martes, 22 de julio de 2014

15/ LOS TEMPLARIOS: EL EJÉRCITO DE DIOS..






En la Edad Media, entre profetas que anunciaban la venida del fin del mundo y el castigo de la humanidad por sus actos, época de turbulentos e impactantes guerras con el fin de instaurar la religión cristiana, y que en pos de Dios y de su hijo Jesucristo se instauraron tiranos y malvados. En una época de herejías y cismas, y donde los musulmanes ganaban más terreno dentro de tierra santa y España, aparecieron los templarios.

Este capítulo trata sobre una de las organizaciones militares más controvertidas de la historia. ¿Quiénes eran los templarios, fieles servidores de Dios, o fanáticos adoradores del diablo? ¿qué descubrieron en tierra santa, oro, joyas, o el arca de la alianza y el santo grial? todo esto es parte del misterio de estos hombres, los templarios.



Un poco de historia

Los templarios eran un grupo de caballeros (al principio fueron nueve, según los historiadores) dirigidos por Hugo de Payns, un hombre acaudalado de la región de Champaña, Francia, del que se decía tenía puestos importantes, pues se han encontrado dos archivos el del conde de Troues, en los cuales aparece la firma de Hugo de Payns.

Asimismo se sabe de su participación en la primera cruzada, como uno de los responsables de las huestes del conde de Blois y de la Champaña. Sus muestras de valor, así como su facilidad de palabra, le permitieron establecer una cierta amistad con Godofredo de Bullon y, mas tarde con dos hermanos de este: Balduino y Eustaquio de Bolonia.

A la vez conoció al primo de estos; Balduino de Burgo, conde de Edesa, que con el paso del tiempo se convertiría en rey de Jerusalén. Todos estos contactos serían vitales para la formación de los templarios, y fueron (junto con Bernardo de Claraval, más tarde canonizado por la iglesia) los principales benefactores de la orden de los templarios.

Fue justo en el año de 1118, cuando los caballeros templarios fueron con el nuevo rey de Jerusalén, Balduino II (que como se dijo antes fue amigo de Hugo de Payns) y los nueve ofrecieron a este la protección de los peregrinos que viajaban de Europa a Jerusalén por el camino de Jaffa. Pidieron como morada el famoso templo de Salomón, de ahí que se les llamara Templarios, por vivir en el monte del templo de Salomón, aunque su nombre oficial fuera “Los pobres caballeros del templo de Salomón”.

Hay muchas hipótesis que ponen en duda si realmente solo fueron nueve caballeros, ya que no basta con este número para proteger a los peregrinos, porque el camino era una zona muy grande imposible de cubrir con semejante número de caballeros. Además, la historia de su fundación se contó años después de que aparecieran, y no hay ningún registro escrito que le adjudicara la protección de los caminos a los caballeros templarios. También muchos historiadores se cuestionan acerca del lugar que eligieron para establecer su base: El templo de Salomón. Este lugar es sagrado para judíos, cristianos y musulmanes. Los judíos lo consideran sagrado porque fue allí donde Abraham iba a sacrificar a su hijo Isaac. Los cristianos también lo quieren porque fue allí donde Cristo fue crucificado. Por último, los musulmanes lo consideran un lugar santo porque en este lugar el profeta Mahoma ascendió al cielo. Esta es la razón por la que las cruzadas se hicieron, debido a la posesión de este emplazamiento donde hoy (y en esa época) se levanta la cúpula de la roca.


Misterios y enigmas templarios

¿ Tuvieron buenas relaciones los cátaros y los caballeros templarios ?

Ambos se creían poseedores del Santo Grial, tenían ideas algo afines en cuanto a la naturaleza divina y los cátaros fueron protegidos en los castillos templarios cuando se inició su persecución. Los Templarios, por su estructura, finalidad y destino se relacionan más con los hospitalarios y los cátaros con los rosacruces.


Persecución y exterminio de cátaros y templarios ; pero... ¿porqué?.

