobre Túnez, que la muerte del emir Muhammad I al-Mustansir había debilitado. Posteriormente, en 1281, Pedro III armó una flota para invadir Túnez y solicitó al recién elegido papa Martín IV una bula que declarara la operación militar como cruzada, pero el papa, de origen francés y partidario de Carlos de Anjou, se la negó.
Cuando la flota se disponía a zarpar, tuvieron lugar en Sicilia los acontecimientos conocidos como las Vísperas sicilianas que provocaron la expulsión de la isla, tras una gran matanza, de los franceses. Los sicilianos enviaron entonces una embajada a Pedro III ofreciéndole la corona siciliana, a la que tenía derecho gracias a su matrimonio. El rey aragonés puso entonces su flota rumbo a Sicilia, donde arribó el 30 de agosto de 1282 y fue coronado rey en la ciudad de Palermo.
Inmediatamente envió una embajada a Carlos de Anjou, que se encontraba en Mesina, instándole a reconocerle como rey de Sicilia y a abandonar la isla. La derrota de la flota angevina en Nicoreta, a manos del almirante Roger de Lauria, obligó a Carlos a dejar Mesina y refugiarse en su reino de Nápoles.
El papa Martín IV respondió a la coronación siciliana de Pedro III con su excomunión (9 de noviembre de 1282) y su deposición como rey de Aragón (21 de diciembre de 1283), ofreciendo la corona al segundo hijo del rey de Francia, Carlos de Valois, a quien invistió el 27 de febrero de 1284, y declarando una cruzada contra Aragón, entre 1284 y 1286, por su intervención en los asuntos sicilianos en contra de la voluntad papal. La mayor parte del conflicto se desarrolló en tierras catalanas, aunque los primeros episodios se sucedieron en la frontera navarro-aragonesa. Como respuesta, los aragoneses atacaron a los franceses en Mallorca y Occitania.
a situación en la que se encontró Pedro III era totalmente inestable, ya que no sólo tenía que enfrentarse a la invasión francesa que se preparaba al norte de los Pirineos, sino que tuvo que hacer frente a graves problemas en el interior de sus reinos surgidos ante las necesidades económicas que provocó la conquista de Sicilia.
Pedro III soluciona los problemas internos concediendo, en las Cortes de Tarazona (1283-84), la formación de la Unión aragonesa y prestando juramento al Privilegio General que defendía los privilegios de la nobleza; asimismo concedió al Condado de Barcelona la constitución “Una vegada l´any” en las cortes celebradas en Barcelona entre 1283 y 1284.
Solucionados los problemas interiores, pudo centrar su atención en la invasión francesa, que al mando del propio rey francés Felipe III tomó en 1285 la ciudad de Gerona, para inmediatamente tener que retirarse cuando la flota aragonesa retornó de Sicilia al mando de Roger de Lauria e infligió a la escuadra francesa una derrota total en las islas Formigues y a continuación una derrota en tierra en el barranco de las Panizas, cuando las tropas francesas se retiraban.
Tras su gran victoria, Pedro III se dispuso a enfrentarse a su hermano Jaime II de Mallorca y a su sobrino el rey Sancho IV de Castilla, que no le habían prestado apoyo durante su conflicto con los franceses,pero su prematura muerte lo impidió. A finales de octubre de 1285, el rey enfermó cuando se disponía a emprender viaje a Barcelona y tuvo que detenerse en la localidad de San Climent donde los médicos, que viajaron desde la capital para atenderle, no pudieron hacer nada para salvarle. Falleció el 11 de noviembre de 1285 en la festividad de san Martín.1 Los estudios forenses de sus restos, exhumados en 2010, indican que probablemente su deceso se debió a una afección pulmonar.
Solucionados los problemas interiores, pudo centrar su atención en la invasión francesa, que al mando del propio rey francés Felipe III tomó en 1285 la ciudad de Gerona, para inmediatamente tener que retirarse cuando la flota aragonesa retornó de Sicilia al mando de Roger de Lauria e infligió a la escuadra francesa una derrota total en las islas Formigues y a continuación una derrota en tierra en el barranco de las Panizas, cuando las tropas francesas se retiraban.
Tras su gran victoria, Pedro III se dispuso a enfrentarse a su hermano Jaime II de Mallorca y a su sobrino el rey Sancho IV de Castilla, que no le habían prestado apoyo durante su conflicto con los franceses,pero su prematura muerte lo impidió. A finales de octubre de 1285, el rey enfermó cuando se disponía a emprender viaje a Barcelona y tuvo que detenerse en la localidad de San Climent donde los médicos, que viajaron desde la capital para atenderle, no pudieron hacer nada para salvarle. Falleció el 11 de noviembre de 1285 en la festividad de san Martín.1 Los estudios forenses de sus restos, exhumados en 2010, indican que probablemente su deceso se debió a una afección pulmonar.
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El Privilegio de La Unión de 1283
El Privilegio General de Aragón de 1283, también llamado Privilegio de la Unión, es un documento histórico significativo en el desarrollo del derecho del reino y de la Corona de Aragón. Es considerado por algunos estudiosos como la Carta Magna aragonesa, en paralelismo con la Carta Magna inglesa de inicios del siglo XIII. En este artículo te voy a resumir por qué es este importante documento, el contexto histórico en el que se desarrolló y qué importancia tuvo para el reino de Aragón.
¿Qué es el Privilegio General de Aragón de 1283?
El Privilegio general de 1283 es un texto con carácter legislativo donde se enumeran una serie de acuerdos y leyes entre el rey Pedro III de Aragón y la nobleza aragonesa. El texto fue escrito en lengua aragonesa y fue hecho público en Zaragoza el 3 de octubre de 1283. Este documento estaba destinado a los súbditos del reino de Aragón y del reino de Valencia, al que le son aplicados esta serie de leyes y de acuerdos.
El Privilegio General de Aragón se vincula con el desarrollo legislativo del reino de Aragón durante la Baja Edad Media y con el pactismo como forma de gobierno. Un pactismo que será característico entre los siglos XIII y XV en la Corona de Aragón y que escondía detrás cambios socioeconómicos dentro del reino. En esos momentos había un desplazamiento del eje económico hacia Cataluña y el Mediterráneo, con un auge de la burguesía de las ciudades catalanas, y donde la nobleza aragonesa veía con cierto peligro su futuro económico y político. Esta visión llevaría a una lucha de la nobleza por mantener sus privilegios.
Contexto histórico
Pero antes que nada, para conocer bien el Privilegio de la Unión hay que entender el contexto histórico. Una serie de circunstancias particulares serían las que llevarían a enfrentar al rey Pedro III con los nobles aragoneses. Estos presionarían para que se aprobara este texto de 1283.
Introducción: el reino de Aragón a finales del siglo XIII
A finales del siglo XIII el reino de Aragón era un país con una economía básicamente agrícola. La creación del reino de Valencia por parte de Jaime I tras la reconquista de esas tierras había desilusionado a muchos nobles aragoneses que veían la campaña valenciana como forma de ampliar sus tierras.
Por otro lado, los tratados con Francia y Castilla también habían limitado la expansión territorial aragonesa en otras direcciones. En ese contexto, el poder económico se desplazó hacia el Mediterráneo, con el apoyo de una burguesía catalana en ascenso que veía el Mediterráneo como mejora económica.
El reino de Aragón se quedaba entonces como una economía periférica que no se beneficiaba del auge comercial marítimo y no se beneficiaría de las futuras conquistas aragonesas en el mar Mediterráneo.
Por el contrario, sí se vería perjudicado por las crisis económicas generales que afectarían posteriormente a todos los estados de la Corona de Aragón.
La situación de la nobleza aragonesa
La nobleza aragonesa se encontraba ante una situación que no les gustaba porque se veían perjudicados, a pesar de haber participado de forma activa en la conquista militar de Valencia.
La nobleza pugnaba por participar más en la política para contrarrestar el peso del principado de Cataluña en las decisiones del monarca y para mantener su economía y unos privilegios que veían amenazar.
La rebelión de la nobleza de 1283
Con todo este caldo de cultivo, el punto de partida para el enfrentamiento de la nobleza aragonesa contra el rey fue la conquista de Sicilia en 1282. Esta empresa produjo que el papa de Roma excomulgara a Pedro III de Aragón y otorgara la corona del reino aragonés a Carlos de Valois, hijo del rey de Francia. La excomulgación y el otorgamiento de la corona aragonesa ponían en peligro el territorio aragonés y la propia corona del monarca.
Con esta situación, los nobles aragoneses fueron conscientes de la oportunidad que tenían para hacerse fuertes. Ante la excomulgación el rey Pedro III debía recurrir a ellos militarmente para vencer la amenaza de una invasión francesa por el norte.
Así, en Tarazona, en verano de 1283, cuando las tropas estaban convocadas para la defensa de las fronteras del reino ante la previsible invasión francesa, los nobles se rebelaron y presentaron sus agravios y quejas ante el rey.
La respuesta del rey ante esta rebelión no fue escuchada y Pedro III se vio obligado a trasladar la junta de Tarazona a Zaragoza.
El acuerdo entre Pedro III y la nobleza aragonesa
En Zaragoza, el 3 de octubre de 1283 se conseguirá llegar a un acuerdo. Este acuerdo dará como resultado este texto llamado Privilegio General de Aragón o simplemente Privilegio de la Unión. Esta Unión se refiere a la Unión de nobles aragoneses formada en ese año 1283, cuyo objetivo era mostrar un frente común para defender sus derechos y privilegios frente al rey.
El contenido del texto aprobado eran todas las pretensiones de la nobleza, con lo que se pone en evidencia que la presión nobiliaria dio resultado. Los 31 artículos constituían un pliego de confirmaciones del derecho aragonés que se fue legislando a lo largo de la Edad Media y que trataban de unificar las leyes para el reino, así como actualizarlas y ponerlas en vigor lo antes posible.
Estructura del Privilegio General de Aragón de 1283
El Privilegio General de Aragón, concedido por el rey Pedro III el Grande en las Cortes de Zaragoza de 1283 empieza con una introducción en primera persona por parte del rey de la Corona de Aragón, Pedro III, donde comenta el año y el lugar en el que se encuentra, Zaragoza el 3 de octubre de 1283. También se dice con quién se encuentra reunido, destacando a nobles ricos, caballeros, infanzones y ciudadanos de ciudades y villas.
A continuación se enumeran 31 capítulos. Estos capítulos se pueden dividir en 3 grupos básicos generales: relaciones entre el rey y los súbditos; privilegios de los ricoshombres; y aspectos administrativos.
Finalmente, el texto acaba con una confirmación, que es la conclusión de que lo afirmado anteriormente es concedido por el rey y confirmado de forma permanente.
Resumen del contenido del Privilegio de la Unión
Así, una vez conocido el contexto histórico y social que hizo que se aprobara un texto donde el rey quedaba sometido al cumplimiento de las leyes y a la necesidad de contar con los estamentos del reino para su gobierno, los capítulos del Privilegio General se entienden mucho mejor. Además, nos dan información del funcionamiento administrativo del reino y de ciertos aspectos económicos y fiscales.
Todos los capítulos aprobados beneficiaban a la nobleza y resolvían 6 apartados principales:
Los problemas de la nobleza y de las relaciones feudales con estamentos.
La administración central y local.
El sistema económico general.
El sistema fiscal.
La administración de justicia.
La constitución política.
Como ejemplo, un aspecto sobre la regulación de la administración de justicia es el capitulo 3, que se refiere a la actuación del Justicia de Aragón. El Justicia de Aragón se convertiría clave en la administración de justicia de Aragón a partir de 1283. Y con el Privilegio de la Unión veía regulada su figura de una forma menos arbitraria. Un sistema de justicia que duraría hasta el final de la Edad Media, pero que vería reducido su poder a partir de la Edad Moderna.
Consecuencias del Privilegio General de Aragón
Este texto, Privilegio General de Aragón, concedido por el rey Pedro III el Grande en las Cortes de Zaragoza de 1283, fue un logro común para la nobleza aragonesa en particular y en general, para los reinos de Aragón, Ribagorza, Teruel y Valencia.
El Privilegio de la Unión sentó las bases del desarrollo constitucional aragonés. Además, abrió las puertas de la participación de los estamentos en las asambleas del rey. Esto dio como resultado un gobierno de tipo “pactista”. En este tipo de gobierno el rey necesitaba pactar con los distintos estamentos antes de aplicar alguna medida política o económica de trascendencia.
El pactismo
Es lo que se conoce como el pactismo aragonés. Este pactismo fue característico durante la Baja Edad Media, antes de que la monarquía evolucionara hacia un autoritarismo cada vez mayor y que da en épocas posteriores un gobierno absoluto, ya dentro de los estados modernos europeos.
Finalmente, no quisiera obviar un aspecto relevante: este pactismo de gobierno en Aragón no era una democracia, tal y como se conoce hoy en día. Era un acuerdo entre los estamentos del reino para su gobierno. Estamentos que en Aragón eran cuatro, a diferencia de otros reinos peninsulares, donde solamente habían 3 estamentos.
A pesar de eso, sentaba unas bases de gobierno basadas en el cumplimiento de las leyes, en el acuerdo y en la limitación del poder real. Y dio lugar a la existencia de instituciones y normas que eran mucho más participativas que las de otro estado europeo en su época.
El favorecimiento hacia la nobleza
Otra consecuencia es el favorecimiento hacia la nobleza aragonesa. Este carácter favorecedor a los criterios de la nobleza aragonesa se puede leer perfectamente en el texto. Yo destacaría los artículos siguientes:
Artículo 1 (De confirmación mediante juramento de los fueros, usos y libertades por parte del rey en el Reino de Aragón, de Ribagorza, de Valencia y de Teruel).
Artículo 29 (De obligatoriedad por parte del monarca de convocar Cortes del Reino de Aragón una vez al año en la ciudad de Zaragoza).
Son unos artículos donde se observan dos puntos interesantes. En primer lugar que el rey debía someterse a la legislación del reino, destacando los Fueros aprobados anteriormente y que en muchos casos favorecía a la nobleza terrateniente.
En segundo lugar que el rey tenía que gobernar el Reino junto con el consejo de la nobleza y de los ciudadanos de las villas, reflejado en la obligatoriedad de convocar Cortes anuales.
De este modo, se pretendía limitar la autoridad real y la arbitrariedad del rey. Este debería cumplir en adelante las leyes aprobadas en las Cortes con el consejo de los estamentos.
El Privilegio General de Aragón después de 1283
Esta asamblea de Zaragoza y sus decretos puede ser considerado como un punto de partida para el futuro parlamento aragonés, ya que se manifiesta la voluntad de gobierno del rey con las Cortes, así como su convocatoria anual.
Aunque la implantación de los capítulos del Privilegio General no fue fácil ni fue siempre realizada. En un momento inmediato posterior, Pedro III quiso apoyarse en la burguesía catalana para hacer frente a la nobleza aragonesa que se le rebeló y le hizo aprobar un texto que él no apoyaba. Pero finalmente, Pedro III tuvo que desistir de su intentona y hacer cumplir con lo pactado.
Asimismo, sirvió para que tuviera que desarrollar un texto similar en Cataluña, para no cometer en agravios dentro del reino y provocar posibles futuras rebeliones dentro del principado catalán. Los monarcas posteriores a Pedro III tendrían que seguir aplicando los capítulos del Privilegio General. En las Cortes de Monzón de 1289 se confirmó el Privilegio General. Posteriormente también fue confirmado por el rey Jaime II en 1325 y fue elevado como Fuero por Pedro IV en 1348. Ello supuso el asentamiento del sistema político aragonés.
Conclusión
El Privilegio General es un texto muy interesante para conocer la historia de la Corona de Aragón durante la Baja Edad Media. También nos sirve para conocer las particularidades de gobierno de dicha corona. El pactismo sería una característica particular del reino de Aragón respecto otros estados peninsulares y europeos. Como consecuencia, algunos han considerado, quizás con excesivo furor, como el inicio del parlamentarismo europeo.
Un carácter pactista que permaneció, no solamente en el Reino de Aragón, sino también en Cataluña y en Valencia. Un pactismo que contrastará con el mayor autoritarismo que existía en Castilla. Un carácter que no hay que obviar para comprender hechos históricos posteriores que acaecerán en España durante la Edad Moderna e incluso para comprender la Espñaa contemporánea.
El rey maldito por la Iglesia
Jorge Molist, el superventas de novela histórica, nos lleva a finales del siglo XIII y nos presenta las hazañas del monarca bajo el que brillaron los almogávares
Así fue Pedro III de Aragón, el rey maldito por la Iglesia
Pedro III de Aragón abrió la puerta del Mediterráneo a su reino y sus sucesores. La historia lo ha enterrado.
Viajamos con Jorge a la época de Pedro III, las Vísperas Sicilianas, Roger de Lauria y los temibles almogávares.
Los almogávares eran gente que huía de la miseria y la servidumbre y su único señor era Dios. Pedro III, cuando era infante, dice que de la misma forma que los reinos de su padre dan lobos, los suyos dan almogávares”
Los protagonistas son Pedro III, hijo de Jaime I, y Constanza, hija de Manfredo Hohenstaufen, rey de Sicilia. Teniendo en cuenta que en aquella época y hasta hace muy poco se concertaban los matrimonios, no sé hasta qué punto es elucubración el amor que Constanza siente enseguida por él. ¿Funcionaba aquel matrimonio?
