viernes, 21 de marzo de 2014

7/ EL ISLAM: AL- ÁNDALUS.




Civilización de Al-ándalus


Al-ándalus fue el nombre que recibió el territorio dominado por los musulmanes en la península Ibérica, durante la edad media, desde su llegada en el 711 hasta la definitiva derrota de su último califato en el 1492.

Fue una civilización que irradió una personalidad propia tanto para Occidente como para Oriente. Situada en tierra de encuentros, de cruces culturales y fecundos mestizajes, al-Andalus fue olvidada, después de su esplendor, tanto por Europa como por el universo musulmán, como una bella leyenda que no hubiera pertenecido a ninguno de los dos mundos.


(En este capítulo vamos a desarrollar y explicar las etapas mas importantes y cruciales de sus ocho siglos de existencia. (711 – 1492).



El nacimiento del Islam


El Islam es una religión monoteísta que surgió en Arabia durante el siglo VII.

La península arábiga hasta mediados del siglo VII era sólo un desierto con algunas regiones fértiles en el sudeste y el sur, donde crecían los árboles que producían el perfumado incienso que, durante siglos, alimentó el tráfico de la “ruta de incienso”.

Junto a esa ruta, que subía por el Mar Rojo hasta el Mediterráneo, se desarrollaron algunas ciudades como La Meca y Medina dedicadas principalmente al comercio.

En el resto de la península vivían tribus nómadas de beduinos que se desplazaban con sus rebaños y sus tiendas y veneraban los espíritus que residían en algunas piedras.


Durante siglos, los mercaderes Árabes estuvieron en contacto, gracias a sus viajes con las dos grandes religiones monoteístas del cercano oriente: la judía y la cristiana.

A comienzos del siglo VII Mahoma (571-632), que pertenecía a una de las familias comerciantes de la Meca comenzó a recibir revelaciones del arcángel Gabriel sobre la existencia de un único Dios: Alá.

Al principio la gente no creyó en el mensaje de Mahoma, y reaccionó en su contra por lo que Mahoma se marchó a Medina. La fecha de su exilio (622) o hégira marca el principio de la cronología árabe.

En Medina, Mahoma organizó la primera comunidad de seguidores que se multiplicaron poco a poco. La nueva religión, denominada Islam, comenzó a expandirse por toda Arabia hasta convertirse en el elemento unificador de las tribus dispersas. Los que se unieron a la nueva fe se llamaron musulmanes (creyentes).

La nueva religión tenía muchos puntos en común con las religiones judía y cristiana. El Corán es el libro sagrado para los musulmanes, que contiene las revelaciones recibidas por Mahoma. Además de ser un libro sagrado, el Corán es un código de leyes y rige toda la vida de los musulmanes, quienes deben seguir determinados preceptos.

Otro libro importante, es la Sunna, que recoge las tradiciones atribuidas a Mahoma. Se utilizó para solucionar cuestiones que el Corán no recogía. Fue la causa de la primera división entre los musulmanes, que perdura hasta la actualidad: los sunnitas, que aceptan la Sunna y los chiítas, que la rechazan.



Mahoma: historia del profeta mayor del Islam

En la actualidad, el Islám es la religión que más rápido crece en el mundo

Una de cada cuatro personas en la tierra se rigen por el Corán. Hace más de mil años el Ángel Gabriel se apareció ante Mahoma. Desde entonces, y por el resto de su vida, el Profeta se encargó de entregar el mensaje del Islam al resto de la humanidad.

Muhammad, Mohammed o Mahomet nació en la Meca, tierras de lo que hoy es Arabia Saudita en el año 570 de nuestra era. Creció en el seno de una familia humilde de la tribu de Quraish. Fue huerfano desde niño, así que, a los 8 años estaba bajo el cuidado de su tío Abú Talib, uno de los jefes de la tribu.

Como principal clan de la Meca, los Quraish eran guardianes del lugar más sagrado de los árabes, la Kaaba. Aunque reconocían a Alá como una deidad, adoraban y rezaban a más de 300 ídolos que estaban al rededor de la piedra.

Mahoma se había convertido en guía de caravanas y organizaba viajes a lugares lejanos. En el año 595 fue contratado por una mujer adinerada llamada Jadicha. Aquel viaje marcó el inicio de una nueva vida para el profeta y la mujer.

Jadicha se enamoró de Mahoma, y fruto de la relación nacieron cinco hijas. Cada año durante el Ramadán, (el noveno mes del año lunar), Mahoma iba a las montañas que rodeaban la Meca. En el año 610, a sus 40 años se dirigió a uno de sus retiros y su vida cambió para siempre.

Un Ángel que había tomado la forma de hombre se apareció frente a el y le ordenó: “revela en el nombre de tu señor el creador. El creó al hombre de un coagulo de sangre, revélalo y tu señor será muy generoso“.

Mahoma estaba aterrado y salió corriendo del lugar, mientras descendía de la montaña el Ángel regresó y le dijo “Oh Mahoma tu eres el mensajero de Dios y yo soy Gabriel”. Luego de la revelación Mahoma fue donde su esposa, aterrado. Ella lo tranquilizó haciéndole saber que las palabras provenían de Dios.

Varias apariciones sucedieron a la primera, pero él estaba confundido al no saber que mensaje quería Dios que transmitiera. De un momento a otro las manifestaciones pararon y el creyó que no era digno de mantener comunicación.

Entre la desesperación otra señal rompió el silencio. “En el brillo de la mañana y en la quietud de la noche tu señor no te ha traicionado, ni se siente disgustado contigo. Lo que seguirá es mejor que lo que ha precedido y pronto se te concederá aquello que te agradará”.

A medida que llegaban las apariciones Mahoma, él las escribía. Así nació lo que hoy en día es el Corán. Con el tiempo los árabes de otros clanes comenzaron a abrazar el mensaje. Cuando sus seguidores se hicieron numerosos, las autoridades lo empezaron a verlo como una amenaza.

Lo acusaron de impostor y comenzaron las persecuciones. Una parte de los seguidores huyeron a Abisina y ahí recibieron protección del negus cristiano. La situación empeoró cuando su esposa Jadicha y su tío Abú Talib fallecieron en 619. La vida de Mahoma corría peligro.

Mahoma huyó a Medina el 16 de julio del 622; esta fecha es considerada como la fundación de la era Islámica, “La Hégira”. Cuando llegó comenzó a construir una nueva mezquita, que a los siete meses ya estaba terminada.

Para unir a los musulmanes, Mahoma se casó con 11 mujeres de distintos clanes. Luego de rodearse de seguidores, en Medina no solo se convirtió en un caudillo religioso sino político y militar. Esto significó que las decisiones que tomaba afectaban en todo sentido a Medina.

Por esto sabía que era necesario enfrentarse a los Quraish y recurrió al conflicto armado. Los enfrentamientos culminaron cuando los mahometanos conquistaron la ciudad en el 630. El santuario de la Kaaba, la piedra negra venerada en la Meca, fue consagrada a Alá.

Antes de morir, Mahoma realizó una peregrinación de Medina a la Meca. Lo que hizo sirvió de modelo para que todo musulmán haga esto una vez en su vida. Mahoma falleció el 8 de junio de 632 en Medina a la edad de 63 años.

El sucesor de Mahoma fue Abu Bakr, el padre de Aisha, la tercera mujer del profeta y su preferida. La elección se dio por los líderes de la comunidad musulmana pues el suegro era el preferido por el profeta.



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Conceptos resumidos
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¿Quién fue Mahoma?

El profeta Muhammad, conocido en español como Mahoma, nació huérfano de padre, en el 570 d. C. Perdió a su madre a los 6 años y fue educado por su tío, el rico comerciante Abu Talib, quien le enseñó además el oficio de mercader. A los 25 años se casó con Jadiya, una rica viuda de la ciudad de La Meca. Tuvieron siete hijos pero sólo sobrevivió Fátima, quien años más tarde se casaría con Alí, el hijo de Abu Talib.



¿Cómo se transformó en profeta?

Mahoma muy a menudo meditaba en una gruta del monte Hira, cerca de La Meca. Una noche, cuando tenía 40 años, se le apareció el ángel Gabriel diciéndole que le traía un mensaje de Dios. Mahoma despertó sobresaltado pensando que era un sueño, pero Gabriel volvió a aparecérsele varias veces más hasta convencerlo de aceptar la palabra de Dios. Mahoma se transformó entonces en el mensajero de Dios, su profeta.



La Hégira


Pero no era nada fácil predicar por esa época. La mayoría de la gente creía en muchos dioses y divinidades, y Mahoma se proponía convencerlos de que sólo había un Dios verdadero. Se burlaban de él y no lo tomaban en serio. Formó el primer grupo de fieles entre su familia: su esposa Jadiya, su primo Alí y algunos pocos seguidores. En el año 622 decidieron abandonar La Meca y refugiarse en Medina. A esta emigración se la llamó la Hégira y marcó el origen del calendario musulmán, formado por doce meses lunares de 29 o 30 días y un año de 354 días.



Mahoma logra su objetivo


Mahoma organizó en Medina a sus seguidores, quienes comenzaron a difundir sus enseñanzas. En poco tiempo tenía seguidores por toda Arabia. Regresó victorioso a La Meca y los habitantes de esa ciudad también adoptaron su fe. Mahoma murió en Medina el 8 de junio del 632.El.


 Corán

Es el libro sagrado del islam (sumisión a Dios), que resume las enseñanzas de Mahoma. El Corán niega la divinidad de Jesús pero reconoce que es hijo de María. Consagra el monoteísmo ("No hay más que un Dios y Mahoma es su profeta"). Existen los ángeles y un ángel caído (Lucifer). Habla de un juicio final tras el cual los piadosos, los que obren correctamente y los que mueran en la guerra santa irán al paraíso.


Obligaciones

Los musulmanes deben cumplir cinco obligaciones:
Deben orar cinco veces al día mirando hacia La Meca.
La Limosna: lo sienten como un préstamo que Dios devolverá en el paraíso.
El ayuno: en el mes de Ramadán, el más caluroso del año, no se permitía comer o beber desde el amanecer hasta la caída del Sol.
La peregrinación a La Meca.
La guerra Santa (Yihad) en la que en caso de morir en combate se obtiene la vida eterna.

La sucesión de Mahoma

Mahoma no dejó sucesor. A su muerte, sus antiguos compañeros decidieron elegir entre ellos un "jalifa" (califa), que no era profeta ni tenía su poder, pero se encargaría de dirigir a la comunidad basándose en el Corán y tomando como modelo a Mahoma.

Dos familias gobernaron sucesivamente y fueron los artífices de la expansión del Islam: los Omeyas y los Abásidas. Hubo desde entonces dos califatos: el Omeya con sede en Damasco (Siria) y el Abásida con sede en Bagdad (actual Irak).



¿Cómo era la organización política?

Al frente del estado estaba el califa, jefe militar y religioso. Lo asistían un visir (primer ministro) y los emires, que gobernaban las coras (provincias).

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La expansión del Islam.


Unificadas las tribus árabes bajo una religión común, la idea de guerra santa fue el móvil para la expansión del Islam. Gracias a los camellos, animales que podían recorrer grandes distancias sin fatigarse, en pocos años los Musulmanes conquistaron un espacio muy vasto: se apoderaron de Palestina, Siria, Mesopotamia y del Imperio Sasánida. Luego avanzaron sobre Egipto, todo el norte de África y en el año 711 penetraron en la Península Ibérica, conquistándola casi totalmente. Cruzaron los Pirineos y en el año 732 fueron detenidos por Carlos Martel en la batalla de Poitiers.


La expansión musulmana se vio facilitada por su tolerancia con los pueblos sometidos en especial cristianos y judíos.


Después de la consolidación del Islam, la dinastía de los abasíes, que estableció su capital en Bagdad en el año 750, comenzó a exigir la unificación religiosa y de lengua de todo el territorio musulmán. No obstante, pronto comenzó la desintegración política del imperio y se fueron constituyendo diversos estados musulmanes en Egipto , el norte de África y la Península Ibérica, entre otros. A pesar de su disgregación política, el mundo musulmán se mantuvo fuertemente cohesionado religiosa y culturalmente.



La Invasión de la Península Ibérica.


En la primavera del año 711, los musulmanes atravesaron el estrecho de Gibraltar e iniciaron la conquista de la Península Ibérica, prácticamente completada cuatro años más tarde. 

En el 622 d.C., el islam emerge en la península arábiga como un huracán de la nada. En apenas un siglo construirá un imperio que abarcará desde el Indostán hasta los Pirineos, regido desde Damasco –Siria– por los califas de la familia Omeya, siendo estos califas una especie de mezcla entre emperador y papa. Los musulmanes creen que su religión es universal e intentan convertir al mundo entero. Es por eso que extienden su imperio a la vez que su religión.

El avance musulmán por el norte de África, que es desde donde llegaron a la península ibérica, duró unos treinta años y fue muy duro, pues tuvieron que hacer frente a los bereberes, aquellos que hablaban “ber, ber, ber” y no se les entendía, de ahí el nombre.


ÉPOCA DE LA CONQUISTA Y CREACIÓN DE LA MARCA SUPERIOR.

En el 710 d.C., una vez los musulmanes controlan el norte de África, la situación en el reino visigodo es la siguiente: hay una guerra civil por el trono entre el rey Don Rodrigo y Agila, hijo del anterior rey Witiza, que se le opone en el noreste, además de rebeliones de vascones a los que los visigodos no pudieron controlar en dos siglos.

Cuando los árabes llegaron al estrecho de Gibraltar, ni los visigodos ni los musulmanes sabían nada los unos de los otros. El gobernador del norte de África informó al califa de Damasco y el califa le dijo que tuviera cuidado y no enviara a sus hombres a un mar de enfurecidas olas. A continuación el gobernador le informó de que se trataba de un estrecho. Esto es una muestra del escaso conocimiento que tenían los musulmanes en este momento del Mediterráneo.

En el año 710 d.C., Tarif desembarcó en Tarifa al mando de 400 hombres para realizar comprobaciones del territorio y regresó a África. En el 711 d.C., el general Tariq desembarcó un poco más al este donde hay un peñón, que se llama Gibraltar, en árabe Yabal Al-Tariq, que significa montaña de Tariq, y de ahí el nombre de Gibraltar. Esta ya no es una misión de exploración sino de conquista, compuesta por miles de soldados, en su mayor parte bereberes, recientemente islamizados. En la crónica de Ajbar Maŷmúa se nos dice que Tariq cruzó el estrecho con unos 7.000 hombres. Los barcos más grandes no transportaban más de 200 soldados. Probablemente, según nos cuentan las crónicas, no hubo más que cuatro barcos, por lo que los musulmanes tuvieron que atravesar durante varios días el estrecho en una difícil operación. Lo que es indicativo de la clase de oposición que tuvieron por parte de los lugareños.

Mientras ocurría todo esto, el rey Rodrigo estaba al norte en una campaña contra los vascones. En junio se enteró de lo ocurrido y en julio, en algún lugar de la provincia de Cádiz, tuvo lugar la batalla de Guadalete, en la que el ejército visigodo fue absolutamente derrotado. Solo con esta batalla el estado visigodo se vino abajo. Según las crónicas, una facción del ejército traicionó a Rodrigo, siendo gran parte de los traidores partidarios de Agila. Cuenta la leyenda que el rey Rodrigo violó a la hija de Don Julián, el gobernador godo de Ceuta y, como venganza, este proporcionó las naves a los musulmanes y les enseñó el camino para conquistar la península.

No hubo resistencia a los invasores, además algunos de estos bereberes que llegaron no se convirtieron al islam y eran cristianos. En la oleada del 711 la mayoría eran bereberes. Entre el 712 y el 714 llegaron otros 10.000 árabes y entre el 714 y el 741 llegaron unos 50.000 hombres de procedencia siria, yemenita, egipcia, árabe, etc. En total eran unos 72.000 mientras los hispano-godos eran unos 4.500.000. Toda la península se ocupó mediante pactos, capitulaciones y acuerdos. Todo esto nos da a entender la extrema debilidad de la monarquía visigoda, causada por un enfrentamiento civil y contra los habitantes de la periferia; el tremendo descontento de los judíos, a los que se les prohibía casi todo; y el descontento de la mayoría de la población ante la acumulación de privilegios de la aristocracia guerrera.

Tariq no informó ni al califa ni a nadie de sus conquistas, y cuando el califa se enteró, mandó en el 712 d.C. una expedición de 10.000 árabes comandada por Musa ibn Nusayr para controlar la situación. El itinerario que siguieron los conquistadores fue el de las antiguas calzadas romanas. En el 713 ya había ocupado Mérida y Toledo. Tras asegurarse la retaguardia ocupando Córdoba, Sevilla, Mérida y Toledo, aparecieron en el 714 en Zaragoza, ya que, como dice José Luis Corral: “el control del territorio pasaba por la ocupación de los principales centros urbanos y Zaragoza era uno de ellos.”

En la península ibérica hubo una imposición en los territorios controlados por los visigodos de un nuevo poder; y en el norte, en las zonas montañosas, pueblos independientes que no habían sido controlados por los visigodos y que les daba igual quien gobernara al sur. Los musulmanes, a cambio de impuestos, que eran menos que los que pagaban en el estado hispano-godo, permitían el culto cristiano, el control de la población local, su autogestión, etc. A esta población cristiana que vivía en Al-Andalus se les denominó “mozárabes”. En otros territorios, la población autóctona se convirtió al islam. No se produjo una imposición. En aproximadamente un siglo, el 80% de la población de Al-Andalus adoptó esta religión, la mayoría por interés económico, son los llamados “muladíes”, cristianos convertidos al islam.


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Al-ándalus:  Un viaje por la Historia


Todo empezó el 27 de abril del año 711 cuando desembarcó en Gibraltar Táriq Ibn Ziyad, lugarteniente del gobernador de Tánger, al mando de 9.000 hombres: no tardaron mucho en derrotar a los visigodos. En pocos años habían llegado hasta las zonas más septentrionales de la península, donde resistieron los vascones de Navarra y los reinos astures, y en su vigoroso avance quisieron penetrar en Francia, donde fueron detenidos en la batalla de Poitiers (732). Así que se quedaron a este lado de los Pirineos.
En su reciente libro Los desheredados (Aguilar), Henry Kamen habla de aquella temporada. "En el siglo X el territorio llamado Al Ándalus -una cuarta parte de la España actual- era un país totalmente controlado por los musulmanes y el más poderoso y refinado de Europa occidental". Era una civilización urbana en la que destacaban ciudades como Córdoba o Granada con una avanzada organización política y social, que nada tenía que ver con los reinos cristianos del norte, con una economía principalmente ganadera y agrícola. "Los árabes trajeron el olivo, el pomelo, el limón, la naranja, la lima, la granada, la higuera y la palmera", escribe Kamen. En la agricultura andaluza de entonces predominaron las habas, los garbanzos, las habichuelas, los guisantes y las lentejas, ya que los árabes no comían cereales. Sazonaban sus platos con "canela, pimienta, sésamo, macis, anís, clavo, jengibre, menta y cilantro, especies desconocidas en el resto de la Europa cristiana". La lana, el algodón, la seda, el vidrio, las armas y el cuero fueron algunas de las industrias que se desarrollaron en Al Ándalus y la agricultura "se benefició de la eficaz irrigación".

"De Al Ándalus permanece una suerte de espíritu del lugar y un impresionante patrimonio monumental y cultural", explica Jerónimo Páez. "La belleza de sus edificaciones, su exquisitez, los jardines construidos con tanto mimo y donde todo gira alrededor del agua, la delicadeza, la poesía. Fueron maestros en la arquitectura íntima, cuidando todos los detalles (olores, sabores, colores) para vivir hacia dentro". Fue un mundo sofisticado, donde se produjo un profundo mestizaje y donde, pese a los conflictos, consiguieron coexistir musulmanes, cristianos y judíos. ¿Es ésa la civilización que reclaman los fundamentalistas?

Claro que no se puede reducir ese largo dominio de casi ocho siglos a una imagen única y rotunda. Al principio (711- 756), Al Ándalus fue la parte extrema, la occidental, de los vastos dominios de los omeyas. Un emirato que dependía de Damasco. Abderramán I, en el año 756, proclamó la independencia del emirato de Córdoba e instauró allí una dinastía que gobernó Al Ándalus hasta 1031.

Fue, desde 956 y gracias a Abderramán III, un califato. Para entonces era tal ya el acoso de los reinos cristianos, que presionaban de norte a sur, que Al Ándalus inició su proceso de descomposición, generando distintos reinos independientes llamados taifas, que fueron unificados temporalmente durante las invasiones de almorávides y almohades. De todos ellos quedó al final, entre 1238 y 1492, el reino nazarí de Granada. Fue el último reducto de la presencia árabe en la península Ibérica.

Córdoba, Sevilla y Granada, como momentos distintos de esa larga historia. La mezquita y el palacio de Medina Azahara de la primera de estas ciudades quedan como testimonio del inmenso poder de aquel emirato que llegó a la cima de su esplendor con Abderramán III. Sevilla es el ámbito donde se puso de relieve el empuje de los almohades, con la construcción de espléndidas mansiones para los cortesanos, de una gran mezquita, de la que ha sobrevivido la Giralda, y de una fortificación, de la que queda la Torre del Oro. La Alhambra resume los estertores de aquella civilización, que aguantó todavía dos siglos el avance de los cristianos hasta que cayó en 1492 con los Reyes Católicos. La caída de Granada no significó el fin de la presencia musulmana en España. Sobrevivieron como moriscos, enorgulleciéndose de su condición y luchando por conservar su cultura. Fue en 1580 cuando, durante el reinado de Felipe II, se tomó la decisión de expulsarlos. La orden se llevó a la práctica en 1609, y salieron de España 300.000 moriscos, los últimos vestigios de una historia larga y tumultuosa, pero apasionante.

¿Qué característica fue la más relevante de aquella civilización? "La principal seña que define Al Ándalus es su configuración como sociedad árabe e islámica", explica Eduardo Manzano. "Árabe debe entenderse no en un sentido meramente étnico -esto es, referido a los individuos de este origen que llegaron a la península como consecuencia de la conquista del año 711-, sino cultural e identitario. La lengua árabe acabó convirtiéndose en la mayoritaria entre la población y a la altura del siglo X el latín prácticamente había desaparecido en Al Ándalus. Los descendientes de la población indígena se arabizaron, como también lo hicieron los descendientes de los soldados bereberes de origen norteafricano que habían acompañado en gran número a los conquistadores árabes del año 711 y que, a su vez, habían sido sometidos en las décadas previas. Asimismo, la islamización de la sociedad andalusí -esto es, la conversión mayoritaria de sus gentes al islam- es un hecho evidente que se aprecia tanto en la multiplicación y ampliación de mezquitas, como en el creciente número de gentes dedicadas al conocimiento religioso (esto es, los ulemas) que eran de origen indígena: ya en la segunda mitad del siglo IX se calcula que aproximadamente la mitad de los ulemas de los que tenemos noticia eran descendientes de conversos".

Durante siglos convivieron (a ratos, mejor; a ratos, peor) musulmanes, cristianos y judíos en Al Ándalus, ¿pero qué fue lo que diferenció de manera más radical a los que gobernaban en las dos zonas en que quedó dividida la península? "Más que en la religión, la diferencia hay que buscarla en la manera de ejercer el poder, en la diferente relación entre gobernantes y súbditos, y en el hecho de que la sociedad cristiana estaba regida por el derecho civil, y la musulmana por el derecho religioso", dice Jerónimo Páez, director de la fundación El Legado Andalusí. "En los reinos cristianos hubo entre el poder real y el pueblo algunos espacios que permitieron que se fueran consolidando las clases emergentes, como los comerciantes o la burguesía, de forma que existieron diversos estamentos de poder, junto con la nobleza, la iglesia y la monarquía. Entre los musulmanes, quienes gobernaban se consideraban descendientes del Profeta y en el vértice del poder convivían los ulemas con los mandatarios, lo que difícilmente permitía fisuras. Luego estaba el pueblo, pero no había clases sociales que pudieran arañar esferas de poder real, era una sociedad vertebrada a partir de clanes y linajes. No había una ley de sucesión clara, y como consecuencia de la poligamia existían numerosos descendientes con aspiraciones a gobernar, lo que dio lugar a todo tipo de conflictos, sediciones y rebeliones, en definitiva, numerosos periodos de inestabilidad social. Por otra parte, no existía un concepto de Estado, nación y territorio, que permitió una mayor estabilidad en los reinos cristianos. En estos últimos, la existencia del derecho privado facilitó que avanzara la sociedad civil y que se limitara el despotismo de los poderes públicos, además de permitir la división de poderes, que en el fondo se controlaban unos a otros. En el mundo musulmán se gobernaba a través de la charia, y no existía realmente diferencia entre el poder civil y religioso. No surgieron, por tanto, diferentes estamentos con poderes e intereses propios, y nunca llegó a considerarse que la legitimidad política estuviera basada en la voluntad popular y no en la voluntad del rey".

Tal vez esa imposibilidad de que la clase burguesa llegara a tener una influencia determinante y a imponer su espíritu comercial, laico y de progreso económico, más allá de la voluntad divina, o del monarca, o del sultán fue, según Jerónimo Páez, una de las causas de la debilitación de las sociedades islámicas. Si los comerciantes europeos, a partir del declinar de la Edad Media, fueron decisivos en la configuración de las nuevas sociedades y las empujaron hacia el futuro, en el mundo islámico fueron postergados, carecieron de todo protagonismo, y no consiguieron ser un factor de cambio y modernización.

Hans Magnus Enzensberger, en El perdedor radical. Ensayo sobre los hombres del terror (Anagrama), apunta que la infraestructura de los países islámicos "se estancó en niveles medievales hasta entrado el siglo XIX", y escribe: "La primera imprenta con capacidad de producir libros escritos en árabe se fundó con un retraso de tres siglos". Max Rodenbeck, en El Cairo. La ciudad victoriosa (Almed), reflexiona en ese mismo sentido: "Los árabes habían practicado la impresión con bloques de madera desde una fecha tan temprana como el siglo IX -600 años antes de Gutenberg-, pero aquella ciencia se había extinguido y, aunque se conocía el avance europeo de los tipos móviles, la clase educada de El Cairo había rechazado aquella invención por miedo a que su uso pudiera poner en peligro el monopolio efectivo de la palabra escrita".

En uno de sus llamamientos, grabado en vídeo y en el que aparecía vestido con la típica túnica árabe y turbante, el número dos de Al Qaeda, el médico egipcio Ayman al Zawahiri, defendía en julio del año pasado la necesidad de la guerra santa contra Israel y los cruzados, y exhortaba a los musulmanes de todo el mundo para que lucharan hasta que el islam reine "desde Al Ándalus hasta Irak". La recurrente obsesión por el paraíso perdido, por la edad dorada, por el viejo esplendor. ¡Qué sueño más quimérico ése de recuperar lo que ya se ha ido y que fue tan distinto en épocas remotas! Pero los mitos prenden en las multitudes y sería trágico que con la pólvora de Al Ándalus se derramara una sola gota de sangre.


                    

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Para conocer más:
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¿Quienes fueron los Muladíes, Mozárabes, Mudéjares y Moriscos?


Con estos cuatro nombres se definen a los cristianos o a los musulmanes de la Península Ibérica según habitasen los unos en los territorios de los otros conservando o no su religión, desde inicios del siglo VIII y hasta inicios del siglo XVII en caso de los moriscos. 
A continuación describo a cada uno de ellos.


MULADÍES

Nombre dado a los cristianos que se convirtieron al Islam después de la conquista musulmana del año 711. Los muladíes constituyeron el grupo mayoritario de la población musulmana de Al-Andalus porque, aunque éstos no persiguieron a los cristianos ni trataron de atraerlos a su fe, la mayor parte de la población adoptó la religión islámica.

Ésta conversión masiva se explica por las ventajas económicas y sociales que comportaban el ser musulmán. Para los nobles hispanovisigodos significaba la posibilidad de mantener sus propiedades y su posición de preeminencia; para el resto de la población significaba librarse del pago de los impuestos personal y territorial, que afectaba a los no musulmanes. La arabización de los muladíes fue tan profunda que externamente no era fácil distinguirlos de los árabes de nacimiento. Sin embargo, en la práctica las diferencias entre viejos y nuevos musulmanes se fueron acentuando como consecuencia de la política nacionalista practicada por los dirigentes omeyas.

Esta discriminación propició la aparición de sublevaciones y revueltas en las que se mezclaban factores sociales y políticos. Los principales focos de disidencia se localizaron en las Marcas fronterizas, aunque a finales del siglo IX se extendieron por la mayor parte de los territorios de Al-Andalus. 

En las ciudades de Zaragoza, Toledo y Mérida el descontento de los muladíes se transformó en movimientos independistas dirigidos por las autoridades locales. Las revueltas sociales desembocaron en una sublevación general de los muladíes contra la aristocracia árabe en el año 878. 

Desde la fortaleza de Bobastro, situada en la serranía de Ronda, Omar Ben Hafsun, se alzó como defensor de los muladíes y aglutinó a todos los rebeldes del sur de Andalucía. El movimiento comenzó a declinar tras la conversión al cristianismo del dirigente muladí en el año 899, pero hasta la época de Abd Al-Rhaman III no se consiguió su represión total.


MOZÁRABES

Nombre dado a los cristianos que vivían en los territorios dominados por los musulmanes tras la conquista de la Península Ibérica en el año 711.
Desde el primer momento los musulmanes mostraron un gran respeto hacia los cristianos, que eran, como ellos mismos y como los judíos, “gentes del Libro”, es decir, habían recibido la revelación divina. Como protegidos del Islam, se les garantizó la conservación de sus bienes y de sus derechos privados, así como la libertad para practicar su religión. A cambio de esta tolerancia, los cristianos tuvieron que aceptar el pago de ciertos impuestos y de la aceptación de una posición social inferior. Estaban obligados a pagar un tributo de carácter personal (yizya), que afectaba a los varones entre 20 y 50 años, y un impuesto territorial (yaray). La comunidad mozárabe conservó su organización política, eclesiástica y jurídica. Tenía sus propios condes, que eran los responsables de la comunidad ante la administración musulmana, sus jueces, que actuaban según las normas del derecho visigodo, sus recaudadores de impuestos y sus obispos.

El Estado musulmán se reservó el derecho a intervenir en el nombramiento de las autoridades civiles y eclesiásticas cristianas además de convocar sus concilios.
Durante el siglo VIII los musulmanes necesitaron la colaboración de los cristianos en las tareas de gobierno, por lo que no dudaron en utilizarlos como administradores y funcionarios, pero a medida que el dominio musulmán se hizo mayor los mozárabes fueron perdiendo influencia. En el siglo IX disminuyó la tolerancia de los dirigentes omeyas, debido a la participación de los mozárabes en los movimientos separatistas de las Marcas fronterizas y en las revueltas sociales. 

Esto hizo que el número de conversos a la religión árabe aumentara y que los que siguieron fieles al cristianismo se arabizaran para evitar su discriminación. Contra esa dependencia se levantaron, entre los años 851 y 859, los mozárabes más intransigentes, dirigidos por Eulogio de Córdoba. Buscaban de forma voluntaria el martirio, lo que se conseguía injuriando al Islam en público, algo castigado con la pena de muerte. Este movimiento dañó la convivencia entre cristianos y musulmanes, haciendo que muchos mozárabes emigrasen a los reinos hispanocristianos de norte y otros se hicieran musulmanes, con lo que a finales del siglo X la comunidad mozárabe era algo marginal en Al-Andalus. 

Más adelante, en los periodos de dominación de los almorávides y de los almohades, la situación de los cristianos incluso continuó deteriorándose.


Arte Mozárabe, también llamado, de repoblación.

En las primeras décadas del siglo xx los investigadores de nuestro país distinguieron tres manifestaciones artísticas anteriores al románico: el arte hispanogodo, el arte asturiano y el arte mozárabe. Este último correspondía a los cristianos que vivieron bajo la dominación musulmana y que a lo largo del siglo x, fundamentalmente, emigraron al norte de la Península para contribuir a la repoblación de los nuevos territorios cristianos. En el acervo cultural de estos grupos se encontraba una forma particular de entender el arte en el que cobraba una importancia muy especial la influencia islámica. El elemento característico era el empleo del arco de herradura califal (más cerrado que el visigodo), a veces enmarcado por alfiz, y la ausencia casi total de escultura figurativa.


MUDÉJARES

Nombre dado a los musulmanes que permanecieron en los territorios ocupados por los cristianos durante el periodo de la reconquista.Los acuerdos pactados con las poblaciones de Al-Andalus vencidas variaron según la forma en que fueron ocupadas, pero en general se garantizó la permanencia de los musulmanes y se les permitió conservar su religión, costumbres, organización y derecho, aunque las obligaciones tributarias que mantenían con la antigua administración fueron transferidas al nuevo poder. 

Esta actitud de los monarcas cristianos se producía, principalmente, por la necesidad de no despoblar y mantener la vida económica de los territorios ocupados.
Sin embargo, a medida que la dominación se hacía efectiva, iban aumentando en número y su condición se fue deteriorando. 

La presencia de mudéjares fue grande en los reinos de la Corona de Aragón, particularmente en Valencia. En su mayoría eran campesinos que dependían jurisdiccionalmente de los nobles. En la Corona de Castilla la comunidad mudéjar estuvo formada por pequeños campesinos y, sobre todo, artesanos, que vivían agrupados en barrios propios, llamados aljamas. 

Sin embargo, el incumplimiento de los compromisos contraídos en las capitulaciones provocó la salida de numerosos musulmanes hacia Granada, expulsados por el rey Alfonso X después de la sublevación del año 1264. Durante el siglo XV las disposiciones legales se hicieron más restrictivas, pero a diferencia de los judíos, los mudéjares no despertaron el recelo de las masas populares cristianas. 

A pesar de todo, su situación se complicó después de la conquista del reino nazarí de Granada en el año 1492. Aprovechando la sublevación que protagonizaron los musulmanes granadinos en el año 1498, los Reyes Católicos obligaron a todos los mudéjares a convertirse al cristianismo.

Los que tomaron esa opción pudieron quedarse en sus hogares y se les pasó a conocer como moriscos. Aunque finalmente en el año 1609 los moriscos fueron expulsados de España por el rey Felipe III. Emigraron principalmente al norte de África, en donde acabaron integrándose.


El Arte Mudéjar.

• El arte mudéjar es producto de la convivencia pacífica de musulmanes, judíos y cristianos que se produjo en la España Medieval. Es una creación artística peculiar del arte hispánico y uno de sus rasgos más singulares.
• El éxito de este estilo artístico viene dado por la fascinación de los cristianos por el arte islámico, la maestría de los alarifes mudéjares, la economía del estilo y la decadencia de la influencia del arte francés.
• No es un estilo artístico unitario, sino que posee características peculiares en cada región, entre las que destacan el mudéjar toledano, leonés, aragonés y andaluz. Esta diversidad de los focos mudéjares se explica por el factor cronológico de la conquista cristiana del territorio de Al-Andalus. 

Se desarrolló en la España cristiana desde el siglo XI hasta el siglo XIV a mano de artistas musulmanes o cristianos deslumbrados por la belleza del arte islámico. Cronológicamente se extiende desde el siglo XII hasta el XVI, al ritmo de la conquista cristiana, evolucionando estilísticamente al ritmo en que lo hacía el arte hispano-musulmán y mezclándose con los estilos cristianos internacionales en boga, de ahí que se hable de románico-mudéjar y gótico-mudéjar.

 Pero no solo se levantaron iglesias cristianas y mezquitas árabes, sino también sinagogas judías, pues no debes olvidar que en esta época también vivían comunidades judías en España. 

El mudéjar es un arte híbrido, una mezcla entre distintas culturas. Los estilos cristianos sobre todo el románico y el gótico se fundieron con materiales y motivos decorativos propios del arte islámico. La estructura típica de los edificios cristianos se decoró con elementos característicos del islam.

Los materiales utilizados suelen ser los más característicos del arte hispano-musulmán: ladrillo, madera, yeso y azulejos, aunque también hay realizaciones en sillares de piedra, más utilizados en los estilos  

La decoración tiene su origen en los musulmanes: geométrica, epigráfica y ataurique. Las estructuras arquitectónicas varían, aunque a menudo se basan en patrones cristianos, es frecuente encontrar plantas de edificios de inspiración románica o gótica. Sin embargo, es frecuente que las cubiertas sean de artesonado de madera, característica hispano-musulmana. Otros edificios característicos fueron las torres-campanarios y las armaduras de madera para cubiertas.
 
Los materiales más utilizados fueron la madera, el ladrillo y el yeso. La madera se usó principalmente para cubrir los edificios; se crearon así bellos artesonados, estructuras de madera que cubren los techos. En los muros exteriores se empleó el ladrillo y la cerámica vidriada]] como los azulejos para crear una original decoración geométrica; en el interior, el yeso decora también los muros. Normalmente se prefería la decoración geométrica, que es propia del arte islámico. 


MORISCOS

Nombre dado a los musulmanes que permanecieron en España una vez finalizada la conquista cristiana de todos los territorios peninsulares. La conquista del reino musulmán de Granada en el año 1492 supuso la incorporación de miles de familias de esta religión a la cultura cristiana, las cuales se sumaron a la ya voluminosa población de origen musulmán que vivía en los reinos cristianos desde lejanos tiempos de la Edad Media. 

A principios del siglo XVI los moriscos estaban repartidos por cuatro grandes áreas: reino de Valencia, valle del Ebro, tierras de Murcia y reino de Granada.
Se mostraron muy tenaces en su resistencia a abandonar su religión y cultura. Supusieron además un peligro potencial al ser vistos como un apoyo firme y favorable a las ofensivas del imperio musulmán en el mediterráneo español. 

Formaban, por otro lado, comunidades muy cerradas, con un elevado número de población y con una importancia económica notable. Todo ello hizo que las relaciones entre la mayoría cristiana y la minoría musulmana fueran siempre difíciles, hecho puesto en evidencia durante la rebelión de los moriscos en las Alpujarras (1568-1570), que tuvo como consecuencia la dispersión forzosa por tierras de Castilla de los musulmanes granadinos. 

Las medidas políticas que llevaron a cabo los reyes durante el siglo XVI para superar esta situación, siendo muy variadas, no dieron sin embargo los resultados deseados.

En el año 1609, el rey Felipe III acabó por ordenar la expulsión de todos los moriscos de España, alrededor de trescientos mil, lo que supuso una fractura extraordinaria en todos los niveles y la evidencia de un fracaso.




El Emirato Independiente de los Omeyas (756-929)



Emirato de Córdoba.

La conquista de Hispania por los musulmanes se desarrolló con suma facilidad dando inicio al Emirato de Cordoba. Apoyándose en las calzadas romanas, Tariq y Muza, dirigentes de los islamitas invasores, efectuaron, entre los años 711 y 714, incursiones victoriosas hasta la meseta norte y el valle del Ebro, dejando guarniciones en los puntos clave. En verdad, apenas encontraron en sus recorridos la menor resistencia por parte de la población romano-visigoda. Es más, muchos miembros de la nobleza hispanogoda pactaron con los invasores, como aconteció con un aristócrata de la región murciana, llamado Teodomiro, el cual aceptó el patronato islamita «con la condición de que no se impondrá dominio sobre él ni sobre ninguno de los suyos». No hay que olvidar que los musulmanes se mostraron tolerantes con los cristianos, que eran, al fin y al cabo, «gentes del Libro». Es preciso señalar, asimismo, que la minoría judía, quejosa de la actitud persecutoria mostrada contra ellos por los últimos monarcas visigodos, ayudó a los invasores islamitas.


Disputas al inicio del Emirato de Cordoba.

De todos modos no faltaban las disputas en el seno de los vencedores, ya fuera la pugna entre los árabes y los beréberes o entre las diversas facciones de la aristocracia árabe, los qaysíes y los yemeníes. Precisamente a los pocos años de la presencia islámica en al-Andalus tuvo lugar una espectacular sublevación de los beréberes, que se sentían discriminados por la minoría dirigente árabe. Para intentar sofocar dicha revuelta llegaron a al-Andalus refuerzos militares procedentes de Siria, los cuales, una vez cumplida su misión, terminaron por establecerse en suelo hispano, en concreto en diversos distritos del sur de la península Ibérica. Pese a todo, los musulmanes lanzaron en la primera mitad del siglo VIII diversas campañas ofensivas en las zonas situadas al norte de al-Andalus. En el año 720 conquistaron la ciudad de Narbona, que se hallaba en el sur de las Galias, pero en el 722 fueron sorprendidos en Covadonga, en las montañas de Asturias, por los cristianos. Unos años más tarde, en el 732, sufrieron una aparatosa derrota en Poitiers ante el dirigente franco Carlos Martel. Aquel fracaso supuso el punto final del intento islamita de adentrarse en el territorio de la Europa cristiana.


Fin del Emirato Dependiente.

El gobierno de al-Andalus, que desde el año 716 tenía como centro del poder a la ciudad de Córdoba, estaba dirigido por un emir, el cual obedecía las órdenes del califa, a la sazón instalado en Damasco. Entre los años 714 y 756, fase conocida como la del «Emirato dependiente» o Emirato de Cordoba, se sucedieron en el gobierno de al-Andalus nada menos que unos veinte emires. Pero a mediados del siglo VIII se produjo una profunda conmoción en el mundo musulmán. Los omeyas, familia en la que hasta entonces había recaído la dirección del islam y por lo tanto el cargo de califa, fueron eliminados de forma violenta por los abasíes, los cuales instalaron su poder en la ciudad de Bagdad. No obstante, un miembro de la familia omeya, que pudo escapar de la catástrofe, se refugió en tierras hispanas, logrando, tras una dura lucha, hacerse con el poder emiral de al-Andalus en el año 756. Se trataba de Abderramán I (756-788), con quien se iniciaba la etapa del «Emirato independiente», así llamado por cuanto los emires de al-Andalus habían roto sus relaciones con los califas de Bagdad, al menos en el ámbito de la acción política.


Consolidación del poder Islam.

