miércoles, 6 de febrero de 2019

EL FINAL A 800 AÑOS DE RECONQUISTA: LA TOMA DE GRANADA


EL FIN DE LA RECONQUISTA Y EL INÍCIO DEL IMPERIO ESPAÑOL


Con la Reconquista de Granada en 1492, finaliza la época de dominación musulmana en la península ibérica y se fortalece España como potencia mundial.

Uno de los hechos más destacados de finales del siglo XV es la Reconquista, la recuperación de Granada, del último territorio árabe de la península. Fue una de las primeras empresas que llevaron acabo Castilla y Aragón juntas tras el matrimonio de Fernando e Isabel, los Reyes Católicos. Uno de los principales factores que se tuvieron en cuenta fue la religión, cristianos frente a musulmanes, por lo que desde el primer momento el Papa apoyó el plan español.

Por otro lado, el reino de Al-Ándalus, reducido al reino de Granada, se encontraba en graves problemas. Los continuos enfrentamientos por conseguir el poder debilitaron la monarquía nazarí. Además, tras la caída de la ciudad de Córdoba, el reino estuvo obligado a pagar tributos al reino de Castilla para tratar de mantener la paz. Sin embargo, algunos emires se negaron a pagar, lo que provocó la furia del reino castellano.

Lo que daría pie al enfrentamiento sería cuando las tropas granadinas tomasen la ciudad de Zahara y sometiendo a la esclavitud a todos sus habitantes el 26 de diciembre de 1481. Debido a este hecho, el ejército cristiano atacaría semanas más tarde el castillo de Alhama, en territorio nazarí. En ese momento, Granada declaró la guerra.

En los días siguientes se producirían varios enfrentamientos con resultados significativos. Fernando combatió en Loja en julio de 1482, perdiendo la batalla y perdiendo al Gran Maestre de la Orden de Calatrava. Otra victoria árabe se produjo en Málaga con las tropas del emir Abu el Hassan.

Esta victoria hizo que el hijo del emir, Boabdil, conocido como ‘el Chico’, sintiera celos y decidiera enfrentarse a los cristianos con su propio ejército en Lucena. Sin embargo, fue derrotado y hecho preso por los reyes. Se produjo un acuerdo histórico en el que le dejarían libre si les ayudaba a rendir Granada enfrentándose a su padre, acuerdo que aceptó.

Tras la muerte del emir, subió al trono su hijo Abu Abd Allah Mamad, conocido como ‘el Zagal’, lo que intensificó la guerra civil que se estaba llevando a cabo con Boabdil. Éste se alió con su tío y consiguió tomar el poder de Loja, que entregó al rey católico Fernando.

Fernando consiguió conquistar Málaga en el año 1487, lo que ayudó a llevar a cabo acciones militares contra Granada, hecho que debilitaría aún más el poder del reino árabe mientras los cristianos iban añadiendo territorios bajo su poder. Finalmente, ‘el Zagal’ se rinde y renuncia a la lucha.

Cuando por fin parecía que llegaba el final de la guerra y la reconquista de la ciudad de Granada, Boabdil decide romper el trato y luchar contra los cristianos de nuevo. Esto obligó a las tropas castellanas a iniciar un asedio contra la ciudad. Acamparon en la zona de Santa Fe en 1489, lugar donde más tarde se firmarían las Capitulaciones de Santa Fe que daban el visto bueno al viaje de Cristóbal Colón, travesía en la que descubriría las Américas.

Tras año y medio de continuos combates, el 2 de enero de 1492 se producía la rendición de Granada. Boabdil ‘el Chico’ tuvo que entregar las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos. Boabdil se trasladó a la zona de las Alpujarras, no sin antes derramar amargas lágrimas por la pérdida de lo que había sido su reino, haciendo célebre la frase que le diría su madre que dice “llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre”. Más tarde se trasladó a Marruecos, poniendo fin a ocho siglos de reconquista.









jueves, 24 de enero de 2019

EL HORROR DE LA INQUISICIÓN























LA INQUISICIÓN: SU ORÍGEN E HISTORIA


A finales del siglo XII, la iglesia desarrolla un procedimiento inquisitorial con el decreto del papa Luciano tercero: “Ad Aboléman”, en el 1184 después de Cristo, como consecuencia de la rápida difusión de herejías en Europa Occidental como el maniqueísmo, el valdeísmo y más tarde el catarismo, obligando a la Iglesia cristiana a crear un estratégia defensiva. 

En 1184 se empieza a aplicar la pena de fuego para los herejes; y a continuación en 1199 se añaden otras penas como la confiscación de bienes y la autorización del empleo de la tortura en procesos contra la ortodóxia romana , para incorporar posteriormente determinadas disposiciones sobre el secreto en las actuaciones, como la ocultación de testigos y la eficacia procesal.

Por el año 1230, el procedimiento inquisitorial se transforma en una nueva institución que se crea en Francia para reprimir el catarísmo o herejía albigense. Esta institución estuvo controlada inicialmente por el papa Gregorio noveno. El primer inquisidor conocido es Roberto de Brougre, francés y dominico que había sido antiguo cátaro. Concretamente donde más éxito tendría la Inquisición sería en el Sur de Francia, aunque no con pocas resistencias, como lo demuestra el asesinato en 1242 del dominico Guillermo Arnaud, inquisidor de Toulouse. 