Los matrimonios funcionaban como funcionaban. En este caso, Pedro tenía su vida sexual al margen de su esposa. Él estaba muy influido por la cultura occitana: la Corona de Aragón acababa de perder Occitania, él escribía versos en provenzal y el sentido del amor cortés existía. Cuando el padre de Constanza es asesinado por Carlos de Anjou y su reino invadido, se lo toma como una ofensa a su dama. Como mínimo, había amor cortés pero también hay pruebas de que fue más allá, también sexualmente. Y él la trató con mucho respeto.
En otros casos, imagino que la mayoría, no era así.
Efectivamente. No está en la novela pero, por ejemplo, el calvario que pasó la hermana de Pedro III fue considerable: la casaron a los 10 años con Alfonso X el Sabio, de 25, y como a los 14 no se había quedado embarazada, se la consideraba estéril. Se negoció su repudio con el papa y su destino era encerrarla en un convento para toda la vida. Por suerte, si puede decirse así, quedo encinta y le dio once hijos. La presión que una niña de esa edad soportaba era tremenda.
Las relaciones entre el papado y Pedro y su padre no son buenas. ¿Por qué, siendo católicos?
Jaime I se llevó muy bien con el papa, sobre todo, porque fue el papa quien lo puso en el trono. Luego lo excomulgó durante un tiempo, ya que le iban mucho las señoras, también las casadas: se confesó con el obispo de Girona y este se lo contó a Su Santidad. Jaime I se enfadó y le hizo cortar la lengua al obispo. Volvió al seno papal pero no sucedió así con Pedro III. Él fue un rey, digamos, maldito, y por eso ha sido enterrado en nuestra historia cuando debía ser reconocido como uno de los más grandes, no solo de la Corona de Aragón sino de España. Pero… Alguien mucho más sabio que yo lo dijo muy bien: “Con la Iglesia hemos topado”. Mientras otros terminaron negociando o cediendo con el papa, Pedro tuvo la osadía de derrotar al papa y a Francia, esto es, Carlos de Anjou, que era un verdadero emperador mediterráneo.
Entiendo que en este libro toma partido por el lado de Pedro, Conradino de Hohenstaufen y los sicilianos en detrimento de Carlos de Anjou por interés narrativo. ¿O realmente se puede hablar de buenos y malos respecto de hechos ocurridos hace ochocientos años?
Profundicé en la historia gracias a Steven Runciman, un especialista que ha escrito sobre las Cruzadas y las Vísperas Sicilianas. Él muestra admiración hacia Pedro III pero es que los hechos realmente cambiaron la historia de Europa y asombraron al mundo. Pedro III es el único personaje español que aparece en la Divina Comedia, él y sus hijos. Dante Aligheri lo alaba en el único pasaje gracioso de la obra: mientras que de Pedro III dice que atesora todas las virtudes, a Carlos de Anjou le llama ‘il nasone’, el narizotas. Dante también trata mal a otros enemigos de Pedro: del papa Martín IV dice que murió de una indigestión de vino y anguilas cuando debiera estar en ayuno de Cuaresma y del rey de Francia dice que murió deshonrando las flores de lis.
Sin embargo, parece que en la historia hay un salto y de Jaime I se pasa a Jaime II obviando a Pedro III.
Si ves en los libros de texto, su memoria ha sido enterrada cuando él abrió las puertas del Mediterráneo a la Corona de Aragón. Fue por enfrentarse a la Iglesia: ni entierro, ni obligación de guardarle las promesas de fidelidad. La excomunión en aquella época era una verdadera ceremonia de maldición.
Pedro era un hombre muy viril que va dejando hijos por todas partes: tres con María, cuatro con Inés Zapata, quizá también fue hija suya Blanca (esposa del vizconde de Cardona) y según Bernat Desclot también podría haber estado con Elisenda de Montesquiu, con la mujer de Alaimo de Lentini… Ocurre que Pedro III era obsequioso con sus otras familias, a las que dejaba bien situadas con títulos y señoríos.
Su padre y su abuelo también lo hicieron. Cuando nobles de tan alta alcurnia llegan al matrimonio, con una mujer virgen, obviamente, ellos ya sabían que eran fértiles; así, si del matrimonio no nacía un hijo, la culpa era de ella. En general, los bien nacidos cuidaban de sus bastardos, no era infrecuente.
Los almogávares, guerreros legendarios de los que se habla en Cataluña pero poco conocidos en el resto del Estado. ¿Quiénes eran y a quién servían?
Era gente que huía de la miseria y la servidumbre y su único señor era Dios. Ellos eran descendientes de los pastores aragoneses, catalanes y navarros y capaces de sobrevivir en el monte con cuatro cosas. Algunos sarracenos también había entre ellos. Impagables como exploradores. Pedro III, cuando era infante, dice que de la misma forma que los reinos de su padre dan lobos, los suyos dan almogávares. Eran de respetar. Podían ser mercenarios pero también bandidos. Su versión castellana eran los ‘golfines’, muchos de los cuáles se embarcaron en la expedición a Sicilia. Por cierto que Bernat Desclot dijo que eran gentes ‘de la España profunda’. En el siglo XIII.
¿Roger de Lauria o de Llúria? ¿Cómo debemos llamar a este intrépido almirante?
Como a los hermanos Lancia, que también se les llama Llança, Lansa… Había la mala costumbre de traducir los nombres, así que en cada crónica aparece de un modo. Si escribo en castellano, escojo la versión en castellano, De Lauria. No escribo como historiador, sino como novelista. Roger de Lauria, que será nombrado almirante de la flota de la Corona de Aragón-siciliana y es uno de los personajes más interesantes de nuestra historia.
Interesa diferenciar a los reyes de este siglo XIII de los que vendrán después: en esta época no son tan poderosos como lo serán en el siglo XVI y XVII, con Felipe II como cumbre de la monarquía (entonces ya) española.
Estos reyes, en comparación con los del imperio, estaban muy a ras de tierra: recorrían sus dominios castillo por castillo para mantener la fidelidad de sus nobles y luchaban en primera fila de batalla, cosa que los posteriores no hicieron nunca. Estaban sobre el terreno construyendo algo que era muy frágil. Aquí chocan dos concepciones de la monarquía, la de Jaime I y la de su hijo Pedro: mientras Jaime reparte sus territorios entre sus hijos y eso crea conflicto, Pedro III tenía un concepto mucho más moderno, el de una monarquía concentrada y poderosa con un enemigo tan cercano como Francia. Quería paz con Castilla, sometió a nobles catalanes y aragoneses y a los sarracenos y todos se fueron con él a Sicilia. Fue un verdadero líder.
Su memoria ha sido enterrada por enfrentarse a la Iglesia: ni entierro, ni obligación de guardarle las promesas de fidelidad. La excomunión en aquella época era una verdadera ceremonia de maldición”
Es que el final del siglo XIII fue un momento brillante para la Corona de Aragón, es un momento de expansión, de hitos asombrosos y muy positivo. Sube mucho la moral. La habilidad de Pedro III para engañar a sus nobles, que en la vida se habrían enfrentado a los franceses, es admirable. La novela salta de Constantinopla a Messina, de ahí a Roma, norte de África…
¿Cómo te documentas para tus novelas? En concreto para esta, que abarca tantos años, tantos años, tantos personajes y hechos tan complejos.
He estado cinco años sin publicar investigando, tanto el siglo XIII como el XII y el XIV para entender a su padre, a su abuelo, las circunstancias y las consecuencias. Un inglés como Runciman me ha contado nuestra historia y eso me motivó a leer todo lo posible de las fuentes originales, encontré libros sobre las Vísperas, Bernat Desclot en el catalán de su época, Ramón Muntaner, Dante Aligheri, Jerónimo Zurita, franceses, italianos, etc. Viajé a Sicilia aunque hay lugares que ya no existen, solo tienes referencias, como el famoso castillo de Grifon en Messina, que nadie sabe dónde está. O Port Fangós, en el Delta del Ebro, el gran puerto de donde salió su flota y del que no hay rastro. Entonces, debes imaginar.
El final del siglo XIII fue un momento brillante para la Corona de Aragón, es un momento de expansión, de hitos asombrosos y muy positivo. Sube mucho la moral”
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Sepultura de Pedro III
El rey Jaime II de Aragón, ordenó la erección de las tumbas del rey Pedro III el Grande, su padre, al mismo tiempo que disponía la creación de su propia tumba y la de su segunda esposa, Blanca de Nápoles. Se dispuso que los sepulcros se hallaran cobijados, como así se hizo, bajo baldaquinos labrados en mármol blanco procedente de las canteras de San Felíu, cerca de Gerona. Cuando el rey Jaime II dispuso la creación de su propio sepulcro, tomó como modelo el sepulcro de su padre.
El sepulcro del rey Pedro III fue realizado entre los años 1291 y 1307 por Bartomeu de Gerona y es más rico que el de su hijo Jaime II y su esposa. Un gran templete de caladas tracerías alberga el sepulcro del rey, consistente en una urna de pórfido rojo, antes una pila de baño romana, traída a España por el almirante Roger de Lauria. La urna de pórfido se encuentra rodeada por imágenes de santos.
El epitafio del rey Pedro III, colocado enfrente del mausoleo, en el pilar que separa el presbiterio de la capilla lateral del crucero, reza la siguiente inscripción:
PETRUS QUEM PETRA TEGIT GENTES ET REGNA SUBEGIT,
PETRUS QUEM PETRA TEGIT GENTES ET REGNA SUBEGIT,
FORTES CONFREGITQUE CREPIT, CUNCTA PEREGIT, AUDAX MAGNANIMUS SIBI MILES QUISQUI FIT UNUS, QUI BELLO PRIMUS INHERET JACET HIC MODO IMUS, CONSTANS PROPOSITO VERAX SERMONE FIDELIS, REBUS PROMISSIS FUIT HIC ET STRENUUS ARMIS, FORTIS JUSTITIA VIVENS AEQUALIS AD OMNES, ISTIS LAUDATUR VI MENTIS LAUS SUPERATUR, CHRISTUS ADORATUR DUM PENITET UNDE BEATUR, REX ARAGONENSIS COMES ET DUX BARCINONENSIS, DEFECIT MEMBRIS UNDENA NOCTE NOVEMBRIS, ANNO MILLENO CENTUM BIS ET OCTUAGENO,
QUINTO, SISTE PIA SIBI TUTRIX VIRGO MARIA.
En diciembre de 1835, durante la Primera Guerra Carlista, tropas gubernamentales integradas por la Legión Extranjera Francesa (procedente de Argelia) y varias compañías de migueletes se alojaron en el edificio monacal, causando numerosos destrozos en el mismo. Las tumbas reales de Jaime II y su esposa fueron profanadas. Los restos de Jaime II, hijo de Pedro III, fueron quemados, aunque parece que algunos restos permanecieron en el sepulcro. La momia de la reina Blanca de Nápoles fue arrojada a un pozo, de donde fue sacada en 1854. El sepulcro de Pedro III, a causa de la solidez de la urna de pórfido utilizada para albergar los regios despojos, impidió que sus restos corrieran igual suerte.
En 2009 se hallaron los restos mortales del rey en su tumba de Santes Creus.3 Mediante una sofisticada técnica de endoscopia y una analítica de los gases contenidos en su interior, se ha podido comprobar que es la única tumba de un monarca de la Corona de Aragón que no ha sido nunca profanada.
Matrimonio y descendencia
QUINTO, SISTE PIA SIBI TUTRIX VIRGO MARIA.
En diciembre de 1835, durante la Primera Guerra Carlista, tropas gubernamentales integradas por la Legión Extranjera Francesa (procedente de Argelia) y varias compañías de migueletes se alojaron en el edificio monacal, causando numerosos destrozos en el mismo. Las tumbas reales de Jaime II y su esposa fueron profanadas. Los restos de Jaime II, hijo de Pedro III, fueron quemados, aunque parece que algunos restos permanecieron en el sepulcro. La momia de la reina Blanca de Nápoles fue arrojada a un pozo, de donde fue sacada en 1854. El sepulcro de Pedro III, a causa de la solidez de la urna de pórfido utilizada para albergar los regios despojos, impidió que sus restos corrieran igual suerte.
En 2009 se hallaron los restos mortales del rey en su tumba de Santes Creus.3 Mediante una sofisticada técnica de endoscopia y una analítica de los gases contenidos en su interior, se ha podido comprobar que es la única tumba de un monarca de la Corona de Aragón que no ha sido nunca profanada.
De su matrimonio con Constanza en 1262 nacieron:
Alfonso III de Aragón (1265-1291), rey de Aragón, Valencia y conde de Barcelona.
Jaime II de Aragón el Justo (1267-1327), rey de Aragón, Valencia, conde de Barcelona, rey de Cerdeña y de Sicilia.
Isabel de Aragón (1271-1336), «Santa Isabel de Portugal», reina consorte de Portugal por su matrimonio en 1288 con Dionisio I de Portugal.
Federico II de Sicilia (1272-1337), rey de Sicilia.
Violante (1273-1302), casada en 1297 con el infante Roberto de Nápoles, futuro Roberto I.
Pedro de Aragón (1275-1296).
Tuvo tres hijos naturales de su relación con María Nicolau antes de contraer matrimonio con Constanza:5
Jaime Pérez de Aragón (m. 22 de mayo de 1285). Primer señor de Segorbe.5 Casado con Sancha Fernández, hija de Fernando Díaz o Rodrigo Díaz, señor de Benaguasil, y de su mujer Alda Fernández de Arenós, señora del Vall de Lullén, de quien tuvo a Constanza Pérez de Aragón quien fuera II señora de Segorbe, enlazada con Artal Ferrench de Luna, VIII señor de Luna;
Juan Pérez de Aragón;
Beatriz Pérez de Aragón, falleció en 1316 en Portugal y recibió sepultura en el monasterio de Monasterio de Santa Clara-a-Velha en Coímbra. Con su esposo, Ramón de Cardona, acompañó a su media hermana Isabel cuando esta se casó con el rey Dionisio de Portugal. Fueron padres de cinco hijos: Guillermo, Ramón, Isabel, Beatriz y Leonor.
De su relación con Inés Zapata nacieron cuatro hijos ilegítimos:
Fernando de Aragón. Caballero Hospitalario, su padre le dio el señorío de Albarracín en 1284 después de asediar y tomar la ciudad en septiembre de ese año, derrotando a Juan Núñez I de Lara. En 1305 fue enviado por su hermano Federico II, a ocupar Rodas y otras islas Griegas, expedición que fracasó.
Sancho de Aragón. Castellán de Amposta.
Pedro de Aragón, casado con Constanza Méndez Pelita de Silva, hija de Suero Méndez de Silva.
Teresa de Aragón. Contrajo tres matrimonios: el primero con García Romeu III, ricohombre de Aragón, hijo de García Romeu II; el segundo con Artal de Alagón, señor de Sástago y Pina; y el tercero con Pedro López de Oteiza.
Las campanas de las iglesias de Palermo llamaban al oficio de vísperas cuando un levantamiento del pueblo de esta milenaria ciudad, masacró a la guarnición francesa.
Despuntaba la primavera en la antiquísima Sicilia y los franceses dormían tranquilos. Era el 30 de marzo de 1282 y las campanas de las iglesias de Palermo llamaban al oficio de vísperas cuando un levantamiento del pueblo de esta milenaria ciudad, masacró a la guarnición francesa acantonada intramuros. En perfecta coordinación, una multitud de ávidos ciudadanos sedientos de sangre rápida y sin muchas preguntas se apostaron en las inmediaciones de los dos fuertes en los que los relajados francos zascandileaban relajadamente mientras retozaban en las reconfortantes aguas mediterráneas.
esde Corleone a Messina, las fuerzas francesas fueron pasadas a cuchillo con un frenesí desconocido
Alfonso III de Aragón (1265-1291), rey de Aragón, Valencia y conde de Barcelona.
Jaime II de Aragón el Justo (1267-1327), rey de Aragón, Valencia, conde de Barcelona, rey de Cerdeña y de Sicilia.
Isabel de Aragón (1271-1336), «Santa Isabel de Portugal», reina consorte de Portugal por su matrimonio en 1288 con Dionisio I de Portugal.
Federico II de Sicilia (1272-1337), rey de Sicilia.
Violante (1273-1302), casada en 1297 con el infante Roberto de Nápoles, futuro Roberto I.
Pedro de Aragón (1275-1296).
Tuvo tres hijos naturales de su relación con María Nicolau antes de contraer matrimonio con Constanza:5
Jaime Pérez de Aragón (m. 22 de mayo de 1285). Primer señor de Segorbe.5 Casado con Sancha Fernández, hija de Fernando Díaz o Rodrigo Díaz, señor de Benaguasil, y de su mujer Alda Fernández de Arenós, señora del Vall de Lullén, de quien tuvo a Constanza Pérez de Aragón quien fuera II señora de Segorbe, enlazada con Artal Ferrench de Luna, VIII señor de Luna;
Juan Pérez de Aragón;
Beatriz Pérez de Aragón, falleció en 1316 en Portugal y recibió sepultura en el monasterio de Monasterio de Santa Clara-a-Velha en Coímbra. Con su esposo, Ramón de Cardona, acompañó a su media hermana Isabel cuando esta se casó con el rey Dionisio de Portugal. Fueron padres de cinco hijos: Guillermo, Ramón, Isabel, Beatriz y Leonor.
De su relación con Inés Zapata nacieron cuatro hijos ilegítimos:
Fernando de Aragón. Caballero Hospitalario, su padre le dio el señorío de Albarracín en 1284 después de asediar y tomar la ciudad en septiembre de ese año, derrotando a Juan Núñez I de Lara. En 1305 fue enviado por su hermano Federico II, a ocupar Rodas y otras islas Griegas, expedición que fracasó.