Durante la fase del «Emirato independiente» o Emirato de Cordoba, que duró cerca de dos siglos, se consolidó el poder del islam de Hispania. Sólo escapaban al control de los emires musulmanes las comarcas montañosas del norte de la península Ibérica, en donde a duras penas subsistían las gentes allí establecidas, ya fueran miembros de los pueblos prerromanos de aquel territorio (galaicos, astures, cántabros, vascones, etc.) o godos refugiados. Al-Andalus se incorporó al sistema económico del mundo islámico, lo que ofrecía indudables ventajas. Paralelamente penetraban en tierras hispanas elementos propios de las estructuras sociales orientales. Por otra parte aumentaba de día en día el numero de los habitantes hispa-novisigodos, lógicamente cristianos, que aceptaban la religión musulmana, en buena medida por las ventajas fiscales que ello suponía. Asimismo la fluida comunicación mantenida con los restantes países del islam permitió a al-Andalus participar de la extraordinaria riqueza cultural que circulaba por ellos. Un símbolo de la firmeza alcanzada por al-Andalus lo constituía, sin duda alguna, la mezquita mayor de Córdoba, cuyas obras dieron comienzo precisamente en tiempos del emir Abderramán I.


Conflictos Internos en al-Aldalus.

A lo largo de la etapa del «Emirato independiente» o Emirato de Cordoba los musulmanes llevaron a cabo, en determinadas ocasiones, campañas contra los cristianos del norte, cuyo principal propósito era evitar que éstos progresaran hacia el sur. La mayor parte de esas campañas o aceifas penetraban por el alto valle del Ebro. Los enfrentamientos con los cristianos fueron unas veces victoriosos para los musulmanes, como sucedió, por ejemplo, el año 856 en la batalla de Morcuera; otras negativos, así la derrota sufrida en Clavijo el año 860. Ahora bien, al-Andalus fue también testigo, en esa etapa, de importantes conmociones internas. Hubo conflictos frecuentes entre el poder central, establecido en Córdoba, y los gobernadores de las marcas, que eran los territorios fronterizos de al-Andalus, localizados en torno a las ciudades de Zaragoza, Toledo y Mérida. Pero también se produjeron tensiones, básicamente de contenido social, con los muladíes, nombre que se daba a los conversos al islam, y con los mozárabes, es decir, los cristianos de al-Andalus. Los primeros síntomas de esos conflictos apuntaron en tiempos del emir Hisham I (788-796), que fue el introductor en al-Andalus de la doctrina malikí, la cual terminaría por convertirse en la versión ortodoxa del islam hispano. A comienzos del siglo IX, coincidiendo con la presencia en el Emirato de al-Hakam I (796-821), hubo serias revueltas en al-Andalus. La primera en el tiempo fue la llamada «jornada del Foso», que tuvo lugar en Toledo en el año 807. Unos años después, en el 818, se produjo el denominado «motín del Arrabal», que aludía al arrabal de Secunda, de la ciudad de Córdoba, y que fue objeto de una feroz represión por parte de las autoridades.


Conflicto con los Mozárabes y los Muladíes

Durante el gobierno del emir Abderramán II (821-852) pasó a primer plano el conflicto con los mozárabes. Algunos dirigentes de la minoría cristiana, entre los que cabe mencionar a Paulo, Speraindeo o Eulogio, salieron en defensa de su propia identidad, a punto de perecer ante la creciente e imparable arabización. Incluso llegaron a defender los dirigentes mozárabes la oportunidad del martirio frente a la presión de los infieles. No podemos olvidar, por otra parte, que en el año 844 aparecieron en las costas de al-Andalus los normandos, concretamente en las proximidades de Lisboa y de Sevilla. En la segunda mitad del siglo IX, coincidiendo con el emir Muhammad I (852-886), hubo fuertes tensiones entre el poder emiral y las marcas. El dirigente de la marca de tierras extremeñas, Ibn Marwan, el Gallego, un muladí, se sublevó, resistiendo con gran bravura los ataques de las tropas cordobesas. Pero quizá era más grave la situación existente en la marca aragonesa, a cuyo frente se encontraba la poderosa familia de los Banu Qasi, que descendían de antiguos nobles visigodos convertidos al islamismo. La fuerza alcanzada por los Banu Qasi era tal que un miembro de dicha familia, Musa ibn Musa, llegó a ser considerado nada menos que el «tercer rey de España». De todos modos la revuelta de mayor enjundia de todo el «Emirato independiente» o Califato de Cordoba fue la que inició, en el año 879, Umar ibn Hafsun, líder de los muladíes andaluces descontentos. Unos años más tarde, Umar ibn Hafsun se convirtió al cristianismo, lo que lo erigió en adalid de los mozárabes de al-Andalus.

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Dos muladíes rebeldes, en  Badajóz y Bobastro.  
Vamos a descubrir, sus azarosas historias.


Abd al-Rahmán  Ibn Marwan Al-Djilliqui,   y   Omár  Ben  Hafsún,   fueron dos infieles que plantaron cara al poder reinante en el siglo IX.

Muladí es la palabra árabe que define al infiel que abraza la religión mahometana y que, igual que ocurriera en la zona cristiana de la Península Ibérica, durante varias generaciones eran vistos con mucho recelo y no despertaban ninguna confianza.

El título de este artículo hace referencia precisamente a dos mahometanos nuevos del siglo IX que se rebelaron contra el Emirato Independiente de Córdoba y al que tuvieron en jaque durante muchos años.

Empecemos por el primero que hizo su aparición en la Historia: Abd al-Rahmán Ibn Marwan Al-Djilliqui, 'El hijo del Gallego'. Procedía de una familia de conversos que, desde el norte de Portugal, se trasladaron a Mérida, en donde eran conocidos como 'los Djilliquis', es decir, los Gallegos.

Su padre, Marwan Al-Djilliqui, fue nombrado gobernador de la ciudad de Mérida por el emir de Córdoba Muhammad I. A la muerte de éste, su hijo Abd Al-Rahman le sucede en el cargo de gobernador, pero pronto empieza a mostrarse rebelde contra el emirato hasta llegar a la desobediencia abierta.

Su actitud provoca que el Emir envíe su ejército a sitiar Mérida y la ciudad tuvo que entregarse. Abd Al-Rahman fue obligado a trasladarse a Córdoba y allí vivió hasta el año 875, en el que regresó a su ciudad.

Pero su rebeldía continuaba y, con el apoyo de buena parte de la población, se sublevó contra el emirato y se refugió en el castillo de Alange, al sur de Mérida, en donde se hizo fuerte. Pero el emirato no podía permitir rebeliones que ciertamente estaban prodigándose en toda Al-Andalus y envió contra el rebelde a todo su potencial guerrero que le obligó a rendirse. Le fue entonces aplicada una medida que hoy llamaríamos de confinamiento, obligándole a residir en un lugar conocido como 'Batalyaws', a orillas del río de los Patos que los árabes llamaron Wadi Ana.

Con él se trasladan casi todos los muladíes de Mérida, los cristianos y los beréberes descontentos. El obispo de Mérida abandona su sede para seguir al Gallego, asentándose todos en el lugar y dando inicio a la creación de la ciudad de Badajoz.

Desde allí, y con el apoyo del rey astur-leonés, Alfonso III, el Magno, y del Señor de Oporto, Sadún Al-Surumbaki, se enfrentan al ejército del emirato que viene mandado por Hasim, su mejor general, el cual es herido y hecho prisionero por las tropas rebeldes que lo entregan al rey Alfonso.

El Gallego no cesa en su hostigamiento al emirato y llega hasta Lisboa, con intención de saquearla, pero es rechazado por las tropas que defienden la ciudad y obligado a volver sobre sus pasos. La reacción del emir Muhammad I es previsible y Marwan decide retirarse un poco y acercarse a las tierras cristianas, donde reina su buen aliado Alfonso, pero cuando el rey leonés decide liberar al rehén, previo pago de un potente rescate, el Gallego monta en cólera contra su aliado y retorna a sus territorios.

Ya han pasado ocho años desde el inicio de las hostilidades y en Badajoz, que se ha convertido en una ciudad, se dedica a organizar el territorio sobre el que ejerce su señorío y que llega hasta el Cabo de San Vicente.

Tal es su poder, que Muhammad I le ofrece un acuerdo por el que lo nombra gobernador de toda aquella zona, que dirige como un principado. El acuerdo se mantuvo hasta el año 888 y gobernó como emir independiente, pero sin título, hasta su muerte al año siguiente. Su hijo Marwan ibn Abd Al-Rahman le sucedió en sus mismas condiciones y se creó una dinastía que gobernó la zona hasta el año 930, en el que su descendiente Abd Allah II Ibn Marwan fue derrotado por el caudillo Almanzor.


La otra historia corre suerte paralela y, aunque comienza posteriormente, termina un año antes que ésta.


El desconocido Reino de Bobastro.

Bobastro fue una ciudad fortificada medieval que se asentó durante los siglos IX y X en el norte de la provincia de Málaga, en la serranía de Ronda, a algo más de cinco kilómetros al noreste de la población de Ardales. Está situada en las inmediaciones del Desfiladero de los Gaitanes, sobre una gran meseta de areniscas sobre el rio Guadalhorce conocida como “Mesas de Villaverde”. Toda esta zona se caracteriza por su espectacular paisaje, con gran cantidad de vegetación, profundos barrancos, altos tajos y caminos estrechos.

Fue construida en el año 880 por Omar Ben Hafsún en un lugar inexpugnable para ser centro de operaciones y refugio en su rebelión contra el poder musulmán de Córdoba. Además estaba rodeada de un grupo de pequeñas fortalezas que coronaban los cerros de su alrededor y que también servían para la defensa de la ciudad. Los cronistas cordobeses llamaban a este sitio “nido de águilas” y “lugar de perdición”.

Omar Ben Hafsún nació en esta zona de la serranía de Ronda, se cree que en el municipio de Parauta, en el año 854. Descendía de una importante familia acomodada y terrateniente de nobiliarios visigodos que se había convertido al islam a partir de uno de sus abuelos. Por lo tanto era un muladí, es decir, un cristiano convertido al islam y que vivía en territorio de Al-Andalus. Sin embargo, se convirtió al cristianismo en el año 899 y se hizo llamar Samuel desde entonces. El origen de cómo se convirtió en un rebelde, parece que está en un incidente que siendo joven le ocurrió cuando descubrió que un pastor bereber le estaba robando el ganado a su abuelo. Omar Ben Hafsún se enfrentó a él, matándolo. Tras este asesinato, tuvo que huir y esconderse de los justicieros bereberes.

Junto con un grupo de muladíes como él, mozárabes (cristianos que vivían en territorio de Al-Andalus) e incluso bereberes descontentos con el poder musulmán dominante, se instala en el año 880 el fortín de Bobastro. También sirvió de refugio a la población que huía del control musulmán. Desde aquí lideró la revuelta y preparó la sublevación para derrocar al poder de Córdoba y su actividad llegó a preocupar bastante a su enemigo. Fue la rebelión más importante a la que se enfrentó el poder musulmán durante sus ocho siglos de estancia en la Península Ibérica. De hecho estuvo cerca de conseguirlo y por tanto de cambiar la historia tal como la conocemos.

Bobastro fue un lugar inexpugnable durante casi cincuenta años. La rebelión se extendió en el tiempo con el gobierno de cuatro emires musulmanes: Muhammad I, Almundir, Abd Allah, y Abderramán III. Omar Ben Hafsún era considerado un gran líder y estratega militar; a lo largo de una complicada serie de batallas, avances, retrocesos y acuerdos con el poder, incumplidos todos por alguna de las partes, llegó a ocupar gran parte de Andalucía, en muchas áreas de las provincias de Málaga, Granada, Cádiz, Jaén, Sevilla y Córdoba. Un hecho importante fue su conversión al cristianismo en el año 899, que le hizo perder apoyos, tanto de muladíes como de bereberes, y por tanto también territorios. Con la subida al poder de Abderramán III en el año 912, el territorio de Bobastro fue perdiendo gran parte de las fortalezas conquistadas y su situación fue cada vez a peor. Omar Ben Hafsún murió en el año 917 y aunque sus hijos continuaron la causa de su padre, no pudieron conseguir su propósito y Bobastro finalmente cae en el año 928. La fortaleza fue rendida por su hijo menor a las tropas dirigidas por Abderramán III después de seis meses de sitio desde una colina cercana.

Se sabe que Abderramán III estuvo en el momento de la conquista de Bobastro, arrasando la ciudad y sobre todo las iglesias que el rebelde había construido. Hizo desenterrar el cadáver de Omar Ben Hafsún, que fue colgado en una de las puertas de entrada de la ciudad de Córdoba junto a la cabeza de un cerdo. En el año siguiente a la caída de Bobastro, el año 929, Abderramán III dejó de ser emir y se hizo proclamar cáfila, es decir, pasó de tener el máximo poder político a también tener el máximo poder religioso.

En la ciudad son reconocibles restos de numerosas edificaciones: canalizaciones de agua, aljibes, silos, necrópolis, viviendas en cuevas o excavadas en roca, iglesias, murallas, torres de vigía, alcázar, etc. Uno de los lugares más emblemáticos es la iglesia rupestre excavada en roca. Está realizada a finales del siglo IX o primeros del siglo X. Posee planta basilical con tres naves, siendo la situada en el medio algo más ancha, separadas por arcos de herradura. Manteniendo la misma anchura de las naves hay un transepto también triple y tres ábsides en la cabecera. El ábside principal central es de forma de herradura y los dos ábsides laterales son de forma rectangular. La iglesia está exactamente orientada al este y tiene una longitud de 16’5 metros de largo por 10’3 metros de ancho. El nivel del suelo de las distintas zonas va descendiendo de este a oeste: 17 centímetros entre el ábside y el transepto, y otros 17 centímetros entre el transepto  y la nave, posiblemente por motivos litúrgicos. Bajo el suelo de la nave central, en el costado oeste, se encuentra la entrada a una cripta, sin terminar, horadada debajo de la iglesia; en esta cripta fue posiblemente enterrado Omar Ben Hafsún. También contiene un amplio patio en el que se conserva tallados un aljibe y otras edificaciones de servicio, como almacenes. Está rodeada de otras estructuras como silos y una pequeña necrópolis. Está realizada en una única gran roca de arenisca y se conserva parte de sus tres naves. Es la única muestra arquitectónica conocida de construcción puramente mozárabe, puesto que se trata de un templo levantado por la comunidad cristiana en el territorio de Al-Andalus durante el dominio musulmán.

La iglesia aún no se había acabado completamente cuando la ciudad fue conquistada y semidestruida por las tropas cordobesas. Esto se comprueba por ejemplo en los arcos de herradura de la nave superior, que se quedaron a medio tallar. No obstante se sabe que el templo se consagró y en él se celebraron actos litúrgicos. Estaba situada en un entorno próximo a la urbe, en la cara oeste de la montaña, relacionada con la comunidad religiosa protegida por Omar Ben Hafsún. Formaba parte de un recinto cuadrangular que albergaba a los monjes. Un convento ejecutado por y para la comunidad religiosa.

La otra iglesia que se conoce está hecha en mampostería. Tiene tres naves y planta muy similar a la anterior. Se sitúa junto al alcázar, en la zona más alta de la ciudad, claramente relacionada al cuartel general de la revuelta. En los alrededores hay algunas tumbas vinculadas al complejo eclesial. No se descarta que hubiese más iglesias. De hecho junto al desfiladero de los Gaitanes, se encuentra la Ermita de Villaverde, edificada sobre un recinto que incluía una necrópolis mozárabe.

Se calcula que pudieron habitar en este lugar unas 2.000 personas a finales del siglo IX. En Bobastro quedan todavía muchos restos por descubrir. Hasta ahora se ha excavado una pequeña parte de todo el conjunto arqueológico. Sin embargo, con el embalse del Tajo de la Encantada, construido en esta zona en el año 1978, ha desaparecido aproximadamente el 30% de los vestigios de esta antigua ciudad-fortaleza. En la localidad de Ardales hay un museo que conserva materiales procedentes de este yacimiento.

Murió en 917 sin que hubieran podido vencerle y su hijo Suleymann, al mando de aquella tropa, consiguió mantenerse firme en Bobastro hasta que Abderramán III la conquistó en 928.

La toma de aquella fortaleza y la destrucción del último reducto rebelde, la dinastía de 'Los Gallegos', en Badajoz, supuso para Abderramán III una victoria de tal magnitud que fue decisiva para considerarse soberano y convertir el Emirato Independiente, en Califato de Córdoba, iniciando la época más esplendorosa de la cultura árabe en la Península Ibérica.


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Biografía de: Abderramán I


Abderramán I "el Emigrado", fue el primer emir independiente de Al-Andalus y restaurador en la España musulmana de la autoridad omeya después de la creación en el año 750 de la "revolución abasí" en Siria y en el resto del califato. Príncipe de la dinastía reinante del califato omeya de Damasco, hijo de Mu ʿ awiya Ibn Hisham y por lo tanto nieto del califa Hisham ibn ʿ Abd al-Malik, Abderramá I nació en la ciudad de Damasco en marzo del 731 y falleció en la ciudad de Córdova, en 788.

Cuando Abū l-ʿ Abbas al-Saffah, tomó el poder, Abderramán era un joven de 19 añoscuya única gloria era la de haber tenido como abuelo al gran califa de Damasco Hisham ibn ʿ Abd al-Malik. El joven se las arregló para escapar de la masacre de su familia, cruzó a nado el río Eufrates, viendo como masacraban a su hermano menor, que había quedado al otro lado del río.

Escapando de la masacre consiguió huir a Palestina donde se reunió con sus fieles sirvientes Salim y Badr, que habían estado al servicio de su hermana. Los dos corrieron muchos riesgos llevando consigo todo el dinero y las joyas que fueron capaces de recuperar, y con esta valiosa ayuda, los tres huyeron a Egipto.

De allí continuó hacia el norte de África del Norte, seguro de que su madre (una bereber de la que probablemente halla heredado el cabello rubio color) le podía garantizar la recepción amable de su tribu de origen. En Ifriqiya el gobierno estaba firmemente en manos de ʿ Abd al-Rahman ibn Habib quien, aspirando a construir un reino independiente, se había negado a reconocer los abasíes complaciéndose en recibir a los omeyas fugitivos. Abderramán, podría vivir allí una tranquila y apartada existencia. Pero, sabiéndose llamado a un "destino glorioso", y de acuerdo con las profecías de su tío Maslama, sería el salvador de los Omeyas, estaba firmemente convencido de que tenía la intención de sentarse en un trono: estando perdido Damasco y todo el Oriente no quedaba más que África y España.

En el 755, Abderramán puso sus ojos en al-Andalus, el califato de la península ibérica y, seguro del apoyo de las tribus berebere de los Miknāsa y los Nafza, envió a su liberto Salim a conseguir aliados. Simultáneamente envió a su otro liberto Badr, al sur de España, para aclarar su situación entre los omeyas y demandando, como nieto de Hisham ibn ʿ Abd al-Malik, su derecho al emirato.

Abderramán finalmente entró en Sevilla en el mes de marzo de 756 y, con la ayuda de sus aliados yemenitas venció al ejército de Yusuf en la batalla de al-Musara, proclamándose Emir de al-Andalus el 15 de mayo de 756.

Su gobierno se caracterizó por un continuo empeño en desarticular cualquier forma de oposición, enfrentándose sucesivamente a los yemenitas, a los bereberes andaluces y contra las incursiones organizadas por el reino cristiano de Asturias. 
  

El valle del Ebro: derrota de Carlomagno y consolidación definitiva del emirato de Córdoba.

La última sublevación de grandes magnitudes en contra de Abd al-Rahman se desarrolló en los territorios fronterizos de la Marca Superior. Tras la muerte del antiguo gobernante al-Fihri, en 759, y a pesar de la caída de Narbona en manos francas, las tropas de Abd al-Rahman consiguieron hacerse con el control efectivo de la Marca Superior. En 767, Badr llevó a cabo una campaña militar contra las regiones cristianas limítrofes de la Marca, en el curso de la cual obligó a uno de los jefes yemeníes más influyentes y contrarios al poder del emir, Sulayman Ibn al-Arabi al-Kalbi, a abandonar Zaragoza. Sulayman aprovechó el calor de la rebelión beréber de Saqya para alzarse en armas contra Abd al-Rahman en 772, apoderarse de Zaragoza e independizarse de la tutela cordobesa, empeño que fracasó por la pronta reacción de las tropas de Abd al-Rahman, comandadas por el eficiente Badr. Sulayman fue confinado en una prisión de Córdoba, de donde logró escapar y huir hacia el norte con el propósito de coordinar un gran ejército para derrocar al emir de Córdoba. Los rebeldes abrieron negociaciones con el rey franco Carlomagno, llegando a un acuerdo por el que, una vez conseguida la victoria, reconocerían la autoridad del monarca franco sobre los territorios conquistados, que ellos mismos gobernarían. Cuando las fuerzas que Abd al-Rahman envió a Zaragoza fueron aplastadas por los insurgentes, Carlomagno se convenció de la viabilidad del proyecto.

Fiel a su compromiso, en 778 Carlomagno marchó contra Al-Andalus; primero ocupó Pamplona y, acto seguido, se dirigió a Zaragoza. Pero al llegar a las puertas de la ciudad, Carlomagno se encontró la ciudad cerrada a cal y canto por orden del líder religioso, el ortodoxo Husayn Ben Yahiya, para quien el rey franco no dejaba de ser un enemigo declarado en el terreno religioso. Acuciado por problemas internos en su reino (sublevación en Renania), Carlomagno optó por retirarse a toda prisa, no sin antes sufrir uno de sus mayores descalabros militares cuando sus tropas se disponían a atravesar el valle de Roncesvalles, donde fueron diezmadas en agosto de 778 por un ataque sorpresa de las tropas de Abd al-Rahman, en un choque en el que murió la flor y nata de la caballería franca.

El desastre de Roncesvalles coincidió con el fin de la revuelta beréber de Saqya. Abd al-Rahman vio llegado el momento de hacer un alarde espectacular de su poderío militar para restablecer su autoridad. Rápidamente puso sitio a Zaragoza y obligó a Husayn a capitular sin condiciones. Seguidamente, llevó a cabo una violenta expedición de castigo contra Pamplona y un gran número de comarcas vascas, regiones que ya de por sí habían sido devastadas de antemano por el rey franco en su retirada. Abd al-Rahman prosiguió su campaña contra los territorios cristianos situados al oeste del Ebro, para volver en 783 contra Zaragoza, donde el perdonado Husayn se había vuelto a declarar en rebeldía contra el emir, quien sin más miramiento ante el traidor le mandó ejecutar inmediatamente después de que recuperase el control de la ciudad. Su siguiente objetivo fue deshacerse del hijo de Sulayman, Ayshua, que se había echo cargo de la oposición yemení en los territorios catalanes más orientales, a quien mandó ejecutar unos días antes de entrar victorioso en Córdoba, con todo el emirato pacificado y bajo su órdenes, en 785.

Abderramán I murió, sin alcanzar sesenta años, el 30 de septiembre, 788 en Córdoba, donde había iniciado la construcción de la gran mezquita, que se terminó sólo en el siglo décimo.

"Fundó un poderoso imperio, unió bajo su cetro vastos dominios que hasta entonces había estado dividido entre una cantidad de diferentes líderes" Esta sentencia dada por su contemporáneo, el califa al-Mansur, es una descripción exacta de la tarea a las que ʿ Abd al-Rahman dedicó su vida.


La Mezquita de Córdoba.

Este impresionante ejemplar del siglo VIII es por su extensión (23.000 m2) la tercera mezquita del mundo. Cuando observamos su fachada, cerrada por fuertes muros coronados de almenas no nos podremos imaginar las maravillas que encontraremos en su interior, aquellas que hicieran al escritor inglés Gerald Brenanescribir: es el más bello y original edificio de España. No en vano ha sido declarada patrimonio de la humanidad.

La Mezquita, que es Catedral al mismo tiempo, representa un mosaico de culturas y estilos arquitectonicos diversos que fueron siendo agregados durante los nueve siglos que duró su construcción, ampliaciones o reformas. En su interior se pueden apreciar aportaciones hispano-romanas y visigodas, influencias sirias, persas y bizantinas, un estilo muy peculiar que inauguró el arte hispano-musulmán o estilo califal. Este estilo arquitectónico pervivirá a través de los reinos taifas, en el arte nazarita, y a través de los reinos cristianos en el estilo mudéjar (de los musulmanes que viven en territorio reconquistado sin cambiar su religión) y en el arte de los mozárabes (cristianos que convivieron con los moros en tiempos de la reconquista).


Mezquita de Abderramán I.

El inicio de su construcción se debe al primer emir rey de Córdoba, haciéndose sobre el emplazamiento de la basílica visigoda de San Vicente Mártir, iglesia construida en el siglo VI, en cuyo solar se inicia la edificación del oratorio o haram en el año 786.

Olagüe Videla, en su célebre La Revolución islámica en Occidente (1974), supone por la arqueología que Abderramán I no habría construido nada, y que el templo primitivo ya contaba con el famoso bosque de columnas. Como, por su ordenación interior, éste no parece concebido para el culto católico o musulmán, puede que fuera edificado para el culto arriano.Pero...son solo suposiciones por consiguiente volvemos a los cánones establecidos…

La construcción de la Mezquita fue iniciada por Abderramán I, en el año 785, sobre los restos de una iglesia visigoda, inspirandose en una mezquita omeya de Jerusalén. El resultado de esta primera etapa constructiva fue una armónica sala de 11 naves con 110 columnas de mármol y granito con capiteles romanos paleocristianos y bizantinos. Sobre ellos una doble serie de arcos de herradura y medio punto que constituyeron una novedad arquitectónica sin precedente. El juego de luces y sombras que ofrecen la piedra caliza y el ladrillo de sus arcos crea una singular atmósfera.

En el año 833 Abderramán II la amplía, añadiendo 8 arcadas. Las columnas que la sujetan son de mármol blanco procedentes del teatro romano de Mérida. Once capiteles son árabes, y el resto son romanos y postromanos.

En el año 961 Alhakem II aporta los mayores tesoros que hoy tiene la mezquita: el Mihrab, con su preciosista y exuberante decoración en mármol labrado y la cúpula octogonal central de arcos entrelazados de la Kliba, consideradas ambas obras maestras del arte universal.

La última y mayor ampliación se debe a Almanzor, que en el año 987, casi dobló su talla. De esta época son las columnas de mármol azul con capiteles compuestos, y las de mármol pardo rojizo con capiteles corintios.

La Mezquita de Córdoba presenta adicionalmente dos singularidades que la diferencian de resto de las mezquitas del mundo: Su orientación, pues no mira a la Meca. En ello se ha querido ver la nostalgia que Abderramán I sentía por Damasco, expresada por él mismo en su poesía. Pues lo cierto es que la Mezquita de Córdoba se orienta a las mezquitas de Damasco y no a la Meca.

La otra singularidad es su ubicación descentralizada del Mihrab. Ello se debe a la ampliación que hizo Almanzor, que tuvo que hacerla por el lado oriental, ya que al Sur se topaba con el río Guadalquivir y al Oeste estaba el palacio del Califa.

Es por último de resaltar la belleza de los patios y puertas de la mezquita, por las novedades que supusieron en el arte de la época y por sus ricos artesonados, considerada en su totalidad como uno de los mas bellos ejemplares del arte musulmán español.

El mismo año de la reconquista de Córdoba, en 1236, la Mezquita fue consagrada como Catedral cristiana. Ya en el s. XII había sufrido algunas modificaciones, como la construcción de la Capilla Real para ser utilizada como panteón de varios reyes castellanos. Pero fue en 1523, cuando el cabildo eclesiástico, con el apoyo de Carlos V, ante la oposición del Consejo de la ciudad mandó edificar una gran nave en el interior de la mezquita.

Las obras tardaron 234 años, por lo que al inicial estilo gótico se le añadieron el estilo renacentista y el barroco. De esta última época destacan en su interior la barroca Capilla del Cardenal que alberga el tesoro catedralicio, con la custodia de Enrique de Arfe, el crucifijo de marfil de Alonso Cano y notables esculturas y pinturas.




Abderramán II: el início del esplendor Andalusí.


El gobernante andalusí ha pasado a la historia como uno de los más grandes emires de Córdoba y sobre todo el más ilustrado, poniendo las bases para la época de esplendor de Al-Ándalus. Sin embargo, su reinado no fue ni mucho menos tranquilo y estuvo marcado por los conflictos internos y externos.

En el siglo VIII la dinastía omeya, desplazada por los abasíes de su centro de poder en el Próximo Oriente, logró constituir un nuevo y floreciente emirato en Al-Ándalus. Sus gobernantes, los emires de Córdoba, con el tiempo llegarían a reclamar el título de califas, es decir, de líderes de todos los musulmanes. Pero alrededor del año 800, su principal preocupación era consolidar en la península Ibérica su poder político y, sobre todo, religioso.

Al-Hákam I, tercer emir de Córdoba, ha pasado a la historia como un hombre déspota en lo público y en lo privado, que se había preocupado más de tener hijos que de criarlos. Una noche de primavera del año 822 su primogénito y heredero, el príncipe Hixem, entró en sus aposentos con un cuchillo para asesinar a su padre enfermo y hacerse con el poder, pero fue descubierto. Al-Hákam pidió una daga a uno de sus guardianes y lo degolló personalmente, tras lo cual hizo llamar a su hijo Abderramán, segundo en la línea de sucesión, y allí mismo lo nombró heredero. Solo dos semanas después, Al-Hákam murió y Abderramán II se convirtió, a los 30 años, en emir de Córdoba.

Los omeyas lideraron el Islam desde Damasco entre 661 y 750, año en el que perdieron el poder en favor de los abasíes. Los supervivientes de la dinastía derrocada se refugiaron en la península Ibérica, que gobernaron como emires (jefes políticos pero no religiosos) hasta que Abderramán III se proclamó califa en el año 929. 


UN REINADO CONVULSO

Al igual que su padre, Abderramán tuvo que hacer frente a numerosos conflictos, externos pero sobre todo internos. Nada más subir al trono, su tío Abdallah intentó hacerse con el poder por tercera ocasión, después de hacer fracasado contra el padre y el abuelo de Abderramán. La legitimidad del nuevo emir era objeto de discusión ya que no era hijo de una esposa sino de la concubina Halwa que, además, era de sangre visigoda. Para su suerte, su anciano tío padecía una enfermedad nerviosa que en poco tiempo lo llevó a la tumba, permitiendo de paso a Abderramán consolidar su poder en los territorios del Levante donde este se había hecho fuerte.

Las rebeliones e intentos de secesión de los gobernadores locales serían una constante durante su reinado. La élite musulmana que constituía la red de gobierno del emirato no era ni mucho menos homogénea, sino que estaba integrada por hombres de orígenes diversos que conservaban aún un fuerte espíritu de clan y a menudo miraban solo para sus propios intereses. En Mérida, Toledo y Lorca, entre otras, estallaron rebeliones que aspiraban a crear pequeños feudos independientes y que, con el tiempo y la ayuda de nuevos conquistadores extranjeros, conducirían a la desintegración de Al-Ándalus. Una de estas rebeliones dio como resultado la fundación de la ciudad de Murcia (en origen, Madiya Mursiya), como centro de poder desde el que restablecer el control sobre el sureste peninsular.

La legitimidad de Abderramán II era objeto de discusión ya que no era hijo de una esposa sino de la concubina Halwa que, además, era de sangre visigoda.

En todas estas ocasiones Abderramán consiguió no solo conservar el poder sino incluso fortalecerlo. Otro tanto ocurrió con los conflictos externos: los normandos se habían internado en el sur de Europa y en la península Ibérica habían logrado capturar algunas ciudades como Sevilla, pero las fuerzas andalusíes consiguieron reconquistarla y liquidar -al menos, por unos años- la amenaza normanda. A su vez, el emirato condujo ataques constantes contra los reinos cristianos del norte en busca de botín o esclavos, llegando en una ocasión hasta Narbona. Las tierras cristianas al sur de los Pirineos constituían la Marca Hispánica, creada en tiempos de Carlomagno para hacer de cojín contra el avance musulmán, pero estas incursiones con el tiempo minarían la moral de sus señores feudales que, ante la falta de ayuda de sus supuestos protectores, se erigirían en reinos independientes.


EL PROBLEMA RELIGIOSO

A estos conflictos se añadieron los de índole religiosa. Los cristianos y judíos, como “pueblos del Libro” -es decir, de tradición abrahámica- tenían la condición de dhimmis o “protegidos”: a ellos se les permitía practicar su fe siempre que no hicieran apología de la misma y que sus acciones no se consideraran contrarias al Islam. Sin embargo, esta protección no siempre era respetada y las presiones para convertirse eran más o menos fuertes dependiendo del gobernante de turno.

En 850, un grupo de clérigos cristianos de Córdoba empezó a animar a sus fieles a rebelarse abiertamente contra el Islam, buscando incluso el martirio voluntario. Eulogio, un carismático sacerdote que elogiaba a los mártires cristianos de los primeros tiempos, alentó a sus fieles a insultar al Islam y a Mahoma ante un juez, lo cual era considerado blasfemia y comportaba la pena de muerte. Su idea era provocar un movimiento de masas que, a la larga, fuera incontenible y obligara a los gobernantes musulmanes a ceder ante el cristianismo como lo habían hecho los emperadores romanos.

A los cristianos y judíos se les permitía practicar su fe siempre que no hicieran apología de la misma y que sus acciones no se consideraran contrarias al Islam, pero esta protección no siempre era respetada.

Sin embargo, subestimó su capacidad de influencia ya que la jerarquía cristiana, que consideraba el dominio musulmán un hecho consumado, no le apoyó: después de que varias decenas de cristianos fueron ejecutados, el obispo visigodo de Córdoba, bajo presión del propio Abderramán, convocó un concilio en el que pidió públicamente que aquellos “martirios voluntarios” se detuvieran. Con la ejecución del propio Eulogio en el año 859, el movimiento perdió toda su fuerza.


EL INICIO DEL ESPLENDOR ANDALUSÍ

A pesar de vivir un reinado tan convulso, Abderramán II tuvo el tiempo y las fuerzas para convertir el emirato de Córdoba en una potencia cultural, en contraste con el estancamiento que vivía la mayoría de Europa tras la desaparición de Carlomagno, el único gobernante que había logrado consolidar un poder fuerte. Dedicó grandes esfuerzos a la urbanización de las ciudades y a la mejora de sus infraestructuras, restaurando y renovando los sistemas de distribución de agua corriente que habían caído en desuso por falta de mantenimiento bajo la administración visigoda.

El emir hizo reunir en Córdoba una amplísima biblioteca de textos de todas las épocas y culturas conocidas, desde la antigua Grecia hasta la India, convirtiendo la ciudad en un auténtico núcleo de conocimiento y el mejor lugar para cultivar las artes y las ciencias, y rivalizando incluso con las capitales de los rivales abasíes, Bagdad y Samarra. Esto fomentó el rápido desarrollo de la tecnología y la agricultura que, con el tiempo, llevaría Al-Ándalus a su época de mayor esplendor. 

Al mismo tiempo se establecieron relaciones diplomáticas y comerciales con los reinos del norte de África, lo que contribuyó a un intercambio de conocimientos y productos en la cuenca mediterránea que no se veía desde la época dorada del Imperio Romano. Ante la inestabilidad de las rutas terrestres, el mar se convirtió en la gran autopista del sur de Europa; sin embargo, los emires y sus sucesores califas tuvieron que volcarse de inmediato en intentar mantener unidos sus dominios y no pudieron aprovechar esta oportunidad. Las grandes beneficiadas fueron las ciudades que se volcaron en el comercio y especialmente Venecia, que en los siglos venideros se convertiría en la gran intermediaria del Viejo Mundo.

Durante su mandato se edificaron la alcazaba de Mérida, las murallas y la mezquita de Sevilla y la mezquita de Jaén; se amplió además la mezquita mayor de Córdoba en los años 833 y 848. Abderramán II se rodeó de poetas y sabios, entre los que destacaron Abbas ibn Firnas y Yahya al-Gazal. Murió en la noche del 22 de septiembre de 852, quizás a causa de una de las muchas intrigas que lo acosaron en los últimos años de su vida. Fue enterrado en la Rawda (capilla sepulcral) del Alcázar cordobés. Le sucedió su hijo Muhammad, conocido desde entonces como Muhammad I.


UN LEGADO DIFÍCIL

Al igual que su padre, Abderramán se ocupó más de generar posibles herederos que de escoger y formar a uno. Después de la muerte de su esposa Al-Sifá -según sus cronistas, la única a la que amó-, dos de sus numerosas concubinas se enfrentaron por conseguir ser la favorita del emir y que sus hijos se convirtieran en el heredero.

Una de ellas, Tarub, consiguió ganarse su corazón, pero no estaba dispuesta a esperar que el tiempo diera el trono a su hijo Sulaymán: intentó en dos ocasiones envenenar a Abderramán y colocar a Sulaymán en el trono, y en la segunda ocasión estuvo a punto de lograr su propósito. Sin embargo, el emir moribundo llamó a su hijo Mohamed, su primogénito e hijo de Al-Sifá, que siempre había sido el único por el que había mostrado predilección, y lo nombró sucesor. Abderramán murió en Córdoba el 22 de septiembre del año 852, a los 60 años.

Había reinado durante tres décadas, pero su sucesor se enfrentaría a los mismos problemas que él había afrontado: las luchas por el poder y las sublevaciones de los gobernadores locales siguieron siendo una constante y el poder de los emires de Córdoba sería cada vez más frágil hasta la llegada del hombre que lo cambiaría todo: Abderramán III, que reclamaría el título de “príncipe de los creyentes” y se convertiría así en el primer califa andalusí.


    

¿Cómo vivían los cristianos en Al Andalus?

El puesto más bajo en la escala social era el de los cristianos y judíos (pese a que muchos de éstos habían colaborado con los invasores).

Los Omeya (756-1031) gobernaron un Al Andalus dividido en diversos grupos raciales y religiosos. Entre los musulmanes estaban los árabes, sirios, yemeníes, bereberes y muladíes (cristianos conversos al islam); después los cristianos, llamados mozárabes, que podían ser de origen godo o hispanorromano, los judíos y los eslavos, que solían ser esclavos y libertos.

El puesto más bajo en la escala social era el de los cristianos y judíos (pese a que muchos de éstos habían colaborado con los invasores en el siglo VIII debido a las persecuciones que sufrieron por parte de varios reyes godos).


La 'protección' a los monoteístas.

Para explicar el trato que daban los musulmanes a los creyentes de otras religiones, recurrimos al profesor Felipe Maíllo (Acerca de la conquista árabe de Hispania. 
 
Hay dos maneras de concebir esas relaciones. Una, la teológica, que divide a los no musulmanes en monoteístas (cristianos y judíos, casi en exclusiva) y politeístas; los primeros reciben una especie de protección o tolerancia; los segundos, no tienen más alternativa que la conversión o la muerte. Otra, la política: los politeístas que viven en territorio islámico son dimmíes y están sujetos a la dimma, que son normas especiales de obligado cumplimiento, y los que viven en territorio no islámico son harbíes.
 
Maíllo subraya que el islam tradicional no otorga igualdad con los musulmanes a los monoteístas que viven en dar-el-islam, ni lo pretende, porque no puede permitir que se confundan los verdaderos creyentes con los cristianos y judíos.
 
Cuando los musulmanes se apoderaron de España, trasladaron la legislación que los califas ya aplicaban a los cristianos y judíos de Egipto y Asia Menor.
 

El expolio fiscal y la humillación permanente.

Lo primero que hemos de tener presente al analizar el destino de los mozárabes (los árabes les llamaban romanos, nazarenos, rumíes o dimmíes; el término mozárabe aparece por primera vez en un documento leonés de 1024) es que las crónicas árabes apenas les mencionan. Sabemos que hubo rebeliones porque se narran algunas de ellas, sobre todo cuando se aplastan, pero no sabemos cuántas, o bien por fuentes cristianas.

En las escuelas jurídico-teológicas islámicas sólo la comunidad de fieles es la única legítima beneficiaria de los bienes creados por Alá y "la yihad es el medio por el que se produce la restitución a sus legítimos propietarios de los bienes que los infieles poseen ilegalmente"(Rafael Sánchez Saus, en Al-Andalus y la cruz).

Mediante la dimma, el cristiano o judío recuperaba una parte de los derechos negados. Este no musulmán estaba obligado a abonar dos impuestos. Uno era el jarach, sobre la tierra, que podía alcanzar la mitad de la cosecha, y sin reducciones (encima, la deuda se acumulaba en los herederos), mientras que el musulmán abonaba entre un 5% y un 10%. El otro, era la jizya, que era personal, a cambio de que la comunidad islámica le perdonase la vida. Su cantidad variaba y su pago se hacía en público y bajo humillaciones; en el reinado de Abderramán III se pagaba cuatro veces al año.

Como los cristianos fueron la mayoría de la población de Al Andalus hasta el siglo X, nos encontramos ante un sistema colonial, en el que una minoría armada y salvaje vive en la opulencia mediante el saqueo legal de la mayoría sojuzgada. Otro pilar económico y social de Al Andalus eran las expediciones para atrapar esclavos, en las que destacó Almanzor.

La dimma incluía más normas, como la prohibición absoluta de poseer armas, de habitar casas más altas que las de los verdaderos creyentes, de montar a caballo y de vestir ropas lujosas y de colores vivos; la reducción del valor del testimonio de un cristiano y un judío al de una mujer musulmana, que era la mitad que un varón musulmán…

Los emires y califas nombraban no sólo a los condes (jefes de la comunidad cristiana) y a los recaudadores de impuestos, sino, también a los obispos. Muchas veces usaban a los mozárabes como personal de confianza, lo que les hacía a éstos más dependientes del favor omeya pero más odiados entre la masa agitada por los ulemas.


Mártires y rebeldes. 

A pesar de la segregación y de la violencia que padecían, de la que podían librarse en parte abjurando de su fe, los cristianos resistieron la absorción por siglos. Según Richard W. Bulliet, a finales del siglo VIII sólo el 10% de los andalusíes era musulmán; un 20% una centuria después; a mediados del X, en el auge del califato, un 50%; y a principios del siglo XI, ya el 80%.

Aunque estaban desarmados y desmoralizados, los mozárabes protagonizaron abundantes rebeliones y protestas mientras fueron la mayoría. En el siglo VIII destacaron el movimiento martirial de Córdoba (850-859), en el que varias docenas de cristianos, de los que el más conocido es San Eulogio (que llamó "extranjera" a la dominación de los musulmanes), se presentaban ante las autoridades para confesar que no creían en Mahoma y someterse a la pena de muerte; y la sublevación de Omar ibn Hafsún, muladí que se bautizó como Samuel, en un territorio entre Córdoba y el Mediterráneo, con capital en Bobastro, a la que el poder omeya le costó casi cincuenta años aplastar (880-929). Semejantes reacciones de los cristianos demuestran la incapacidad de los musulmanes para construir una sociedad en la que hubiera una unidad y un respeto mínimos entre sus elementos.

