sábado, 1 de marzo de 2014

5/ LOS VISIGODOS.





INTRODUCCIÓN


El reino visigodo de Hispania es una de las épocas más desconocidas por el público y menos tratada a nivel divulgativo. Y sin embargo ocupa dos siglos de nuestra historia. Supuso la prolongación y la evolución del orden romano, la llamada Antigüedad Tardía en la Península. Fue también una época de gran turbulencia. En lo exterior estuvo marcada por los conflictos con el imperio romano de Oriente y con los reinos francos de la Galia. En lo interior, por las intrigas, las revueltas de los nobles, las conjuras palaciegas y también por las luchas con aquellos hispanoromanos que se negaban a aceptar la hegemonía gótica.

La formación del mundo medieval en Hispania debe tomar como punto de partida argumental el proceso general de la decadencia del Imperio Romano, es decir, de las formas de poder heredadas del mundo antiguo. Entre los factores internos más importantes que llevaron a esa decadencia estuvieron la alternancia en los sistemas de gobierno, la sucesión inestable de los emperadores,

la degradación de los cuadros administrativos, las guerras civiles o el freno de la expansión militar que hasta entonces había sido el verdadero estímulo de la economía imperial.

Entre los factores externos cabe destacar el triunfo del cristianismo, la división del propio
imperio entre Oriente y Occidente, la inmigración masiva de los pueblos bárbaros y, sobre todo, por lo que aquí nos interesa respecto a las formas del poder imperial, el desequilibrio institucional y la crisis del aparato estatal y de la fiscalidad, el fin de la esclavitud de tipo tradicional y la ruralización de la sociedad.




Época de las invasiones Bárbaras.


Se extiende desde el año 409 al 466, en que Eurico agregó a sus tropas los ostrogodos y tomo el titulo de Rey. En el año 406 tuvo lugar la invasión de los bárbaros en el Imperio de Occidente. Durante tres años saquearon las Galias y en el año 409 invadieron la península ibérica (1).


Los bárbaros:

Todos los pueblos de la Antigüedad miraron con desdén a sus vecinos. 

Los clásicos dieron el nombre de bárbaros a todos los extranjeros de las comarcas fronterizas con el Imperio, y con los que lucharon, si bien se limita la consideración a los que, ocupando en Europa las comarcas al norte del Imperio, invadieron éste, apoderándose de su parte occidental.

 Estos pueblo formaban tres grupos: el de raza amarilla (avaros y hunos); el de raza blanca eslava (vendas, en lo que hoy es Polonia), sármatas, entre el Danubio y el Theis, y alanos, a orillas del mar Negro, y el de raza blanca germánica, grupo del cual nos ocuparemos más especialmente. 

Los germanos eran indoeuropeos, como los griegos y latinos. En ellos las aficiones guerreras se muestran en grado sumo, al par que el trabajo se considera como menos digno. 

Había hombres privilegiados, nobles y plebeyos, existiendo también la esclavitud. La patria potestad tenía un concepto bastante análogo, en lo absoluto, al de los romanos. Aunque lo general era la monogamia, la poligamia aparece admitida entre los nobles. 

Respeto a lo penal, no existe autoridad judicial propia y que investigue los delitos; es preciso que venga la querella o instancia del ofendido, que se resuelve por una compensación material y pena pecuniaria (composición o verghel).

 Su religión era naturalista, siendo sus principales dioses Wodan u Odin, que se identifica con Mercurio, y cuya esposa, Freya, es la diosa germánica por excelencia. Odin no acogía en su paraíso (Walhalla) más que a los guerreros caídos en los combates. 

La raza germánica puede considerarse dividida en dos grandes ramas: la teutónica y la gótica. En la primera tenemos a los francos, junto al Rhin, sajones, entre el mar del Norte, el Rhin y el Elba; y al norte de ellos los anglos; junto al Elba, los longobardos; entre el Oder y el Vístula, los borgoñones y los vándalos. 

Otro pueblo era el de los godos, que se dividía en dos: visigodos o godos del oeste y ostrogodos o godos del este. Estos pueblos se habían ido infiltrando en el Imperio, que dio entrada a muchos individuos, primero en los cuerpos auxiliares del ejército y luego en las mismas legiones. 

También al despoblarse los campos fueron colocados en ellos como colonos. Después viene el período de las invasiones, siendo de las más terribles la de suevos, vándalos y Alanos (405), y la de los visigodos, que entraron en Italia acaudillados por Alárico (410).

A la península ibérica sólo vinieron representantes de la raza germánica tanto gótica, como teutónica o escíta: a la primera pertenecían los visigodos (2) y suevos (3), y a la segunda los alanos, vándalos y hérulos.


Religión de los bárbaros:

Los bárbaros profesaban dos religiones, unos idolatría sabea y otros la cristiana mezclada con la herejía arriana.Los sabeos adoraban el Sol, la Luna y la diosa Tierra, creyendo en genios y hadas que intervenían en el destino de los mortales.


Usos y costumbres:

Empleaban la compensación o pago por la sangre derramada, mutilaban y atormentaban a sus prisioneros, no enterraban los cadáveres, incendiaban las ciudades, los sembrados y los bosques, cegaban los pozos, envenenaban la fuentes y destruían las obras de arte, modelos de belleza, sólo por el placer de destruir. Entre ellos la esclavitud era muy dura, la mujer por lo general poco considerada, la poligamia usada por los jefes a causa de la política de las alianzas. Sólo al convertirse al cristianismo es cuando la mujer germana logró una consideración y respeto por parte de un pueblo que no había tenido anteriormente. Los germanos se reunían en Asambleas convocadas por sus jefes militares o reyes, en las que intervenían los sacerdotes y los hombres libres: 


(1) Del 28 al 29 de septiembre.
(2) Visigodos, en realidad Wisigodos, significa "godos del Occidente", pasaron de la Gothia (Suecia) a Gotha (Sajonia) y después a la Galia (Francia).
(3) De la actual Baviera.




Un poco de Historia.

Los francos y los visigodos fueron los que se ocuparon de regir los destinos con mayor o menor fortuna de las gentes que habitaban en la Galia; unos en el Norte y otros en el Sur. El ascenso y el auge de reyes como Eurico y Childerico primero y Alarico II y Clodoveo después hacían inevitable el enfrentamiento que tendría lugar en un cercano lugar a Poitiers en 507 y que pondría fin de un plumazo al reino visigodo de Tolosa para dar lugar poco a poco al reino visigodo de Toledo. 

Hispania no era ya ajena a la presencia visigoda, por ello después de la caída de Roma mantuvieron un control directo sobre la Península o sobre gran parte de ella. Bajo el gobierno de Eurico, los godos llegaron a la Tarraconense y tomaron Pamplona y Zaragoza bajo el mando del conde Gauterico y Tarragona bajo el mando del general Heldelfredo con la connivencia de Vicencio, duque de la provincia.

Estas ocupaciones se produjeron, en teoría, bajo el mandato de los emperadores Glicerio y Julio Nepote, si bien es cierto que a estas alturas el Imperio estaba ya muy cuestionado por los antiguos federados.

Es de comprender que tras la caída de Roma, Hispania estaba ya lo suficientemente fragmentada como para aceptar un control visigodo en las provincias: En el año 469 se había atacado Lugo y se había entrado en Scallabis y en Mérida; ciudad de la que procede un epígrafe datado en 483 en el que se conmemora la reparación de un puente por el duque Sulla –identificado como un representante del rey godo–. Por último, debemos recordar que Ataúlfo había muerto en Barcelona, lugar emblemático para los godos y en el que habrían establecido relaciones muy estrechas.

Cabe esperar que cuando los godos regresaron a Aquitania, no todos los efectivos regresarían sino que restarían muchas familias godas en las provincias hispanas, comenzando así una lenta ocupación del territorio además de quedar guarniciones de vigilancia en las ciudades más importantes.

Cuando Alarico II subió al trono, hubo de reconocer que el pulso de influencias que Eurico había mantenido y que él mismo mantendría con los francos no tenía visos de acabar favorablemente para los visigodos y hubo de reconocer la supremacía de los francos; ya que a éstos los apoyaban los obispos católicos de varias ciudades galas como Cesáreo de Arlés, adalid en la persecución de los paganos. Además tenían el apoyo de burgundios y ostrogodos, lo cual desequilibraba claramente la situación para los visigodos. ¿Podrían haberse asociado visigodos y suevos en un frente común? Francamente parecía imposible, ya que los suevos tenían más afinidades con el reino franco católico que con sus vecinos arrianos. Alarico II estaba solo.

El avance imparable de los francos hacia el sur y las intentonas continuas de Alarico II por recuperar los territorios que poco a poco iba perdiendo hacían inevitable el episodio de 507 a pesar de que Teodorico el Amalo, rey de Italia, trató de impedirlo apelando a las relaciones matrimoniales que su familia mantenía con ambos contendientes, ya que él mismo estaba casado con una princesa franca ysu hija estaba casada con Alarico II.

El rey visigodo pereció en Vouillé y a la tumba se llevó el reino de Tolosa, que quedó reducido a una estrecha franja costera en la antigua provincia Narbonense con ciudades como Narbona, Carcasona, Arlés y Nîmes. Allí hubieron de
refugiarse su hijo y sucesor Gesalerico y los restos de la población goda que emprendió su huida hacia Hispania, donde les esperaban vientos más favorables.

Es la Chronica Caesaraugustana la que tenemos que tener en cuenta para conocer qué pasó con los visigodos tras el silencio de Hidacio. La crónica dice con claridad que en 494 Gothi in Hispania ingressi sunt, esto es, que ya había emigrantes visigodos estableciéndose en la Tarraconense, probablemente en los valles medio y bajo del Ebro. Tras Vouillé, la misma crónica señala el establecimiento definitivo de este pueblo entre 506 y 507.

Además, la crónica relacionaba la primera migración a un personaje llamado Burdunelo, al que tacha de tirano, y que probablemente fuera el responsable del establecimiento de los godos en la región. Este personaje se rebeló contra los juramentos dados al rey pero no logró recabar suficientes apoyos, por lo que fue apresado y conducido a Tolosa –aún era el año 496–, siendo condenado a morir en un toro de bronce que se puso al fuego hasta derretirse.

Poco después, el mismo documento nos habla de otro tirano, Petrus, que en 506 fue derrocado y hecho prisionero para ser ejecutado con la decapitación y su cabeza mandada a Zaragoza.

Gesaleico reinó de 508 a 510 y no pudo sostenerse en Narbona, que fue saqueada por los burgundios. Tuvo que huir a África, desde donde intentó recuperar el trono sin éxito; pues fue muerto por los hombres de Teodorico el Amalo cuando desembarcó en Aquitania. Teodorico tenía muy claro que le interesaba más que gobernara su nieto Amalarico, el niño concebido entre Alarico II y su propia hija.

Teodorico actuaba legalmente como un prefecto al mando de Italia y de los asuntos occidentales al servicio del emperador de Constantinopla. A pesar de ello actuaba como un emperador en la práctica, pues hacía de juez en las disputas ajenas y se preocupó por legislar en Hispania velando por el cumplimiento de la ley y de evitar la corrupción en las prácticas comerciales.

La apuesta por su nieto era muy inteligente pues iniciaba una etapa que podríamos denominar como “intermedio ostrogodo” y que comprenderá el reinado de Amalarico y de Teudis después de él, teniendo a Hispania en la órbita de Italia durante casi dos décadas.





Reino Visigodo.


El Imperio romano, que arrastró una fuerte crisis en el siglo III, terminó por desaparecer, lo que aconteció en el año 476. La causa esencial de esa hecatombre se hallaba en los graves problemas internos, tanto políticos y militares como sociales y económicos, pero también contribuyó a su caída la presión ejercida desde el exterior de sus fronteras por los denominados pueblos bárbaros, que, como es bien sabido, en su mayor parte pertenecían al grupo germánico. La península Ibérica conoció, a comienzos del siglo V, concretamente el año 409, la invasión de dichos pueblos, en concreto los suevos y los vándalos, ambos pertenecientes al tronco germano, y los alanos, estos últimos de origen asiático. Poco después hacían acto de presencia en el solar ibérico los visigodos, que habían sellado en el año 416 un pacto con Roma, con la finalidad, al parecer, de eliminar de Hispania a los invasores antes citados. De todos modos los suevos lograron asentarse en el noroeste peninsular.
El reino visigodo, se estableció en el sur de Francia. De ahí que tras la caída del Imperio romano el reino Suevo se encuentra en Gallaecia y al norte de los Pirineos con el reino visigodo de Tolosa. Poco después el Imperio bizantino, dirigido por Justiniano, que pretendía, recomponer el viejo Imperio romano de Occidente, lanzó una ofensiva en el Mediterráneo occidental, logrando establecerse en la costa mediterránea de Hispania. No obstante, desde comienzos del siglo VI, y en particular después de su derrota en Vouillé ante el rey franco Clodoveo, en el año 507, los visigodos se fueron desplazando a la península Ibérica, al tiempo que abandonaban los dominios de su antiguo reino de Tolosa.


Consolidación del Reino Visigodo en Hispania:

El asentamiento vigidodo en la península Ibérica se realizó, como zona preferente, en el ámbito de la meseta, área caracterizada por el predominio de la agricultura cerealista, pero también por su escasa población y su débil desarrollo urbano. No obstante, los visigodos, comparados con el grueso de la población hispanorromana, no dejaban de ser una minoría. Ello no impidió, sin embargo, que se afirmara su poder militar y político. Se había producido un desplazamiento del reino visigodo desde la ciudad francesa de Tolosa hasta Toledo, que pasó a ser su núcleo central en el territorio ibérico. Importantes pasos en orden a la consolidación del reino visigodo de Hispania los dio el monarca Leovigildo, el cual, en el año 585, puso fin al reino suevo de Gallaecia, tras derrotar a su rey Mirón. También combatió Leovigildo a los indómitos vascones, erigiendo frente a ellos la plaza fuerte de Vitoriaco. Leovigildo, en cambio, tuvo serios problemas con su hijo Hermenegildo, el cual abrazó el catolicismo, lo que suponía dejar el arrianismo, corriente heterodoxa a la que se había adscrito, años atrás, el pueblo visigodo. No obstante, unos años más tarde, el 589, su hijo y sucesor en el trono, Recaredo, lograba la unificación religiosa, al abandonar, en el III Concilio de Toledo, la herejía arriana y aceptar los postulados de los Concilios de Nicea y Calcedonia, o lo que es lo mismo: el catolicismo. El paso decisivo hacia la unidad política del conjunto peninsular se alcanzó en las primeras décadas del siglo VII, cuando el monarca Suintila puso fin a la presencia bizantina en el litoral levantino. Los monarcas visigodos, que en un principio habían adoptado el título de reges gottorum, pasaron a llamarse reges Hispaniae, pues su soberanía se extendía sobre todo el territorio de la antigua Hispania romana, aunque en algunas comarcas, como las de los vascones, sus habitantes siguieran luchando por su independencia. El último gran paso en orden a la unificación del espacio peninsular se dio a mediados del siglo VII con el monarca Recesvinto, al promulgar, en el año 654, el Líber Iudicum, texto más conocido como el Fuero Juzgo, el cual se basaba, lógicamente, en los Principios del Derecho romano. Dicho texto suponía la unificación jurídica, a todos los efectos, entre la población hispanorromana, que era mayoritaria, y los visigodos.


Conversión de Recaredo al cristianismo:

La época de dominio visigodo, sin duda alguna, hundía sus raíces en la tradición de tiempos romanos. Al fin y al cabo los visigodos eran uno de los pueblos germánicos que más fuertemente se había romanizado, comenzando por el uso de la lengua latina. No obstante, en diversos aspectos, tanto materiales como espitiruales, se observa un retroceso con respecto a los tiempos romanos. Decayó la actividad económica, perceptible por ejemplo, en campos tan significativos como la explotación minera o la actividad mercantil. En la Hispania visigoda predominaba de forma abrumadora el mundo rural, en tanto que la vida urbana había entrado en una fase de declive. La estructura de la sociedad reproducía fielmente el esquema de la época romana. El sector dominante, del que formaban parte tanto la vieja aristocracia hispanorromana como los nobles visigodos, se caracterizaba por la posesión de grandes dominios territoriales. El sector popular incluía a los artesanos y a los pequeños comerciantes de las ciudades y, básicamente, al campesinado, la mayor parte del cual trabajaba como colono en los grandes dominios de los poderosos o de la Iglesia. Asimismo subsistían los servi, es decir, los esclavos, aunque, al parecer, en retroceso. El medio rural fue en ocasiones testigo de conmociones sociales, como las revueltas armadas de los rustici de la campiña cordobesa de tiempos del monarca Leovigildo. También parece que se propagó en amplios sectores del campesinado, sobre todo del noroeste peninsular, la herejía del priscilianismo, que tenía indiscutibles connotaciones sociales. Paralelamente se fueron gestando en la sociedad de la Híspanla visigoda los elementos que, en el futuro, habían de caracterizar a la sociedad feudal. Al tiempo que se debilitaban las relaciones de carácter público triunfaban las de índole personal. Los reyes tenían fideles regis y gardingos, que eran una especie de vasallos. Por su parte, los miembros de la alta nobleza tenían también sus propios encomendados, los bucelarios y los saiones. Asimismo en el medio rural se fortalecía de día en día la autoridad de los dueños de la tierra sobre sus cultivadores o colonos, lo que anunciaba el futuro régimen señorial.

La cultura visigoda, fuertemente impregnada de la tradición romana, estaba, no obstante, claramente al servicio de la religión romana. De ahí que las figuras más relevantes pertenecieran al ámbito eclesiástico. Con la finalidad de garantizar una buena formación del clero católico surgieron diversas escuelas episcopales de las que cabe mencionar las de Toledo, Sevilla y Zaragoza. Entre los nombres más señeros de aquel tiempo, a Braulio de Zaragoza, Eugenio de Toledo, Fructuoso de Braga, Julián de Toledo o Valerio del Bierzo. No obstante, el nombre más emblemático de la cultura de los tiempos visigodos fue, sin duda alguna, el obispo de Sevilla Isidoro. Formado en la escuela que creara en Sevilla su hermano, el arzobispo Leandro, Isidoro fue autor de numerosas obras, desde crónicas de los sucesos de la época hasta escritos teológicos y epístolas de gran calidad literaria. Isidoro fue, en otro orden de cosas, uno de los más destacados defensores de la teoría política que manifestaba la supremacía del poder espiritual sobre el temporal. Pero Isidoro de Sevilla es ante todo conocido por las Etimologías. Dicha obra, de indudables pretensiones pedagógicas y cuyo principal objetivo era salvar el legado cultural del mundo antiguo, ha sido considerada tradicionalmente como la primera enciclopedia cristiana. Las Etimologías, ejercieron una gran influencia en la Europa cristiana de los siglos posteriores.


Organización del poder del Reino Visigodo:

La monarquía visigoda, no obstante, tenía unos cimientos muy débiles. Los reyes no accedían al trono por vía hereditaria, sino por elección de los poderosos, los cuales debían escoger a gentes de estirpe goda y de buenas costumbres, según se estableció en el VI Concilio de Toledo. No obstante, en la práctica, muchos monarcas lograron, por vía de una previa asociación, que sus hijos los sucedieran en el trono. Pero ello no impidió las acciones violentas contra los reyes, frecuentes a lo largo de la trayectoria del reino visigodo de Hispania. Los reyes, cuyo poder procedía de Dios, según las teorías dominantes en la época, eran auxiliados por personas de su confianza, las cuales formaban el Oficio palatino. Existían, asimismo, dos instituciones de suma importancia, el Aula Regia y los Concilios. El Aula Regia estaba integrada por magnates próximos al rey, siendo su principal función asesorar al monarca. Los Concilios eran instituciones eclesiásticas, pero en tiempos visigodos desempeñaron un papel político de primera fila, no sólo por las decisiones que en ellos se tomaron, sino también debido a que los reyes eran sus convocantes. El conjunto del reino estaba dividido en circunscripciones, herederas de la época romana, al frente de las cuales se encontraba un dux.


Caida del Reino Visigodo:

Las últimas décadas del siglo VIl y la primera del VIII fueron testigo de una profunda crisis en la España visigoda. La peste causó gran mortandad en el año 693, y las malas cosechas confluían con el incremento del bandolerismo, así como con la imparable decadencia de la moralidad. Numerosos campesinos, agobiados por la creciente presión fiscal, huían de sus predios. La minoría judía, por su parte, fue objeto de drásticas medidas persecutorias. La unidad del reino visigodo estuvo a punto de resquebrajarse cuando, en las últimas décadas del siglo VII, el dux Paulo, que gobernaba la región de la Septimania, no sólo se sublevó, sino que llegó a proclamarse rey. Pero la crisis fue visible ante todo en la terrible pugna que mantuvieron dos grandes familias de la alta nobleza visigoda por ocupar el trono, las de Chindasvinto y Wamba, nombres de dos monarcas de la segunda mitad del siglo VII. Aquélla fue una auténtica guerra civil, lo que propició la invasión de Hispania por los musulmanes.

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Ataúlfo: Primer Rey Visigodo en Hispania.

Inmediatamente después de la muerte de Alarico, rey de los visigodos, su cuñado Ataúlfo fue elegido rey. Participó en el saqueo de Roma (410) y tras fracasar el intento de llevar a su pueblo hasta África, la superioridad de la flota imperial se lo impidió, se encaminó hacia las Galias que, por aquella época, estaban inmersas en guerras civiles promovidas por los pretendientes al trono imperial, Constantino y Jovino.