A lo largo del golfo de León, al oeste de Marsella se extiende la antigua región del Languedoc. En 1208, el papa Inocencio III amonestó a los habitantes de la zona porque mantenía comportamientos contrarios a los dictados de la Iglesia. Un año después, un ejercito de 30.000 soldados invadía la región a las ordenes de Simón de Montfort. Lucían en el pecho la cruz roja de los cruzados de Tierra Santa, pero sus propósitos eran muy distintos. Su misión era exterminar al catarismo (los puros, término griegokazarós) que habitaban en el Languedoc y a los que el papa, apoyado por el rey Felipe II de Francia, había condenado como herejes. La matanza duró treinta y cinco años y se cobró decenas de miles de muertos, finalizando con la horrenda carnicería del castillo de Montségur, donde doscientos rehenes fueron empalados y quemados vivos en el año 1244.

La doctrina cátara era en términos religiosos esencialmente gnóstica; persona de valores espirituales elevados, consideraban que el alma era pura mientras que la materia física era corrupta por naturaleza. A pesar de que sus convicciones estaban en oposición con los ambiciosos propósitos de Roma, el temor que los cátaros provocaban en Roma tenia un origen mucho mas amenazador. Se les consideraba como los guardianes de un gran y sagrado tesoro, relacionado con una fantástica y remota forma de conocimiento. En esencia la región de Languedoc era la misma que durante el siglo VIII había formado el reino judío de Septimania , fundado por el vástago merovingio Guillermo de Gellone. La zona formada por el Languedoc y la Provenza estaba impregnada de las tradiciones que Simón/Lázaro y María Magdalena habían aportado mucho tiempo atrás, y sus habitantes consideraban a María como “la madre del Grial” de la verdadera cristiandad de Occidente.


El verdadero motivo de los Templarios en Jerusalén


Uno de los manuscritos del Mar Muerto encontrado en Qumran y descifrado en Manchester en 1955-1956 citaba gran cantidad de oro y de vajilla sagrada que formaban veinticuatro montones enterrados bajo el Templo de Salomón. Pero en la época de los templarios, tales manuscritos dormían en el fondo de una cueva y, aun cuando podamos imaginar la existencia de una tradición oral a este respecto, cabe pensar que las búsquedas se enfocaron más bien hacia textos sagrados o hacia unos objetos rituales de primera importancia que hacían vulgares a los tesoros materiales. ¿Qué pudieron encontrar en aquel lugar y, antes que nada, qué se sabe respecto a este Templo de Salomón del que tanto se habla? Al margen de las leyendas, muy poca cosa: ningún rastro identificable por los arqueólogos, sino básicamente unas tradiciones transmitidas a lo largo de los siglos y algunos pasajes de la Biblia. Fue sin duda edificado hacia el año 960 antes de Cristo, al menos en su forma primitiva. Salomón, que deseaba construir un templo a mayor gloria de Dios, había establecido unos acuerdos con el rey fenicio Hiram, que se había comprometido a proporcionarle madera (de cedro y de ciprés). Éste le enviaría también trabajadores especializados: canteros y carpinteros reclutados en Guebal, donde los propios egipcios tenían por costumbre reclutar a su mano de obra cualificada.

Pero cuando los templarios se instalaron en su emplazamiento, no quedaba ya del Templo más que un fragmento del Muro de las Lamentaciones y un magnífico pavimento casi intacto. En su lugar se alzaban dos mezquitas: Al-Aqsa y la mezquita de Omar. En la primera, la gran sala de oración fue dividida en habitaciones para servir de alojamiento a los templarios. Ellos añadieron nuevas construcciones: un refectorio, bodegas y silos

Los templarios parecen haber hecho en esos lugares interesantes descubrimientos. Si bien la mayor parte de los objetos sagrados habían desaparecido en el momento de las diversas destrucciones, y principalmente durante el saqueo de Jerusalén por Tito, pero hubo uno que, aún habiéndose volatilizado, no parecía haber sido sacado de allí. Ahora bien, había sido para albergar dicho objeto por lo que Salomón hizo construir el Templo: el Arca de la Alianza que guardaba las Tablas de la Ley. Una tradición rabínica citada por Rabbí Mannaseh ben Israel (1604-1657) explica que Salomón habría hecho construir un escondrijo debajo del propio Templo, a fin de poner a buen recaudo el Arca en caso de peligro.