Bat Ye’or afirma que el estatus del dimmi fue peor que el del esclavo, porque éste, aunque privado de libertad, "no sufría una humillación obligatoria y constante prescrita por la religión". En una paradoja de la historia, los reyes cristianos adoptaron el modelo de la dimma a partir del siglo XI para regular las relaciones con los musulmanes que incorporaban a sus reinos.

 
Deportaciones a África.

La historia de la mozarabía en Al Andalus concluyó una vez que irrumpieron los africanos almorávides (1086), a los que unos reyes andalusíes, en repetición de la historia de los witizanos, habían llamado para que les ayudasen a combatir a Alfonso VI. Aunque después de la toma de la fortaleza de Barbastro (1064) los ulemas y los emires de las taifas endurecieron la dimma, se pasó entonces a la persecución.

En las décadas anteriores, cuando los reinos de taifas caían ante los ataques cristianos, muchos mozárabes aprovecharon para colaborar con sus hermanos en la fe o escapar. Alfonso I de Aragón, que penetró en Al Andalus en 1125, regresó a sus tierras con no menos de 10.000 mozárabes. Los almorávides deportaron a miles de mozárabes a Marruecos en las primeras décadas del siglo XII. En 1147, la entrada de los almohades en Sevilla, con la captura y violación de mujeres judías y cristianas persuadió a muchas de las ya reducidas comunidades mozárabes para huir al norte. Igualmente en el siglo XI empezó la emigración de comunidades judías (aljamas) a tierras cristianas.

Sin embargo, los mozárabes de los siglos XI y XII no fueron recibidos siempre con los brazos abiertos por los cristianos libres. Éstos se habían desprendido de neogoticismo, insuflado por el clero mozárabe que había emigrado a Oviedo y León desde el siglo VIII, y que si bien había permitido a la España cristiana sobrevivir en esa edad oscura, como dice Sánchez Saus, ni era posible su restauración ni podía animar a la Cristiandad hispana a expulsar, por sus solas fuerzas a los invasores.

En España, el Camino de Santiago y los monjes cluniacenses (llamados por los monarcas para levantar los monasterios destruidos por Almanzor) trajeron las nuevas ideas católicas y el espíritu de cruzada. Los reyes de León, Navarra, Castilla y Aragón habían aceptado sustituir el rito litúrgico nacional, que seguían practicando los mozárabes, por el romano. En el Toledo reconquistado (1085) se produjo un conflicto tan profundo que el papa concedió el privilegio de su mantenimiento en seis parroquias.


Confundidos con sus amos.

Además, debido al proceso de aculturación que padecían desde hacía siglos –y del fracaso de su goticismo para defenderse de él-, los mozárabes estaban tan arabizados que usaban nombres árabes y se circuncidaban (hábitos que practicaban incluso los clérigos), hablaban el árabe mejor que las lenguas romances y el latín, vestían a la oriental y pretendían descender de personalidades árabes. También en ellos arraigaron varias herejías por influencia islámica, sobre todo las que negaban la divinidad de Cristo o la Trinidad, como el adopcionismo, defendida por un arzobispo de Toledo, Elipando.

La comunidad mozárabe de Lisboa desapareció por la espada de los cristianos. En el sitio y toma de esta ciudad (1147) participaron cruzados ingleses y flamencos que mataron al obispo y cautivaron a sus fieles, porque, a pesar de las invocaciones de éstos a la Virgen María, habían defendido la ciudad y, por sus vestidos y su lengua árabes, parecían más musulmanes (o herejes) que cristianos.

Así concluyó una comunidad que sufrió lo indecible en su propia tierra por lealtad a Cristo y la Iglesia.



 
El Califato de Córdoba: El esplendor de Al-ándalus  (929-1031)


Con un siglo de existencia, el Califato Omeya supuso la etapa más brillante de la historia hispanomusulmana, que rivalizó en poder con los mayores imperios de su tiempo.


¿Qué fue el califato de Córdoba?

El califato de Córdoba fue uno de los Estados andalusíes que se dieron durante el periodo de ocupación musulmana de la península Ibérica, abarcando entre el año 929 y el 1031. Comienza en el año 929, cuando el emir de Córdoba Abd-al-Raman III se auto proclama y asume también el título de califa de Córdoba, lo que implica toda una serie de consecuencias políticas e ideológicas, ya que hace saber al mundo que se está desvinculando totalmente del califato de Bagdad.

Esto es importante si tenemos en cuenta que los emiratos eran solo independientes en la práctica, puesto que en teoría no podía haber más que un califato, un único califato, el de Bagdad. De esta forma, ahora el nuevo califa afirmaba que nadie tenía autoridad superior a la de él, y que el reino musulmán de España era totalmente independiente a los devenires histórico-políticos de Bagdad.

A pesar de que entra en crisis desde 1008 por el inicio de una guerra civil, el califato independiente de Córdoba va a llegar hasta el año 1031, fecha en la que el último califa, Hisham III, es derrocado y se instauran los reinos de taifas. Esta horquilla temporal de un siglo de duración se caracteriza por ser un periodo de fortalecimiento de la autoridad y poder del Estado, por una fuerte militarización del Estado, y por una prosperidad económica y cultural generalizada.


La prosperidad del califato de Córdoba


Este siglo de prosperidad económica, que sirve así mismo de recuperación de la debilidad económica que las luchas internas de poder del siglo anterior había ocasionado, se debe principalmente a dos tipos de factores, un factor externo y otro interno. Por un lado, se debe al éxito de las campañas militares que el Estado musulmán establecido en la Península Ibérica había llevado a cabo en el Norte de África. Por otro lado, se debe al fortalecimiento del Estado del que estamos hablando, lo que permitió garantizar la correcta recaudación de los impuestos y la mejora económica.

Hay que destacar que uno de los factores clave que garantizó esta vuelta al orden social y la estabilidad fue la contratación y concentración masiva de mercenarios, los cuales hacían segura la vida en la calle. A nivel social, este periodo se caracteriza por una gran diversificación social de los oficios de los musulmanes. El grupo de los funcionarios y los comerciantes se vio aumentado, mientras que se produce una progresiva sustitución de la nobleza de servicio por la nobleza de sangre.

En cuanto a los rasgos que definen el periodo gobernante del primer califa, Abd-al-Raman III, hay que diferenciar varias etapas. La primera abarcaría desde su ascenso al poder como emir, en el año 912, hasta su auto proclamación como califa, en el año 929. A partir del año 912, Abd-al-Raman III fue extendiendo su poder desde el centro del emirato de Córdoba hasta las periferias, dominando por el camino las ciudades de Córdoba y Sevilla, y limitando también la amenaza que le suponía el guerrillero andalusí Umar-Ben-Hafsun, que pocos años antes había iniciado un movimiento de rebeldía para derrocar al emirato de Córdoba.

También llevó a cabo campañas militares en el interior de la Península Ibérica, contra los leoneses y los navarros, y en África, para asegurar la frontera sur del emirato. Desde el año 930, y hasta el año de su muerte en 961, encontramos uno de los periodos de mayor apogeo cultural, económico y político de la Historia de la ocupación musulmana de la Península Ibérica. Hay que destacar la labor cultural de este califa, que amplió la Mezquita de Córdoba, creó hasta setenta bibliotecas por todo su dominio político, y compitió en esplendor económico y cultural con grandes ciudades de la época, como Constantinopla.

Sobre todo, el califato cordobés dejó dos obras cumbres de la arquitectura islámica: la mezquita de Córdoba, que gracias a sus ampliaciones en el siglo X alcanzó celebridad en todo el orbe musulmán; y la ciudad-palacio de Medina Azahara, construida por orden de Abderramán III a unos kilómetros de Córdoba, verdadero prodigio de refinamiento artístico.


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Para conocer más:
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«El califato Omeya fue la formación política más potente desde el Imperio romano»
El Versalles de la Edad Media que se construyó a 8 km de Córdoba.
El origen esclavo y cristiano que ocultaron los grandes califas de Córdoba durante la Reconquista.


La historia de : Abderramán III.

Este personaje histórico fue el último emir independiente (912-929) y el primer califa andalusí (929-961), responsable de la Constitución del Califato de Córdoba. Bajo su mandato, al-Ándalus alcanzó su máximo esplendor a nivel territorial y cultural, especialmente con la construcción de la ciudad palatina de Medina Azahara, declarada Patrimonio de la Humanidad en 2018.

Pese a pertenecer a una dinastía de origen árabe, Abderramán III no compartía los rasgos de sus descendientes, pues era un hombre de tez blanca y ojos azules. El motivo de esta peculiaridad es que su madre era una esclava concubina de origen cristiano y su abuela paterna era Oneca (hija del pamplonés Fortún Garcés), quien se había casado con un familiar de la dinastía Omeya. De esta manera, el califa también contaba con unos orígenes vascones.

Cuando heredó el titulo emiral, en el año 912, se encontró un al-Ándalus muy heterogéneo y al borde de la ruina. Sin embargo, en pocos años lo convirtió en uno de los estados más poderosos de Occidente. Sus dominios llegarían a expandirse a ambos lados del estrecho de Gibraltar.

Abderramán III consiguió el poder con tan solo 19 años y sin ninguna experiencia militar. Fue nombrado emir por su abuelo Abd Allah y su sucesión vino a romper la práctica hereditaria de padres a hijos que los Omeya respaldaban desde sus inicios en la Península. La razón de todo ello parece residir en el paralelismo que el emir estableció entre su nieto y Abderramán I (fundador de la dinastía en al-Ándalus), para transmitir que el nuevo Abderramán (III) refundaría la dinastía Omeya y aseguraría su supervivencia frente a la amenazadora situación por la que estaba pasando.


La reunificación de al-Ándalus

Cuando el joven Abderramán III subió al trono, el territorio andalusí se encontraba considerablemente reducido por las rebeliones árabes, muladíes y bereberes que habían logrado hacerse con el control de amplias zonas. Esta situación representaba una seria amenaza política, militar y religiosa para el emirato, sobre todo con la presión del califato fatimí en el norte de África. De esta manera, la primera medida que tomó como emir fue recuperar el terreno perdido en al-Ándalus.

Las primeras campañas fueron todo un éxito, al consagrar la victoria definitiva del poder cordobés sobre las zonas rebeldes que habían marcado la inestabilidad del emirato en los últimos decenios. Se recuperó el control de Málaga, Granada, Priego, Jaen, Pechina (Almería), Valencia, Tudimir o Niebla. Esto le permitió, además, conquistar numerosas fortalezas y nombrar gobernadores que le fuesen leales para atestiguar su sumisión al poder de Córdoba. Más complicado fue hacerse con el foco de rebelión de Bobastro, que se resistía a caer bajo el poder de los Omeya. Esta zona había sido la fortaleza del poder muladí desde el año 880, cuando Omar Ben Hafsun estableció sus dominios y se sublevó contra el emirato cordobés. Finalmente, tras sucesivas campañas, Abderramán III consiguió derribar la amenaza muladí en enero de 928.

Al mismo tiempo que se ocupaba de los asuntos internos, Abderramán III se vio obligado a ponerse al mando del ejército para recuperar las plazas perdidas por los reinos cristianos de León y de Pamplona, los cuales se habían aprovechado de la inestabilidad inicial del emirato.


La consolidación del califato

Con buena parte de al-Ándalus sometido, y tras las exitosas victorias hechas a los cristianos, Abderramán III dio un paso más, a fin de consolidar su posición. El emir se proclamó «Príncipe de los Creyentes» y adoptó el título califal de «al-Nasir li-din Allah» (el que trae la victoria a la religión de Dios). Hasta ese momento, los emires omeyas no se habían atrevido a denominarse como sus antepasados de Damasco.

Si Abderramán III lo hizo fue porque logró el control de la mayor parte del territorio andalusí, que era un triunfo similar al logrado por su antepasado Abderramán I. Pero, sobre todo, se trató de un movimiento defensivo ante el peligro fatimí del norte de África y una forma de asentar una autoridad todavía cuestionada por muchos del interior. A partir de entonces trataría de centralizar su poder en todos los focos peninsulares de al-Ándalus para evitar una nueva inestabilidad.


Su proclamación como califa no caló entre los rebeldes, aún más recelosos por la intensificación del poder central de Córdoba

Sin embargo, la proclamación del califato no impresionó demasiado a los rebeldes, ya que ese mismo año hubo de emprender una nueva ofensiva contra la Marca Inferior (zona administrativa y militar del oeste de al-Ándalus que ocupaba la actual comunidad de Extremadura y parte de Portugal). Por suerte, consiguió extenderse durante los siguientes dos años por la parte occidental de al-Ándalus, tras las conquistas de Mérida, Santarén, Beja y Badajoz. Hacia el año 930 logró la presencia de gobernadores omeya en Calatrava, Madrid y Talavera. Al final consiguió la rendición de Toledo en 932, pese al largo y duro asedio de la ciudad.

A continuación, Abderramán III se concentró en la Frontera Superior (zona al nordeste de al-Ándalus, en el valle del Ebro). No obstante, la suerte volvía a correr en su contra). Al parecer, su proclamación como califa seguía sin calar entre los sublevados, aún más recelosos por la intensificación del poder central de Córdoba. De esta manera, los árabes Tuybíes de Zaragoza se rebelaron al mostrarse cada vez más independientes del califato, especialmente cuando Abderramán III les pidió participar en la Campaña de Osma contra los cristianos, en 934, y se negaron en rotundo.

Para controlar este desastre, el califa dirigió una campaña contra Zaragoza, poniendo bajo asedio la ciudad, que cayó tras ocho duros meses, el 21 de noviembre de 937. De aquí surge el castillo de Cadrete, que en su momento fue una fortaleza que el califa ordenó construir en las afueras de la urbe para acabar con la revuelta tuybíe.


El fracaso de Simancas


Una vez controlados los focos de rebelión musulmana, Abderramán III preparó, para el año 939, una campaña militar contra su principal enemigo: el rey cristiano Ramiro II de León. Esta fue bautizada como la «Campaña del Poder Supremo» y consistiría en atacar las fortalezas del Duero en el mismo corazón del Reino de leonés.

Tras la derrota de Simancas, Abderramán III ya no volvío a dirigir personalmente sus ejércitos en combate, y centró su atención en la construcción de Medina Azahara

El comienzo de la campaña fue favorable para el Califa, ya que se habían desbaratado las defensas cristianas al sur del Duero sin un coste significativo de perdidas, además de haber conseguido un buen botín. Sin embargo, al llegar a la altura de la localidad de Simancas, les esperaban las tropas de Ramiro II. Se sucedieron varios días de combates hasta que una emboscada cristiana consiguió la victoria sobre los musulmanes. El mismo califa temió por su vida.

La derrota de Simancas tuvo serias consecuencias para el califato. A partir de ese momento, Abderramán III ya no volvió a salir en expedición y decidió concentrarse en la construcción de Medina Azahara. Además, se limitó a imponer un control firme en las regiones fronterizas al sur del Sistema Central, dejando todo el norte libre para la posterior repoblación cristiana.

En el norte de África las cosas tampoco se desarrollarían mucho mejor. Aunque los omeyas ocuparon Tánger y Ceuta en 955, no llegaron a extenderse por el Magreb. La defensa fatimí solo le permitió ejercer el control a ambos lados del estrecho de Gibraltar.

Murió en Medina Azahara el 15 de octubre de 961 siendo sepultado en los jardines del alcázar real de Córdoba. Le sucedió su hijo Al-Hakam II.



El origen esclavo y cristiano que ocultaron los grandes califas de Córdoba.  «Apenas tenían sangre árabe».


El mito de la convivencia dorada» en la Andalucía árabe..

Las crónicas definen a Abderramán III (el primer califa Omeya de Córdoba) como un hombre de pelo rojo, de piel sumamente blanca y de unos ojos tan azules como el cielo. Otro tanto le ocurrió a su hijo, Alhakén II, al que le delataba también su cabellera de tono bermejo. Nada que ver con la imagen tradicional que se asocia a un gran líder árabe del siglo X. ¿Cómo es posible que tuvieran aquellos rasgos físicos? Según afirma en declaraciones a ABC el escritor y divulgador histórico Jesús Sánchez Adalid, porque hubo una época en la que los grandes mandamases musulmanes nacían de madres vasconas y cristianas.

«Al final ya no había casi sangre árabe en los Omeya, la mayoría era de Navarra porque se casaron con mujeres del norte», afirma el autor a este diario. Sánchez Adalid lo sabe bien, pues ha investigado este y otros tantos ámbitos de la Córdoba califal para elaborar su última novela histórica, « Los baños del pozo Azul» (Harper Collins Ibérica). «Con ellas fue decreciendo la sangre árabe originaria», completa. Con todo, y como bien señala a este diario, la mayoría de estas esposas acababan en el harén real tras haber sido entregadas por los cristianos como garantía a la hora de sellar un acuerdo.

A pesar de que la lista de vasconas que lograron conquistar a los sultanes no es corta, existió una que destacó por encima del resto, Subh Umm Walad. Ofrecida como regalo al segundo califa Omeya (del que tuvo un retoño), esta navarra logró convertirse en un personaje destacado en Al-Ándalus hasta el punto de que fue apodada «La señora de las señoras de Córdoba». Por si fuera poco, mantuvo un romance con Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Maafirí (más conocido como Almanzor), al que ayudó a ascender en el escalafón social a cambio de seguridad personal. Al menos, hasta que este se propuso destrozar los derechos dinásticos de su hijo y nombrarse a sí mismo califa.

El personaje de Subh Umm Walad está documentado a través de las crónicas. Lo han hecho los grandes arabistas e historiadores. Llama la atención, en primer lugar, porque era una mujer de la cual se habla en un mundo y en un tiempo en el que el género femenino permanecía en el anonimato. No solo en la cultura islámica, pero mucho más en ella.

En la época una mujer de la realeza de los Omeya debería haber vivido en el anonimato de los palacios califales sin haberse hecho visible. Tenía que someterse al régimen de los eunucos y de las mujeres. Es sorprendente que los cronistas nos hablen de ella y que nos expliquen que era originariamente vascona (de Navarra), que había sido la favorita del califa Alhakén II y que fue la madre del tercer califa Hisham II. Aunque lo más llamativo es que fue la amante de Almanzor.


¿ Era una mujer importante en la época ?
 
Si, para empezar porque tuvo que vivir unas circunstancias muy especiales al final del Califato. Era además una mujer célebre en Córdoba. Y lo era porque era visible. Montaba a caballo, mostraba el rostro (algo inaudito en la época), trataba con los visires, recibía gente en su palacio y acudía a las ceremonias públicas. Era lo que hoy podríamos decir una “celebrity”. Tenía hasta un apodo: “La señora de las señoras de Córdoba”. Esto ya de por sí es muy significativo.

A pesar de todo es una mujer muy poco conocida. La historia de España es tan compleja que es imposible saber todo lo que ha sucedido en ella. Rastreando y buscando en las crónicas podemos encontrar personajes como este, que suscitan una gran curiosidad y un gran interés. Estos tienen que pasar al cuerpo literario porque es la forma de que la gente los conozca.



Una historia de amor: Abderramán III y Azahara

"MEDINAT AL-ZAHARA, es un regalo para ti"

Abderramán III a Azahara, sosiego amoroso, auténtica dueña y señora de su vida. Compañera con la cual podía otorgarse a sí mismo el privilegio del descanso, de la ternura reposada, de la conversación sencilla, o del dormir abrazado a su talle sin más.

"Sólo a ti te cuento esto- le dijo el rey-, que las maravillas de esta construcción, ciudad y palacio a un tiempo, serán narradas por quienes la contemplen como la más grandiosa hermosura que jamás los ojos humanos hayan gozado, y que su fama se extenderá por el mundo y por la historia. Ha de juntar el poder, la gloria y la majestad de mi destino y de mi familia; ha de ser más espléndida, más bella que la propia Bagdad, más fastuosa que la fastuosa Alejandría, ni el palacio de Salomón será comparable a ella y glorificará a Alá a través de mi excelencia.

Hizo una pausa. Azahara seguía mirándolo devotamente enamorada y sonriendo, abandonada de sí misma, pues toda su vida se la había ya regalado a él. Abderramán III apretó el mentón y sus ojos parecían desafiar el horizonte del atardecer sobre las copas más altas de los árboles del jardín a través del ventanal. Sólo relajó su mandíbula para desvelarle el nombre que había decidido otorgar a su ciudad palatina".

- Se llamará Medinat al-Zahra, y todos sabrán que es por ti.

La esclava Azahara padecía, ya manifiestamente, una enfermedad incurable que la mantenía la mayor parte del día postrada y con los ojos cerrados y ello le causaba al califa una tristeza irremediable e imposible de soportar.

"Tengo prisa, mi amada Azahara, por ver florecidos los almendros y que regocijen tu vista sus infinitas flores blancas en la primavera, para traerte la imagen de tus días de infancia en Elvira, en aquella fortaleza de Al-hambra al pie de la sierra que viste de blanco en invierno y de verde en verano, querida mía, según tus propias palabras…"

Pero Azahara murió la última noche de aquel año 940, mientras quería entrar el amanecer del nuevo año 941, despacio y sin que sufriera su espíritu y así fue encontrada en su lecho, dormida ya para siempre.

Su muerte ensombreció profundamente el ánimo del califa y todo su miedo a perderla tomó vida en el gesto endurecido de su rostro cuando fue enterado de la noticia.

Abderramán III se empeñó en que fuera acabada la construcción de la Mezquita de la ciudad palatina antes del final de aquel mes de Enero de 941, y se entregó a tan descabellado fin en cuerpo y alma, visitando las obras a diario, seguramente para no pensar en otra cosa.

Y es cierto que causaba admiración al contemplarla, estaba exquisitamente acabada en todas sus partes y tenía cinco naves de admirable hechura. El patio de abluciones lucía un suelo de mármol de color rojo del vino muy bello, y en el centro se abría una fuente de aguas purísimas para uso de la Mezquita; tenía a demás una torre cuadrada para llamar a la oración que medía cuarenta cubitos de altura. En su interior los detalles eran de prodigiosa hermosura; habíanse labrado como adorno sobre los arcos inscripciones en oro del sagrado Corán y en el lugar más destacado de la nave principal se hizo colocar un púlpito bellísimo de complicada y magnífica ornamentación, el mismo día que se contempló la Mezquita y para celebrar la primera oración pública de la historia de la fastuosa ciudad imperial de Medinat al-Zahra, esto es , el viernes día 23 de Enero de aquel 941, que fue dirigida por el califa Abderramán, príncipe de los creyentes y hombre más poderoso del mundo conocido, que en aquel momento sentía enorme pesar sobre sus hombros y nada podía contener el llanto íntimo de su alma, aunque su voz hiciese temblar la tierra.

La noticia de la suntuosa edificación Medinat al-Zahra como ciudad sin par ya había traspasado las fronteras las fronteras de al-Andalus en boca de los mercaderes y caminantes que contaban las maravillas vistas para su levantamiento, y los poetas cortesanos y estudiosos de poesía, glosaron ya desde los primeros meses de las obras las excelencias, los recursos y el tiempo empleados para sus detalles. El califa de Córdoba no quería prohibir la entrada a nadie, y había ordenado que cualquier viajero o visitante fuera tratado con esplendidez, sólo a cambio de que luego contara con su boca las maravillas contempladas en esa nueva ciudad, símbolo del poder Omeya.


Para finalizar este relato sobre la romántica historia de Medina Azahara, voy a contaros ota bonita leyenda.

La leyenda de los almendros de Medina Azahara,  cuenta que el poderoso califa Abderramán III ordenó construir esta bella ciudad, conocida en su época como la perla de Al Ándalus, sobre la ladera de Sierra Morena, en las cercanías de Córdoba.

Abd al-Rahman se enamoró en Granada de una bella muchacha llamada Azahara , y que pronto se convirtió en su preferida.

Para demostrarle el amor que sentía por ella, ordenó la construcción de una ciudad palatina Medina Azahara (en honor a su nombre) y para ello contrató a los mejores arquitectos y artesanos, compró los materiales más preciados, maderas, mármoles, azulejos; mandó construir hermosos jardines con flores y plantas traídas desde todos los rincones del mundo, los pobló con hermosos pájaros y mandó que en ellos creciesen árboles de exóticos frutos. Telas y muebles, comprados a los mercaderes más prestigiosos adornaban las estancias de la favorita Azahara, todo lo hizo el califa por su amor.

Nada de esto, sin embargo, parecía contentar a bella dama Azahara que día tras día, Abderramán la veía llorando en la Medina.

Le preguntó el motivo de su tristeza y qué debía hacer para contentarla, Azahara le respondió que a su tristeza El Califa no podría ponerle remedio pues lloraba por no poder contemplar la nieve de Sierra Nevada, él le respondió;

Yo haré que nieve para ti en Córdoba.

Inmediatamente mandó talar un bosque situado frente a La Medina y replantarlo de almendros muy juntos unos de otros y cada primavera, cuando los almendros abrían su flor blanca, la nieve aparecía en Córdoba sólo para su amada Azahara, que no volvió a llorar.

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Si quieres conocer más sobre Medina Azahara, pincha en el enlace:

Medina Azahara: la ciudad brillante (nationalgeographic.com.es)
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Sucesión en la dinastía Omeya

A la muerte de Abdarrahman subió al trono Alhakam II, a una edad muy avanzada para la época. Había cumplido los 47 años y era un hombre experimentado, ligado como había estado al poder, dada su condición de príncipe heredero, desde su infancia. A diferencia de la autocracia impuesta por su progenitor, el nuevo califa asoció al gobierno a su chambelán Yafar al-Mushafi, al general Galib, un liberto de origen eslavo, y a la concubina que le dio el sucesor que no había conseguido tener con su esposa Radhia. La madre de quien sería Hisham II era de origen vasco, y su nombre árabe, Subh umm Walad.

Bajo Alhakam II se vivieron los tiempos de mayor auge del califato omeya. En política interior profundizó en las reformas emprendidas por su padre, eliminando privilegios de la aristocracia de origen árabe y manteniendo abiertas las puertas de la administración a los grupos tradicionalmente apartados de ella. La tranquilidad en Al-Ándalus apenas se vio alterada, aunque, en 966 y 967, el Califa hubo de dirigirse a algunos gobernadores que actuaban por su cuenta. Bastó la misiva de Alhakam –su padre habría actuado de forma mucho más contundente– para que olvidasen sus veleidades. Sin embargo, el hecho en sí revela que existió cierta falta de cohesión incluso en los momentos de máximo esplendor.

Alhakam II profundizó en las reformas emprendidas por su padre, y el califato llegó con él a su mayor expansión.

El califato omeya llegó en estos años a su mayor expansión, gracias a las campañas del general Galib en el norte de África. Aprovechó el desplazamiento del núcleo fatimí hacia el este, que había tenido lugar a raíz de su conquista de Egipto en 969. Esto facilitó la extensión de Alhakam por el Magreb a costa de los isidríes, cosa que no había logrado Abdarrahman III. Los cronistas musulmanes cuentan que Galib utilizó el soborno más que la espada. Las sumas invertidas fueron tan elevadas que el Califa envió a hombres de su confianza para controlar las cuentas del general.


Alhakam, hombre de religión

El nuevo califa impulsó la creación de bibliotecas públicas. En su tiempo, la principal biblioteca de Córdoba no solo llegó a albergar valiosísimos manuscritos de medicina, álgebra, geometría, astronomía, filosofía o jurisprudencia, sino que, además, se contaban por cientos de miles. Amigo de científicos y escritores, apoyó la ciencia y la literatura, subvencionando incluso a los más irreverentes poetas. Anejo a la gran biblioteca había un taller de copistas, miniaturistas y encuadernadores. Conocemos los nombres de dos de las más famosas copistas de este taller. Una era Fátima, que también ejercía como bibliotecaria, e ideó un curioso sistema para clasificar los manuscritos. Otra, una esclava del Califa, se llamaba Lubna y cultivó la poesía. La gran biblioteca fue destruida por las turbas cuando, a su muerte, el clero más intransigente excitó los ánimos de la plebe aludiendo a la heterodoxia de muchos de los manuscritos allí guardados.

Planteó la destrucción de las viñas de Al-Ándalus para evitar que se contraviniera la prohibición coránica de beber vino, pero sus consejeros lograron disuadirle.

Esto no debe confundirnos. Alhakam, a diferencia de su predecesor, fue un hombre extremadamente piadoso que disfrutaba conversando con los clérigos y que cumplía con sus obligaciones espirituales. Cuenta el historiador Évariste Lévi-Provençal que planteó la destrucción de las viñas de Al-Ándalus para evitar que se contraviniera la prohibición coránica de beber vino. Sus consejeros lograron disuadirle, señalando que era mucho peor la embriaguez con alcohol destilado de los higos, y preguntándole si también estaba dispuesto a mandar cortar las higueras. La anécdota parece indicar que el cultivo de la vid en Al-Ándalus estuvo más extendido de lo que se pensó durante mucho tiempo. Por otra parte, la religiosidad de los andalusíes se mantuvo alejada de los planteamientos rigoristas y de intransigencia doctrinal que, tras la caída del califato, tratarían de imponer los invasores almorávides y almohades. Estos consideraban a los musulmanes peninsulares gentes de costumbres relajadas, viciosas y escasamente cumplidoras de los mandatos del Profeta.


La gran metrópoli del califato omeya

El esplendor del califato se reflejó en la ciudad de Córdoba, que se convirtió en la más importante de Occidente. Son exageradas las afirmaciones que elevaron su población a un millón de habitantes. La Córdoba del siglo X debió de tener entre 200.000 y 300.000. Era una urbe populosa, multiplicaba como mínimo por diez el tamaño de París o Londres. El error de adjudicarle un millón de habitantes procede de un censo de la época, en que se contabilizaron 213.077 casas, 80.455 tiendas y la friolera de 60.300 palacios en Córdoba. Las cifras no pueden referirse a la ciudad; de ser ciertas, deben de responder a las de toda la cora cordobesa, o incluso a un territorio mayor.

Sí existieron en la capital alumbrado público, numerosas escuelas donde se enseñaba a los niños pobres, una red de alcantarillado, un gran número de baños o de bibliotecas, tanto públicas como privadas... Baste como referencia que en uno de los arrabales de la ciudad se registraron 160 copistas, muchos de ellos mujeres. Sus mercados estaban abastecidos de sedas, joyas, perfumes y objetos exóticos y suntuosos, difíciles de encontrar fuera de Córdoba. Pero no todo era lujo en aquella metrópoli. El contraste lo ponía la inestabilidad de las masas populares. Se daban frecuentes altercados y protestas. La plebe era levantisca y protagonizó peligrosos motines, a los que no resultaban ajenos los elevados impuestos con que se sostenía el esplendor de Medina Azahara y de la vida califal.

La Córdoba del siglo X debió de tener entre 200.000 y 300.000 habitantes, multiplicando como mínimo por diez el tamaño de París o Londres.

Si la gran obra de Abdarrahman III fue Medina Azahara, símbolo del poder político del Califa, la de Alhakam II fue la ampliación de la mezquita. Se rompió el muro de la alquibla y se amplió el templo en dirección a la ribera del Guadalquivir. Es la parte más bella y de más rica decoración. El mihrab (lugar más sagrado de la mezquita, hacia donde se dirigen las miradas durante el rezo) y la macsura (punto desde el que el califa asistía a la oración), espléndidos, están adornados con riquísimos mosaicos realizados por artesanos procedentes de Bizancio.

Con la muerte de Alhakam empieza el califato del pequeño Hisham II. Fue una marioneta en manos de su hachib (administrador), Abu Amir Muhammad al-Ma’afiri, más conocido con el nombre cristiano de Almanzor. Con Hisham II se inicia la crisis que desembocará en la fitna (división) y la disolución del Califato de Córdoba. Se cumplía con los califas omeyas la tesis que, tres siglos más tarde, desarrollaría el tunecino de origen andalusí Ibn Jaldún en su Introducción a la historia universal (al Muqaddimah): el período en que se pasa del esplendor a la decadencia es de tres generaciones.



la fitna y la desintegración de al-áandlus.

En el año 1031, tras un largo periodo de rupturas internas, el Califato de Córdoba desapareció definitivamente. Su lugar lo ocuparon los primeros reinos de taifas, cuyos soberanos pasaron las siguientes décadas guerreando entre ellos. El reino nazarí de Granada fue el último en sobrevivir y alumbró una nueva época de esplendor andalusí.

el 30 de noviembre del año 1031 Hisham III, el último califa de Córdoba, fue depuesto y tuvo que escapar al norte. Se refugió hasta su muerte en el emirato de Larida (actual Lleida), uno de los muchos reinos de taifas surgidos de la desintegración del califato. Era el último estertor de una agonía que había comenzado décadas antes y que se conoce como la fitna de al-Ándalus, cuando una serie de luchas por el poder en el seno de la dinastía omeya propiciaron la secesión de los territorios del califato uno tras otro.


La Fitna de Al-ándalus.

La palabra fitna, un término complejo que tiene connotaciones de conflicto y lucha, es el nombre con el que se conocen las guerras internas que el Islam vivió desde la caída del Primer Califato, en su mayoría debidas a divisiones en la doctrina o a conflictos sucesorios. Este segundo caso es el que desencadenó la crisis del califato fundado por Abderramán III, y que empezó en tiempos del nieto de este, Hisham II. Debido a su temprana edad en el momento de asumir el trono (año 976), el poder quedó en manos de dignatarios más preocupados por eliminar a sus adversarios que de ocuparse de los graves conflictos internos del califato.

Ya desde la época del emirato, previo a la proclamación del califato, los soberanos andalusíes habían tenido que lidiar con las ansias de independencia de sus gobernadores, siempre deseosos de obtener el control total de sus feudos y carentes de cualquier sentido de unidad. Las continuas campañas de los omeyas contra los reinos cristianos implicaban una presión fiscal que acusaban sus súbditos, sobre todo las comunidades no musulmanas que debían pagar impuestos especiales, lo que se traducía en conflictos que siempre estaban a punto de estallar. Por ello, no eran pocos los gobernadores que esperaban cualquier oportunidad para dejar de lado a los omeyas y administrar sus territorios por su cuenta.

En resumen podemos asegurar que, una serie de luchas por el poder en el seno de la dinastía omeya desencadenaron la fitna de al-Ándalus, propiciando la secesión de los territorios del califato uno tras otro.



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El Martillo de Alá.
Almanzor, «el Victorioso».
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Entre sus 56 campañas se incluye un ataque contra la ciudad de Santiago, que fue arrasada y los prisioneros cristianos obligados a cargar con las campanas del templo para ser usadas como lámparas en una nueva ampliación de la Mezquita de Córdoba

«Al-Mansur», conocido por los cristianos como Almanzor, fue el caudillo musulmán más temido de su tiempo y cuyo reguero de victorias sirvió para frenar el avance de los reinos cristianos que empezaban a emerger tras el estrepitoso derrumbe de la Monarquía Visigoda. «Por Dios que jamás volverá a dar el mundo nadie como él, ni defenderá las fronteras otro que se le pueda comparar», escribieron supuestamente en su epitafio sobre un hombre que arrastró uno de los grandes símbolos cristianos de la península, las campanas de la ciudad de Santiago, hasta Córdoba. Entre el año 978 y el 1001, el caudillo musulmán encabezó 56 campañas contra los cristianos, que tomaban a estos ejércitos como enviados del demonio, mas sabiendo que muchos profetizaban el final del mundo en el año 1000. No en vano, su herencia se mostró envenenada provocando la guerra civil que terminó para siempre con el califato.

Nacido en 942 en Torrox, cerca de Algeciras, Almanzor pertenecía a una familia yemenita de rango medio pero de gran protagonismo durante la conquista de la primera ciudad de la España visigoda, Carteya, y en la caída del reino visigodo. A pesar de sus orígenes provincianos, la posición de la familia mejoró notablemente con el nombramiento del abuelo paterno de Almanzor como magistrado (cadí) de Sevilla y con su casamiento con una hija del médico del califa Abderramán III.

De adolescente, Almanzor se trasladó a Córdoba para estudiar Derecho y Letras. Su formación –con la intención de ejercer como juez– incluía derecho, interpretación del Corán, tradición profética y aplicación de la ley islámica. Sin embargo, la mala situación familiar tras el fallecimiento de su padre cuando regresaba de una peregrinación a La Meca le llevó a abandonar los estudios y tomar la profesión de escribano. En este cargo, su ambición y talento no tardó en llamar la atención de otra figura emergente en Córdoba, el magistrado Muhammad ibn al-Salim, quien introdujo al joven en la corte. Allí se convirtió en intendente del hijo y heredero del califa Alhakén II y de su favorita, la vascona Aurora, con la cual estableció una relación privilegiada.

A la muerte de Alhakén II, Almanzor había alcanzado tanto poder en la corte como para ser elegido por el califa para garantizar la sucesión del príncipe heredero Hisham. Con solo 10 años, el nuevo califa fue una mera marioneta en manos de Almanzor, que se encargó de asegurar su posición y gobernar en su nombre. Aunque las escuelas de jurisprudencia islámicas rechazaban la posibilidad de que un menor alcanzase el puesto de califa –y eso que la tradición omeya andalusí había afianzado la herencia de padres a hijos– la guardia bereber en manos de Almanzor se encargó de disipar cualquier voz crítica. A partir de 976, el caudillo «victorioso» fue nombrado visir e inició su particular guerra de castigo contra los reinos cristianos.

La estrategia musulmana ante el avance cristiano se había basado durante el reinado de Alhakén II en la cesión pactada de tierras a cambio de que disminuyeran los ataques. El general de origen yemení sabía de la superioridad militar de su ejército y no estaba dispuesto a pactar con los emergentes reinos cristianos. Así, emprendió una profunda reestructuración de sus tropas con el propósito de acabar con la organización tribal del califato y las regó de soldados procedentes del norte de África. Cuando sus fuerzas estuvieron preparadas, en 977, el caudillo lanzó una campaña, de casi dos meses de duración, donde saqueó Salamanca y capturó a 2.000 cristianos que trasladó a Córdoba a modo de botín.
 
Sus incursiones eran rápidas y devastadoras, y recordaron a los cristianos quien seguía mandando
Ente los años 977 y 1002, Almanzor –del que se dice que nunca conoció la derrota– ejecutó un total de 56 campañas en tierras cristianas. Sus incursiones eran rápidas y devastadoras –realizadas durante los meses de primavera y verano– y tenían por objetivo principal recordar a los cristianos quien seguía mandando en la península. Así venció a los ejércitos coligados de Ramiro III de León, García Fernández de Castilla y Sancho II de Navarra en las batallas de Gormaz, Langa y Estercuel (977) y en la de Rueda (978), saqueó Barcelona (985), arrasó Coimbra, León –dejando una sola torre como recuerdo de su gloria– y Zamora (987 y 988), asaltó Osma (990) y castigó Astorga (997).

Mientras su prestigio militar no dejaba de crecer, Almanzor tuvo la habilidad política de respetar el aparato califal y mantener intacta la alianza con Aurora, la madre de Hisam II. Incluso cuando el califa alcanzó la mayoría de edad, fue su madre la que formalmente tomaba gran parte de las decisiones, puesto que su hijo estaba afectado por algún tipo de enfermedad o incapacidad para desempeñar las responsabilidades del cargo. Almanzor hacía las veces de tutor regente. No obstante, la asociación entre la reina madre y el tutor terminó en 996, cuando las maniobras del caudillo para situar a su hijo Abd al-Malik como sucesor del califa se mostraron demasiado evidentes. De hecho, el poder de «el Victorioso» aumentaba a pasos agigantados: la capital estaba en manos de un primo suyo, el ejército lleno a rebosar de sus partidarios y sus alianzas con importantes señores fronterizos le convertían en el hombre más poderoso de la península.

El enfrentamiento abierto entre ambos bandos estalló cuando Aurora se levantó contra Almanzor y su hijo Abd al-Malik, cada vez con más influencia sobre el califa Hisam II, y trató de robar parte del tesoro real para financiar una rebelión armada. La rápida intervención del hijo de Almanzor, quien convenció al califa para repudiar la actuación de su madre, descabezó la rebelión cuando no había hecho más que empezar. Aunque en el otoño del 997 el bando de Almanzor no había logrado aún sofocar la revuelta en el Magreb, donde si habían tenido éxito los partidarios de Aurora, la reclusión de Hisham y de su madre en Medina Alzahira marcó el final de la rebelión y dejó vía libre a que Almanzor sostuviera el control absoluto sobre el califato.
 
Para consolidar su poder, la familia Almanzor empleó insistentemente la propaganda de sus éxitos militares, lo que le valió un gran apoyo popular, y se alzó como un riguroso defensor del Islam. Entre las muestras de su fervor religioso – ya fuera real o fingido– se dice que Almanzor copió a mano un Corán que llevaba durante sus campañas, amplió la mezquita de Córdoba (987-990) haciendo las veces de peón en varias ocasiones y se mostró poco compasivo con los símbolos cristianos como hizo gala en Santiago.

Los prisioneros cristianos fueron obligados a cargar con las campanas hasta Córdoba
Coincidiendo con la rebelión impulsada por la madre del califa, Almanzor consiguió una gran victoria militar sobre los cristianos que incremento su apoyo entre el pueblo. En el verano de 997, el ejército del caudillo asoló la ciudad de Santiago de Compostela. Quemó templos y destruyó todo a su paso, respetando solo la tumba del apóstol Santiago. Según la leyenda, los prisioneros cristianos fueron obligados a cargar con las campanas del templo de Santiago hasta Córdoba donde fueron empleadas como lámparas de la nueva ampliación de la Mezquita. También entre el mito y la realidad se dice que las campanas regresaron de forma idéntica a Santiago, dos siglos y medio después, está vez a manos de prisioneros musulmanes capturados por Fernando III «El Santo».

El 9 de agosto de 1002, con unos 65 años de edad, Almanzor murió en Medinaceli de muerte natural. «Fue arrebatado en Medinaceli, gran ciudad, por el demonio, que le había poseído en vida, y sepultado en el infierno», quedó escrito en «La Crónica Silense». Entonces los reyes cristianos celebraron su muerte con alivio; y más tarde sus cronistas inventaron que no fue en cama sino en la batalla de Calatañazor contra sus tropas. Algo tan improbable como que consiguieran derrotarle en vida.

A pesar de sembrar el miedo en varias generaciones cristianas y del éxito militar de sus incursiones, estas no lograron modificar notablemente las fronteras ni evitar la ruina económica del califato. De hecho, la única medida económica realmente efectiva de Almanzor fue precisamente la guerra y la venta de esclavos. Las crónicas moras mencionan que tras destruir Barcelona en julio de 985, «el Victorioso» trajo encadenados a Córdoba a 70.000 cristianos y, tras destruir Simancas en julio de 983, capturó 17.000 mujeres y apresó diez mil nobles.