Sancho de Aragón. Castellán de Amposta.
Pedro de Aragón, casado con Constanza Méndez Pelita de Silva, hija de Suero Méndez de Silva.
Teresa de Aragón. Contrajo tres matrimonios: el primero con García Romeu III, ricohombre de Aragón, hijo de García Romeu II; el segundo con Artal de Alagón, señor de Sástago y Pina; y el tercero con Pedro López de Oteiza.
Roger de Lauria
El almirante que extendió la Corona de Aragón por todo el Mediterráneo.
En las últimas décadas del siglo XIII el reino experimentó una fuerte proyección exterior. Uno de los grandes responsables fue este marinero fiel amigo de Pedro III
Pedro III de Aragón era un rey de talla enorme, robusta y de imagen impactante. Su visión de un reino con grandeza la llevaba en la genética. Un día de asueto, en una playa de la actual Tarragona, según miraba al Mediterráneo se quedó en uno de esos extraños trances que le asaltaban cuando estaba tramando algo y pensó: esta agua verde, hasta donde llegue el horizonte y más allá, sea lo que sea lo que haya, será para Aragón. Y dicho y hecho…
Hijo de Jaime I el Conquistador, sucedió a su padre en el año 1276 como rey de Aragón, de Valencia y Conde de Barcelona; y algo más tarde, asimismo, de Sicilia. Pedro III y sus terribles almogávares, cambiaron la historia de Europa y causaron asombro a medio mundo. Este rey aragonés es un gran olvidado en nuestra intensa y prolífica historia y, por cierto, es el único español que aparece en la ‘Divina Comedia’, bueno, él y su prole. Dante Aligheri lo alaba y dice de Pedro III que atesora multitud de virtudes, mientras que a Carlos de Anjou lo pone a caer de un burro. Asimismo este magistral renacentista italiano pone a parir al papa de turno, Martín IV, del cual dice que murió de una indigestión de vino y anguilas en pleno ayuno de Cuaresma para más inri; y del rey de Francia dice que murió deshonrando la flor de lis en unos escabrosos temas horizontales.
Cuando Aragón era una gran potencia: el rey Pedro II y la fuerza de la naturaleza
En las zonas aledañas a Toulouse, desde los albores del siglo XI, existía una corriente de renunciantes que propugnaban la vuelta a las bases del cristianismo primigenio
La norma más determinante en la cadena trófica es la de esgrimir el poder sin reparos, la más mínima concesión te conduce a un proceso de contabilidad que resta. El Mare Nostrum en aquel tiempo era un galimatías donde la piratería hacía su agosto y los mercaderes venecianos, pisanos, genoveses, etc. tenían que andar con tiento y poner sus barbas a remojar porque a la mínima se quedaban con los hombros igualados. Solo había un poder en aquel mar milenario y lleno de historias que pudiera dar la cara e imponerse en medio de aquel ‘Totum Revolutum’.
Durante los siglos XIII, XIV y XV, los diferentes reyes de Aragón mantuvieron un pulso sostenido contra los otomanos y toda la pléyade piratas y corsarios que poblaban aquel mar que fue en tiempos tempranos el imperio marítimo de los aguerridos Pueblos del Mar, y después, de los griegos, romanos, cartagineses y otros muchos amos.
El infante Pedro (futuro Pedro III de Aragón), tenía un compañerete de juegos que se llamaba Roger de Lauria; un día cruzaban espadas de madera y al otro cabalgaban mientras disparaban con el arco en movimiento. Esta noble amistad les llevaría muy lejos a ambos.
Nacido en la región sureña de Bassilicata (la Andalucía de Italia) Roger de Lauria fue armado caballero por su gran amigo, el que más tarde sería Pedro III de Aragón y ambos en perfecta comunión y sintonía, se apoderaron del Mediterráneo sin muchas contemplaciones.
No todo el campo era orégano
Hacia el año 1283, al alzarse los sicilianos en armas frente a los Anjou, Pedro III apremiado por el sesgo que podría tomar aquella revuelta, se vio embargado por un cabreo importante, y entonces, tomó su decisión. El rey aragonés, a la sazón estaba casado con la hermosa Constanza, heredera de un antiquísimo linaje germano, los Hohenstaufen, con claras opciones sobre la propiedad de la isla; por lo que la tomó por asalto para recordarles a los normandos quien cortaba el bacalao. Lauria en aquel momento era el almirante de la flota. En días anteriores, ya les había aplicado un severo correctivo a los crecidos ante franceses.
Las vísperas sicilianas y el asalto de Aragón al Mediterráneo: aquello fue el acabose
Las campanas de las iglesias de Palermo llamaban al oficio de vísperas cuando un levantamiento del pueblo de esta milenaria ciudad, masacró a la guarnición
Al este de Malta les arreó también una somanta a los angevinos o anglo-normandos (vinculados a la casa de Anjou) en una antológica y memorable paliza. Ya muy subido el almirante de Pedro III, se plantó cerca de Capri en el Golfo de Nápoles y les atizó otra vez sin muchos miramientos y en franca minoría con una pequeña flota de galeras y lo que sería un atisbo de las futuras cocas; corría el año 1284. Ya a velocidad de crucero, tras hacer guantes por aquellos pagos de Dios, en Castellammare (1287) en el golfo de Trapani entrando por el oeste arrasaría la antiquísima e inexpugnable fortaleza más tarde reconstruida por los aragoneses con la mano de obra cautiva. Todo aquel rifirrafe acabaría favoreciendo a Pedro III dándole la coartada perfecta tras las famosas Vísperas Sicilianas.
Este episodio se veía venir. Los normandos –parte embrionaria de la futura Francia– abusaban en una atropello permanente de la población local un día sí y otro también. Cuando despuntaba la primavera en aquella antiquísima tierra de gentes curtidas en historia con las huellas de arrugas milenarias, el 30 de marzo de 1282, las campanas de las iglesias de Palermo llamarón al oficio de vísperas y en un sincronizado levantamiento, el pueblo de esta atribulada urbe que había pasado por las manos de los griegos, cartagineses, romanos y árabes entre otros, masacró a la guarnición gala acantonada intramuros. Los relajados francos que andaban zascandileando tranquilamente mientras retozaban en las aguas aledañas del pequeño espigón del puerto pegado a la fortaleza, acabaron pasto de la ira del populacho para regocijo de los aragoneses.
El rey de Aragón se había hecho adicto a conquistar y con su amigo y compinche de correrías, Roger de Lauria, se pusieron manos a la obra
Pero Pedro III tenía esculpidas en su mente unas cuantas ideas en bajorrelieve sobre el futuro de Aragón y su proyección en el mar que bañaba el reino por el este. Y aquel mar que olía a Dios, estaba esperando a su intérprete.
Y como ya se sabe (según El Roto) respecto a las fronteras, [sic] “dícese del lugar donde termina una locura y empieza otra”. El rey de Aragón se había hecho adicto a conquistar por aquí y por allá y no sabía de límites y con su amigo y compinche de correrías, Roger de Lauria, se pusieron manos a la obra; esto es, a repartir estopa a granel.
El secreto de sus victorias
Pero todas esas victorias, encerraban un secreto: los famosos carpinteros de ribera que tanto alentó Jaime I (el padre) en su momento y Pedro III (el hijo) más tarde. Meticulosos, detallistas en extremo, crearon unas naves marineras de tremendo impacto por su velocidad (eran cuchillas sobrevolando las olas) un bordo más elevado que sus antecesoras y castillete desde el que los ballesteros almogávares hacían delicias de las suyas, además de un entrenamiento en el cuerpo a cuerpo que para sí lo quisieran la legión o los marines. Las cuidadas hoy –y entonces– atarazanas de Barcelona, fabricaban estas espectaculares naves de fino porte y letal presencia.
Roger de Lauria, además de ser un líder indiscutible, era un Rommel o un Manstein del mar. En la decena de batallas navales a las que se enfrentó, demostró arrojo, temeridad, consignas claras y directrices absolutamente comprensibles; quizás, fuera el equivalente militar a un Einstein de la época. Su famoso ‘Nelson Touch’ de usar ese ardid de atraer al adversario a un lugar favorable para sus intereses y darle la puntilla, han pasado a estudiarse en las academias navales de Annapolis, en la Marine Nationale francesa y en la Marina Real Inglesa que no es moco de pavo. Sus triunfos en el golfo de Nápoles o la mismísima batalla de Malta hablan por sí mismos de un consumado ajedrecista.
En la decena de batallas navales a las que se enfrentó, demostró arrojo, temeridad, consignas claras y directrices absolutamente comprensibles
Carnicerías como las de las islas Formigues donde ejecutó a cientos de prisioneros o la del cabo Orlando, donde masacró a otros muchos, han enturbiado su leyenda; pero la victoria, según su criterio justificaba los medios. Roger de Lauria fue sin duda, inventor de las tácticas más vanguardistas, un maestro del arte de la guerra en el mar. Usaba pequeños esquifes para romper los timones de las embarcaciones adversarias en medio del combate y dejaba a las naves adversarias sin dirección en medio de la batalla, usaba unos primarios cócteles Molotov con el “fuego de Arquímedes“, agujereaba los cascos de sus adversarios en la mismísima línea de flotación, embestía los remos de sus oponentes para restarles energía en las maniobras y dejarlos a su merced. Era un “hacha”.
Se sabe que en sus años postreros acabó instalándose en sus tierras del reino de Valencia y cuando le visitó la Gran Sombra pidió como último deseo ser enterrado en la abadía catalana de Santes Creus, al lado de su valedor y amigo Pedro III, excomulgado curiosamente por un papa muy cariñoso con los efebos que lo acusaba de mujeriego, aspecto este, en el que el hipócrita purpurado tenía razón.
Roger de Lauria, fidelidad hasta el último momento.
Las Vísperas Sicilianas.
Despuntaba la primavera en la antiquísima Sicilia y los franceses dormían tranquilos. Era el 30 de marzo de 1282 y las campanas de las iglesias de Palermo llamaban al oficio de vísperas cuando un levantamiento del pueblo de esta milenaria ciudad, masacró a la guarnición francesa acantonada intramuros. En perfecta coordinación, una multitud de ávidos ciudadanos sedientos de sangre rápida y sin muchas preguntas se apostaron en las inmediaciones de los dos fuertes en los que los relajados francos zascandileaban relajadamente mientras retozaban en las reconfortantes aguas mediterráneas.
esde Corleone a Messina, las fuerzas francesas fueron pasadas a cuchillo con un frenesí desconocido
La mano de Dios entraba en acción para desagraviar la ofensa recibida por una dama local a manos de un oficial francés poco precavido y algo irresponsable, que había extendido sus poco educadas intenciones hacia el “derriere” de una elegante y etérea criatura de un aspecto sureño arrebatador. Aquello fue el acabose.
Desde Corleone a Messina, las fuerzas francesas fueron pasadas a cuchillo con un frenesí desconocido. Nada como un agravio al honor para motivar a los siempre ninguneados isleños. Cerca de dos mil uniformados galos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos a manos de la enfurecida turbamulta.
Pero la cosa no quedó ahí. El tema venía de lejos
Los sicilianos habían convocado al rey Pedro III de Aragón para que les prestara una ayudita. Pedro III alegaría en favor de su causa los derechos de su mujer Constanza, cuyo padre había sido a su vez pasado alegremente por las armas de Carlos I de Anjou, que cuando penetró imprudentemente con su espada a Manfredo de Hohenstaufen, que así se llamaba el progenitor de la afligida hija delanterior gobernador de Sicilia y Nápoles, hasta su derrota y muerte en la batalla de Benevento, no podía imaginarse la que le iba a caer.
Con anterioridad a los altercados
En los primeros años del siglo XI, aventureros normandos en calidad de mercenarios habían llegado a Sicilia para echar a los cómodamente instalados seguidores del profeta Mahoma que habitaban aquellos pagos desde hacía una miríada de años; más concretamente nos podríamos remontar a una ocupación árabe de Sicilia documentada hacia el 827 de nuestra era. Ya puestos, y con la euforia subida de tanto rebanar los pescuezos de los aterrorizados autóctonos, estos descendientes de los vikingos que se habían instalado años ha en el noroeste de Francia, decidieron también expulsar a los tranquilos bizantinos de la parte sur de la bota itálica, la avanzadilla más al oeste de aquel Imperio que abría y cerraba el transito del Bósforo al Mediterráneo a capricho. Como resultado de su política de amedrentamiento y fechorías varias, el reino consolidado tras la conquista normanda ocupaba en consecuencia la parte meridional de la península italiana. Parecía que todo iba sobre ruedas.
Federico II, que era un rey de armas tomar, tenía bastante cabreada a la curia vaticana por su insolente comportamiento con los purpurados
Desde Corleone a Messina, las fuerzas francesas fueron pasadas a cuchillo con un frenesí desconocido. Nada como un agravio al honor para motivar a los siempre ninguneados isleños. Cerca de dos mil uniformados galos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos a manos de la enfurecida turbamulta.
Pero la cosa no quedó ahí. El tema venía de lejos
Los sicilianos habían convocado al rey Pedro III de Aragón para que les prestara una ayudita. Pedro III alegaría en favor de su causa los derechos de su mujer Constanza, cuyo padre había sido a su vez pasado alegremente por las armas de Carlos I de Anjou, que cuando penetró imprudentemente con su espada a Manfredo de Hohenstaufen, que así se llamaba el progenitor de la afligida hija delanterior gobernador de Sicilia y Nápoles, hasta su derrota y muerte en la batalla de Benevento, no podía imaginarse la que le iba a caer.
Con anterioridad a los altercados
En los primeros años del siglo XI, aventureros normandos en calidad de mercenarios habían llegado a Sicilia para echar a los cómodamente instalados seguidores del profeta Mahoma que habitaban aquellos pagos desde hacía una miríada de años; más concretamente nos podríamos remontar a una ocupación árabe de Sicilia documentada hacia el 827 de nuestra era. Ya puestos, y con la euforia subida de tanto rebanar los pescuezos de los aterrorizados autóctonos, estos descendientes de los vikingos que se habían instalado años ha en el noroeste de Francia, decidieron también expulsar a los tranquilos bizantinos de la parte sur de la bota itálica, la avanzadilla más al oeste de aquel Imperio que abría y cerraba el transito del Bósforo al Mediterráneo a capricho. Como resultado de su política de amedrentamiento y fechorías varias, el reino consolidado tras la conquista normanda ocupaba en consecuencia la parte meridional de la península italiana. Parecía que todo iba sobre ruedas.
Federico II, que era un rey de armas tomar, tenía bastante cabreada a la curia vaticana por su insolente comportamiento con los purpurados
Tras cerca de un siglo de dominación normanda, los derechos sobre el reino de Sicilia recayeron sobre el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico II, cuyo reinado estuvo protagonizado por serias desavenencias con la Santa Sede, con el telón de fondo del conflicto entre gibelinos y güelfos, dos facciones encabezadas, respectivamente, por el Emperador y el Papa. Federico II, que era un rey de armas tomar, tenía bastante cabreada a la curia vaticana por su insolente comportamiento con los purpurados a los que acusaba de desmanes de todo tipo y de algunas aficiones muy alejadas de la práctica devota del mensaje de aquel gran filósofo llamado Cristo, por lo que a los melifluos pontífices que tan habituados estaban a repartir bendiciones profusamente a diestro y siniestro a cambio de jugosas contrapartidas, solo les quedó el recurso de la excomunión para con este bravucón rey germano .
Aragón calienta motores
Pero sucedía que los modos de Carlos de Anjou y sus secuaces eran del todo inaceptables. A pesar de que los sicilianos estaban acostumbrados a ser gobernados por todo tipo de invasores, la llegada de los franceses les irritó enormemente. El rey francés desplegó un gobierno tiránico sin muchas contemplaciones y promovió elevadas tasas fiscales. Exigió a los terratenientes los títulos de propiedad, que en el derecho local estaban más asociados a la palabra dada, que al documento escrito, y puso a la nobleza siciliana en su contra. Como numerosas familias carecían de escrituras, sus tierras y las de los dirigentes que estaban en rebeldía fueron confiscadas y entregadas a los franceses. Para más agravio se trasladó la gestión administrativa a Nápoles, lo que relegó a la antigua capital, Palermo, a un papel secundario.
Pero el mayor resentimiento causado por los franceses, venia de su actitud arrogante y despótica, tratando a los sufridos locales con desprecio y ofendiendo su honor continuamente.
Mientras los hombres de Carlos de Anjou se apoltronaban en sus nuevos dominios, los notables sicilianos partidarios de los Hohenstaufen, entre ellos Roger de Lauria, buscaron refugio en la corte del rey Jaime I de Aragón, convirtiendo Barcelona en un centro político de primera magnitud que alimentaria la acción política y militar que estaba a punto de caer sobre los desprevenidos e insolentes franceses.
La mecha en marcha
En 1282 Carlos de Anjou, al filo de la primavera, se preparaba para encabezar una cruzada contra el Imperio bizantino y tomar Constantinopla. Quería un imperio a su medida y los territorios francos se le quedaban algo comprimidos para sus delirios de grandeza. En las aguas del puerto de Mesina, las escuadras napolitana y provenzal estaban listas para zarpar a comienzos de abril. Pero el 30 de marzo estalló en Palermo una gran insurrección contra los franceses, según las malas lenguas con extrañas financiaciones de origen desconocido pero que con un cuidado análisis, podrían acercar conclusiones a las riberas del oeste del mediterráneo.