Como ya hemos dicho, no parece que el Arca hubiera sido robada con ocasión de alguno de los diferentes saqueos o por lo menos, de ser cierto, fue recuperada, según los textos. Su desaparición por medio de un robo habría dejado numerosos rastros, tanto en los textos como en la tradición oral.

«Cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén, no se hace ninguna mención al Arca entre el botín. Hizo quemar el Templo en 587 antes de Cristo». A Charpentier no le cabe ninguna duda acerca de ello: el Arca permaneció en su sitio, oculta bajo el Templo, y los templarios la descubrieron. Pensemos también en la construcción del Templo que Salomón confió al maestro Hiram. El arquitecto, según la leyenda, murió a manos de unos compañeros celosos a quienes había negado la divulgación de determinados secretos. Como consecuencia de la desaparición de Hiram, Salomón envió a nueve maestros en su busca. Nueve maestros, como los nueve primeros templarios, en busca del arquitecto de los secretos.

En resumen, puede considerarse como una certeza casi absoluta el hecho de que Hugues de Payns y Hugues de Champaña descubrieron documentos importantes en Palestina entre 1104 y 1108. Estos hallazgos estuvieron sin duda en la base de la constitución del grupo de los nueve primeros templarios y deben ser vinculados a la decisión de darles por residencia el emplazamiento del Templo de Salomón. Allí, efectuaron excavaciones. No era cuestión, en esta fase, de aumentar sus efectivos, por obvias razones de secreto. Sus búsquedas debieron de llevarles a encontrar algo realmente importante, al menos a sus ojos. A partir de ese momento, la política de la orden cambió.

¿Qué habían encontrado? ¿El Arca de la Alianza? ¿Una manera de comunicarse con potencias exteriores: dioses, elementos, genios, extraterrestres u otra cosa? ¿Un secreto concerniente a la utilización sagrada y, por así decirlo, mágica de la arquitectura? ¿La clave de un misterio ligado a la vida de Jesus, su matrimonio con María Magdalena y su descendencia? o ¿El Grial? ¿El medio de reconocer los lugares donde la comunicación, tanto con el cielo como con los Infiernos, es facilitada, aún a riesgo de liberar a Satán o a Lucifer? Uno diría estar frente a una narración de H. P. Lovecraft, ciertamente. Pero tales cuestiones, por más que no sean racionales, se plantean imperiosamente en el contexto de la época medieval.


La realidad oculta: María Magdalena y su historia

María Magdalena es, sin duda, el personaje más importante en el Evangelio, igual de importante o más que el propio Jesucristo. Por ello, quizá, los propios cristianos desconocen su figura, su importancia, su relevancia en el cristianismo primitivo, en el cristianismo actual y en el devenir del Principio femenino como equilibrador de un Sistema patriarcal que ha llevado al Planeta prácticamente a la destrucción.

No sería hasta el año 1969 y bajo mandato de Pablo VI cuando la Iglesia reconoció públicamente que María Magdalena no fue una prostituta… Y a partir de ahí, la convirtieron en “santa…”

Aunque no se sabe a ciencia cierta la fecha exacta de su nacimiento, si es sabido que éste se produjo en un lugar llamado Magdala; ciudad situada en la orilla occidental del mar de Galilea, entre Cafarnaúm y el lago Tiberiades. La residencia familiar estaba situada junto a una fortaleza militar que los romanos habían construido al norte de sus dominios próximos a la frontera, la cual albergaba en aquellos tiempos un pequeño destacamento de soldados.

María Magdalena era de estirpe real; no sólo pertenecía a la poderosa casa de Benjamín, su herencia aún era mucho más importante, con un linaje soberano a través de los Asmoneos, reyes-sacerdotes éstos, quienes reinaron en Israel en el siglo I antes de Cristo. Descendiente por parte de padre de la nobleza real de Siria, el cual a su vez, era propietario de una gran industria de salazones de pescado, que además le otorgaba prestigio económico; y por línea materna de la realeza de Judea.

Morena de cabellos color azabache, ojos verdes y tez morena; María Magdalena había heredado no sólo la Sabiduría, si no, también el Conocimiento… de quienes antes que Ella habían aprendido la Palabra… ¿Y quién era ese hombre llamado Jesús del cuál Ella se había enamorado igual que una adolescente…?