El apogeo de la inquisición medieval tuvo lugar durante la segunda mitad del siglo XIII y las últimas ejecuciones fueron llevadas a cabo entre 1319 y 1321. Es de interés destacar la actuación a comienzos del siglo XIV en los montes pirenáicos y en concreto, en Montaillou, de Jacques Fourniér, obispo de Pamiérs, a quien poco mas tarde conoceremos presidiendo la curia papal con el nombre de Benedicto XII.

La penetración de la herejía cátara en Italia, supuso también la introducción inquisitorial en Lombardía – aquí el inquisidor Pedro de Verena fué asesinado y canonizado con el nombre de San Pedro Mártir – y en Viterbo, donde en 1273 llegaron a ejecutarse más de 200 herejes en un día. – 

En el peor periodo de la inquisición en los reinos peninsulares ibéricos (1480-1530), en Valencia fueron procesadas 2.354 personas y condenadas a muerte el 40 por ciento. – Es reseñable resaltar que el siglo XIV hay tribunales inquisitoriales repartidos por toda Europa: Bohemia, Polonia, Portugal, Bosnia, Alemania y los antes mencionados, siendo los reinos latinos de Oriente, Britania, Castilla y Escandinavia los únicos que carecían de ella.

Progresivamente se multiplica la burocracia inquisitorial y se editan manuales procesales del Santo Oficio, como el de Raimundo de Peñafórt (siglo XIII), Bernardo Gui/Guidoni (siglo XIV) y Nicolau Eymerich (siglo XV). Las categorías delictivas también fueron ampliándose, así, de las herejías medievales se pasó a juzgar otros delitos: Blasfemia, bigámia y brujeria. – A partir de 1438 se descubren “sabbats” en los Alpes – con lo que la caza de brujas se desata incrementándo la actividad de la Inquisición.

En la corona de Aragón, el tribunal inquisitorial, venía funcionando desde sus mismos inicios como consecuencia de la difusión de la herejía cátara. El concilio de Tarragona y el edicto real de Jaíme primero en el año 1233, dado a petición del papa Gregorio noveno, sentaban las bases de la Inquisición en la Corona de Aragón. 

En el artículo VIII de dicho edicto, el rey mandaba al obispo que nombrara un sacerdote mientras el se reservaba el nombramiento de dos láicos, que acompañarían a aquél en las pesquisas. En 1242, el nuevo concilio de Tarragona, reunido por el arzobispo Pedro Albalat y en el que tuvo una destacable participación San Raimundo de Peñafórt (patrón de los abogados..), establecía la organización de la Inquisición, bajo la jurisdicción de los obispos, y el dominio casi exclusivo de los dominicos.

Con la edad moderna, la llegada de la monarquía de los Reyes Católicos, y la unión de la Corona de Castilla y Aragón, se produce un cambio radical. Conscientes Isabél y Fernando, de los problemas socio-religiosos y ávidos de la legitimación eclesiástica, que el poder absoluto necesitaba.  El nuevo reino era un conglomerado de fueros, prebendas, creencias y poderes fácticos. Por consiguiente instáron al Papa para que dotara de una nueva Inquisición a la Corona de Castilla. El 1 de noviembre de 1478, el papa Sixto quarto en su bula, “Exigit sinceras devotionis affectus”, concedía a los Reyes Católicos el poder de nombrar dos o tres obispos ó sacerdotes seculares o regulares (de más de 40 años, de vida recomendable y con títulos académicos), para desempeñar el oficio de inquisidores en las ciudades ó diócesis de sus reinos.

Hasta octubre de 1483 se libra una auténtica batalla entre la monarquía y el papado, debido a la concepción eclesiástica que el papa quería para la nueva inquisición de la Corona de Castilla y Aragón, en contraposición a la idea de los monarcas de utilizar la institución inquisitorial como instrumento de asentamiento de su propio poder. – La inquisición era el único órgano de la administración estatal que permitía al rey, salvar las barreras jurisdiccionales de los fueros de la antigua Corona de Aragón – aunque, para ser estrictos, nunca dejó de ser, en definitiva, un tribunal eclesiástico. Así en Francia, una monarquía absolutista, esta nueva Inquisición no tuvo razón de ser. – Los procesos heréticos eran incoados por los Parlamentos -. Portugal no la tuvo hasta 1547 e Italia, a finales de siglo XVI.

Por su parte, el papado, creó su propia Inquisición en Roma en el año 1542. Esta Inquisición, la española desapareció oficialmente el 15 de julio de 1834 (De facto en 1798), es la única que ha sobrevivido hasta la actualidad, aunque con un cambio de nombre: “La congregación para la doctrina de la fé” y que tiene entre sus últimos máximos dirigentes al hasta hace poco, papa, Benedicto XVI.