El pavimento adoquinado, quedó perlado de un color bermellón, muy fluido para más señas, justo en el momento en que las campanas de la iglesia y las de toda la ciudad empezaban a tocar a rebato
Existen distintas versiones sobre cómo se desencadenaron los hechos. La versión más tradicional, dice que el lunes de Pascua en Palermo, en la iglesia del Espíritu Santo, los lugareños se habían reunido para asistir a los oficios vespertinos. Mientras los fieles esperaban la hora de iniciar las vísperas, un grupo de franceses borrachos, bajaba sin mantener el respeto debido a los congregados y oficiantes. Al parecer, un sargento ofendió gravemente a una joven casada y abusó de forma inadecuada en un contexto de respeto y recogimiento que no propiciaba la grosería. El marido, fuera de sí, sacó un cuchillo de dimensiones descomunales y le apuñaló con saña bien engrasada hasta que el interfecto se relajó definitivamente. El resto de franceses que acudieron a socorrer y a vengar a su mando, corrieron la misma suerte. El pavimento adoquinado, quedó perlado de un color bermellón, muy fluido para más señas, justo en el momento en que las campanas de la iglesia y las de toda la ciudad empezaban a tocar a rebato.
Otra versión, quizás más sostenida y fundamentada, dice que el levantamiento estaba perfectamente planeado por el emperador bizantino Miguel Paleólogo, gran diplomático y hombre muy capacitado para la política de largo alcance que preocupado ante la cruzada francesa, habría instigado la revuelta siciliana para mantener ocupado a Carlos de Anjou e impedirle llevar a cabo sus planes.
Lo cierto, en un plano más corto y focalizado, es que quienes lo habían organizado habían usado el tañido de las campanas en vísperas, como clave para la sublevación. Iniciada la rebelión, la ira popular desatada no reparó en mientes y se llevó por delante al grito de “¡Muerte a los franceses!”, cerca de 2.000 almas en una orgia de sangre muy al uso de las costumbres isleñas cuando se presentaba la oportunidad.
Es muy probable que las tres hipótesis convergieran en la génesis y desarrollo de la revuelta. Los procesos históricos en general suelen ser multicausales. Las Vísperas Sicilianas fueron probablemente una respuesta popular, quizás espontanea pero con una levadura solapada por el rey de Aragón y el exilio siciliano. El incidente del sargento pudo ser el impelente inicial de la rebelión larvada, instigada y sufragada por el emperador bizantino. Carlos de Anjou quizás llegó con cierto retraso a la conclusión de que su apuesta se estaba desarrollando en una zona altamente sísmica, pero le faltaron reflejos para reconocerlo.
¿Cuál era el papel de la Corona de Aragón en este embrollo?
o hay que olvidar, que el Reino de Aragón extendía sus tentáculos comerciales desde Famagusta hasta Constantinopla y desde Alejandría hasta los puertos del norte de África, por citar algunos de los enclaves con los que mantenía excelentes relaciones mercantiles. Muchas de las “cocas” o pequeños barcos de cabotaje muy marineros, navegaban en ocasiones con dos banderas al alimón; una la propia del reino, y la otra, de concierto o común acuerdo con el proveedor o destinatario con el que se mercadeaba. Aragón era un reino temido y temible. Ninguna decisión geoestratégica de calado de ningún reino con costa o vistas al Mare Nostrum, tomaba una decisión sin considerar las repercusiones que podría acarrearle este aspecto.
Pedro III el Grande. (Manuel Aguirre y Monsalbe)
Pedro III el Grande. (Manuel Aguirre y Monsalbe)
A la sazón el rey de Aragón, Jaime I, que acababa de conquistar las tierras mallorquinas y valencianas y cuyo hijo y sucesor, el futuro Pedro III el Grande que había contraído matrimonio en Montpellier con la princesa Constanza de Hohenstaufen, hija del fallecido Manfredo y nieta, por tanto, del emperador Federico II, acreditaban la legitimidad necesaria para que los cabreados sicilianos hicieran piña en torno a los derechos sucesorios de doña Constanza, representados y defendidos por su esposo el infante don Pedro y por su suegro el rey don Jaime. En 1270, Aragón era un nombre que se escribía con palabras mayores en la política europea…
Carlos de Anjou tuvo que huir de Sicilia a una velocidad inusitada ocultando bajo la polvareda levantada por los cascos de las caballerías, la vergüenza de una chulería demasiado autocomplaciente durante la ocupación. Los rebeldes obtuvieron la independencia de la isla que inicialmente fue administrada en comunas nucleadas al modo de las repúblicas italianas del norte, como Florencia y Venecia; pero pronto se vio la fragilidad de la Utopía y se hizo una oferta formal al más fiable de los pretendientes, y los sicilianos decidieron ofrecérsela al que desde 1276 era rey de la Corona de Aragón, don Pedro III y su esposa doña Constanza Hohenstaufen. Esta solución contó con el apoyo mayoritario de todos los isleños y de todas las clases sociales.
Cuando los monarcas de Aragón entraron en Palermo ante el entusiasmo popular, la Corona más potente del mediterráneo había dado un paso gigantesco en el control del monopolio comercial del tráfico marítimo del mar interior por excelencia. Sicilia representaba un paso espectacular para el dominio comercial aragonés del Mediterráneo.
Aragón, un gigante a la altura de su tiempo.
Alfonso III "El Liberal"
(Rey de Aragón 1285-1291)
Alfonso III de Aragón, apodado el Liberal o el Franco, nació en Valencia en 1265. Era el hijo mayor del matrimonio del Rey Pedro III de Aragón y de Constanza de Sicilia, hija de Manfredo I de Sicilia.
A la muerte de su padre heredó los territorios de la Corona de Aragón, mientras que su hermano Jaime II de Aragón heredó el Reino de Sicilia.
Fue rey de Aragón, de Valencia y conde de Barcelona entre 1285 y 1291, y rey de Mallorca entre 1286 y 1291.
Jurado rey el 2 de febrero de 1286 en la ciudad de Valencia. Posteriormente fue coronado rey de Aragón en la catedral de La Seo de Zaragoza, el 9 de abril de 1286 por el obispo de Huesca, ante la ausencia del arzobispo de Tarragona, que es quien debía coronar a los reyes de Aragón desde tiempos de Pedro II, aunque de hecho ningún rey de Aragón fue coronado por este cargo eclesiástico.
Entre los hechos más relevantes de su reinado citaremos:
La expansión por el mar Mediterráneo, comenzando por la conquista de Mallorca e Ibiza. Conquista de Menorca
La firma del Tratado de Tarascón por los conflictos derivados por la posesión de Sicilia
Los conflictos con la nobleza aragonesa fueron los aspectos más significativos de su reinado.
1 La expansión por el Mediterráneo
Alfonso III comenzó sus actos de gobierno en el año 1282, en que se hizo cargo de los reinos de su padre cuando este marchó a la conquista de Sicilia, para posteriormente hacerse cargo del gobierno del reino de Sicilia.
En 1285 participó en la defensa de los condados Pirenaicos frente al ataque de Felipe III de Francia y Carlos de Valois (rey nombrado por el papado). Una vez derrotados los franceses y en vista del apoyo prestado por el Rey Jaime II de Mallorca , hermano de Pedro III, este le declaró la guerra.
Así pues Alfonso III entre 1285 y 1286 conquistó por encargo de su padre las islas de Ibiza y de Mallorca a su tío Jaime II de Mallorca, quedando el reino de Mallorca como tributario del de Aragón.
De hecho cuando Pedro III falleció en Villafranca del Penedés, su hijo Alfonso se encontraba en Mallorca al mando de una expedición.
Ya como rey de Aragón preparó la expedición para tomar la isla de Menorca al almojarife Abû’Umar.
En las Cortes celebradas en Huesca el 18 de octubre de 1286 convocó a sus súbditos en Salou para desde allí partir a la conquista de la isla.
Menorca había sido tradicionalmente vasallo de Aragón desde los tiempos en que Jaime I conquistó Mallorca en 1231, pero el rey de la isla fue acusado de aliarse con Túnez e indirectamente con Francia y de dar apoyo a diversas plazas norteafricanas, además de haberse convertido en refugio de piratas que entorpecían el comercio.
Las fuerzas reunidas en Salou -que se calcula que tomaron parte en la expedición- contaban con unos 20.000 hombres y más de 100
El 22 de noviembre salieron las naves hacia Mallorca donde hicieron escala hasta después de Navidad.
La expedición llego a Mahón el día 5 de Enero de 1287 y desembarcaron el 17 de Enero (Actualmente se celebra el día de Menorca)
Una vez derrotadas las tropas musulmanas replegadas en el castillo de Sent Agáyz (Santa Águeda) El 21 de enero se firmaron los Pactos de Sent Agáyz, por los que los habitantes de la isla pasaban a ser siervos del rey de Aragón y todos sus bienes, excepto las ropas, incautados a menos que pagaran siete doblas y media de oro en el plazo de seis meses. Los que no pudieron pagar fueron vendidos como esclavos en mercados del norte de África,
La isla quedó despoblada, sus tierras fueron repartidas entre la nobleza y la repoblación corrió a cargo de gentes de los condados, de la actual Cataluña. Alfonso III permaneció en Ciudadela durante 45 días, donde dictó las directrices para el gobierno de la isla y mandó construir la Iglesia Catedral sobre la antigua mezquita, aunque su construcción empezó alrededor de 1300 cuando Alfonso III ya había fallecido
2 Firma del Tratado de Tarascón
Recordemos que el Papado había excomulgado con anterioridad a los reyes de Aragón, hasta que el reino de Sicilia pasara a manos de quien él consideraba como justo, donó el reino de Aragón a Carlos de Valois e impuso censuras eclesiásticas
Sus mayores problemas en el escenario internacional fueron su conflicto frente a Francia, los Valois y el Papado por los derechos de su hermano Jaime sobre Sicilia, al que en primera instancia apoyó pese a las presiones extranjeras
En el conflicto de Sicilia con el Papado y Francia, Alfonso ordena expediciones navales al mando de de Roger de Lauria, Bernat de Sarriá y Berenguer de Vilaregut.
Para dar respuesta a la situación de conflicto Alfonso III, recibió a los embajadores del Papa y de los reyes de Francia e Inglaterra que pedían la liberación del príncipe de Salerno, futuro Carlos II de Anjou, llamado ‘’el cojo’’, al que su padre había hecho prisionero.
Alfonso dejó en libertad a Carlos el 29 de octubre de 1288 haciendo que renunciara al reino de Sicilia en favor de su hermano Jaime y dejando de rehenes en Barcelona a sus dos hijos, Luis y Roberto.
Para evitar la confrontación con el Papa y Francia, en 1291 se firma el Tratado de Tarascon, por el cual se renuncia a Sicilia y a cambio se levanta la excomunión sobre los reyes aragoneses, Francia renuncia a entrar en los territorios de la Corona y se le concede a Aragón, la posibilidad de conquista de las islas de Córcega y Cerdeña.
La ocupación efectiva de Cerdeña se inició en 1323 y fue lenta y costosa (se la llamó 'tumba de aragoneses') pero Córcega no llegó nunca a ser conquistada.
Puesto que Jaime no renunció al trono de Sicilia, se avecinaba un nuevo conflicto, que no se produjo por la repentina muerte de Alfonso III.
Como consecuencia de la muerte del Rey Alfonso III, la isla de Sicilia pasa a ser gobernada por una dinastía derivada aragonesa ya que queda como rey Fadrique, que era hermano de Alfonso III y Jaime II de Aragón.
Esta dinastía derivada volverá al tronco de la Corona de Aragón con Martín I el humano y con Fernando I de Trastámara.
3 Conflicto con la nobleza aragonesa
Recordemos que en 1283 Pedro III tenía una situación de debilidad interna por los problemas en Sicilia. Eso fue aprovechado por los nobles, villas y ciudades de Aragón para hacerle firmar el Privilegio General por el cual tuvo que jurar los fueros, se estipuló que una vez al año se debían reunir cortes en el reino de Aragón, quedaron eximidos de seguir al rey en las conquistas ultramarinas y se concedieron otros beneficios.
La ambición mediterránea del Rey Alfonso III, provocó un desánimo en la nobleza aragonesa que se sintió desplazada, por ejemplo, por ser proclamado rey en Valencia, antes de la jura de los Fueros y que vio cuestionados sus privilegios ante el triunfo de la monarquía.
Las Cortes celebradas en junio de 1286 en Zaragoza y las de octubre del mismo año en Huesca acabaron con represalias y acciones militares entre la monarquía y los nobles, que amenazaron con dar el trono a Carlos de Valois, al que el Papa había nombrado como soberano de los reinos de Pedro III.
Debido a las circunstancias Alfonso III se vio obligado a firmar el Privilegio de la Unión (1287). Las exigencias con este privilegio eran más radicales y difíciles de cumplir, ya que debía entregar varios castillos y concedía que los nobles pertenecientes a la Unión y los ciudadanos de Zaragoza no podían ser apresados y juzgados si no lo hacía el Justicia. También se obligaba a la reunión anual de Cortes, de donde saldría elegido el consejo del rey para gobernar y administrar los reinos de Aragón, de Valencia y de Ribagorza.
Si el rey obraba en contra de lo estipulado en este documento, los nobles podían “desnaturarse” (negar la obediencia y elegir otro soberano sin incurrir en nota de infidelidad).
Esta condición dio motivo a Alfonso III a decir: “Que había en Aragón tantos reyes como ricos-hombres”
El pavimento adoquinado, quedó perlado de un color bermellón, muy fluido para más señas, justo en el momento en que las campanas de la iglesia y las de toda la ciudad empezaban a tocar a rebato
Existen distintas versiones sobre cómo se desencadenaron los hechos. La versión más tradicional, dice que el lunes de Pascua en Palermo, en la iglesia del Espíritu Santo, los lugareños se habían reunido para asistir a los oficios vespertinos. Mientras los fieles esperaban la hora de iniciar las vísperas, un grupo de franceses borrachos, bajaba sin mantener el respeto debido a los congregados y oficiantes. Al parecer, un sargento ofendió gravemente a una joven casada y abusó de forma inadecuada en un contexto de respeto y recogimiento que no propiciaba la grosería. El marido, fuera de sí, sacó un cuchillo de dimensiones descomunales y le apuñaló con saña bien engrasada hasta que el interfecto se relajó definitivamente. El resto de franceses que acudieron a socorrer y a vengar a su mando, corrieron la misma suerte. El pavimento adoquinado, quedó perlado de un color bermellón, muy fluido para más señas, justo en el momento en que las campanas de la iglesia y las de toda la ciudad empezaban a tocar a rebato.
Otra versión, quizás más sostenida y fundamentada, dice que el levantamiento estaba perfectamente planeado por el emperador bizantino Miguel Paleólogo, gran diplomático y hombre muy capacitado para la política de largo alcance que preocupado ante la cruzada francesa, habría instigado la revuelta siciliana para mantener ocupado a Carlos de Anjou e impedirle llevar a cabo sus planes.
Lo cierto, en un plano más corto y focalizado, es que quienes lo habían organizado habían usado el tañido de las campanas en vísperas, como clave para la sublevación. Iniciada la rebelión, la ira popular desatada no reparó en mientes y se llevó por delante al grito de “¡Muerte a los franceses!”, cerca de 2.000 almas en una orgia de sangre muy al uso de las costumbres isleñas cuando se presentaba la oportunidad.
Es muy probable que las tres hipótesis convergieran en la génesis y desarrollo de la revuelta. Los procesos históricos en general suelen ser multicausales. Las Vísperas Sicilianas fueron probablemente una respuesta popular, quizás espontanea pero con una levadura solapada por el rey de Aragón y el exilio siciliano. El incidente del sargento pudo ser el impelente inicial de la rebelión larvada, instigada y sufragada por el emperador bizantino. Carlos de Anjou quizás llegó con cierto retraso a la conclusión de que su apuesta se estaba desarrollando en una zona altamente sísmica, pero le faltaron reflejos para reconocerlo.
¿Cuál era el papel de la Corona de Aragón en este embrollo?
o hay que olvidar, que el Reino de Aragón extendía sus tentáculos comerciales desde Famagusta hasta Constantinopla y desde Alejandría hasta los puertos del norte de África, por citar algunos de los enclaves con los que mantenía excelentes relaciones mercantiles. Muchas de las “cocas” o pequeños barcos de cabotaje muy marineros, navegaban en ocasiones con dos banderas al alimón; una la propia del reino, y la otra, de concierto o común acuerdo con el proveedor o destinatario con el que se mercadeaba. Aragón era un reino temido y temible. Ninguna decisión geoestratégica de calado de ningún reino con costa o vistas al Mare Nostrum, tomaba una decisión sin considerar las repercusiones que podría acarrearle este aspecto.