Antes de la llegada de Ataúlfo, Constantino ya había sido derrotado y muerto, y Jovino se había proclamado emperador en 411. En un principio Ataúlfo se unió a Jovino, pero pronto surgieron las discrepancias y, como consecuencia de ellas, se concertó un tratado con el emperador Honorio. Acordaron que Roma les enviaría cereales y cedería una provincia gala para que la ocupasen. A cambio, Ataúlfo entregaría al usurpador Jovino y devolvería a Gala Placidia, hija de Teodosio y hermana del emperador, que había sido hecha prisionera en el saqueo de Roma.

Ataúlfo entregó a Jovino pero no a Gala Placidia, por lo que Honorio dejó de cumplir el tratado. Ataúlfo intentó entrar en Marsella en busca de trigo, pero no lo consiguió. Logró, sin embargo, apoderarse de Narbona, Tolosa y Burdeos.

La gran influencia que el general Constancio ejercía sobre el emperador, y sus vivos deseos de casarse con Gala Placidia, determinaron que Honorio pidiera repetidamente su devolución. Pero Ataúlfo consiguió el consentimiento de Placidia y se casó con ella en Narbona con ceremonial romano.

Ataúlfo sentía gran admiración por el mundo romano y aunque en un primer momento intentó fundar un gran reino godo a ambos lados de los Pirineos (Gothia), comprendió que los visigodos no podrían asimilar las instituciones propias de un estado como el romano. En su lugar decidió sostener al tambaleante imperio que rápidamente se desmoronaba. Un primer paso del cambio de su política sería su matrimonio con Gala Placidia.

Como no podía atraerse la amistad de Honorio, decidió nombrar un nuevo emperador, Attalo, que llegó a tener una corte en Burdeos con pretensiones, que no consiguió, de ser más brillante que la de Rávena.

Honorio respondió enviando a las Galias al general Constancio con un importante ejército que se enfrentó a Ataúlfo. Los visigodos fueron sometidos a un severo bloqueo marítimo que les privó de provisiones. En el año 415, cuando la situación comenzaba a ser desesperada, los visigodos abandonaron las Galias y a Attalo para dirigirse a Hispania, concretamente a la provincia de la Tarraconensis.

Ataúlfo estableció su corte en Barcino (Barcelona). Allí nacería su hijo, al que llamaron como su abuelo, el gran emperador hispano Teodosio "el Grande", y que estaba destinado a convertirse en el gran unificador de los pueblos godo y romano. No pudo ser, ya que moriría meses después.

En el año 415, Ataúlfo fue asesinado en Barcino por Dubio, un miembro de su séquito. En el lecho de muerte encargó a su hermano Walia, a quien suponía su sucesor, la entrega de Gala Placidia al emperador, y que se esforzase por lograr una alianza con Roma.

(Ataúlfo encabeza la lista de los reyes visigodos de España solamente por su breve estancia en Barcelona).


Antecedentes y desarrollo del Reino Visigodo de Toledo (418 - 711) .

Los reyes visigodos se instalaron en la ciudad de Toledo en 573 y permanecieron allí unos ciento cuarenta años hasta la conquista musulmana de 711. Sin embargo, antes de fundar el reino de Toledo, los visigodos habían creado el reino de Toulouse entre la Galia e Hispania a raíz de su federación con el Imperio Romano en 418.

Toulouse en el siglo V fue la capital de su territorio hasta que en 507 los visigodos fueron expulsados de la Galia por los francos en 
la batalla de Vouillé.

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Consecuencias de la batalla de Vouillè.

La batalla de Vouillè fue unabatalla decisiva por el control de Galiaentre visigodos y francos ocurrida en la primavera de 507



Causas:

Clodoveo I, rey de los francos, trataba de construir un poder político unificado extendiéndose, a imitación de los romanos, por el norte y este de la Galia. Para lograrlo, primeramente venció al patricio galorromano Siagrio en Soissons, que había establecido su reino entre el Sena y el Loira, reuniendo estos territorios bajo su cetro. Continuó la expansión hacia el norte, venciendo a los alamanes en la batalla de Tolbiac.

Pero una de las claves de su éxito fue su conversión al cristianismo, promesa que había hecho a su esposa Clotilde, bajo la condición de la victoria en labatalla de Tolbiac.

De esta manera, Clodoveo se aseguraba el respaldo de la alta aristocracia galorromana, y de las tribus cristianas dispersas por su reino. Esto le daba ventaja frente a otros pueblos germánicos, de confesión arriana, que mantenían tensas relaciones con los abundantes reductos cristianos de sus respectivos territorios. En el año 500, Clodoveo atacó a los burgundios, anexionándose Dijon. Clodoveo, una vez conquistados los territorios del este y el norte, sintió que la única traba a su dominio total de la Galia era el Reino visigodo de Tolosa, que controlaba todo el sur, y contaba con el apoyo de losostrogodos, al haberse casado Alarico II (rey del reino visigodo) con una hija de su cuñado el rey ostrogodo Teodorico el Grande, llamada Teodegonda.



Treguas dudosas: 

Rápidamente surgen tensiones militares entre ambos reinos, que Alarico trata de aliviar, consciente de la solidez del reino franco, reuniéndose con Clodoveo en Amboise, una isla neutral del Loira. Allí, con la mediación de Teodorico, se pactó el establecimiento del río Loira como frontera. Para apaciguar a Clodoveo, Alarico le entrega a Siagrio, que se había refugiado en Tolosa tras su derrota en Soissons. El rey franco mandó decapitarlo.

Alarico aprovechó la tregua para reforzar sus relaciones con la población nativa e integrarla en la vida del Estado. Para contentar a la población cristiana, sin desligarse de los arrianos, Alarico frena la persecución contra los católicosimpulsada por su padre, Eurico. Sin embargo, esta medida llegó demasiado tarde y no logró hacer olvidar los anteriores asesinatos de los obispos de Toursy Bearn.

Otro factor a favor de Clodoveo era la mejor preparación de su ejército, curtido en continuas batallas contra Siagrio, los alamanes o los burgundios, mientras que las tareas militares de los visigodos se habían limitado a sofocar revueltas campesinas y a arrinconar a los suevos en Galicia y el norte de Portugal.


Desarrollo de la batalla;

En la primavera del año 507, el ejército franco cruzó el río Loira en dirección aPoitiers, bajo el mando de Clodoveo I y de su hijo mayor Teodorico. El ejército visigodo marchó por el norte para cortarles el paso con la esperanza de que los refuerzos ostrogodos llegaran a tiempo. La batalla tuvo lugar en la llanura de Vouillé, a unos 15 km de Poitiers. Clodoveo se presentaba con 40.000 hombres, 10.000 de ellos buenos jinetes.1 El ejército visigodo contaba con un número algo superior de soldados, poco entrenados sin embargo. Se inició una terrible lucha cuerpo a cuerpo, hasta que las tropas francas mataron al rey visigodo Alarico II. Tal como pasó en la batalla de Tolbiac contra los alamanes, la muerte del rey dictó la desbandada de los visigodos, que acabaron masacrados por los francos. Sólo la intervención in extremis de sus hermanos ostrogodos permitió que los visigodos pudieran huir hacia Hispania.


Consecuencias:

Esta victoria abre a Clodoveo I el camino hacia el sur, conquista Toulouse, hasta entonces capital de los visigodos, Aquitania, Gascuña y Limousin, viendo cumplidas sus aspiraciones de dominar la Galia. Además, con la victoria franca, los burgundios pudieron establecerse en la Narbonense. Tras la derrota, los visigodos sólo conservaron la Septimania en el actual territorio francés, franja costera que enlazaba Carcasona, Narbona, Nimes y Arlés.

Este fracaso militar condicionó también el establecimiento definitivo de los Pirineos como frontera, mantenido hasta hoy, y el traslado de la capital visigoda de Tolosa a Toledo, consolidándose como base del Estado un territorio antes secundario, e intensificándose la germanización de la península. Otra de las consecuencias fue la unificación de territorios a costa del aniquilamiento de los suevos de Galicia y el norte de Portugal.


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(sigue de antecedentes del Reino de Toledo)

Entre 507 (Vouillé) y 573 (instalación de la corte en Toledo) los visigodos estuvieron sometidos entre ostrogodos y francos en la Galia hasta que bascularon sus intereses políticos hacia Hispania.En resumen, podríamos distinguir cuatro etapas fundamentales en la historia de los visigodos:

1) Origen, emigración y asentamiento hasta su federación con Roma en 418;

2) Reino de Toulouse hasta 507;

3) Supervivencia entre ostrogodos y francos con traslado hacia Hispania (507-573);

4) Reino de Toledo (573-711).



Veamos a continuación cuáles fueron los hitos más importantes de esas cuatro etapas.

El origen común de los godos era Escandinavia (Gotland o Götaland, sector meridional de Suecia a orillas del Báltico). Emigraron hacia las tierras orientales del Imperio Romano unos dos siglos antes de Cristo y hacia el siglo III después de Cristo ya estaban instalados en el mar Negro repartidos en dos grandes grupos: los ostrogodos al norte del Danubio y los visigodos al sur. Allí se enfrentaron militarmente a los romanos hasta que en 375 la llegada de los hunos les obligó a abandonar aquellas tierras.



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Los Hunos: Atila

Pertenecían a la raza mongólica, procedían de las estepas de Asia y llevaban una vida nómada. Estas tribus, que en un principio habían estado sometidas a unos príncipes del Asia central, constituyeron más tarde un gran imperio que se extendía desde el Cáucaso hasta el Elba.Parece ser que al verse empujados por la expansión china, los hunos se retiraron hacia el Oeste y cayeron sobre los alanos y demás pueblos godos, los cuales, a su vez, huyeron hacia el Oeste. Un historiador antiguo los describe así: "Los hunos son de baja estatura, anchos de hombros, robustos los miembros y grande la cabeza.

Viven como animales. Se alimentan de raíces, plantas silvestres y de carne que maceran entre sus muslos y el lomo de sus caballos. Una túnica de lino o de pieles de rata es su vestidura, que no se quitan hasta que se les pudre sobre el cuerpo. Se diría que están clavados sobre sus feos pero resistentes caballos. Son crueles y feroces."

El caudillo de los hunos fue un guerrero legendario que vivió a mediados del siglo V, llamado Atila. De él se cuenta que se dirigió hacia Occidente y atravesó el Rin al frente de medio millón de guerreros, mientras los pueblos huían ante él aterrorizados. Sin hallar apenas resistencia, llegó a Orleans, donde el "magister militum" Aecio, en unión del rey visigodo Teodorico, habían reunido bajo su mando a las legiones galo romanas, a los visigodos, burgundios y francos.

Librase una gran batalla en los Campos Cataláunicos (o Campos Máuricos), donde los hunos fueron vencidos en la jornada más sangrienta que registran los anales antiguos. Sobre el campo de batalla quedaron más de 180.000 hunos. Atila volvió a Germania y al año siguiente invadió Italia, llegando hasta las puertas de Roma. El papa León salió a su encuentro, le instó a que respetara la ciudad y Atila se retiró, aunque se cree que fue debido a una plaga mortal que asolaba toda esa zona.

La muerte le sorprendió cuando intentaba realizar un nuevo ataque contra Bizancio (453). No es cierto que Atila fuera una bestia salvaje ni tampoco el "azote de Dios", ni que donde pisaba su caballo no volvía a crecer la hierba. Tales apelativos le fueron aplicados por el pánico que producían sus avances. La capital de su imperio fue Panonia (cerca de la moderna Tokai). En esta ciudad se desplegaba tanto lujo y magnificencia como en Roma, Constantinopla y Ravena.

Las esposas de los poderosos usaban joyas de gran valor hasta el punto que era cosa corriente llevar incrustadas perlas en los zapatos. Atila, sin embargo, vestía como un pastor y comía en vasija de madera. Su imperio, basado en la energía y el prestigio de su persona, se disgregó a raíz de su muerte. Casi al mismo tiempo, desaparecía el Imperio Romano de Occidente. En el año 476, Odoacro, rey de los hérulos, destronó al último emperador de Occidente, Rómulo (conocido por el apodo de "Augústulus". Desde este momento los reyes bárbaros se convirtieron en soberanos de los romanos.

En su nueva emigración masiva los OSTROGODOS, acabarían asentándose en 493 en Italia con su rey Teodorico al servicio de Zenón, emperador romano de Oriente, el cual les envió allí para derrotar al usurpador Odoacro que a su vez había depuesto a Rómulo Augústulo, último emperador de Occidente. Mientras tanto, los visigodos tras saquear Roma con su primer rey Alarico I (396-410) se desplazaron hacia la Galia y posteriormente a Hispania en condición de federados del Imperio Romano de Occidente. Por lo tanto, desde el comienzo el caso de los visigodos fue distinto en la Península Ibérica al de los alanos, vándalos y suevos que les precedieron, porque estaban más romanizados que éstos además de llevar más tiempo trabajando como mercenarios del imperio.Desde el “foedus” o pacto de federación con Roma (418) hasta la deposición del último emperador romano de Occidente (Rómulo Augústulo en 476), los visigodos fueron simples soldados al servicio de Roma al norte de los Pirineos en régimen de “hospitalitas” u hospitalidad, es decir, a cambio el imperio les había repartido tierras a algunos de sus jefes y dirigentes.

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A partir de 476, sin emperador occidental, consolidaron su propio reino independiente en Toulouse hasta la derrota de Alarico II ante los francos con su rey Clodoveo al frente en Vouillé (507). Durante este período, desde Toulouse el rey Eurico (466-484) dirigió una campaña militar contra los suevos en Lusitania (470) y se realizó una expedición hacia el valle del Ebro en la que el conde Gauterico conquistó Cesaraugusta (472). Más adelante hablaremos de ello. En el 494 Alarico II (484-507) ocupó el valle del Ebro y a partir de entonces la inmigración de visigodos arrianos en esta zona fue constante a través de Roncesvalles, (once valles en el dialecto “cheso” altoaragonés, que más adelante tambien comentaremos) huyendo de la presión católica del rey franco Clodoveo y los galorromanos.

Tras la derrota de Vouillé, el antiguo reino visigodo de Toulouse había quedado dividido entre la influencia del reino ostrogodo de Teodorico el Grande (493-526) y la del reino de los francos con Clodoveo (481-511) y sus sucesores.

Los ostrogodos eran arrianos y tenían su capital en Rávena hasta que, tras la muerte de Teodorico, dicha capital fue conquistada por Justiniano (540), el cual terminó con las últimas bandas de ostrogodos hacia 555, implantando en Italia la autoridad imperial de Oriente. Durante esos años los visigodos intentaban afianzar el poder de su monarquía en la Península Ibérica con los mandatos de sus reyes Amalarico, Teudis y Teudiselo, pero no pudieron evitar la conquista de la Bética litoral en 549 por parte del ejército del famoso emperador Justiniano tras su victoria sobre los ostrogodos.

El período más importante del reino hispanovisigodo lo constituye el gobierno de Leovigildo (569-586) porque garantizó el monopolio del poder peninsular en manos visigodas frente a cualquier rival. Conquistó Baza y Málaga a los bizantinos aunque no logró acabar definitivamente con su presencia en España. Reprimió a la aristocracia autóctona rebelde con la toma de Córdoba en 572 o incluso aplastando la rebelión católica de su hijo Hermenegildo (580-585).

Anexionó el reino suevo en 585 al final de su vida. Había sentado las bases fundamentales sobre las que se construiría el reino visigodo de Toledo en el siglo VII a falta de la unificación religiosa que haría su hijo Recaredo.

De hecho fue Leovigildo quien instaló en Toledo su corte real y fundó la ciudad de Recópolis (cerca de Zórita de los Canes en Guadalajara) en honor de su citado hijo Recaredo para que desde allí gobernase en su nombre las zonas de la antigua Cartaginense que lindaban con los territorios bizantinos.

A la muerte de su padre, Recaredo (586-601) se convirtió al catolicismo en 587 y en el III Concilio de Toledo (589) proclamó a la religión católica como credo oficial del reino.


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Leovigildo: Rey visigodo (568-586),


Rey de la España visigoda, valeroso y hábil general, uno de los reyes más grandes de su tiempo, verdadero organizador de la España visigoda.


La consolidación del reino de Toledo:

Accedió parcialmente al trono entre agosto y noviembre del año 568, por cesión de su hermano Liuva, que había sido elegido rey de los godos y que, a su vez, reinaba en Narbona. A la muerte de Liuva, entre diciembre del 571 y marzo del 572, asumió plenos poderes.

Se casó dos veces con intenciones claramente políticas. La primera con Rinchilde, hija de Chilperico y de Fredegunda, (algunos historiadores afirman que fue con Teodosia, hija de Severian, gobernador bizantino de la Carthaginensi), y a su muerte, con Goisvintha (569), viuda de su propio hermano Atanagildo, predecesor de Luiva.De su primer matrimonio nacieron Hermenegildo y Recaredo, a quienes, a la muerte de Liuva, Leovigildo entregó partes de su reino (Septimania y Toledo).

Estableció su corte en Toledo, donde se rodeó de una pompa imperial, siendo el primer rey que se sentó en un trono de la asamblea de los nobles, y que hizo grabar en las monedas su propio busto con corona. Persiguió a los grupos independentistas y de oposición. Luchó contra los bizantinos, conquistando Málaga y Córdoba. En el año 571 ocupó Medina-Sidonia, importante plaza fuerte y nudo de comunicaciones de la provincia bizantina, que pasó así a manos visigodas; el año anterior había devastado la comarca en torno a la ciudad de Málaga, uno de los puertos bizantinos más importantes del sureste; y en el 572, Leovigildo organizó una nueva expedición hacia la parte meridional de la Bética, obteniendo una victoria resonante con la conquista de Córdoba, largo tiempo rebelde al poder visigodo y ante la cual habían fracasado una y otra vez los reyes Agila y Atanagildo.

La campaña de Leovigildo del año 574 sobre Cantabria culminó con la ocupación y saqueo de Amaya, capital del territorio cántabro. La autonomía de los cántabros quedó eliminada y la región de Cantabria pasó, desde entonces, a dominio visigodo.

En los aspectos jurídicos, en el año 573 Leovigildo promulgó el Codex Revisus, primera gran obra legislativa del reino visigodo español. Es una revisión del antiguo Código de Eurico, en la que se corrigieron aquellas leyes que se consideraban confusamente redactadas, se añadieron muchas olvidadas y otras nuevas, y se suprimieron las superfluas. Parece que la legislación de este Codex Revisus fue de aplicación general, como acreditaba el hecho de que sus leyes representaran la mitad del contenido de un código de carácter territorial tan inequívoco como fue el futuro Liber Iudiciorum de Recesvinto.

El año 578 puede ser considerado como el más importante del reinado de Leovigildo: tras prolongados esfuerzos, la paz reinó en todo el territorio. Leovigildo es conocido, sobre todo, por el trágico hecho de la rebelión de su primogénito Hermenegildo.

Leovigildo, con el objetivo de asegurar su sucesión en su primogénito, le casó con Ingunthis, hija de los reyes Sigeberto y Bruniquilda, mientras que, tanto Leovigildo como su esposa Goisvintha, eran fervientes arrianos. Las frecuentes disputas religiosas motivaron al rey a enviar a Hermenegildo a Sevilla como gobernador de la España meridional.

La influencia de su esposa y del obispo católico de Sevilla, Leandro, indujo a Hermenegildo a abandonar la religión de sus padres, rebelándose con los restos del ejército imperial que quedaba en Andalucía, y que también profesaban la religión católica. Leovigildo trató por todos los procedimientos, de evitar una confrontación con su hijo predilecto, pero Hermenegildo, tal vez por ambición o por fanatismo, se negó a escuchar ninguna proposición, viéndose su padre obligado a tomar las armas para sofocar la rebelión de su propio hijo. Enseguida sitió Sevilla, que después de dos años de privaciones, se rindió, y Hermenegildo tuvo que refugiarse en la ciudad de Córdoba, en poder de los bizantinos. Hermenegildo se arrojó a los pies de su padre, al que pidió perdón. Leovigildo perdonó su vida pero le privó de los atributos regios y le envió a Valencia, con la condición de que no abandonase la ciudad.No había transcurrido un año cuando Hermenegildo abandonó Valencia, camino de las Galias, en busca del apoyo de los francos para destronar a su padre. Apresado en Tarragona, de nuevo el rey intentó convencer a su hijo del cese de las hostilidades y el sometimiento a su autoridad, prometiéndole la libertad y la dignidad regia si de nuevo abrazaba el arrianismo. Rechazada la oferta de perdón, Leovigildo, lleno de ira, ordenó su muerte.Leovigildo murió en Toledo entre el 13 de abril y el 8 de mayo del 586. Fue sucedido por su hijo Recaredo.



Recadero I.