LAS TORTURAS ERAN APLICADAS PARA LOGRAR UNA CONFESIÓN


Desde Galileo Galilei hasta Juana de Arco, a día de hoy se cuentan por decenas los personajes destacados de la Historia que fueron perseguidos y ajusticiados por la Santa Inquisición. Una institución creada en el siglo XIII cuya lucha contra los herejes se extendió durante más de seis siglos por países como Francia, Italia, España o Portugal. Ideada para combatir a todo aquel que se alejase de la fe que por entonces se proclamaba como oficial (además de aquellos que cometían algunos actos considerados como amorales). Esta institución vivió su esplendor y su mayor barbarie durante la Edad Media. Sin embargo, por lo que es recordada en la actualidad no es solo por la cantidad de cadáveres que dejó a sus espaldas en Europa, sino por el uso de multitud de instrumentos de tortura capaces de arrancar una confesión a homosexuales, presuntas brujas o blasfemos. Entre los mismos destacaban algunos tan crueles como el potro (ideado para estirar los miembros de la víctima) o el castigo del agua (el cual creaba una severa sensación de ahogamiento en el reo). Todos ellos, al menos en España, dejaron de usarse el 4 de diciembre de 1808, día en que Napoleón Bonapárte abolió la Inquisición.

Para hallar el origen de esta institución, es necesario fijar nuestros ojos en la Francia del siglo XII. Una época -la Edad Media- en la que el cristianismo ya había logrado alzarse como la primera y principal religión del Sacro Imperio Romano. Fue en ese momento cuando nacieron multitud de grupos que, aunque enarbolaban la bandera de esta creencia, entendían que no había que honrar a Dios como afirmaba la Iglesia oficial. Entre ellos destacaban los valdenses y los cátaros, quienes se atrevían además a criticar a los líderes espirituales del momento, por vivir de una forma demasiado ostentosa. Aquello no gustó demasiado al Papa Lucio tercero quien -tras reunirse en concilio con otros tantos líderes religiosos- cargó de bruces contra ellos, mediante una normativa divulgada en 1184. «El papa promulgó la célebre Ad abolendam “contra los cátaros, los patarinos, […] los josefinos, los arnaldistas y todos los que se dan a la predicación libre y creen y enseñan contrariamente a la Iglesia católica, sobre la Eucaristía, el bautismo, la remisión de los pecados y el matrimonio”», explica el doctor en Historia José Sánchez Herrero en su obra « Los orígenes de la Inquisición medieval».


Todos aquellos grupos fueron declarados herejes. «La herejía, en sentido formal, consiste en la negación consciente y voluntaria, por parte de un bautizado, de verdades de fe de la iglesia», explica el teólogo Otto Karrer (en el sigloXIX). Aquella constitución puso los cimientos de la futura Inquisición, pues establecía que las autoridades eclesiásticas tenían la potestad de perseguir a los enemigos de la Iglesia y devolverles al camino correcto. «Todo arzobispo u obispos debía inspeccionar detenidamente [... una o dos veces al año, las parroquias sospechosas, y lograr que los habitantes señalasen, bajo juramento, a los heréticos. Éstos eran invitados a purgarse de la sospecha de herejía por medio de un juramento, y mostrarse en adelante buenos católicos. Los condes, barones, rectores, consejos de las ciudades y otros lugares debían prestar juramento de ayudar a la Iglesia en esta obra de represión, bajo la pena de perder sus cargos; de ser excomulgados y de ver lanzado el entredicho sobre sus tierras», explica el autor. Además, en el texto se establecía que eran delegados apostólicos y estaban protegidos directamente por la Santa Sede a la hora de llevar a cabo este trabajo.

En las décadas posteriores este sistema no fue seguido de forma específica ni continua. Hubo que esperar hasta el año 1229 para que, mediante una ordenanza real, se estableciera que las autoridades civiles y eclesiásticas tenían la obligación de recuperar aquellas tareas y buscar y castigar a los herejes. No obstante, apenas dos años después el Papa Gregorio IX dictaminó mediante la normativa «Excommunicamus» que la Iglesia sería la única con este poder, además de determinar -por primera vez- el procedimiento concreto que se aplicaría contra los infieles y las penas por las que pasarían si eran encontrados culpables. «Al mismo tiempo el senador de Roma, Annibaldo, publicó un estatuto contra los heréticos, donde empleó por primera vez la palabra "inquisitor" con su significación técnica de inquisidor y no en el sentido general de investigador», añade el experto. Acababa de nacer la Inquisición, y lo hacía teniendo la potestad de arrebatar sus bienes a aquellos que fueran considerados herejes e, incluso, desterrar a sus familiares. No obstante, esta fue la « Inquisición pontificia», la más aciaga durante la Edad Media y diferente a la española, nacida en el siglo XV de la mano de los Reyes Católicos.

Con todo, parece que a los inquisidores no les resultaba nada sencillo encontrar a los herejes (pues estos tenían la curiosa manía de negar su condición si eso hacía que no les cayese encima todo el peso de la justicia). Por ello, en 1252 el Papa Inocencio IV permitió oficialmente el uso de la tortura para lograr que aquellos «desviados de la religión oficial» cantasen su confesión (y lo que se terciase) a sus sacerdotes. Aquella cruel norma fue proclamada mediante la siguiente bula: «El oficial o párroco debe obtener de todos los herejes que capture una confesión mediante la tortura sin dañar su cuerpo o causar peligro de muerte, pues son ladrones y asesinos de almas y apóstatas de los sacramentos de Dios y de la fe. Deben confesar sus errores y acusar a otros herejes, así como a sus cómplices, encubridores, correligionarios y defensores».