Pedro III el Grande. (Manuel Aguirre y Monsalbe)
Pedro III el Grande. (Manuel Aguirre y Monsalbe)
A la sazón el rey de Aragón, Jaime I, que acababa de conquistar las tierras mallorquinas y valencianas y cuyo hijo y sucesor, el futuro Pedro III el Grande que había contraído matrimonio en Montpellier con la princesa Constanza de Hohenstaufen, hija del fallecido Manfredo y nieta, por tanto, del emperador Federico II, acreditaban la legitimidad necesaria para que los cabreados sicilianos hicieran piña en torno a los derechos sucesorios de doña Constanza, representados y defendidos por su esposo el infante don Pedro y por su suegro el rey don Jaime. En 1270, Aragón era un nombre que se escribía con palabras mayores en la política europea…
Carlos de Anjou tuvo que huir de Sicilia a una velocidad inusitada ocultando bajo la polvareda levantada por los cascos de las caballerías, la vergüenza de una chulería demasiado autocomplaciente durante la ocupación. Los rebeldes obtuvieron la independencia de la isla que inicialmente fue administrada en comunas nucleadas al modo de las repúblicas italianas del norte, como Florencia y Venecia; pero pronto se vio la fragilidad de la Utopía y se hizo una oferta formal al más fiable de los pretendientes, y los sicilianos decidieron ofrecérsela al que desde 1276 era rey de la Corona de Aragón, don Pedro III y su esposa doña Constanza Hohenstaufen. Esta solución contó con el apoyo mayoritario de todos los isleños y de todas las clases sociales.
Cuando los monarcas de Aragón entraron en Palermo ante el entusiasmo popular, la Corona más potente del mediterráneo había dado un paso gigantesco en el control del monopolio comercial del tráfico marítimo del mar interior por excelencia. Sicilia representaba un paso espectacular para el dominio comercial aragonés del Mediterráneo.
Aragón, un gigante a la altura de su tiempo.
Alfonso III "El Liberal"
(Rey de Aragón 1285-1291)
Alfonso III de Aragón, apodado el Liberal o el Franco, nació en Valencia en 1265. Era el hijo mayor del matrimonio del Rey Pedro III de Aragón y de Constanza de Sicilia, hija de Manfredo I de Sicilia.
A la muerte de su padre heredó los territorios de la Corona de Aragón, mientras que su hermano Jaime II de Aragón heredó el Reino de Sicilia.
Fue rey de Aragón, de Valencia y conde de Barcelona entre 1285 y 1291, y rey de Mallorca entre 1286 y 1291.
Jurado rey el 2 de febrero de 1286 en la ciudad de Valencia. Posteriormente fue coronado rey de Aragón en la catedral de La Seo de Zaragoza, el 9 de abril de 1286 por el obispo de Huesca, ante la ausencia del arzobispo de Tarragona, que es quien debía coronar a los reyes de Aragón desde tiempos de Pedro II, aunque de hecho ningún rey de Aragón fue coronado por este cargo eclesiástico.
Entre los hechos más relevantes de su reinado citaremos:
La expansión por el mar Mediterráneo, comenzando por la conquista de Mallorca e Ibiza. Conquista de Menorca
La firma del Tratado de Tarascón por los conflictos derivados por la posesión de Sicilia
Los conflictos con la nobleza aragonesa fueron los aspectos más significativos de su reinado.
1 La expansión por el Mediterráneo
Alfonso III comenzó sus actos de gobierno en el año 1282, en que se hizo cargo de los reinos de su padre cuando este marchó a la conquista de Sicilia, para posteriormente hacerse cargo del gobierno del reino de Sicilia.
En 1285 participó en la defensa de los condados Pirenaicos frente al ataque de Felipe III de Francia y Carlos de Valois (rey nombrado por el papado). Una vez derrotados los franceses y en vista del apoyo prestado por el Rey Jaime II de Mallorca , hermano de Pedro III, este le declaró la guerra.
Así pues Alfonso III entre 1285 y 1286 conquistó por encargo de su padre las islas de Ibiza y de Mallorca a su tío Jaime II de Mallorca, quedando el reino de Mallorca como tributario del de Aragón.
De hecho cuando Pedro III falleció en Villafranca del Penedés, su hijo Alfonso se encontraba en Mallorca al mando de una expedición.
Ya como rey de Aragón preparó la expedición para tomar la isla de Menorca al almojarife Abû’Umar.
En las Cortes celebradas en Huesca el 18 de octubre de 1286 convocó a sus súbditos en Salou para desde allí partir a la conquista de la isla.
Menorca había sido tradicionalmente vasallo de Aragón desde los tiempos en que Jaime I conquistó Mallorca en 1231, pero el rey de la isla fue acusado de aliarse con Túnez e indirectamente con Francia y de dar apoyo a diversas plazas norteafricanas, además de haberse convertido en refugio de piratas que entorpecían el comercio.
Las fuerzas reunidas en Salou -que se calcula que tomaron parte en la expedición- contaban con unos 20.000 hombres y más de 100
El 22 de noviembre salieron las naves hacia Mallorca donde hicieron escala hasta después de Navidad.
La expedición llego a Mahón el día 5 de Enero de 1287 y desembarcaron el 17 de Enero (Actualmente se celebra el día de Menorca)
Una vez derrotadas las tropas musulmanas replegadas en el castillo de Sent Agáyz (Santa Águeda) El 21 de enero se firmaron los Pactos de Sent Agáyz, por los que los habitantes de la isla pasaban a ser siervos del rey de Aragón y todos sus bienes, excepto las ropas, incautados a menos que pagaran siete doblas y media de oro en el plazo de seis meses. Los que no pudieron pagar fueron vendidos como esclavos en mercados del norte de África,
La isla quedó despoblada, sus tierras fueron repartidas entre la nobleza y la repoblación corrió a cargo de gentes de los condados, de la actual Cataluña. Alfonso III permaneció en Ciudadela durante 45 días, donde dictó las directrices para el gobierno de la isla y mandó construir la Iglesia Catedral sobre la antigua mezquita, aunque su construcción empezó alrededor de 1300 cuando Alfonso III ya había fallecido
2 Firma del Tratado de Tarascón
Recordemos que el Papado había excomulgado con anterioridad a los reyes de Aragón, hasta que el reino de Sicilia pasara a manos de quien él consideraba como justo, donó el reino de Aragón a Carlos de Valois e impuso censuras eclesiásticas
Sus mayores problemas en el escenario internacional fueron su conflicto frente a Francia, los Valois y el Papado por los derechos de su hermano Jaime sobre Sicilia, al que en primera instancia apoyó pese a las presiones extranjeras
En el conflicto de Sicilia con el Papado y Francia, Alfonso ordena expediciones navales al mando de de Roger de Lauria, Bernat de Sarriá y Berenguer de Vilaregut.
Para dar respuesta a la situación de conflicto Alfonso III, recibió a los embajadores del Papa y de los reyes de Francia e Inglaterra que pedían la liberación del príncipe de Salerno, futuro Carlos II de Anjou, llamado ‘’el cojo’’, al que su padre había hecho prisionero.
Alfonso dejó en libertad a Carlos el 29 de octubre de 1288 haciendo que renunciara al reino de Sicilia en favor de su hermano Jaime y dejando de rehenes en Barcelona a sus dos hijos, Luis y Roberto.
Para evitar la confrontación con el Papa y Francia, en 1291 se firma el Tratado de Tarascon, por el cual se renuncia a Sicilia y a cambio se levanta la excomunión sobre los reyes aragoneses, Francia renuncia a entrar en los territorios de la Corona y se le concede a Aragón, la posibilidad de conquista de las islas de Córcega y Cerdeña.
La ocupación efectiva de Cerdeña se inició en 1323 y fue lenta y costosa (se la llamó 'tumba de aragoneses') pero Córcega no llegó nunca a ser conquistada.
Puesto que Jaime no renunció al trono de Sicilia, se avecinaba un nuevo conflicto, que no se produjo por la repentina muerte de Alfonso III.
Como consecuencia de la muerte del Rey Alfonso III, la isla de Sicilia pasa a ser gobernada por una dinastía derivada aragonesa ya que queda como rey Fadrique, que era hermano de Alfonso III y Jaime II de Aragón.
Esta dinastía derivada volverá al tronco de la Corona de Aragón con Martín I el humano y con Fernando I de Trastámara.
3 Conflicto con la nobleza aragonesa
Recordemos que en 1283 Pedro III tenía una situación de debilidad interna por los problemas en Sicilia. Eso fue aprovechado por los nobles, villas y ciudades de Aragón para hacerle firmar el Privilegio General por el cual tuvo que jurar los fueros, se estipuló que una vez al año se debían reunir cortes en el reino de Aragón, quedaron eximidos de seguir al rey en las conquistas ultramarinas y se concedieron otros beneficios.
La ambición mediterránea del Rey Alfonso III, provocó un desánimo en la nobleza aragonesa que se sintió desplazada, por ejemplo, por ser proclamado rey en Valencia, antes de la jura de los Fueros y que vio cuestionados sus privilegios ante el triunfo de la monarquía.
Las Cortes celebradas en junio de 1286 en Zaragoza y las de octubre del mismo año en Huesca acabaron con represalias y acciones militares entre la monarquía y los nobles, que amenazaron con dar el trono a Carlos de Valois, al que el Papa había nombrado como soberano de los reinos de Pedro III.
Debido a las circunstancias Alfonso III se vio obligado a firmar el Privilegio de la Unión (1287). Las exigencias con este privilegio eran más radicales y difíciles de cumplir, ya que debía entregar varios castillos y concedía que los nobles pertenecientes a la Unión y los ciudadanos de Zaragoza no podían ser apresados y juzgados si no lo hacía el Justicia. También se obligaba a la reunión anual de Cortes, de donde saldría elegido el consejo del rey para gobernar y administrar los reinos de Aragón, de Valencia y de Ribagorza.
Si el rey obraba en contra de lo estipulado en este documento, los nobles podían “desnaturarse” (negar la obediencia y elegir otro soberano sin incurrir en nota de infidelidad).
Esta condición dio motivo a Alfonso III a decir: “Que había en Aragón tantos reyes como ricos-hombres”
Sucesión
El 18 de Junio de 1291 Alfonso III moría antes de tener descendencia con su esposa Leonor de Inglaterra, (,hija de Eduardo I de Inglaterra y Leonor de Castilla).
Contrajo matrimonio por poderes con la infanta Leonor El matrimonio se celebró el 15 de agosto de 1282 en Barcelona pero no llegó a consumarse, ya que cuando estaba preparando los esponsales sufrió un infarto glandular que le trajo la muerte en tan sólo tres días.
Falleció el 18 de junio de 1291 a los 27 años de edad en la ciudad de Barcelona sin dejar descendencia, dejando el trono a su hermano Jaime de Sicilia, desde ahora Jaime II de Aragón.
Y el reino de Sicilia al hermano de ambos (Alfonso y Jaime) Fadrique.
Alfonso III fue sepultado en el desaparecido Convento de San Francisco de Barcelona, lugar de sepultura de otros miembros de la familia real aragonesa. En 1835 el Convento de San Francisco fue demolido y los restos del monarca, junto con los de la mayoría de las reinas e infantes allí sepultados, fueron trasladados a la Catedral de Barcelona,
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Los Almogávares.
El 18 de Junio de 1291 Alfonso III moría antes de tener descendencia con su esposa Leonor de Inglaterra, (,hija de Eduardo I de Inglaterra y Leonor de Castilla).
Contrajo matrimonio por poderes con la infanta Leonor El matrimonio se celebró el 15 de agosto de 1282 en Barcelona pero no llegó a consumarse, ya que cuando estaba preparando los esponsales sufrió un infarto glandular que le trajo la muerte en tan sólo tres días.
Falleció el 18 de junio de 1291 a los 27 años de edad en la ciudad de Barcelona sin dejar descendencia, dejando el trono a su hermano Jaime de Sicilia, desde ahora Jaime II de Aragón.
Y el reino de Sicilia al hermano de ambos (Alfonso y Jaime) Fadrique.
Alfonso III fue sepultado en el desaparecido Convento de San Francisco de Barcelona, lugar de sepultura de otros miembros de la familia real aragonesa. En 1835 el Convento de San Francisco fue demolido y los restos del monarca, junto con los de la mayoría de las reinas e infantes allí sepultados, fueron trasladados a la Catedral de Barcelona,
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Los Almogávares.
(El terror del Mediterráneo).
Los Almogávares llegan a Oriente.
Mientras en Occidente la Corona de Aragón iba aumentando su poderío, en Oriente, la antaño gran potencia mediterránea que había sido el Imperio Bizantino languidecía y se veía amenazado por múltiples enemigos. Esto hacía presagiar el rápido fin de la llamada segunda Roma. Justo un siglo antes, el catolicismo había convocado la Cuarta Cruzada para recuperar Tierra Santa, pero las tropas que llegaron ante los muros de Constantinopla de camino a Jerusalén decidieron cambiar de objetivo y luchar contra sus hermanos, los cristianos ortodoxos del Imperio Bizantino. Constantinopla fue por primera vez en su historia tomada y brutalmente saqueada, creándose el Imperio Latino de oriente y dejando dividido al Imperio Bizantino -1204-. Pasarían sesenta años hasta que los emperadores de Bizancio recuperaran su capital, pero el gran poderío bizantino nunca volvería ya a ser ni la sombra de lo que fue. Esto fue aprovechado por sus numerosos enemigos.
En los Balcanes, eran los serbios los que arrebataban territorios al Imperio, además de varios estados latinos en Grecia, supervivientes del Imperio Latino anteriormente mencionado, y gobernados en su mayoría por los franceses.
Pero la más temible amenaza eran las tribus turcas, que avanzaban cada vez más por Anatolia. Varias habían sido las oleadas de tribus turcas que habían llegado a Anatolia desde el interior de Asia, pero una de ellas sería la que sellaría el destino de Constantinopla. Se trata de la tribu mandada por su caudillo Osmán y a la que se acabó denominando osmanlíes, más conocidos en Europa como otomanos.
La Anatolia ocupada por los turcos estaba dividida en varios sultanatos, pero es en este momento cuando los otomanos comienzan a sobresalir e irán imponiéndose poco a poco sobre el resto a lo largo del siglo XIV. En 1301, los ejércitos bizantinos son derrotados por los turcos en Anatolia en la Batalla de Bapheus. Queda patente que los ejércitos imperiales dirigidos por Miguel, hijo del emperador, son totalmente incapaces de frenar al enemigo, y tan sólo las imponentes fortificaciones de ciudades como Filadelfia, Nicea, Esmirna, etc., hacen que el Imperio siga presente en Asia Menor. Pero era cuestión de tiempo que los turcos lograran sobrepasar esas defensas y llegar hasta la misma capital.
El emperador Andrónico II Paleólogo decide acudir, como tantas veces había hecho ya el Imperio, a la contratación de mercenarios extranjeros para intentar una defensa que se antojaba casi imposible. Es aquí donde llega a Andrónico la noticia de una pintoresca compañía de mercenarios de la Corona de Aragón, con la que en reinados anteriores habían mantenido estrechas relaciones diplomáticas y comerciales. Hablamos de los almogávares, por supuesto, que justo en ese momento se acababan de quedar sin empleo tras el final de la guerra en Sicilia, y cuya presencia en tierras italianas suponía un problema para todo el mundo.
Andrónico mandó emisarios a Roger de Flor, por entonces líder de la compañía almogávar, para proponerle ser contratados para defender al Imperio Bizantino. Roger de Flor solicitó que se le concediera el título de megaduque del Imperio y la mano de una princesa imperial. Una vez alcanzado también el acuerdo sobre el pago de las soldadas, los emisarios nombraron megaduque a Roger de Flor y le prometieron su casamiento con la princesa María, todo lo cual le convertía de la noche a la mañana en el cuarto hombre más importante del Imperio. El emperador sólo puso una condición: la compañía tenía que estar conformada exclusivamente por catalanes y aragoneses, cosa que se cumplió… al principio.
En Sicilia vieron con muy buenos ojos la marcha de los almogávares, e incluso aportaron diez galeras para facilitar su transporte a oriente y una pequeña cantidad de dinero en concepto de fin de contrato por sus servicios prestados.
Treinta y seis naves zarparon del puerto siciliano de Mesina con la compañía almogávar, formada por 4.000 hombres de infantería, 1.500 caballeros y unos 1.000 marinos, junto a sus mujeres, hijos, etc. De este grupo destacaban por su procedencia nobiliaria Ferrán d’Arenós, Fernando de Ahonés, Berenguer de Entença y Bernat de Rocafort, aunque estos dos últimos irían con sus hombres a oriente un tiempo más tarde, pues se negaban a entregar a los franceses varios castillos en Italia hasta que no les pagaran un rescate adecuado.
Por fin, en septiembre del año 1303, la flota llegaba por mar a Constantinopla y sus tropas desembarcaban en el puerto más cercano al palacio imperial de Blaquernas. Los almogávares quedaron realmente impresionados ante las dimensiones y fastuosidad de la ciudad, una de las más imponentes del mundo de la época. Roger de Flor y sus capitanes fueron recibidos por el emperador Andrónico II, su hijo Miguel, la jerarquía de la Iglesia ortodoxa y por los grandes prohombres del imperio en la gran sala de audiencias del palacio. Fueron recibidos con todo tipo de honores, y Roger de Flor fue investido oficialmente como megaduque del Imperio bizantino. Tras los actos oficiales, los almogávares desfilaron por el paseo triunfal –usado antaño para los triunfos militares al estilo romano- y que atravesaba la ciudad y llegaba hasta las inmediaciones de la gran basílica de Santa Sofía. Los bizantinos se asombraban al ver desfilar a unos bárbaros mal vestidos, más parecidos a labriegos o pastores que a soldados, pero su disciplina al desfilar ya superaba con creces a la del maltrecho ejército imperial.