Por su parte, la dinastía de chambelanes que fundó continuó con su hijo Abd al-Malik al-Muzaffar y luego con su otro hijo, Abderramán Sanchuelo, quien, incapaz de conservar el poder heredado, murió asesinado en el 1009. Su caída marcó el principio del fin del califato centralizado y dio comienzo a su disgregación en taifas.

Por sus firmes creencias religiosas, Almanzor aplicó la idea de guerra santa o yihad con entusiasmo durante toda su vida. Se dice que mandaba recoger el polvo con el que sus ropas quedaban manchadas durante sus incursiones contra los cristianos para ser enterrado con ellas cuando le llegara el último día.

Uno  de los históricos errores de Almanzor, y que probablemente cometió por sus creencias y supersticiones religiosas, fue respetar el sepulcro del apóstol Santiago, cuando tomó la ciudad en el año 997.

Si lo hubiera destruido la tumba y hecho desaparecer todo rastro de estas importantísimas reliquias, hubiera cortado la principal arteria dinamizadora de la que se proveía la España cristiana, tanto en el plano espiritual, económico y cultural, que era el Camino de Santiago.


Otro enígma de la Historia: Almanzor y Calatañazor.

“En Calatañazor Almanzor perdió su tambor”. Según este dicho popular, en Calatañazor (Soria) Muhammad ibn Abu Amir (al-Mansur, para los cristianos Almanzor) fue derrotado y muerto en esta batalla. Pero la realidad es que dicha batalla nunca existió , o si existió no dejó de ser una pequeña escaramuza sin trascendencia, y que Almanzor murió sin conocer la derrota. Esta leyenda se originó en las filas cristianas para animar a las tropas, muy desmoralizadas por las continuas y devastadoras victorias del “martillo de Ala”.


Según el profesor Menédez Pidal:

Almanzor hizo la última expedición de su vida, dirigiéndose a través de Castilla, hacia San Millán; fue una expedición victoriosa como todas, pero tuvo que retirarse al sentirse muy enfermo. Se hací­a llevar en litera… agobiado por crueles dolores… repasó la frontera y llegó a Medinaceli, primera plaza de armas musulmana; murió el 10 de agosto del 1002.

En el lecho de muerte, mandó llamar a su hijo Abd al-Malik, a quién pidió perpetuar a la dinastia amirí­ en el poder de al-Andalus, derrocando al Califa Hisham. Tras salir de la tienda su hijo, roto de dolor, lloró desconsolado las palabras del gran Almanzor, “esta me parece la primera señal de la decadencia que aguarda al al-Andalus” , profetizaban la destrucción del califato, que luego darí­a lugar a los reinos de Taifas.


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Si quieres saber más sobre la vida de Almanzor, pincha el enlace siguiente:


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Los Reinos de Táifas tras la crisis del Califato (1031-1086).


Es cierto que en el primer mandato del joven califa Hisam II (976-1009), la subida al poder de Almanzor (el Victorioso) como primer ministro y caudillo durante muchos años elevó al califato de Córdoba a su máximo apogeo militar.

Sin embargo, tras su muerte en 1002 comenzó una época de dificultades profundas en la cual, ante la descomposición del poder central cordobés, los gobernadores de las diferentes provincias o coras, no queriendo reconocer como califas a los nuevos príncipes que se iban sucediendo, acabaron por proclamarse independientes erigiéndose en soberanos de sus respectivos territorios.

Durante el corto plazo de los treinta años que transcurrieron desde la muerte de Almanzor hasta la derogación definitiva del califato de Córdoba reinaron diez califas, la mayoría de los cuales pagaron con su vida el deseo de poder. La anarquía era tan grande que llegó a darse el caso de coexistir tres califas a la vez cuyos finales fueron igualmente desgraciados, a saber, al-Mahdi (1009), Sulaiman (1009 y 1013-1016) e Hisam II en el que fue su segundo gobierno (1010-1013).

El califato se desmorronaba y las luchas internas lo destruían en su interior. La autoridad del estado andalusí se había disuelto y las provincias se sublevaban. Los gobernadores o valíes de las principales ciudades de al-Andalús convirtieron a cada una de ellas en cabecera de un minúsculo estado. Por ese motivo recibieron por parte de los propios cronistas musulmanes el nombre de muluk al-Tawa’if (reyes de taifas), de forma tal que en 1031, año de la abolición oficial del califato, al-Andalús quedaba dividido en una serie de pequeños dominios o reinos entre los cuales se alternaron etapas de mutua adhesión con otras de enfrentamientos permanentes. Esta situación condujo lentamente a dos fenómenos importantes, es decir, la progresiva supremacía militar de los reinos cristianos del norte y la necesidad de recibir apoyo de los imperios musulmanes del Magreb, derivando esto último en situaciones de absoluta dependencia y sumisión respecto a ellos, almorávides y almohades.


Las denominadas “primeras taifas” duraron desde 1031 hasta la llegada de los almorávides (1086).

Unas “segundas taifas” vivieron bajo la dominación de éstos almorávides desde 1086 hasta la época de los almohades (tras 1147). Finalmente, unas “terceras taifas” perduraron en al-Andalús desde la derrota de los almohades en las Navas de Tolosa (1212) hasta la conquista de Granada (1492).

En el mapa político del siglo XI los reyes cristianos y musulmanes comenzaron a imponerse tributos anuales (parias) en concepto de protección militar entre unos y otros, indiscriminadamente, sin atender de forma necesaria a redes de alianzas basadas en el credo religioso.

Pues bien, en ese contexto del siglo XI han sido identificadas las siguientes taifas agrupadas según su localización geográfica y la composición étnica de sus gobernantes.

En la antigua marca superior de al-Andalus destacaba la taifa de Zaragoza gobernada desde 1018 por familias árabes hispanizadas, los Banu Tuyib y los Banu Hud, hasta las conquistas almorávide de 1110 y cristiana de 1118. Cuando Sulayman ibn Hud, rey de Zaragoza (1046-1049), repartió el reino entre sus cinco hijos fue cuando surgieron otras taifas menores en su entorno, a la vez que comenzaba la etapa de mayor hegemonía de la propia Zaragoza con el famoso rey Ahmad I al-Muqtadir (1049-1082), hijo del citado Sulayman y fundador del palacio de la Aljafería (casa de la alegría).

Téngase en cuenta que Zaragoza fue la única taifa junto con Sevilla que logró una expansión considerable. De hecho, las taifas eslavas de Tortosa y Denia fueron agregadas a la de Zaragoza en tiempos de al-Muqtadir. Existió también una taifa en Huesca antes de 1023 que hacia 1046-1047 estaba controlada por Zaragoza hasta su anexión definitiva. También en Tudela y Calatayud los Banu Hud tuvieron sendas taifas independientes ha-cia 1046-1048, absorbidas luego por Zaragoza. Esta misma familia había proclamado otra taifa en Lérida que tras un tiempo dependiente de Zaragoza pasó a integrarse en la taifa de Denia, reino éste al que se unió también la taifa eslava de Mallorca, siendo finalmente conquistadas todas ellas por los almorávides.

Al sur de Zaragoza estaba ALBARRACÍN (al-sahla, la llanura), gobernada por bereberes hispanos arabizados de la familia de los Banu Razim. En ese sentido, las tierras de la actual provincia de Cuenca y la parte sur de la de Teruel eran las que, en líneas generales, comprendían la cora de Santaver en la marca media de al-Andalús. En esta jurisdicción Albarracín era un enclave que dominaba un mundo aparte, una región intermedia entre la marca superior y la marca media, entre Valencia y Zaragoza.

Los geógrafos árabes apenas describen esta zona. Parece como si toda la parte que comprende en la actualidad la provincia de Teruel se hallara borrada del mapa de la España musulmana. Por ese motivo resulta interesante detenerse en su estudio brevemente.

Se ha estimado que la ciudad islámica de Albarracín alcanzó una extensión entre 9 y 11 hectáreas y media (1 ha = 10.000 metros cuadrados), lo que debió suponer una población tal vez en torno a los 3.200 habitantes en sus mejores tiempos. Según las fuentes árabes y cristianas, en los siglos XI y XII formaban parte de la Sahla o demarcación de los Banu Razim, además de los castillos de Castielfabib y Calamocha, los de Ródenas, Cella, Alfambra, Jarque, Gúdar, Monteagudo, Camarena, Monreal, Singra, Torre de la Cárcel, Teruel y Villel. Toda una faja de castillos que, por tanto, formaban de norte a sur desde Calamocha a Castielfabib un cortejo de guardianes al este de la medina de Albarracín. Es Ibn Hazm quien nos da la primera cita referente a Teruel (Tiru-wal, Tirwal) y Villel (Billal) en época musulmana. Ambos como poblaciones o castillos existían ya en la primera mitad del siglo XI y su composición étnica era sobre todo bereber a tenor de las noticias referidas a los Banu Gazlún como jefes militares poseedores de estos lugares. Hubo también una comunidad mozárabe en torno a la primitiva iglesia visigoda de Santa María de Albarracín con su obispo. Había muladíes o musulmanes nuevos descendientes de esos antiguos cristianos hispanogodos que en el momento de la conquista musulmana se hallaban en aquellas tierras. Y existieron también familias de origen árabe, yemeníes algunas de ellas, a juzgar por sus nisbas Fihrí, Yahsubí, Abdarí y Hasimí que se encuentran en los nombres de personajes de Santa María de Albarracín biografiados en diversos diccionarios musulmanes. Asimismo, las investigaciones arqueológicas, documentales y toponímicas sobre Cutanda, Ródenas o las explotaciones metalúrgicas de Sierra Menera nos desvelan datos importantísimos sobre la actividad económica del campesinado musulmán de estas tierras de frontera.

Al sur de Albarracín, entrando ya en Sharq al-Andalús estaba la taifa de Alpuente (localidad de la actual serranía valenciana) gobernada por muladíes hispanos arabizados de la familia de los Banu Qasim desde antes de 1029 hasta su conquista almorávide en 1092.


El reino taifa de Toledo.

Ocupa la marca media (los árabes se establecen en la marca media denominada “la manxa”, que lo forman Toledo, Cuenca y Guadalajara).

Estaba formado por tribus bereberes y por una población autóctona integrada por muladíes y por mozárabes.

Toledo, también conocido como Tulaytola tiene un gran poder económico y una aristocracia árabe. Es un reino independiente y enfrentado a Córdoba. Se resisten a pagar tributos y piden ayuda a los reyes cristianos.

Ante la debilidad del Califato de Córdoba, el visir de Toledo se proclama independiente con Al-Zafir.

Al-Zafir le sucede su hijo Al-Mamun. Éste es apoyado por Fernando I a cambio de pagar parias, y con su ayuda se afianza en la Alcarria y detiene el reino taifa de Badajoz, a la vez que se anexiona a Valencia.

El reino taifa de Toledo con Al-Mamun tiene un gran poder político y económico.

Éste muere asesinado y le sucede Qadir en el 1075 (los alfaquíes son los encargados de las leyes).

En 1081 es devuelto por el rey de Castilla, por Alfonso VI y éste luego intenta conquistar Toledo por lo que desaparece el reino taifa de Toledo en el año 1085.


La historia de la taifa de Valencia es también muy importante.

Estuvo gobernada por eslavos y amiríes hispanizados de ascendencia árabe desde 1013 hasta su conquista por el Cid en 1094. Adelantemos aquí que el dominio de Rodrigo Díaz de Vivar duró cinco años hasta 1099 y que posteriormente pasó a manos de su esposa doña Jimena hasta la conquista almorávide en 1102. Entre 1065 y 1076 la taifa valenciana llegó a formar parte de la de Toledo, gobernada en el corazón de la marca media por bereberes hispanos arabizados de la familia de los Banu Du-l-Nun. La antigua capital visigoda fue reconquistada en 1085 por Alfonso VI, rey de Castilla y León. Al extremo occidental de la península y en plena marca inferior la taifa de Badajoz estuvo dirigida por eslavos y, especialmente, por la familia bereber de los Banu al-Aftas desde 1013 hasta la conquista almorávide de 1094.

Por último, en el corazón de la civilización andalusí destacó la taifa de Sevilla, gobernada por los Banu Abbad, árabes hispanizados, desde 1023 hasta la conquista almorávide de 1091.

En todos esos años, Sevilla se anexionó de una u otra forma las taifas de Córdoba (de los Banu Yahwar, árabes hispanizados) Algeciras, Murcia, Carmona, Morón, Arcos y Jerez, Ronda, Huelva y Saltes, Niebla, Segura, y hasta en territorio portugués actual las de Mertola, Santa María de Algarbe y Silves. Sólo quedaron fuera de sus anexiones las taifas de Granada (de los Banu Zirí, bereberes), Málaga (de los Banu Hammud, árabes berberizados) y Almería (eslavos y árabes anexionados incluso a Valencia).



Marca Superior de Al-ándalus

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ARAGÓN MUSULMÁN
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Tarazona, Huesca y Zaragoza, las sedes episcopales visigodas, fueron los tres primeros enclaves que recibieron el nuevo contingente de pobladores. Los territorios del actual Aragón, englobados en la Marca Superior de al - Andalus, quedaron divididos en dos : el norte pirenaico, que fue sometido, y la zona central del valle del Ebro y el Sistema Ibérico, que se islamizaron muy deprisa. A partir del siglo VIII y principios del IX, favorecidos por la desintegración y rencillas internas del poder musulmán, los cristianos iniciaron lentamente la reconquista.

En el Aragón musulmán y por supuesto en Saraqusta, coexistieron tres confesiones religiosas : el Islám, el Cristianismo y el Judaismo. Por supuesto, la inmensa mayoría era de religión musulmana, pero había importantes grupos de las otras dos.

En 1118 un ejército al mando de Alfonso I logró la rendición de Zaragoza, con lo que el dominio musulmán asistía al principio de su fín. (Mas adelante hablaremos de la Reconquista como se inició y como finalizó dando paso a la actual España en que vivimos).



BEREBERES, MOZÁRABES Y JUDÍOS EN ARAGÓN

Los Bereberes eran originarios del norte de Africa y fueron integrados en el Islám mediante conquista militar.Los árabes los consideraron siempre como una clase inferior. Estubieron  marginados y discriminados lo que provocó algunas revueltas.

Los cristianos bajo dominio musulmán recibian el nombre de mozárabes. Alo largo de los siglos VIII y IX las conversiones al Islám fueron masivas. En el siglo X eran pocos y solían vivir en barrios llamados mozarabías.

La mozarabía más importante estaba en Saraqusta, en torno al actual barrio del Pilar, donde poseían al menos dos iglesias, la de Santa María, en el solar de la actual basílica, y la de las Santas Masas, bajo la actual iglesia de Santa Engracia.

Los judíos eran, sin duda la comunidad más homogenea, aunque entre ellos existieran también diferencias sociales.

Se concentraban en las ciudades y eran sobre todo mercaderes, artesanos y profesionales liberales. Vivían en zonas específicas de las ciudades, llamadas juderías, que se mantuvieron tras la conquista cristiana.



BREVE HISTORIA DE LOS MUDÉJARES EN ARAGÓN


Si bajo gobierno islámico había cristianos que se llamaron mozárabes, tras la conquista cristiana quedarán importantes contingentes de población musulmana bajo poder cristiano que serán llamados mudéjares.

Los cristianos fueron conquistando villas y ciudades, muchos musulmanes optaron por marcharse a vivir a territorios islámicos. Pero otros muchos se quedaron en el lugar donde habían nacido, especialmente las clases populares.

En los primeros siglos de dominación cristiana el espíritu de convivencia y la tolerancia hicieron posible la cohexistencia de individuos de las dos religiones, además de los judíos, sin apenas problemas relevantes.

Los mudéjares mantuvieron parte de sus propiedades, se les respetaron sus crencias religiosas y hábitos culturales e incluso gozaron de una cierta autonomía.

Habitaron fundamentalmente en las ciudades, formando barrios aparte, llamados morerías y en aldeas cerca del río Ebro dedicándose a los cultivos de regadío intensivo.

En general, las relaciones entre musulmanes y cristianos durante la Edad Media fueron cordiales y de convivencia pacífica. Pero a lo largo del siglo XV comenzaron a surgir algunos enfrentamientos que se saldaron con el decreto de conversión obligatoria, que en Aragón se aplicó en 1526.

Todos los mudéjares fueron obligados a bautizarse y se derribaron sus mezquitas o se convirtieron en iglesias.

Desde entonces fueron llamados moriscos. Oficialmente eran cristianos, pero la mayoría siguió manteniendo de forma oculta su religión islámica,lo cual provocó la total expulsión de los moriscos de toda España en el año 1610.



ARTE MUDÉJAR EN TERUEL : Patrimonio Mundial


Introducción al mudéjar de Teruel

El Arte Mudéjar es fruto de la fusión de elementos árabes y cristianos que dan origen a un estilo genuino y propio, reflejo de un contexto de convivencia y crisol de culturas musulmanas, cristianas y judías.

El 28 de noviembre de 1986 se incorporaron a la Lista de Patrimonio Mundial los monumentos más importantes de la Arquitectura Mudéjar de Teruel: torre, techumbre y cimborrio de la Catedral de Santa María de Mediavilla, la torre e iglesia de San Pedro, la torre de la iglesia del Salvador y la torre de la iglesia de San Martín.

Esta inscripción confirma el valor excepcional y universal de un sitio cultural y natural que debe ser protegido para el beneficio del conjunto de la humanidad.

En la singularidad del mudéjar de Teruel confluyen dos tradiciones artísticas muy bien diferenciadas, que terminan por integrarse en una sola, logrando de este modo su fuerte e indiscutible personalidad. Una, es la tradición islámica aragonesa y la otra, la influencia que llegara del mundo almohade y de otros focos mudéjares del resto del territorio peninsular.

Un rasgo original de las torres mudéjares medievales de Teruel es su ubicación sobre la red vial que las atraviesa. 




La Catedral de Teruel

En la Plaza de la Catedral de Teruel se levantaba la antigua parroquia de Santa María de Mediavilla. En 1342 fue ascendida a colegiata y elevada a Catedral en 1587. Actualmente es el templo más importante de la ciudad de Teruel y uno de los más significativos edificios aragoneses de construcción mudéjar. Conserva elementos tan importantes de este estilo artístico como la torre, el cimborrio y la techumbre declaradas Patrimonio Mundial por la UNESCO en 1987.

La parroquia de Santa Maria de fábrica románica presenta en la actualidad, tras diversas ampliaciones, una planta rectangular de tres naves, con girola y capillas laterales. La naves, siendo la central más alta que las laterales, se hallan divididas en cuatro tramos mediante arcos formeros apuntados. Las naves laterales se cubren con techumbres planas de doble vigueta y la central con una interesante techumbre realizada en la segunda mitad del siglo XIII. Es una armadura de par y nudillo policromada con pintura gótico lineal, considerada un hito del arte mudéjar.

La girola recta se cubre con bóveda de arista. Posee capillay altares, así como la Sacristía Mayor, adosada al lado Norte y la Sala Capitular adosada al lado Sur. Las capillas laterales son tres en el lado del Evangelio: Capillas de Nuestra Señora de los Desamparados, de los Pérez Aranal, y de la Coronación; y cuatro en el lado de la Epístola: Capilla de los Santos Reyes, Capilla del Venerable Aranda y Capilla de Santa Emerenciana.

En la cabecera se sitúa un presbiterio heptagonal, antiguo ábside central de la catedral, cubierto por una bóveda nervada. Sobre el crucero se dispone un cimborrio octogonal. A los pies de la iglesia se elevó el coro y se localizan una torre puerta y la entrada a la torre campanario.

Todo el interior se sustenta mediante pilares y recibe la iluminación natural de toda una serie de vanos abiertos a lo largo del templo: óculos, en arco de medio punto, rectangulares…

En el exterior se pueden distinguir los materiales usados esu construcción a lo largo de diversas etapas: la piedra sillar se reserva para las esquinas, los muros perimetrales se levantan con mampostería ciclópea, la cabecera y cimborrio se realizan en ladrillo y la torre mudéjar combina piedra, ladrillo y cerámica.

El acceso a la catedral se realiza o bien por la Puerta del Obispo, desde la Plaza del Venerable Francés de Aranda, o bien por la portada meridional, acceso principal, desde la Plaza de la Catedral. La portada Norte data de 1696 y es de estilo barroco clasicista. La portada Sur fue realizada en 1909 por Pablo Monguió en estilo historicista de estructura neorrománica y decoración neomudejar.

La Catedral de Teruel conserva bienes muebles de gran relevancia como el retablo mayor, una obra fechada entre 1532 y 1536 de estilo plateresco. La escultura pertenece a la escuela florentina contemporánea a Miguel Ángel. Lo realizó el francés Gabriel Yoli, que falleció en Teruel en 1538 y fue enterrado en la puerta del coro. En el centro aparece un óculo a modo de viril, privilegio del Papa Luna. Son numerosos los retablos que contiene así como pinturas, la mayoría del siglo XVII y XVIII y entre las que destaca una tabla que representa la Virgen con el niño de finales del siglo XVI. También cabe citar diversas piezas y mobiliario litúrgico como custodias, arquetas, cruces, bustos, copones, incensarios… de distintos materiales y épocas. Sin duda dos de sus elementos más admirables son la reja y la sillería del coro, realizadas en el siglo XV y XVII respectivamente.



El artesonado. Considerado "La Capilla Sixtina" del arte mudéjar.

La magnífica techumbre de la Catedral de Teruel es una obraexcepcional declarada Patrimonio Mundial en 1986. Se trata de una armadura de par y nudillo, decorada con bellas pinturas que ilustran la sociedad medieval turolense del siglo XIII, crisol de culturas reflejo de la convivencia entre musulmanes, cristianos y judíos. Se caracteriza por la fusión de la estructura y los motivos ornamentales musulmanes con la expresiva decoración figurada gótico-lineal cristiana, dando lugar a una de las mejores obras del arte mudéjar.En la sección segunda se presentan un amplio cielo de la Pasión de Cristo.

Su construcción se sitúa entre 1270 y 1300, coincidiendo con la ampliación de la antigua fábrica románica de Santa María de Mediavilla para transformarla en una iglesia gótica de mayor envergadura. Al recrecer los muros se necesitaba una estructura ligera y adecuada para la cubrición de la nave central.

La techumbre mide 32 m. de longitud y 7,76 de anchura y está dividida por medio de diez tirantes en nueve secciones. La decoración presenta tanto motivos tallados como pintados al temple en estilo gótico lineal, entre los que se encuentran motivos de la más variada naturaleza: vegetales, geométricos, epigráficos, figurados etc. El programa iconográfico representado en la techumbre ha sido objeto de múltiples interpretaciones.

En la restauración realizada por el Servicio de Regiones Devastadas tras los destrozos causados por la Guerra Civil, sacaron a la luz la armadura, oculta tras bóvedas desde el siglo XVII.



La Torre del Salvador

Es la torre más tardía del mudéjar turolense y por su singularidad fue declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO en 1986. Su emplazamiento, que unía los portales de Guadalaviar y Zaragoza, pasando por la plaza del Torico, le confiere una identidad histórica que otras torres mudéjares no conservan actualmente.

La Torre de El Salvador es similar, en cuanto a estructura y decoración, a la de San Martín de Teruel. Está datada entre la segunda y la tercera década del siglo XIV. Se tiene constancia documental de que en 1277 el Obispo de Zaragoza autoriza la recaudación de fondos para la construcción de la iglesia y su campanario. Su cronología más tardía se refleja en las novedades de su estructura ya que se eleva sobre una bóveda de crucería y no de cañón apuntado como las anteriores, y en un mayor desarrollo de la decoración exterior.

Por su estructura y características estéticas se encuadra bajo la tipología de torre alminar almohade, muy característica del mudéjar aragonés. Está formada por dos torres, una envolviendo a la otra y entre ambas discurren las escaleras, de 119 escalones, de acceso al campanario. La interior está formada por estancias abovedadas superpuestas. En la base se localiza el paso de acceso a la calle por medio de una puerta con forma de arco apuntado cubierta con bóveda de crucería. Este elemento refuerza su carácter evolucionado frente a otras torres turolenses como la de San Martín.

La torre exterior soporta todo el repertorio decorativo de influencia islámica. La parte inferior se decora con frisos de esquinillas y paños de arcos mixtilíneos entrecruzados prolongados en sebqa, y paños de lazaos de cuatro formando estrellas de ocho puntas y cruces, todos de grandes proporciones. En la zona media, entre los vanos, se disponen bandas dobladas en zig-zag. La parte superior destaca por la aplicación de cerámica en tonos verdes y blancos que forman estrellas de ocho puntas. En la parte superior, otro elemento distintivo son los dos cuerpos de vanos con admirables ventanas geminadas. La diferencia que más la caracteriza es la decoración de arcos lobulados entrecruzados.



La Torre de San Martín

La Torre de San Martín se edificó entre 1315 y 1316. Está adosada a la iglesia de San Martín, construida en 1706 y que sustituyó a la anterior mudéjar. A los pies de esta torre discurre, la Cuesta de la Andaquilla, testigo de una de las escenas de la Historia de los Amantes. La importancia de este edificio se puso de manifiesto con la declaración de Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1986, título que comparte con la Torre de San Salvador, la de San Pedro y la techumbre de la Catedral de Teruel.

Es ejemplo de la tipología de torre alminar almohade. Siguiendo esta estructura posee dos torres concéntricas, separadas casi un metro, entre las que se desarrollan pasillos y escaleras, que llevan a un campanario, cubiertos por bóveda de ladrillo. De planta cuadrada, da paso a una calle bajo su bóveda de cañón apuntado.

La torre interior está formada por tres estancias superpuestas, cubiertas por bóveda de crucería y de muros de ladrillo hasta la segunda estancia y en delante de tapial de yeso.

El exterior, de ladrillo, aparece decorado con cerámica vidriada en verde y blanco y paños horizontales de distintas alturas. Presenta un gran repertorio decorativo: paños en ladrillo resaltado, lazos formando estrellas de ocho puntas, friso de arcos mixtilíneos y arcos lobulados entrecruzados, bellos apliques cerámicos verdes y blancos, pareja de ventanas abocinadas en arco de medio punto, etc. El motivo decorativo que predomina es el de estrellas de 8 puntas blancas y con orla verde. Estos motivos decorativos derivan de la tradición almohade sevillana. Verticalmente está dividida en fajas, con arquerías, lazos ochavados, ventanales columnillas y el campanario propiamente dicho, en una composición semejante a la del Salvador.

La torre de San Martín ha llegado a nuestros días gracias a diversas intervenciones. Entre 1549 y 1551 tuvo que ser reforzada con un muro de piedra en Talud. La obra fue realizada por el arquitecto francés Pierres Vedel que fue también el autor de acueducto turolense de los arcos. Por su estado, antes de la guerra civil, Ricardo García Guereta intervendrá en la torre para detener su proceso de demolición.

Tras ser declarada Patrimonio Mundial de la UNESCO, se procedió a su restauración. El proyecto se encargó al arquitecto José María Sanz.


LEYENDA DE LA TORRE INCLINADA

Existe una leyenda en torno a las torres de San Martín y delSalvador, que paso a narrar:

El concejo de las iglesias de Teruel aprobó los planos de dos arquitectos. Ambos alarifes fuero los encargados para construir, dos sendas torres: Omar la Torre de San Martín y Addalá, la del Salvador.

Quiso la casualidad que, mientras ambos alarifes paseaban por las calles de Teruel quedaran prendados de la belleza de la joven Zoraida, hija de Mohamad a quién ambos pidieron la mano de ésta.

Las disputas para conquistar a Zoraida se agudizaron por lo que el anciano padre, tras 24 horas y consultar a su hija, les hizo una propuesta: aquel que primero finalizara su obra y logre la mayor perfección y belleza, tendría la mano de Zoraida.

Ambos jóvenes aceptaron la propuesta y contrataron a cuantos obreros se hallaban en la villa de Teruel ocultando la construcción a la vista del público. Omar consigue contratar a un maestro de obra para trabajar por la noche y Addalá establece turnos para que no se pare en las horas de comida.

El trabajo nocturno en la Torre de San Martín aceleró la obra. Omar pudo anunciar su finalización y la fue descubriendo a la vista de toda la villa de Teruel. Cuando, por fin, la torre quedó a la vista de todos, un grito de angustia y desesperación salió del joven arquitecto: la torre no se erguía recta mirando hacia el cielo, sino ligeramente inclinada. Le había jugado una mala pasada el trabajar por la noche.

Omar subió desesperado a lo más alto de la torre y lloro. Enloquecido por su fracaso como artista y amante, cuando sonaba el toque de queda crepuscular, se arrojo desde lo más alto.



Torre - iglesia de San Pedro


Contigua a la iglesia se encuentra la capilla donde se expone sarcófago de los Amantes Isabel de Segura y Diego Garcés de Marcilla, realizado por el escultor Juan de Ávalos. Situada en la antigua judería, cuenta con una interesante torre campanario y elementos arquitectónicos góticos y mudéjares como el ábside del templo. Por sus características se considera un monumento gótico-mudéjar.

Es uno de los grandes templos góticos de Teruel, considerada la hermana pequeña de la Catedral de Santa María. Su construcción actual se fecha en el siglo XIV, sobre un primitivo templo románico del que se tiene constancia documental en 1196.

La iglesia de San Pedro pertenece tipológicamente al grupo de iglesias-fortaleza, cuya planta, derivada del gótico levantino, se adapta a las necesidades defensivas con la colocación de la tribuna por encima de las capillas laterales, emparentándose con la parroquial de Montalbán. Presenta por ello una única nave cubierta con bóveda de crucería nervada, sin crucero con capillas laterales entre los contrafuertes. Estas capillas se abren con ventanales. La luz penetra en la iglesia también por medio de óculos situados en la parte superior.

Al exterior se muestra su ábside de siete lados. Su decoración gótico-mudéjar se compone de frisos de arcos mixtilíneos, cerámica y un remate de ladrillo en alero. La torre sigue las características de la torre de la Catedral, siendo una torre-puerta de planta cuadrada, abierta por arcos en su piso bajo y decorada con arcos de medio punto entrecruzados, vanos abocinados en arco de medio punto y piezas de cerámica vidriada verdes y moradas. Los contrafuertes se decoran con pináculos ochavados góticos y cerámica estrellada.

En su interior conserva importantes bienes como el retablo renacentista del altar mayor de madera tallada, el pequeño altar de los Santos Médicos, obra de Gabriel Joly y la capilla de los amantes, símbolo de la ciudad. Los sepulcros de los amantes se conservan en un edificio contiguo a la iglesia.



                     

Los Amantes de Teruel.  separados en vida pero no en la muerte.  
Muchos los conocen como los Romeo y Julieta españoles


Una de las historias más recurrentes de la Edad Media española es aquella que habla de los conocidos como Amantes de Teruel. Una vivencia legendaria que nos sitúa en el siglo XIII y que ha sido comparada en muchas ocasiones con la historia de amor entre Romeo y Julieta.

La historia, que ha sido contada a lo largo de la historia, cuenta con su propia fundación y mausoleo donde se encuentran enterrados los dos protagonistas de una de las historias de amor más emblemáticas de nuestro país.
  
La leyenda de los amantes cuenta que fueron dos jóvenes turolenses los que pasaron a ser los amantes más famosos. Isabel de Segura y Juan Martínez de Marcilla, conocido también como Diego de Marcilla, se prometieron amor eterno y fueron enterrados juntos después de sufrir algunas calamidades.

Cuenta la historia que la bella Isabel de Segura, hija de un mercader de Teruel, se enamoró profundamente del honrado Diego de Marcilla, cuando se encontraron por primera vez en el mercado. Su amor era muy profundo, pero Marcilla era pobre y no poseía riquezas, por lo que el padre de Isabel jamás dejaría que se casara con ella.

Diego pidió a Isabel que lo esperara cinco años en los que se preocuparía por encontrar dinero para poder casarse con ella. El padre de Isabel accedió, con la condición que ese dinero sirviese para recuperar la fortuna perdida de la familia.

Pero el padre de Isabel no pudo esperar los cinco años y, cuando su hija cumplió 20, la prometió en matrimonio con el Señor de Albarracín, Pedro de Azagra. Isabel, ante las pocas noticias que recibió durante años de su prometido, accedió a casarse con Azagra, con el pensamiento de que su amante Diego había muerto en el frente.
 
Según describe la leyenda de los Amantes de Teruel, el día de la boda entre Isabel y Pedro Azagra, Diego Marcilla regresaba inesperadamente de la guerra. Con grandes fortunas, después de sufrir varias calamidades y heridas, combatir contra los musulmanes y hacerse grande en el frente, Marcilla volvió a Teruel para casarse con Isabel y descubrió a las puertas de la ciudad, que su prometida ya se casaba con otro.

Lleno de ira, sin ser visto se presentó en los aposentos de Isabel para pedir explicaciones, muy dolido con ella por no esperar su regreso. Después de los reproches y de que Isabel le pidiera que se marchara, Diego rogó un último beso de su amada. Al ser denegado, Diego murió fulminantemente. Según la leyenda, el amante murió de amor.
 
Ante tal terrible suceso, Isabel corrió a explicar la situación a su marido y rápidamente llevaron el cuerpo ante la presencia del padre de Isabel. Al día siguiente, el entierro de Diego se llevó a cabo, pero las desgracias de la familia no terminarían aquí.

Cuando el entierro se celebró, según las crónicas en 1217, siendo juez de Teruel Domingo Celada, Isabel se presentó ante la tumba de su amado vestida de novia. La joven, totalmente aturdida por lo ocurrido, regaló el beso que le negó a su verdadero amante como símbolo de buena voluntad. 

Después de este beso, Isabel cayó desplomada y murió en el acto. Cuenta la leyenda de los Amantes de Teruel, que fue Pedro Azagra, el marido de Isabel, el que contó la historia de amor entre los amantes y pidió que fueran enterrados juntos para toda la eternidad.

A lo largo de la historia se ha realizado muchas labores de investigación para saber qué hay de cierto en la leyenda de los Amantes de Teruel y qué es parte de la ficción. En el año 1553, durante las obras de la capilla de San Cosme y San Damián de la Iglesia de San Pedro, aparecieron dos cadáveres momificados. Junto a estos, un documento contaba la historia de estos amantes.

Pocos años después fueron enterrados de nuevo juntos en el mismo lugar, pero nunca se ha llegado a saber el origen real de ese manuscrito ni de la historia.

Según algunos historiadores como Fernando López Rajadel, la historia de los Amantes de Teruel pertenece a un códice que se conserva en la Biblioteca de Cataluña. Según este, las hojas originales fueron arrancadas, pero gracias al secretario de la época, Yagüe de Salas, se pudieron transcribir para su conservación en el siglo XVII.

El historiador es especialista en la Edad Media de Teruel, y desde hace años cree que las momias encontradas son en realidad madre e hijo, y se trataría de unos antepasados de los propios dueños de la capilla. El historiador matiza que los resultados realizados con carbono 14 a los protagonistas, demuestran que son hombre y mujer, pero existen indicios para creer que la mujer fue madre en algún momento de su vida, por lo que no podría ser Isabel.

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La Taifa de Saraqusya.  Conocida como, La Ciudad Blanca.
Vamos ha introducirnos en su magnífica Historia. Veámos...


Desde su fundación romana, Zaragoza es la ciudad más importante del valle medio del Ebro, y ha mantenido su posición de capital de esta región hasta la actualidad.

Zaragoza era una de las ciudades más importantes y populosas de al-Ándalus, mayor que Valencia y Mallorca y siendo solo superada por Córdoba, Sevilla y Toledo.

Así lo atestigua el célebre geógrafo Al-Idrisi (1100-1165), describiendo Saraqosta, conocida como Medina Albaida (la ciudad blanca), no solo por sus enlucidos de yeso y cal, sino por la presencia en sus palacios y edificios del material más usado en su construcción: el alabastro.

Al-Idrisi escribió: “La ciudad de Zaragoza es una de las principales de entre las ciudades de Al-Andalus. Es de gran extensión, populosa y amplia; tiene anchas calles y vías, y bellas casas y viviendas. Está rodeada de jardines y vergeles, y tiene una muralla construida en piedra, inexpugnable.(…) La ciudad de Zaragoza recibe el nombre de Medina Albaida (La ciudad blanca) y esto se debe a su abundancia de encalados y enlucidos”.

Los musulmanes entraron en España en el 711 por Tarifa y en el año 714 ya habían conquistado Zaragoza.

A la llegada de los árabes, la ciudad, aunque mantenía la muralla de Cesaraugusta de sillares, no estaba ocupada en todo su espacio intramuros, y había solares en ruinas, como el que ocupaba el teatro romano, ya desmantelado. Así, a principios del siglo VIII, la ciudad no llegaba a los 10.000 habitantes.

Debido a la prioridad urbana de la civilización islámica, Zaragoza asiste a un lento crecimiento de la población durante los siglos VIII y IX, pero no fue hasta el gobierno de la dinastía de los Banu Qasi, a mediados del siglo IX, que la población crece de modo hasta habitar los primeros arrabales extramuros. De este crecimiento da cuenta la ampliación, en 856, de la mezquita aljama. Tenía planta cuadrada y múltiples naves.

La gran mezquita de Zaragoza se encontraba en lo que ahora es La Seo, siendo su entrada la misma que da paso a la catedral.

En su interior se conserva el hueco con la huella del alminar de la mezquita, si bien en una zona que no es de acceso público. Además, para algunos estudiosos, el paño mudéjar que da al palacio arzobispal sería en realidad un muro de la mezquita. Puede verse en una de las piedras una firma en árabe de uno de los alarifes.

En el siglo X la población, según estimación del cálculo por hectáreas de la medina completa, iría de 15.000 habitantes a comienzos del califato, hasta los 18.000 o 20.000 a finales.

Pero el crecimiento más importante se experimentó con la Taifa independiente a lo largo del siglo XI. En 1023, colmatado ya todo el espacio de la ciudad romana, se hizo necesario un nuevo recrecimiento de la mezquita, y los arrabales se extendieron por todo el perímetro habitable de la ciudad fuera de la medina, hasta el punto de hacerse necesario un segundo muro de tapial que tenía portillos que coinciden en su lugar con las actuales Puerta del Duque de la Victoria, Puerta del Carmen y El Portillo.

En esta época hay varios arrabales situados al sur (arrabal de Sinhaya, tomando su nombre de la tribu bereber asentada allí, actualmente Puerta Cinegia), al este (arrabal de Las Tenerías, o barrio de curtidores) y norte de la ciudad (arrabal de Altabás, al otro lado del puente, en la margen izquierda del Ebro, donde se situaban los carniceros y el matadero), y pudo llegar con Al-Muqtádir, en la segunda mitad del siglo XI, a los 25.000 habitantes.

Los pobladores de la ciudad de Zaragoza pertenecían a distintos grupos étnicos. La clase dominante (jassa), no muy numerosa, era la de los linajes árabes del sur o yemeníes, aunque también había un grupo de árabes del norte o sirios, que en el primer siglo de dominación árabe, aspiró a dominar la Taifa.

El contingente bereber tampoco fue al principio muy abundante, y se estableció además de en Zaragoza, sobre todo (y con el tiempo) en el arrabal de Sinhaya (al exterior de la Puerta Cinegia o de Toledo).

A ambos lados del paseo, en el lugar que apareció la Sinhaya, hay colocadas unas placas informativas en las que se detalla con una maqueta como eran los restos arquitectónicos encontrados en 2002
En el 2001 se comenzó a excavar el Paseo de la Independencia para construir un gran parking subterráneo. Estas excavaciones descubrieron las ruinas de Sinhaya (siglos X y XII), una circunstancia que frenó el proyecto. Dos placas informativas a ambos lados del paseo ofrecen una explicación de los restos de su subsuelo, ya que decidieron cubrirse. Fue una pena porque se veían varias calles enteras.

En la llamada Medina, el núcleo político administrativo de la ciudad, se localizaba la Mezquita Aljama, el Zoco, donde se concentraba la actividad comercial, y la Alcazaba o residencia del gobernador, adosada a la muralla.
 
Los musulmanes reforzaron la muralla romana del siglo III y construyeron una gran cerca de adobe y ladrillo en torno a los arrabales.

La muralla de Saraqusta disponía de un fortín en cada uno de los cuatro ángulos, en los dos que daban al río se levantaron sendas Zudas, que se conservan actualmente, aunque muy reformadas: la Zuda de San Juan de los Panetes y la del Santo Sepulcro.

Las tiendas solían agruparse en torno a las puertas y en los alrededores de las mezquitas, por ser las zonas de mayor tránsito. 

Se conoce la existencia de un amplio Zoco en los alrededores de la mezquita mayor, otro en los alrededores de la Puerta Cinegia. Además de una alcaicería (aduana), en la actual Calle Verónica, y una alhóndiga, zona comercial cerrada.

Ademas de estos edificios públicos o comerciales la Medina estaba ocupada por viviendas. Las casas musulmanas se organizaban alrededor de un patio interior, que constituía el espacio más importante; a él se abrían las habitaciones y normalmente tenía un pozo y nunca faltaba la vegetación. El aspecto exterior era cerrado, ya que carecían de fachadas, sólo una puerta de acceso comunicaba con un adarve o calle sin salida.

En el barrio de San Pablo se encontraban las instalaciones industriales, como el área alfarera. En la explanada conocida como Almusara (Almozara) se celebraban acontecimientos militares, religiosos, públicos u oraciones multitudinarias.

Muy cerca de la Aljafería se encontraba el jardín botánico de los reyes de la taifa de Zaragoza.

La principal necrópolis musulmana de Zaragoza se encontraba en la calle Predicadores. Parece que los enterramientos se realizaban a ambos lados de la vía, que sabemos era recorrida por los cortejos que, procedentes de la Aljafería, se dirigían a la Mezquita Aljama y, en general, a la Medina.

El suministro de agua potable se realizaba mediante acequias y pozos, como el de la Aljafería junto a la torre del Trovador que aseguraba el suministro de agua en caso de asedio o los que se conservan en el Museo del Foro. Están documentados numerosos canalillos, que en muchos casos, debieron estar asociados a norias que utilizaría el agua de pozos o del Ebro, como los de la Calle Martín Carrillo, o el de la Plaza de San Nicolás.