Para entonces ya no solo se consideraban herejes las órdenes religiosas que se desviaban de la Iglesia oficial, sino también los judíos, los apóstatas, los excomulgados, los falsos apóstoles, las brujas, los blasfemos, y otros tantos. Lo que se buscaba mediante la tortura era que, haciendo uso de este dolor, toda esta inmensa lista de herejes admitiesen aquello por loq ue eran acusados y pudiesen ser castigados por ello. Con este objetivo se idearon todo tipo de instrumentos a lo largo de los seis siglos que estuvo vigente en diferentes países la Inquisición. En el caso de que resistiesen el proceso sin confesar, se suponía que los acusados debían ser liberados. «Cuando se administraba la tortura y no se obtenía confesión, la conclusión lógica, si es que la tortura probaba algo, era que el acusado era inocente. Según la frase legal, había purgado la prueba y merecía la absolución», determina Primitivo Martínez Fernández en « La Inquisición, el lado oscuro de la Iglesia». Sin embargo, en la mayoría de los casos los reos acababan diciendo cualquier cosa a cambio de que parase aquel horror.




TOMÁS DE TORQUEMADA: 
El sangriento Inquisidor General que tenía orígenes judíos.


La influencia del dominico fue fundamental para que los Reyes Católicos aprobaran la expulsión de los judíos de España. También varios de sus colaboradores más fanáticos en el Santo Oficio eran conversos, como en el caso de Alonso de Espina y Alonso de Cartagena.

Sigue siendo el inquisidor más emblemático, incluso a nivel internacional. El que representa el papel de villano en cuadros, leyendas y películas sobre la brutal persecución de los judíos y herejes. Tomás de Torquemada fue el primer Inquisidor General de Castilla y Aragón, y el más tristemente celebrado. Se estima que bajo su mandato, el Santo Oficio quemó a más de diez mil personas y un número superior a los veinte mil fueron condenados a penas deshonrosas. Una cifra que, no obstante, muchos historiadores modernos achacan a las exageraciones de la leyenda negra vertida contra España.

Paradójicamente, aquella sangre que tanto se aferró en derramar era la de sus antepasados. «Sus abuelos fueron del linaje de los judíos convertidos a nuestra Santa Fe Católica», escribe el cronista Hernando del Pulgar, sobre la familia de Torquemada en su libro «Claros varones de Castilla». El hispanista Joseph Pérez, sin embargo, echa luz sobre esta aparente contradicción: «El antijudaísmo militante de algunos conversos se debía a su deseo de distinguirse de los falsos cristianos mediante la severa denuncia de sus errores». Así lo demuestra que dos de los más fanáticos colaboradores del Santo Oficio, Alonso de Espina y Alonso de Cartagena, también tuvieran orígenes hebreos.

Torquemada procedía de una influyente familia de judíos establecida en Castilla desde hace siglos que habían decidido convertirse al Cristianismo dos generaciones atrás. La creciente presión social sobre la comunidad hebrea en el siglo XV desembocó en la conversión al Cristianismo de casi la mitad de los 400.000 judíos que habitaban en España. Los hijos de muchos de ellos acabaron ingresando en el clero, como demostración de compromiso con su nueva religión. Uno de ellos fue el tío del inquisidor, Juan de Torquemada –cardenal, teólogo y prior de los dominicos de Valladolid, donde probablemente nació Tomás–, que se encargó personalmente de la educación de su sobrino.


«El antijudaísmo de algunos conversos se debía a su deseo de distinguirse»

Al no ser una figura destacada hasta su edad adulta, la biografía temprana de Torquemada está plagada de huecos sin rellenar todavía por los historiadores. Así poco se sabe de sus padres o del destino que sufrieron sus abuelos, los conversos. De su infancia se sabe que creció en la ciudad de Valladolid y, al igual que su tío Juan de Torquemada, se ordenó fraile dominico en el Convento de San Pablo. Tras progresar en esta orden, fue nombrado prior del convento de Santa Cruz de Segovia. Allí conocería a Isabel «la Católica», que le designó como uno de los tres confesores personales de los Reyes Católicos por «su prudencia, rectitud y santidad». Tradicionalmente, este cargo servía a muchos eclesiásticos como puente hacia otras posiciones más elevadas y para entablar contactos con los personajes más destacados de la Corte. Por ello, pese a su vida austera y su perfil discreto, el dominico fue elegido para reformar la institución de la Inquisición española, la cual desde su fundación en 1478 no estaba cumpliendo los objetivos planteados por los Reyes Católicos.


Torquemada, el primer inquisidor general

El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición fue una institución fundada en 1478 por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en sus reinos. A diferencia de su versión medieval –la primera creada en el siglo XII en el sur de Francia–, la institución que pusieron en marcha los Reyes Católicos estaba bajo el control directo de la Monarquía y tenía como prioridad lograr la unidad religiosa en un territorio repleto de falsos conversos. A raíz de un informe realizado por el arzobispo de Sevilla, el Cardenal Mendoza, y por el propio Tomás de Torquemada denunciando las prácticas judaizantes que seguían realizando impunemente los conversos andaluces, los Monarcas solicitaron al Papa Sixto IV permiso para constituir este órgano en la Corona de Castilla.