A pesar de ser descendiente de la Casa de David, Jesús, nació de baja cuna un 24 de marzo del año 6 A.C., en Belén. Él sería el hombre a quien Ella amaría desde el primer instante en que se vieran… Igual que él a Ella.

Tuvieron tres hijos; la primera y heredera de su Linaje, el cual se remontaba al siglo I antes de Cristo fue una niña a la que le puso el nombre de Tamar La Sarah, que significa… Tamar, la Princesa… Posteriormente, nacieron dos hijos varones a los cuales se les puso el nombre de Jesús y José respectivamente.

A pesar de su aparente tranquilidad exterior, el espíritu interior de Jesús era el de un revolucionario, no en vano, llegó a tener entre sus amistades a un grupo de partidarios de la lucha armada contra los romanos, eran los llamados “zelotes”. Siendo en alguna ocasión él mismo conocido como “Jesús el Zelote”.

Jesús fue crucificado un 7 de Abril a las 10 de la mañana y su cuerpo descolgado sobre las 3 de la tarde. Tan sólo permaneció en la cruz 5 horas… Ella lo tenía todo preparado para ese momento; días antes había estado hablando con gente importante e influyente sabiendo que no le iban a fallar, entre esas personas, estaban Nicodemo y José de Arimatea, con el cual no sólo le unía una relación de fraternal afecto, sino también de parentesco ya que el de Arimatea era tío-abuelo de Jesús. Éste, se convirtió en tutor del mismo después de la temprana muerte de José de Nazaret, su padre… cuando Jesús contaba tan sólo 12 años de edad.

Miembro del Sanedrín, del Tribunal Supremo de los Judíos y decurión del Imperio Romano, era una especie de ministro, encargado de las explotaciones de plomo y estaño. José de Arimatea fue quién solicitó al Procurador romano Poncio Pilatos que le permitiera dar sepultura al cuerpo de Jesús; y con la ayuda de Nicodemo, descolgaron el cuerpo de la cruz y lo llevaron a la tumba, la cual estaba excavada en una roca y que había comprado él mismo poco tiempo antes de la crucifixión; allí mismo lo envolvieron en lienzos de lino perfumados que Ella misma, María Magdalena, había estado preparando cuidadosamente para cuando llegara el momento… y lo colocaron en la tumba cerrando la misma con una gran piedra, a la espera de que pasaran unas horas, para así volver al sepulcro a recoger el cuerpo y llevarlo a un lugar seguro , desde donde poder curar todas sus heridas… ya que él, no murió en la cruz… Ya se encargó Ella de que no fuera así…
Mientras sus discípulos se dispersaban cada uno por su lado y negaban que lo conocieran…



Ella estuvo siempre junto a él…

María Magdalena estaba embarazada en el momento de la crucifixión y para garantizar la seguridad de su hija y de ella misma, no tuvo otro remedio que huir de Israel, no sin antes asegurarse de que su amado estaba fuera de peligro y quedaba en buenas manos… Junto a José de Arimatea viajó en secreto hasta la Galia. Y allí, dio a luz a su hija.

Su linaje ha estado en constante peligro durante estos veinte siglos. La Iglesia ha temido siempre que se perpetuara y el secreto de María Magdalena y su amado acabara aflorando y desafiando los cimientos de la doctrina católica. Por tal motivo, siempre recurrió y sigue recurriendo de un personaje divino, un Mesías el cual nunca hubiera estado casado y mucho menos haber tenido descendencia. Tampoco se sabe a ciencia cierta la fecha de su fallecimiento, pero sí se sabe que su muerte fue natural y en edad avanzada.

La ciudad de Vezelay debe su origen a una abadía benedictina en la que se conservaban las reliquias de María Magdalena. En el año 1.096 se decide la construcción de la misma consagrándose en el año 1.104 y terminada su construcción en el año 1.225.