Como los recién llegados musulmanes eran escasos, favorecieron la conversión al islam, lo que les proporcionaba el derecho a no pagar impuestos, puesto que la ley coránica lo prohíbe. Este grupo numeroso, formado por todo tipo de cristianos, desde linajes de rancio abolengo romano hasta campesinos, comerciantes y artesanos, adoptó el nuevo credo y se constituyó en el grupo social de los muladíes, con algunas familias muy importantes que accedieron en ocasiones al poder de distritos e incluso se comportaron como gobernadores independientes, desde el siglo IX, como es el caso de los Banu Sabrit o los Banu Qasi, que originarios de Alfaro y gobernadores de Tudela, llegaron a dominar todo el valle medio del Ebro, gobernando un extenso territorio con capital en Zaragoza.

Los judíos, perseguidos durante la época visigoda, mejoraron mucho la situación, dedicándose sobre todo al comercio, las finanzas, la política y la cultura. Su lengua y costumbres tenían puntos de contacto con las mahometanas, y de hecho, casi todos dominaron la lengua árabe. La judería de Zaragoza ocupaba el ángulo sureste de la medina, entre el solar del teatro romano (ya colmatado) y lo que hoy es la confluencia entre el Coso alto y bajo.

En cuanto a los cristianos que permanecieron fieles a su religión, llamados mozárabes -que gozaban de cierta autonomía jurídica y autoridades religiosas propias, aunque tenían que pagar impuestos-, ocuparon una zona en el sector noroeste de la ciudad situado entre las cercanías del palacio de gobierno o palacio de la Zuda y la iglesia de Santa María la Mayor, hoy conocida como basílica del Pilar.

El Torreón de la Zuda es todo lo que queda de la antigua Sudda musulmana, la residencia fortificada de los gobernadores musulmanes de la ciudad
El Torreón de la Zuda tiene 5 plantas cuadradas a las que se accede por una escalera circular

Disponían de dos iglesias que, al parecer, se mantuvieron durante los 400 años de dominación musulmana. La ya citada Iglesia de Santa María Virgen, y la de las Santas Masas, situada extramuros, que mantenía la tradición de los innumerables mártires zaragozanos y que luego sería el monasterio e iglesia de Santa Engracia. Posiblemente alrededor de esta iglesia también hubiera una comunidad mozárabe.

Los musulmanes respetaron durante todo este tiempo a la comunidad cristiana, permitiéndoles seguir con sus costumbres, religión, culto, instituciones eclesiásticas y jurídicas durante estos cuatro siglos.

La joya del legado islámico en Zaragoza es el Palacio de la Aljafería. La parte más antigua es la Torre del Trovador (siglo IX) que se incorporó al palacio-fortaleza construido en XI. Se conserva el recinto amurallado y la huella de la época de las taifas en su patio central, bajo el protagonismo de una extensa zona de columnas con arcadas de filigrana decorativa, con un triple acceso al Salón Dorado en la zona norte, y la entrada del Mihrab en la parte sur, donde se conserva íntegro el oratorio. Está abierto a las visitas casi todos los días, con algunas excepciones por ser sede de las Cortes de Aragón.

El cultivo de las letras y las ciencias en la taifa zaragozana no fue menor que el de las restantes cortes andalusíes, convirtiéndose en centro de atracción de importantes figuras de otros territorios, que encontraron en la Marca Superior un ambiente acogedor gracias al patrocinio cultural de sus diversos gobernadores y reyes. Muchos de ellos llegaron a ocupar el cargo de visir-secretario, e incluso (como Avempace ya bajo el último de los gobernadores almorávides), el de gran visir, o jefe de gobierno.

Sin embargo, en Zaragoza, al contrario de lo que ocurrió en la corte sevillana de Al-Mutámid y sus sucesores, no fue el cultivo de la poesía el principal de sus méritos, sino el de las matemáticas, la astronomía y la filosofía, áreas en las que fue no solo el centro más importante de al-Ándalus en esa época, sino de todo occidente. 

La dinastía hudí, iniciada con Sulaimán ibn Hud al-Mustaín I de Zaragoza, se mantuvo al frente de la taifa zaragozana durante tres cuartos de siglo, desde 1038 hasta 1110. El máximo esplendor de la corte zaragozana coincide con su esplendor político y se produce en la segunda mitad del siglo XI. Son los años de la erección de La Aljafería, en cuyos salones se situó el centro de la vida literaria y científica del reino, gracias al impulso que le dio el patronato del rey poeta, filósofo y matemático Al-Muqtádir.

En el ámbito científico destacó el médico, matemático y filósofo cordobés Amr ibn Abd al-Rahman al-Kirmani (h. 975-1066). Difundió en Zaragoza una importantísima enciclopedia traída de Oriente, la Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza (comparable a L’Encyclopédie de Diderot y D’Alembert en el Siglo de las Luces), que desarrollaba todos los aspectos del saber de la época a la luz de un neoplatonismo místico filosófico que influyó en todos los filósofos zaragozanos incluido Avempace.

La ocupación almorávide de Zaragoza en 1110 no supuso una ruptura profunda de la tradición cultural. De hecho, el segundo gobernador almorávide, Ibn Tifilwit, volvió a rodearse de literatos y científicos y a instalarse en los salones de la Aljafería rodeado de lujo en una corte de poetas y filósofos, donde destacaron Ibn Jafaya de Alcira y Abu Bakr Muhammad ibn Yahya ibn Saig ibn Bayyá, esto es, el gran filósofo andalusí Avempace. 

Ibn Jafaya (1058 - ) es uno de los más importantes poetas del periodo almorávide. Su estilo ejerció tal influencia en los poetas andalusíes posteriores que fue el modelo de todos ellos hasta el final del Reino de Granada.   
 
En cuanto a Avempace , se trata de una de las figuras más importantes del islam español. Su pensamiento filosófico supone un esfuerzo por conciliar el racionalismo aristotélico con la tradición de la sabiduría teológica islámica. El resultado es un personal racionalismo místico que supone el punto de partida de Averroes, que tomó muchas de sus líneas filosóficas del zaragozano. Fue valorado entre sus contemporáneos como el más importante filósofo de su tiempo.

Tras la conquista cristiana de la ciudad por Alfonso I el Batallador en 1118, los musulmanes que se quedaron en la ciudad fueron expulsados extramuros y, allí, se les permitió erigir su arrabal, conocido conocido como la morería de Zaragoza. Se instalaron en la zona contigua fuera de la muralla, al otro lado del Coso.

El barrio musulmán estaba rodeado por un muro que se extendía por la calle de Escuelas Pías, el Coso, hasta la plaza de Nuestra Señora del Carmen, y daba la vuelta por la avenida de César Augusto, Ramón y Cajal, Echeandía, San Pablo, hasta el Mercado.

Por la Puerta de la Meca y otra cerca del Arco de San Roque accedían al resto de la ciudad.
El Arco de San Roque (derribado en 1942) comunicaba la Calle del Teniente Coronel Valenzuela (conocida antes como la Calle de la Morería Cerrada) con el Coso.

A finales del siglo XIII Jaime I el Conquistador permitió que los musulmares se instalaran también en una zona extramuros en torno a la actual Plaza de España, el Paseo Independencia, la Calle Azoque, la Calle del Teniente Coronel Valenzuela (conocida antes como la Calle de la Morería Cerrada) y la Plaza Salamero, en lo que se llamaría la Morería.

El cementerio se encontraba en el solar del antiguo convento del Carmen, lindante con la Calle Cádiz.

La calle Azoque era la principal arteria del barrio musulmán y reunía lugares importantes como la Mezquita Mayor, la alfóndiga u hostal de los moros, la carnicería, el zoco o mercado y la alcaicería (mercado cerrado para la venta).

Los musulmanes permanecieron en Zaragoza hasta su expulsión en 1610 por el rey Felipe III. Las consecuencias económicas y demográficas de la deportación general fueron desoladoras.


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PALACIO DE LA ALJAFERÍA
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Es uno de los monumentos más representativos del arte mudéjar y todo un símbolo de la arquitectura civil aragonesa, además de ser una de las referencias en la historia y cultura españolas. Es el Palacio de la Aljafería. Un palacio que a lo largo de su historia ha pasado por diferentes etapas y avatares, y que a día de hoy nos abre sus puertas para mostrarnos todos los tesoros que guarda entre sus muros. Es sin duda uno de los monumentos más destacados de Zaragoza y una visita totalmente recomendada. 

La historia del Palacio de la Aljafería comenzó en el siglo XI, cuando fue ordenada su construcción por Abú Ya´far Ahmad ibn Sulaymán al-Muqtadir Billah, conocido por su título honorífico de Al-Muqtadir. os inferiores datan del siglo IX. En la construcción del palacio de la Aljafería fue integrada dentro del mismo. Su función era la de torre vigía y bastión defensivo y estaba rodeada por un foso. A partir de la conquista cristiana siguió utilizándose como torre del homenaje, hasta 1486 que fue convertida en prisión de la Inquisición. Durante los siglos XVIII y XIX también fue utilizada como torre-prisión.

El palacio de la Aljafería fue estructurado en torno al Palacio Taifal, un palacio islámico de planta rectangular amurallada y rodeado de torreones semicirculares que destaca por su gran belleza ornamental. Este recinto alberga en su parte central unas construcciones realizadas siguiendo el modelo de los castillos omeyas de Siria y Jordania. A su vez dispone de un patio interior a cielo abierto, llamado Patio de Santa Isabel, con albercas en sus lados cortos y un pórtico que lo rodea precediendo las estancias. En el lado Norte se hallan los espacios más relevantes del palacio como el Salón de los Mármoles o Salón del Trono, y a ambos lados dos estancias cuadradas a modo de alcobas reales. El conjunto se completa con unas estancias tripartitas que en su origen estaban destinadas para uso ceremonial y privado, un pequeño oratorio de planta octogonal y de reducidas dimensiones, en cuyo interior se observa una fina y profusa decoración de yeso, y una bellísima mezquita.

Tras la conquista de Zaragoza por Alfonso I el Batallador en el año 1118, el palacio fue reformado y ampliado en numerosas ocasiones por los monarcas aragoneses. Del periodo medieval (siglos XII-XIV) cabe citar la iglesia de San Martín, la denominada “alcoba de Santa Isabel”, la desaparecida capilla de San Jorge, las arquerías del patio de Santa Isabel y, sobre todo, las salas del palacio mudéjar de Pedro IV. Estas edificaciones fueron de vital importancia en la formación del arte mudéjar aragonés.

Posteriormente, en torno al año 1492, fue erigido el Palacio de los Reyes Católicos con el fin de simbolizar el poder y prestigio de los monarcas cristianos. La dirección de la obra recayó en el maestro mudéjar Faraig de Gali, y en ella se funde la herencia artística medieval con los nuevos aportes del Renacimiento. Es por ello que el Palacio de los Reyes Católicos es un de los ejemplos más significativos del llamado “estilo Reyes Católicos”. El palacio consta de una escalinata, una galería o corredor y un conjunto de salas, denominadas “de los Pasos Perdidos” que culminan en el gran Salón del Trono en el que destaca su magnífico artesonado.

A partir de 1593, y bajo la orden del rey Felipe II, el ingeniero italiano Tiburcio Spanochi diseñó los planos para transformar la Aljafería en un fuerte o “ciudadela moderna”. Para ello dotó al conjunto de un recinto amurallado exterior, con baluartes pentagonales en las esquinas, además de un imponente foso. Sin embargo, lo que en realidad se pretendió con la reforma del conjunto, no fue otra cosa que poner de manifiesto la autoridad real frente a las reivindicaciones forales de los aragoneses, así como el deseo del rey de frenar posibles revueltas de la población zaragozana.

Posteriormente, durante los siglos XVIII y XIX se llevaron a cabo en el edificio profundas remodelaciones con el objetivo de su adaptación como acuertelamiento. A día de hoy se conservan los bloques construidos en la época de Carlos III y dos de los torreones neogóticos añadidos en tiempos de Isabel II.

Desde el año 1987 el palacio acoge entre sus muros a la institución que representa a los aragoneses: las Cortes de Aragón.


La Torre del Trovador

La Aljafería fue construido en el siglo XI como palacio de recreo de los reyes musulmanes que gobernaban la taifa de Saraqosta, siguiendo el modelo de los palacios Omeyas en Siria y Jordania.

Antes de la construcción del palacio ya existía allí la que ahora conocemos como Torre del Trovador, originaria del siglo IX, y que se usaba como torre de vigilancia.

La Torre del Trovador es la edificación más antigua de la Aljafería y recibió este nombre a partir de la leyenda de Manrique de Lara, cuya supuesta prisión entre sus muros sirvió de tema al escritor Antonio García Gutiérrez (1813-1884) para la puesta en escena del drama romántico “El Trovador” (1836).

La obra narra la historia de Manrique de Lara, trovador de profesión que fue criado por una gitana aunque su sangre pertenecía a la nobleza zaragozana. Se enamoró de Leonor Sesé de Urrea, una joven de la corte de La Aljafería, de la que también estaba enamorado Antonio Artal, hermano del primero aunque ambos desconocían este hecho.

Leonor eligió a Manrique y Antonio, por celos, hizo que la joven fuese encerrada en un convento. Pero el trovador la raptó y escaparon juntos. La pareja vivió feliz hasta que dieron con su paradero: Manrique fue apresado y llevado a la Torre del Homenaje del Castillo de la Aljafería, donde fue condenado a muerte y ejecutado.

La muerte de Manrique provocó el suicidio de Leonor y la historia no fue mucho mejor para su otro pretendiente, Antonio, ya que la gitana le contó que había ejecutado a su propio hermano y murió desconsolado al conocer la noticia.

Esta pieza sirvió de inspiración a Giuseppe Verdi para el libreto de una de sus óperas más famosas, “Il Trovatore” (1853). Desde ese momento la torre adquirió fama y pasó a conocerse popularmente con la actual denominación de Torre del Trovador.

La estructura original de la torre, construida en el siglo IX con elementos de la muralla romana de Caesaraugusta, se conserva junto con los restos de una estructura hidráulica tardorromana que comunica directamente con el río Ebro.

A través de la primera planta de la torre se llega por un estrecho corredor a un aljibe o pozo circular que, con una profundidad de 12 metros, llega hasta las capas freáticas del río Ebro.

“Cuando lleva mucho caudal, hay agua en este pozo”, explican en las visitas guiadas.

Dado su gran tamaño (cinco metros de diámetro) podría haber servido para abastecer de agua a todos los habitantes de la fortaleza y, ahora, unas escaleras de caracol permiten intuir dónde queda su fondo.

Algunos autores también la han identificado como la torre de homenaje de un castillo feudal descrito en el Cantar de Roldán (siglo XI).

Vista exterior de la Torre del Trovador del Palacio de la Aljafería

La torre es de planta cuadrangular y cinco plantas, las tres primeras de época musulmana, y las dos superiores, y parte de la tercera, cristianas. Está edificada con alabastro, con el que los romanos construían sus murallas. Este estilo es todavía visible en la escalera de acceso y en la puerta principal de acceso.

Entre los siglos IX y X era una torre vigía y baluarte defensivo, al tiempo que se le rodeó de un pozo, que en algunos periodos llegó a estar lleno de leones y otros animales salvajes.

En 1070 Al-Muqtádir ordenó instalar en la terraza de la torre un observatorio astronómico, en el que el monarca musulmán pasaba largas horas con sus astrónomos estudiando el movimiento de los planetas, la posición de  las estrellas y los fenómenos que se producían en el cosmos.

En 1118, Alfonso I el Batallador conquistó la ciudad a los musulmanes y la Aljafería se convirtió en el palacio de los monarcas de la Corona de Aragón.

En el siglo XIV Pedro IV el Ceremonioso unió la Torre del Trovador al palacio. En el gran Salón de Recepciones del palacio mudéjar de Pedro IV, comunicado con la planta tercera de la torre, se puede ver el muro oeste de la torre, así como el paso atrincherado que sirve de acceso al pozo-aljibe desde la planta primera, pozo también visible desde el Salón.

Tras numerosas modificaciones a la estructura original, la Torre del Trovador se convirtió en calabozo de la Inquisición en 1486. Mantuvo esta condición hasta bien entrado el siglo XIX.


LA ALJAFERÍA A DIA DE HOY

El palacio de la Aljafería es un edificio que conserva una gran belleza y encanto, a pesar de los cambios y etapas que ha ido viviendo a lo largo de su historia. Cruzar su puerta nos permite contemplar la delicada belleza ornamental de un palacio taifal del siglo XI, las extraordinarias tallas en madera que los artistas mudéjares trabajaron en el palacio, y la ostentación de la época de los Reyes Católicos, con su Salón del Trono en el que si alzamos nuestra vista nos quedaremos prendados al ver su espectacular techumbre de madera dorada y policromada.

La Aljafería es junto a la Alhambra de Granada y la Mezquita de Córdoba una de las joyas artísticas de la presencia musulmana en el Sur de Europa. En el año 2001 la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad el arte mudéjar de Aragón, destacando al palacio de la Aljafería como uno de sus monumentos más representativos.

Desde su apertura al público somos más de tres millones de personas las que nos hemos adentrando entre sus muros para conocer este monumento emblemático y los espacios que alberga en su interior.




La Táifa de Albarracín
El reino mas antiguo en la península Ibérica


Reyes taifas de Albarracín Dinastía Banu Razín (1012-1104)

Hudayl ibn Razin (1012-1045) Abd al-Malik ibn Razin (1045-1103) Yahya Husam ad-Dawla (1103-1104).


La taifa de Albarracín o de Sahla fue un pequeño reino de taifa establecido alrededor del municipio de Albarracín y de su sierra por la dinastía bereber de los Banu Razín —perteneciente a la tribu de Hawwara— llegados a la Península Ibérica con la conquista de Tariq y establecidos en Córdoba en el siglo VIII.

El 18 de mayo del año 1103 murió Abd al-Malik ibn Hudayl ibn Razin, segundo rey de la Taifa de Sahla, más conocida como Albarracín. Muchas veces, fruto de nuestra propia cultura, nos centramos en la historia cristiana de Aragón y las famosas conquistas de Pedro I y sobre todo de Alfonso I, y de cómo el Reino de Aragón logró por fin bajar de los Pirineos para asentarse en el fértil valle del Ebro. Eso nos hace a veces perder de vista la riquísima historia de nuestra tierra en época islámica. Por eso hoy os hablamos de un pequeño reino, enclavado en la escarpada sierra de Albarracín, que durante prácticamente un siglo supo desafiar el gran poder de sus muy poderosos reinos vecinos; tanto musulmanes como cristianos.

A principios del siglo XI, terminado el gobierno del famoso caudillo andalusí Almanzor y de su hijo, el Califato de Córdoba, desprovisto al fin de una figura fuerte y aglutinante, se desmigaja. Aparecen los que se denominaron como primeros Reinos de Taifas. Las grandes familias de las más importantes ciudades de al-Andalus reclamaban para sí el título califal, pero incapaces de imponerse unos a otros acaban formando diferentes dinastías con sus respectivos reinos. Toledo, Sevilla, Granada, Zaragaza, Valencia,…, y Albarracín. Todas declararon su independencia unas de otras.

Remontémonos algo más atrás en el tiempo. Según los testimonios que nos han quedado, ciertos o no, el linaje norteafricano de los Banu Razín habría llegado a la Península Ibérica en el mismo año 711 acompañando a Táriq ibn Ziyãd, el general bereber que derrotó al ejército visigodo del rey don Rodrigo. Tras conquistar casi toda la península, los Banu Razín se asentaron en la corte de Córdoba, capital del emirato, pero con el tiempo acabaron logrando tierras en la actual zona de Albarracín y asentándose en ellas. Los Banu Razín –nombre del que proviene Albarracín-, protegidos por la orografía de su señorío, y en la misma tónica que llevaron las grandes capitales de las marcas fronterizas del norte –Badajoz, Toledo y Zaragoza-, no siempre aceptaron su sumisión al emirato y después califato cordobés, aunque nominalmente pertenecieron siempre a él. Pero hacia el año 1010, con la desintegración del Califato, Hudayl ibn Razín, señor de Sahla, acaba por consolidar la independencia de sus dominios, convirtiéndose entre 1012 y 1045 en el primer rey de la Taifa de Sahla. Estableció un reino que llegaba hasta Calamocha por el norte, Gúdar al este y la actual Teruel –que aún no existía entonces- por el sur.

Su territorio no contaba con muchos recursos y ni siquiera llegó a acuñar moneda propia, pero excavaciones arqueológicas han demostrado que la corte albarracinense quiso rodearse de la mayor fastuosidad posible, habiéndose encontrado incluso restos de porcelana china. A pesar de la falta de recursos, Hudayl supo hacer frente a sus poderosos vecinos. Desde el principio, la rica Taifa de Zaragoza quiso apoderarse de Albarracín, aunque nunca lo logró. También lindaba por el oeste con la poderosa Taifa de Toledo y hacia el sureste con los dominios de la ambicionada por todos Taifa de Valencia.

En 1045 Hudayl fue sucedido por Abd al-Malik, quien para mantener la independencia tuvo que pagar parias a Alfonso VI de Castilla. Sin embargo, en el año 1086 el ejército castellano fue totalmente destrozado por los almorávides en la Batalla de Zalaca, ante lo cual al-Malik se declaró en rebeldía y dejó de pagar tributos. No tardó en ser castigado, y entre 1090 y 1094 fue sometido de nuevo a tributos, pero esta vez por la mesnada de un tal Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el Cid, que necesitaba de la mayor cantidad de dinero y hombres posible para lograr su gran objetivo; conquistar Valencia a los musulmanes. Al-Malik “colaboró” con el Cid durante esos años aunque siempre a regañadientes, hasta que finalmente cambió de bando y decidió apoyar a los almorávides para hacerse ellos con Valencia. No mucho tiempo después, el rey de Albarracín fue derrotado por el Cid, y aunque tuvo que huir logró mantener la independencia de su pequeño reino. Muere en 1103, siendo sucedido por Yahya Husam ad-Dawla, tercer, último y efímero rey de Albarracín, pues fue derrocado por el gobernador almorávide de Valencia en abril del año siguiente.  Se puso así fin a la independencia política de esa pequeña población turolense que, contra todo pronóstico, los Banu Razín lograron mantener durante 92 años.



Siglo XI

Originalmente, el linaje bereber de los Banu Razín, se asentaron en la corte emiral de Córdoba, para posteriormente asentarse entre la sierra de Albarracín los Montes Universales. En esta región establecieron un señorío que, no siempre sometidos al dominio emiral y califal de Córdoba, se afianzó como taifa independiente con la llegada al poder de Abu Muhammad Hudayl ibn al-'Asla ibn Razin hacia 1010, a raíz de la descomposición del Califato de Córdoba; si bien nominalmente se reconocían súbditos de los efímeros califas durante la fitna de Al-Ándalus Hisam II y Sulaiman al-Mustain, quien reconoció los dominios de Hudayl ibn Razin.La taifa de Albarracín ocupaba aproximadamente la parte suroccidental de la actual provincia de Teruel, y sus dominios se extendieron hasta Calamocha y Pancrudo al norte, Gúdar y Jarque al este, Camarena de la Sierra y Teruel al sudeste, y Castielfabib al sur; ocupando las cuencas del río Alfambra, el Guadalaviar y el alto Jiloca hacia el norte hasta Monreal del Campo y el Poyo del Cid.

Hudayl y sus descendentes, los Banu Razín, dominaron la taifa hasta su extinción, aunque el primer monarca de Albarracín debió de enfrentarse a las ambiciones de los Tuyibíes y Hudíes de Zaragoza, que pretendieron anexionarse el pequeño reino. A pesar de la prosperidad y firmeza de Hudayl para extender su taifa en la primera mitad del siglo XI, ciertas fuentes desafectas aluden a su excesiva dureza e incluso crueldad. Lo cierto es que la Taifa de Albarracín se asentó durante treinta años en una encrucijada política muy complicada, entre las poderosas taifas de Zaragoza y Toledo y cercana y relacionada con la deseada taifa de Valencia.

A Hudayl I lo sucedió Abd al-Malik en 1045, que se vio obligado a pagar parias a Alfonso VI de León y Castilla para mantener su autonomía hasta 1086, año en que, a consecuencia de la derrota del rey castellano-leonés en la Batalla de Zalaca, Abd al-Malik dejó de pagarle parias. Sin embargo, en 1090 llegaría El Cid a estas tierras, a las que hizo tributarias. Ante la negativa de Abd al-Malik a pagar las parias al Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar decidió conquistar Albarracín y unir a su mesnada las tropas de Abd al-Malik con el objeto de aunar fuerzas para asediar Valencia en 1094.

Pero sin finalizar su apoyo al Cid en el asedio de Valencia, Abd al-Malik pasó a unirse a los almorávides con objeto de reconquistarla para el islam, sumándose a la iniciativa de otros aliados, como los reyes taifas de Lérida, Tortosa o Alpuente. Por esta razón Abd al-Malik fue atacado y derrotado por el Cid en Quart.

A Abd al-Malik le sucedió finalmente Yahya Husam ad-Dawla1 en 1103, derrocado por el gobernador almorávide de Valencia Abu Abū Abd Allāh Muhammad ibn Fātima en abril de 1104,3 con lo que la Taifa de Albarracín perdía su independencia en el contexto del periodo de las primeras taifas. A partir de entonces, los Banu Razín se trasladaron a Valencia.


Siglo XII

Unos sesenta años después, hacia 1170, Muhammad ibn 'Abd Ajoāh ibn Sano'd ibn Mardāniš, conocido por el apodo de Rey Lobo, traspasó el territorio al Señor de Estella, Pedro Ruiz de Azagra, posiblemente fruto del pago por los servicios prestados por el rey de Navarra.De este modo se estableció el señorío de Santa María de Aben Razín (Señorío de Albarracín), un territorio soberano enclavado entre el Reino de Castilla y el Reino de Aragón en manos de un feudatario del Reino de Navarra.


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Para conocer más:
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Albarracín: de Táifa a Señorío

Albarracín, uno de los pueblos más bonitos de España, enclavado en la sierra del mismo nombre, encaramado a un risco, rodeado y protegido por el río Guadalaviar, aúna siglos de apasionante historia, una maravilloso entorno natural y una arquitectura urbana que encaja entre ambas.

La Sierra de Albarracín fue modelada por gigantes. De otra manera no es posible explicar la perfección del foso que protege Albarracín, por donde discurren las frías aguas del río Guadalaviar.

Viajando desde la provincia de Cuenca hacia la de Teruel uno queda asombrado por el paisaje que forma Gea. La Tierra ofrece su escenario y el ser humano (tramoyista) se encarga del atrezzo, construido con piedras y ladrillos sobre unas tablas que sobrevuelan terrenos serranos. Albarracín es el escenario de un teatro donde los seres humanos representan el más antiguo drama de la historia, la lucha por la supervivencia y la adpatación al medio. Una localidad que se funde con entorno y termina formando parte de esta bella naturaleza salvaje.

Una tierra de frontera y de guerra. Primero entre musulmanes y cristianos, más tarde entre Aragón y Castilla. Los continuos conflictos marcaron la fisionomía e idiosincracia política, económica y social de la región.

El caso antiguo e histórico de Albarracín se encarama sobre un enorme peñón rodeado casi en su totalidad por el río Guadalaviar.



LA TAIFA DE LOS BANU RAZIN.

La fitna de 1009 deshizo el poderoso Califato de Córdoba en un sinnúmero de pequeños reinos de taifas independientes entre sí. En la abrupta serranía de Teruel surge la taifa de Aben Razín. Y del patronímico de esta familia le viene su nombre actual Al Banu Razín (los hijos de Razón). El núcleo de la taifa era la población de Albarracín, que además controlaba el territorio circundante.

“[Los reyes de taifas] convirtieron regiones en sus feudos, se repartieron entre sí las grandes ciudades, recabaron impuestos de distritos y ciudades, fundaron ejércitos, nombraron jueves, y adoptaron títulos. Distinguidos autores escribieron acerca de ellos, y los poetas los alabaron. Archivaron sus colecciones de poesía. Se hicieron testamentos otorgándoles el poder de gobernar. Los eruditos esperaron a sus puertas, y los sabios buscaron sus favores.”
Ibn al-Jatib, Alam.

os Banu Razín eran una familia bereber que llegó a la Península Ibérica siguiendo a Tariq, y que se asentaron en Córdoba en el siglo VIII en la corte emiral. Posteriormente, el linaje de los Banu Razín, como muchas familias bereberes, carne de cañón y fuerza de choque de los ejércitos musulmanes que se apoderaron de la península, tuvieron que conformarse con tierras más inhóspitas y menos productivas, mientras que la nobleza árabe se asentaba en las más fértiles, se trasladó más al norte.

Concretamente a la Sierra de Albarracín en los Montes Universales. En esta zona establecen un señorío que no siempre estuvo sometido al poder emiral o califal. Lo difícil e inaccesible del terreno, lo alejado del núcleo cordobés y la imposibilidad que tenía el gobierno andalusí para controlar la región, posibilitó, que desde el principio, y según épocas, el Señorío de los Banu Razín, vivió de manera autónoma.

En el siglo VIII, las arrolladoras fuerzas musulmanas conquistan las agrestes tierras de Teruel. De esta temprana época datan la Torre del Andador, el Alcázar y la Torre del Agua.

Los primeros tiempos son parcos en noticias, aunque podemos decir que los grupos bereberes se asentaron en una pequeña población hispanovisigoda que vivía en torno a una iglesia que rendía culto a Santa María.

Alcázar, Castillo, o mejor dicho lo que queda de él. Aparece asentado sobre un enorme promontorio rocoso de complicado acceso que domina el río Guadalaviar, rodeado de murallas (prácticamente lo único que se conserva) y aseguraba la defensa de toda la ciudad. La fortaleza era protegida por la Torre de la Muela (desaparecida) y la Torre del Andador.

La Torre del Andador, de aparejo musulmán, construida durante los siglos X y XI. Más tarde fue reforzada con un pequeño recinto rectangular.

El cañón del río, el castillo, las murallas y las torres hacen de Albarracín una fortaleza muy difícil de asaltar.

En el siglo XI, con Hudayl ibn Razín, Albarracín se afianza como taifa independiente. Hudayl y sus descendientes, los Banu Razín, dominaron la pequeña taifa hasta que dejó de existir como tal. Los primeros tiempos fueron difíciles, ya que tuvieron que hacer frente a las ambiciones territoriales de la poderosa taifa de Saraqusa (Zaragoza) que pretendía anexionarse el pequeño reino serrano.

Durante treinta años la taifa de Albarracín se asentó sobre las arenas movedizas de una complicada encrucijada geopolítica, entre las más destacadas taifas de Zaragoza y Toledo, y cerca, y muy bien relacionada, con la taifa levantina de Valencia.

Visitando la bella localidad de Albarracín, no podemos dejar de pensar, que en la actualidad, podría seguir siendo una taifa.

Hasta 1104 se suceden en el gobierno Hudayl, Abd al Malik, que fue sometido a tributos por el Cid Campeador, y Yahya. De esta época (siglo XI) datan las murallas de la ciudad, que fueron reconstruídas (y reforzadas) durante el siglo XIV.

La ciudad musulmana estaba protegida por murallas y defendida por el alcázar. Al pie de esas murallas se extendía la medina.

Las murallas escalan la ladera, erizan la montaña, forman una inflanqueable cresta defensiva. Los ejércitos enemigos son vencidos ante su sola visión.

Las taifas a menudo se enfrentaban y competían entre sí, y debían, además, soportar la presión de los crecientes reinos cristianos, lo que terminó por debilitarlas y extenuarlas. Esta situación fue aprovechada por otra dinastía bereber, los almorávides, que acabaron por hacerse con todo el control.

En 1104 los almorávides de Valencia derrocaron al gobernador de Albarracín que perdería su independencia. Los restos de la familia Banu Razín se trasladaron a la propia Valencia.


EL SEÑORÍO DE LOS AZAGRA.

Con el debilitamiento del poder almorávide, se producen importantes avances cristianos. En es contexto, Alfonso II de Aragón “el Casto” ocupó Teruel en 1169. Este territorio recién conquistado se constituyó en la auténtica punta de lanza frente al reino musulmán de Valencia.

Ese mismo año de 1169 se materializa el cambio de poder en Albarracín. Muhammad ibn Mardanis, más conocido como el Rey Lobo, que había sometido toda la zona levantina, traspasó el territorio de Albarracín, como pago por la ayuda militar prestada, al señor de Estella, Pedro Ruíz de Azagra. En estos momentos nace el Señorío de Santa María de Aben Razín, un territorio soberano encajado entre el Reino de Castilla y el Reino de Aragón, pero en manos de un feudatario del Reino de Navarra.

Otra versión más prosaica, sostiene que la cesión no tuvo lugar, sino que la incorporación de Albarracín a una dinastía navarra fue fruto de un acuerdo. Sancho VI de Navarra y Alfonso II de Aragón, pactaron que el navarro tenía las manos libres para conquistar y anexionar el emplazamiento. La fábula de la donación fue una invención posterior para legitimar la posesión del señorío ante Castilla y Aragón.

La actual Iglesia de Santa María data del siglo XVI.
Según la tradición, Pedro Ruiz de Azagra, donó su espada a la Iglesia de Santa María en un solemne acto de devoción, declarándose “vasallo de Santa María y Señor de Albarracín”.

El linaje de Ruiz de Azagra mantuvo la autonomía un siglo, contando incluso con obispado propio desde 1172, siendo consagrada la Catedral en 1176.

A partir del último tercio del siglo XII (1170) la repoblación de tierras de Teruel recibirá importantes contingentes de inmigración navarra. La economía de la comarca se centrará en la ganadería, mientras que Teruel y Albarracín se convertirán en centros emisores de paños de lana, forjas y armas.

La actividad económica se encontraba fuertemente condicionada por la severa climatología, un hábitat muy complicado para animales y plantas. Una agricultura poco productiva y una ganadería que aseguró el sustento de las familias.

En cuanto a la manufactura lanera, sorprende que ya en la Edad Media, los habitantes de la Sierra eran capaces de exportar lanas y tejidos a diversos lugares de Europa, como Flandes, Italia o Francia.

La gentes que habitaba estas tierras boscosas y montañosas, en estrecho contacto con la naturaleza, creían en la existencia de criaturas que procedían de las mismas entrañas de la tierra, como el licántropo. Existe referencias, al menos desde la Baja Edad Media, de casos en que los vecinos de la Sierra de Albarracín han visto, e incluso han atrapado, a un hombre lobo.

La repoblación de Teruel y Albarracín entrañaban la concesión de fueros propios. Esta situación de independencia y autonomía fue progresivamente restringiéndose a medida que se fortalecía y afianza la autoridad de la monarquía.

La Torre Blanca data del siglo XIII, es un enorme y compacto cubo defensivo que cierra Albarracín por uno de sus brazos, instalada en el extremo del enorme espolón. Según la creencia popular en la torre habita el fantasma de una joven infanta de Aragón muerta en su interior de melancolía.

Desde lejos la alcazaba es una cresta que se alarga sobre la montaña.

En 1220 en la revuelta nobiliaria contra Jaime I, protagonizada por Rodrigo de Lizana, contó con el apoyo de Pedro Fernández de Azagra, señor de Albarracín. Como represalia el rey aragonés puso sitio a la ciudad, pero se vio obligado a levantar el asedio al no contar con apoyos suficientes. Más tarde, los Azagra ayudarán a Jaime I en la conquista de Valencia, lo que sirvió a la familia para redimirse ante la Corona.

Los reyes aragoneses intentaron en varias ocasiones hacerse con el control de Albarracín, pero tuvieron que esperar hasta 1284.

Juan Nuñez I de Lara, que había heredado mediante matrimonio la titularidad del Señorío de Albarracín, se enfrentó abiertamente a Pedro III. Y finalmente, en 1284, tras un largo asedio, narrado con profusión detalles, por el cronista Desclot, Pedro III de Aragón, el Grande, acabó rindiendo la ciudad por hambre, que había sido valientemente defendida por 200 caballeros.

Tras la victoria encomienda la plaza fuerte a Lope Jiménez de Heredia con veinte escuderos.

En 1300, el rey Jaime II integra el señorío en la Corona de Aragón y concede a Albarracín el título de Ciudad.

Una ciudad que es un auténtico monumento histórico-artístico-natural. Cuando cae la noche, la oscuridad y la soledad de sus empinadas calles, le confieren un sublime aspecto de teatro de los fantasmas.  

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Una hermosa leyenda: 
La Torre de Doña Blanca

a hermosa ubicación de Albarracín, en que el muchas de sus casas desafían la ley de la gravedad, asomada al abismo del rio Guadalaviar, nos induce a pensar que esta ciudad esconde entre sus estrechas calles muchas historias y leyendas. Pasear de noche entre ellas, con los tenues y amarillentos faroles acrecienta, aún más, esta sensación.

Albarracín está asentada sobre un gran peñón, coronado por su castillo árabe. Al final de este castillo, en el lado sur de la ciudad existe un torreón destinado a vigilancia, , al fondo de esta y que es conocida como “Torre de Doña Blanca”, hoy destinada a museo.

La leyenda comienza de esta forma:

a comitiva se disponía a partir de Albarracín. Habían llegado unos días antes con la infanta doña Blanca y se había alojado en el palacio de los Azagra. Doña Blanca había tenido que abandonar la Corte de Aragón para huir de su cuñada, la esposa del rey. Había podido vivir en Aragón mientras gobernada su padre, pero cuando este murió la envidia y el odio de su cuñada aconsejaba huir de allí. Tras unos días allí continuarían su camino a Castilla, destino final de todos ellos. En los días que estuvo en Albarracín los Azagra la habían tratado con la hospitalidad y atenciones que merecía aquella muchacha bondadosa y de gran corazón.

Los albarricenses se aprestaron a ver partir a la infanta. La comitiva se puso en marcha. Pero doña Blanca no iba con ella. Partió en silencio y de forma lóbrega. Quizá la infanta había decidido seguir con los Azagra.

Pero los días pasaban y no se advertía presencia alguna de la princesa en la ciudad. El silencio parecía cubrir las paredes de aquel palacio vestido de azul y que contrastaba con el anaranjado del resto de la villa. Pronto, aquel silencio fue el caldo de cultivo de los rumores. Estaba claro que la princesa no había partido, pero también estaba claro que no estaba con los Azagra y estos guardaban con u silencio algún secreto. Alguien dijo entonces que la noche anterior a la marcha de la comitiva, un grupo de personas habían salido de noche desde el palacio y habían subido hasta una de las torres del castillo, en la parte más alta de la villa, con un bulto y luego habían regresado sin él. Tal vez aquel bulto era el cuerpo de la muchacha, que había muerto a causa de la tristeza y melancolía que padecía por tener que abandonar su Aragón natal. O tal vez la había ocurrido algo. Por supuesto que nadie se atrevía a preguntar nada. Los Azagra eran muy poderosos desde que el llamado Rey Lobo de Murcia había cedido esta taifa al primer señor de Azagra en el siglo XII.

Aquellos rumores dieron origen a la leyenda. Fue entonces cuando durante el solsticio de verano, un joven pastor cuidaba de su rebaño de ovejas junto al río mientras contemplaba la ciudad bañada por la luz de la luna llena, cuyas casas formaban extrañas y misteriosas sombras sobre el abismo que el pastor jugaba a identificar. En lo más alto se erguía la Torre del castillo, como un vigía en la tranquila noche. A media noche sonaron las campanadas de la catedral. Fue entonces cuando el pastor identificó entre aquellas sombras, la figura blanca de una mujer, que bajaba desde la torre y hasta las aguas del río donde se lavaba el cabello para después por el mismo camino hasta la torre, donde desaparecía. Cuando contó a todos su visión, concluyeron que aquella figura fantasmal debía ser, sin duda, el espíritu la infanta doña Blanca, que vagaba errante de pena. Aquella escena no volvió a repetirse hasta el año siguiente, cuando volvieron a ver a aquel espíritu repetir la misma escena. Todos concluyeron que aquel era, sin duda, el espíritu de Doña Blanca, que vagaba errante de pena. Sín duda estaba enterrada bajo aquella torre, la cual fue conocida desde entonces como Torre de doña Blanca. Y así nacía aquella leyenda que se repite año tras año desde entonces en el solsticio de verano.

Sin embargo, la leyenda tiene una variante interesante. Pasado un tiempo, un joven hijo del alcalde de la ciudad, quiso ver por si mismo aquel espectro al que todos identificaban como la infanta desaparecida y enterrada. Una noche de luna llena, se situó en las mismas rocas desde donde el pastor había visto la misteriosa aparición, contemplando idéntico paisaje de la luz de la luna bañando la ciudad y el juego se sombras que bajaba hasta el río mismo. Sonaron las doce en la campana y, de repente, surgió entre las sombras la figura de la muchacha bajando desde la torre hasta llegar a las aguas del río para bañarse. El joven descendió desde donde estaba y, sigilosamente, se dirigió al lugar donde estaba la muchacha. Sin embargo, ella escuchó sus pasos y sacando un pequeño cántaro del agua se dispuso a escapar de allí. Él entonces apareció desde los matorrales que le ocultaban y la preguntó quién era. “La sombra de doña Blanca”, contestó ella, y comenzó a subir el empinado sendero cargada con el cántaro. Mientras, abajo se quedaba el muchacho, paralizado y sorprendido por lo que había visto: un espíritu en forma de hermosa mujer, cuyos ojos brillaban con reflejo de la luna. Al día siguiente informó a su padre de lo que había visto.

Se ordenó vigilar aquel camino y unos días más tarde, la guardia nocturna apresaba a una joven cuando se disponía, a la medianoche, a atravesar la muralla y bajar al río. La joven fue llevada al día siguiente ante el padre del joven. Él le preguntó quién era y que hacía a aquellas horas de la noche. La joven, con los ojos bañados en lágrimas, fue contando su triste historia. Ella era huérfana, de padres judíos, y al decretarse la expulsión de estos, todos los judíos que vivían en el barrio junto al castillo habían abandonado Albarracín. Sin embargo, ella no había querido abandonar la casa en la que había nacido, ni aquella ciudad, ni el río en que lavaba sus ropas o cogía agua en tiempos más felices. Se había quedado allí y vivía entre las casas abandonadas, viviendo de lo que robaba en los huertos. Por la noche, bajaba al río para bañarse y recoger agua. Aquella muchacha era la extraña visión del río. La joven judía aceptó ser bautizada y se casó con aquel joven que la vio aquella noche de plenilunio llenando su cántaro en las orillas del río, bajo el peñón en el que se asienta “La Torre de Doña Blanca”.

(En este apartado dedicado a las Táifas tras la crisi del Califato de Cordoba, vamos a ver por último la creación y desarrollo de la Táifa y Reino de Murcia. Para desarrollar corectamente la historia y comprenderla mejor, debemos empezar en el siglo VIII cuando los árabes invadieron la Península Ibérica). vamos a verlo...