Se dice que Dominicos significa «los perros del Señor»

Inicialmente, la actividad del Santo Oficio se centró solo en la diócesis de Sevilla y Córdoba, donde se había detectado un foco de conversos judaizantes. En 1481, se celebró el primer auto de fe, precisamente en Sevilla, donde fueron quemados vivos seis detenidos acusados de judeoconversos. Sin embargo, los escasos resultados no eran los deseados por los Reyes Católicos, que, buscando incrementar el acoso contra los conversos, nombraron a Tomás de Torquemada para el cargo de Inquisidor General de Castilla en 1483. La elección respondía a dos razones obvias: era el confesor de Isabel «la Católica», con la consiguiente influencia que ello conllevaba; y pertenecía a la orden de los dominicos. Pues, los miembros de la orden de predicadores –conocida también como orden dominicana– habían ejercido el papel de inquisidores durante la Edad Media y se dice, incluso, que Dominicanus es un compuesto de Dominus (Dios) y canis (perro), significando «los perros del Señor», por su celo en la búsqueda de herejes.

La incansable actividad de Torquemada, «el martillo de los herejes, la luz de España, el salvador de su país, el honor de su orden» –en palabras del cronista Sebastián de Olmedo–, llevó a miles de personas al fuego y extendió estos tribunales por toda la península. En 1492 ya existían tribunales en ocho ciudades castellanas (Ávila, Córdoba, Jaén, Medina del Campo, Segovia, Sigüenza, Toledo y Valladolid) y comenzaban a asentarse en las poblaciones aragonesas. Establecer la nueva Inquisición en los territorios de la Corona de Aragón, en efecto, resultó mucho más complicado. No fue hasta el nombramiento de Torquemada en 1483 también Inquisidor de Aragón, Valencia y Cataluña cuando la resistencia empezó a quebrarse. Además, el asesinato en 1485 del inquisidor zaragozano Pedro Arbués, hizo que la opinión pública diese un vuelco en contra de los conversos y a favor de la institución.

Torquemada inauguró el mayor periodo de persecución de judeoconversos, entre 1480 a 1530, que posteriormente fue sustituido por el acoso a otros grupos considerados subversivos, como los calvinistas o los protestantes. Del mandato de Torquemada se ha calculado que fueron ejecutadas 10.000 personas, según el historiador eclesiástico Juan Antonio Llorente, aunque el hispanista Henry Kamen rebaja la cifra a solo 2.000 personas hasta 1530. Pero, donde no caben dudas es en que de todos esos años fue en 1492, la fecha de la expulsión de los judíos de España, cuando se alcanzó las mayores cotas de violencia contra esta minoría religiosa. Por supuesto, Torquemada, encargado de redactar parte del edicto de expulsión, jugó un papel crucial en el proceso.


Detrás de la expulsión de los judíos

La decisión de los Reyes Católicos se fundamentaba en la mala influencia que ejercían los judíos, que no eran perseguidos por la Inquisición, en los conversos. Tras redactar las condiciones – básicamente, elegir entre bautizo o expulsión–, Torquemada presentó el proyecto a los Reyes el 20 de marzo de 1492, que lo firmaron y publicaron en Granada el 31 de marzo. La influencia de la Inquisición, en concreto de Torquemada, fue notable para que los Monarcas abordaran una medida tan radical, para la que ni Isabel ni Fernando se mostraron especialmente predispuestos años atrás.


«Judas vendió a Nuestro Señor por 30 monedas de plata», recordó al Rey

También es célebre la abrupta respuesta del Inquisidor General a los intentos de los judíos influyentes por rebajar la medida. Entre el mito y la realidad, se cuenta que el empresario judío Isaac Abravanel, que había servido en distintos cargos a los Reyes Católicos, ofreció al Rey Fernando una suma de dinero considerable para retrasar la medida. Al enterarse Tomás de Torquemada, se presentó ante el Rey y le arrojó a sus pies un crucifijo diciéndole: «Judas vendió a Nuestro Señor por treinta monedas de plata; Su Majestad está a punto de venderlo de nuevo por treinta mil».

En 1494, la salud de Torquemada empezó a declinar y dos años después se retiró al convento de Santo Tomás de Ávila que él mismo había fundado, desde donde siguió dictando las órdenes de la institución religiosa. A su muerte, el 16 de septiembre de 1498, le sucedió en el cargo de Inquisidor General fray Diego de Deza.

Su figura ha quedado asociada a la de un fanático que disfrutaba torturando y quemando a la gente. No obstante, Torquemada estaba considerado por sus contemporáneos como un eficiente administrador, un trabajador pulcro y un hombre imposible de sobornar. Era la virtud personificada para su época, aunque sus prácticas sean sumamente crueles a los ojos actuales. La leyenda negra contra los españoles, además, aprovechó para hinchar la cifra de fallecidos bajo su mandato hasta los 10.000. Hoy se ha rebajado el número a los 2.000, pero sigue siendo imposible justificar los métodos de interrogatorio y castigo a los falsos conversos que aplicó el inquisidor general, quien consideraba a cualquier niño mayor de 12 años susceptible de ser juzgado por la sangrienta institución que vertebró.