Pero no todo eran parabienes. Los mandos del ejército bizantino, incluido Miguel, el heredero al trono, veían con profunda envidia la llegada de estos casi harapientos hombres de Occidente, que para más inri profesaban la religión católica, mortal enemiga de la Iglesia ortodoxa. Tampoco estaba muy contenta la gran comunidad de genoveses que estaba asentada en el barrio de Pera, al otro lado del Cuerno de Oro –el gran puerto natural de la ciudad-, y veían la presencia almogávar como la avanzadilla de la llegada a oriente del comercio catalán, su gran competidor.
Tras finalizar los actos de recibimiento, la compañía se acuarteló en las inmediaciones del palacio. Pero como buen grupo de guerreros acostumbrados a la guerra y a armar jaleo, pronto empezaron los desmanes contra la población civil. Robos, violaciones, duelos, cuchilladas… Para tratar de evitar los altercados, el emperador quiso acelerar el casamiento de Roger de Flor con la princesa María de Bulgaria y así enviar cuanto antes a los mercenarios a llevar a cabo la misión para la que habían sido contratados: luchar contra los turcos en Anatolia.
Aún con todo no se pudo evitar uno de los altercados, por llamarlo de alguna manera, provocado por los almogávares. La misma noche del enlace, un almogávar paseaba solo y un grupo de genoveses empezaron a burlarse de su aspecto desaliñado. El almogávar, ni corto ni perezoso, desenvainó su espada y comenzó a luchar contra los genoveses y a la refriega comenzaron a unirse hombres de ambos bandos. La lucha se extendió y llegado un momento, buena parte de los genoveses se presentaron en armas ante el acuartelamiento de la compañía. Comenzó una verdadera batalla campal por las calles de la ciudad, y pronto los almogávares se hicieron con el control de la situación, dedicándose a exterminar a todo genovés que se encontraban. Incluso asesinaron a algunos de los emisarios que el emperador mandaba para tratar de mediar y poner fin a los disturbios. Tan sólo la mediación de Roger de Flor logró poner fin a la refriega cuando los almogávares se disponían a embarcar para ir a destrozar el barrio genovés de Pera. Algunas fuentes hablan de que unos 3.000 genoveses fueron asesinados.
Si algo tenía esto de positivo, es que la compañía disipó toda duda que pudiera quedar sobre su capacidad combativa. Pero por otro lado, se granjearon un enemigo muy poderoso en los genoveses, cuyo poderío militar en Oriente era imponente.
El emperador, por fin, decide mandar a los almogávares a Anatolia. La flota cruzó el estrecho del Bósforo y desembarca en las costas dominadas por el Imperio. En un principio, los griegos que vivían en la zona recibieron con alegría a aquellos que en teoría venían a ayudarles en su lucha, pero pronto descubrieron que sus teóricos salvadores iban a ser aún más crueles que los turcos. Nada más llegar, los almogávares comenzaron a cometer crímenes contra la población. Como escribió Paquimeres, un cronista de la época: “Les robaron la plata, saquearon aldeas, violaron a las mujeres y trataron a los habitantes como si se hubiese tratado de esclavos”. Hay que decir que hubo capitanes de la compañía que protestaron por estas acciones, como Ferrán d’Arenós, que tras protestar ante Roger de Flor decidió abandonar la expedición y se marchó con sus hombres –muchos de ellos aragoneses- a buscar fortuna al servicio del duque de Atenas. Sin embargo, en compensación a los almogávares se unieron mercenarios armenios, tártaros y alanos, además de un destacamento bizantino mandado por Focas Marules.
A los días de llegar, Roger de Flor enarboló el senyal d’Aragó, y al grito de “¡Desperta ferro, Aragó, Aragó!” atacó por sorpresa un campamento turco sin avisar a las tropas bizantinas. Esta fue la primera victoria de tropas cristianas en Anatolia desde hacía mucho tiempo, y fue muy celebrada en Constantinopla cuando llegaron las noticias. Pero al no haber avisado y dejado participar a las tropas bizantinas de Focas Marules, los comandantes bizantinos, y en especial el heredero al trono Miguel, aumentaron todavía más su rencor hacia Roger de Flor.
Llegado el invierno del año 1303, los almogávares acamparon para pasar el invierno, pero esto no significó una mayor tranquilidad. En cuanto los soldados pasaban unas pocas semanas acuartelados en algún lugar, enseguida se buscaban “divertimentos”, como saquear a los civiles o luchar entre ellos mismos. Eso es lo que pasó en ese invierno, cuando se produjeron unos altercados entre los almogávares y sus aliados, los alanos. En una de las luchas, el líder de los alanos, Gircón, perdió a su hijo. Tras un sangriento enfrentamiento, los alanos abandonaron la expedición almogávar y Roger de Flor se ganó un nuevo enemigo mortal, por si no tenía ya bastantes. Esto le acabaría pasando factura meses más tarde.
Llegado el verano de 1304, la compañía volvió a ponerse en marcha. Contaban unos 6.000 aragoneses y catalanes, 1.000 alanos que habían decidido quedarse en busca de fortuna y otros 1.000 soldados bizantinos. Comenzaron a avanzar sobre las ciudades próximas a la costa del Egeo, y de nuevo volvieron a martirizar a la población que supuestamente venían a proteger. Otro cronista de la época, Phrantzes, escribió lo siguiente: “[…] deshonraban a sus hijas vírgenes y a las mujeres, y ataban y después apaleaban a los viejos y a los sacerdotes”.
Mientras tanto, las tribus turcas se habían retirado de la región tras sufrir su primera derrota, pues ya eran conocedores de la fama de los almogávares. De todas formas, el objetivo asignado por el emperador era acudir en auxilio de la gran ciudad de Filadelfia, que se encontraba bajo asedio del emir de Germiyan, Ali Shir. Poco antes de llegar, Ali Shir les salió al paso con el primer gran ejército turco que se encontraron. Se produjo entonces la Batalla de Aulax, pero sobre ella difieren las fuentes que hablan al respecto. Ramón Muntaner, cronista que habló de las hazañas de los almogávares y que formaba parte de la compañía, habla de una enorme victoria sobre los turcos, que habrían sufrido casi 18.000 bajas por apenas 200 por parte de los mercenarios. Pero las fuentes bizantinas hablan de que justo al inicio de la batalla, los turcos se retiraron de forma vergonzosa. Sea como fuere, lo cierto es que los almogávares lograron su cometido y salvaron a Filadelfia del asedio turco.
Desde allí marcharon de nuevo hacia el sur acercándose a las costas del Egeo y tomando el control de la región. Las autoridades imperiales de la zona les mandaron tomar la ciudad de Tripolis, muy cercana a Filadelfia, en donde se había refugiado el emir Ali Shir con su ejército. Pero Roger de Flor lo desestimó, haciendo patente que si bien los almogávares eran una fuerza casi incontestable en batallas a campo abierto, no tenían prácticamente fuerza en el asedio de ciudades. Permanecieron cercanos a la costa para que se les uniera la flota almogávar al mando del aragonés Ferrán d’Ahonés. Pero sorprendentemente no sólo llegó dicha flota, sino que se les unió la compañía del valenciano Bernat de Rocafort, con unos 1.200 hombres, y que había permanecido hasta entonces en Sicilia hasta que arregló sus asuntos.
Una vez reforzados con los hombres de Rocafort, la compañía continuó su avance hacia oriente, adentrándose en los territorios de las tribus turcas. Según el cronista Muntaner, llegaron hasta las mismas Puertas Cilicias, un enclave natural y estratégico muy cercano a la frontera con la actual Siria. En realidad es poco probable que llegaran tan al oeste, y que Muntaner identificara con las Puertas Cilicias cualquier enclave no tan lejano. La cuestión es que en ese lugar, en agosto de 1304, los almogávares de nuevo se vieron enfrentados frente a un nuevo ejército turco. El cronista catalán habla de unos 10.000 jinetes y otros 20.000 infantes, pero lo más seguro es que las cifras estén infladas para magnificar lo acontecido. Lo cierto es que, de nuevo, la compañía logró una gran victoria frente a los turcos, enarbolando el senyal d’Aragó y gritando su lema de “¡Desperta ferro, Aragó, Aragó!” que tan famoso hizo Muntaner en su crónica. Llegados a este punto, parece ser que los capitanes tuvieron aún más ansias de gloria y, tentados al haber llegado tan lejos hacia el este y tras haber cosechado victoria tras victoria, surgió la idea de emprender el camino hacia Jerusalén y recuperar por sí solos los Santos Lugares de la cristiandad. Realmente era un caramelo muy goloso el hacer realidad el sueño de la fracasada cruzada que Jaime I trató de emprender apenas 35 años antes, y en la que habían participado también varias compañías de almogávares. Pero finalmente, se vio la inviabilidad de semejante campaña y decidieron regresar hacia su base en las costas del Egeo. Pasando allí el invierno, Roger de Flor recibió a unos emisarios del emperador que pedía su inmediato regreso a Constantinopla para que ayudara a su hijo Miguel frente a otro temible enemigo: los búlgaros. Roger de Flor decidió acatar las órdenes y toda la compañía cruzó de nuevo el mar para acampar, ya de nuevo en Europa, en la estratégica península de Galípoli, no muy lejos de la capital.
(En este vídeo que he añadido, vamos ha escuxhar, una visión mas actualizada sobre el tema de los Almogávares).
Roger de Flor: De caballero Templario a Cesar de Bizancio.
Vamos ha realizar un viaje en el tiempo. Imaginemos la clásica imagen que todos tenemos en la cabeza del Partenón de Atenas: incompleto, pero a la vez imponente en lo alto de la acrópolis, desafiando al paso de los siglos, las civilizaciones, culturas, guerras,… Imaginemos entonces uno de los edificios más famosos de todo el planeta y de la historia del ser humano, pero en el año 1379. ¿Por qué ese año? Porque si realmente pudiéramos viajar en el tiempo como en la famosa serie de la televisión pública española, veríamos el mayor monumento de la Grecia clásica coronado con una bandera de las barras del rey de Aragón ondeando en lo alto.
Esto no sería fruto de algún espontáneo de la época, sino de una de las aventuras más legendarias y a la vez bárbaras de la historia medieval: hablamos de la compañía de los almogávares.
El ejército de aragoneses y catalanes que conquistó Atenas.
A principios del siglo XX, los políticos griegos todavía seguían maldiciendo la presencia de los almogávares, seis siglos antes, en tierras griegas. Posiblemente olvidando que fueron llamados por ellos mismos, para sacudirse de encima a los turcos en las horas más bajas del Imperio Bizantino. Ni salvadores de un Imperio, ni los más terribles guerreros. Seguro que en el término medio entre las fuentes bizantinas y las basadas en Ramón Muntaner, uno de los protagonistas almogávares que dejó sus memorias escritas. Hallamos la verdad de este sorprendente ejército de catalanes y aragoneses, que fundaron los ducados de Atenas y Neopatria.
Pero primero, para entrar en materia, vamos a ver de donde procedían.
El origen de los almogávares.
Desde que, en el siglo XVII, Francisco de Moncada, despertará el interés de la historiografía hispana por el ejército almogávar, han sido varios los principios asignados al mismo. Algunos se han atrevido a asignar un origen visigodo, debido a las vestimentas con las que nos han sido descritos, que se asemejan más a los pueblos bárbaros germanos que a soldados medievales.
Dicho origen ha sido descartado, ya que, de ser así estos grupos se hubieran también encontrado en lugar de huida de los visigodos tras la invasión musulmana, es decir en la cordillera Cantábrica. Por lo tanto, su origen parece ser mucho más sencillo y lógico de lo que podamos pensar, además de coincidir con el nacimiento del Reino de Aragón, es decir tres siglos antes de los hechos por los que son conocidos. El carácter conquistador del recién nacido reino cristiano, ofreció una serie de oportunidades que los rudos hombres de las montañas debían de aprovechar. La llegada de Alfonso I el Batallador expandió los territorios aragoneses desde los Pirineos al Sistema Ibérico, una enorme extensión de fronteras totalmente desprotegidas, debido principalmente a dos premisas: la escasa fuerza militar y las dificultades fronterizas debido a las agrestes montañas.
Pues bien, una serie de hombres parece que se dedicaron por su cuenta, riesgo, y en especial beneficio, a la protección de dichas fronteras. Las vestimentas con las que han sido descritos y su forma de luchar han ayudado a pensar en su pasado común. Su zamarra de piel, que solo abandonaban en los rigurosos climas veraniegos, sus piernas protegidas por calzones de cuero, o las abarcas para trepar por los terrenos más montañosos, son el mejor indicador de un pasado pastoril. Las duras condiciones de vida de las montañas pirenaicas labraron a los almogávares aragoneses y catalanes. La nueva forma de vida que le ofrecía la conquista de territorios, les abrió la puerta a vivir del pillaje y saqueo de las localidades fronterizas andalusís. No se sometieron en un principio, ni a reyes, ni a nobles o villas, rechazando en todo momento vivir en servidumbre. El nombre por el que son conocidos, fue dado por las propias víctimas musulmanas, ya que el vocablo árabe al-mogavar significa “el que hace algaradas”
Si bien en un principio fueron los pastores pirenaicos catalanes y aragoneses, dicha forma de vida comenzó a atraer a nuevos personajes a la historia de los almogávares. Entre ellos los propios musulmanes de los nuevos territorios conquistados, que a buen seguro habían sufrido en sus carnes el asedio de los almogávares, y que ahora se decidían a incorporarse a esa vida, antes de huir a nuevos horizontes. También los navarros en un menor número, tras un evidente contacto con los aragoneses debido a la historia compartida. Por último, destacar a los valencianos y mallorquines de los territorios que fue conquistado la Corona de Aragón.
En este entorno fueron creado su particular ejército. Su forma de lucha normalmente fue a pie. Aunque tras unos años en Grecia y amplia experiencia en combate, según el propio almogávar Ramón Muntaner, empezaron a montar a caballo, pero cuando llegaban al lugar de encuentro con las huestes enemigas se bajaban del mismo, porque solo sabían luchar así. También fueron confeccionado su propio armamento lo más acorde posible a su sistema de vida descrito. Lo mismo que usaron para el pillaje y saqueo, saliendo a toda velocidad para huir al refugio de la montaña o luchando cuando eran alcanzados por lo veloces hombres a caballo, usaron a lo largo de su historia contra los pesados ejércitos medievales.
Para vencer a estos últimos, usaron el mismo sistema aprendido durante años de pillaje en las montañas. Tanto el factor sorpresa, como el aprovechamiento del terrero necesitaban de uniformes y armas ligeras de peso. De ahí que prácticamente no usaran protecciones, ni cota de malla, ni corazas, ni enormes escudos. Más bien un pequeño escudo para protegerse del cuerpo a cuerpo, armas arrojadizas como dardos, o una pequeña lanza denominada azcona y un gran cuchillo afilado con gran precisión. No les importaba matar antes al caballo, que al caballero, ya que este a pie era presa fácil para un almogávar.
Destacar, por último, que la estructura del ejército almogávar era bien sencilla. Tres únicas categorías, soldado raso (almogávar), sargento (almocadén) y capitán (adalid), aunque para pasar de una a otra se necesitaba más de media vida, y amplia experiencia en combate. No les importaba, cuando debieron acudir como mercenarios a los grandes ejércitos medievales, ponerse a las órdenes de un señor noble, eso sí, de demostrada experiencia en combate.
Este ejército no pasó desapercibido para los reyes aragoneses, parece ser que ya Alfonso I el batallador los usó para conquistar Zaragoza. Pero lo que no queda duda es de su participación a las órdenes de Jaime I, en la conquista del reino musulmán de Valencia a partir de 1229. Así como tampoco de una de sus victorias más sonadas, en la conquista de la isla de Sicilia, a las órdenes del sucesor de Jaime I, su hijo Pedro III.
Si algún aspecto destacó del ejercito almogávar fue su extraño sentimiento de pertenecía a la Corona de Aragón. Un apartado curioso, ya que hombres libres, que lucharon como mercenarios al servicio del mejor postor, no olvidaron nunca su grito de guerra antes de comenzar la batalla. ¡Aragón! ¡Aragón!, combinado con el del patrón ¡San Jorge!, y sin olvidar el célebre ¡Desperta ferro!, con el que iniciaban la batalla tras hacer saltar chispas de sus afilados cuchillos. Ni siquiera en su conocida conquista de Atenas olvidaron su origen aragonés. Antes de partir a su misión más importante; la llamada de auxilio del emperador bizantino Andrónico II, ante el avance de los turcos hacia Constantinopla, hicieron prometer que nadie les obligaría a avanzar detrás de una bandera que no fuera la de la Corona de Aragón.
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Ya hemos comentado la simplicidad de su equipamiento militar, el cual les daba mucha movilidad. Además, vestían una camisa corta y unas calzas de cuero, calzaban abarcas y cubrían su cuerpo con pieles. Todo esto, junto a sus largos cabellos y pobladas barbas les conferían un aspecto desharrapado, pero sobre todo fiero, que atemorizaba a sus enemigos con tan sólo verlos.
A finales del siglo XIII y principios del XIV, buena parte de sus integrantes eran catalanes, pero también había numerosos aragoneses, además de valencianos y mallorquines.
Sin duda, el escenario que les acabó dando gran fama como guerreros fue la Guerra de las Vísperas Sicilianas (1282-1302). En 1266, el papado y Francia se aprestan a eliminar el último reducto en Europa de los Hohenstaufen, la familia que había ostentando el trono del Sacro Imperio Romano Germánico y que tanto se había opuesto al poder del Papa. Este último reducto era el Reino de Nápoles, que también englobaba la isla de Sicilia. Así pues, el Papa decide sacarse de la chistera el rumor de que Manfredo Hohenstaufen, rey de Nápoles, desea someter a toda Italia, incluida Roma, bajo su poder. Hecho correr el rumor, le ofrece la corona de Nápoles a Carlos de Anjou, señor de Provenza y tío del rey de Francia, Felipe III, que por aquel entonces era ya una de las mayores potencias militares de Europa. En 1266 Carlos de Anjou derrota al rey napolitano y se hace con la corona, comenzando el reinado de los franceses en este reino.