(?-Toledo, actual España, 601) Rey de los visigodos (586-601). Subió al trono a la muerte de Leovigildo, en el 586, y rápidamente maniobró para adoptar el catolicismo como religión, lo que le reportó una fuerte oposición de los sectores más tradicionalistas de la sociedad visigótica, que veían en el arrianismo una seña de identidad cultural. Recaredo esperaba poder utilizar su conversión al catolicismo para reforzar el poder real y al mismo tiempo impedir que el reino franco de la Galia pudiese atacarle aprovechando la dualidad de religiones que dividía a la población de la aristocracia germánica gobernante. Convocó un sínodo en el cual hizo abjurar del arrianismo a los obispos visigodos, a lo que siguió la conversión del resto de los arrianos. Esto no se llevó a cabo sin tensiones: los obispos la madrastra de Recaredo, iniciaron una revuelta que fue rápidamente sofocada debido a su mala coordinación. Tras la derrota de los francos que habían acudido a la Septimania en apoyo de Athaloco, hubo varios intentos de acercamiento, por vía matrimonial, entre ambas partes contendientes; fracasada esta vía, se reanudaron las hostilidades, con la invasión de la Septimania por parte de los francos, a los que venció en Carcasona el dux Claudio.

El tercer concilio de Toledo (589) sirvió para ratificar la abjuración del arrianismo tanto del monarca como de los dignatarios del reino, y para sentar las bases de lo que sería la futura estructura política y religiosa del reino visigodo, en la que el rey aparecía como guía y pastor de la Iglesia y a ésta se le asignaba el papel de guardiana del poder civil; al mismo tiempo, se establecieron los sínodos provinciales.

El resto del reinado de Recaredo transcurrió en una paz relativa, interrumpida por algunos enfrentamientos con los bizantinos en el sur, así como por escaramuzas con los vascones. Su obra legislativa se caracterizó por favorecer a la aristocracia y la Iglesia, así como por la promulgación de las primeras leyes contra los judíos.



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Significado de Arrianismo
Qué es Arrianismo:
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Arrio era, probablemente, descendiente de bereberes de la antigua Libia. ... Fue excomulgado por el patriarca Pedro I de Alejandría por su apoyo a Melecio,​ pero bajo el mandato del sucesor de Pedro, Achillas, Arrio fue readmitido a la comunidad cristiana y en 313 se hizo presbítero del distrito de Baucalis de Alejandría.

Se conoce como arrianismo al conjunto de doctrinas fundada por Arrio (256-336 d.C) que se caracterizan por negar la misma condición divina entre Jesús y Dios.

El arrianismo sostuvo que Jesús no es propiamente Dios, sino la primera criatura creada por el Padre, la cual no gozaba de divinidad, y fue empleado para la creación del mundo. Con esto el arrianismo postulo la existencia únicamente de Dios, y la de un solo principio el Padre.

Por otro lado, el Verbo no podía ser vinculado con Dios-Padre ya que no es consustancial con el Padre, ni las Tres Personas Divinas, y por lo tanto surgen diferencias entre ellos.

En principio, esta herejía fue apoyada, y las doctrinas fueron difundidas por el Imperio romano, norte de África, Palestina, Asia Menor, Siria. Sin embargo, existió una alta tensión entre los católicos y arrianos, ya que para los primeros Cristo es verdaderamente el Hijo y verdaderamente Dios, y nunca aprobarían en separarlo.

A pesar de que el arrianismo fue considerado como herejía, condenado en el Primer Concilio de Nicea (325), y declarado herético en el Primer Concilio de Constantinopla (381), se mantuvo como religión en algunos pueblos germánicos hasta el reinado de Recaredo I que estableció el catolicismo como religión oficial de su reino.

Actualmente, no existen vestigios del arrianismo pero si ciertas similitudes de otras religiones con el fundamento de la doctrina en estudio.
Por último, el término arriano, adjetivo que identifica a un seguidor del arrianismo. 
 
Arrianismo y semiarrianismo.
El semiarrianismo es una doctrina intermedia entre el arrianismo y el Primer Concilio de Nicea (325) que establece que Cristo era similar al Padre en esencia, pero no consustancial con él.

Arrianismo y los Testigos de Jehová.
Los testigos de Jehová, presenta similitud con el arrianismo, debido a que postulan que Jesús es un ser Creado, el cual no es eterno ni Dios. Como consecuencia de ello, los católicos le tocan la ardua tarea de derrumbar ese postulado, y defender la deidad de Dios.

Arrianismo y nestorianismo.
El nestorianismo es una doctrina que considera a Cristo separado en dos personas; una parte divina, hijo de Dios, y otra humana, hijo de María, unidas en una sola persona como Cristo.

Arrianismo y monofisismo.
El monofisismo es una doctrina teológica que sostiene que en la persona de Jesús solo está presente en la naturaleza divina y no h.


El Rey Godo Recesvinto.

Siempre se ha dicho que “a rey muerto, rey puesto”. O sea, que cuando uno muere, enseguida le sucede otro.
En el caso de nuestro personaje de hoy, no fue del todo así, porque ya estuvo gobernando junto a su padre, desde unos años antes de que se produjera la muerte de éste.

Ni que decir tiene que su padre fue Chindasvinto y nuestro personaje de hoy fue su hijo mayor, Recesvinto.
Habréis visto que no me he referido a él como el heredero al trono, pues esto iba en contra de las leyes de los godos. Sin embargo, él heredó el trono por expreso deseo de su padre. Tampoco hará falta decir que, tras las purgas que organizó Chindasvinto, nadie se atrevió a discutir esa orden.
No tenemos muchos datos acerca de la vida de  Recesvinto. Ni siquiera sabemos dónde ni cuándo nació.
Se sabe que desde el 649 d. de C., gobernó su reino junto con su padre. Este gobierno colegiado duró hasta el 653, año de la muerte de su padre. Desde el 30 de septiembre de ese año, ya gobernó en solitario.

Al poco tiempo de ser proclamado como nuevo rey, ya tuvo que soportar una rebelión. Esta vez se trataba de un noble llamado Froya, el cual había conseguido contar con la ayuda de los vascones, aparte de los muchos visigodos, que vivían exiliados en la Galia.
Parece ser que los rebeldes llegaron a invadir toda la zona norte de España, llegando, incluso hasta Zaragoza.
Un obispo de esta ciudad, llamado Samuel Tajón, narra, en una carta a Quirico, obispo de Barcelona, que estos invasores provocaron muchas matanzas, en las ciudades por donde iban pasando. Incluso, se dedicaron  a destrozar las iglesias, que había en esos lugares y a matar a los clérigos que había en ellas.

Seguro que el anuncio de que estos rebeldes se dirigían hacia Zaragoza, hizo saltar más de una alarma en la capital, Toledo.
Se sabe que los godos no eran muy numerosos. Se cree que en aquella época serían unos 150.000, frente a una población hispano-romana de unos 8.000.000.
Así que no podían tener muchas guarniciones militares. Supongo que, por eso mismo, decidieron colocar tres grandes guarniciones en lugares muy estratégicos. Estas estaban enclavadas en Mérida, Toledo y Zaragoza y supongo que cada una tendría responsabilidad sobre su zona más cercana.

Por eso digo que una pequeña revuelta nunca se hubiera atrevido a atacar Zaragoza y, si se atrevían a hacerlo es porque ya había subido de nivel y tenían las suficientes tropas para hacerlo. Normalmente, durante la Edad Media, se solía atacar una fortaleza si considerabas que tenías el triple de soldados de los que había dentro de ella. De lo contrario, podrías salir huyendo con el rabo entre las patas.
Así que al monarca no le quedó otra que dirigir hacia allí a su ejército, el cual consiguió derrotar al rebelde Froya, hacerle prisionero y condenarle a muerte.
Parece ser que este tipo era un noble, que se había opuesto al nombramiento de Recesvinto, como rey, sin que fuera elegido por los nobles y los obispos, como era costumbre hacerlo entre los godos.
Como no encontró la suficiente gente para oponerse a Recesvinto, huyó al sur de Francia, donde vivían muchos exiliados por Chindasvinto. Logró convencer a éstos y, como ya he dicho antes, a los vascones, y penetraron en Hispania, arrasando el Valle del Ebro.

Parece ser que las mejores fuerzas que tenían los sublevados eran las de los vascones. Por lo visto, estos, que se solían dedicar a las emboscadas, al ver un importante ejército visigodo, regresaron a su tierra y dejaron solos a los que habían regresado del exilio. Así que fueron derrotados por las fuerzas de Recesvinto.
Según se ve, Recesvinto, nunca fue partidario de tener una política de mano dura con los nobles. Así que fue generoso con los vencidos, aunque mandó ejecutar a Froya.
En el 653, durante el VIII Concilio de Toledo, permitió que los nobles recuperaran su peso dentro del reino.
Es posible que otorgara esta medida como agradecimiento para todos los nobles que le habían ayudado a vencer esta revuelta y para que no hubiera otras en el futuro.
No hay que olvidar que este Concilio comenzó, en la iglesia de los Santos Apóstoles de Toledo, al día siguiente de haber derrotado a las huestes de Froya.
Curiosamente, los mismos obispos, se resistieron a aceptar la petición del monarca para que se perdonara a los que se habían rebelado contra el rey, pues en anteriores concilios, habían jurado no hacerlo. No obstante, al final acataron el deseo del soberano.

En la segunda jornada del concilio, los obispos se atrevieron a condenar los abusos de los reyes contra el pueblo y los nobles y exigieron la devolución de los bienes que el monarca anterior les había incautado.

Acusaron a los anteriores monarcas de haber saqueado a la gente, no para crear un patrimonio de la corona, sino para enriquecerse a nivel personal.
Es más, pidieron que Recesvinto sólo pudiera poseer los bienes que ya eran de su padre, cuando todavía no había llegado a ser rey. Así que le pidieron que devolviera todos esos bienes y los repartiera entre los nobles de palacio. Curiosamente, no entre la gente del pueblo.
No se sabe por qué, pero lo cierto es que el monarca aceptó algunas de las  decisiones de este concilio, pero a su manera.

A saber, todas las propiedades confiscadas por los anteriores reyes, desde Suintila, pasarían a ser propiedad de la Corona, o sea, del que fuera rey en ese momento.
Sin embargo, lo que obtuvo su padre, Chindasvinto, se lo repartieron él y sus hermanos libremente.
Eso sí, se dejaba aprobado para que todos los siguientes sucesores en el trono visigodo diferenciaran lo que era patrimonio suyo de lo que era de la Corona.
Parece ser que los obispos se empeñaron en que constara en acta, como así se hizo, tanto la proposición hecha por ellos, como la aprobada a petición del rey, para que la gente pudiera ver que no se parecían mucho.
Al final del acta, el rey hizo constar que se consideraría anatema y quedaría excomulgado todo aquel que llegara al trono mediante una revuelta o un complot. En ello estuvieron de acuerdo todas las partes.

Con esto, creo que ya estaréis observando que siempre ha habido cierto paralelismo en la Historia. Cuando he escrito sobre los reyes medievales de España también aparecían sus luchas contra los nobles y aquí, unos siglos más atrás, vemos que pasaba lo mismo.
Por si no lo sabéis, durante el juramento que tenían que realizar los reyes de Aragón, antes de ser proclamados como tales, los nobles le decían lo siguiente: “Nos, que cada uno de nosotros somos igual que Vos y todos juntos más que Vos, te hacemos  Rey, si cumples nuestros fueros y los haces cumplir, si no, no”. Por si le quedaba alguna duda al respecto.

En el mismo concilio, se le hizo saber a Recesvinto que la proclamación de su sucesor tendría lugar en Toledo o donde falleciera él, sin embargo, siguiendo las normas de los visigodos, se haría mediante elección por los obispos y los nobles.

Aparte de ello, también elevaron a la categoría de delito el hablar con desprecio o los insultos al monarca. Incluso, tampoco se podría hablar mal de los anteriores reyes so pena de quedarse sin la mitad de los bienes o de ser azotado en público.

Evidentemente, para tener contentos a los clérigos, no se le olvidó darles una satisfacción. Supongo que para que regresaran contentos a sus respectivas sedes.
Esta vez, el rey, en su calidad de defensor de la fe,  les pidió que  trataran sin piedad a los judíos. Literalmente, decían los clérigos que se trataba de “el más piadoso ruego del más sagrado rey”.

Es más, se permitió amenazar a todo el que ayudara tanto a los judíos, para que pudieran seguir practicando su religión, como a los que se hubieran convertido al Cristianismo, para que se les impidiera volver a practicar la religión judía.
La cosa llegó hasta tal punto que en el 654 se les hizo firmar a los judíos conversos de Toledo un documento por el que se comprometían a no tener relaciones de ningún tipo con los judíos que siguieran practicando su religión.

Tampoco practicarían su costumbre de la circuncisión, ni celebrarían la fiesta del sábado, comerían carne de cerdo, etc. En caso de que alguno faltara a su palabra, sería condenado a la hoguera o a la lapidación. En caso de que el rey consintiera en perdonarle la vida, se le confiscarían todos sus bienes.
Esta norma era tan dura que los propios obispos dejaron constancia que, aunque la aprobaban, se trataba de una decisión personal del rey.

No obstante, en un concilio posterior, los obispos decidieron que los judíos bautizados pasaran las fiestas cristianas en casa de sus obispos a fin de que estos pudieran comprobar que cumplían con los preceptos del Cristianismo.
Parece ser que las relaciones entre el rey y los obispos de su reino ya fueron siempre frías, pero nunca hubo tanta tensión como en los reinados anteriores.

La verdad es que casi todos los reyes godos tomaron medidas contra los judíos. Hoy en día, podría parecer extraño, sin embargo, en una época en que la Religión se confundía con el Derecho, no lo era. Así, si una minoría quería tener su propia religión, pues eso equivalía a tener sus propias leyes y eso no gustaba nada a los que mandaban. Estaba muy claro que deseaban que se fueran, pero no lo consiguieron.

Precisamente, por eso mismo, se produjo en el 587 la Conversión del rey Recaredo y, posteriormente, de todos los visigodos. Los cuales eran cristianos arrianos y se convirtieron al Catolicismo. Se buscaba una sola religión y una sola Ley.

Lo más positivo de su reinado fue que, también en el 654, se promulgó el famoso Liber Iudiciorum, redactado entre su padre y él . Posteriormente, llamado Fuero Juzgo, que estuvo vigente hasta Alfonso X el sabio. Parece ser que también le asesoró en la redacción de esta obra San Braulio, obispo de Zaragoza, al que siempre le unió una gran amistad. Incluso, dicen que fue el que había aconsejado que Recesvinto reinara junto a su padre, para una más fácil transición del poder a la muerte de Chindasvinto.
Este texto tuvo una enorme importancia, pues, a partir de él, tanto los godos  como los hispanos-romanos serían iguales,  tendrían las mismas leyes e, incluso, se permitirían los matrimonios entre los miembros de ambas comunidades. Cosa prohibida hasta esa fecha.

Por medio de este código, se suprime el Derecho Romano en su reino, así como los jueces y la administración que, habitualmente, utilizaban el mencionado Derecho.
Algunos autores creen que esto fue debido a que había un estado de tensión entre los habitantes godos y romanos del reino. De hecho, aunque, en un principio, cuando comenzó el reino visigodo en Hispania, la mayoría de los funcionarios eran de origen hispano-romano, ya no era así, según se aprecia en el origen de los nombres de los mismos.

De hecho, en el 636, durante el V Concilio, se aprobó una norma por la que sólo podrían ser reyes los ciudadanos con origen godo. Así que algunos autores piensan que algún hispano-romano lo habría intentado y de esta manera habrían puesto freno a las ambiciones de ese colectivo.
De todas formas, parece que Recesvinto logró su objetivo, que no podía ser otro que la pacificación de su reino. Prueba de ello es que su reinado duró nada menos que 23 años, el más largo de un rey visigodo.

También hay que decir que, para llevarse bien con la Iglesia, se dedicó a promulgar muchas normas en contra de los judíos. Todavía mucho más duras que las promulgadas por sus antecesores.
Aparte de ello, también se sabe que hizo algunas fundaciones de templos, como la iglesia de San Juan de Baños,  y donaciones de objetos a la Iglesia, como la famosa Corona de Recesvinto.

En el año 661 mandó edificar la iglesia dedicada a San Juan, monumento visigodo que hoy conocemos con el nombre de San Juan de Baños. La Historia mezclada con la leyenda cuenta que el rey, después de una dura batalla para sofocar la rebelión de los vascones, vino a un lugar llamado Baños de Cerrato para curar sus dolencias de riñón en las aguas termales de esta localidad que tenían fama de ser medicinales y casi milagrosas y que estaban bajo la advocación de San Juan Bautista. Parece ser que el rey se curó y en agradecimiento mandó levantar dicha iglesia. Así lo acredita la lápida de mármol que se conserva en el interior de la iglesia, sobre el arco triunfal.

Precursor del señor, Mártir, Bautista Juan, posee el eterno don esta basílica para ti construida; la cual devoto yo, Recesvinto Rey, yo mismo amador de tu nombre, te he dedicado, erigiéndola y dotándola a expensas mías y dentro del territorio de mi propia heredad en la era 699, año décimo tercero de mi glorioso correinato.
Regresaba el rey godo Recesvinto, de haber derrotado al caudillo de los vascones, llamado Fruela, y en este pueblecillo se detuvo a descansar, pues se sentía enfermo de una afección renal. Durante este reposo bebió el agua de un manantial existente en el mismo lugar donde anteriormente existieron unas termas romanas y el recuperar rápidamente su salud se lo atribuyó a un hecho milagroso. Como gratitud decidió erigir en aquel lugar el templo que hoy vemos dedicado a San Juan Bautista.

Murió en el 672, en una casa de campo que tenía en Gérticos, una localidad vallisoletana, cercana a la capital, que ahora se llama Wamba.

Precisamente, a su muerte, su sucesor, Wamba, fue elegido y proclamado rey en esa misma localidad, tal y como se había aprobado en diversos concilios.



Liber Iudiciorum de Recesvinto.


El Liber Iudiciorum (o Lex Visigothorum) fue un cuerpo de leyes visigodo, de carácter territorial, dispuesto por el rey Recesvinto y promulgado probablemente el año 654. También es conocido como Código de Recesvinto, Libro de los jueces, Liber Iudicum, Liber Gothorum, Fori Iudicum, Forum Iudicum y Forum Iudiciorum. Ha pasado a la historia como la gran obra legal del reino visigodo.

En 1241 fue traducido, con algunas modificaciones, del latín al castellano por orden del rey de Castilla Fernando III para ser concedido como fuero a ciertas localidades de la zona meridional de la península ibérica, siendo denominado Fuero juzgo. Fue impreso por vez primera en lengua latina en París en 1579 bajo el título Codicis legum Wisighotorum libri XII y su primera impresión en traducción castellana, por Alfonso de Villadiego, se publicó en Madrid en el año 1600.


Antecedentes:

Locus apellationis, Catedral de León (España). En este lugar se impartía justicia conforme al Liber Iudiciorum.

Sus normas se extendieron a la población goda y romana, tal vez a imitación del Código de Justiniano. El Liber Iudiciorum derogaba las leyes anteriores, como el Breviario de Alarico para los romanos y el Código de Leovigildo para los visigodos.

No parece haber habido resistencia contra las nuevas leyes en la población romana, y ello se atribuye a dos causas fundamentales: en primer lugar, el nuevo código recogía algunos aspectos de la anterior ley romana; en segundo, las leyes romanas no habían sufrido variación desde hacia siglos porque no había una autoridad romana que pudiera cambiarlas y estaban basadas en leyes del bajo Imperio romano, por lo que seguramente estaban distanciadas de la realidad social. Por otra parte, un examen de las leyes nos permite apreciar que no eran para un uso amplio entre la población, especialmente entre los humildes, y parece que los pequeños pleitos civiles y delitos menores eran juzgados a menudo por los obispos, sacerdotes y árbitros, que actuaban como jueces extraoficiales y que además debían dictar sus fallos con arreglo a la lógica y a las antiguas leyes romanas, que estarían muy asumidas después de tantos siglos, acudiéndose sólo a la justicia oficial del rey en casos limitados.

Para los cargos políticos continuaba el monopolio de los visigodos.


Por tanto, la ley para los godos, aunque experimentaba un cambio substancial, mantenía casi dos tercios de leyes antiguas. Pero para los romanos suponía una novedad completa. No obstante, también para los godos constituyó sin duda un cambio, pues algunas de las leyes antiguas fueron corregidas por Recesvinto y una lo fue por Chindasvinto.

Junto al código se publicaba una disposición especial por la cual se prohibía el uso del Derecho extranjero, principalmente romano, en los tribunales: si un juez usara para sus sentencias leyes sacadas de un código distinto al de Recesvinto, pagaría una multa de treinta libras de oro, unos dos mil ciento sesenta sueldos. Los pleitos en curso aún no resueltos serían fallados según las leyes del nuevo código, pero la ley en modo alguno tendría efectos retroactivos y los fallos anteriores basados en otras leyes que habían estado vigentes eran ratificados y se prohibía su reapertura. Los casos que no estuvieran previstos en el código serían remitidos al rey, como ya se hacía, para que su decisión sentara jurisprudencia. El rey tendría derecho a añadir todas las leyes que creyese convenientes, tras consultar a los obispos y a los principales cargos palatinos.

Después de su publicación fue preciso añadir una nueva ley transitoria: como la demanda de ejemplares del código era tan alta, los precios por las copias aumentaron, y el rey hubo de prohibir que se cobrara o pagara más de seis sueldos por una copia; el que incumpliere, fuere copista o adquirente, recibiría cien latigazos.