Un culto posterior que atrajo numerosos peregrinos se inició cuando el cuerpo de María Magdalena fue oficialmente descubierto, el 9 de septiembre de 1.279, las reliquias de María Magdalena, escondidas desde el 716 en Saint Maximim la SainteBaume, Provenza, por el entonces príncipe de Salerno, futuro rey Carlos II de Nápoles, quién, sobre las ruinas de la cripta, de una vieja iglesia merovingia se construyó un gran monasterio dominico de estilo gótico, uno de los más importantes del sur de Francia. Empieza el declive de Vezelay…

María Magdalena no fue una simple discípula, ni mucho menos una mujer poseída por siete demonios… nada más lejos de la realidad… Ella fue a quién Dios eligió para fundar su Iglesia y no Jesús. La misma a la que habría otorgado toda la Fortaleza, Sabiduría y Conocimientos necesarios para ello, no en vano fue capaz de salvar a su amado de la muerte… Y continuar su linaje dando vida a su hija Tamar, la cual seguiría fielmente sus pasos a través de las enseñanzas impartidas por Ella.

Ella, María Magdalena, fue… y es, el rostro femenino de Dios en la tierra. Simplemente…



Sara, hija de Jesús y María Magdalena

Conocida como Sara la Negra, esta patrona de los gitanos posee afiliaciones extraordinarias. Entre ellas, la de ser hija de Jesús y María Magdalena.

Las primera leyendas sobre Jesús y su matrimonio con María Magdalena provienen de la época inmediatamnte posterior a la del propio Jesús. Sin embargo, estas historias fueron relegadas y finalmente desplazadas hacia visiones consideradas como heréticas, de modo que se transformaron en historias clandestinas, secretas y sobre todo peligrosas.

La posibilidad de que Jesús haya contraido matrimonio con María Magdalena y que de esa unión hubiese nacido una niña cobró gran fuerza en la Edad Media; sobre todo en el sur de Francia, más precisamente en la región de Aix en Provence, donde la tradición asegura que Marta y Lázaro de Betania llegaron de su exilio junto a una María Magdalena embarazada.

Otras leyendas sostienen que Sara no nació en Francia, sino que llegó a las costas de la bretaña junto a José de Arimatea (y el Santo Grial) y una corte de seguidores de Cristo que habían huido de Palestina, entre ellos, María Salomé, María de Cleofás (tía de Jesús), Maximino, Marcela, Celidonia, Trófimo de Arlés y algunos otros.

El viaje hacia Francia se realizó gracias a un milagro náutico. La embarcación atravesó el Mediterráneo sin timón ni velas hasta llegar a Nuestra Señora de Ratios, que desde 1838 se llamóSaintes Maries de la Mer, (Santas Marías del Mar), en la región de Provenza, muy cerca de Arlés.

Según la tradición el grupo se dispersó en el año 48 d.C. Lázaro fue a predicar a Marsella, Marta y Marcela a Tarascón, Máximo se dirigió a Aix en Provence, Trófimo a Arlés y María se retiró a una cueva en las montañas de Saint Maximin la Sainte Baume.

La figura de Sara, en cambio, es mucho más esquiva. Las leyendas medievales apenas la sugieren como una posibilidad inquietante. Debido a que su tarea principal era mendigar para financiar las expediciones evangelizadoras de sus compañeros se la asoció al pueblo gitano, y desde entonces se la considera como su patrona o santa, a pesar de que nunca fue canonizada.

No obstante, las leyendas a menudo se contradicen, ofreciendo versiones muy disímiles del mismo personaje. Por ejemplo, se dice también que Sara vivió durante un tiempo en la ribera del Ródano en la Galia. Allí practicaba una especie de magia primordial muy poderosa. Los gitanos la adoraban, y una vez al año realizaban una procesión hasta su casa para recibir su bendición.

Esta misma tradición sostiene que Sara no era en realidad la hija de Jesús, y que su tarea fue ayudar a los exiliados de Palestina que buscaban refugio en aquella zona.

Los que defienden la teoría de que Sara era la hija de Jesús y María Magdalena sostienen que la verdadera identidad de la muchacha debía ser protegida a toda costa; y que no era extraño que se la haga pasar por sirvienta en orden de protegerla de sus enemigos.

Sara aparece en muchas tradiciones orales, pero recien en 1521 se la menciona en un texto de Vincent Philippon llamado: La leyenda de las santas Marías (La légende des Saintes-Maries).

Allí se comenta que en 1447 Renato de Anjou le solicitó al papa Nicolás V una bula para permitirle rastrear los cuerpos de los santos que se veneraban secularmente en la región. Renato encontró los restos mortales de María Magdalena y sus compañeras, y fueron colocados en relicarios ornamentados. La pobre Sara, en cambio, no calificaba como santa, de modo que sus restos fueron conservados en modestísimos relicarios, tal como luego lo registraría Jean de Labrune.