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Historia de la Táifa de Murcia

La invasión musulmana y el pacto de Teodomiro

Aprovechando el desorden social y la inestabilidad política imperante en la Península Ibérica a principios del siglo VIII, tropas musulmanas al las órdenes de Tarik penetran por Gibraltar y comienzan la campaña de conquista del reino visigodo.

En el año 713, las tropas abanderadas por Abd al-Aziz asumen la conquista del sureste peninsular, dirigiéndose desde Granada a las tierras gobernadas por Teodomiro, señor de la región levantina.
El pragmatismo de este noble visigodo, en un momento en el que la mayor parte del reino ya estaba en manos de los musulmanes, le llevó a pactar con Abd al-Aziz la sumisión del sureste peninsular, donde se encontraba la región murciana (Tudmir), en lo que ha quedado consagrado para la historia como: Pacto de Teodomiro.


El Pacto de Teodomiro o Pacto de Tudmir


El Pacto de Teodomiro es un documento que recoge las condiciones de armisticio entre las partes y del que han perdurado varias versiones. Constituye el primer documento musulmán de la actual región murciana y es considerado como el acta de constitución del Reino de Murcia y el primer reconocimiento de su unidad política.
Este pacto fijó las relaciones entre conquistadores y sometidos, sus obligaciones y deberes, así como las compensaciones económicas en dinero y en especie, garantizando la soberanía y señalando el estatus jurídico de Teodomiro.

La tolerancia y las buenas relaciones son la base de este trato, reconociendo las urbes del sureste de cierta importancia: Mula, Lorca, Alicante, Elche, Villena y otras poblaciones cuya localización exacta parece indeterminada, siendo Orihuela el lugar que asumía la capitalidad de la zona.
El hecho de que la ciudad de Murcia no aparezca en el Pacto de Teodomiro, reside en que su importancia en el conjunto del territorio era todavía muy escasa.
Mientras vivió Teodomiro, Tudmir no fue ni un principado independiente, ni una tierra sometida a la autoridad directa de los gobernadores árabes, sino que fue una tierra bajo la autoridad del caudillo visigodo, pero ejercida en nombre del wali (gobernador), designado por Damasco para regir los destinos de Al-Andalus. Esta autonomía continuaría con su sucesor Atanagildo. Luego pasaría a ser una provincia islámica dependiente de Córdoba, perdiendo su especial estatus.


La fundación de la ciudad de Murcia por Abd al-Rahman II

En los inicios del siglo IX la ciudad de Lorca se convertía en la auténtica capital de Tudmir, en detrimento de Orihuela, que había perdido gran parte de su antiguo papel como capital administrativa.
Los diversos clanes establecidos en el territorio de Tudmir mantenían continuas reyertas tribales, por lo que, el 25 de julio del año 825, el emir Abd al-Rahman II, con el objeto de pacificar el territorio, potenciar el desarrollo y afianzar su autoridad, establecía una nueva capital en una pequeña elevación a orillas del río Segura: había nacido la Medina Mursiya.

Se ha generalizado la idea de que Murcia es una nueva población creada por el emir Abd al-Rahman II en el año 825, aunque los vestigios hallados en lugares como la actual Gran Vía Escultor Salzillo, indican que la realidad no fue del todo así, puesto que en aquel lugar ya existía un pequeño poblado, cuyos orígenes se remontarían a una villae romana denominada Murtia.
La fundación administrativa de la Medina Mursiya supone la dotación a la ciudad de una personalidad diferenciada y el establecimiento de una nueva capitalidad para Tudmir (que según el geógrafo árabe al-Idrisi incluía Murcia, Orihuela, Cartagena, Mula, Lorca y Chinchilla).
La ciudad se creó cercada por una muralla de quince metros de altura, jalonada con noventa y cinco torres defensivas y con nueve puertas que la comunicaban con el exterior.


La consagración de la capitalidad de Murcia bajo el califato de Abd al-Rahman III

Los propósitos centralistas de Abd al-Rahman II tuvieron un éxito relativo, puesto que la ciudad fue prosperando lentamente, no tanto por ser la sede administrativa del territorio, como por estar emplazada en la mejor zona del Valle del Segura.
De modo que, durante el resto del siglo IX, la primacía de Lorca continuó siendo evidente y sólo a partir del siglo X se constata a Murcia como clara capital política y centro económico de Tudmir.
En el año 929 Abd al-Rahman III se proclama Califa de Córdoba inaugurando uno de los períodos de mayor esplendor de Al-Andalus. Al año siguiente de su proclamación como califa, envió un general beréber para gobernar Tudmir, comenzando para este territorio un orden nuevo, caracterizado por la estabilidad social y la prosperidad económica, que terminó por afianzar a Murcia su capitalidad sobre el resto de poblaciones.


El esplendor murciano en manos del Rey Lobo

Tras la crisis y desaparición del Califato de Córdoba en el año 1031, la inestabilidad política y social se extiende por Tudmir. En este contexto nace el Reino de Murcia, a partir de una taifa alrededor de la ciudad musulmana de Murcia. Aquel reino incluía la actual provincia de Albacete y parte de la provincia de Almería.
Durante las segundas Taifas, en el año 1147 Ibn Mardanis, el controvertido rey Lobo, asumió el poder de Murcia, convirtiendo la capital y su corte en un centro político y cultural equiparable con las principales ciudades islámicas del momento. Tras veinticinco años de esplendor, Ibn Mardanis fue derrotado por los almohades, muriendo en Murcia en 1172.


La azaña de Ibn Hud

Uno de los últimos episodios importantes de la historia islámica murciana tendrá lugar al concluir el dominio almohade sobre Al-Andalus. Tras la victoria de Alfonso VIII de Castilla en las Navas de Tolosa (1212), el clima de inestabilidad y el peligro de las fronteras perfilan el contexto histórico en el que Ibn Hud inicia su aventura en un intento de crear un nuevo reino independiente.
En el año 1228 entró en la ciudad de Murcia, proclamándose emir, extendiendo su poder por todo el sureste peninsular.
Sin embargo, el avance cristiano fue desmoronando el territorio de Ibn Hud, hasta el punto de que en 1243, el territorio murciano se sometió al protectorado del rey castellano Fernando III.

Dice la leyenda que Ibn Hud moriría asesinado en Almería por uno de sus propios gobernadores.



El Rey Lobo: el azote de los yihadístas del siglo XII .


Gobernó en la costa levantina en el siglo XII, y destacó por desafiar durante más de dos décadas a los musulmanes más fanáticos

 Media península ibérica se encontraba invadida por el califato musulmán más fanático de cuantos ha vomitado el norte de África: el imperio almohade. Y el Rey andalusí que se atrevió a desafiarlo durante un cuarto de siglo fue Muhammad ibn Sa’d ibn Mardánish, mejor conocido como Rey Lobo.
 
Su reino abarcó las actuales provincias de Castellón, Valencia, Alicante y Murcia, y parte de las de Tarragona, Teruel, Cuenca, Albacete, Jaén y Almería.

El Rey Lobo abominaba del Islam radical. Fue confirmante en los documentos de Alfonso VIII de Castilla y se carteaba con el monarca inglés. Avezado diplomático, cerró ventajosos tratos comerciales con las repúblicas italianas. Y acuñó monedas que, dos siglos después de su muerte, seguían en curso legal. El Papa Alejandro IV lo llamó «Rey Lope, de gloriosa memoria». ¿Quién fue este emir andalusí apreciado por los cristianos y odiado por sus correligionarios africanos?

Los Mardánish venían de linaje muladí –así llamaban a los cristianos islamizados– y habían destacado militarmente en la Marca Superior. Eran lo que se conocía como tagríes: incursores natos, conocedores del adversario, acostumbrados a celadas y escaramuzas. El tipo de guerrero fronterizo típicamente hispano al que podemos considerar antecesor de los almogávares. El futuro Rey Lobo se crió en un ambiente de velado alzamiento contra los africanos almorávides ( los enemigos del Cid), que llevaban instalados en al-Ándalus desde finales del siglo XI. De esa rebelión surgieron las que llamamos Segundas Taifas, aunque solo una de ellas se consolidó: el Sharq al-Ándalus radicado en Valencia y Murcia.

Hacia 1147, por aclamación militar, Ibn Mardánish se convirtió en Rey de aquel territorio levantino y se aplicó a la tarea de ampliarlo, siempre a costa de otros territorios musulmanes. Se ignora el origen de su apodo. Lo cierto es que los cristianos que nutrían sus filas lo conocían como Rey Lobo o Rey Lope. También se dice que hablaba en romance, vestía al modo cristiano, permitía la construcción de iglesias en sus dominios y se daba al vino y a otros placeres poco morunos. No es de extrañar que las crónicas almohades lo pongan a caer de un burro.

Los almorávides, a los que hoy consideraríamos extremistas, eran carmelitas descalzas comparados con la siguiente oleada norteafricana: los almohades. El credo almohade guarda asombrosas similitudes con los principios del Daesh: ambos abrazan la doctrina unitaria del Tawhid; imponen la hisba, rígida vigilancia en la pureza de las costumbres; consideran takfires a los musulmanes que no se someten –lo que permite su eliminación– y se sirven de la Yihad como instrumento principal. El Daesh surge de los desvaríos de un alienado llamado az-Zarqawi, y el califato almohade arrancó con una pieza parecida: Ibn Tumart, pastor de cabras radicalizado por el estudio obsesivo de un único libro. Ibn Tumart, maleadas las mentes de sus seguidores, organizó salvajadas análogas a las que hemos visto en Youtube y en los telediarios: degüellos colectivos, esclavizaciones masivas, purgas expeditivas. Tras acabar con los almorávides y afianzar un enorme y centralizado imperio en el norte de África, los almohades desembarcan en al-Ándalus y toman Sevilla, Córdoba, Málaga y Almería. La primera consecuencia nos resultará familiar: multitud de judíos y musulmanes moderados, así como los pocos mozárabes que quedan al sur de Sierra Morena, se exilian para evitar la crucifixión, la garganta rebanada o la conversión forzosa. Los refugiados afluyen, entre otros lugares, al Sharq al-Ándalus. Esta «fuga de cerebros» medieval da lugar a que la corte del Rey Lobo se llene de intelectuales de toda talla. Las ciencias, las artes y las letras florecen en la Valencia y la Murcia del siglo XII.
 
Según las crónicas, a Ibn Mardánish le van las fiestas y el desfase medieval, pero no parece de los que se quedan sentados en su trono. Tras gastar una ingente suma en su ejército mercenario –los andalusíes no destacaban por su eficacia guerrera–, se busca un prestigioso aliado: Ibn Hamusk, señor de Segura. Después se hace con los servicios de los mesnaderos cristianos más célebres: Álvar el Calvo, conde de Sarria aclamado en el épico «Cantar de Almería» como guerrero portentoso; el conde de Urgel, Armengol VII, que a lo largo de su vida desempeñará importantes cargos en el reino de León; y Pedro de Azagra, noble navarro que recibirá, por sus servicios a Ibn Mardanish, el agreste señorío de Albarracín. Al frente de esta manada, el Lobo se siente capaz de resistir la marea fanática, así que se planta a las puertas de Sevilla, la capital almohade en al-Ándalus, para humillar al futuro califa Yusuf. Algarea y conquista, expande sus fronteras hasta el Alto Guadalquivir. Su insolencia llega al límite cuando, con ayuda de judíos falsamente islamizados, se hace con Granada y la conserva durante todo un año. Los almohades, acostumbrados a dominar por el terror y por las armas, le ven las orejas a un lobo que va a ser su principal y encarnizado enemigo.

La eliminación del Lobo, azote de yihadistas y escudo de los reinos cristianos, se convierte en objetivo primordial para los africanos. Los dos primeros califas almohades, Abd al-Mumín y Yusuf, se esmeran en preparar la expedición definitiva que por fin se lanza hacia Murcia. En octubre de 1165, cerca de la actual Alcantarilla, un ejército combinado cristiano-andalusí se enfrenta a las poderosas fuerzas almohades en la batalla de Fahs al-Ŷallab. El hito, incomprensiblemente desconocido en nuestra historia, merece figurar con letras grandes junto a Alarcos y las Navas de Tolosa, las otras dos grandes batallas contra los almohades.
 
La derrota del Rey Lobo permite que los africanos aceleren la invasión de al-Ándalus y piensen en asaltar las fronteras cristianas. Ninguno de los reyes católicos del norte, más ocupados con sus querellas personales que por el bien común, acude al aullido de socorro del Rey Lobo, encastillado en Murcia mientras pierde sus posesiones levantinas. Ibn Hamusk lo traiciona y se pasa al bando africano. Sus mercenarios, faltos de paga, lo abandonan. El Rey de Aragón, que hasta ese momento se ha visto libre de la amenaza almohade por el escudo lobuno, aprovecha: cruza el Guadalope (el Río del Lobo) y rapiña las tierras desamparadas hasta Teruel. Ibn Mardánish se desespera por la deslealtad y por la insultante imprevisión de sus presuntos aliados cristianos. En el lecho de muerte ordena a sus herederos que se sometan a la máquina almohade. Entonces comienza una agonía ibérica que figura en los anales, que está a punto de revertir la Reconquista y de la que solo nos librarán nuestros antepasados en el verano de 1212, jugándose el todo por el todo en un perdido lugar de Sierra Morena.


Rey Lobo. El sanguinario, perturbado y fornicador rey de Murcia. . 

Uno de los personajes más interesantes e importantes de la Edad Media española. Pieza fundamental en el periodo intermedio entre las dominaciones Almorávide y Almohade.
Nacido en Peñíscola. Conocido también como don Lup o rey Lope. Alardeaba del más puro linaje árabe pero su apellido “Mardanix” no deja lugar a dudas: Martínez. Sus antepasados eran cristianos mozárabes que se convirtieron al Islam para trepar socialmente.
Lo cierto es que no se esforzaba lo mínimo en disimular su origen: vestía, iba armado y aparejaba su cabalgadura a la usanza cristiana, hablaba tanto árabe como romance y distaba de ser un musulmán devoto.

Reunificó la región (Cora) de Tudmir. Mantuvo relaciones comerciales con Génova. Enviaba costosos regalos a Inglaterra y un siglo más tarde todavía era recordado en Roma como “rey Lope, de gloriosa memoria”.

Realizó un acertado sistema de alianzas con Cataluña, Aragón y Castilla. Mayoritariamente sus soldados eran mercenarios castellanos, navarros y catalanes. Detuvo la invasión de los Almohades africanos que no triunfaron hasta que no murió el rey Lobo. 

Entre 1147 y 1172, consiguió hacer poderosa la Taifa (Cora) de Murcia siendo un dictador despiadado. En Murcia, la capital de su reino, se vivía en un régimen de terror. Los mercenarios llevaban una vida sin límites y a partir de ciertas horas nadie se atrevía a poner los pies en la calle.

Los cronistas musulmanes presentan al rey Lobo como corpulento, sanguíneo y fornicador. Su valor en el combate era asombroso. Desorbitó a su pariente Ibn Hilal en Moratalla que se le había sublevado. Emparedó a varios cadíes de Murcia que se habían convertido en opositores políticos.

Pasaba largas temporadas en el Castillejo de Monteagudo. Hasta allí le acompañaban su guardia de corps, un nutrido harén, su corte literaria y demás funcionarios.

Los últimos años, el déspota, los empeñó en contener la invasión almohade. Comenzó bien su guerra contra los africanos derrotándolos en la batalla de Balkawara, a una jornada al Sur de Murcia. Estuvo apoyado por una columna enviada por el conde de Barcelona y derrotaron a un fuerte ejército almohade recién desembarcado. Pero las iniciales victorias se tornaron en una serie ininterrumpida de fracasos. En 1164 perdió la élite de su ejército (unos 13000 mercenarios) en la batalla de Chelab, cerca de Orihuela.

Las represiones del tirano hicieron que un movimiento proalmohade sacudiese todos sus dominios. Lorca abrió sus puertas a los africanos y varios de sus hermanos y otros parientes se sublevaron contra él en Játiva, Segorve, Almería y otros lugares.

Murcia fue sometida a un estrecho cerco. Talaron su huerta, arrasaron sus alquerías y aldeas e incluso el Castillejo sufrió saqueos e incendios.

Abatido, enfermo, perturbado mentalmente… En su delirio, el rey Lobo, hizo ahogar a una de sus hijas y a sus nietos para vengarse de un primo. Encerró a dos de sus visires en una torre a los que visitaba diariariamente, murieron de hambre.

Cuando murió Mardanix, la noticia se mantuvo en secreto hasta que llegó su hermano Jusuf de Valencia. Éste y los hijos del Rey Lobo, llegaron a un acuerdo con el califa almohade Abu Yakub. El jueves 17 de agosto de 1172 el califa hizo un alto en Monteagudo y entró en Murcia. 


Cronología del personaje:

1124. Fecha aproximada de su nacimiento. Se ignora el lugar.
1134. Desde las murallas de Fraga, ciudad que gobierna su padre, presencia la única batalla que perdió Alfonso I el Batallador.
1144. Desmembración del emirato almorávide. Ibn Mardánish ocupa puestos de responsabilidad militar en Valencia.
1147. Ibn Mardánish es aclamado por las tropas andalusíes como nuevo emir de Valencia y Murcia tras hacerse con estas dos ciudades.
1151. El Rey Lobo establece una alianza con Alfonso VII, Rey de León y Castilla. Lleva a cabo la conquista de Guadix.
1157-1161. El Rey Lobo toma Baeza, Úbeda, Jaén, Carmona y Écija. Asedia Córdoba y Sevilla, y hostiga a los almohades.
1162. Con ayuda de los judíos de Granada, se hace con la ciudad. Los almohades la recuperan en una sangrienta ofensiva.
1165. Batalla de Fahs al-Yallab. Una gran fuerza combinada cristiano-andalusí es derrotada por el ejército almohade.
1169-1171. Acosado por las defecciones y por el avance almohade, la frontera del Sharq al-Ándalus retrocede.
172. El Rey Lobo muere en Murcia. Antes, Ibn Mardánish aconseja a sus hijos rendirse al imperio almohade. 



Al-ándalus bajo el poder de Almorávides (1086-1147) y Almohades (1147-1212).


En la época de las taifas el gran dominio del Islam había quedado dividido en dos grandes espacios amplísimos, Oriente y Occidente. El califato abbasí de Bagdad y el califato fatimí de El Cairo eran hegemónicos en el Islam oriental, mientras que el occidental se repartía entre al-Andalús y el Magreb. El progresivo avance de la frontera cristiana durante el siglo XI alarmó a los reyes de taifas que se veían impotentes para detenerlo al no contar con fuerzas militares suficientes para oponerse a ello. La pérdida de la ciudad de Coria (Cáceres) hacia 1078 indujo aisladamente al rey de Badajoz a pedir ayuda a los almorávides, a quien también recurrió posteriormente el rey de Sevilla, sin respuestas concretas por parte de aquellos. Fue la caída de la ciudad de Toledo en 1085 el suceso que disolvió las reservas y precauciones de los restantes soberanos de las taifas a solicitar de nuevo y ahora conjuntamente el auxilio de los almorávides.



Los Almorávides;  
la fracasada reconquista de al-Ándalus.


Ocho siglos duró la presencia de reinos musulmanes en la Península Ibérica. A pesar de hoy día, cada vez con mayor frecuencia, la historiografía se centra en asuntos políticos, económicos, o sociales para explicar los procesos de conquistas o reconquistas acontecidos en dicho periodo. No debemos olvidar la vertiente religiosa del conflicto, que tuvo uno de sus máximos exponentes en el periodo de nuestros protagonistas de hoy, los almorávides.


La toma de Toledo por Alfonso VI.

El 6 de mayo de 1085, el rey de León, Alfonso VI entraba por las calles de Toledo. Esta no era una ciudad cualquiera, ya que había sido testigo del mayor poder cristiano de la Península Ibérica; la Toledo visigoda era recuperada por un rey cristiano. La noticia corrió por los tres continentes; los reinos cristianos de Europa la acogieron como un hilo de esperanza, los musulmanes podían ser derrotados, así que, unos años después partían hacia Jerusalén en la Primera cruzada. Para el resto de reinos cristianos de la Península era la constatación de que, si había caído Toledo, el resto de ciudades musulmanas podían correr la misma suerte. Evidentemente el más reforzado fue Alfonso VI, convertido en una especia de emperador de la Hispania cristiana.

Pero la noticia también llegó al Magreb, donde los almorávides habían conseguido instalar su capital, y restaban a la espera de la llamada musulmana para intervenir. El antiguo Califato de Córdoba, adalid del esplendor musulmán en la Península ya era historia, y desde su desaparición los reinos de taifas perdían aceleradamente los territorios ante el avance cristiano. Solo un fuerte poder musulmán podía dar un vuelco a la situación, y los almorávides estaban preparados para ejecutarlo.


¿Quiénes eran los almorávides?

Su propio nombre da una pista importante; Almorávides proviene del vocablo árabe “al-murabitum”, el que habita en un ribat, es decir es los monasterios-fortalezas musulmanas.

Su origen se remonta a medio siglo antes de los hechos de Toledo, en aquellos momentos el islam se introduce con fuerza en las tribus seminómadas dedicadas al comercio de oro y esclavos del sur del Sahara. Por lo que sus dirigentes sienten la necesidad de peregrinar a La Meca. A la vuelta de dicho viaje toman contacto en Kairuán con Allah ibn Yasin una especie de maestro de la doctrina Maliki, muy afín a la recuperación de las antiguas costumbres basadas en el tradicional derecho islámico.

El maestro Maliki vuelve con sus dirigentes al sur del Sahara, donde comienza el adoctrinamiento de las diferentes tribus bereberes de la zona. Desde los ribats se inicia la radicalización de las costumbres, con dos dirigentes de excepción; el propio ibn Yasin como inspirador religioso y Yahya ibn Umar como dirigente militar.

En el año 1050 comienza su rápida extensión a través de las arenas del desierto, traspasan el Atlas y fundan la célebre ciudad de Marrakech para convertirla en capital del recién nacido Imperio Almorávide. Desde allí con gran continuidad van conquistando las ciudades del noroeste de África, Fez, Tánger o Trecemén aparecen bajo el dominio almorávide desde aproximadamente el año 1080. Durante este periodo surgieron dos nuevos personajes Abu Bakr ibn Umar que sucedió a los anteriores líderes tras la muerte de estos, y Yusuf ibn Tashufin considerado el primer gran caudillo de los almorávides.

Todo ello con un ejército que pronto abandonó los camellos, por los caballos como medio de locomoción. Junto e ellos una infantería a pie, que, aunque no fuese la mejor preparada, estaba dispuesta a luchar en nombre del islam. Bereberes, negros, e incluso mercenarios de diversos lares, incluidos de los reinos cristianos, estaban prestos a partir hacía la Península Ibérica, a la espera de la oportunidad de actuar a favor del islam.


La llegada a la Península Ibérica.

Yusuf recibe la llamada de auxilio tras la conquista de Toledo, la misiva corrió a cargo de tres reyes andalusís, al-Mutamid de Sevilla, al-Mutawakil de Badajoz y Abd Allah de Granada. La petición llevaba consigo una especie de pacto; la ayuda almorávide debía servir para recuperar Toledo, pero nunca debía acabar con la independencia de las taifas andalusís. Pronto se descubrirá el gran error que cometieron los reyes de al-Ándalus.

 
Primera campaña.

A finales de julio de 1086 las tropas almorávides, tras partir de Ceuta, comienzan a desembarcar en Algeciras. Las cifras como es habitual en esta época tienen grandes variaciones, para hacer un símil, podemos tomar algunas intermedias. Por las mismas pudieron llegar unos 12.000 almorávides, a los que se unieron unos 8.000 musulmanes de las taifas andalusís. El contingente se dirigió durante ese cálido verano a las inmediaciones de Badajoz, donde se encontró la respuesta de Alfonso VI de León apoyado por algunas tropas aragonesas.

La conocida como batalla de Sagrajas se produjo el 23 de octubre de 1086. La victoria sonrió claramente a los musulmanes, ya que el suelo de la dehesa extremeña quedó teñido de rojo y repleto de cristianos con las cabezas cortadas. Por un lado, Alfonso VI huyó vía Coria hasta Toledo prestó a protegerla de la supuesta llegada almorávide. No fue así, Yusuf partió camino a Sevilla y desde allí a Marrakech, según parece el motivo, la muerte de uno de sus hijos en África.


Segunda campaña.

Ante una nueva llamada de al-Mutamid, las tropas almorávides, con Yusuf a la cabeza, vuelven a la Península Ibérica. Ahora el objetivo se encontraba en el otro lado de la Península, Aledo una población de la taifa murciana, había sido conquista unos años antes por las tropas castellano-leonesas. El temor entre las taifas vecinas era evidente, Aledo constituía un importante lugar de paso para la conquista del sur de la Península, Granada, Sevilla o Almería podían ser las siguientes en caer.

El asedio a la fortaleza comienza en 1089, perfectamente defendida por las tropas cristianas se convierte en una empresa muy complicada para Yusuf. Pero un suceso estaba a punto de cambiar el destino entre los almorávides y los andalusís. El rey de la taifa murciana, principal interesado en recuperar la fortaleza, cambia de bando comenzado a suministrar víveres a los cristianos, parecía claro, temían menos a estos, que al resto de reyes de las taifas vecinas que podían anexionarse Murcia. Ante los acontecimientos Yusuf vuelve a abandonar la Península, estaba claro que, si volvía, debía ser con otros intereses.


Tercera campaña.

Tres años de pactos y convivencias entre andalusís y almorávides pusieron al aire los problemas de las taifas. Unos reyes a los que les interesaba más su bienestar que la lucha contra el infiel, el pago de parias a los cristianos se había suspendido, por lo que estos ya habían logrado su principal cometido a la hora de pedir auxilio a los almorávides.  En cambio, estos últimos vieron su oportunidad de hacerse con los ricos territorios andalusís, ya habían conseguido el apoyo de los ulemas, enemistados con los reyes de las taifas por su escaso compromiso con los valores del islam. El resto parecía fácil, el pueblo aceptaría a los nuevos líderes, bajo la promesa de reducción de impuestos.

En el año 1090, Yusuf vuelve a desembarcar en Algeciras, desde ese momento las taifas van cayendo como si de una baraja de naipes se tratará, sin fuerza militar para contrarrestar el ejército almorávide, Málaga, Almería, Murcia, Sevilla o Denia por poner algunos ejemplos, son controladas por los bereberes. Los reyes y gobernadores de las taifas son ejecutados en las propias ciudades, y otros que corren mejor suerte son deportados a África, el mejor ejemplo es al-Mutamid que muere en las cercanías de Marrakech en 1095.

Pocas taifas andalusís sobrevivieron al envite de la tercera campaña de Yusuf en al-Ándalus, en el sur prácticamente solo se salvó durante tres años Badajoz, gracias a seguir pagando parias al reino de León. En el mediterráneo; caso aparte merece Valencia, que acabará cayendo en manos del Cid Campeador, y hasta tres años después de la muerte de este en 1099, no volverá a manos musulmanas.


La cuarta campaña.

Con la práctica totalidad de las taifas musulmanas en poder de los almorávides, Yusuf acomete su último viaje a la Península. El motivo reconquistar la plaza de Consuegra, que suponía obtener la puerta de entrada a Toledo. Su defensa era primordial para Alfonso VI de ahí que dirija junto a Diego Rodríguez, el hijo del Cid, la defensa de la plaza cristiana. El segundo gran choque entre almorávides y cristianos se volvió a salvar con la misma fortuna de la primera vez. Una gran victoria de los bereberes que incluso costó la vida al hijo del Cid, además de poner en grave peligro la vida del monarca leonés.

No pasó de ahí, Toledo siguió en manos del rey de León, en una máxima que se repitió durante el paso de los almorávides por la península, la falta de definición en la reconquista de los territorios que habían pertenecido al antiguo Califato Cordobés.


Los almorávides en la Península Ibérica.

Se le hace realmente complicado a la historiografía responder a algunos aspectos del paso de los almorávides por al-Ándalus. Ciertamente reconquistaron algunos territorios de los perdidos anteriormente, Valencia tras la muerte del Cid, Aledo tras nuevas campañas de asedio, y otras zonas del interior levantino. Alfonso VI nunca pareció poder con ellos, solo le faltó la pérdida de su hijo en Uclés en el año 1108 para corroborar su pobre balance ante los almorávides. De ahí que a veces cueste pensar en los motivos por el cual los bereberes no reconquistaron Toledo, posiblemente, fue por no contar nunca con un apoyo mayoritario de la población andalusí. Solo las coronas unidas de Aragón y Pamplona hicieron progresos en los escasos años que los almorávides dominaron al-Ándalus, con importantes conquistas como Huesca en 1096, o Zaragoza en 1118.

La otrora causa de su llegada, el mantenimiento de las tradiciones islámicas, pronto fue olvidada, la población andalusí lejos de ver en ellos sus salvadores espirituales, vieron unos salvajes soldados que abusaban de su autoridad ante los más débiles ciudadanos de al-Ándalus. Sin duda, las revueltas en Córdoba en torno a 1120 reflejan las desavenencias entre invadidos e invasores. Una cita refleja bien este sentir de la época almorávide; el estrecho se convirtió en un pasillo de ida y vuelta, hacía el sur viajaban hombres cultos para dirigir un imperio, mientras hacia el norte circulaban soldados del sur del Sahara, para mantener el terror en la población andalusí.


El final de los almorávides.

Para entender el final del Imperio almorávide, debemos acudir a una especie de bucle en el tiempo, ya que de la misma forma en que nació en el siglo XI, murió en el siglo XII. Los mismos problemas que le llevaron a aparecer, le acarrearon su desaparición, es decir nuevamente la falta de rigurosidad ante el islam, o el abuso con los impuestos, propiciaron la llegada de un nuevo poder. En este caso Ibn Túmart, un bereber nacido en las montañas del Atlas iniciará a principios del siglo XII un nuevo movimiento religioso, los almohades, que conquistarán Marrakech  en el año 1247.  Desde ese momento los almorávides irán perdiendo el dominio de al-Ándalus.


Arte Almorávide.

El arte almorávide recibe muy claramente la influencia del arte desarrollado en el siglo XI en Al-Andalus tras la caída del califato; es decir, el suntuoso arte de las Taifas. Sin embargo, los almorávides en un primer momento desarrollan un arte y una arquitectura muy austera, como corresponde con sus criterios religiosos rigoristas y ascéticos. A partir de los últimos años de vida de su imperio, en el siglo XII, tal sobriedad se pierde y se desencadena un mayor lujo en sus obras.

Las principales características del arte almorávide son el uso del ladrillo, yeso y madera; y el abandono en gran medida de la columna en favor del pilar. Los muros se animan con atauriques y mocárabes mientras que en los vanos, se alcanzan formas de gran fantasía e innovación como los arcos mixtilíneaos, túmidos, polilobulados etcétera.



Monumentos Almorávides

Como hemos indicado, el arte almorávide es deudor del arte andalusí de las Taifas. Sin embargo, las principales obras conservadas se hallan en el norte de África, como es el caso de las mezquitas de Tlemecén y de Argel, donde aparece otro tipo de cúpula denominada de muqarnas, cuyo modelo mas destacado es la existente en la mezquita de Qarawiyin en Fez.


Qubbat Barudiyin de Marrakech


La Qubbat Barudiyin de Marrakech es uno de los mejores edifcios conservado del mundo almorávide. Su construcción es de 1120. Se trata de un pabellón cupulado de planta rectangular que cobijaba la fuente para las abluciones de la Mezquita de Alí ibn Yusuf.

Exteriormente consta de dos pisos; el de abajo es el de acceso al interior, mientras que el superior, permite la iluminación gracias a vanos con arcos túmidos, polilobulados y mixtilíneos.

La magnífica bóveda es gallonada y octogonal y su peso se traslada a la muros rectangulares mediante un complejo sistemas de arcos polilobulados. La superficie está ricamente decorada.


Castillo de Monteagudo (Murcia)


En la Península Ibérica, son escasos los vestigios conservados de arquitectura almorávide. De todos ellos, merece ser mencionado sin duda el conocido como Castillo de Monteagudo, una potentísima fortaleza que preside la llanura murciana. Consta de un doble recinto, uno inferior articulado mediante torres, y uno superior, adaptado a la orografía del terreno y desde el cual, se ejercía la defensa tanto de la ciudad de Murcia como de su fértil campiña.



El Imperio Almohade.


Los almohades surgieron en el actual Marruecos en el siglo XII, como reacción a la relajación religiosa de los almorávides, que se habían hecho dueños del Magreb, pero habían fracasado en su intento de revigorizar los estados musulmanes y tampoco habían ayudado a detener el avance de los estados cristianos en la península ibérica. Muhammad ibn Tumart lideró un movimiento religioso con el apoyo de un grupo de tribus bereberes del Alto Atlas de Marruecos (principalmente masmuda), organizando el derrocamiento de los almorávides, pertenecientes a los sanhaya (zeneguíes), y, posteriormente, Abd al-Mumin y su familia, de los Zenata, tomaron el control y eliminaron a los Ziríes y Hammadíes. Los almohades fueron derrocados por las dinastías bereberes de los Merínidas, los Ziánidas y los Háfsidas del Magreb.


El origen de los Almohades.

Ibn Tumart, fundador del movimiento, fue proclamado por sus seguidores mahdi («el [imam] guiado»), creencia de raíz ideológica chiita pero también aceptada por el sunnismo, y llamó a todos los musulmanes a retornar a las fuentes primeras de su fe, es decir, el Corán. Siguiendo estos principios, se enfrentaron con los almorávides, que habían impuesto una rígida ortodoxia maliquí, pero que apenas habían transformado las costumbres populares poco acordes con el Corán. Después de dominar el norte de África, enfrentando a la confederación de tribus bereberes de los masmuda con los lamtunas almorávides, desembarcaron desde 1145 en la península ibérica y trataron de unificar las taifas utilizando como elemento de propaganda la resistencia frente a los cristianos y la defensa de la pureza islámica. Por eso su yihad se dirigió por igual contra cristianos y contra musulmanes. En poco más de treinta años, los almohades lograron forjar un poderoso imperio que se extendía desde Santarém en la actual Portugal hasta Trípoli en la actual Libia, incluyendo todo el norte de África y la mitad sur de la península ibérica, y consiguieron parar el avance cristiano cuando derrotaron a las tropas castellanas en 1195 en la batalla de Alarcos.


El apogéo de los Almohades.

Abu Abdallah Ibn Tumart había nacido en una tribu bereber, en el noroeste de Marruecos, en un ambiente muy austero donde destacó por su capacidad de estudio. Hacia los 18 años, emprendió un largo viaje de quince años por el mundo árabe que lo llevó a Córdoba, La Meca, Damasco y Bagdad entre otras grandes ciudades. De regreso a su ciudad natal de Sus, emprendió un movimiento de reforma religiosa apoyado en tres grandes pilares, y que sintetiza de manera original un gran número de influencias recibidas en el periodo anterior. Estos tres pilares son: La necesidad de desarrollar la ciencia y el saber para consolidar la fe La existencia de Dios, que le parece indudable y se percibe a través de la razón La absoluta unidad de Alá, radicalmente distinto de cualquiera de sus criaturas. Criticará la costumbre típica del Islam occidental de asociar lo divino con lo terreno, dotando a Alá de atributos antropomórficos. Dios es un ente puro, casi abstracto, sin ningún atributo que lo acerque a nuestra realidad. Esta unicidad absoluta se reflejaba también en su manera de entender la comunidad islámica, que debía estar dirigida por un imam, con carácter de guía y modelo, a quien todos deben obedecer e imitar. A pesar de los esfuerzos de los gobernantes, la dinastía almohade tuvo problemas desde un principio para dominar todo el territorio de Al-Ándalus, en especial Granada y Levante, donde resistió durante muchos años el famoso Rey Lobo, con apoyo cristiano. Por otro lado, algunas de sus posturas más radicales fueron mal recibidas por la población musulmana de España, ajena a muchas tradiciones bereberes. A principios del siglo XIII había conseguido alcanzar su máxima expansión territorial con la sumisión del actual territorio tunecino y la conquista de las Baleares.


La amenaza cristiana de Al-Ándalus.

Poco después, la victoria cristiana en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) marca el comienzo del fin de la dinastía almohade, no sólo por el resultado del encuentro en sí mismo, sino por la subsiguiente muerte del califa al-Nasir y las luchas sucesorias que se produjeron y que hundieron el califato en el caos político. 

Los almohades establecieron la capital de Al-Ándalus en Sevilla. , La Torre del Oro, fortificación albarrana cuyo primer cuerpo es una construcción almonade de 1221.

En 1216-1217, los benimerines se enfrentan a los almohades en Fez. En 1227 Ibn Hud se proclama emir de Murcia, alzándose frente a los almohades. En 1229 se independizan los háfsidas de Túnez. En 1232 Muhámmad I de Granada, conocido como al-Ahmar se proclama emir en Arjona, Jaén, Guadix y Baza. En 1237 es reconocido como emir en Granada. Un ejército formado por fuerzas de las Órdenes Militares y del obispo de Plasencia puso sitio a la ciudad de Trujillo. Muhámmad ibn Hud acudió a la petición de socorro, pero se retiró sin hostigar a los sitiadores. La ciudad fue conquistada el 25 de enero de 1232.

 
Decadencia de los Almohades.

El principio de la herencia dinástica desagradó a los líderes tribales, a los jeques (sheikhs o šayḫ, شيخ). Después de una severa derrota cerca de Túnez en 1187, el emir debió aliarse con Saladino. Los reinos cristianos de la península ibérica (Castilla, Aragón y Navarra y, en menor medida, Portugal y León) se organizan para emprender una nueva ofensiva de Reconquista, en especial, silenciando sus disputas internas e infligiendo a Al-Násir la derrota de Las Navas de Tolosa ( 16 de julio de 1212).

Tras la invasión de Berbería Oriental de los hermanos Ali y Yahia Ben Ghania, descendientes de los almorávides que Abd el Mumin había desposeído después de atravesar Argelia victorioso. Los dos hermanos habían establecido un principado en el Djerid; Ali fue asesinado, pero su hermano Yahia comenzó la conquista del centro y norte de Ifriqiya. Se las arregló para apoderarse de Mahdía, de Kairuán y de Túnez en 1202, haciendo prisioneros al gobernador almohade y a sus hijos. Ben Ghania saqueó las ciudades, sus jardines y sus animales. Ante esta situación llena de peligros, el califa Al Násir, que reinaba en Marrakech, partió a la reconquista de Ifriqiya. Entró en febrero de 1206, en Túnez, abandonado por el enemigo, y permaneció allí un año para restablecer la autoridad almohade en todo el territorio. Entonces, antes de regresar a Marruecos, le confió el gobierno de la provincia a uno de sus lugartenientes de confianza, Andel Ouhaid Abou Hafs el Hentati (forma arabizada del nombre bereber Faska u-Mzal Inti).


El Final de los Almohades.

En el Magreb, las dinastías locales se imponían, como los Hafsíes en Túnez en 1229; los Abdalwadíes en el Magreb central en 1239; o los Merínidas que en 1244 capturaron Mequinez, situada en el oeste del Magreb. En Andalucía, los Nazaríes de Granada crearon un reino independiente que sobrevivió hasta 1492. Al mismo tiempo, la Reconquista progresaba a buen ritmo: Qurṭuba (actual Córdoba), la ciudad símbolo del Islam hispano, cayó en 1236; Balansiya (Valencia), en 1238; Isbiliya (Sevilla), en 1248. Estos retrocesos sucesivos y la desintegración del imperio sonaban a toque de difuntos de la dinastía almohade, que termina con Abû al-`Ula al-Wâthiq Idrîs, después de la toma de Marrakech por los Benimerines en 1269.

El nuevo gobierno había sido investido de amplios poderes: reclutó tropas que eran necesarias para la paz y para la guerra, designó funcionarios del Estado, los cadis. Fue un líder inteligente y enérgico. Después de su muerte, su hijo Abu Zakariya lo sucedió en 1228 y un año después de su nombramiento, se declaró independiente del califa de Marrakech, con el pretexto de que había abrazado el sunnismo. Príncipe d
e una gran dinastía, Abu Zakaria debió de fundar la dinastía háfsida que gobernó el Magreb oriental durante tres siglos.


Economía y comercio almohade.

En la época de los almohades, los musulmanes, que ya habían organizado las formas de su comercio en función de las necesidades del tráfico internacional, refinaron sus métodos, en los que se inspiraron los cristianos. A pesar de las diferencias de religión, y a pesar incluso del desarrollo de la carrera (donde el control escapaba a los soberanos africanos), las relaciones e intercambios entre cristianos y musulmanes no dejaron de crecer. El Magreb no comerciaba sólo con España, pues sus lazos comerciales llegaban a las ciudades de Túnez, Bugía, Constantina, Tlemcen y Ceuta (en Ceuta hubo un foundouk marsellés, fundicium marcilliense, hacia 1236). Los bienes producidos en esta zona eran transportados e intercambiados con los estados de Pisa, Génova, Venecia y la rica ciudad de Marsella.


Arte Almohade

Los almohades se expandieron tras la estela de los almoravides pero, en cierto modo y pese a sus choques ideológicos, heredarían sus costumbres constructivas adaptándolas tanto a sus nuevas necesidades como, principalmente, a sus estrictos y casi ascéticos dictados religiosos.


Sebka de la Giralda de Sevilla


Las principales construcciones almohades se caracterizan por la sencillez y la austeridad a la que les predispone su doctrina. Las mezquitas, casi siempre revocadas en blanco al interior y generalmente tendentes a la espaciosidad y a la simetría de líneas, apenas permiten licencias decorativas, reduciéndose éstas a simples fórmulas florales o geométricas, innovando en este sentido al introducir los paneles de sebqa.

En cuanto a los arcos, continuan con la tradición almorávide en el uso de los sistemas túmidos (herradura apuntada); recurriendo a las formas lobuladas y mixtilíneas sólo en espacios que pretenden ser realzados jerárquicamente, caso del mirhab o la maxura de la mezquita.

En cuanto a la arquitectura miltar se refiere, los almohades emplearon el sillarejo y la mampostería reforzada con argamasa. Sus sistemas defensivos alcanzaron un gran perfeccionamiento ya que la sucesión de distintos perímetros fortificados cuajados de torres albarranas y corachas, hacían sus fortalezas prácticamente inexpugnables.

Fueron igualmente los almohades muy hábiles tanto en el arte de la marquetería, habiéndonos dejado numerosos testimonios como mimbares o armazones; como en el tratamiento de la cerámica vidriada.