Fuentes:

Esta gran obra recoge el Derecho romano postclásico y Derecho Romano Vulgar con una mayor influencia del Código de Teodosio, y el Código de Ervigio. De igual manera, tiene gran influencia en recopilaciones de Derecho canónico, especialmente en la tercera edición del Liber Iudiciorum, llamada la edición Vulgata. Es el resultado de modificaciones de textos anteriores producida en forma no oficial, por lo que nunca se promulgó. En él, se agregaron normas sobre política, leyes y legislación procediendo todas ellas de la doctrina jurídica de la patrística de San Isidoro de Sevilla. 1​Por otro lado se basa en fuentes de Derecho visigodo anteriores, que se introducen en el Liber Iudiciorum bien de forma intacta, llamadas antiquæ, como el Código de Eurico y el Codex Revisius, o corregidas, antiquæ emendatæ; esto refleja la correlación existente entre los textos visigodos.

Hay sin embargo un debate respecto a si las atribuciones aportadas por el derecho romano vulgar eliminaron cualquier rasgo de las costumbres legales del pueblo germano. Esto ha dado lugar a varias posiciones, entre las que cabe destacar la defendida por Sánchez-Albornoz, defensor de que las costumbres que se convirtieron en fuentes son de exclusiva procedencia germano-visigoda y también de que esta influencia se vio acrecentada con el tiempo, al ir desapareciendo la imagen de Roma.

Grandes impugnadores de esta teoría germanista del derecho hispano-visigodo son D’Ors y García Gallo, quienes se apoyan en los siguientes argumentos:

Cuando los visigodos se asentaron en la Galia e Hispania ya habían sido romanizados, por lo que sus costumbres, al igual que su lengua y religión, se habían modificado.

El número de visigodos en Hispania era menor que el de hispanorromanos, esto habría acelerado su romanización y por tanto la pérdida paulatina de su tradición jurídica.

Existían leyes en el Breviario de Alarico y en el Liber Iudiciorum que prohibían la práctica de varias costumbres visigodas.

Testimonios que acreditan la vigencia y eficacia del derecho legal visigodo, como las «Fórmulas visigóticas».

Por último, la persistencia de la obra tras el fin del reino hispano-visigodo demuestra su continuidad en el uso de las leyes godas y después con su traducción a la lengua romance de la vulgata.

Por otro lado, los defensores de la teoría germanista se apoyan en los siguientes puntos:

Existencia de testimonios que permiten afirmar que entre los siglos V y VII se mantenían prácticas jurídicas primitivas.

Ejemplos de pueblos conquistados que, habiendo sido dominados por poderes extranjeros, continúan utilizando su tradición jurídica (mozárabes, indígenas de México y Perú).

Se conoce que hubo prohibiciones al desarrollo de costumbres del derecho tradicional godo por la legislación oficial, lo que ratifica su existencia.

Las Fórmulas visigóticas pudieron ser escritas por notarios, apuntando a la gran mayoría de la población, los hispanorromanos, por lo que no pueden utilizarse como argumento.


Estructura y contenido:

Se dividía en un título preliminar y doce libros, tal vez a imitación del Código de Justiniano, subdivididos en cincuenta y cuatro títulos y quinientas setenta y ocho leyes. Contenía trescientas veinticuatro leyes del anterior código godo, calificadas en el texto como antiquæ, noventa y nueve leyes elaboradas por Chindasvinto durante su reinado y ochenta y siete leyes propias de Recesvinto, ya que las del padre se encabezan en el texto con el nombre Flavius Chindasvintus Rex y las del hijo con Flavius Reccesvintus Rex. Finalmente había tres leyes de Recaredo y dos de Sisebuto.


Influencia e importancia:

El Liber Iudiciorum trasciende al órgano que lo creó, el reino hispano-visigodo. Pervive durante la España musulmana como derecho común de los mozárabes hasta el siglo xiii en algunas regiones. Durante la reconquista, su traducción a lengua romance, el Fuero juzgo, es utilizado en varias ciudades del sur peninsular. Fue conocido y aplicado durante la Edad Media, influyó en la legislación visigótica en la formación del derecho castellano, además fue usado en la redacción del Decreto de Graciano, obra cumbre del derecho canónico. El Fuero juzgo ha estado presente en España hasta las codificaciones del siglo xix.

Tal es su trascendencia, que se considera como la perduración del Derecho romano en su forma vulgar tras la caída del reino visigodo.



El curioso final del rey Wamba.

Rey prudente y capaz, Wamba fue el último de los grandes monarcas godos y tras su renuncia, fruto de un vil engaño, el reino visigodo inició el breve camino hacia su desaparición.

Una de las historias más curiosas que nos dieron los godos tiene que ver con el rey Wamba, el último de sus grandes reyes, que fue engañado para dejar el trono por culpa de una vieja tradición. Wamba fue un rey capaz y prudente, coronado en el mismo campo de batalla donde falleció su antecesor, Recesvinto, en los campos vallisoletanos de Gérticos, pese a las reticencias del propio monarca, que creía que su avanzada edad era un impedimento a la idoneidad de su candidatura. Su negativa ya define al personaje pues era este un gesto muy poco habitual entre los godos, un pueblo donde la monarquía no era necesariamente hereditaria y por tanto era un botín ambicionado por todos los nobles principales. Cuentan las crónicas que ante las reticencias del candidato, un fogoso capitán tuvo que darle a elegir entre el trono y la muerte y ante tal elocuencia, el buen Wamba terminó por decantarse. Como no quería pasar por un oportunista, el rey pidió ser coronado de nuevo en la catedral de Toledo, donde el obispo Quirico le administraría por primera vez en nuestra historia el óleo sagrado, imponiéndose desde entonces el rito de la unción real en las coronaciones.

Wamba fue pese a su avanzada edad un rey enérgico que embridó sin contemplaciones cuantas rebeliones se sucedieron durante su reinado, demasiadas en una etapa ya de franca decadencia por culpa de las ambiciones nobiliarias y las guerras entre clanes que terminarían por provocar la caída del reino cuando otros reyes menos capaces ocuparon el trono.

En la primavera del 673, apenas un año después de ser coronado, el rey acudió a una de las habituales campañas que se libraban contra los rebeldes vascones cuando tuvo noticia de una insurrección en la Septimania, la provincia situada en la Galia narbonense que aún conservaban los godos desde la caída del reino de Tolosa. Mandó inmediatamente al duque Paulo a sofocar la rebelión para enterarse poco después que lejos de apaciguarla, tomó partido en ella sumándose a la rebelión para encabezarla. El duque Paulo recibió además el apoyo del duque de la Tarraconense Ranosindo, que llegó a sublevar las ciudades de Barcelona y Gerona. Para consumar su traición, el duque se hizo ungir como rey de la Septimania tras ser escogido en asamblea y coronado, una ofensa que el rey Wamba no aceptaría así como así.

Tan pronto como tuvo conocimiento de la traición y sin terminar su campaña contra los vascones, Wamba encaminó a su ejército hacia la Septimania con él cabalgando al frente. No le arredró llevar ya varias jornadas en guerra ni se le pasó por la cabeza regresar a Toledo para formar un ejército mayor, la afrenta habría de ser vengada en caliente. Wamba cabalgó hasta la provincia del norte pero el ansia de ajustarle las cuentas al duque no nubló su juicio. Al llegar al límite de los Pirineos, formó tres frentes que avanzaron por distintas vías, uno al oeste, otro hacia el centro y el último pegado a la costa.

En realidad, los tres frentes no eran más que avanzadillas de vanguardia para crear confusión, mientras que él los seguía de cerca con el grueso de las tropas. Su estrategia fue acertada porque pudo avanzar a ritmo vertiginoso hasta sitiar y hacer caer la ciudad de Narbona, el gran adalid del sur de la Septimania. Sin embargo el duque Paulo se refugiaba en Nimes, ciudad que habría de ser el próximo objetivo del monarca. Inasequible al cansancio, Wamba asedió Nimes con tal fiereza que la ciudad cayó al tercer día y el traidor Paulo fue entregado al monarca por sus propios hombres. Seis meses después de partir en campaña contra los vascones regresaba Wamba a Toledo con el duque Paulo preso, vestido de harapos y coronado con una raspa de pescado que hacía escarnio de su ambición como rey de la Septimania.

Desde entonces pudo gobernar con acierto Wamba, desarrollando buena cantidad de obras públicas y promulgando una controvertida Ley sobre la movilización militar que obligaba a todo ciudadano a socorrer a la nación ante un peligro inminente. Sobre sus últimos días pesa la sospecha de una abyecta conjura, pues el rey fue envenenado con una sustancia de efectos hipnóticos que le hicieron parecer moribundo. Ante la inminencia de la muerte recibió la Penitencia, sacramento que en aquella época sólo se administraba una vez y obligaba al penitente a llevar una vida ejemplar alejado de tentaciones y preocupaciones mundanas. Wamba fue tonsurado como un monje y declarado ‘velut mortuus huic mundo’ (muerto para este mundo), por lo que se vio obligado a dejar el trono y recluirse en un monasterio.

A Wamba le sucedería Ervigio, primo de Recesvinto, que por su fulgurante subida al trono todo hace pensar que estuvo implicado en la conjura. Sin embargo Ervigio sólo pudo disfrutar siete años del trono, que no fueron precisamente agradables dado el cariz que tomaba el reino y la desatada lucha de ambiciones. Le sucedió Égica y a este Witiza, cuyo enfrentamiento abierto con Don Rodrigo dejaría la península en bandeja a la invasión musulmana.



El final del Reino visigodo de Toledo-

A finales del siglo VII, la crisis interna se agravó con pestes, malas cosechas, hambrunas, fugas de esclavos, bandidaje, suicidios, ataques contra los judíos, degradación de la moneda y vileza en el comportamiento de los obispos, además del problema sucesorio. Los hijos menores de Witiza, muerto en 710, fueron desplazados del trono por Rodrigo (710-711), duque de la Bética, y pidieron ayuda a los musulmanes a través del conde Julián, gobernador de Ceuta, para deponer al rey.

La leyenda y la historia se entremezclan hablando de la traición de los witizanos como el detonante de la entrada de los musulmanes en la Península Ibérica, lo que como se sabe acabó provocando el final definitivo del reino visigodo de Toledo.


El porqué de la “pérdida de España” en manos musulmanas será justificado obsesivamente por las crónicas cristianas y cantado por los juglares mediante una leyenda, la de la Cava (“cava” en árabe significa prostituída o violada), esto es, la traición de Julián.

Lo que se narra en la leyenda no acaban de confirmarlo las fuentes y resulta extraño en relación a los acontecimientos que conocemos. La recoge por escrito y en extenso la Crónica Sarracina o Crónica del Rey Don Rodrigo compuesta por Pedro de Corral a mediados del siglo XV, alcanzando su máxima difusión en el romancero viejo que recoge las viejas tradiciones orales de los juglares.



La leyenda de la Cava:

Cuenta pues la leyenda que el conde Julián había entregado a una hija suya como doncella al servicio del rey Rodrigo, el cual se enamoró de ella y al no verse correspondido la forzó. Entonces el conde Julián en venganza no sólo facilitó la entrada de los musulmanes sino que además apoyó a los enemigos del rey. Así lo cantaron los juglares cristianos para explicar la invasión musulmana y así es cómo lo recoge el romancero viejo español.

Hasta aquí he narrado la historia de los visigodos en Hispania y la supuesta invasión de los árabes tal cual la cuentan las fuentes históricas conservadoras, intocables e infalibles. Pero... ¿ y si no hubiera ocurrido así?


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Apuntes sobre el Cristianismo Arriano Pre-islámico.

Mitología española: Jamás hubo conquista árabe,

San Eulogio, obispo católico de Córdoba, descubre el islam en el año 850.


Actualmente los historiadores cuestionan la versión católica oficial según la cual el Islam se implantó violentamente en España, después de una invasión árabe, en el año 711. Estos argumentan que el Islam ni se impuso ni era ajeno a los hispanos, lo abrazaron libre y mayoritariamente.

El mito de la invasión del Islam fue promovida por la Iglesia Católica para encubrir su derrota ante los cristianos unitarios, seguidores del arrianismo que predicó Prisciliano.

¿Ocurrió la historia tal y como nos la han contado? ¿Es posible que, en el siglo VIII , un ejército musulmán cruzara el estrecho de Gibraltar, derrotara a las tropas visigodas y avanzara victorioso hasta someter casi todo el territorio peninsular?.


Lo que nos dice la historia oficial:

El año 711 entraron 7.000 árabes por Tarifa al mando de Tariq, y poco después otros 18.000 entran al mando de Musa, nacido en La Meca, que a la sazón tenía unos setenta y un años de edad, 25.000 hombres en total.

Nos dijeron que en tres años conquistan e islamizaron un territorio de 584.192 kilómetros cuadrados, habitado por varios millones de personas organizadas en monarquías visigodas y pertenecientes, muchas de ellas, a la cultura greco-latina.

Es decir que, en el periodo de tres años, cada uno de aquellos 25.000 árabes tuvo que realizar el esfuerzo de conquistar 23 kilómetros cuadrados aproximadamente y, por si fuera poco, conquistar además parte de Francia y convertir todo ese vasto territorio al Islam. ¡Todo en tres años!. Ellos solos, con la espalda al descubierto, sin conocer el idioma y sin el apoyo necesario para pertrechar a la exigua tropa invasora.

Lo que las legiones romanas no consiguieron en 300 años de sangrienta conquista, con todo su aparato militar, y el apoyo logístico desde las Galias, lo consiguen 25.000 árabes incultos venidos desde el lejano desierto. Y según se nos cuenta lo hicieron después de atravesar miles de kilómetros del norte de África, sin conocer la herradura con la que calzar a los caballos que no tienen (el desierto de Arabia no lo permite) y con las espaldas descubiertas.


El origen del mito:


Los documentos de la época no contienen referencias a aquella terrible invasión. El único relato de principios del s.VIII que se conserva es el del obispo Isidoro Pacense, pero desde hace dos siglos sabemos que es un personaje mítico. Desde el rey visigodo Vamba hasta Alfonso III, ni cristianos de confesión alguna, ni musulmanes, dejan documentación creíble al respecto. Las primeras noticias aparecen en las crónicas latinas y musulmanas del siglo IX, a seis generaciones (ciento cincuenta años) de los hechos; cuando el Islam estaba ya firmemente arraigado en la península.

Las crónicas árabes de la conquista de la península Ibérica se escriben siglos después de la supuesta conquista, y son adaptaciones de leyendas egipcias que comienzan a extenderse en el siglo X.

A comienzos del siglo X un grupo de andalusíes, recién conversos, sienten la necesidad de viajar a El Cairo en busca de doctos eruditos para formarse en lo relativo a la nueva confesión. Y para, ¡Oh sorpresa!, informarse sobre la llegada del Islam a la península Ibérica.

Entre ellos viaja un tal Ibn Habib quien en su obra Táric, nos relata la leyenda de la invasión de los árabes, extraída a su vez de otras leyendas egipcias contadas por sus maestros cairotas. El investigador se debe de preguntar: ¿Cómo es que en España no quedaba nadie que recordara los hipotéticos acontecimientos de un hecho tan decisivo como lo hubiera sido la conquista árabe tan sólo un siglo antes, y la conversión al Islam de casi todo un país?

Lo cierto es que Ibn Habib y sus compañeros, tienen que viajar hasta Egipto para enterarse de lo que pudo haber sucedido en vida de sus bisabuelos. Y si en la península Ibérica no quedaba recuerdo reciente de ninguna invasión, ¿cómo es que los egipcios, tan lejanos, pudieron saberlo?

A propósito de esta crónica. Cuando el año 1.860 el historiador Dozy la lee para su investigación, escribe en sus Recherches que no le parecían otra cosa que cuentos de “Las mil y una noches”.

Si los árabes habían invadido España, ¿sus nietos no se acordaban de la conquista y tuvieron que viajar a Egipto para informarse?

Quizá en la Edad Media fue más aceptable, para los católicos romanos, asumir la historia de la invasión como un castigo divino por las herejías del cristianismo, que aceptar la sustitución progresiva de sus ideas religiosas por otras.

Supuestamente para los andalusíes, y para el orgullo de los árabes en general, también les fue más atractivo ensalzar proezas épicas de sus hipotéticos antepasados, que el natural florecimiento de una cultura andalusí, como la que se forjó en España. Estos criterios son los que se mantienen en la actualidad para justificar la invasión.

Algunos investigadores, concluyen que el mito ha pervivido, contra toda lógica, porque a los católicos les ha interesado mantenerlo; encubría ante el pueblo su fracaso social y religioso.


La situación religiosa en el siglo VIII:

La guerra civil que estalló en la península Ibérica a principios del siglo VIII, explicada como conflicto político y disfrazada más tarde como invasión de una potencia extranjera, tuvo su origen en hechos que se remontan a cuatro siglos antes; enfrentamientos entre dos corrientes cristianas.

Los unitarios o arrianos, negaban que el Hijo fuera igual al Padre (según esta premisa, Jesús no era Dios) y los católicos, adheridos al dogma de San Pablo, mantenían que hay tres personas distintas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en un solo Dios verdadero.

Para aproximarnos a la verdad de lo que sucedió el año 711, cuando un contingente de guerreros del norte de África (bereberes), cruzan el estrecho de Gibraltar, derrota a las tropas visigodas de Don Rodrigo y se establecen en la península Ibérica, tendremos que remontarnos al siglo IV.


Un poco de historia:

En el año 325, el emperador Constantino convoca un concilio en Nicea para zanjar las disputas teológicas que estaban perjudicando al imperio.

El dogma de la Trinidad se impuso y se incluyó en la religión oficial: nacen el catolicismo y la Iglesia Católica. Al mismo tiempo se excomulgaba al obispo Alejandrino Arrio, que murió en el año 336, un día antes al fijado por el emperador para obligarle a reconciliarse con la Iglesia. Un siglo después, su mensaje obtuvo un eco imprevisible.

El historiador español Ignacio Olagüe explica en su obra La Revolución Islámica en Occidente, que a partir de entonces “la doctrina trinitaria fue impuesta a hierro y fuego” por todo el norte de África y la península Ibérica.

Las ideas de Arrio en Oriente fueron propagadas por Prisciliano en España y en el sur de la Galia. Prisciliano nació en el seno de una familia senatorial en el año 340 (se cree en Galicia) y comenzó a predicar hacia el 370.

Hombre culto, ascético, vegetariano y que no hacía distinción entre hombres y mujeres en cuestión de nombramientos relacionados con el culto; principios que retomarán siglos después los cátaros.

Los libros de Arrio fueron quemados, como acostumbra la Iglesia Católica, y apenas quedan obras de Prisciliano. De los signos externos y sacramentos del arrianismo sólo se sabe, por referencias de sus enemigos, el empleo de alguna forma de tonsura y que el bautizo se realizaba mediante tres inmersiones, quizá en correspondencia con la trilogía “cuerpo, alma y espíritu” o “cuerpo físico, astral y mental”.

Prisciliano durante toda su vida fué acosado por los obispos católicos, temerosos de su influencia entre el clero y la población.

En el año 385, en la ciudad de Tréveris, el emperador Máximo le hizo acudir para que se defendiera de la acusación de hechicería lanzada por sus adversarios.

Hubo un juicio, viciado por intereses clericales e imperiales, y una condena: a Prisciliano le cortaron la cabeza. Fue el primer hereje que sufrió pena de muerte. Curiosamente, el propio emperador Máximo fue ejecutado tres años después por orden de Teodosio.

Unamuno sugiere que en Compostela no es el Apóstol Santiago quien está enterrado, sino Prisciliano, lo cual daría idea de la extensión e importancia que alcanzaron sus doctrinas. Su ejecución afianzó el arrianismo en el país. El año 460 llegó al poder el monarca godo Eurico, que se convirtió a la fe arriana.

En el año 587, el rey godo Recaredo se alió con los católicos por conveniencias políticas y, en nombre propio y en el de todo su pueblo, abjuró del arrianismo que habían practicado los anteriores monarcas godos.

Se prohibió el culto arriano y se iniciaron brutales persecuciones contra sus seguidores y también contra los judíos, como es costumbre en la Iglesia Católica, quienes hasta entonces habían practicado su religión libremente.

Los arrianos de España y del sur de Francia se sublevaron; soportaron durante el siglo siguiente robos, violaciones, asesinatos y reducción a la esclavitud, perpetrados por la oligarquía goda y el clero católico.

La tensión se calmó cuando el rey godo Vitiza subió al trono en el año 702 y comenzó a deshacer los entuertos de sus antecesores: declaró una amnistía contra los perseguidos y les restituyó sus bienes; detuvo las medidas hostiles contra los judíos y convocó el XVIII concilio de Toledo, cuyas actas, sospechosamente, la Iglesia Católica ha perdido.

El grueso de los historiadores opina que fueron destruidas porque eran contrarias al Catolicismo romano. A la muerte de Vitiza, en torno al año 709, todo cambió.

La nobleza y los obispos católicos impidieron que su hijo Achila, que era menor de edad, ocupara el trono, y eligieron en su lugar a Don Rodrigo, un jefe militar afín a sus intereses.

Estalló entonces una guerra civil entre los partidarios de éste (seguidores del catolicismo establecido), y quienes apoyaban a los sucesores de Vitiza (arriano); estos últimos veían en Don Rodrigo a un usurpador del trono visigodo.

Al mando de la provincia visigótica de la Bética (la actual Andalucía) estaba Rechesindo, antiguo tutor del hijo de Vitiza. Rodrigo lo mató en una escaramuza y entró en Sevilla sin oposición.