Históricamente no se reconoce ningún culto a Sara, la hipotética hija de Jesús, al menos anterior al 1800. El folklorista Fernand Benoit comenta que los gitanos realizan una extraña procesión anual justo antes de la procesión de las Marías. Esta tradición procede del siglo XV, aunque no se conoce a ciencia cierta si su objetivo era adorar secretamente a Sara.

Los que están a favor de la figura de Sara como hija de Jesús, sostienen que los gitanos buscaban enmascarar su culto, y que la adoraban bajo la forma de una mujer negra, cuya estatua era llevada en andas hasta las costas del mar.

En este sentido, la hipótesis es antropológicamente inviable. Los gitanos proceden de la India, donde adoraban a la diosa Kali representada como una mujer negra como el ébano, y su culto consistía en largas peregrinaciones hacia el mar. Demasiadas coincidencias como para tratarse de dos cultos diferentes.

La historia de Sara no concluye aquí. La idea de que Jesús contrajo matrimonio con María Magdalena y que juntos engendraron a Sara está fuertemente instalada en las leyendas locales. Sin embargo, no se han encontrado pruebas concluyentes que ubiquen su culto en la antigüedad.

Para los amantes de las sincronías etimológicas hay que decir que el nombre Sara, en hebreo Sarah, significa literalmente "princesa".



El Languedoc

Al igual que los templarios, los cátaros toleraban las culturas judía y musulmana y defendían la igualdad entre los sexos. La Inquisición católica, establecida en 1233, se encargó de condenarlos y reprimirlos violentamente, acusándoles de todo tipo de blasfemias.


Contradiciendo las imputaciones, las evidencias aportadas por testigos presenciales muestran que la Iglesia del amor promovida por los cátaros se basaba en una inflexible devoción por el ministerio Jesús. Creían en Dios y en el Espíritu Santo, rezaban las oraciones al Señor y administraban una sociedad ejemplar, con su propia asistencia social y escuelas y hospitales gratuitos. Los cátaros tenia la Biblia traducida a su propia lengua, la langue

d´oc, acepción de la que se deriva el nombre de la región, y la población no cátara se beneficiaba de los mismos privilegios altruistas que ellos.

Los cátaros no fueron herejes, tan sólo inconformistas. Predicaban sin permiso, ignorando la necesidad de confirmar sacerdotes, y evitaban las iglesias ricamente ornamentadas de sus vecinos católicos. San Bernardo había dicho de ellos: “No hay sermones más cristianos que los suyos, ni morales más puras que las suyas”. Aún así, los ejércitos del papa, disfrazados de cruzados en una misión santa, erradicaron su comunidad de la faz de la tierra. El edicto de aniquilación abarcaba también a todo aquel que hubiera brindado cualquier tipo de apoyo a los cátaros, lo que incluía a la mayor parte de la población del Languedoc. Para respaldar la posición inquisitorial, los dominicos acusaron a los habitantes de la región de practicar relaciones sexuales contra natura. Esta imputación ha dado lugar a todo tipo de suposiciones sobre el carácter de tales desviaciones. En realidad, lo que la sabia gente del Languedoc practicaba no era más que una forma de control de natalidad. En lo referente a bienestar social y educación, los cátaros eran sin duda el pueblo más cultivado de Europa y el acceso a la enseñanza era igualitario en ambos sexos.

En aquel tiempo, el Languedoc provenzal no formaba parte de Francia, sino que constituía un país independiente. Políticamente estaba mas relacionado con La Corona de Aragón. Las lenguas clásicas, la literatura, la filosofía y las matemáticas eran asignaturas en las escuelas. La zona era rica y el comercio estable, pero todo cambió cuando las tropas del papa llegaron a las estribaciones pirenaicas. En alusión al pueblo de Albí, situado en la comarca, la salvaje campaña fue llamada como la “cruzada albigense”.