Los alminares almohades

Uno de los elementos arquitectónicos en que más destacaron los construtores almohades fue en los alminares de las mezquitas.

Hay una trilogía de alminares de gran belleza y monumentalidad que, además, muestran importantes analogías entre sí. Nos referimos a la torre Kutubiya de Marrakech, la de Hassan de Rabat y la de la Mezquita de Sevilla (Giralda).

Desde el punto de vista estructural, coinciden en disponer de una torre central "rodeada" de otra torre periférica exterior. Entre ambas se construyeron las rampas o escaleras para subir a lo alto.

Esta estructura de alminar almohade arraigó en ciertas zonas de la Península de tal manera que permaneció inmutable durante siglos en Aragón, cuando se comenzaron a construir torres para iglesias cristianas (de estilo mudéjar) desde el siglo XIII.

La similitud entre estos alminares no es sólo estructural sino también ornamental. Así en todas ellas encontramos vanos con arcos de herradura, arquerías murales mixtilíneas, paños con sebqa, etc.



Principales monumentos almohades conservados en España:

Giralda de Sevilla. Antiguo alminar almohade.

La emblemática Giralda de Sevilla es el alminar de la mezquita mayor de Sevilla, la obra almohade de mayor enjundia de todo Al-Andalus. Fue iniciado en 1184 tras su encargo a Ben Baso y la terminó Alí de Gamara en 1198.

Este importante edificio musulmán fue destruido para construir la catedral cristiana de estilo gótico, respetando únicamente dos elementos musulmanes: la citada Giralda, reconvertida en campanario cristiano, y el Patio de los Naranjos.

El último cuerpo de La Giralda fue sustituido en el siglo XVI por Hernán Ruiz mediante un remate renacentista sobre el que gira el "giraldillo", que da nombre a tan afamada torre.

La decoración exterior se basa en la sucesión de ajimeces;bien con arcos de herradura semicirculares o polilobulados, rodeados siempre por un alfiz y acogidos por otro gran arco lobulado apuntado. En las calles laterales hay arcos murales y se extienden redes de "sebqa" una fórmula geométrica basada en la superposición y prolongación en el espacio de arcos lobulados y mixtilíneos entrecruzados.

No sólo la gran altura de este alminar hace destacar a la Giralda entre todas las norteafricanas, sino su decoración en franjas o calles verticales le confiere una airosidad especial. El esfuerzo de ascender por el interior de esta torre hasta el cuerpo de campanas da oportunidad de poder observar a poca distancia los magníficos trabajos de sus ventanales, además de aprovechar a presenciar la complicada estructura exterior de la catedral gótica sevillana.


Patio de los Naranjos de la Catedral de Sevilla.

El Patio de los Naranjos es, junto a la Giralda, lo que queda de la desaparecida mezquita mayor almohade de Sevilla de Ben Basso. Cumpliría la función de "shan" o antesala para las abluciones de los musulmanes sevillanos antes de entrar al haran de la mezquita.

Aunque con muchas reformas, se advierte su estructura de patio conformado por pilares que sostienen grandes arcos túmidos. La puerta principal, llamada del Perdón, es también de factura almohade. En el centro hay una fuente que pudo ser una pila visigoda o un baño de las termas romanas.


Torre del Oro.

Casi tan famosa como la propia Giralda y uno de los monumentos de arte musulmán más señalados de España, la Torre del Oro es un edificio de fines defensivos o militares construido al borde del río Guadalquivir que se supone servía para defender la ciudad impidiendo el tránsito de embarcaciones mediante cadenas que atravesaban el cauce.

Tiene un ancho cuerpo almenado de planta dodecagonal del que emana una pequeña torre, también dodecagonal, que representa el remate del cuerpo o núcleo interior que alberga la Torre del Oro. A lo largo de la historia ha sufrido numerosas transformaciones pero, a pesar de ello, conserva una soberbia estampa.


Patio del Yeso del Alcázar de Sevilla.

El Alcázar de Sevilla ya existía en época califal y desde entonces, se han sucedido diferentes intervenciones en época taifa, almohade, mudéjar, etc.

El tramo del patio propiamente almohade consta de siete arcos lobulados, más grande el central, apoyados sobre pilares. El resto de arcos es sostenido por columnas califales soportando sobre cada uno de ellos una preciosa red calada de "sebqa".


A modo de resumen podemos puntualizar que...

   El intento almohade de que su imperio perdurara en al-Andalus fracasó. El momento clave fue la aplastante derrota sufrida ante los cristianos en las Navas de Tolosa (1212). El hundimiento del imperio almohade hizo que las nuevas taifas no pudieran resistir el avance cristiano que resultó prácticamente incontenible. La España musulmana quedó reducida dando paso a un breve periodo denominado terceros taifas para finalmente reducir su presencia en la península en el llamado reino nazarí de Granada.


 La batalla de las Navas de Tolosa.


La batalla de las Navas de Tolosa, llamada también batalla de Úbeda, fue un enfrentamiento armado que tuvo lugar el 16 de julio de 1212, cerca de Jaén, en el sur de la actual España, en el contexto de la Reconquista cristiana de la península ibérica.


Los bandos que se enfrentaron en esta batalla fueron los siguientes:

El califato de los almohades: que se extendía desde el norte de África hasta el sur de la actual España. Eran unos 24.000 musulmanes de distintos orígenes (árabes, bereberes, andaluces, kurdos, etc.) al mando del califa Muhammad-an-Nasir.

Una coalición integrada por los reinos cristianos de Castilla, León y Aragón: esta alianza fue apoyada por los Caballeros Templarios, la Orden de Calatrava, los Caballeros Hospitalarios, la Orden de Santiago y voluntarios franceses, leoneses y portugueses, que respondieron al llamamiento realizado por el papa Inocencio III. Estaba integrado por 4.000 caballeros y 8.000 peones o infantes. Sus comandantes fueron los reyes Alfonso VIII de Castilla, Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón.
Esta batalla fue un gran enfrentamiento a campo abierto que finalizó con un triunfo decisivo de los cristianos. Muchos historiadores la consideran como un punto de inflexión de la Reconquista, ya que a partir de entonces se inició la decadencia de la ocupación musulmana de la península ibérica.
 

Contexto histórico. 

En el 711, un ejército musulmán integrado por árabes y bereberes cruzó el Estrecho de Gibraltar y destruyó el reino que los visigodos habían fundado en Hispania, a principios de la Edad Media.

Luego de ocupar casi toda la península ibérica, los musulmanes crearon la provincia de Al-Ándalus, que quedó integrada al Califato Omeya, con capital en Damasco, Siria.

En el 750, la familia de los abasidas se rebeló contra los omeyas y asesinó a todos los miembros de la dinastía gobernante, con excepción del príncipe Abderramán, que huyó a la península ibérica y fundó el Emirato de Córdoba. En el 929, uno de sus descendientes, Abderramán III, se independizó de los abasidas y fundó el Califato de Córdoba, que alcanzó su apogeo hacia el año 1000.

A partir del 1009 una guerra civil puso en crisis al califato, que en 1031 se desintegró en una treintena de pequeños Estados, conocidos como reinos de taifas. Para hacer frente a los ataques de los reinos cristianos, los reinos de taifas llamaron en su ayuda a los almohades del Magreb. En 1145 éstos cruzaron el Estrecho de Gibraltar, pero en lugar de auxiliar a los reinos de Al-Ándalus los sometieron y los integraron a su califato, que se extendía por gran parte del norte de África.

En 1195 los almohades vencieron a los cristianos en la batalla de Alarcos y amenazaron la ciudad de Toledo. Para frenar su avance, Alfonso VIII de Castilla convocó a todos los reyes cristianos de la península ibérica a formar una gran alianza que le pusiera un freno al avance del islam. 


Desarrollo de la batalla de las Navas de Tolosa.

La batalla se inició durante la mañana del 16 de julio de 1212 con una carga de la primera línea de las tropas cristianas, que puso en fuga a la vanguardia musulmana. Los cristianos fueron en persecución de los que huían, pero ante el peligro de quedar rodeados por los flancos del ejército enemigo, detuvieron la persecución.

El califa An-Nasir ordenó al cuerpo central de su ejército que avanzara sobre la vanguardia cristiana, mientras la caballería musulmana, ubicada a ambos flancos, comenzó a realizar un movimiento envolvente.

Alfonso VIII advirtió el peligro que corrían sus hombres por lo que ordenó el avance de la caballería, la aragonesa por el flanco izquierdo y la navarra por el derecho. Este ataque fue exitoso ya que los cristianos consiguieron detener a los musulmanes y estabilizar el frente de batalla.

Ya entrada la tarde, Alfonso VIII ordenó el avance de toda la retaguardia cristiana, que estaba integrada por sus mejores hombres. Este avance hizo ceder a las líneas musulmanas hasta obligarlas a retirarse. Los cristianos avanzaron hasta llegar al campamento de An-Nasir, que huyó hacia la ciudad de Jaén, dejando tras de sí un gran botín que cayó en manos de sus enemigos.

 
Los tres Reyes cristianos que protagonizáron la Batalla.

Alfonso VIII de Castilla.

Fue el principal protagonista de la batalla de Las Navas de Tolosa. Tras un larguísimo reinado, ya que llevaba al frente de Castilla 42 años, le llegó la oportunidad de convertirse en el rey cristiano más importante de la Península Ibérica. No lo dudó, traspasó Despeñaperros para enfrentarse a la decisiva batalla contra los almohades, y empujar a los musulmanes al principio del fin de al-Ándalus.

 La victoria en Las Navas de Tolosa le encumbró. Tanto a él, como a Castilla. Esta última se convertirá en la protagonista de la conquista de al-Ándalus los siguientes años, haciéndose con gran parte de la actual Andalucía. Pero Alfonso VIII no lo pudo ver, dos años después de la victoria, camino de Plasencia donde acudía a una reunión con su yerno, el rey de Portugal Alfonso II, encontró la muerte en tierras abulenses, solo tenía 57 años.

 
Pedro II de Aragón.

A Pedro II de Aragón, el más fiel de los aliados en la Península de Alfonso VIII, el año 1204 le quedó marcado para siempre. Enemistado con su madre, regente durante su minoría de edad, dedicó los primeros meses de ese año a viajar hasta Roma, para ser el primer rey aragonés coronado por el Papa. Ese mismo año se casó con María de Montpelier, si bien el matrimonio le proporcionó nuevos territorios al norte de los Pirineos, también le proporcionó algunos problemas. Para finalizar dicho año, llevó a cabo un pacto con Alfonso VIII de Castilla, que le sirvió para establecer las fronteras entre Aragón y Castilla. Además de convertirse en fieles aliados ante el enemigo común, que no era solo los almohades, sino también Navarra que necesitaba expandirse al sur para no perder la frontera con al-Ándalus.

A finales de 1210 Pedro II se vio obligado a repeler la agresión de los almohades contra Barcelona, la cual le sirvió acto seguido para iniciar la conquista de zonas de Levante, como por ejemplo el Castillo de Ademuz. En 1212 acudió a la llamada de Alfonso VIII, para colocarse a su lado ante los almohades. Tras la Batalla de Las Navas de Tolosa, participó también en la conquista de Jaén.


Sancho VII de Navarra. 

Del tercero de los reyes que participó en la victoria cristiana, debemos destacar por un lado su capacidad guerrera y por otro lado sus excelentes dotes propagandísticos. Los años previos a Las Navas de Tolosa, los pasó luchado contra Castilla, enfrentándose a Alfonso VIII por los territorios vascos, los cuales perdió a finales del siglo XII. Incluso llegó a pasar dos años en el norte de África como aliado almohade, para lograr algún tipo de pacto contra el enemigo castellano.

A pesar de la continuada enemistad con Alfonso VIII acudió a su llamada para participar en Las Navas de Tolosa. ¿Necesidad de reivindicarse? o bien no perder la única oportunidad de aumentar sus territorios peninsulares. Lo cierto es que uno de los actos que más renombran las fuentes, es su apropiación del mérito de ser el primero en romper la guardia personal del Califa, de ahí la presencia desde entonces, de las cadenas en el escudo de Navarra.


Causas y consecuencias de la batalla de las Navas de Tolosa.

Entre las causas de la batalla de las Navas de Tolosa sobresalen las siguientes:

La invasión de los almohades del Magreb, que sometieron e integraron a los reinos de taifas a su califato y avanzaron sobre territorios cristianos.
La decisión del rey Alfonso VIII de Castilla de forzar una batalla decisiva contra los invasores, que lo habían derrotado en 1195 y que amenazaban el sur de su reino.
Las negociaciones realizadas por el obispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, quien logró convencer a los reyes de Navarra y Aragón para que se sumaran a la lucha contra los almohades.
La predicación de una cruzada en la península ibérica realizada por Inocencio III, que prometió el perdón de los pecados a todos los que lucharan contra los almohades. El Papa también amenazó con la excomunión a todo cristiano que atacara a castellanos, aragoneses y navarros mientras luchaban contra los musulmanes.


Las principales consecuencias de la batalla de las Navas de Tolosa fueron las siguientes:

La derrota total de los musulmanes, que perdieron gran parte de los efectivos que lucharon en la batalla.
El declive de los almohades, cuyo califato se desintegró en las décadas siguientes.
La conquista por los cristianos de los pasos de la Sierra Morena. Estos abrieron la conquista del valle del río Guadalquivir. El sucesor de Alfonso VIII, Fernando III «El Santo», tomó Córdoba en 1236, Jaén en 1246 y Sevilla en 1248.
El repoblamiento y evangelización de los territorios conquistados a los musulmanes, proceso que incluyó la construcción de nuevos santuarios y la reconstrucción de antiguos templos visigodo



. De Al-Ándalus a Andalucía:
 Un territorio de crueldad y oportunidades.


Acababa de arrancar el Siglo XIII, cuando el año 1212 marcó un punto de inflexión en la historia de lo que hoy conocemos como Andalucía. Por primera vez, tras más de cinco siglos, un contingente de los reinos cristianos del norte de la península derrota contundentemente a los andalusís al sur de Sierra Morena. La victoria en la Navas de Tolosa, supuso un punto de no retorno a los reinos cristianos para conquistar los territorios islámicos, convirtiéndose para reyes y nobles en una gran oportunidad para incrementar sus posesiones. Una visión muy diferente a la que sintieron los andalusís, que vieron como su sociedad erigida durante más de cinco siglos de historia estaba en grave peligro.

Indiferentemente lo nombremos como conquista o reconquista, fue un conflicto que se extendió a lo largo de casi ocho siglos y que se convirtió en un “tira y afloja”, en manos directamente de la estabilidad política de los reinos en los que durante la Edad Media estaba dividida la Península Ibérica. Los derrotados en 1212, fueron los almohades, el último gran poder político islámico llegado de África seis décadas antes. Desde aquella derrota toda su estructura política, social y económica andalusí se desmoronó y el territorio más poderoso económicamente de la Península, Al-Ándalus, se convirtió en un inmenso solar de crueldad y oportunidades.

Los primeros en aprovecharlo fueron los propios andalusís.  Los gobernantes de las ciudades dieron un paso al frente, sublevándose contra los restos del poder almohade y autoproclamase reyes.  Dos parecían los más fuertes, Ibn Hud rey de Murcia, que extendió sus dominios hasta Sevilla expulsando definitivamente a los almohades en 1231, y Muhammad I que desde la localidad jienense de Arjona fundará el esplendoroso reino nazarí de Granada. Solo el más inteligente podría sobrevivir, ya que, sin los grandes ejércitos africanos de los almohades, la supremacía militar quedaba en manos de los reinos cristianos del norte.




El domínio de los Nazaríes.  (1237-1492).


Introducción:

La dinastía Nazarí o Nasrí (posible epónimo del nombre Nasr) fue la última dinastía musulmana que dominó el Reino de Granada desde 1238 hasta el 2 de enero de 1492. Su caída supuso el final de al-Ándalus. Fué fundada por Muhammad b. Yusuf b. Nasr, pero distinguió más con el nombre de Muhammad I o Ibn al Ahmar “Hijo del Rojo”, e hizo de este color su emblema y vestimenta, y dio lugar al nombre de la alcazaba que escogió como residencia en Granada, “La Roja”, ” al Hamra”, “La Alhambra”.

El Emirato de Granada fue un estado islámico de la Edad Media situado en el sur de la península Ibérica y en Ceuta, con capital en la ciudad de Granada, comprendía parte de las provincias actuales de Jaén, Murcia y Cádiz, y la totalidad de Almería, Málaga y Granada, pero fue reduciéndose hasta que en el siglo XV abarcaba aproximadamente las provincias actuales de Granada, Almería y Málaga. El reino estaba dividido en circunscripciones territoriales y administrativas, denominadas tahas o coras. A la frontera entre el reino de Granada y los territorios de la Corona de Castilla se le denominaba la Banda Morisca, de ahí que muchos pueblos de Andalucía Occidental se llamen “de la Frontera [con Granada]“.

La capital nazarí, Granada, se convirtió en los siglos XIV y XV en una de las ciudades más prósperas de una Europa devastada por la crisis del siglo XIV. Era un centro comercial y cultural de primer orden que llegó a contar con unos 165.000 habitantes y del que se conservan importantísimos conjuntos urbanísticos como la Alhambra y el Generalife. En el Albaicín vivían los artesanos y el resto de la población ocupó la parte llana hacia el sur, con grandes industrias, aduanas y la madrasa (المدرسة). Hoy en día quedan numerosos vestigios como la Alcaicería, el Corral del Carbón o el trazado de las calles hasta la antigua puerta de Bibarrambla.

Esta dinastía tuvo un total de 20 sultanes o emires granadinos. El último de ellos, Boabdil, conocido como “el Rey Chico”, que el 2 de enero de 1492, se vio obligado a capitular, debido a las continuas luchas internas por el poder y por el asedio incesante de las tropas cristianas, acampadas en las inmediaciones de Granada y encabezadas por los Reyes Católicos. Este hecho, puso fin a más de 250 años de reinado nazarí.

Durante el reinado de esta dinastía se edificó el palacio de la Alhambra, considerado el máximo exponente del arte nazarí y una de las joyas del arte musulmán de todos los tiempos.


Antecedentes del Emirato Nazarí:

Para entender el nacimiento del emirato nasrí y situarlo en el contexto histórico que lo rodea es necesario remontarse a los últimos decenios de vida del imperio almohade en la Península.

A raíz de la batalla de las Navas de Tolosa (1212), llevada a cabo por Pedro II de Aragón, Alfonso VIII de Castilla, y Sancho VIII de Navarra, el poderío almohade en Al−Andalus comenzó a desmoronarse bajo la doble presión de las actividades militares castellanas y de los alzamientos locales en todo el país. Al−Adil (el justo) es el que logra promover la rebelión de varios gobernadores de Al−Andalus (Córdoba, Málaga, Granada, Murcia) para alzarse por encima de todos hasta el trono del Imperio, pero su acción hace reverberar más revueltas que acaban por descomponer el poder almohade central, y se asiste a un proceso de atomización en pequeños poderes locales, de orden militar, de defensa ante la acuciante violencia exterior.

 La debilidad del poder central del imperio beréber masmuda, tras la muerte del califa Abu Yaqub Yusuf en 1224, y las querellas sucesorias subsiguientes, originaron su progresivo desmoronamiento. Ello hizo que surgiera una serie de levantamientos de jefes locales en al Andalus que fragmentaron el territorio en unas «terceras taifas», entre las que se encuentra la de los Banu Nasr en Arjona (futura dinastía nazarí de Muhammad Yusuf) la que se convertiría en el reino nazarí de Granada. Sin embargo, las dos taifas más importantes de este periodo de transición fueron la de los Banu Mardanis en Valencia y, sobre todo, la de los Banu Hud de Murcia, hasta el punto de que el fundador nazarí estuvo subordinado políticamente a los hudíes de Murcia durante algunos años.

La presión del reino de Aragón, por un lado, y la de Castilla y León, ambos unificados desde 1230 bajo Fernando III el Santo, por otro, produjo un enorme, irreversible y, a la larga, letal retroceso territorial. Avance cristiano cuantitativo y cualitativo, pues no sólo se perdieron grandes espacios sino también casi todos los centros fundamentales, las ciudades emblemáticas de los musulmanes (Mallorca, Valencia, Badajoz, Jaén, Cádiz, Murcia), incluidos los dos enclaves estratégicos del sur –el corazón de al Andalus: Córdoba (1236) y Sevilla (1248).

Perdidos los dos pilares que sustentaban y representaban la centralidad de al Andalus, su supervivencia estaba amenazada y sólo la habilidad y capacidad política y negociadora de Muhammad b. Yusuf b. Nasr impidió la desintegración total, ya que supo maniobrar en el agitado y turbulento s. XIII hasta alumbrar el nacimiento de la última gran dinastía islámica en la Península Ibérica, aunque fuese refugiada en un reducto sudoriental del territorio”.


Origen e inícios:

Tras el desmoronamiento almohade, y hacia 1228 se impone como señor de los andalusíes Ibn Hud, de la familia de los Banu Hud de Murcia. Sin embargo, el período de su gobierno, aunque intenso, fue breve y sólo duró un decenio. Sus reiterados fracasos militares frente a los ejércitos cristianos, provocaron malestar y alarma en la población. Los andalusíes se sentían indefensos con un soberano que no les garantizaba su seguridad y les exigía elevados impuestos para mantener el territorio.

En esta coyuntura política se gestó la que sería dinastía nazarí, linaje de origen árabe  cuyo nacimiento puede situarse cuando su fundador Ibn al Ahmar “Hijo del Rojo” se levantó y fue proclamado sultán (malik) por los habitantes de Arjona el 16 de julio 1232 (26 de ramadán de 629), y profesó obediencia hacia el emir hafsi de Ifriqiya (Libia), el cual le otorgo el gobierno sobre todo al-Ándalus, y fué reconocido como tal por las oligarquías de Guadix, Baza, ,Jerez, Jaén, a lo que se unió la anexión de la Taifa de Málaga en 1238, o la sumisión de Almería. Ibn al Ahmar actuó con sagacidad política y supo forjar un dominio político que la impetuosidad y la muerte prematura arrebataron al belicista Ibn Hud, ya que Muhammad I vivió siempre más atento a consolidar su dominio frente a propios y extraños.

En 1234 se declaró vasallo del poder de Córdoba, pero en 1236 Fernando III conquistó dicha ciudad e Ibn al Ahmar se hizo vasallo del rey castellano, lo que le permitió conservar su independencia. En 1238 Ibn al Ahmar llega a Granada y establece su residencia y la capital de su reino, concretamente en una alcazaba a la que denominaría ” la Roja”, “al Hamra”, “La Alhambra”. Pero en 1246 Fernando III le arrebató Jaén, para consolidar sus conquistas en el valle del Guadalquivir, lo que obligó a Ibn al Ahmar a firmar el Pacto o Tratado de Jaén, en el que reconocía al monarca castellano como señor de aquel territorio y quedaba obligado a pagarle parias anuales de 150.000 maravedíes para conseguir paz durante veinte años. En este período la política exterior pasó a segundo plano y se concentró Ibn al-Ahmar en la política interior para crear la estructura y organización, la economía, las instituciones y fortificaciones del reino nazarí. Castilla, en 1252, era el único estado que aún mantenía fronteras con los musulmanes, quienes se habían visto reducidos a los macizos penibéticos y la costa que va desde Barbate a Águilas y con un estado de una superficie aproximada de unos 30.000 kilómetros cuadrados. La frontera entre los dos reinos, la denominada Banda Morisca, superaba los 1000 kilómetros de longitud, y esa frontera se convirtió en una división política e ideológica, entre musulmanes y cristianos, donde se producían conflagraciones bélicas, pero también muchos intercambios comerciales y culturales.

Durante el año 1262, Ibn al Ahmar se propone atacar y conquistar Ceuta, y para ello pide permiso a Castilla, pero ésta se lo deniega ya que es un enclave estratégico muy importante por su localización y desde donde se puede realizar el control del estrecho de Gibraltar, y aún así  lleva a cabo el asalto y fracasa. Este hecho hizo que se rompiese el pacto y se reanudase el enfrentamiento entre Castilla y el Emirato Nazarí.

Al compás en que finalizaban las conquistas de Fernando III en el Valle del Guadalquivir, tuvieron lugar algunas sublevaciones mudéjares como fueron la Rebelión o Revuelta mudéjar de 1264, en el Reino de Sevilla, así como los mudéjares del reino de Murcia, ambos de muy reciente incorporación a la Corona de Castilla. A pesar del apoyo militar granadino y a la ayuda que pidió Ibn al-Ahmar a los correligionarios benimerines o meriníes del norte de África, la mayor parte de la población mudéjar del Valle del Guadalquivir fue expulsada tras la represión y se desplazó al Reino nazarí. Hubo una segunda gran revuelta mudéjar en la Corona de Aragón (principalmente, en el reino de Valencia) en 1276 (prolongada hasta 1304), en la que la caballería granadina intervino en apoyo de los mudéjares sublevados, pero ésta tampoco prosperó.

En 1273 fallece Ibn al Ahmar y le sucede su hijo Muhammad II (1273-1302) que consolida el estado, reprime los focos de rebeldía e intentos de levantamientos que causen división (en especial, los de los Banu Asqilula de Málaga) y consolida la alianza con los meriníes de Fez, a la vez que éstos atacaban los territorios castellanos de Andalucía.

 
Una época de prosperidad:

El estatus de Granada como territorio tributario y su posición geográfica favorable, con las montañas de Sierra Nevada como barrera natural, ayudaron a prolongar el reinado nazarí permitiendo prosperar al pequeño emirato como punto de intercambio comercial entre la Europa medieval y el Magreb. El puerto de Málaga tuvo mucha relevancia en ésta época, ya que era un punto de intercambio comercial muy importante del Mediterráneo, principalmente conectado con el norte de África y los comerciantes genoveses. El comercio interior y el exterior de productos especializados como tejidos de seda, cueros, armas, pieles, cerámicas, frutos, ajorcas, pendientes, brazaletes, calzados con pedrería y plata, alcanzaron un gran desarrollo. La industria de la seda y sus tejidos fue muy importante. Las actividades agrícolas tenían grandes resultados debido al medio físico y a la gran rentabilidad y producción en todo el reino, que fueron bien desarrolladas debido a la técnica empleada en los cultivos y las técnicas de regadíos por medio de aljibes, y la ordenación de canales y acequias.

El emir Muhammad III (1302-1309) consolidó las relaciones con los Benimerines y se sometió a vasallaje al rey castellano Fernando IV y anexionó la plaza de Ceuta, pero en 1309 fue asesinado, dando comienzo a la tradición del sultanato, asesinatos políticos, sucesiones forzosas, abdicaciones, que padecieron los siguientes sultanes, en este caso: Nasr (1309-1314), Ismail I (1314-1325) y Muhammad IV (1325-1333).
 
Granada fue una ciudad próspera durante la Crisis del siglo XIV que asoló a Europa, y también sirvió de refugio para los musulmanes que huyeron de la Reconquista. Debido a las paces y alianzas firmadas por Yusuf I (1333-1354) y Muhammad V (1354-1391), y a la debilidad de los reinos cristianos por sus conflictos internos, iba a ser en la Granada de esta época dónde se iba a producir uno de los más intensos florecimientos culturales del Islam. Su reflejo más evidente, quizás, sea el conjunto palaciego de la Alhambra, todo un universo encerrado en sí mismo de palacios, jardines, fuentes y estanques. Muy relevante, también en aquel momento, fue la poesía árabe que narraba las hazañas conseguidas en las batallas contra los cristianos y las maravillas del reino granadino.

 Granada es el Damasco de Al Andalus, pasto de los ojos, elevación de las almas. Tiene una alcazaba inexpugnable, de altos muros y edificios espléndidos – .
Buena parte de la etapa de esplendor del emirato nazarí se debieron a la particular gestión de un hombre excepcional, Ibn al Jatib (Loja 1313-Fez 1375). Su intensa actividad política, diplomática, científica, literaria y hasta espiritual, lo convierten en la figura cumbre de esta etapa. Fue secretario particular de Yusuf I, visir y jefe de la Chancillería Real, del ejército y de la Casa de la Moneda, responsabilidades renovadas y con más altas cotas de poder durante el reinado de Muhammad V. 

A pesar de su prosperidad económica, los conflictos políticos eran constantes, y esta debilidad fue aprovechada por los cristianos que fueron conquistando pequeños territorios al reino granadino. No obstante, algunas tentativas castellanas acabaron en rotundos fracasos como los desastres de Moclín (1280), la Vega de Granada (1319) o Guadix (1362). A su vez, los ejércitos nazaríes lanzaban numerosas razias sobre los territorios cristianos, con resultados dispares: derrotas como Linuesa (1361) o victorias como Algeciras (1369). Entre 1351 y 1369 los nazaríes se aprovecharon de la Guerra Civil que estaba teniendo lugar en Castilla entre los pretendientes Pedro I y Enrique II. Este conflicto, a la par que dejó agotada a la Corona de Castilla, concedió al reino nazarí unos años de paz en los que pudo mantener su estrategia exterior sin interferencia de los castellanos.

Con el sultán Muhammad VII (1392-1408) se reemprendió la ofensiva contra Castilla, pero este hecho, que debilitó su ejército, junto con la creciente estabilidad cristiana y su aumento de recursos y población, produjo una leve pero constante deriva en el Emirato Nazarí.

 
Decadencia y caída:

El siglo XIV se cierra con un nuevo impulso castellano, que adopta la ideología de cruzada para justificar su presión sobre los reyes nazaríes (Yusuf II, Muhammad VII y Yusuf III). Este sentimiento se extiende entre la población castellana gracias a provocaciones nazaríes (ataques) y con iniciativas individuales y escaramuzas por parte de frailes e iluminados. Va a ser un terreno perfecto para la reanudación oficial de las hostilidades por parte de Enrique III (1407−1410). El resultado será una nueva etapa de parias, de cuarenta años de gran lastre económico para el Emirato. La conquista de Granada se justifica con la conversión de un territorio infiel (empujado por la situación religiosa del momento), y que por supuesto esconde el propósito de dominar el reino. Para lograr la paz tienen que mantener un pago de parias, que conforman una etapa de declive imparable.

El siglo XV se abre con la inestabilidad por la persecución, con la carencia de ayuda exterior y, a partir de la muerte de Yusuf III, se abre un periodo de lucha entre clanes familiares (venegas contra abencerrajes) por el control del poder, y en un primer momento se hace con el poder Muhammad VIII (el pequeño). A partir de este siglo, Granada también empezó a perder su posición estratégica, lo que la convirtió en un lugar menos importante debido a la apertura de nuevas rutas comerciales directas entre el Reino de Portugal y África.

Muhammad IX (el izquierdo) va a ser representativo por su reinado en un periodo que sigue en Guerra Civil. Sube al trono en 1419, y tuvo tres interrupciones por golpes de Estado, a lo largo de su reinado, realizados por Yusuf IV (Abenalmao), Yusuf V (el cojo) e Ismail III. Así acaba derrotada la fuerza granadina, se debilitan sus líneas fronterizas y se mina su economía. El peligro de conquista es tan inminente que Muhammad IX reconcilia a las familias originarias del conflicto a través del nombramiento como sucesor del representante de los venegas: Muhammad X (el chiquito). En 1455, sin haberse solucionado el conflicto, hay instaurados dos reyes, el ya mentado y Saad, que va a ser el que finalmente se quede con el trono 1455 − 1464.
 
Los últimos reyes nazaríes fueron los que siguieron a Saad: Muley Hacen (que dio nombre al punto más alto de Sierra Nevada), y su hijo Boabdil. Con quienes se ponen de manifiesto las contradicciones acumuladas a lo largo de la historia del reino, y que ya no permiten la continuación.
 
Con Abu l Hasan Ali (Muley Hacen) 1464−1482: hay un empobrecimiento profundo de las arcas del Estado, cuya solución va a ser una política de recuperación patrimonial por parte de la corona, lo que le crea enemigos y pérdida de popularidad, pues el ataque a los terrenos y rentas, y la política fiscal no sentaban bien al rentista. Se reanudaron las relaciones entre las familias importantes. Se reinicia, para desviar la atención, una política de agresión hacia Castilla, que resulta contraproducente por no tener en cuenta la reconciliación de Castilla y Aragón por el matrimonio de Isabel y Fernando, que con nuevas fuerzas toman terreno nazarí; además, carecen de apoyos en el exterior, y a lo que en última instancia se suma la presión económica por los bloqueos comerciales, y la destrucción de sus recursos. Así es como acaba derrocado Muley Hacen, cuyo hijo está apoyado por y depende de Castilla. El último enfrentamiento entre venegas y abencerrajes va a ser el cúlmen del reinado de Abu Hasan I, que busca refugio en Málaga mientras Boabdil (Muhammad XI) se erige en el trono. El reino se divide, también territorialmente, entre los seguidores de Boabdil y los seguidores de su padre. El tío, a la muerte de su hermano Muley Hacen, se autoproclama sultán (Muhammad XII) para agravar el conflicto.

 
La Guerra de Granada:

Con el fin de la Guerra Civil Castellana hacia 1480 y el definitivo asentamiento de Isabel I en el trono, por primera vez se daban en Castilla las condiciones necesarias para realizar la conquista total de Granada, que se veían favorecidas por la crisis política y económica en el Reino Nazarí. Las guerras civiles granadinas eran causadas por las luchas internas entre dos facciones del poder nazarí: los partidarios del emir Abú l-Hasan Alí y de su hermano El Zagal, y los partidarios del hijo del emir, Muhammad XI (Boabdil). Este último, capturado por los castellanos, firmó con Fernando una tregua que confirmaba su vasallaje, al que posteriormente se unirían otros pactos.

A partir de 1484 los Reyes Católicos llevaron a cabo una larga y tenaz serie de asedios en lo que se denominó la Guerra de Granada, utilizando la novedosa artillería que condujo a la toma progresiva de las plazas granadinas una tras otra.

 Los reyes castellanos recogieron de tiempos pasados la justificación ideológica que preconizaba la recuperación de tierras usurpadas por los musulmanes, enemigos de la fe católica; recogieron también los procedimientos militares de convocatoria, reunión y mantenimiento de las huestes, así como las ideas para lograr ayuda económica del Reino a través del Papa, del clero y de los empréstitos y Cortes o hermandad. De los tiempos modernos podemos enumerar el auge extraordinario de artillería, el esfuerzo para aumentar y reglamentar el número de peones y mil detalles más, tanto en la organización del ejército como en la técnica de combate. La guerra se convirtió en acontecimiento internacional importante, como única réplica a la agresividad turca, señaló la voluntad de los Reyes Católicos de convertir a sus reinos en el brazo armado de la cristiandad.

Sobre el solitario reino de la media luna se abalanzaron las tropas de las Coronas de Castilla y Aragón, en la culminación del viejo sueño de la Reconquista. 

LA CONQUISTA DE MÁLAGA
La cruenta conquista de Málaga (en agosto de 1487) privó al territorio sureño de su principal puerto y acabó para siempre con el espejismo de una posible ayuda militar de los reinos musulmanes del Magreb. La toma de Baza, en el otro extremo del reino, marcó asimismo un punto de inflexión. Quedaba claro que no se trataba de una guerra tradicional, basada en campañas veraniegas: aquella era una guerra total. Sólo continuaban resistiendo Granada y algunas escasas comarcas circundantes, y fue en esta zona en la que se concentraron Fernando e Isabel. Ambos esposos, los Reyes Católicos, habían establecido pactos secretos con el rey granadino Boabdil por los que éste se comprometía a rendir la capital tan pronto como las circunstancias lo permitiesen.
Al último sultán granadino le tocó vivir un periodo convulso en el que tuvo que afrontar sangrientas luchas por el poder entre diferentes facciones de Granada así como la larga ofensiva militar de los Reyes Católicos.
  
Sin embargo, llegado el momento, Boabdil no pudo, o no quiso, cumplir con su parte del trato. La existencia en Granada de un sector intransigente, cerrado a toda negociación, le impedía revelar el acuerdo y le obligaba a mantener la guerra hasta el final, esperando, quizás, una intervención exterior que nunca habría de llegar, pues los imperios islámicos más fuertes estaba demasiado alejados geográficamente e interesados en sus propios asuntos.

Las Capitulaciones de Granada fueron muy ventajosas para Boabdil y sus súbditos, pues estipulaban el perdon para todos los resistentes, el respeto a sus propiedades, leyes, lengua e incluso religión. Sin embargo, poco tiempo más tarde, debido a diversas presiones, todo fue papel mojado y la corona impuso nuevos gravámenes e intentó convertir al cristianismo a los musulmanes.

La presión de las fuerzas combinadas de Castilla y Aragón se dirigió frontalmente sobre la capital a fin de acabar con la resistencia mediante un solo golpe. En el mes de julio, en pleno bloqueo de Granada, un incendio arrasó el campamento de los reyes; según algunas fuentes, la propia Isabel estuvo a punto de morir carbonizada en su tienda, donde al parecer se inició el fuego.

Isabel, en vez de ordenar su desalojo, mandó levantar una nueva población, que tomó el llamativo nombre de Santa Fe. Desde esta estratégica posición las tropas castellanas podían realizar continuas razias sobre los desprevenidos pobladores de la Vega, que rápidamente fueron abandonando sus casas para protegerse tras las fortificaciones granadinas. Así, no sólo se privaba a los nazaríes de provisiones, sino que los sitiadores se aseguraban de que, al aumentar sin tregua la población refugiada tras las murallas de Granada, el hambre se apoderaría rápidamente de la ciudad.
  

ASEDIO DE GRANADA.

Los musulmanes, perdidas todas las esperanzas, se veían abocados a un durísimo asedio, que podía concluir como el de Málaga, con la muerte y la esclavitud de buena parte de la población. El final llegó por el hambre, por la presión militar y, por supuesto, por el soborno a varios notables cortesanos nazaríes, a los que se prometió conservar sus propiedades y su posición social y concederles determinadas mercedes.

El 25 de noviembre de 1491 se formalizaban las condiciones de rendición o capitulaciones en el campamento real de la Vega, cerca de Santa Fe. El 2 de enero de 1492 las tropas cristianas entraron en la ciudad, precedidas por varios destacamentos que tomaron las principales fortalezas y torres del recinto amurallado.
  

Desaparición del Emirato Nazarí:

Es importante saber cómo se cumplieron las capitulaciones: Para el musulmán vencido se abrían dos caminos: emigrar o permanecer. Para irse hubieron muchas facilidades de transporte hacia África; para quien decidió quedarse, podía establecerse en cualquier otro lugar de Castilla, pero su situación de oprimido se hacía muy patente y no les dejaba muchas ganas de vivir en otro sitio que no fuera su país de origen. Entre vencedores y vencidos hubo, especialmente durante aquellos primeros años, un verdadero abismo cultural e ideológico.

La desaparición legal de Granada como sociedad islámica ocurrió entre 1499 y 1501. Los acontecimientos que acaecieron estos años son absolutamente originales en sus motivaciones, alcance y generalidad. Los mudéjares no recibieron garantías suficientes que aseguraran su vida dentro del Islam como hasta entonces, por lo que viéndose amenazados se dio una conversión en masa de los moros de los arrabales y la Vega granadina. Los alpujarreños, por otro lado, se alzaron en armas en 1500, a lo que sucedieron más alzamientos en Níjar y Velefique, en las serranías de Ronda y Villaluenga. Para julio de ese mismo año, los Reyes Católicos habían pacificado las sublevaciones granadinas, y prohibieron a todos los musulmanes su estancia en el país, para no estorbar el adoctrinamiento de los cristianos nuevos o moriscos; así pues, destruyeron todos los libros islámicos y forzaron las conversiones.

En la repoblación cristiana, la Corona tuvo el control sobre las casas y tierras, se podían comprar las tierras y se hizo un reparto reglamentado de éstas en todos los lugares donde la población musulmana hubo de salir a tenor de las cláusulas de las capitulaciones. Por último debe tenerse en cuenta la alteración que la conquista y sus consecuencias introdujeron en el sistema económico del país. Hubo un gigantesco trasvase de bienes acompañado de la sustitución parcial de la mentalidad y unas técnicas del que hacer productivo, por otras. En el ámbito agrario lo musulmán y lo castellano coexistieron durante años.

Con la conquista de Granada, los Reyes Católicos pusieron fin a ocho siglos de dominio político musulmán en la Península, concluyendo el proceso secular que se conoce como Reconquista, definidor en gran medida de la evolución política, económica, social y cultural de los reinos ibéricos durante toda la Edad Media.



Boabdil, el Rey Chico:
Último Rey Nazarí de La Alhambra.


Artículo publicado en la Revista Cultural de Los Comuneros de Castilla ..

Cuentan que Morayma, esposa de Boabdil, mandó llamar un día a la Corte de la Alhambra a un astrólogo, de nombre Ben-Maj-Kulmut, figura muy respetada entre los nazaritas, al cual consultó en secreto sobre el horóscopo del rey Boabdil. El anciano astrólogo consultó el curso de las estrellas y le contestó:
"Mi Señora, los signos de las estrellas del Cielo de su signo indican que el último rey nazarí vivirá mucho para padecer mucho".

Abu 'Abd Allāh fue el último rey de Granada con el nombre de Muhammad XI, llamado por los cristianos Boabdil (Granada, 1452 - Fez, 1528), y llamado El Zogoybi (El Desdichado) por los musulmanes, perteneciente a la dinstía nasrí o nazarí, quitó el trono a su padre Muley Hacén y durante un tiempo estuvo en disputa por este tanto con él como con su tío, el Zagal.
Abu 'Abd Allāh, en el habla granadina, debía pronunciarse como Bu Abdal-lah o Bu Abdil-lah, pero le llamaban Bu Abdi-Lih y de ahí el nombre castellano Boabdil, a quien se añadió "el Chico", epíteto que equivale al latino junior, para distinguirlo de su tío Abu 'Abd Allāh "el Viejo" o senior. 
Nacido, como hijo de Sultan en la Alhambra, era hijo del rey Muley Hacén y la sultana Aixa, se sublevó en Guadix contra su padre en 1482 y accedió al trono gracias al apoyo del partido de los Abencerrajes y de su propia madre. Fue el juguete de las intrigas palaciegas de su madre y de la favorita de su padre, Zoraya, antes Isabel de Solis. Se aprovechó de la pérdida de la plaza de Alhama, ganada por los cristianos, para destronar a Muley Hacén.
Éste, de nombre Abú-l-Hasan Alí, ocupó Zahara y perdió Alhama en 1482. Cedió la capital de Reino a su hijo Boabdil y huyó con su hermano Abu Abd Allah, el Zagal, en el que abdicó en 1485, retirándose enfermo y casi ciego a Mondújar, donde falleció.
Boabdil combatió a su padre y su tío el Zagal, quienes también se consideraban legítimos reyes de Granada, durante una guerra civil en la que fue apresado por los Reyes Católicos.