Los partidarios de la estirpe de Vitiza, debilitados arrianos, pidieron ayuda a su correligionario y noble visigodo Taric, gobernador de la provincia visigótica de Tingitania (Tánger), en el norte de Marruecos, que había sido nombrado por Vitiza y con cuyo reinado mantenía estrechas relaciones comerciales.

Taric era de raza goda, como apunta la terminación “-ic”, hijo (hijo de Tar, un nombre germano muy común) en lengua germánica. Uno de sus jefes militares era Yulian, de origen romano, a quien la leyenda de la invasión convirtió en el traidor conde Don Julián.

En el año 711, a finales de abril Tariq (convertido en Tariq Ibn Ziad por el mito), a la cabeza de un ejército de siete mil hombres en el que domina la etnia beréber procedentes de la Tingitania, cruza el estrecho que llevará a partir de entonces su nombre, para desembarcar en España y defender la causa arriana.

La presencia de tropas no provocó reacción entre la población autóctona andaluza porque no eran tropas extranjeras sino de la vecina provincia del reino, la Tingitania. Los judíos, ferozmente perseguidos por los monarcas godos y católicos después de que éstos abandonaran la fe arriana, acogieron a los recién llegados. Todo esto también explica la relativa facilidad con que los “musulmanes” avanzaran por Andalucía, y la hospitalidad con que fueron recibidos.

Los expertos subrayan que sólo un Estado puede organizar una invasión militar; no existía entonces un imperio arábigo, sino tribus y pequeños caudillos enfrentados entre sí y carentes de gobierno, administración y ejército.

Vale aquí puntualizar que la población mayoritaria de la península se adhería a los principios unitarios y al arrianismo. Por el contrario, la corte y el clero visigodo respondían a los dictados de Roma y al dogma católico.

La oligarquía visigoda con sede en Toledo explotaba y oprimía hasta los más crueles extremos a sus súbditos arrianos. El profesor Olagüe en la obra ya citada, brinda pormenorizados detalles de este asunto.

Volviendo a nuestro tema anterior del cruce de Tariq, éste al frente de sus hombres desembarcó en las cercanías del famoso peñón al que se dio su nombre: Yabal al Taric, “Monte de Tariq”, es decir, Gibraltar: El 19 de julio de ese mismo año, por las orillas del río Guadalete, logra una victoria decisiva sobre el rey visigodo Don Rodrigo. El hecho es que es técnicamente imposible el desarrollo de una batalla de tal envergadura (sólo las tropas de Don Rodrigo comprendían ya 100.000 hombres) en el valle del Guadalete por su extrema estrechez, sencillamente no cabrían las tropas de ambos bandos y, menos todavía, la caballería. No obstante, y aceptando como cierta la celebración de la batalla, numerosas prospecciones arqueológicas han barrido todo el valle en donde, según las crónicas, tuvo lugar el encuentro bélico y zonas adyacentes con un resultado completamente nulo. Una batalla de tal envergadura hubiera dejado, como es el caso de otras, una gran cantidad de restos esparcidos, desde puntas de flechas, hasta cotas, herrajes y restos de los campamentos de ambos bandos. Sorprende el resultado: nada de nada.

Se dice que Rodrigo murió en la batalla, pero es más probable que fuera expulsado de Andalucía y buscara refugio en Lusitania (Portugal), donde pudo haber fundado su propio reino, ya que existía en Viseu una sepultura con la inscripción: “Aquí yace Roderico, rey de los godos”, que todavía se conservaba en el siglo XVIII en la iglesia de San Miguel de Fetal, según señala el abate Antonio Calvalho da Costa en su Corografía portuguesa.

A partir de entonces, España entra en el seno del Islam, en tan sólo 3 años, del 711 al 714, las formidables tropas árabes conquistan e islamizan toda la península y el sur de Francia. Esta explicación de los orígenes de la España musulmana, tal vez un tanto extensa, la creo necesaria para contrarrestar la historia oficial católica que sin fuentes ni argumentos serios afirma que España fue conquistada a sangre y fuego por los musulmanes.

El año 785, 74 después de la supuesta invasión, el Papa Adriano I envía a España a un delegado pontificio para combatir la situación de los cristianos adversos al papado de Roma, este delegado, Egila, se pasa al bando de los arrianos. El arrianismo progresa, pero de la presencia del Islam sigue sin haber testimonios documentales.

En los textos de los autores católicos de la escuela de Córdoba, en el siglo IX, no existe alusión alguna al Islam. Tanto en la obra del abate Esperaindeo, como en la del abate Sansón, se arremete contra las doctrinas del arrianismo predicadas por el obispo Hostogesis de Málaga quien no obedecía a Roma. Pero de las enseñanzas de Mahoma, como doctrina diferenciada, no sabían nada todavía.

En el siglo IX, vemos que los musulmanes llevaban 140 años en la península, tenían desde hacía un siglo la capital del reino en Córdoba, la más importante y refinada ciudad de Occidente por entonces, con un millón de habitantes, y es evidente que no habían forzado la conversión masiva de indefensos cristianos, ni siquiera hacían proselitismo de su fe ni alardes de su culto.

¿Qué fe seguían entonces los españoles? La herejía arriana tradicional, en evolución hacia el islamismo, que la mayoría de la población acabaría abrazando, igual que la lengua árabe por el latín. No hubo imposición, sino lento cambio. Y no era una fe extranjera.


San Eulogio, obispo católico de Córdoba, descubre el islam en el año 850:

San Eulogio fue miembro de una familia acomodada que vivió en Córdoba en la primera mitad del s. IX. Al regreso de su viaje a Navarra (849-850) y ante la difusión que tuvieron las herejías arrianas en Andalucía, se le ocurrió combatirlas predicando el martirio a las vírgenes católicas de Córdoba, en la creencia de que la sangre vertida podría detener el proceso de islamización que se estaba engendrando en su ciudad.

Las revueltas populares que el martirio de las vírgenes sacrificadas causaron, llevaron a la autoridad política a hacerle responsable de la alteración del orden público, siendo encarcelado por estos motivos.

La fama alcanzada por sus escritos, hace que sea nombrado Arzobispo de Toledo, no pudiendo ocupar el cargo por haber sido condenado por la justicia del Emir cordobés y encontrarse encarcelado. Más tarde será ajusticiado en el año 859 por ser culpable de promover los disturbios de Córdoba y, como es costumbre en la Iglesia Católica, elevado y adorado en los altares como San Eulogio.

Más tarde, Alfonso III consigue que Abderraman II, monarca de Al-Andalus, le permita trasladar el cuerpo de San Eulogio (santo y martir, ¡je!) hasta Oviedo. El cuerpo iba acompañado de manuscritos con las obras del escritor, reproducidas en vida de este, las cuales se conservan en la biblioteca de la catedral de Oviedo. Hasta aquí la historia oficial católica.

Ahora, lo que no nos habían contado. Entre estos documentos, se encuentra el Apologeticum Martyrium, escrito en 857, donde relata su viaje a Navarra, dando cuentas del hallazgo que hizo en la biblioteca del Monasterio de Leyre: un opúsculo que reseña una biografía de un tal Mahoma.

Los pormenores de este viaje, son conocidos por la biografía que Álvaro escribe de San Eulogio y por la carta que este escribe al obispo de Pamplona a su regreso a Córdoba, por lo que no hay duda de su autenticidad y del año en que fue escrita.

Alojado San Eulogio en el Monasterio de Leyre, hizo un gran descubrimiento en la biblioteca de este monasterio. El mismo lo relata de la siguiente forma:

“Cuando últimamente me hallaba en la ciudad de Pamplona y moraba en el monasterio de Leyre, ojeé todos los libros que estaban allí reunidos, leyendo los para mí desconocidos. De pronto descubrí en una parte cualquiera de un opúsculo anónimo la historieta de un profeta nefando”.

Se trataba de una biografía del profeta Mahoma. La lectura de esta biografía de un profeta desconocido para él, le produjo tal sensación, que se vio en la necesidad de compartir el hallazgo con sus correligionarios, los intelectuales católicos Juan Hispalense y Álvaro de Córdoba.

Juan Hispalense, que seguramente había recibido la carta antes que Álvaro, escribía a este, remitiéndole un extracto de la biografía de Mahoma, para hacer partícipe a Álvaro del extraordinario descubrimiento que su amigo común, Eulogio, había encontrado en Leyre. Estas cartas, fueron intercambiadas entre los años 849 y 851.

En el año 856, tanto San Eulogio, ya en Córdoba, como Álvaro escriben sus comentarios sobre las primeras manifestaciones públicas del Islam en Córdoba. Esto lo relata en su obra Indículus Luminosus, en la que dice conocer por vez primera la segunda frase de la profesión de fe islámica. Pero no conociendo la lengua árabe, en la que se promulgaba, la transmite en latín: “Psallat Deus super Prophetam et salvet eum”. “Dios bendiga al Profeta y le salude”

Cuenta también que ha empezado a oír cómo desde altas torres los nuevos creyentes gritan cosas de Dios y de un tal Maocim. Se refería a los minaretes de la nuevas mezquitas ya que, hasta esas fechas y a causa del sincretismo religioso, probablemente la oración islámica se practicaba en los templos arrianos que se fueron transformando. Es decir, que hasta ese momento el Islam se propagaba discretamente. Pero su presencia como idea diferente no se había hecho pública todavía. Por lo tanto, los personajes de los que comentamos, no conocieron hasta ese momento el Islam ni el nombre de Mahoma como religión de conocimiento generalizado. Continuaban sin comprender exactamente qué es lo que estaba sucediendo.

Todos estos datos son conocidos, se conservan y ya fueron publicados en el siglo XVIII por el Jesuita padre Florez en el tomo VIII de la España Sagrada, págs., 145-146.

Hacia la mitad del siglo IX, la jerarquía eclesiástica católica andaluza, desconocía la existencia del Islam. No se habían enterado de la invasión de los árabes en el 711, no se habían percatado de que cinco veces al día, los almuecines de las mezquitas cordobesas llamaban a la oración a los fieles del islam.

Su preocupación no era el Islam, (no lo conocían) sino el judaísmo, el arrianismo, otras herejías cristianas y el ateismo, pero no el Islam, del que no se hace mención en ningún documento eclesiástico hasta las cartas de Eulogio en el año 849 aproximadamente, en las que muestra su perplejidad ante el descubrimiento de una nueva religión.


Los omeyas en España:

La historia oficial católica nos cuenta que Abderramán I fue un Omeya que escapó de la purga de los Abbasidas. Pero para ser sirio de origen, era pelirrojo y de ojos azules, igual que su hijo y sucesor Abderramán II. A causa del período de anarquía que se abrió tras la guerra civil, Abderramán I, según cuentan las crónicas, fue el visigodo arriano que sometió gran parte de la península, de Toledo para abajo, unificando un nuevo reino arriano, poderoso y rico en el sur de España con capital en Córdoba proclamándose Emir. ¿De dónde sale la leyenda oficial de su sangre real? Lógicamente de un intento posterior de legitimización para asumir la dignidad de Emir (rey).

Sabemos por uno de los historiadores de la época, Ibn Hazm, cordobés del siglo XI, que los Omeya eran rubios, de tez clara y ojos azules, y tenían por costumbre el casarse con doncellas de sus mismas características, por lo que se desposaban con mujeres navarras.

No conocemos a muchos semitas con estas características étnicas, pero sí en cambio sabemos que los visigodos concordaban con ellas. Luego a juzgar por sus características raciales es más probable que los Omeya fueran visigodos arrianos y posteriormente islamizados, y no árabes venidos del desierto.

¿Por qué nombres y cultura árabes? Los nombres árabes entre los personajes de la época. Abderraman, Ibn Habib, etc., es una cuestión simple de responder. Un nombre propio no siempre indica, necesariamente, una confesión religiosa, ni mucho menos la pertenencia a una etnia. En la península Ibérica de entonces había clérigos, incluso obispos, nobles y reyes que utilizaban nombres árabes, era la cultura pujante. Por lo tanto los primeros Abderramanes serían reyes visigodos de nombre árabe, pero todavía en proceso de transición religiosa desde el arrianismo al Islam.

Algunos ejemplos sobre lo dicho nos los ofrecen los nombres de estos obispos arrianos. Rabi ibn Sahib, fue propuesto para la dignidad episcopal por Abderraman II, en cuya corte desempeñó las funciones de diplomático. Este obispo fue maestro de otro obispo, llamado Abú l-Harit. Y lógicamente, al ser obispos no eran musulmanes, sino arrianos. Y… según parece, tampoco sabían nada del Islam, ¡hasta el momento! Por lo que bien pudiera haber sucedido que Abderraman adoptara el nombre antes que la religión. Pero esto ya sucedió con el Emperador Constantino, que se hizo defensor del catolicismo antes de haberse decidido a adoptarlo como forma de fe.

Su hijo y sucesor, Abderramán II, muere el año 852, habiendo puesto en práctica en los últimos años una política que había consistido en diferenciar definitivamente, y acelerar, el proceso de islamización de España trayendo eruditos islamólogos orientales.

El árabe se empieza a generalizar por escrito en España hacia la segunda mitad del siglo IX. Es entonces cuando florecen las ciencias, la filosofía y la poesía. La rica lengua árabe es el instrumento; el genio lo aportan aquellos que vivían ya en Al-Andalus y los que llegaron como invitados, tanto del mundo islámico como del cristiano, sin distinción de etnias.

A partir de la muerte de Abderraman II, y debido a su política, el Islam se extiende por la península gracias a la atracción existente por lo oriental y como una nueva moda, tal como sucede en nuestros días con otras tendencias. Recordemos que este Abderraman había fundado Murcia el año 825, y que el pacto de Teodomiro, por el que Murcia pasa a dominio ¿musulmán o arriano?, se celebra hacia la mitad del siglo VIII.


Qué nos dice la arqueología:

En el catálogo de monedas del museo arqueológico de Madrid, comentado por Codera en el año 1.879, por Lavoix en el 1.888, y por Rada en el 1.892, encontramos una moneda acuñada en España en el siglo VIII. En una de sus caras dice en latín: “In nomine Domini non Deus nisi, Deus solus sapiens, non Deus similes alius”. En el nombre del Señor, de Dios, sólo hay un Dios Sabio, no hay otro parecido a Dios. Y una estrella de ocho puntas, como en el Islam. Esta era la fórmula en latín de la profesión de fe arriana, y la mitad de la profesión de fe musulmana posterior, faltaba todavía añadir la presencia y reconocimiento de la dimensión profética de Mahoma que se añadió muy posteriormente.

Las lápidas encontradas en Xativa el año 2004, fechadas en el S.VII, (y otras más encontradas en otros lugares y fechadas en el mismo siglo, según fuentes universitarias) demuestran que musulmanes llegan a la península Ibérica directamente desde Oriente, posiblemente a través de la costa mediterránea no sometida a la monarquía visigoda y que mantenía relaciones comerciales y de clientela (protección) con el Imperio Bizantino de Oriente.

Las innovaciones arquitectónicas como el arco de herradura no son una aportación arábiga; existía en Occidente y puede verse en varias construcciones de España y Francia anteriores al Islam.

Tampoco parece obra musulmana la mezquita de Córdoba, ni nació como mezquita. Ese templo, bosque de columnas, es incompatible con el culto musulmán y con el católico, ya que ambos exigen espacios diáfanos para seguir al oficiante. Por desgracia, nada sabemos sobre el culto arriano, desaparecidos sus textos para siempre en las llamas de las hogueras católicas.

                            

Conclusión:

No hubo invasión de ejércitos árabes. La realidad, es otra bien distinta. En el siglo VII, el emperador bizantino Heraclio se enfrenta a una grave amenaza, el avance imparable del imperio persa encabezado por Cosroes II. Pero analicemos la situación detenidamente. Durante más de 500 años había existido un “status quo” entre los dos grandes imperios, el romano y el persa. A pesar de sus múltiples encuentros fronterizos a penas si se había producido modificación alguna en las fronteras entre los dos grandes imperios. ¿Por qué, de repente, el Imperio Romano de Oriente se hunde dramáticamente en dos ocasiones seguidas contra los persas, llegando a perder todos los territorios del Oriente hasta Anatolia y Egipto? La respuesta es evidente, la falta de resistencia de los pobladores autóctonos mesopotámicos, sirios, palestinos y egipcios. Pero ¿a qué se debe tanto desdén por Bizancio? ¿Por qué se dejan conquistar por los persas, o deberíamos más bien decir liberar por los persas?

Es largo de explicar y no es el objeto de este artículo pero podemos simplemente recordar la expansión del arrianismo por todas estas tierras y la lucha constante con el dogma católico (y posteriormente griego). El concilio de Nicea no logró aplacar el conflicto religioso en Oriente como tampoco lo logró el II concilio de Constantinopla en el 381 donde se condenó definitivamente al arrianismo. Esto provocó el surgimiento en Oriente de nuevas herejías como el monofisismo, el nestorianismo, etc. Todas ellas acabaron igual, duramente reprimidas por el poder imperial romano-griego y por la iglesia católica y posteriormente griega. De esta forma, nos encontramos con un panorama de gravísimo descontento social y religioso por todo Oriente a principios del s.VII cuando Cosroes II empieza a amenazar peligrosamente las fronteras del Imperio Romano de Oriente.

Así pues, con la ayuda de los persas libertadores y a pesar de la victoria definitiva de Heraclio sobre Cosroes II en el año 628, el arrianismo triunfa sobre el dogma católico-griego consiguiendo la independencia de estos territorios del imperio y cayendo en una especie de anarquía de pequeños Estados que no están bajo el control efectivo de ningún poder centralizado, ni persa, ni griego.

En el año 633, salido de las ardientes arenas del desierto de Arabia, se produce un movimiento ideológico, filosófico y religioso que va ganando adeptos en Oriente y que empieza a extenderse por todo el mundo. El Islam encuentra un caldo de cultivo pre-islámico en el cristianismo unitarista arriano que previamente se había impuesto por todo el Oriente y el norte de África como ya hemos narrado.

El movimiento de rebelión arriano llega a la península Ibérica cien años después, en el 711, produciéndose una guerra civil religiosa que fracciona el Reino visigodo de Toledo haciéndolo añicos, proclamándose claro vencedor frente al catolicismo romano y quedando este relegado al extremo norte de la península. Poco después, en el año 756, un arriano visigodo, influido por la cultura árabe triunfante, Abderramán I, señor de la guerra, logra unificar bajo su poder a todo el sur de España hasta Toledo, proclamándose él mismo como Emir, legitimándose como Omeya, y localizando su capital en Córdoba.

Con Abderramán II, el emirato de Córdoba se afianza y, a partir del año 850, comienza un proceso de asimilación de las nuevas ideas y los nuevos ritos islámicos impulsados por el monarca arriano, será lento, progresivo, pasando por una primera etapa de sincretismo con el arrianismo vencedor en la guerra civil del s. VIII hasta llegar a las formas de culto islámicas y a unas formas sociales islamizadas: deslatinización, adopción del idioma árabe y arabización de los nombres.

Las posteriores leyendas de la batalla de Guadalete, al igual que la muerte de Don Rodrigo, muerto en la misma según la leyenda, así como las leyendas de Don Pelayo y la batalla de Covadonga no son más que eso, leyendas.

Nos hacemos una pregunta. ¿Se conserva documentación fiable de la entrada del cristianismo en la península Ibérica?, la respuesta es clara y contundente, NO. Pero sabemos que se introdujo, progresivamente, por una labor de evangelización que duró siglos.

Entonces. ¿No pudo entrar el Islam de manera semejante a como lo hizo el cristianismo, máxime cuando sabemos que existían las condiciones adecuadas, una situación pre-islámica?.¿Qué razones hubo para montar la leyenda de una invasión para la entrada del Islam?. La respuesta es la siguiente: para justificar una mala chapuza, la derrota del catolicismo papista siervo de Roma frente a los primeros protestantes españoles contra el dogma católico, los arrianos, en la guerra civil religiosa del año 711. Y al mismo tiempo, el fraude de la conquista musulmana también sirvió para justificar la conquista de Al-Andalus por los reinos norteños como una “Reconquista” y legitimar así sus acciones de conquista como una “recuperación de territorio católico”. Esto es algo que hoy está asumido, prácticamente, en todos los medios académicos.

Cuanto más avanzamos en la arqueología y la documentación racional existente, más entendemos que el Islam entró en España por la vía del arrianismo, progresivamente, y no por efecto de invasión imposible alguna.

Pero ¿cómo afecta el mito de la conquista y reconquista a la sociedad española de hoy en día? Por desgracia, la Iglesia Católica y los poderes centralizadores del país han sacado muchísimo partido de estos dos mitos. Nos dicen, “España ha sido siempre católica”, o “el catolicismo, el Papa y España siempre han ido de la mano”, o “no se puede entender una España sin la Iglesia Católica, hay que subvencionarla”, o “gracias a la Reconquista católica se forjó España”. Bien, acabamos de aprender que la realidad es otra.

Al asimilar la “Reconquista” como una vuelta atrás, a nuestros orígenes, a una unidad centralizada y homogénea en un reino de “orgullosas raíces germanas” que vinieron a enmendar a los decadentes e inmorales romanos, y católico hasta la médula, como si de un estado perpetuo e inalterable se tratare como si, desde el principio de los tiempos, España fuera católica como una especie de destino divino; al asimilar esto, digo, nos estamos mintiendo a nosotros mismos y creándonos una entidad nacional ficticia, alejada de la realidad y de la que se han aprovechado fructíferamente, durante toda la Historia de España, los tiranos y la Iglesia Católica.