A los cátaros se les consideraba expertos cabalistas, una cualidad que pudo ayudar a que los caballeros del Templo consiguieran su objetivo y transportaran el arca desde Jerusalén hasta el Languedoc. Estos hechos, indujeron a Roma a considerar que las tablas del Testimonio y los manuscritos sobre los Evangelios se hallaban ocultos en la región.

La tradición provenzal conservaba la tradición del linaje del Grial desde el siglo I de nuestra era. La iglesia Rennes-le-Château había sido consagrada a María Magdalena en 1059 y, en la región, la gente consideraba la interpretación de Roma, sobre la Crucifixión como un engaño. Al igual que los templarios, los cátaros no creía que Jesús hubiera muerto en la cruz. Para un sistema desesperado y fanático la solución fue arrasar. La Iglesia dudaba si había sido el tesoro trasladado durante la masacre o si permanecía oculto en algún lugar. Los caballeros templarios debían conocer la respuesta y, tras la estela de la matanza de Languedoc. estaban destinados a sufrir el mismo destino.

El simulacro de cruzada acabó en 1244, pero hubieron de pasar sesenta y cuatro años antes de que el papa Clemente V y el rey Felipe IV estuvieran a disposición de someter definitivamente a los templarios para intentar la apropiación del misterioso tesoro. En el año 1306, la Orden del Temple era tan poderosa que el propio rey de Francia la temía; le debía una enorme suma de dinero que no podía restituir porque se hallaba en la mas completa bancarrota. También temía su poder esotérico y político, que sabia superiores al suyo propio. Apoyado por el papa, Felipe IV decidió perseguir a los templarios tanto en Francia como en otros países. Los caballeros fueron arrestados en Inglaterra, pero no en Escocia, donde la nación entera había sufrido la excomunión papal por el enfrentamiento que sostenían, a las ordenes de Robert de Bruce, contra el yerno de Felipe, rey Eduardo II de Inglaterra. La excomunión de Escocia como nación no fue derogada hasta el año 1323, tras la derrota de Eduardo II ante Robert de Bruce en Bannockburn y la redacción de la Constitución escocesa, la Declaración de Arbroath, en 1320. Más tarde, en 1328, el tratado de Northampton, firmado bajo el reinado de Roberto I, reconoció la independencia de Escocia.



Para conocer más:

El legado de María Magdalena


El éxito de la novela El Código Da Vinci ha convertido en tema de debate la cuestión de si existió una descendencia de Jesús. José Luis Giménez, el autor del libro El legado de María Magdalena, ha realizado una fascinante investigación de documentación iconográfica que se saldó con importantes descubrimientos inéditos. En este artículo extractamos algunos de sus hallazgos.

Mi fuente de información, me había emplazado a realizar un enigmático viaje. Un viaje que me llevaría a descubrir aspectos insólitos y desconocidos sobre la figura de María Magdalena, el nombre que la tradición cristiana dio a la Myriam Migdal judía, o Myriam la de Magdala, que desempeña un papel tan relevante en el Nuevo Testamento de la Biblia. Mucho se ha escrito sobre Jesús el Nazareno, nombre que algunos atribuyen a la aldea de Nazareth. En cambio, otros autores sostienen que indicaba su pertenencia a la secta judía de los Nazaritas o Nazareos, entre cuyos votos se incluía no cortarse el cabello ni la barba. Sin embargo, muy poco sabemos con certeza sobre su vida. El Nuevo Testamento recoge algunos momentos fundamentales de la vida de Jesús en los cuatro Evangelios canónicos. Pero éstos solo hacen referencia a su vida pública con el objetivo de demostrar que era el Mesías prometido a Israel, y de una manera sesgada en lo referente a su vida privada. En otros textos, conocidos como apócrifos, podemos obtener una información complementaria. Entre éstos destacan los descubiertos en 1945 en Nag Hammadi (Alto Egipto). En evangelios apócrifos de cuño gnóstico se habla de un Jesús íntimamente vinculado con María Magdalena, e incluso se afirma que Pedro mostraba cierto recelo y envidia hacia esta mujer, negándose a aceptar que, tras su muerte, Cristo resucitado le hubiese confiado sus enseñanzas secretas y el primado sobre la comunidad de sus seguidores. Según alguno de estos textos, como el Evangelio de Felipe, Magdalena era la compañera o consorte de Jesús, e incluso se menciona la existencia de una descendencia de ambos en términos claros: “existe el misterio del Hijo del Hombre y el misterio del hijo del Hijo del Hombre”. Más aun: este evangelio desarrolla esta afirmación, sosteniendo que Cristo tenía la capacidad de crear y la de engendrar, para culminar sugiriendo que su unión con Magdalena fue un “matrimonio sagrado”, al que diferencia del profano calificado y califica de auténtico misterio.