Su liberación implicó dar a Castilla la parte del reino que gobernaba el Zagal, lo que favoreció la penetración cristiana y la finalización de la guerra el 2 de Enero de 1492 con la entrega de Granada a los Reyes Católicos, tras las Capitulaciones de Santa Fe de 23 de Noviembre de 1491, aceptando las propuestas de Boabdil, se firmaron una Capitulación particular con Boabdil el 25 de Noviembre y otra Capitulación General el 28 de Noviembre de 1492, "pacíficamente y en concordia, realmente y con efecto dentro de sesenta y cinco días primeros siguientes de las fortalezas de la Alhambra, el Alhizan, puertas y torres y se exige obediencia de lealtad y fidelidad".

Los judíos de Granada gozarían de todos los beneficios asegurados a los musulmanes del Reino de Granada.

Boabdil se aseguró la colaboración de las tropas castellanas en su exilio a Fez en 1493 ante la posibilidad de una rebelión del bando opuesto a su corte de Granada. El plazo acordado 60 días para el abandono y entrega de la Alhambra se adelantó, a petición de Boabdil, para evitar la tensión y el tumulto de Granada ante la entrega pactada de la ciudad.

Los Reyes Católicos, como garantía de su cumplimiento, pidieron la entrega de 600 nazaríes, hijos de los caballeros más destacados del Reino. El 1 de Enero de 1492 los rehenes quedaron en el Real de Santa Fe, bajo la custodia de Don Juan de Robles, alcalde de Jerez. Durante esa noche, el ingeniero Muhammad Palacios, mudéjar aragonés, crea una via de acceso al castillo nazarí, en la zona de Realejo, por detrás de la ciudad, y que hoy es la cuesta del Caidero, y Gutierre de Cárdenas, comendador de León, accede a la Alhambra para asegurar militarmente la fortaleza.

El domingo 2 de Enero de 1492, en el salón de de la torre de Comares, Boabdil, el último rey de la dinastía nazarí, hacía entrega de las llaves de la fortaleza de la Alhambra a don Gutierre de Cárdenas mientras fray Hernando de Talavera, confesor de la reina y primer arzobispo de Granada, alzaba la cruz en la Alcazaba, en la torre de la Vela, y tomaba posesión de la Alcaldía de La Alhambra don Íñigo López de Mendoça. Se dice que la primera tropa cristiana se encuentra con Boabdil y su séquito en la Puerta de los Siete Suelos

Boabdil, que descendió la colina de la Sabika a lomos de una mula, hasta el morabito o lugar de oración en tiempos musulmanes, cercano al palacio real del Alcazar Genil, (en la actualidad, dicho morabito es la ermita de San Sebastián y es el único de esta clase conservado en Granada) donde le esperaba el Rey Fernando de Aragón para hacer acatamiento y entrega de las llaves de Granada, la capital del Reino de Granada, en un protocolo que se había pactado de antemano, que se inició a las 3 de la tarde, siendo el intérprete de dicho acto Hernando de Baeza, "con las llaves en las manos, encima de un caballo, quísose apear a besar la mano al Rey, y el Rey no le consintió descabalgar del caballo, ni le quiso dar la mano, y el Rey Boabdil le besó en el brazo y le dió las llaves, y dijo:
''Toma, Señor, las llaves de tu ciudad, que yo y los que estamos dentro, somos tuyos''
Desde la Alhambra, se dispararían 3 salvas. Como recuerdo de este acto de la entrega, la catedral de Granada hace sonar a las 3 de la tarde, aún hoy, 3 campanadas. Según recogen las Chronicas de Rodriguez de Ardila, el Papa concedió indulgencia plenaria a quienes en ese momento recen por la conservación del reino y por la paz.

Boabdil emprendió camino hacia Santa Fe, donde se encontraban los 600 rehenes nazaríes, asi como para abrazar a su hijo que se encontraba cautivo en la fortaleza de Moclín.

Tras la entrega de las llaves, eran liberados de las mazmorras de la alhambra más de 700 soldados presos y cautivos cristianos, que se encontraban casi hambrientos y harapientos.

El Jueves 6 de Enero partiría Boabdil camino de las tahas de La Alpujarra, abandonando la Alhambra por la puerta de los Siete Suelos y los reyes Isabel y Fernando hacían la entrada oficial en la Alhambra, acompañados de su corte y séquito. Boabdil había entregado a los reyes de Castilla y Aragón una Alhambra intacta, recibían una ciudad fortaleza que no había sido destruida, a diferencia de otras posiciones hispanomusulmanas que, asediadas o sitiadas por tropas cristianas, si fueron destruidas.

El Sábado, 8 de Enero, los Reyes Católicos, acompañados de su hijo primogénito Juan y todos los prelados, autoridades y nobleza y de toda la tropa militar, bajaron a la ciudad de Granada donde tomaron posesión, celebrando una misa solemne en la Gran Mezquita de la Medina de Granada, oficiada por el obispo de Abuleri (Ávila), decretando los Reyes que fuera dedicada y consagrada a Dios Creador.

Según una extendida leyenda española, cuya veracidad no está atestiguada por ninguna documentación, excepto el libelo publicado por el obispo de Astorga a los 75 años de su partida, y que parece ser el origen de dicha leyenda, que narra la partida de Granada, camino de su exilio en Laujar de Andarax, en La Alpujarra almeriense, cuando coronaba una colina, volvió la cabeza para ver su ciudad por última vez y lloró, escuchando de su madre la sultana Aixa:
"Llora como una mujer lo que no has sabido defender como un hombre". 
 
Debido a esta leyenda esa colina recibe aún hoy el nombre del Suspiro del Moro y la carretera Granada - Motril que la atraviesa por su cota más alta recibe, en ese tramo, el nombre de Puerto del Suspiro del Moro.

La historia reconoce, tan sólo, que las últimas lágrimas de Boabdil tal vez serían en Mondújar, en el Valle de Lecrín, donde diera entierro a Morayma, mujer siempre abandonada por las batallas de su esposo y cuyo único momento de felicidad fue cuando se conocieron en Loja y se casó en Granada con Muley Abu-Abdalla-Babdali:
"Allí conoció Boabdil a Morayma, la hija de Aliatar. Cuando volvía de la batalla, que a diario ocurría, sus ojos se encontraban y sus almas se juntaron para siempre.
Al volver el Rey a Granada triunfante y lleno de vida, eligió a Morayma por Sultana, verificándose las bodas reales con pompa y alegría, único momento en su existencia de respiro y felicidad".

Antes de partir de los palacios nazaríes, y según lo pactado en Santa Fe, el Rey Chico dio orden de levantar el Cementerio Real de la Alhambra, conocido como La Rauda Real, para que sus ascendientes no permanecieran en tierra cristiana. Boabdil trasladó los restos de sus antepasados y les dio nueva sepultura en alguna zona cercana a Mondújar, en donde, camino de Laujar, mandó construir una nueva Rauda Real en sitio tan secreto que hasta la fecha tampoco ha sido averiguado, pese a ser muy investigado, y por tanto, encontrado y sólo un año después volvió Boabdil a desplazarse a dicha Rauda Real para enterrar, junto a las tumbas de los sultanes de la Alhambra, los restos de Morayma.
   
Así pues, Boabdil salió de Laujar de Andarax camino de Fez con los restos de su esposa, haciendo una parada en el Castillo de Mondújar para sepultarla junto a los reyes nazaritas en la Rauda Real, teniendo que recorrer más de cien kilómetros por El Alpujarra con los restos de Morayma para después continuar en soledad su andadura camino del puerto por el que tenían que embarcar, según lo pactado.

Aún hoy se sigue discutiendo sobre el puerto que utilizara Boabdil para su partida al Magreb, ya que no quedó reflejado en documento alguno. Algunos historiadores indican que el Rey Chico partió de su reino desde el puerto de Adra (actual provincia de Almería).

El Conde de Benalúa, afirmó, por el contrario, que Boabdil marchó a Fez por el mismo puerto que utilizara siglos atrás por Abderramán I, para entrar en al-Ándalus, que lo hizo por Almuñécar (provincia de Granada).

 El amor de Boabdil hacia su esposa se indica como la causa de la decisión definitiva de abandonar su exilio de Laujar de Andarax cuando ella murió. Nunca más volvería a contraer matrimonio. Instalado ya en Marruecos, donde se dice que murió en el campo de batalla, aunque también se recoge la historia de que mendigó por la calle de Fez hasta su muerte.
Se desconoce el lugar de su enterramiento.



Ciudad de Granada: Historia de la Alhambra.

La historia de la Alhambra está ligada al lugar geográfico donde se encuentra, Granada; sobre una colina rocosa de difícil acceso, en los márgenes del río Darro, protegida por las montañas y rodeada de bosque, entre los barrios más antiguos de la ciudad, la Alhambra se levanta como un castillo imponente de tonos rojizos en sus murallas que ocultan al exterior la belleza delicada de su interior.

Concebida como zona militar al principio, la Alhambra pasa a ser residencia real y de la corte de Granada, a mediados del s XIII, tras el establecimiento del reino nazarí y la construcción del primer palacio, por el rey fundador Mohammed ibn Yusuf ben Nasr, más conocido por Alhamar.

A lo largo de los s. XIII, XIV y XV, la fortaleza se convierte en una ciudadela de altas murallas y torres defensivas, que alberga dos zonas principales: la zona militar o Alcazaba, cuartel de la guardia real, y la medina o ciudad palatina, donde se encuentran los célebres Palacios Nazaríes y los restos de las casas de nobles y plebeyos que habitaron allí. El Palacio de Carlos V, (que se construye después de la toma de la ciudad en 1492 por los Reyes Católicos), también está en la medina.

El conjunto monumental cuenta también con un palacio independiente frente a la Alhambra, rodeado de huertas y jardines, que fue solaz de los reyes granadinos, el Generalife.

El nombre Alhambra tiene sus orígenes en una palabra árabe que significa "castillo rojo o bermellón", debido quizás al tono de color de las torres y muros que rodean completamente la colina de La Sabica, que bajo la luz de las estrellas es de color plateado, pero bajo la luz del sol adquiere un tono dorado. Aunque existe una explicación más poética, narrada por los cronistas musulmanes que hablan de la construcción de la Alhambra "bajo la luz de las antorchas". Creada originalmente con propósitos militares, la Alhambra era una alcazaba (fortín), un alcázar (palacio) y una pequeña medina (ciudad), todo al mismo tiempo. Este triple carácter nos ayuda a comprender las numerosas características de éste monumento.

No existe ninguna referencia de la Alhambra como residencia de reyes hasta el siglo XIII, aunque la fortificación existe desde el siglo IX. Los primeros reyes de Granada, los Ziritas, tenían sus castillos y palacios en las colinas de Albaicín, y nada queda de ellos. Los monarcas Ziries fueron con toda probabilidad los emires que construyeron la Alhambra, comenzando en 1238.

El fundador de la dinastía, Muhammed Al-Ahmar, comenzó con la restauración del antiguo fortín. Su trabajo fue completado por su hijo Muhammed II, cuyos sucesores inmediatos continuaron con las reparaciones. La construcción de los palacios (llamado Casa Real Vieja) data del siglo XIV, y es la obra de dos grandes reyes: Yusuf I y Muhammed V. Al primero se le adjudica, entre otros, el Cuarto de Comares, la Puerta de la Justicia, los Baños y algunas torres. Su hijo, Muhammed V, completó el embellecimiento de los palacios con la Sala de los Leones, además de otros cuartos y fortificaciones.

La Alhambra se convirtió en una corte cristiana en 1492 cuando los Reyes Católicos conquistaron Granada. Más tarde, se construyeron varias estructuras para albergar a ciudadanos prominentes, cuarteles militares, una Iglesia y un Monasterio Franciscano.

A continuación vamos ha realizar un pequeño recorrido, por los rincones mas emblemáticos de la Alhambra.
Veámos:


La Alcazaba:

Esta es la parte más antigua de la Alhambra, reconstruida sobre las ruinas de un castillo del siglo IX. Las torres más sólidas son las del Homenaje situada al sur y la de Quebrada en el ángulo noroeste. La que tiene un interior más elaborado es la Torre de las Armas. Sin embargo, todas ellas quedan superadas por la impresionante Torre de la Vela. Su campana suena en ocasiones festivas impulsada por muchachas jóvenes, que según la superstición, esperan así no quedarse solteras. Esta es la torre más alta de todo el recinto amurallado, y el paisaje que desde aquí se observa se abarca un amplio horizonte.

A la entrada de la Alcazaba están los agradables Jardínes de los Adarves, también llamados Jardínes de los Poetas. Desde sus almenas nuestra vista se ve atraída por las torres de la colina de enfrente. Son las Torres Bermejas, el "castillo de gran valor" al que se alude en algunas baladas. Algunas composiciones musicales de Albéniz o Joaquín Rodrigo evocan su nombre.


La Casa Real:

Es un grupo de pequeños palacetes con una serie de estructuras que les rodean que nacieron de una necesidad puramente transitoria y ornamental. Desde el siglo XVI, a estos alcázares nazaritas se les ha designado como Casa Real Vieja para distinguirlos de los edificios cristianos.La Alhambra contiene las tres estancias típicas de un Palacio Musulmán, incluyendo un salón de recepciones y el Patio de los Leones. Este espectacular patio es obra de Mohammed V y nos muestra lo mejor del Arte Islámico en todo su esplendor.


Generalife de Granada:

La palabra 'Generalife' ha sido traducida como "jardín del Paraíso", "plantación" o "jardín festivo".

Después de la conquista de Granada, los Reyes Católicos cedieron la propiedad del Generalife a la familia Venegas de Granada. La avenida conduce al Patio de la Acequia, que es el sitio más popular y el verdadero corazón del palacio. En la parte oeste hay una galería con 18 arcos. El pórtico del norte se llama el Mirador y tiene cinco arcos en la parte delantera y tres más detrás hechos en mármol.

A través del pórtico norte desembocamos en el Patio de los Cipreses, que tiene un estanque en el centro.Una escalera de piedra nos lleva hasta los Jardines Superiores, que antaño fueron plantados con olivos y hoy día se ha convertido en una explanada con jardines bellos y modernos. Aquí encontramos los saltos de agua descritos por Navagiero en el siglo XVI. Siguiendo la escalera llegamos a un edificio moderno y aséptico de varios pisos. En la parte más alejada es donde se encuentra el gran escenario donde se celebra el Festival Anual de Música y Danza.


El Pátio de los Leones:

El Patio de los Leones se caracteriza por su hermosa originalidad, una mezcla armoniosa de arte oriental y occidental. Sus 124 palmeras rodean la fuente que reposa sobre la espalda de sus 12 leones. El agua es aquí el gran protagonista, ascendiendo y rebosando por la fuente hasta la boca de los leones, desde donde se distribuye por toda la estancia.

Cuatro grandes vestíbulos rodean la estancia. El primero entrando por el patio de los Mártires es la Sala de los Mozárabes, cuyo nombre probablemente derive de los tres arcos que que forman la entrada al Sala de los Leones.

Al Sur está la Sala de los Abencerrajes, famosa en leyendas por su ornamentación de lazos.

En la parte este está la Sala de los Reyes, la cual es bastante singular en su diseño y recuerda a un escenario teatral, dividida en tres secciones, separadas por arcos dobles mozárabes.

Al Norte está la Sala de Dos Hermanas, llamada así por las dos grandes piezas de mármol que flanquean la fuente. El vestíbulo contiguo es la Sala de los Ajimeces, con dos balcones con vistas al Jardín de Daraxa. Entre estos dos balcones está el Mirador de Daraxa, dormitorio y vestidor de la Sultana y un sitio muy apacible y resguardado.

Por el último vestíbulo accedemos al Peinador de la Reina, también llamado el Tocador. Fue diseñado para ser la residencia de la Emperatriz Isabel y más tarde de Isabel de Parma. Aquí encontramos algunos frescos conmemorando la expedición de Carlos V a La Goleta. Dentro del recinto de la Alhambra también encontramos edificios que son exclusivamente occidentales, con los Jardines de los Mártires donde antaño hubo un Monasterio de las Carmelitas Descalzas.

La Iglesia de Santa María se erige donde una vez estuvo la mezquita real. El Monasterio de San Francisco, que hoy es un Parador, se construyó sobre un palacio árabe, y tiene un valor sentimental, ya que estuvo la tumba temporal

de los Reyes Católicos hasta su traslado a la Capilla Real. El Palacio de Carlos V o Casa Real Nueva fue comisionado por el Emperador en un intento de emular el Palacio de los derrotados musulmanes además de servir como su propia residencia. Se empezó a construir en 1527 bajo la dirección de Pedro Machuca, que había estudiado con Miguel Angel en Italia. Tiene forma cuadrada y se compone de dos partes: la primera de estilo Toscano y la segunda con pilares Jónicos.


La Sala de los Abencerrajes:

La Sala de los Abencerrajes se encuentra en el lateral sur del famoso Patio de los Leones y fue, al parecer, alcoba del Rey.
Es de planta cuadrada y en el centro se haya la famosa fuente en la que, según la leyenda que da nombre a esta sala, tuvo lugar la decapitación de los treinta y seis caballeros abencerrajes, ilustre familia granadina destacada en la política de la Granada Nazarí.

Los Banu Sarray, que era el nombre originario de la familia, procedían del norte de África.
Todos fueron degollados por el adulterio de la favorita del sultán con uno de estos caballeros.
El rey, ayudado por la declaración de los Zenetes hecha en contra de aquellos, los invitó a su cuarto y conforme iban pasando los iba decapitando, arrojando la sangre en la taza para no advertir a los demás.
La fantasía popular cuenta que las manchas rojizas del óxido de hierro del fondo de la fuente pertenecen a las marcas de la sangre derramaba por los caballeros, que aún permanece ahí por siempre.

Todo esto, leyenda o realidad, debió ocurrir durante los reinos de Muley Hacem, Boabdil o Muhammad XI “el Cojo”.
Sobre esta fuente se puede observar toda la panorámica exterior reflejada. En el techo se levanta la hermosa cúpula, en forma de estrella de ocho puntas, de “muqarnas” o mocárabes en yeso.
Al mirarla desde abajo, nos da la sensación de estar en una gruta de estalactitas, con su lago representado por la fuente.
Al ser un cuarto privado no hay ventanas que den al exterior, de modo que nadie pueda inmiscuirse en la vida privada.
Las celosías que hay en la parte superior solo son para dejar pasar la luz.
 
La Sala de los Abencerrajes está dividida en dos partes iguales a ambos lados, de las cuales, una sería el dormitorio y otra cuarto de estar, con solo mesas bajas, divanes, camas turcas y braseros.
Hay que recordar que en la casa árabe no se plantea la estructura de la casa europea, con gran cantidad de cuartos para habitar y exceso de muebles innecesarios.
En días calurosos, esta sala debió ser uno de los refugios ideales, con las puertas cerradas y la única luz proveniente de las altas ventanas de la cúpula estrellada por la cual se escapa el aire más caliente a modo de chimenea.
  
Aún así, hay que saber que en aquellos tiempos, ni en los días más calurosos de Granada, se superaban los 22 grados.
Las yeserías se conservan originales en su mayor parte, al igual que los colores. Sin embargo, en la parte baja, se puede observar que el zócalo no es original, sino que pertenece al estilo andaluz y proviene de la fábrica de azulejos de Sevilla, fechándose hacia el siglo XVI.
La parte alta está ocupada por el “Chanan”, que era el haren alto o de las mujeres, distribuido en largos corredores con patios para solazarse y con balcones abiertos hacia el Patio de los Leones.

Según la tradición, en esta sala vivió el profeta Mahoma.




Leyendas de la Alhambra de Granada.


Sobre el cerro de la Sabika se alza la Fortaleza Roja, la ciudad palatina de la Alhambra, dominando Granada con el fulgor blanco de Sierra Nevada de fondo. Desde que fuera la residencia de los reyes nazaríes en el S.XI ha ido encandilando a visitantes de todas las épocas, siendo declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1984. Romances, traiciones, pasiones e intrigas se vivieron entre sus muros relatando la historia del esplendor y caída de un reino.

Hoy hacemos una selección de las muchas leyendas que guarda la Alhambra, algunas de ellas recogidas por uno de sus moradores más ilustres: Washington Irving. Un viajero norteamericano que contribuyó a perpetuar su mito romántico escribiendo el popular Cuentos de la Alhambra en 1829.


Leyenda de El Reloj de Sol:

Sobre el conjunto palaciego en sí mismo existe una leyenda según la cual la Alhambra puede considerarse un gran reloj de sol. Así pues, a través de sus estancias podríamos seguir el transcurso de las horas del día según avanza el astro rey por el firmamento, reflejado en sus baldosas. El fenómeno se hace especialmente patente al medio día, cuando las estancias quedan divididas exactamente por la mitad, como efecto de la sombra.


Leyenda de la Puerta de la Justicia:

¿Entramos al interior del palacio? La puerta que custodia el acceso a la Alhambra es conocida como la Puerta de la Justicia. Sobre ella y su grandeza reza una leyenda: si existiese un caballero en la Tierra que al pasar a caballo bajo su arco exterior fuese capaz de tocar con la punta de su lanza la mano esculpida en lo más alto, suyo sería el trono del reino de Granada.


Leyenda del Patio de los Leones:

Uno de los rincones más emblemáticos de la Alhambra es sin duda el Patio de los Leones. Cuenta la leyenda que hubo una princesa árabe llamada Zaira que viajó a Al-Andalus y se alojó en el palacio, quedando extasiada con su belleza. Su padre era un rey despiadado, que la mantenía aislada, y su madre había muerto hacía mucho, conservando la niña un talismán. La princesa conoció a un joven del que se enamoró, viendose a escondidas. Fueron sorprendidos por el monarca, quien lo condenó a morir. La joven desolada entró a la alcoba del rey a suplicar clemencia, pero en lugar de encontrar a su padre dio con su diario, donde revelaba que había asesinado al rey y la reina, verdaderos padres de Zaira, con ayuda de sus 11 hombres. La joven enfurecida reunió en el patio al rey y a sus hombres, y el talismán de su cuello los convirtió en doce leones de piedra.



Leyenda de Morayma, la Sultana de la Alhambra:

Tenía la edad de “la niña bonita”, esos 15 años en los que el brillo,  la textura  y el aroma de una piel  joven son la mejor carta  de presentación. Además ella era graciosa, de curvas acentuadas facciones perfectas y unos ojos negros grandes y rasgados donde bien podrían dormir las estrellas.

Como cualquier joven de su edad jugaba por las calles de Loja en Granada y a menudo veía como  en aquella época, (corría el siglo XV), los soldados nazaríes que ocupaban Granada, volvían de las abundantes contiendas contra los cristianos que tenían lugar un dia sí y otro también. Quiso el destino que sus miradas se cruzaran varias veces y que el apuesto Boabdil se enamorara de ella hasta el punto de hacerla su esposa. Hija del General Aliatar se casó con ropas y joyas prestadas, pues aunque la situación de su familia era bien holgada su padre destinaba todas sus riquezas al servidio de la resistencia del reino frente al avance cristiano. Ella sería la Sultana de la Alhambra de Granada.

Cuesta tan  poco imaginarla con aquellas sayas negras ,mantón blanco bordado con incrustaciones de nácar y piedras preciosas, paseando por esos Jardines del Generalife, en el paseo de las Adelfas que se rendían a su paso ante tanta belleza, sobre un pavimento redondeado para no lastimar sus piés y no atrapar la humedad en los días lluviosos, o por ese patio que lleva su nombre, (El patio de la Sultana) donde el trinar de los pájaros se funde con las notas cantarinas de los chorros de las fuentes al caer, dibujando  imágenes caprichosas similares a cristales intermitentes con fondos de los diversos colores de las flores que allí viven.

Sería  en ese Patio que lleva su nombre donde a causa de su soledad, tendrían  lugar sus citas con aquel valiente y apuesto caballero abencerraje que acudía a su llamada, y bajo aquel ciprés que aún hoy  conserva su tronco habría un mar de caricias y pasiones prohibidas para ellos, con Granada a sus pies y con la belleza de la Alhambra por marco incomparable.

No duraron demasiado esos amoríos, pues no faltaron ojos para ver, oídos para oir, y bocas para trasladar a Boabdil semejante historia. Lleno de ira mandó hacer venir a todos los caballeros abencerrajes que vivian bajo su amparo y una vez reunidos los llevó a una sala adyacente al Patio de los Leones en la cual hay una gran fuente redonda a ras del suelo, y allí les decapitó vertiendo su sangre en la fuente quedando esta manchada para siempre, y desde entonces  aquella sala se llamará, “Sala de los Abencerrajes”. Ella tuvo sus castigo encerrada en una mazmorra durante un tiempo, y aunque su vida no fue fácil  se dice que las últimas lagrimas derramadas por Boabdil no fueron  por la pérdida de Granada, fueron por la muerte de su esposa, a la que dejó enterrada en Mondújar  tras su destierro, su gran amor y a la que no olvidaría nunca, no volviéndose a  casar jamás.

Morayma fue la última reina nazarí de Granada y la única de la Alpujarra.
Una leyenda que se funde con la realidad de aquella época y con la magia del lugar.


Leyenda de las tres princesas o la rosa de la Alhambra:

La llamada Torre de las Infantas alberga una de las leyendas más bonitas de la Alhambra, en la que se cuenta que hubo un rey que tenía tres hermosas hijas: Zayda, Zorayda y Zorahayda. Advertido por un astrólogo que corrían peligro de hacer un mal casamiento, indigno del rango de princesas, las encerró en una torre. Sin embargo fue vano intento ya que las jóvenes desde su ventana se enamoraron de tres caballeros cristianos que habían sido capturados por los soldados musulmanes. Las princesas se las ingeniaron para conocer a los prisioneros, y cuando sus familias pagaron el rescate e iban a partir de la Alhambra urdieron un plan de fuga, para marcharse con ellos. Sin embargo, llegado el momento la más joven de las tres, Zorahayda, no se atrevió a huir, quedando sola. Murió joven y triste y sobre su sepultura creció una rosa, conocida como «la rosa de la Alhambra».


La leyenda de Ahmed al Kamel:

Los espléndidos jardines del Generalife también guardan numerosas leyendas entre sus estanques y fuentes. Una de ellas cuenta como en él se encerró de niño al príncipe Ahmed, a quien un vidente le había pronosticado un buen futuro excepto en el amor. El rey, para evitar que sufriera, lo recluyó en el Generalife con su filósofo Abben, bajo la pena de que si este le explicaba lo que era el amor le cortaría la cabeza. El muchacho creció y cada vez le interesaban menos los estudios, por lo que Abben le enseñó la lengua de los pájaros. Un día escuchó a un pájaro entonar el “canto del amor”, lo que le suscitó mucha curiosidad. Al poco tiempo cayó del cielo un ave perseguida por un halcón y Amhed la curó. A cambio, le preguntó qué era el amor. Una vez lo supo no podía quitárselo de la cabeza y escapaba del Generalife a observar a las muchachas de la corte. Finalmente se enamoró de una de ellas y juntos se marcharon, siendo, contrariamente a lo que le vaticinaron, muy felices.


La leyenda de la campana de la Vela:

Finalizamos nuestro paseo por las historias de la Alhambra en la Alcazaba, con una leyenda viva. Un rito actual que aún tiene lugar cada 2 de enero en la Alhambra. Esta fecha es festiva en Granada ya que se celebra el Día de la Toma, conmemorando cuando en 1492 los Reyes Católicos obtuvieron las llaves de la ciudad de manos del desdichado Boabdil. Según cuenta la tradición, la muchacha soltera que toque la campana de la Torre de la Vela, la más alta del monumento, ese mismo año encontrará marido y se casará.

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El Legado Hispano-Árabe

La presencia de los musulmanes en España como sociedad organizada, fue casi de ocho siglos; pero su permanencia en la sociedad española con formas culturales propias se prolongó otro siglo más, hasta 1609 en que fueron expulsados por el rey Felipe III.

No ha habido acontecimiento tan prolongado, ni más determinante y decisivo en nuestra agitada historia que la invasión árabe.

La península ibérica es la zona de Europa mediterránea donde tuvo lugar el encuentro más duradero e íntimo entre cristianismo e Islam. Al-Andalus, como llamaron los árabes a las tierras peninsulares conquistadas, fue el foco de irradiación cultural que mayor importancia ha tenido en el desarrollo no solo de la península, sino de toda Europa Occidental e incluso de las nuevas tierras que posteriormente se descubrieron.

La llegada del Islam a la península, con un número no superior a los 50.000 invasores de distintas etnias y casi prácticamente analfabetos, no supuso la desaparición de la cultura hispano-visigótica.

Numerosos nobles y clérigos se desplazaron hacia el norte temerosos de sufrir represalias de los recién llegados, pero otros muchos permanecieron en al-Andalus manteniendo sus costumbres y sus propiedades e introduciéndose, algunos de ellos, de forma importante en el tejido social de los vencedores. En la primera época la cultura visigótica continuó su desarrollo, si bien la lengua árabe, característica común de los invasores, fue extendiéndose entre los hispanos por necesidades administrativas.

Gran parte de la población hispana conservó la religión oficial visigótica, constituyendo un numeroso grupo, los mozárabes; que tenían la condición de protegidos (dimmies), gozando de una autonomía muy amplia, aunque gravada con mayores impuestos y su presencia fue importante en las grandes ciudades, viviendo en armonía con los musulmanes. Tenían un gobernador o conde (qümis) responsable de la comunidad, recaudadores especiales, magistrados propios que aplicaban el antiguo código gótico del Liber Judicum, y disponían de iglesias y conventos. La mezquita de Córdoba fue inicialmente una iglesia utilizada conjuntamente por musulmanes y cristianos, hasta que Abd al-Rahman I compró a estos su parte para iniciar su construcción.

Los matrimonios mixtos fueron frecuentes; preferentemente, debido al carácter patrilineal de la sociedad árabe, entre musulmanes e hispanas. El hijo de Muza, el conquistador de al-Andalus, se casó con la viuda del rey Rodrigo, y una nieta del rey visigodo Witiza, llamada en las crónicas Sara "la Goda", se casó dos veces sucesivas con destacados personajes de la aristocracia árabe.

El papel de los mozárabes fue de gran importancia en el proceso de intercambio cultural. Muchos de sus dirigentes se arabizaron, tomando a menudo nombres árabes y adoptando en sus formas de vida los modelos de la aristocracia árabe creados en el Oriente. Su participación en la vida social, incluso política de los musulmanes fue muy activa y cada vez más intensa, aumentando el número de los que se convertían al islamismo. Algunos textos religiosos cristianos, como los Salmos, se tradujeron al árabe.

El cordobés Alvaro en el siglo IX se lamentaba: "...Los cristianos han olvidado hasta su lengua religiosa, y entre mil de nosotros difícilmente encontraréis uno solo que sepa escribir medianamente una epístola en latín a un amigo. Pero si se tratase de escribir en árabe, encontraréis gran cantidad de personas que se expresan fácilmente en esta lengua con gran elegancia y los veréis componer poemas preferibles, bajo el punto de vista artístico, a los de los mismos árabes..."

A partir del siglo IX, el número de conversos al Islam aumentaron considerablemente. Puesto que no existía la conversión forzosa, los cristianos que se convirtieron, los muladíes, lo hicieron por diversos motivos. Es fácil suponer como bastante probable que las ventajas materiales y sociales de la nueva posición ofrecía, fuera uno de los más determinantes.

Durante los años 850 a 859, estas crecientes conversiones originaron un episodio de confrontación religiosa muy crítico. Algunas personalidades religiosas alarmadas ante la creciente pérdida de identidad reaccionaron de forma violenta, provocando un movimiento de martirios voluntarios. La solución era muy difícil; las autoridades islámicas convocaron a los obispos a un concilio en el año 852 para poner fin a aquella situación, agravada además por disensiones entre los mismos cristianos, pero fue un fracaso.

A partir del siglo X, la sociedad de al-Andalus, sobre todo la urbana, era mayoritariamente musulmana, llegando el proceso de islamización su punto más alto. La mayoría de la población de al-Andalus, constituida por muladíes y mozárabes, hablaba romance, si bien con una progresiva introducción de palabras árabes, que quedaba como lengua de los grupos política y culturalmente dominantes quienes a su vez hablaban romance.

Es en esta época, en el califato de Córdoba, cuando el desarrollo hispano-árabe alcanza cotas sobresalientes, resultado del continuo proceso de asimilación de los modelos culturales provenientes de Oriente, adquiridos gracias a los intercambios de todo tipo iniciados por Abd al-Rahman I en la segunda mitad del siglo VIII que abrieron al-Andalus a todo el conocimiento de egipcios, sumerios, akadios, fenicios, hebreos, así como de Grecia, Persia, India, China y de Bizancio, recogido y desarrollado por los árabes de Oriente.

Los árabes introdujeron el sistema de numeración de posición; hicieron del álgebra una ciencia exacta y sentaron las bases de la geometría analítica. Construyeron planetarios, determinando los eclipses de Sol y de Luna. La astrología se afianzó sólidamente en las cortes islámicas, llevando los astrólogos un uniforme propio como distintivo de su rango.

Los amplios conocimientos agronómicos llevan a experimentos tales como la aclimatación de distintas especies en jardines botánicos y la polinización artificial. Todo el saber en este campo se recoge en una obra que ocho siglos más tarde, el conde Campomanes mandó traducir para la formación de los agricultores de su época.

La práctica de la medicina era, así mismo, muy considerada y partiendo de los conocimientos griegos, se hicieron importantes descubrimientos como la diferencia entre viruela y sarampión y la circulación sanguínea. Se conocía el absceso de pericardio, la traqueotomía, diversas técnicas quirúrgicas, así como el tratamiento de fracturas.

En cuanto a la expresión artística, el Islam alcanzó una gran belleza y sensibilidad que, en la arquitectura y artes menores, podemos observar en las obras que han llegado hasta nosotros.

La música, a pesar de que la primitiva tradición coránica la censuraba, formó parte de los pasatiempos de todas las clases sociales, rivalizando los gobernantes por contar con los mejores músicos, cantores y bailarinas: en Córdoba se creó un conservatorio musical con un plan de estudios en tres grados, y Úbeda fue famosa por sus lugares de diversión y sus bailarinas diestras en danzas con sables.

En literatura, el influjo de las formas líricas árabes, moaxajas y zéjeles, en las composiciones hispanas es indudable, como en El libro de buen amor del Arcipreste de Hita y las Cantigas de Alfonso X.

La influencia de la prosa también es evidente, encontrando trazos de los temas y rasgos estructurales árabes en El Conde Lucanor de Don Juan Ma­nuel, el Decamerón de Boccaccio y La Divina Comedia de Dante, entre otras.

Se introduce el juego de ajedrez y el juego del polo, también el de cartas o naipes (del árabe na'i).

Aparecen nuevos productos e industrias, tales como el azúcar de caña, sustituyendo al hidromiel utilizado entonces; el gusano de seda y su cultivo; el desarrollo del algodón y el papel, procedimientos para tallar el cristal de roca; la molienda con molinos de viento; métodos de enfriamiento como el botijo y los sorbetes (del árabe sarab o del persa suripu) a los que los médicos atribuían propiedades curativas.

En fin, una cultivada cultura que abarcó cualquier rincón del conocimiento humano y que sobrepasó las cambiantes fronteras cristiano-árabes, llegando al Occidente europeo, donde la civilización árabe fue objeto de admiración y estudio. La poetisa germana Hroswitha del siglo X llamaba a Córdoba "ornato del mundo" y Juan de Gorz, embajador del emperador Otón I, refiere en sus memorias el asombro que sintió ante la sociedad hispano-árabe aún ya conociendo lo refinada que era.

Los reyes hispano-cristianos no fueron ajenos a este proceso de acercamiento a las costumbres de sus vecinos. La sociedad urbana y artesanal de al-Andalus era la referencia para la nobleza de los reinos cristianos inicialmente muy rural izados. Ambos bloques, al margen de sus enfrentamientos militares, mantuvieron relaciones comerciales, con intercambio de productos acabados islámicos por materias primas cristianas, favoreciendo la transferencia cultural.

Sancho II de Castilla vestía a la manera musulmana; elséquito de Alfonso VI parecía una corte islámica, "sabios y literatos muslimes andaban al lado del rey, la moneda se acuñaba en tipos semejantes a los árabes, los cristianos vestían a mora,..." y Pedro I de Aragón firmaba sus documentos en árabe

En definitiva, la civilización hispanoárabe supuso un puente de gran importancia por el que llegó a nuestros días gran parte del conocimiento griego. Solo con fijarnos en nuestro actual idioma, vemos como permanecen en él cerca de unos cuatro mil arabismos que nos permiten vislumbrar el gran bagaje de nuevas ideas y conocimientos que aportaron los árabes a nuestra cultura.

El proceso fue similar al que tiene lugar hoy día, cuando en nuestro lenguaje, muy a nuestro pesar pero sin remedio y de forma imparable, aparecen términos ajenos para denominar innovaciones técnicas, científicas y culturales originadas fuera de nuestro entorno.

Un pequeño paseo, a todas luces incompleto, por las familias semánticas de los arabismos puede proporcionar una interesante perspectiva de los ámbitos donde la cultura árabe fue dejando su sedimento.

Si examinamos la terminología militar, encontramos numerosos vocablos de origen árabe. Un oficial se llama alférez, en árabe al-faris; el soldado a caballo, el jinete, viene de zeneti; el centinela es el atalaya del árabe at-tala’i’; la retaguardia, la zaga de saqa; el responsable de la fortaleza, el alcaide de al-qa’id; la revista militar, el desfile, el alarde, es en árabe al-‘ard; el guía, el adalid, es ad-dalil; la expedición de castigo, la aceifa, de as-sa’ita, ....

En el vocabulario civil: el corregidor municipal, el alcalde viene del árabe al-qadi; antiguamente, el gobernador de una ciudad o, actualmente, un oficial inferior de la administración, el alguacil, es al-wazir; el oficial recaudador de las rentas reales, el almojarife, es al-musrif; el encargado de cumplir el contenido del testamento, el albacea, viene de al-wasiyya el término de una población, el alfoz, es al-hawz; el sitio extremo de una población, el arrabal, es ar-rabad; cada parte de una ciudad, el barrio, es barri; el antiguo magistrado con poder civil y militar, el zalmedina, es sahib al-madina,...

En el léxico químico están alambique (al-inbiq); carbonato de plomo o albayalde (al-bayad); hidróxido metálico o álcali (al-qali); alcanfor (al-kafur); alcohol (al-kuhl); óxido de hierro o almagre (al-magra); alquimia (al-kimya’ ); alquitrán (al-qitran); caño o vaso de condensación, aludel (al-‘utal); sedimento de sal bórica y sosa en playas y lagos, el bórax (bawraq); mineral de arsénico y azufre o rejalgar (rahy al-gar); talco (talq)...

En la construcción: el maestro de obras, el alarife, de al-‘arif; albañil, del árabe al-banná; el ladrillo de barro, el adobe, de at-tub; alcoba; alféizar; alicatar; azotea; azulejo; tabique; zaguán...

Entre los términos botánicos hay muchos arabismos, tomados muchos de ellos, a su vez, del persa: el olivo silvestre o acebuche; aceituna; acelga; el níspero o acerola; albaricoque; albérchigo; alcachofa; alfalfa; el pistacho o alfóncigo; algarroba; algodón; almez; altramuz; alubia; amapola; arroz; azafrán; bellota; jazmín; limón; naranja; retama; sandía; zanahoria...

Los árabes fueron expertos en ingenios hidráulicos y sus huellas han quedado en nuestro idioma: acequia; molino de agua o aceña; alberca; albufera; alcantarilla; aljibe; caño o arcaduz; presa o azud; noria...Las matemáticas y la astronomía se convirtieron desde el siglo VIII en auténticas ciencias y ahí tenemos términos como acimut; álgebra; algoritmo; almanaque; auge; cénit; cero; cifra; guarismo; nadir...En música: guitarra (qitara); laúd (‘ud); rabel (rabab); tambor (tambur)...Formas comerciales como aduana; albarán; alcancía; lugar para depósito y venta del grano o alhóndiga; almacén; oficial recaudador de rentas reales o almojarife; almoneda; medida de superficie en que cabe media fanega de siembra o almud; arancel; arroba; azumbre; cahíz; celemín; fanega; quilate; quintal; parte de la molienda que correspondía al molinero o maquila; tarifa...

En definitiva un legado amplio y extenso que nos muestra como, con palabras de Claudio Sánchez Albornoz, en la España islamizada, "siglos antes de que el Renacimiento hiciese brotar de nuevo las fuentes semiexhaustas de la cultura clásica, fluía en Córdoba y corría hacia el resto de Europa el rico caudal de la más abanzada civilización que conociera el Occidente durante la Edad Media, de la civilización que supo conservar las esencias de la vida pretérita del viejo mundo y transmitirlas transformadas al nuevo mundo"…




Epílogo a este fascinante periodo de la Historia.


Novecientos años de arte y cultura en convivencia pacífica. Esta frase corta pero precisa, nos resume muy a las claras lo que ocurrió en la Península Ibérica.

A los usulmnes sometidos bajo poder cristiano se les llamaron mudéjares. A los cristianos que estaban bajo el yugo musulmán se les denominaron mozárabes.

Ámbs colectivos dejaron su impronta en mi tierra:

Los mudéjares, entre otras muchas cosas, crearon un estilo de arquitectura basado en el tratamiento del ladrillo, el yeso y la cerámica, todo ello fue fruto de novecientos años conviviendo árabes, cristianos y judíos.

Por su parte, los mozárabes, también crearon un estilo arquitectónico muy peculiar mezclando el románico jaqués con influencias asirias y lombardas.

El resultado fue espectacular en Aragón; el “Arte mudéjar“ desarrollado en Teruel por un lado, y "las iglesias de Serrablo",en la provincia de Huesca, por el otro.

Tantos años de dominio musulmán dejaron una profunda huella en España, Aragón y; por supuesto, en Zaragoza, que fue la medina más importante de la Marca superior de Al-Ándalus.

Manifestaciones artísticas, aportaciones lingüísticas, ciudades, costumbres, gastronomía e infraestructura agraria.

Algunos nombres de pueblos deben mucho a los musulmanes que hace más de mil años hicieron suya una tierra, la cual todavía en algunos círculos más radicales del islam es considerada como el “ Paraíso Perdido “.




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