Las torturas más crueles de la Inquisición (desde su creación hasta su abolición en España)


1-El potro

Tristemente, «el potro» fue una de las máquinas de tortura más conocidas de la Edad Media. Su sencillez, su facilidad de construcción y, finalmente, su efectividad a la hora de lograr que el reo confesase (o dijese al pie de la letra lo que los inquisidores querían escuchar) hizo que fuera una de las máquinas más famosas durante aquella época. Y no solo en el ámbito religioso. «Se llamaba así al caballete o potro triangular sobre el que se ponía a los acusados que no querían confesar. El potro era empleado también por la justicia ordinaria en la aplicación del tormento», explica la escritora del S.XIX Irene de Suberwick en su obra « Misterios de la Inquisición y otras sociedades secretas de España».

Su funcionamiento era simple, pero eficaz. Para causar el mayor dolor posible al preso, se le ubicaba sobre una mesa que contaba con cuatro cuerdas. Cada una de ellas, para atar sus brazos y piernas. «Las cuerdas de las muñecas estaban fijas a la mesa y las de las piernas se iban enrollando a una rueda giratoria. Cada desplazamiento de la rueda suponía una extensión de los mismos», destaca Primitivo Martínez Fernández en «La Inquisición, el lado oscuro de la Iglesia». El dolor que producía en los huesos era sumamente insufrible y, si las vueltas a aquella maléfica rueda eran demasiadas, podía provocar el desmembramiento de las extremidades.

Usualmente, este tormento solía tener dos partes. La primera duraba varias vueltas y buscaba amedrentar al preso. Posteriormente, se paraba la máquina y se instaba a la víctima a «hablar». Si no aceptaba, se continuaba hasta que lo hiciese. Con todo, algunos autores son partidarios de que había un nivel más de interrogatorio. Este duraba presuntamente varios días y, tras él, el reo solía fallecer. Fuera como fuese, la víctima podía ser cruelmente estirada hasta 30 centímetros. A su vez, destaca que, si no obtenían la confesión deseada, también podían recurrir a aplicar otros castigos al sujeto allí tumbado mientras el potro surtía su efecto (por ejemplo, quemar sus costados con fuego -siempre considerado purificador-).

Además del posible desmembramiento, el dolor que causaba esta máquina era increíble. «El torturador le daba vueltas al timón […] hasta que los huesos de la víctima eran dislocados con un ruido fuerte, causado por los cartílagos, ligamentos y huesos que se rompían. Si el torturador seguía girando el timón, las piernas y los brazos eran eventualmente arrancados del cuerpo», señala Luis Muñoz en su obra « Origen, Historia Criminal y Juicio de la Iglesia Catolica». Tal y como se puede observar en las crónicas de la época, tras unas «vueltas» en este invento era casi imposible mantenerse en pie. Lo mismo pasaba con la capacidad de caminar. De hecho, era sumamente difícil dar siquiera dos pasos.


2-El aplasta pulgares

El aplasta pulgares era un instrumento metálico en el que se introducían los dedos de las manos y los pies. A continuación, mediante un tornillo se le daban varias vueltas hasta que los apéndices acaban totalmente destrozados. Tenía un origen veneciano y la mayoría de los textos lo definen como un utensilio sencillo, pero sumamente doloroso.


3-El tormento del agua

El conocido como tormento del agua era uno de los más imaginativos. Su utilidad era tal que, en la actualidad, algunas agencias de inteligencia lo siguen utilizando. Contaba con varias versiones, pero la más básica consistía en tumbar a la víctima sobre una mesa, atarle las manos y los pies, taparle las fosas nasales (en la mayoría de los casos) y, finalmente, introducirle una pieza de metal en la boca para evitar que la cerrase bruscamente. A continuación, y tal y como señala Muñoz en su obra, se le metían «ocho cuartos de líquido» por el gaznate. La sensación de ahogamiento era insoportable y, en muchas ocasiones, hacía que la víctima se quedase inconsciente. «La muerte usualmente ocurría por distensión o ruptura del estómago», comenta el autor español.

Con el paso de los años, esta tortura se fue perfeccionando hasta el punto de lograr una sensación totalmente horrible en la víctima. Esta se lograba, principalmente, introduciendo un trapo de lino hasta su garganta y echando agua a través de él. «El agua se filtraba gota a gota a través del húmedo lienzo, y a medida que se introducía en la garganta y en las fosas nasales, la víctima, cuya respiración era a cada instante más difícil, hacía esfuerzos por tragar aquella agua y aspirar un poco de aire. Más a cada uno de sus esfuerzos que imprimían a su cuerpo, una convulsión dolorosa [aparecía]», explican Feréal y otros autores en «Misterios de la Inquisicion de España». El sufrimiento se medía acorde al número de jarros del líquido elemento que se introducían entre pecho y espalda de la víctima.