Si destruimos el mito, sale la verdad a la luz del día para hacernos comprender, curiosamente, que los españoles fuimos los primeros protestantes europeos contra el dogmatismo católico romano. Fuimos los primeros occidentales en separarnos de Roma y desobedecer al Papa ya desde Prisciliano allá por el año 370 y tuvimos una iglesia separada e independiente, con un culto propio hasta la expansión y aculturación pacífica del Islam por España que comenzó en torno al 850.

Esto es lo que tienen de malo los mitos nacionales, propios del nacionalismo surgido con la Revolución francesa, que crean identidades falsas para vergüenza y oprobio de los pueblos que las sufren y enriquecimientos indebidos de los tiranos y de la Iglesia Católica que inevitablemente les someten.

En definitiva, el s.VIII fue un periodo trascendental para la posterior evolución de la sociedad española y que la historiografía católica oficial ha catalogado, de forma excesivamente parcial, simplista e interesada, como una conquista y una “Reconquista” posterior, pero como decía Ortega y Gasset “Una reconquista de seis siglos no es una reconquista”.

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Nota:

 En el siglo XII, el catarismo que se instaló en el sur de Francia , zona conocida como el mediodía y perteneciente a la Corona de Aragón, fué una doctrina identica a la de Prisciliano de la época de los visigodos en Hispania que por cierto, fueron aniquilados al igual que los arrianos por la iglesia católica.



Población y recesión demográfica.

¿Como vivía la gente en aquella época tan oscura?

E. A. Thompson afirma en su libro fundamental Los godos en España que: “la única fuente continua de información sobre los reinados de los reyes de la Península Ibérica desde Gesaleico a Liuva I (507-568) es la Historia de los godos de San Isidoro de Sevilla”. En cualquier caso, los godos debieron formar una mi-noría que se supone que empezaría a estar integrada en la sociedad hispanorromana. Su número no ha sido precisado con exactitud por ningún historiador, pero los cálculos más fiables hablan de entre 150.000 y 200.000 visigodos instalados en la Península, sobre una población que no llegaba al millón. Otras fuentes de estimación arqueológica hablan de 80.000-100.000 visigodos frente a entre cinco y seis millones de hispanorroma-nos que entonces habitaban el país (2%). Esta desproporción explica que, pese a controlar el gobierno, los visigodos terminaran asimilando la lengua, la cultura y la religión de la sociedad hispana.

Debe quedar claro desde el principio que el establecimiento de los contingentes visigodos en territorio hispano cuya irrupción, sobre todo a partir del 454, coincidiendo con la muerte del último gran general romano (Accio)-, entraña un cambio de consecuencias incomparablemente mayores para la población hispanorromana que las precedentes oleadas de invasiones de pueblos bárbaros (recordemos que hacia el otoño del año 409, suevos, vándalos y alanos llegaron hasta los Pirineos y, por los puertos de Roncesvalles y Somport, pasaron a España y se extendieron por el territorio siguiendo las vías romanas).

El régimen demográfico en esta época se configuraba en una sociedad con un índice de mortalidad muy alto, sobre todo en lo que a la población infantil se refiere y en individuos situados en una edad entre los 25 y 30 años, siendo muy pocos los que so-brepasaban la edad de los cincuenta. Pero también en una natalidad fuerte, lo que conduce al débil o nulo crecimiento vegetativo,
a cambio de un gran desgaste biológico motivado por dos causas: una cortísima esperanza de vida y el achaque de las continuas epidemias y brotes de peste entre los que destacan los de los años 543 y 570 o 693 (sufrida de lleno en la provincia Narbonense), que derivan irremediablemente en una etapa de carestías.

Ni que decir tiene que entre las razones de esta elevada mortandad se sitúan los conflictos bélicos como otro elemento de destrucción continuo (guerras tanto religiosas como por conseguir el poder), aunque también hay noticias de grandes hambrunas ocasionadas por las malas cosechas.

Esto se traduce en los últimos años (desde Wamba) en una progresiva degeneración económica. Junto a esto otra plaga terrible que se produjo en diversas ocasiones en los siglos VI y VII fue la de la langosta. Los restos antropológicos proporcionados por la excavación de cementerios nos indican que la población sufría de insuficiencias alimenticias y deplorables condiciones higiénicas, así como enfermedades patológicas.

Se trata de una sociedad que en algunas ocasiones se ha considerado prefeudal o de transición al feudalismo, por concurrir en la misma una serie de características que serían propias de etapas posteriores de la Edad Media y que la diferencian de la Hispania romana.

En primer lugar, se produce una paulatina ruralización social, abandonándose las grandes ciudades en algunos puntos y creándose en torno a las villas romanas núcleos de población más reducidos. Por otro lado, se tiende al autoconsumo y se desarrollan lazos de dependencia personal que anticipan el feudalismo, relación denominada clientela o encomendación. Así, de los reyes dependían como clientes los gardingos.

Los nobles, a su vez, tenían clientelas y séquitos militares (bucelarios y sayones), unidos por lazos de fidelidad a un señor territorial, laico o eclesiástico. Y de los grandes propietarios de tierra dependían los colonos.

Se produjo en esta época una sustitución de la esclavitud por el colonato, como forma de relación en cuanto a la explotación de la tierra, lo cual se había iniciado ya en el Bajo Imperio. Los colonos formaban la amplia masa social. Los humildes, que eran pequeños propietarios libres, eran una clase social en decadencia. La clase alta estaba formada por los potentados, los grandes terratenientes nobles, tanto godos como hispanorromanos. La dureza de las condiciones de vida de las clases bajas acabaron produciendo en alguna ocasión revueltas campesinas, las cuales a veces eran confundidas con herejías, como el priscilianismo que fue la doctrina cristiana predicada por el obispo Prisciliano (aprox. 340-385, primer hereje cristiano hispano en Galicia) en el siglo IV, basada en los ideales de austeridad y pobreza. Fue condenado como herejía en el Concilio de Braga, en el año 563. Además de instar a la Iglesia a abandonar la opulencia y las riquezas para volver a unirse con los pobres, el priscilianismo como hecho destacado en el terreno social condenaba la institución de la esclavitud y concedía una gran libertad e importancia a la mujer, abriendo las puertas de los templos a las féminas como participantes activas (Ej: la primera de la que se conservan textos escritos en latín es Egeria, monja galaica priscilianista que vivió en torno al 381).

Se diferencia dentro de la sociedad entre los visigodos y los hispanorromanos, cada uno de ellos regido por sus propias leyes, el idioma y la cultura diferente. No obstante, con el paso de los siglos se tendió a la fusión de ambos grupos sociales, permitiéndose los matrimonios mixtos gracias a Leovigildo.

Un intento de acabar con la diversidad jurídica fue el Liber Iudiciorum promulgado por Recesvinto (en 654) –compilación que sería revisada y completada en tiempos del rey Ervigio (681)-, en el que se trata de recoger el derecho romano junto a las prácticas, ya señoriales, que se habían ido imponiendo en la Península en torno al derecho de propiedad, reconociendo la unidad de la población hispánica (código común para hispanorromanos y visigodos); o las múltiples disposiciones emanadas de los famosos concilios de Toledo, que devinieron lugares preferentes de contacto entre las potestades civiles y religiosas, divididos en generales o “universales” (convocados por el rey y celebrados todos en Toledo) y provinciales o “sínodos” (convocados por el metropolitano de la provincia y se celebraban generalmente en la capital de la provincia eclesiástica).

Por lo que respecta a las estructuras económicas, no cabe duda de que el período hispano-visigodo se caracterizó por una economía antigua, cerrada y autosuficiente, de base rural donde el latifundio o la gran propiedad fue la unidad básica de organización y explotación agraria (fundi).

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Para conocer mas:
Los Visigodos en Hispania.


Los emperadores de Occidente enviaron a la provincia de Hispania a los visigodos, soldados bárbaros que tenían a sueldo, para combatir a sus enemigos.

Los caudillos del ejercito visigodo que combatieron en Hispania contra los invasores y los baugadas (1) fueron seis: Ataulfo (414), Sigerico (417), Walia (417), Teodoredo (420), Turismundo (451) y Teodorico (453). Los mas notablesAtaulfo (Adolfo), casado con Gala Placida, hermana del Emperador Honorio, que se estableció en Barcelona; Walia, destructor de los alanos y Teodoredo, muerto como un héroe en la batalla de los Campos Cataláunicos, ganada al feroz Atila, rey de los hunos. 



El arrianismo en Hispania:


Comprende desde Eurico (466) hasta Recaredo (588), tiempo en que los visigodos siguieron la doctrina de Arrio, predicada por Wulfilas entre ellos y traída con Ataulfo, la cual negaba la divinidad de Jesucristo.


 Los reyes visigodos arrianos fueron diez:

 Eurico (465), Alarico (483), Gesarico (507), Amalico (511), Teudis (531), Teudiselo(548), Agila (549), Atanagildo (554), Liuva I (567) y Leovigildo (572), el último el más importante de todos, vencedor de losbizantinos, los francos y los suevos, que se apodero de Cantabria, la Oróspeda y las Galicias, persiguiendo a su hijo el católico San Hermenegildo.


Epoca visigoda católica:

Esta época se extiende desde la conversión de Recaredo I en el tercer Concilio de Toledo (589) a la conquista arábiga (711).


Los reyes católicos visigodos fueron veinte: 


Recaredo I (586), Liuva (601), Witerico (603), Gundemaro, Sisebuto (612),RecaredoII (621), Suintila (621), Sisenando (631), Chintila (636), Tulga (640), Chindasvinto (642), Recesvinto (649), Wanba(672), Ervigio (680), Egica (687), Witiza (701), Rodrigo (709), Agila II, Olmundo y Sisberto (711-756). 


Visigodos e hispano-romanos:

Al apoderarse los visigodos de Hispania eran arrianos y vivieron apartados de los hispano-romanos, teniendo distinta legislación que éstos. Los visigodos convirtieron la provincia romana Hispania en Estado independiente, aumentada con la Septimania o Galia Gótica, estableciendo el gobierno de la monarquia y los hispano-romanos la religión católica.

(1) Baugadas: caudillos de Ibéria que pretendian la independencia de Roma y de los bárbaros.

Llegados a este punto voy a narrar los grandes misterios que envuelven la historia de este enigmático Reino Visigodo.




Grandes misterios visigodos.

La Cueva de Hércules, la Mesa del rey Salomón y el misterio de la tumba de Alarico I:

Dicen que el sabio monarca grabó el nombre secreto de Dios en un mítico objeto del Templo de Jerusalén y aún hay quien lo busca en tierras españolas. He aquí su leyenda...


Don Rodrigo debía saber el trágico destino que le aguardaba con la entrada de los musulmanes en la Península y no sólo por las consecuencias que hubiera podido intuir de sus relaciones con La Cava legendaria. Otra de las leyendas que le atañen cuenta que nada más llegar al trono osó entrar en las Cuevas de Hércules desafiando la inscripción disuasoria de su formidable puerta que venía a decir «Rey, abrirás estas puertas para tu mal», según narra el escritor José María Merino en su obra «Leyendas españolas de todos los tiempos: Una memoria soñada».


En una enorme cueva en Toledo se cuenta que Hércules guardó sus tesoros y cerró su boca con un torreón o palacio que aseguró con una gigantesca cerradura. Hasta la llegada al trono de Rodrigo, cada rey había ordenado colocar una cerradura más en la puerta, convirtiéndose el acto en un rito más de la coronación. Se dice que el último rey godo rompió 27 cerrojos antes de abrir las puertas junto a sus hombres.


En el interior del torreón, Rodrigo encontró un arca que guardaba un lienzo muy fino cuidadosamente plegado, según el relato de Merino. Al extenderlo, contempló la escena de una batalla entre «guerreros a caballo, vestidos con los ropajes propios de los pueblos que vivían al sur, en la otra orilla del mar» y figuras con sayales que parecían huir, mientras al pie de una fortaleza yacían muchos guerreros cristianos muertos. En el centro, abatidos y rotos, se representaban «las banderas del ejército de Rodrigo, el blasón de su escudo de armas y la bandera y el blasón del propio reino de España», señala el escritor antes de añadir que al ver aquella representación tan elocuente, «Rodrigo ordenó a todos retirarse, sin que nadie dijese una sola palabra».


El relato del historiador árabe Ahmed al Razi (s.IX-X) fue el primero en dar cuenta de la decisión de Don Rodrigo de entrar en el palacio construido por Hércules. Según Al Razi, conocido como el moro Rasis, la casa guardaba los secretos de un antiguo rey griego dominador de Al Andalus. Allí encontró «una arca de plata e con piedras preciosas» con dibujos de árabes y un escrito que decía: «Cuando sea abierta esta casa y se entre en ella, gentes cuya figura y aspecto sea como los que aquí están representados invadirán este país, se apoderarán de él y lo vencerán».
En esta casa o cueva de Hércules, otros relatos sitúan la legendaria Mesa del Rey Salomón donde el sucesor del rey David habría plasmado todo su conocimiento del universo y la formulación del nombre verdadero de Dios que no puede ser pronunciado ni escrito, el Shem Shemaforash, la llave de la sabiduría y el poder. La mesa de oro que el tercer rey de Israel ordenó colocar en el Templo de Jerusalén, según el I Libro de los Reyes (7,48), fue descrita posteriormente por algunos autores andalusíes como una pieza (mesa o espejo) tallada en una única esmeralda con 365 patas como días del año.


De Jerusalén a Roma y Toledo:

Tras la destrucción del Templo en el 70 d.C., los romanos se habrían llevado la Mesa de Salomón a Roma. Así lo contó Flavio Josefo: «Entre la gran cantidad de despojos, los más notables eran los del Templo de Jerusalén: la mesa de oro, que pesaba varios talentos, y el candelabro de oro». De la exhibición de Tito con los tesoros da fe un relieve en el arco triunfal que erigió Roma a su general victorioso.

Los godos se hicieron con el tesoro del Templo de Jerusalén tras el saqueo de Roma en el 410 d.C. El historiador Procopio lo menciona expresamente entre las riquezas depositadas en Tolosa, la capital del reino entonces. Un siglo después, éste acabaría siendo trasladado a Toledo ante el avance de los francos, tras pasar por Carcassone, Rávena y Barcelona. Otras leyendas hacen llegar la mesa a la capital del reino visigodo desde el norte de África a través de reyes míticos que habrían participado en campañas contra Jerusalén.

Ningún autor cristiano de la época, como Isidoro de Sevilla, menciona sin embargo la mesa ni su presencia en Toledo, según señaló el escritor y catedrático Jon Juaristi en una conferencia sobre «La leyenda de la Mesa del Rey Salomón» en 2006. «El tesoro sagrado de los godos, entre el que se encontraría la mesa, no se tocaba, ni siquiera se veía en aquel tiempo porque se creía que en él residía la fuerza de la tribu. Eso justificaría que no se haga ninguna mención», considera el historiador Juan Eslava Galán. El hecho es que la primera noticia que se tiene de la Mesa de Salomón en la Península aparece en las narraciones árabes de la toma de Toledo por Tariq, aunque otras leyendas sitúan el hallazgo en Complutum (Alcalá de Henares).

«La Mesa estaba hecha de oro puro, incrustado de perlas, rubíes y esmeraldas, de tal suerte que no se había visto otra semejante», escribió el historiador Al Maqqari, que coincidía con el cronista Aben Al Hakam: «Tenía tanto oro y aljófar como jamás se vio nada igual».

Existe la creencia de que Tariq habría llevado la Mesa de Salomón a Medinaceli, probablemente por el topónimo. La localidad fue llamada Medina Talmeida (Ciudad de la Mesa) y Madinat Salim (ciudad fundada por Salim ibn Waramad), que sería una deformación de Madinat Shelim, Ciudad de Salomón.

Tras desembarcar en la Península, Musa reclamó a Tariq la famosa Mesa de Salomón junto al resto del tesoro real godo. Se cuenta que Musa le humilló y maltrató para conseguirla y éste, antes de cedérsela, le arrancó una pata y la hizo sustituir por una falsa. Ambos fueron llamados a Damasco por el califa Suleimán y dicen que cuando Musa le entregó la mesa presentándose como el conquistador de España, Tariq mostró la pieza que faltaba desautorizándole.

En este punto se pierde la pista de la Mesa de Salomón. Unos dicen que fue desmontada por orden del califa en Damasco, otros que acabó en Roma, otros que fue despiezada y sus gemas adornan la Kabba de la Meca...

Otros sostienen, sin embargo, que no llegó a salir de España y aún lo sitúan en Toledo y en Jaén, donde se cree que pudo extraviarse de camino a los puertos andaluces.

El investigador toledano y escritor toledano, José Ignacio Carmona, cree que los tesoros visigodos fueron ocultados ante la llegada del invasor musulmán, como se constata con el tesoro de Guarrazar, en la localidad de Guadamur .«Obviamente, si las coronas aparecen en Guarrazar, no es disparatado pensar, por proximidad, en su complejo gemelo, Melque, para ocultar el tesoro de Salomón», manifestaba a ABC el autor del libro «Santa María de Melque y el tesoro de Salomón». Ambos lugares están unidos por un antiguo camino secundario romano, la vieja Alpuébriga.



La lápida templaria de Arjona:

Otra vía de investigación conduce a la provincia de Jaén, donde en 1924 un labriego encontró en Torredonjimeno otro tesoro visigodo del que solo se conservan hoy unas pocas piezas menores, y donde fue hallada en 1956 una lápida templaria que, según el cabalista Álvaro Rendón, reproduce los símbolos grabados en la Mesa de Salomón. La lápida de mármol, que actualmente se encuentra en el Ayuntamiento de Arjona, se encontró en una extraña cripta de estilo bizantino que se había hecho construir el barón de Velasco en la localidad jienense. «Es un libro mudo, una especie de mandala para que quien sepa interpretarlo lo descifre», señala el historiador Juan Eslava Galán, coautor junto a Rendón de «La lápida templaria descifrada» (2008).

El barón de Velasco era miembro de la sociedad secreta de los «Doce Apóstoles», cuya existencia fue descubierta casualmente por el joven funcionario Joaquín Morales en 1937 durante el inventario de los tesoros artítiscos de la catedral de Jaén. El objetivo de esta sociedad a la que habrían pertenecido destacadas personalidades de finales del siglo XIX y principios del XX habría sido la búsqueda de la Mesa del Rey Salomón, que se creía oculta en Jaén. «Los miembros de esta logia pseudo-masónica no la buscan por su valor material, sino por ser un tesoro iniciático al tener el sello salomónico», apunta Eslava Galán. La cripta del barón de Velasco, añade, «fue construida para albergar una reproducción de la Mesa de Salomón».
Para Juaristi, sin embargo, la Mesa del Rey Salomón «es un símbolo de España» y lo fue siempre desde la conquista. De ahí el interés de Musa por arrebatársela a Tariq.


En busca de las cuevas de Hércules:

En 1546, el cardenal Juan Martinez Siliceo ordenó explorar bajo la iglesia toledana de San Ginés, hoy desaparecida, para acallar a quienes sospechaban que bajo ese lugar se encontraban la mítica Cueva de Hércules. «A cosa de media legua toparon una mesa de piedra con una estatua de bronce (...), después pasaron adelante hasta dar con un gran golpe de agua» y regresaron. En 1839, una nueva expedición encontró vestigios antiguos, pero la posible entrada a la cueva estaba tapada por escombros. Doce años después se descubrió una sala subterránea al parecer romana. En 1929 el sacerdote Ventura Lopez dedujo que la cueva había albergado un templo asirio fenicio, según relata Eslava Galán en su libro «España insólita y misteriosa». La última exploración se llevó a cabo en 1974 y se descubrieron galerías, pero tampoco dio con ningún rastro relacionado con la Mesa de Salomon.


El misterio de la tumba de Alarico I:

Pero las leyes de la mala suerte conspiraron contra el rey y una terrible tempestad frenó sus deseos de expansión… Y una simple picadura de mosquito frenó su vida… Falleció en Cosenza víctima de la malaria tras pasar varios días entre tremendas fiebres y convulsiones.

Sus generales pensaron que su cadáver jamás debería caer en manos de aquel pueblo invadido, podrían profanar sus restos y su descanso eterno, y como si de Alejandro Magno se tratara decidieron honrar y esconder su cuerpo.

Miles de esclavos trabajaron duramente en las orillas del río Busento para desviar su cauce. Realizaron una gran obra y en el espacio resultante practicaron una fosa para acoger a Alarico, una vez introducido en ella se hizo una gran ceremonia fúnebre, se acompañó el cuerpo de Alarico por un fastuoso tesoro y luego se cubrió el lugar. Hecho esto se ordenó destruir el muro que retenía el agua para que el río retomara su cauce… Posteriormente los soldados mataron a todos los esclavos que habían trabajado en la construcción de aquella obra y sabían la ubicación de la tumba de Alarico.
Y el último lugar de descanso del rey Alarico es, hoy día, un misterio.

A Alarico lo sustituyó el príncipe Ataúlfo. Había que conducir a los valerosos guerreros visigodos y necesitaban a un nuevo caudillo, y así el príncipe pasó a ser rey. Y atrás quedó el cuerpo de Alarico con su tesoro.