Sin embargo, la actitud de Carlos, de sus nobles franceses y de sus seguidores en el gobierno de Sicilia no cayó muy bien entre la mayoría de los sicilianos, que comenzaron a organizar núcleos de resistencia contra los odiados franceses. Pero la represión no tardó en llegar, y muchos antifranceses tuvieron que exiliarse, como es el caso de Roger de Lauria, que acabó en la corte barcelonesa de Jaime I, donde se formó y acabó siendo el legendario almirante de las flotas de la Corona de Aragón.
Es aquí donde entra Pedro III el Grande de Aragón, que estaba casado con Constanza, hija del depuesto rey napolitano y posteriormente única heredera viva de este. Pedro III comenzó a urdir una serie de planes diplomáticos y militares con el objetivo de aislar a Carlos de Anjou y a los franceses, y hacer valer por las armas los derechos de su esposa a ser reina de Nápoles, lo que, casualidades de la vida, también le hacía rey a él.
Por fin, un 30 de marzo de 1282, estalla en Palermo –Sicilia- una revuelta antifrancesa que acabó con toda la isla levantada en armas contra Carlos de Anjou. Las malas lenguas dicen que Pedro III fomentó desde el principio dicha rebelión junto a la colaboración del emperador de Bizancio, que hacía ya tiempo que se la tenía jurada a los franceses. Los sicilianos trataron de proclamar un reino independiente, pero ante la abrumadora superioridad del ejército de Carlos de Anjou, probablemente el más poderoso del momento, decidieron ofrecer la corona a Constanza y por tanto a su esposo, Pedro III de Aragón. De nuevo casualidades de la vida, Pedro III se encuentra en Túnez -muy cerca de Sicilia- con un importante ejército, y enseguida desembarca en Sicilia y se hace coronar rey en Parlemo. La guerra entre aragoneses y franceses comienza con la intermediación del Papa, que como buen francés apoya a Carlos de Anjou y llega a excomulgar a Pedro III.
Los ejércitos franceses y los de Carlos de Anjou eran superiores a los de Aragón, pues cuentan con mayor cantidad de caballeros e infantería pesada. Pero la estrategia de Pedro III rompe los esquemas de guerra tradicionales. La flota aragonesa, bajo las órdenes de Roger de Lauria, derrota a las naves francesas controlando el Mediterráneo. Una vez logrado, la flota mueve rápidamente de un lado a otro a las tropas aragonesas y, más concretamente, a la compañía almogávar que lleva a cabo ataques relámpago incluso por las noches, con el objetivo de debilitar al enemigo y sobre todo de provocar el levantamiento de las ciudades del sur de Italia que todavía están en poder de Carlos de Anjou. Los almogávares, bajo las órdenes de Guillem Galceran de Cartellà, logran imponerse constantemente a los franceses, con victorias como la de Catona, Solano y Seminara, o la toma de Catanzaro ya en territorio peninsular. Las costas del sur de Italia fueron pasto de las algaradas de los almogávares, que eran rápidamente distribuidos por la flota de un lugar a otro, minando la teórica superioridad de los franceses.
La guerra prosiguió durante años, con largas fases de escasos movimientos, hasta que en 1302 se firma la Paz de Caltabellota, por la que Sicilia se desligaba del Reino de Nápoles y quedaba dentro del entorno de la Casa Real de Aragón.
Lograda la paz para la Corona de Aragón, la compañía mercenaria de los almogávares, que tan excelente papel había hecho en Sicilia y el sur de Italia, y que tanta fama había logrado, pasaba a estar ociosa y a convertirse en un problema para los reyes de Aragón y de Sicilia. Para los almogávares tanto les daba luchar por sus empleadores como contra ellos mientras recibieran su sustento. Es ahí donde aparece el emperador de Constantinopla y donde comienza la parte más legendaria de esta historia.
Mientras en Occidente la Corona de Aragón iba aumentando su poderío, en Oriente, la antaño gran potencia mediterránea que había sido el Imperio Bizantino languidecía y se veía amenazado por múltiples enemigos. Esto hacía presagiar el rápido fin de la llamada segunda Roma. Justo un siglo antes, el catolicismo había convocado la Cuarta Cruzada para recuperar Tierra Santa, pero las tropas que llegaron ante los muros de Constantinopla de camino a Jerusalén decidieron cambiar de objetivo y luchar contra sus hermanos, los cristianos ortodoxos del Imperio Bizantino. Constantinopla fue por primera vez en su historia tomada y brutalmente saqueada, creándose el Imperio Latino de oriente y dejando dividido al Imperio Bizantino -1204-. Pasarían sesenta años hasta que los emperadores de Bizancio recuperaran su capital, pero el gran poderío bizantino nunca volvería ya a ser ni la sombra de lo que fue. Esto fue aprovechado por sus numerosos enemigos.
En los Balcanes, eran los serbios los que arrebataban territorios al Imperio, además de varios estados latinos en Grecia, supervivientes del Imperio Latino anteriormente mencionado, y gobernados en su mayoría por los franceses.
Pero la más temible amenaza eran las tribus turcas, que avanzaban cada vez más por Anatolia. Varias habían sido las oleadas de tribus turcas que habían llegado a Anatolia desde el interior de Asia, pero una de ellas sería la que sellaría el destino de Constantinopla. Se trata de la tribu mandada por su caudillo Osmán y a la que se acabó denominando osmanlíes, más conocidos en Europa como otomanos.
La Anatolia ocupada por los turcos estaba dividida en varios sultanatos, pero es en este momento cuando los otomanos comienzan a sobresalir e irán imponiéndose poco a poco sobre el resto a lo largo del siglo XIV. En 1301, los ejércitos bizantinos son derrotados por los turcos en Anatolia en la Batalla de Bapheus. Queda patente que los ejércitos imperiales dirigidos por Miguel, hijo del emperador, son totalmente incapaces de frenar al enemigo, y tan sólo las imponentes fortificaciones de ciudades como Filadelfia, Nicea, Esmirna, etc., hacen que el Imperio siga presente en Asia Menor. Pero era cuestión de tiempo que los turcos lograran sobrepasar esas defensas y llegar hasta la misma capital.
El emperador Andrónico II Paleólogo decide acudir, como tantas veces había hecho ya el Imperio, a la contratación de mercenarios extranjeros para intentar una defensa que se antojaba casi imposible. Es aquí donde llega a Andrónico la noticia de una pintoresca compañía de mercenarios de la Corona de Aragón, con la que en reinados anteriores habían mantenido estrechas relaciones diplomáticas y comerciales. Hablamos de los almogávares, por supuesto, que justo en ese momento se acababan de quedar sin empleo tras el final de la guerra en Sicilia, y cuya presencia en tierras italianas suponía un problema para todo el mundo.
Andrónico mandó emisarios a Roger de Flor, por entonces líder de la compañía almogávar, para proponerle ser contratados para defender al Imperio Bizantino. Roger de Flor solicitó que se le concediera el título de megaduque del Imperio y la mano de una princesa imperial. Una vez alcanzado también el acuerdo sobre el pago de las soldadas, los emisarios nombraron megaduque a Roger de Flor y le prometieron su casamiento con la princesa María, todo lo cual le convertía de la noche a la mañana en el cuarto hombre más importante del Imperio. El emperador sólo puso una condición: la compañía tenía que estar conformada exclusivamente por catalanes y aragoneses, cosa que se cumplió… al principio.
En Sicilia vieron con muy buenos ojos la marcha de los almogávares, e incluso aportaron diez galeras para facilitar su transporte a oriente y una pequeña cantidad de dinero en concepto de fin de contrato por sus servicios prestados.
Treinta y seis naves zarparon del puerto siciliano de Mesina con la compañía almogávar, formada por 4.000 hombres de infantería, 1.500 caballeros y unos 1.000 marinos, junto a sus mujeres, hijos, etc. De este grupo destacaban por su procedencia nobiliaria Ferrán d’Arenós, Fernando de Ahonés, Berenguer de Entença y Bernat de Rocafort, aunque estos dos últimos irían con sus hombres a oriente un tiempo más tarde, pues se negaban a entregar a los franceses varios castillos en Italia hasta que no les pagaran un rescate adecuado.
Por fin, en septiembre del año 1303, la flota llegaba por mar a Constantinopla y sus tropas desembarcaban en el puerto más cercano al palacio imperial de Blaquernas. Los almogávares quedaron realmente impresionados ante las dimensiones y fastuosidad de la ciudad, una de las más imponentes del mundo de la época. Roger de Flor y sus capitanes fueron recibidos por el emperador Andrónico II, su hijo Miguel, la jerarquía de la Iglesia ortodoxa y por los grandes prohombres del imperio en la gran sala de audiencias del palacio. Fueron recibidos con todo tipo de honores, y Roger de Flor fue investido oficialmente como megaduque del Imperio bizantino. Tras los actos oficiales, los almogávares desfilaron por el paseo triunfal –usado antaño para los triunfos militares al estilo romano- y que atravesaba la ciudad y llegaba hasta las inmediaciones de la gran basílica de Santa Sofía. Los bizantinos se asombraban al ver desfilar a unos bárbaros mal vestidos, más parecidos a labriegos o pastores que a soldados, pero su disciplina al desfilar ya superaba con creces a la del maltrecho ejército imperial.
Pero no todo eran parabienes. Los mandos del ejército bizantino, incluido Miguel, el heredero al trono, veían con profunda envidia la llegada de estos casi harapientos hombres de Occidente, que para más inri profesaban la religión católica, mortal enemiga de la Iglesia ortodoxa. Tampoco estaba muy contenta la gran comunidad de genoveses que estaba asentada en el barrio de Pera, al otro lado del Cuerno de Oro –el gran puerto natural de la ciudad-, y veían la presencia almogávar como la avanzadilla de la llegada a oriente del comercio catalán, su gran competidor.
Tras finalizar los actos de recibimiento, la compañía se acuarteló en las inmediaciones del palacio. Pero como buen grupo de guerreros acostumbrados a la guerra y a armar jaleo, pronto empezaron los desmanes contra la población civil. Robos, violaciones, duelos, cuchilladas… Para tratar de evitar los altercados, el emperador quiso acelerar el casamiento de Roger de Flor con la princesa María de Bulgaria y así enviar cuanto antes a los mercenarios a llevar a cabo la misión para la que habían sido contratados: luchar contra los turcos en Anatolia.
Aún con todo no se pudo evitar uno de los altercados, por llamarlo de alguna manera, provocado por los almogávares. La misma noche del enlace, un almogávar paseaba solo y un grupo de genoveses empezaron a burlarse de su aspecto desaliñado. El almogávar, ni corto ni perezoso, desenvainó su espada y comenzó a luchar contra los genoveses y a la refriega comenzaron a unirse hombres de ambos bandos. La lucha se extendió y llegado un momento, buena parte de los genoveses se presentaron en armas ante el acuartelamiento de la compañía. Comenzó una verdadera batalla campal por las calles de la ciudad, y pronto los almogávares se hicieron con el control de la situación, dedicándose a exterminar a todo genovés que se encontraban. Incluso asesinaron a algunos de los emisarios que el emperador mandaba para tratar de mediar y poner fin a los disturbios. Tan sólo la mediación de Roger de Flor logró poner fin a la refriega cuando los almogávares se disponían a embarcar para ir a destrozar el barrio genovés de Pera. Algunas fuentes hablan de que unos 3.000 genoveses fueron asesinados.
Si algo tenía esto de positivo, es que la compañía disipó toda duda que pudiera quedar sobre su capacidad combativa. Pero por otro lado, se granjearon un enemigo muy poderoso en los genoveses, cuyo poderío militar en Oriente era imponente.
El emperador, por fin, decide mandar a los almogávares a Anatolia. La flota cruzó el estrecho del Bósforo y desembarca en las costas dominadas por el Imperio. En un principio, los griegos que vivían en la zona recibieron con alegría a aquellos que en teoría venían a ayudarles en su lucha, pero pronto descubrieron que sus teóricos salvadores iban a ser aún más crueles que los turcos. Nada más llegar, los almogávares comenzaron a cometer crímenes contra la población. Como escribió Paquimeres, un cronista de la época: “Les robaron la plata, saquearon aldeas, violaron a las mujeres y trataron a los habitantes como si se hubiese tratado de esclavos”. Hay que decir que hubo capitanes de la compañía que protestaron por estas acciones, como Ferrán d’Arenós, que tras protestar ante Roger de Flor decidió abandonar la expedición y se marchó con sus hombres –muchos de ellos aragoneses- a buscar fortuna al servicio del duque de Atenas. Sin embargo, en compensación a los almogávares se unieron mercenarios armenios, tártaros y alanos, además de un destacamento bizantino mandado por Focas Marules.
A los días de llegar, Roger de Flor enarboló el senyal d’Aragó, y al grito de “¡Desperta ferro, Aragó, Aragó!” atacó por sorpresa un campamento turco sin avisar a las tropas bizantinas. Esta fue la primera victoria de tropas cristianas en Anatolia desde hacía mucho tiempo, y fue muy celebrada en Constantinopla cuando llegaron las noticias. Pero al no haber avisado y dejado participar a las tropas bizantinas de Focas Marules, los comandantes bizantinos, y en especial el heredero al trono Miguel, aumentaron todavía más su rencor hacia Roger de Flor.
Llegado el invierno del año 1303, los almogávares acamparon para pasar el invierno, pero esto no significó una mayor tranquilidad. En cuanto los soldados pasaban unas pocas semanas acuartelados en algún lugar, enseguida se buscaban “divertimentos”, como saquear a los civiles o luchar entre ellos mismos. Eso es lo que pasó en ese invierno, cuando se produjeron unos altercados entre los almogávares y sus aliados, los alanos. En una de las luchas, el líder de los alanos, Gircón, perdió a su hijo. Tras un sangriento enfrentamiento, los alanos abandonaron la expedición almogávar y Roger de Flor se ganó un nuevo enemigo mortal, por si no tenía ya bastantes. Esto le acabaría pasando factura meses más tarde.
Llegado el verano de 1304, la compañía volvió a ponerse en marcha. Contaban unos 6.000 aragoneses y catalanes, 1.000 alanos que habían decidido quedarse en busca de fortuna y otros 1.000 soldados bizantinos. Comenzaron a avanzar sobre las ciudades próximas a la costa del Egeo, y de nuevo volvieron a martirizar a la población que supuestamente venían a proteger. Otro cronista de la época, Phrantzes, escribió lo siguiente: “[…] deshonraban a sus hijas vírgenes y a las mujeres, y ataban y después apaleaban a los viejos y a los sacerdotes”.
Mientras tanto, las tribus turcas se habían retirado de la región tras sufrir su primera derrota, pues ya eran conocedores de la fama de los almogávares. De todas formas, el objetivo asignado por el emperador era acudir en auxilio de la gran ciudad de Filadelfia, que se encontraba bajo asedio del emir de Germiyan, Ali Shir. Poco antes de llegar, Ali Shir les salió al paso con el primer gran ejército turco que se encontraron. Se produjo entonces la Batalla de Aulax, pero sobre ella difieren las fuentes que hablan al respecto. Ramón Muntaner, cronista que habló de las hazañas de los almogávares y que formaba parte de la compañía, habla de una enorme victoria sobre los turcos, que habrían sufrido casi 18.000 bajas por apenas 200 por parte de los mercenarios. Pero las fuentes bizantinas hablan de que justo al inicio de la batalla, los turcos se retiraron de forma vergonzosa. Sea como fuere, lo cierto es que los almogávares lograron su cometido y salvaron a Filadelfia del asedio turco.
Desde allí marcharon de nuevo hacia el sur acercándose a las costas del Egeo y tomando el control de la región. Las autoridades imperiales de la zona les mandaron tomar la ciudad de Tripolis, muy cercana a Filadelfia, en donde se había refugiado el emir Ali Shir con su ejército. Pero Roger de Flor lo desestimó, haciendo patente que si bien los almogávares eran una fuerza casi incontestable en batallas a campo abierto, no tenían prácticamente fuerza en el asedio de ciudades. Permanecieron cercanos a la costa para que se les uniera la flota almogávar al mando del aragonés Ferrán d’Ahonés. Pero sorprendentemente no sólo llegó dicha flota, sino que se les unió la compañía del valenciano Bernat de Rocafort, con unos 1.200 hombres, y que había permanecido hasta entonces en Sicilia hasta que arregló sus asuntos.