Uno de las muertes más crueles por este método se sucedió a finales del siglo XVI, como bien señala Muñoz: «Uno de los muchos casos registrados por la Inquisición en 1598 estuvo relacionado a un hombre que fue acusado de ser un hombre lobo y poseído por un demonio. El verdugo vació un volumen de agua tan grande en la garganta de la víctima, que su barriga se expandió y se puso dura poco antes de que muriera». El último tipo de «tormento del agua» consistía en hacer lo mismo, pero en una escalera sobre la que se ponía al preso boca abajo.

En pleno 2015, la CIA sigue utilizando una tortura similar a esta, aunque es llamada « ahogamiento simulado» y se lleva a cabo tumbando al preso en una mesa, vendándole los ojos (tras sujetarle manos y pies) y, finalmente, arrojándole agua al interior de la boca y la nariz. Aunque parezca un acto inocente es sumamente cruel, pues -al no ver nada- el cerebro sufre una sensación de ahogamiento y claustrofobia similar a la que se produciría bajo el líquido elemento. El organismo suele responder con convulsiones y temblores. Según el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, se usó contra los presos de Guantánamo durante años. Además, es una técnica de interrogatorio que las fuerzas especiales americanas deben aprender a eludir antes de ser enviadas a territorio enemigo.


4-La pera vaginal, oral o anal

Como su propio nombre indica, este instrumento de tortura tenía forma de pera (estrecho en una punta y ancho en la otra) y se introducía en la boca, la vagina o el ano de la víctima. La oral se aplicaba a «predicadores heréticos y reos de tendencias antiortodoxas» la vaginal a las mujeres culpables de «relaciones con Satanás o con uno de sus familiares» y la anal a los «homosexuales pasivos». Una vez en el interior, comenzaba el suplicio, pues se abría mediante un tornillo generando un dolor inmenso en el preso.

«La pera era forzada dentro de la vagina, ano o boca. Una vez dentro de la cavidad, era entonces expandida al máximo girando un tornillo. La cavidad en cuestión resultaba irremediablemente mutilada, casi siempre ocasionando la muerte», determina el divulgador histórico Martín Careaga en su obra «La santa Inquisición». Además del dolor que causaba cuando se abría, en sus paredes exteriores contaba con unas púas que desgarraban el interior de la boca, la vagina o el ano del afectado provocando severas hemorragias.


5-La garrucha

Esta tortura era conocida en la vieja Europa como «estrapada», aunque en España fue importada como «la garrucha». Su funcionamiento, al igual que el del potro, era bastante sencillo y no requería de un gran equipamiento técnico, pero no por ello era menos dolorosa. La tortura consistía, simple y llanamente, en atar las manos del preso por detrás de su espalda. A continuación, se alzaba a la víctima varios metros del suelo (tirando de sus muñecas) mediante un sistema de poleas. Una vez en alto, llegaba el castigo. «Finalmente, se le dejaba caer. La longitud de la cuerda estaba medida para que no se golpeara con el suelo, pero la sacudida le dejaba descoyuntado», añade Martínez Fernández en su obra. El descenso hacía que todo el peso del cuerpo de la víctima se sustentase en los brazos, algo sumamente doloroso.

En palabras de este autor, esta tortura fue utilizada en primer término en Italia, donde era llamada «strapatto» y, al igual que el potro, contaba con varias partes. En la primera, se suspendía a la víctima unos seis pies (unos 2 metros) sobre el suelo y se la dejaba caer desde allí. Este procedimiento, según Muñoz, provocaba desgarramientos en el húmero y dislocaba la clavícula. Después de esta «primera toma de contacto» con «la garrucha», se preguntaba al prisionero si quería confesar sus pecados a la Santa Inquisición. Si así lo hacía, el tormento se daba por finalizada. En caso contrario volvía a empezar, aunque de una forma un poco más dolorosa.

«En esa posición [cuando estaba suspendido] hierros de aproximadamente cuarenta y cinco kilogramos eran atados a los pies. Los verdugos entonces halaban la cuerda y soltaban bruscamente a la víctima, sujetándole fuerte antes de que tocase el piso», señala Muñoz. El proceso se repetía una y otra vez. Curiosamente, a partir de 1620 varios inquisidores hicieron múltiples recomendaciones para que el dolor del prisionero fuese lo más intenso posible. Entre las mismas destacaban el levantar muy lentamente al reo para que «disfrutase» del cruel viaje y dejarle suspendido el tiempo en que se tardaba en recitar dos veces en silencio el salme «Miserere» (una oración de arrepentimiento).

«Si la víctima aguantaba la tortura y rehusaba confesar, los torturadores la llevaban a una plataforma donde le quebraban los brazos y las piernas hasta que moría», completa Muñoz. Pero no se detenía en ese punto el castigo pues, si lograban resistir y no se marchaban al otro barrio, el preso era estrangulado y quemado. No fue el caso de una bella mujer que, según cita M.V. de Feréal (S.XIX) mientras sufría la tortura de la garrucha «sufrió un ataque en el que lanzó mucha sangre de su pecho». Según parece, durante el castigo se le rompió la arteria, lo que la hizo fallecer a las pocas jornadas. Curiosamente, una tortura similar fue practicada décadas después por los nazis en Auschwitz.