En las proximidades de la localidad de Cosenza está su cuerpo, cerca del río Busento. Han pasado más de quince siglos desde su muerte, desde que se le enterró y aún no ha sido hallado. En esta localidad italiana podremos encontrar un puente que se llama “Puente de Alarico”, cerca de las iglesias de San Doménico y San Francisco de Paula… Allí, en ese mismo lugar, bajo en agua, a varios metros de profundidad, se cree que se encuentra el último lugar de descanso de mejor de los reyes godos, el rey Alarico.

     
                       

Origen y características del Arte visigodo.


El arte prerrománico se define como la sucesión y conglomerado variopinto de estilos artísticos del occidente europeo desde la caída del imperio romano de occidente y la eclosión del románico como arte unificador europeo.

Por tanto el término "prerrománico" abarca artes tan distintos como el ostrogodo, el irlandés, el anglosajón, el merovingio, el carolingio, el otoniano, el visigodo o visigótico, el asturiano, etc.

Las manifestaciones artísticas de este pueblo germano asentado en la Península Ibérica, en especial las de carácter arquitectónico, no se producen plenamente hasta entrado el siglo VII, pudiéndose hablar a partir de este momento y con propiedad de un arte visigodo.

Por tal motivo, en el contexto europeo y en el particular español, el arte prerrománico debe básicamente considerarse como una etapa o periodo entre dos grandes momentos artísticos y culturales (romano y románico) y no un "estilo histórico" concreto y definido.

Dos estilos dentro del prerrománico europeo influyen esencialmente en el nacimiento del románico. Éstos son el carolingio y el otoniano.


Arquitectura visigoda:

Del siglo VI casi sólo cabe mencionar la pequeña iglesia de San Cugat del Vallés, en Barcelona. Aunque muy deteriorada, muestra una planta de nave única que termina en un ábside. Del siglo siguiente son las de San Pedro de la Nave, San Juan de Baños, Quintanilla de las Viñas, cuya traza se repetirá luego en otros templos posteriores pertenecientes al «estilo de repoblación» (mal llamados «Arte mozárabe»), como son, por ejemplo, la iglesia de San Cebrián de Mazote (Valladolid), el Monasterio de San Miguel de Escalada (León), la iglesia de Santiago de Peñalbal (León), en el prerrománico asturiano y el románico zamorano. Por lo demás, en esta época se sigue básicamente la tradición paleocristiana en la arquitectura religiosa.
No son muchas las construcciones visigodas que subsisten, y de ellas prácticamente ninguna que pudiera contarse entre las grandes realizaciones en los núcleos metropolitanos como Toledo, Sevilla o Mérida (España. Las que han llegado hasta hoy son, en general, ermitas o templos rurales de segunda categoría.

Su arquitectura religiosa se caracterizaba por una capilla mayor rectangular, con dos sacristías, prótesis y diakonikón, a ambos lados, separadas una de la otra. Una cancela o iconostasio ante el presbiterio, ornamentado. Decoración escultórica a las fachadas, arco de herradura en el acceso exterior.

Combinación arco-dintel en el interior, característico de la arquitectura hispana desde la etapa árabe hasta el gótico. Las basílicas más importantes son la de San Juan de Baños (Palencia), consagrada por Recesvinto en el 661; Santa Comba de Banda (Orense), de finales del VII; San Pedro de la Nave (Zamora) y Quintanilla de las Viñas (Burgos). La única escultura existente en la Europa prerrománica fue la visigoda. Su escultura y pintura fueron decoraciones ornamentales en relieves y capiteles, realizadas con una técnica ruda, a bisel y muy caligráfica. La pintura, decoración de códices, entre los que destaca el discutido Pentateuco de Ashburham (Biblioteca Nacional, París).

Como obras escultóricas más destacadas están San Pedro de la Nave y Quintanilla de las Viñas. La orfebrería fue una de las inclinaciones del pueblo visigodo. La mas destacada de este arte es la del rey Recesvinto (Museo Arqueológico Nacional, Madrid), que formaba parte del tesoro de Guarrazar (Toledo)


Caracteres propios del arte edificatorio visigodo:

• Preferentemente planta basilical o de cruz griega, y a veces una conjunción de ambas disposiciones. Espacios muy compartimentados.
• Ábside rectangular al exterior. A cada lado podía existir un recinto destinado a sacristía (prótesis y diakonikón). La capilla se separaba del resto del templo mediante un iconostasio.
• Arco de herradura generalmente sin clave, de tradós vertical en la zona peraltada, elevación de 1/3, y salmer y primeras dovelas de planos horizontales.
• Uso de columnas y pilares como soportes. Capiteles corintios muy simples o troncocónicos invertidos, con gruesos cimacios que anclan en los muros.
• Cubrición mediante bóvedas de cañón o de arista, además de cúpulas sobre los cruceros.
• Muros de sillería formada por grandes bloques prismáticos aparejados a soga y tizón en seco (more gothico), ocasionalmente alternando con ladrillo al modo romano.
• Decoración a base de frisos de roleos, esvásticas y temas vegetales y animales.
• Pequeños pórticos a los pies o en los laterales.
Como edificios más representativos pueden relacionarse los siguientes:
• Iglesia de San Pedro de la Nave en San Pedro de la Nave-Almendra (Zamora);
• Iglesia de Santa Comba de Bande (Orense);
• Iglesia de San Juan de Baños de Cerrato (Palencia); 
• Cripta de San Antolín en la catedral de Palencia (Palencia);
• Iglesia de San Pedro de la Mata de Sonseca (Toledo);
• Ermita de Santa María de Quintanilla de las Viñas (Burgos).




 El Cristianismo en  los pueblos bárbaros.


Las invasiones germánicas abrieron al Cristianismo el acceso a nuevos pueblos, que se establecieron en tierras del Imperio. Luego, los misioneros llevaron el Evangelio más allá de las antiguas fronteras romanas. Germanos, eslavos, magiares, etc., recibieron la fe cristiana y se incorporaron a la Iglesia, aunque varios de esos pueblos lo hicieran tras haber profesado temporalmente la herejía arriana.

  1. Las «invasiones bárbaras» constituyen un hecho de trascendental importancia para la historia cristiana. Hasta entonces, la expansión del Evangelio se había limitado prácticamente a los pueblos de cultura mediterránea, con alguna rara excepción, como fue el caso de Armenia. Desde finales del siglo IV, las grandes migraciones populares tuvieron la virtud de poner en contacto con la Iglesia a todo un nuevo mundo étnico y cultural: germanos y eslavos, magiares y escandinavos se abrieron al Cristianismo en el curso de los siglos siguientes. Las invasiones crearon oportunidades insospechadas de expansión cristiana. Un contemporáneo -el hispano Paulo Orosio, discípulo de San Agustín- acertaba a expresar con fe y lucidez este sentido providencial de un acontecimiento que, a los ojos de tantos otros, aparecía como irremediable tragedia: «Aun cuando los bárbaros -escribía- hubieran sido enviados a suelo romano con el solo designio de que las iglesias cristianas de Oriente y Occidente se llenaran de hunos, suevos, vándalos y burgundios, y de otras muchedumbres innumerables de pueblos creyentes, habría que alabar y exaltar la misericordia de Dios porque hayan llegado al conocimiento de la verdad -aunque sea a costa de nuestra ruina-tantas naciones que, si no fuera por esta vía, seguramente nunca hubieran llegado a conocerla.»

2. La mayoría de los pueblos germánicos invasores de Occidente no se convirtieron directamente desde su paganismo ancestral al Cristianismo católico. Su conversión pasó por un estadio intermedio de Cristianismo arriano. Es preciso explicar la razón de esta peripecia para comprender tan importante página de la historia religiosa europea. El Arrianismo se introdujo en el mundo germánico a través del pueblo visigodo; en el año 376, este pueblo, asentado en la Dacia y presionado por los hunos, solicitó del emperador Valente licencia para cruzar el Danubio -entonces frontera romana- y establecerse en suelo imperial. Los visigodos -según el testimonio de su historiador Jordanes-ofrecieron a Valente reconocer su autoridad y vivir de acuerdo con las leyes romanas; a mayor abundamiento, se declararon dispuestos a hacerse cristianos si se les enviaban misioneros conocedores de su lengua.

3. El emperador Valente permitió a los visigodos instalarse en la Tracia y la Moesia; y como era arriano, envió para cristianizarles misioneros de su secta. La comunidad gótico-arriana dirigida por el obispo Ulfilas jugó entonces un papel determinante. Ulfilas compuso el alfabeto gótico y tradujo la Biblia a esta lengua, convertida gracias a él en lengua escrita. Provistos de este valioso instrumento de catequesis, los misioneros de la escuela de Ulfilas difundieron su doctrina entre el pueblo visigodo, que antes de finalizar el siglo IV estaba ya totalmente arrianizado. Eran, justamente, los mismos años en que el Arrianismo se desvanecía como problema teológico vivo en el ámbito de la Iglesia universal. Esta paradójica coincidencia tuvo la virtualidad de favorecer el arraigo del Arrianismo entre los germanos.

4. Pasó a ser su religión nacional, un factor más de diferenciación entre las minorías germánicas invasoras, políticamente dominantes, y las poblaciones mayoritarias, románicas y católicas. El Arrianismo se hizo así religión de casi todos los pueblos germánicos instalados en tierras del Imperio occidental. Algunos de ellos -vándalos y ostrogodos- siguieron arrianos hasta su extinción en el siglo VI. Otros tuvieron tiempo suficiente para completar su itinerario religioso con una segunda conversión al catolicismo: así los suevos de Galicia y los burgundios, en aquel mismo siglo VI, y los visigodos en tiempo de Recaredo (589). Las supervivencias arrianas en la Italia longobarda persistieron hasta muy avanzado el siglo VII.

5. En este contexto histórico es fácil advertir la importancia que revistió la conversión de los francos. A una hora en que todos los reinos germánicos de Occidente profesaban el Arrianismo, un pueblo joven y vigoroso rompió ese esquema religioso-político: el pueblo franco. Los francos eran paganos en la segunda mitad del siglo V, cuando se extendieron por el norte de las Galias, que tras sus victorias sobre burgundios y visigodos iban a ser definitivamente el Reino de los francos, Francia. Pero su opción religiosa no fue el Arrianismo germánico sino la Iglesia católica. En la Navidad de un año en torno al 500, el rey franco Clodoveo recibió el bautismo católico. El acontecimiento tuvo inmensa resonancia entre la población de las antiguas provincias romanas: fides vestra, nostra victoria est -vuestra fe es nuestra victoria-, escribía exultante, a Clodoveo, Avito de Vienne, obispo prestigioso y miembro de una de las principales familias de la aristocracia senatorial de las Galias. Y Avito formulaba una certera observación, preñada de consecuencias trascendentales para el futuro: en adelante, no habría como hasta entonces un solo monarca católico en el mundo, el emperador oriental; Occidente tendría también el suyo, y ese monarca era el rey de los francos.

6. Las invasiones bárbaras provocaron en ciertas regiones un claro retroceso del Cristianismo. Tal fue el caso de la antigua Britania romana, dominada en el siglo V por los anglosajones paganos, cuya conversión se emprendió mucho más tarde por iniciativa del papa Gregorio Magno. Entre tanto, en aquel mismo siglo V, se produjo la evangelización de Irlanda, que dio un impulso decisivo a la vida de las Cristiandades célticas. En el continente europeo, la acción misional de la Iglesia se dirigió hasta el siglo VI a los pueblos «invasores», ocupantes de tierras romanas. Fue a partir de entonces cuando esa acción evangelizadora desbordó las antiguas fronteras del Imperio occidental, para alcanzar a territorios que jamás habían sido romanos y a los pueblos que los habitaban. Los iniciadores de esta expansión en el siglo VII fueron misioneros celtas procedentes de Irlanda y Escocia, cuya figura más descollante fue San Columbano. En el siglo VIII, los misioneros anglosajones tomaron el relevo de los celtas y extendieron la evangelización por la Germanía todavía pagana. El monje inglés Winifrid -que mudó su nombre por el de Bonifacio- fue el gran apóstol de Alemania, que lo sigue teniendo como su Patrono.

7. La expansión cristiana prosiguió en los siglos siguientes y alcanzó a nuevos pueblos asentados en el centro y oriente de Europa. De ordinario -como fue el caso de Clodoveo y los francos- la conversión de un pueblo se hace coincidir con el bautismo del príncipe, que tuvo sin duda un alto valor ejemplar. Así, la conversión de los magiares se identifica con la de su rey San Esteban, la de los bohemios con la de San Wenceslao y la de los polacos con el bautismo de su duque nacional Mieszko. Sin embargo, la cristianización propiamente dicha de tales pueblos fue empresa larga, favorecida por la conversión del príncipe, pero que pudo prolongarse durante siglos. Tanto la Iglesia latina como la bizantina se esforzaron por evangelizar a los pueblos eslavos y a veces chocaron entre sí, como en el caso de los búlgaros; pero hubo también figuras admirables, como los santos hermanos Cirilo y Metodio, misioneros bizantinos, cuya acción apostólica fue confirmada de modo solemne por la autoridad papal. En conjunto puede afirmarse que los eslavos occidentales se adhirieron a la Iglesia latina, mientras los orientales, evangelizados por misioneros bizantinos, quedaron en el ámbito del Patriarcado de Constantinopla. La principal conquista cristiana de la Iglesia griega fue la de Rusia, y el bautismo del gran duque Wladimiro (972-1015) puede considerarse como el momento de la conversión de su pueblo.

8. La cristianización de Escandinavia y los Países bálticos constituye el último capítulo de la conversión de Europa. El movimiento wikingo frustró los primeros intentos misioneros, promovidos en el siglo IX por el emperador franco Ludovico Pío. Los navegantes wikingos o normandos asolaron las costas occidentales. Su paganismo, por otra parte, no era un fenómeno residual, como en otros pueblos, sino vigoroso, y reaccionaba con virulencia anticristiana, que hacía del martillo de Thor el «contrasigno» de la cruz. Los wikingos que se asentaron en las Islas Británicas o la Normandía francesa fueron los primeros en cristianizarse, y de entre ellos surgió un clero autóctono, que resultó el más adecuado para iniciar la evangelización de su país de origen. Con todo, importantes residuos paganos perduraron en Suecia hasta el siglo XII, y en la Prusia oriental y los Países bálticos quizá hasta el XIV.

9. El mundo mediterráneo sufrió en el siglo VII otro impacto de signo religioso muy distinto: la invasión islámica. El Islamismo, fundado por Mahoma (570-632), se extendió tras su muerte con portentosa rapidez. Los musulmanes se apoderaron de buena parte del Oriente cristiano, dominaron el norte de África desde Suez al Atlántico, y en el año 711 cruzaron el estrecho de Gibraltar y, tras una fulgurante campaña, conquistaron la España visigoda. Poitiers, donde los islamitas fueron vencidos por Carlos Martel, marca el momento de su más profunda penetración en el Occidente europeo. Mas, aun cuando la Europa transpirenaica lograra salvarse, la presencia musulmana en la Península Ibérica se prolongó cerca de ocho siglos y tanto el Oriente Próximo como el África del norte forman parte todavía del mundo islámico. La expansión del Islam se realizó en buena medida por tierras cristianas. Los musulmanes no obligaron a los cristianos a convertirse porque, al igual que a los judíos, los consideraban gentes «del Libro», es decir, la Biblia, libro sagrado común de las tres religiones; pero la tolerancia que se les otorgaba, a cambio de un tributo, era cautelosa y cicatera: tal fue el caso de los «mozárabes» españoles. Las Iglesias soportaron con suerte desigual la prueba de la dominación islámica, que se hacía más gravosa a medida que disminuían las esperanzas de restauración cristiana y crecía el conformismo. Las Iglesias de Oriente -y en especial la copia o monofisita de Egipto, muy arraigada entre la población indígena- han logrado sobrevivir hasta nuestros días. La suerte más triste fue la sufrida por la Cristiandad del África latina -la de San Cipriano y San Agustín-, que terminó por extinguirse tras siglos de dolorosa agonía.

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Los Visigodos en Aragón,


La poca presencia que tuvieron los visigodos en Aragón se ciñe a esporádicas citas de episodios que se incluyen genéricamente en el reino toledano.

El asentamiento visigodo en Hispania terminó con la dominación romana. La derrota de Vouillé ante los francos de Clodoveo I, con la muerte del rey visigodo Alarico II, hizo que sus correrías por Hispania terminaran con el nacimiento del Reino Visigodo de Toledo.

Los hunos empujaron a los tervingios o vesos a cruzar el limes imperial (375). La muerte del emperador Valente en Adrianópolis (378), supuso su asentamiento en Mesia por Teodosio y la firma del foedus. Esta relación duró hasta la muerte del último emperador Rómulo Augústulo a manos del hérulo Odoacro y la caída del Imperio Romano de Occidente (476).

La romanización y la conversión al Cristianismo, aunque bajo el credo arriano del obispo Ulfila, integraron a los godos en el Imperio. Llegaron a la Península Ibérica y por ende al actual Aragón. El saqueo de Roma por Alarico y el secuestro por Ataúlfo de Gala Placidia, hija de Teodosio, iniciaron los problemas.

En el año 409 suevos, vándalos, y alanos, invadieron Hispania. El emperador Honorio reestructuró el Imperio y puso al frente a su hijo Constancio. El 416 se firmó un foedus con Valia para someter a estos invasores y el rey recuperó para Roma, Lusitania, Bética, y Cartaginense. Gallaecia se cedió por tratado a alos suevos, terminando momentáneamente con este problema. Los visigodos estaban firmemente establecidos en Tolosa, su cabeza de puente.

Como hemos dicho antes hubo poca presencia visigoda en territorio aragonés. La importancia de Toledo y el escaso número de invasores hizo que casi toda la población fuera hispanorromana en Aragón y salvo Zaragoza, Huesca, y Tarazona, apenas se detecta presencia en toponimia, arqueología y numismática.

Hay escasas citas en las fuentes salvo en la Crónica Cesaraugustana. Los primeros contactos se producen cuando Constantino envía a Hispania a su hijo Constante, quien asienta su corte en Zaragoza (408) para frenar el peligro visigodo. Viaja a Arlés para pedirles cuentas dejando a Geroncio al mando. A su vuelta con el general Justo, Geroncio se rebela e impone al pseudoemperador Máximo.

El año 410, vuelve Constante como augustus siendo derrotado por Geroncio, que había firmado un tratado con los invasores del 409. La provincia Tarraconense se verá libre del dominio visigodo hasta que en el 411 son derrotados. Ataúlfo, en expedición de pillaje, llega a Barcelona (414) donde muere asesinado por su escudero Evervulfo (415).

El foedus entre Valia y Constancio (418) significará, entre otros, el asentamiento visigodo en Tarazona, Huesca, y Zaragoza.


CESARAQOSTA (Zaragoza).

Zaragoza seguía manteniendose como ciudad romana a principios del siglo V y, gracias a las imponentes murallas, pudo defenderse de cuantos la atacaron, protegida por soldados veteranos. Cuando en el 411 Flavio Honorio consiguió derrotar la sublevación en la Galia, Constantino III en Hispania, tan solo consiguió mantener el control de la Tarraconense, que incluía el convento Caesaraugustano, el resto se perdió en manos de los bárbaros.

Entre el 441 y el 454 el valle del Ebro se vió azotado por los bagaudas, de los que Zaragoza se libró gracias de nuevo a las murallas y a la intervención del ejército visigodo, todavía bajo obediencia romana, por poco tiempo.

En el capítulo dedicado a la Caída del Imperio romano, se habla mas en profundidad de los bagaudas... de donde venían quienes fueron y que hicieron... es interesante.

Finalmente. en el 472 el ejército visigodo pasó de protector a invasor, debido a la paulatina decadencia del imperio romano.

Los visigodos al mando del conde Gauteric toma la ciudad en nombre del rey Eurico, pasando a formar parte del reino visigodo de Tolosa. La ciudad mantuvo en gran parte sus costumbres romanas y en el 504 todavía se celebraban juegos circenses.


Mas de doscientos años de guerras continuas:

En el 541 el ejército franco de Childeberto I y Clotario, después de haber expulsado a los visigodos de Galia, se dirigieron hacia el sur y asediaron Zaragoza. El asedio duró dos meses, ya que como no coseguían rendirla con las armas, lo intetaron por hambre.



La leyenda de San Vicente:


La leyenda dice; que los ciudadanos, para proteger la ciudad, paseaban por las murallas la milagrosa túnica de San Vicente Mártir.

Los francos, ya convertidos al catolicismo, habrían aceptado levantar el asedio a cambio de la estola de San Vicente, que Childeberto llevaría de vuelta a París para depositarla en una iglesia relicario construída con ese propósito, que con el tiempo se covertiría en la abadía de Saint - Germain - des - Prés. Las consecuencias del asedio fueron hambre y enfermedades, que se extendieron por la ciudad.


Hacia finales del siglo VI, Leovigildo convenció a Vicente II ( 572 - 586 ), obispo de Zaragoza, para que se convirtiera al arrianismo.

El escándalo fue mayúsculo y se mantuvo hasta la conversión oficial de los visigodos al catolicismo en el concilio de Toledo en el año 
589.