Una vez reforzados con los hombres de Rocafort, la compañía continuó su avance hacia oriente, adentrándose en los territorios de las tribus turcas. Según el cronista Muntaner, llegaron hasta las mismas Puertas Cilicias, un enclave natural y estratégico muy cercano a la frontera con la actual Siria. En realidad es poco probable que llegaran tan al oeste, y que Muntaner identificara con las Puertas Cilicias cualquier enclave no tan lejano. La cuestión es que en ese lugar, en agosto de 1304, los almogávares de nuevo se vieron enfrentados frente a un nuevo ejército turco. El cronista catalán habla de unos 10.000 jinetes y otros 20.000 infantes, pero lo más seguro es que las cifras estén infladas para magnificar lo acontecido. Lo cierto es que, de nuevo, la compañía logró una gran victoria frente a los turcos, enarbolando el senyal d’Aragó y gritando su lema de “¡Desperta ferro, Aragó, Aragó!” que tan famoso hizo Muntaner en su crónica. Llegados a este punto, parece ser que los capitanes tuvieron aún más ansias de gloria y, tentados al haber llegado tan lejos hacia el este y tras haber cosechado victoria tras victoria, surgió la idea de emprender el camino hacia Jerusalén y recuperar por sí solos los Santos Lugares de la cristiandad. Realmente era un caramelo muy goloso el hacer realidad el sueño de la fracasada cruzada que Jaime I trató de emprender apenas 35 años antes, y en la que habían participado también varias compañías de almogávares. Pero finalmente, se vio la inviabilidad de semejante campaña y decidieron regresar hacia su base en las costas del Egeo. Pasando allí el invierno, Roger de Flor recibió a unos emisarios del emperador que pedía su inmediato regreso a Constantinopla para que ayudara a su hijo Miguel frente a otro temible enemigo: los búlgaros. Roger de Flor decidió acatar las órdenes y toda la compañía cruzó de nuevo el mar para acampar, ya de nuevo en Europa, en la estratégica península de Galípoli, no muy lejos de la capital.
(En este vídeo que he añadido, vamos ha escuxhar, una visión mas actualizada sobre el tema de los Almogávares).
Roger de Flor: De caballero Templario a Cesar de Bizancio.
Pero, ¿quién era este Roger de Flor? Roger nació en la ciudad italiana de Brindisi, de donde era su madre, una burguesa casada con un oficial de cetrería del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico II. Su familia se acabó arruinando, y su madre decidió entregarlo bajo la protección de la Orden del Temple, donde ingresó de joven. Llegó a alcanzar el grado de sargento al mando del navío templario El Halcón. Luchó en Tierra Santa, participando en la defensa de Acre –1291-, el último enclave en poder cristiano en la región. Sin embargo, los templarios le acusaron de aprovechar la confusión de los últimos momentos de la defensa y la evacuación de la ciudad para saquear parte del tesoro templario y huir con su navío.
Tras esto decidió aprovechar sus conocimientos militares para hacerse mercenario y acabó al servicio del rey siciliano de la Casa de Aragón, Fadrique II. El rey le hizo capitán de una de las compañías de almogávares y participó en los últimos años de la Guerra de las Vísperas Sicilianas. Roger de Flor logró durante esta campaña la estima de sus hombres y un gran prestigio militar. Tras el final de la guerra aceptó rápidamente la oferta del emperador bizantino, que ya de por sí era muy generosa. Pero además, su marcha a oriente le protegía de las garras de la Orden del Temple, que una vez llegada la paz en Sicilia, estaba deseosa de echarle el guante.
Una vez en Constantinopla, Roger fue investido megaduque, como ya hemos visto, lo que le convertía en una de las personas más poderosas del Imperio.
Aquí regresamos al punto donde nos habíamos quedado. Los almogávares regresan a Europa y se acuartelan en Galípoli. Pero al poco de llegar, Roger de Flor y el resto de capitanes comienzan a reclamar al emperador el pago de las soldadas atrasadas. Por contra, el emperador y sobre todo su corte se niegan a ello, pues están escandalizados por los actos de pillaje que los mercenarios habían realizado en Anatolia a costa de la población que debían proteger. En esa situación de tira y afloja se encontraban cuando por fin llegó a oriente el noble aragonés Berenguer de Entença con su compañía procedente también de Sicilia. En su llegada no sólo estaba el interés personal de Berenguer de unirse a la expedición, sino también el interés oculto de los reyes de Aragón y de Sicilia para que en el futuro los almogávares les abrieran el camino hacia la consecución del trono imperial de Constantinopla. Desde luego no se daba puntada sin hilo.
Por otro lado, la aportación de hombres de Berenguer fortaleció la posición de Roger de Flor, a quien el emperador Andrónico trató de contentar nombrándole César del Imperio.
Cuando ya parecía que ambas partes habían llegado a un acuerdo económico y que la compañía iba a regresar a Anatolia a seguir luchando contra los turcos, Miguel, hijo del emperador y enemigo declarado de Roger de Flor invitó a este y a sus capitanes a un gran banquete en su honor en la ciudad de Adrianópolis, donde se protegía de los ataques de los búlgaros. A pesar de que se veía a la legua que era una emboscada, Roger, seguramente ebrio de gloria, aceptó y acudió el 4 de abril de 1305. Durante el banquete irrumpió en la sala Gircón, el líder de los alanos que había culpado a Roger y a sus hombres de la muerte de su hijo, y comenzaron a matar a todos los almogávares que allí encontraron. Roger de Flor fue asesinado y descuartizado, muriendo con sólo 38 años. Los bizantinos pensaban que eliminando a su líder y a algunos de sus capitanes la compañía quedaba descabezada y sería fácil acabar con unos salvadores que se habían convertido en un problema debido a su violencia y, sobre todo por su desmedida ambición. Pero los almogávares no eran unos mercenarios al uso, como otros con los que estaban acostumbrados a tratar.
La Venganza Almogávar.
Las tropas imperiales se prepararon para atacar en Galípoli a los almogávares que seguían acantonados allí, pensando que serían presa fácil. Pero estos decidieron quemar sus naves para evitar la tentación de huir y comenzaron a contraatacar. La compañía se dedicó a arrasar durante dos años la región de Tracia de punta a punta, y los bizantinos no tuvieron más remedio que refugiarse tras las murallas de sus ciudades. Llegaron incluso ante los imponentes muros de Constantinopla, y sólo su poca capacidad en los asedios evitó su ataque.
Los bizantinos no habían conocido, ni siquiera en las regiones atacadas por los turcos, una violencia similar. Como relata el cronista Teódulo el Retórico: “[…] (los almogávares) se complacen sobre todo de la sangre y de las matanzas, y consideran el summum de la felicidad acabar con los otros y una calamidad no hacerlo, e incluso, consideran la clemencia una afeminación”. Arrasaron toda la zona entre 1305 y 1307, y sólo abandonaron Tracia una vez que esta ya no podía ofrecerles nada. A esta acción de violencia se le acabó conociendo como “la venganza almogávar” o como también la llamó la historiografía catalana del siglo XIX “la venganza catalana”, obviando a los también numerosos aragoneses, valencianos, e incluso alanos y griegos que la llevaron a cabo. Se acabarían dirigiendo hacia Grecia, en medio de las cada vez más frecuentes disputas entre los diferentes capitanes de la compañía.
Los Ducados de Atenas y Neopatria.
Tras la muerte de Roger de Flor, el aragonés Berenguer de Entença trató de ejercer de líder supremo de la compañía, pero el resto de capitanes, especialmente el valenciano Bernat de Rocafort, se negaban a dejar el mando de sus hombres. Finalmente ambos se enfrentaron, acabando con la muerte de Entença y asumiendo Rocafort el liderazgo. En su marcha hacia Grecia, los almogávares, agotados tras años ininterrumpidos de lucha, fueron duramente derrotados tanto por los serbios como por un rehecho ejército bizantino que iba en su persecución.
Rocafort decidió finalmente aceptar, en contra de la opinión de muchos de sus hombres, la oferta de los franceses de la casa Anjou, enemiga tradicional de la Corona de Aragón, y luchar por ellos en Macedonia. Pero la mala dirección de la compañía por parte de Rocafort hizo que finalmente sus hombres se alzaran contra él, rompieran la efímera colaboración con los Anjou, y lo entregaran a los franceses, terminando su vida en una mazmorra napolitana.
En la primavera del año 1311, y tras haber arrasado la región de Tesalia, al norte de Grecia, llegan a las fronteras del Ducado de Atenas, por entonces gobernado por el francés Gutierre de Brienne, que les ofrece ingresar en su ejército. Por un tiempo aceptan, pero una vez que el duque ha logrado sus objetivos, decide licenciar a la compañía, dejando bajo su servicio tan sólo a unos pocos aragoneses y catalanes. El resto de almogávares hacen caso omiso de las peticiones del duque para que abandonaran sus tierras, y por enésima vez vuelven a convertirse en una seria amenaza para los lugareños. Gutierre se propuso entonces eliminar a los mercenarios de una vez por todas, y reunió al mayor ejército de la región con numerosos caballeros francos. Marchó por fin sobre ellos, y ya en el campo de batalla, los almogávares que habían seguido bajo el mando del duque de Atenas decidieron abandonarle y reunirse con sus antiguos compañeros de armas, a pesar de que estaban en inferioridad numérica y parecía esperarles una muerte segura. De nuevo estaban equivocados. El 15 de marzo de 1311 la poderosa caballería francesa y veneciana acabó totalmente destrozada por los catalanes y aragoneses en la Batalla de Halmyros. Tras su gran victoria, a los almogávares les quedó el paso libre, y enseguida ocuparon las dos principales ciudades de la región, Tebas y Atenas. Esos bárbaros mercenarios que habían aterrorizado a medio Oriente finalizaban su largo periplo y acabaron conformando dos Estados, los Ducados de Atenas y Neopatria. Durante varias décadas mantuvieron su independencia y guerrearon contra sus vecinos por el control de Grecia, pero una vez asentados fueron perdiendo su legendaria fuerza.
Ya en 1379, dentro de la política expansiva de Pedro IV de Aragón, ambos ducados fueron integrados en los dominios de la Corona de Aragón, aunque a duras penas se mantuvieron durante unos años, pues en 1388 se perdió Atenas y en 1390 Neopatria frente a, curiosamente, otra compañía de mercenarios, esta vez navarros, al servicio de la República de Florencia. Pero a pesar de todo, nunca está de más recordar que durante casi un siglo, las barras del rey de Aragón ondearon orgullosas, como hemos dicho al principio, en lo alto del Partenón de Atenas.
Tras esto decidió aprovechar sus conocimientos militares para hacerse mercenario y acabó al servicio del rey siciliano de la Casa de Aragón, Fadrique II. El rey le hizo capitán de una de las compañías de almogávares y participó en los últimos años de la Guerra de las Vísperas Sicilianas. Roger de Flor logró durante esta campaña la estima de sus hombres y un gran prestigio militar. Tras el final de la guerra aceptó rápidamente la oferta del emperador bizantino, que ya de por sí era muy generosa. Pero además, su marcha a oriente le protegía de las garras de la Orden del Temple, que una vez llegada la paz en Sicilia, estaba deseosa de echarle el guante.
Una vez en Constantinopla, Roger fue investido megaduque, como ya hemos visto, lo que le convertía en una de las personas más poderosas del Imperio.
Aquí regresamos al punto donde nos habíamos quedado. Los almogávares regresan a Europa y se acuartelan en Galípoli. Pero al poco de llegar, Roger de Flor y el resto de capitanes comienzan a reclamar al emperador el pago de las soldadas atrasadas. Por contra, el emperador y sobre todo su corte se niegan a ello, pues están escandalizados por los actos de pillaje que los mercenarios habían realizado en Anatolia a costa de la población que debían proteger. En esa situación de tira y afloja se encontraban cuando por fin llegó a oriente el noble aragonés Berenguer de Entença con su compañía procedente también de Sicilia. En su llegada no sólo estaba el interés personal de Berenguer de unirse a la expedición, sino también el interés oculto de los reyes de Aragón y de Sicilia para que en el futuro los almogávares les abrieran el camino hacia la consecución del trono imperial de Constantinopla. Desde luego no se daba puntada sin hilo.
Por otro lado, la aportación de hombres de Berenguer fortaleció la posición de Roger de Flor, a quien el emperador Andrónico trató de contentar nombrándole César del Imperio.
Cuando ya parecía que ambas partes habían llegado a un acuerdo económico y que la compañía iba a regresar a Anatolia a seguir luchando contra los turcos, Miguel, hijo del emperador y enemigo declarado de Roger de Flor invitó a este y a sus capitanes a un gran banquete en su honor en la ciudad de Adrianópolis, donde se protegía de los ataques de los búlgaros. A pesar de que se veía a la legua que era una emboscada, Roger, seguramente ebrio de gloria, aceptó y acudió el 4 de abril de 1305. Durante el banquete irrumpió en la sala Gircón, el líder de los alanos que había culpado a Roger y a sus hombres de la muerte de su hijo, y comenzaron a matar a todos los almogávares que allí encontraron. Roger de Flor fue asesinado y descuartizado, muriendo con sólo 38 años. Los bizantinos pensaban que eliminando a su líder y a algunos de sus capitanes la compañía quedaba descabezada y sería fácil acabar con unos salvadores que se habían convertido en un problema debido a su violencia y, sobre todo por su desmedida ambición. Pero los almogávares no eran unos mercenarios al uso, como otros con los que estaban acostumbrados a tratar.
La Venganza Almogávar.
Las tropas imperiales se prepararon para atacar en Galípoli a los almogávares que seguían acantonados allí, pensando que serían presa fácil. Pero estos decidieron quemar sus naves para evitar la tentación de huir y comenzaron a contraatacar. La compañía se dedicó a arrasar durante dos años la región de Tracia de punta a punta, y los bizantinos no tuvieron más remedio que refugiarse tras las murallas de sus ciudades. Llegaron incluso ante los imponentes muros de Constantinopla, y sólo su poca capacidad en los asedios evitó su ataque.
Los bizantinos no habían conocido, ni siquiera en las regiones atacadas por los turcos, una violencia similar. Como relata el cronista Teódulo el Retórico: “[…] (los almogávares) se complacen sobre todo de la sangre y de las matanzas, y consideran el summum de la felicidad acabar con los otros y una calamidad no hacerlo, e incluso, consideran la clemencia una afeminación”. Arrasaron toda la zona entre 1305 y 1307, y sólo abandonaron Tracia una vez que esta ya no podía ofrecerles nada. A esta acción de violencia se le acabó conociendo como “la venganza almogávar” o como también la llamó la historiografía catalana del siglo XIX “la venganza catalana”, obviando a los también numerosos aragoneses, valencianos, e incluso alanos y griegos que la llevaron a cabo. Se acabarían dirigiendo hacia Grecia, en medio de las cada vez más frecuentes disputas entre los diferentes capitanes de la compañía.
Los Ducados de Atenas y Neopatria.
Tras la muerte de Roger de Flor, el aragonés Berenguer de Entença trató de ejercer de líder supremo de la compañía, pero el resto de capitanes, especialmente el valenciano Bernat de Rocafort, se negaban a dejar el mando de sus hombres. Finalmente ambos se enfrentaron, acabando con la muerte de Entença y asumiendo Rocafort el liderazgo. En su marcha hacia Grecia, los almogávares, agotados tras años ininterrumpidos de lucha, fueron duramente derrotados tanto por los serbios como por un rehecho ejército bizantino que iba en su persecución.
Rocafort decidió finalmente aceptar, en contra de la opinión de muchos de sus hombres, la oferta de los franceses de la casa Anjou, enemiga tradicional de la Corona de Aragón, y luchar por ellos en Macedonia. Pero la mala dirección de la compañía por parte de Rocafort hizo que finalmente sus hombres se alzaran contra él, rompieran la efímera colaboración con los Anjou, y lo entregaran a los franceses, terminando su vida en una mazmorra napolitana.
En la primavera del año 1311, y tras haber arrasado la región de Tesalia, al norte de Grecia, llegan a las fronteras del Ducado de Atenas, por entonces gobernado por el francés Gutierre de Brienne, que les ofrece ingresar en su ejército. Por un tiempo aceptan, pero una vez que el duque ha logrado sus objetivos, decide licenciar a la compañía, dejando bajo su servicio tan sólo a unos pocos aragoneses y catalanes. El resto de almogávares hacen caso omiso de las peticiones del duque para que abandonaran sus tierras, y por enésima vez vuelven a convertirse en una seria amenaza para los lugareños. Gutierre se propuso entonces eliminar a los mercenarios de una vez por todas, y reunió al mayor ejército de la región con numerosos caballeros francos. Marchó por fin sobre ellos, y ya en el campo de batalla, los almogávares que habían seguido bajo el mando del duque de Atenas decidieron abandonarle y reunirse con sus antiguos compañeros de armas, a pesar de que estaban en inferioridad numérica y parecía esperarles una muerte segura. De nuevo estaban equivocados. El 15 de marzo de 1311 la poderosa caballería francesa y veneciana acabó totalmente destrozada por los catalanes y aragoneses en la Batalla de Halmyros. Tras su gran victoria, a los almogávares les quedó el paso libre, y enseguida ocuparon las dos principales ciudades de la región, Tebas y Atenas. Esos bárbaros mercenarios que habían aterrorizado a medio Oriente finalizaban su largo periplo y acabaron conformando dos Estados, los Ducados de Atenas y Neopatria. Durante varias décadas mantuvieron su independencia y guerrearon contra sus vecinos por el control de Grecia, pero una vez asentados fueron perdiendo su legendaria fuerza.
Ya en 1379, dentro de la política expansiva de Pedro IV de Aragón, ambos ducados fueron integrados en los dominios de la Corona de Aragón, aunque a duras penas se mantuvieron durante unos años, pues en 1388 se perdió Atenas y en 1390 Neopatria frente a, curiosamente, otra compañía de mercenarios, esta vez navarros, al servicio de la República de Florencia. Pero a pesar de todo, nunca está de más recordar que durante casi un siglo, las barras del rey de Aragón ondearon orgullosas, como hemos dicho al principio, en lo alto del Partenón de Atenas.
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