6-La cuna de Judas

La «cuna de Judas» era un artilugio que estaba formado por dos elementos. El primero era un sistema de poleas que permitía alzar a una persona en el aire. El segundo, una pequeña pirámide de madera cuya punta estaba sumamente afilada. La tortura consistía en levantar a la víctima en el aire y dejarla caer repetidamente y con fuerza sobre la base del artefacto para que su ano, vagina o escroto se desgarrasen. El verdugo, además, podía controlar el dolor que sufría el afectado controlando la altura a la que se ubicaba el prisionero.

Una curiosa variante de la cuna de Judas se llevaba a cabo utilizando agua y ubicando al afectado totalmente atado apoyado con varios pesos en los pies sobre la pirámide. «Era un tratamiento frecuentemente utilizado contra las mujeres acusadas de ser brujas. En el juicio por agua contra las brujas, se suponía que el agua, siendo un elemento “inocente y puro”, haría flotar a la víctima si era inocente, pero si era culpable, entonces se hundiría. Lo cual evidentemente siempre sucedía, pues nadie podía flotar en esa posición», determina Careaga en su obra.


7-La doncella de hierro

Este castigo era uno de los más crueles, aunque se sospecha que no llegó a utilizarse de forma tan usual como el potro debido a su severidad. Para llevar a cabo la tortura de la «doncella de hierro» se introducía al preso en un sarcófago con forma humana con dos puertas. Este artilugio contaba con varios pinchos metálicos en su interior que, cuando se cerraba el ataúd, se introducían en la carne del reo. Curiosamente, y en contra de lo que se cree, estas «agujas» gigantescas no acababan con su vida, aunque le causaban un dolor increíble y hacían que se desangrase poco a poco. Pero eso sí, no le atravesaban de lado a lado, como se muestra en algunas películas.

A su vez, era algo precario como elemento para lograr que los herejes confesaran, pues no había forma de aumentar progresivamente el dolor que causaba. «Había pocos sarcófagos y en realidad estaban pensados para infundir terror. Cualquiera de las torturas precedentes, aunque de apariencia más modesta, permitía una aplicación de intensidad variable, según las necesidades, mientras que la doncella no permitía graduaciones», señala el autor de «La Inquisición, el lado oscuro de la Iglesia».

Tal y como explicamos en ABC en 2012, la primera ejecución con este método se sucedió el 14 de agosto de 1515, y la víctima fue un falsificador. «Las puntas afiladísimas le penetraban en los brazos, en las piernas, en la barriga y en el pecho, y en la vejiga y en la raíz del miembro, y en los ojos y en los hombros y en las nalgas, pero no tanto como para matarlo, y aseí permaneció haciendo un gran griterío y lamento durante dos días, después de los cuales murió», explica el autor alemán del S.XIX Gustav Freytag. Según se cree, Erzsébet Báthory, la «condesa sangrienta» (una mujer acusada de asesinar a cientos de personas por creer que así podría obtener la belleza eterna) era una de las asesinas que -durante el siglo XVII- más disfrutaba usando este artilugio con aquellas chicas que capturaba y aniquilaba.


8-La sierra

La «sierra» era uno de los castigos más brutales que se podían perpetrar contra un prisionero. Usualmente estaba reservado a mujeres que, en palabras los inquisidores, hubiesen sido preñadas por Satanás. Para lograr acabar con el supuesto niño demoníaco que llevaban en su interior, los responsables de cometer la tortura colgaban a la hechicera boca abajo con el ano abierto y, mediante una sierra, la cortaban hasta que llegaban al vientre. «Debido a la posición invertida en que se colgaba a la víctima, el cerebro aseguraba amplia oxigenación y se impedía la pérdida general de sangre. La víctima, por ello, no perdía la consciencia hasta llegar al pecho», completa Careaga. Aunque no era una tortura que buscara una confesión, su crudeza hace que no pueda ser olvidada en esta lista.


miércoles, 9 de enero de 2019

LA ASOMBROSA BIOGRAFÍA DEL "BATALLADOR"






Este vídeo-reportaje que he preparado es un extenso resumen del libro titulado "Batallador". Una novela histórica escrita por Jose Luis Corral y Alejandro Corral, (padre e hijo).

Creo que ya sabéis que Jose Luis Corral es historiador. Profesor de la Universidad de Zaragoza y escritor. Por consiguiente todo lo expuesto en la conferencia que impartió con motivo de la presentación del libro, tiene las suficientes garantías de veracidad y rigor histórico. No nos olvidemos que Corral es un experto en la época del medievo.

Alfonso I el Batallador durante mas de 30 años fue rey de Aragón, Navarra, León y Castilla. Tuvo una vida fantástica y plagada de acontecimientos que algunos de ellos fueron importantísimos para el devenir de la historia de España.

Una última cosa que no quiero que se me quede en el tintero:
No llego ha comprender por qué, tanto catalanes como castellanos se encargan desde hace mucho tiempo en tergiversar y arrinconar la historis de Aragón. ¿No será que tienen envidia de semejante legado histórico?...






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