CENTRO CULTURAL EN LA HISPANIA VISIGODA:

En el siglo VII, la ciudad tuvo un relativo florecimiento

cultural gracias a una serie de obispos, Juan II, Braulio, Tajón y Valderedo vinculados al monasterio de Santa Engracia, que poseía una importante biblioteca. Así Zaragoza se convierte en uno de los centros culturales de Hispania, junto con Sevilla de San Isidoro y la Toledo de San Eugenio.


Braulio, obispo de Zaragoza, también escribió el Liber Iudiciorum, que eliminaba la diferencia jurídica entre hispanoromanos y visigodos y que fue promulgada por Recesvinto.


La ciudad fue de nuevo protagonista en la disputa por el trono entre Suintila y Sisenando. Suintila se refugió en Zaragoza contra las tropas de Sisenando, que ayudados por un ejército mercenario franco, sitiaron la ciudad. No consiguieron tomarla por las armas, pero deserciones y traiciones llevaron a Suintila a rendirse, con lo que Sisenando se proclamo rey en la ciudad. Fue el último rey visigodo en la ciudad de Zaragoza.



Iglesia Basílica de Santa Engracia:

El origen de esta iglesia es una capilla cristiana del siglo III - IV, donde se rendía culto a los restos de Santa Engracia y otros 18 mártires Caesaraugustanos.
El martirio de Engracia es sencillamente brutal y terrorífico; fue torturada , cortándole un costado, lacerando todos sus miembros, le cortaron un pecho dejándola como una llaga viviente y purulenta, todo ello por la persecución dictada contra los cristianos por Diocleciano en Caesaraugusta, en el año 303. El motivo fue negarse a dar culto y hacer sacrificios a los dioses romanos.

Del periodo romano se conservan en la cripta de la iglesia dos sarcófagos paleocristianos realizados por talleres romanos en el siglo IV: el de la receptio animae y el de la Trilogía petrina.

Este lugar de culto cristiano permaneció como iglesia en el periodo visigodo. En ella estudió Eugenio de Toledo bajo el magisterio de San Braulio. Durante la dominación islámica, fue centro de un barrio de población mozárabe.



 Cómo eran los visigodos:

Poseemos escasas fuentes de información, tanto documentales como materiales y arqueológicas, y la mayoría de las fuentes referentes a Aragón proceden de actas conciliares y hablan sobre temas religiosos.

Pese a esto sabemos alguna de las características de este pueblo germano. Ya se ha dicho que es un pueblo nómada que estaba especializado en el arte de la guerra, que perfeccionó defendiendo como federado al Imperio Romano de otros pueblos germanos.

No se corresponde la imagen estereotipada de bestias incultos al pueblo visigodo, que ya llevaban mucho tiempo de convivencia con el romano asumiendo su cultura más refinada.

Elegían a sus reyes, sin que fuera un sistema hereditario. Esto puede parecer un sistema más democrático, pero al final lo que producía era una infinidad de luchas internas para conseguir el poder, con la inestabilidad social y el debilitamiento interno que eso conlleva.

Profesaban la religión arriana. Esta religión es también cristiana, pero con distintos dogmas. La población hispanorromana sin embargo, mantenía la religión oficial católica. Ésta era una de las razones por las que no se mezclaban con la población indígena, teniendo prohibidos los matrimonios mixtos. Leovigildo intenta imponer la religión arriana pero no lo consigue, y será su hijo Recaredo, quien al convertirse al catolicismo unifique el estado en una sola religión: la católica.


Aragón visigodo:

La Provincia Tarraconense fue la última que todavía pertenecía nominalmente al Imperio Romano, eso quiere decir que todavía seguían sus raíces romanas latentes. Zaragoza conservaba un tono de vida muy acorde con los gustos romanos, como denota el hecho de que aún se celebrasen espectáculos de circo, como en la ocasión de la visita del rey godo Alarico II (504).

Tras la batalla de Vouillé en 507 contra los francos, el reino visigodo se repliega hacia la península ibérica, pasando a ser Toledo la capital.

Zaragoza vivió momentos de esplendor bajo el dominio visigodo como atestigua la actividad comercial que conservaba o los concilios que allí se celebraron, por eso el interés de los francos es manifiesto por la ciudad. Los francos Childeberto y Clotario, dentro de una operación de búsqueda de botín en la Tarraconense, sitiaron Zaragoza durante cuarenta y nueve días.

En Zaragoza hubo un esplendor cultural en esta época, reuniéndose una importante biblioteca y con un taller de copistas muy prestigioso. La cultura giraba en torno a la labor de la Iglesia y de sus obispos, destacando las figuras de Braulio y Tajón, ambos del siglo VII, muy influyentes en la monarquía. En esa época existían varias iglesias en Zaragoza: la catedral de San Vicente (bajo la actual Seo), la basílica de Santa María (el Pilar) y la de Santa Engracia, mientras que en Huesca ya existía la de San Pedro el Viejo.

En época visigoda fueron fundamentales los concilios, que eran asambleas eclesiásticas que en realidad eran el punto de confluencia entre la potestad del Estado y la autoridad moral de la Iglesia que representaba a la comunidad indígena hispanorromana. No sólo se trataban temas religiosos, sobre todo interesaban los temas civiles. Había dos tipos de concilios: los nacionales y los provinciales.

En territorio aragonés se celebraron concilios provinciales en Zaragoza en 592, el primero después de la conversión al catolicismo y en Huesca en 598. También se celebró en Zaragoza uno nacional en 691.

Además de Cesaracosta (Zaragoza), existían en Aragón otras dos ciudades que eran sede episcopal Tirassona (Tarazona) y Osca (Huesca), y de menor importancia sin tener obispo Bursao (Borja) y Egessa (Ejea de los Caballeros). Acuñaron moneda Cesaracosta, Tirassona, Volotania (Boltaña) y Cestavvi (Gistaín).


Villa Fortunatus en Fraga:


Tenemos escasos restos de esta época por la reutilización de los romanos, así la villa Fortunatus de Fraga siguió explotándose en este periodo o los templos que anteriormente estaban dedicadas al culto pagano se reconvirtieron en basílicas cristianas. Sin embargo surge un nuevo fenómeno, el de la creación de monasterios alejados del medio urbano como el de San Pedro de Séptimo, el de San Úrbez de Nocito o el de Asán, que desde los alrededores de Huesca se trasladó a las faldas de la Peña Montañesa en Sobrarbe.


Monasterio de San Victorián: 

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El monasterio de Asán fue conocido posteriormente como de San Victorián porque fue uno de sus primeros abades. Su procedencia es italiana seguramente y fue quien dio una regla al monasterio en la que se trataba de conciliar la vida eremítica con el cenobitismo, mediante la construcción de celdas solitarias con un centro de culto en comunidad. Fue fundado en la época del rey Gesaleico (506-510) en los alrededores de Huesca y fue muy influyente, ya que de allí salieron varios obispos de distintas ciudades.
En época de dominación musulmana el monasterio se trasladó a las faldas de la Peña Montañesa en Sobrarbe y la construcción que hoy se conserva es una reforma que sufrió en época barroca.


La caída del reino visigodo de Toledo:

Se pueden aducir varias razones a la pérdida del poder de los visigodos pero la principal es la debilidad interna porque estaban en constante guerra civil por el poder. Ya hemos dicho que no eran dinastías sucesorias y el rey debía ser elegido, por tanto siempre había varias facciones que pretendían el trono y en muchas ocasiones entraban en guerra civil. En Aragón se produjeron dos sucesos relacionados con esto y los protagonistas fueron los reyes Suintila y Recesvinto.

Sisenando acude a Cesaracosta para ser proclamado rey
El rey Suintila, que fue quien acabó con el reducto bizantino en el sureste peninsular, fue derrocado por el aristócarata Sisenando en Zaragoza en el 631, apoyado por el ejército de los francos.

El noble visigodo Froya se levantó contra el rey Recesvinto en el 653 y apoyado por los vascones, sometió parte del norte peninsular a severos castigos. Zaragoza fue sitiada por segunda vez, siendo liberada por Recesvinto, y Froya apresado y ejecutado.

La última lucha interna que sufrió el poder visigodo fue la que enfrentó al rey elegido Rodrigo con los descendientes de Witiza que pretendían el trono al considerarse legítimos por ser descendientes del anterior rey. Pidieron ayuda al poder musulmán que terminaba de asentarse en el Norte de África y éstos tuvieron la excusa perfecta para entrar en la península.

También fue determinante la escasa implicación de las clases dirigentes godas con la población hispanorromana indígena, quienes contemplaron a los nuevos señores con indiferencia, suponiéndoles en realidad que sus impuestos iban a parar a otras manos, por eso no hubo casi resistencia a la conquista. Además los musulmanes permitían la libertad de culto a los recién ocupados.


Una leyenda... El conde don Julián y Loarre:

El inventado conde don Julián y otro traidor, don Oppas, entregaron al rey Rodrigo y permitieron la entrada de los musulmanes a la península. En la leyenda se asegura que la traición del 711 habría tenido lugar para vengar el conde de la afrenta del rey sobre su hija, Florinda la Cava, a quien habría visto bañarse en el Tajo, en Toledo.

Los musulmanes no agradecieron a don Julián su traición y lo encerraron en el castillo de Loarre hasta que murió y se cuenta que allí fue enterrado fuera de la iglesia.

La leyenda tiene sus raíces en las fuentes clásicas en lo que se refiere a los castigos de quienes osaban contemplar a divinidades desnudas bañándose en los ríos, pero no tiene ningún fundamento histórico, ni la existencia de don Julián, ni el hacer aparecer su sepulcro en Loarre.


Monasterio de San Victorián:


No hay duda de que el Monasterio de San Victorián es todo un referente en la historia de la comarca de Sobrarbe. Según algunos expertos, está considerado como el más antiguo de España ya que su origen lo situan en la época visigoda, en el siglo VI.

Cuenta la leyenda que San Victorián llegó a los Pirineos huyendo de las tentaciones terrenales. Tras una vida de eremita en la Cueva de la Espelunga y relalizando grandes prodigios, fue nombrado abad del monasterio, que en un principio se llamaba San Martín de Asán. Tiempo después, en el siglo XI, el monasterio tomó su nombre pasándose a llamar de San Victorián o San Beturián.

Fue reconstruído por Ramiro I de Aragón y fue en él donde se reunieron Ramiro el Monje y Ramón de Berenguer IV para decidir los esponsales entre este último y doña Petronila, unión que posteriormente daría como fruto la formación de la Corona de Aragón.

El Monasterio de San Victorián fue protegido por reyes y papas y durante siglos y se configuró como el centro político, económico y espiritual de Sobrarbe, teniendo control también sobre localidades de Ribagorza, Somontano e incluso tuvo posesiones en Valencia.

San Victorián es Panteón Real, donde se conservan los sepulcros de Gonzalo I y de Iñigo Arista.  


¿Quién fue San Braulio? 

Los primeros años de su vida no tienen registro alguno, por lo cual se ignora cómo vive su niñez y etapa de adolescencia. Sin embargo se conoce con ciertas evidencias históricas que para el año 626 ya se ha convertido en obispo, ejerciendo este grado en Zaragoza.

Él es muy cercano a San Isidoro y comparten una comunicación significativa. Con esto se adhiere a sus ideas, que llegan a ser de impacto para su tiempo y la posteridad; además que llega a considerarlo su maestro y lo apoya en sus distintos proyectos.

San Braulio busca que San Isidoro concluya su obra denominada “Etimologías”, que se sitúa como una de sus creaciones de mayor importancia. En ésta conjunta los conocimientos de la antigüedad que provienen de fuentes diversas, sin importar si su origen es cristiano o pagano.

Se conforma de varios tomos que difunden los pensamientos antiguos de manera fresca y fluida, además que se vuelven indispensables para las instituciones educativas del medioevo. San Braulio se incluye en esta labor, siendo el responsable de la segmentación del texto y de la colocación de sus títulos.

Por otra parte, asiste a los concilios de Toledo que se llevan a cabo en los años de 636 y de 638. En ellos se arreglan diferentes asuntos religiosos y también se realizan para dar fuerza al mando real.

De igual forma tienen por objetivo crear un procedimiento para que el prelado y los potentados elijan a los monarcas. Para tal se determina y revalida que la persona seleccionada para ocupar el trono debe ser parte de la nobleza.

Así también se considera que San Braulio es el autor de una serie de actas que corresponden a los mártires pertenecientes a Zaragoza. Por otra parte redacta una cantidad importante de cartas, cuarenta y cuatro en total, mismas que proporcionan datos e información relevante y totalmente desconocida sobre España en la etapa visigoda.

Se destaca en su biografía que San Braulio se desarrolla como una figura muy influyente con los reyes de esta época, con lo cual siempre se esfuerza por promover la unidad del territorio y el fomento de legislaciones flexibles según el amor de la fe.

Su intervención aparece de manera notable con dos monarcas, el primero de ellos llamado Chindasvinto, que crea estatutos rigurosos para los poderosos que realicen perjurio en su contra. El castigo que planea es de gran dureza, ya que menciona la esclavitud, la toma de pertenencias e incluso el exilio.

De igual forma el rey Recesvinto escucha la voz de San Braulio, al detener la insurrección de Troya cuando busca sitiar a Zaragoza. En sí, su presencia cercana a estos dirigentes es muy provechosa para el bienestar general.

La vida de San Braulio se reconoce por documentar con sus epístolas la etapa visigoda española, además que llega a convertirse en una figura intelectual de suma relevancia. Por otra parte sobresale su labor apoyando a San Isidoro en una de sus máximas obras.

Asimismo demuestra un nivel importante de influencia con la monarquía que se coloca en el trono en aquel tiempo; y gracias a esto los reyes toman decisiones más asertivas en cuanto al manejo de leyes y otros detalles.


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Qué debe España a los visigodos.


En la historiografía digamos progresista los visigodos tienen muy mala prensa, en proporción a la buena que se ha ofrecido a los moros, probablemente porque el régimen de éstos fue un despotismo oriental, y los despotismos siempre han subyugado la imaginación de nuestras izquierdas.

Se señala, así, que los godos apenas dejaron restos artísticos (fueron arrasados por los árabes), salvo, acaso, el arco de herradura; tampoco vocabulario en el idioma (lo que indica que el suyo original debió de diluirse muy pronto); que fueron una pequeña minoría (también lo fueron los árabes y los moros, tan queridos por esas corrientes). Américo Castro se obstinó en negarles la condición de españoles, mientras que Ortega y Gasset, por el contrario, les atribuía un papel similar al de los ingleses en la India. Ambos enfoques constituyen dos evidentes disparates en cuanto los confrontamos con los hechos reales.

El período romano (seis siglos) hizo de Hispania una nación cultural, conformando lo esencial de nuestra cultura hasta hoy: el idioma, el derecho, la religión, una base literaria, muchas costumbres y actitudes... Luego llegaron los godos o tervingios, originarios probablemente de Suecia, tras peregrinar durante siglos por la Europa centrooriental y meridional, hasta disolverse en la población local nueve o diez siglos después de haber emprendido su migración desde Escandinavia.

La estancia de los visigodos en España duró casi tres siglos, y puede dividirse en tres períodos. De 415 a 507 se extendieron sobre gran parte de Hispania y de la Galia, con el centro de gravedad en esta última y capital en Toulouse. Tras su derrota por los francos, los godos se asentaron en Hispania, reteniendo una pequeña parte de la Galia y con capital oscilante entre Barcelona, Sevilla, Mérida y Toledo. Por entonces seguían formando una casta conquistadora ajena a la población indígena y al propio territorio, del que podían haber emigrado como antes lo habían hecho de tantos otros. Existía un poco estable reino godo, no hispano-godo, aunque aumentó la identificación de los invasores con el territorio y la asimilación cultural a la población políticamente dominada.

La conversión de Recaredo.El reinado de Leovigildo, a partir de 573, marcó un nuevo período muy diferente, que duraría unos 140 años hasta la extinción del estado, en torno a 714. Leovigildo constituyó un reino hispano-godo renunciando a gran parte de las tradiciones bárbaras, y Recaredo completó la reforma en un proceso muy probable de disolución de la etnia germánica en la hispanorromana. El poder político y militar permaneció en manos de la oligarquía tervingia, si bien debió de haber una interpenetración creciente con la oligarquía hispanorromana, según sugieren nombres como Claudio, Paulo o Nicolaus (tampoco es imposible que hispanorromanos adoptaran nombres germánicos, y viceversa). Simultáneamente, la organización cívico-religiosa romana –el episcopado– adquirió peso y representación creciente en el poder político.

Esta tercera fase marca la constitución política de la nación española, con tinte germánico pero sobre la base cultural heredada de Roma y el catolicismo (aun si persistían restos marginales de paganismo y pequeñas zonas montañosas apenas latinizadas).

Así, políticamente dominadores, los visigodos fueron culturalmente dominados: no fundaron Gotia, sino España, no impusieron el arrianismo, sino que adoptaron el catolicismo, ni extendieron las costumbres germanas, sino que se asimilaron cada vez más las romanas. Por consiguiente, nada tiene que ver con la función de los ingleses en la India, que impusieron su política pero permanecieron como un cuerpo extraño al país, sin asimilarse en absoluto a él. La sugerencia de Ortega podría tener más sentido si lo hubiera comparado con la formación de Inglaterra por los normandos llegados de Francia, pero ni siquiera ese paralelo sirve. Los normandos formaron una oligarquía que impuso sus formas políticas y el idioma francés, pues en tres siglos no se molestó en aprender el inglés. Los godos, realmente, se fundieron con la población y cultura hispanorromanas, conservando solo aspectos secundarios de la suya.

José Ortega y Gasset.Vale la pena comparar la Hispania goda con la Galia franca. En la historiografía europea suele aceptarse que la nación francesa comienza con la conversión de Clodoveo al catolicismo, antes de que Leovigildo impusiera sus reformas en España. Francia sería por tanto la primera nación fundada en Europa sobre las ruinas del Imperio romano. Pero cabe dudarlo: la dinámica franca consistió en una continua división y reparto de la Galia, que durante mucho tiempo rara vez estuvo unida políticamente; la España visigoda siguió desde Leovigildo una política tenazmente integradora de toda la península, como así llegaría a ser. En ello vemos también otra falsa intuición de Ortega, cuando compara desfavorablemente a los godos, "corrompidos por la civilización", con la fresca e impetuosa sangre bárbara de los francos. Muy al contrario, los reinos francos, aparte de su escasa o nula identificación con la posterior Francia, tuvieron un historial de corrupciones y crímenes de verdadera pesadilla si se lo compara con el de los visigodos –no exento, desde luego, de violencias–. Los godos fueron el primer reino de la Europa occidental post-romana en fundar algunas ciudades, entre otros indicios de su superioridad organizativa y emprendedora.

Lo que hicieron los godos, en suma, fue transformar una nación cultural en una nación política, única en Europa en su tiempo. No lo hicieron solos, sino con el impulso del episcopado, verdadero representante por entonces de la población hispanorromana. La nación trajo consigo logros como el habeas corpus visigodo, primera manifestación de un derecho fundamental, cierta autonomía municipal, una concepción de la libertad personal y una legislación compleja cuyas bases se mantendrían en España hasta el siglo XIX, etc.

Esta nación política pudo haberse venido abajo con la invasión musulmana, y España quedar integrada culturalmente en el islam, como una prolongación del norte de África. Pero, como sabemos, no fue así. Entre los cristianos –mozárabes– bajo dominación islámica pervivió la añoranza de la "España perdida", incluso su legislación particular, y tan pronto los cristianos pudieron organizar una resistencia seria en el norte vindicaron la herencia goda. Algunos historiadores han querido hacer de esa vindicación una invención arbitraria, pero estaba plenamente justificada: como ha indicado el especialista Luis García Moreno, sin la nación hispano-goda previa, España se habría convertido en Al Ándalus y seguido el destino del Magreb; y la Reconquista simplemente habría sido imposible o quedado en la formación de unos cuantos reinos y condados primitivos, dispersos por las montañas del norte.

Debemos a los godos, pues, esa enorme contribución a nuestra historia. Otra cosa es que a unos cuantos –cada vez más, por ahora– les disguste España, su historia y su cultura, y añoren un reingreso de la península –ya no sería España– en el ámbito musulmán-magrebí.

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Epílogo final

"Culto a la guerra":

Los godos eran los mismos que los visigodos. Se les añadió el “visi”para diferenciar las numerosas invasiones que se producían por el este o por el oeste del gran imperio romano, el cual abarcaba media Europa de la actual.

El pueblo godo ante todo era guerrero, fiel a sus reyes y salvajes en el combate. Más de dos siglos y medio estuvieron de guerra en guerra por el vasto imperio romano, a veces haciendo de mercenarios para el emperador, limpiándoles las Galias de las hordas vandálicas que venían del norte.Pero no conforme con ello, aprovechando el declive del imperio romano, empezaron a ser autónomos. Batalla tras batalla saquearon Roma y se apoderaron de casi todo el imperio antiguo.


Pasaron algunos años y los francos iban empujando desde la Galia No les quedó más remedio que refugiarse al otro lado de los Pirineos ( Hispania ), donde consiguieron formar un reino estable con capital en Toledo hasta la invasión de los árabes en el siglo VII.


El mestizaje entre godos venidos del norte e hispanoromanos cristianizados cuajó en una peculiar raza que es la base de lo que hoy, quince siglos después somos.
No podemos quejarnos, el resultado en su variante hispana no ha salido del todo mal.




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