No cabe duda de que estos textos apócrifos —perseguidos y destruidos por la Iglesia desde los años que siguieron al Concilio de Nicea en el siglo IV d.C.— dieron lugar a una leyenda que circuló ampliamente durante la Edad Media. Pero, ¿hasta qué punto era posible documentar la persistencia de esta tradición? Mis primeros hallazgos se situaron en “El Camino de Santiago”, al que yo considero más apropiado llamar de Prisciliano, “el Obispo hereje” nacido en Galicia, en el año de 340 d.C. Prisciliano predicaba una doctrina gnóstica, que tuvo un notable éxito en el norte de Hispania y en el sur de la Galia. Casi todos los lugares relacionados con el Camino están salpicados de referencias toponímicas a Oc. No es casual que una a Compostela con María de Magdala y el Secreto del Grial, en el Languedoc francés, situándonos en el entorno de Rennes le Château, una de las claves del enigma. Fue en el Monasterio de Santa María de Oia, en su iglesia monacal cisterciense del siglo XII, donde encontré la primera pista. Allí se encontraba un retablo que describía la venida del Espíritu Santo. Por un lado, llamó mi atención su gran parecido con el sello de los Caballeros Templarios de la abadía de Notre Dame du Mont Sion. Por otro, la figura central representaba a Magdalena rodeada por los apóstoles, mientras el Espíritu Santo en forma de paloma descendía sobre ellos.

Muy cerca de donde yo vivía descubrí otro elemento significativo. Se trataba del Reial Monestir de Santes Creus, perteneciente a la orden del Císter, situado en Aiguamurcia, el Alt Camp, provincia de Tarragona. Al margen de la indudable calidad artística de los diferentes estilos representados en esta iglesia monacal, atrajo mi atención una de las dos capillas dispuestas en los laterales del templo, junto a la puerta de la entrada principal. Esta capilla, denominada de San Juan Evangelista, me iba a deparar grandes y gratas sorpresas ya que, en la imagen central del retablo, aparece la figura de un San Juan Evangelista con aspecto señaladamente femenino, de largos y rizados cabellos pelirrojos, labios de color carmesí carnosos y sensuales y que sostiene una copa o grial con la mano izquierda, a la altura del pecho.

Conforme me fui acercando y contemplando con detenimiento el retablo, realizado en madera policromada y pintada al óleo, descubrí que había siete iconos adicionales en la parte inferior del mismo y, al observarlos con detenimiento, vi que reproducían diferentes pasajes bíblicos sobre Jesús y María Magdalena. Aunque la figura central del retablo pretende ser la de San Juan Evangelista, demasiados aspectos lo contradecían. Tradicionalmente a éste se le representaba con un aspecto varonil, barba poblada y edad madura, casi siempre con un libro en las manos. Baste recordar los lienzos sobre San Juan Evangelista de pintores como El Greco, Tiziano o Velázquez. En cambio, la imagen central del retablo era indudablemente femenina. Yo la identifiqué como María Magdalena, por la larga melena de color cobre-rojizo y el tipo de vestimenta y colorido más utilizado en su representación, con predominio del rojo. También por el hecho de sujetar en la mano izquierda la urna donde se guardan los óleos con que ungió de Jesús, un dato inequívoco, pues así es como se la ha representado mayoritariamente. Como hemos mencionado, debajo del icono central hay siete iconografías de menor tamaño, cuatro de cuyas figuras se identifican con María Magdalena, y otras tres centrales de mayor tamaño, que representan episodios de la vida de Jesús : el nacimiento, la crucifixión y el descendimiento de la cruz. Exponer y describir en detalle lo representado en todos los iconos resultaría imposible en el presente articulo, por la gran cantidad de datos y fotografías. Pero como la principal evidencia a la que nos hemos estado refiriendo se encuentra precisamente en algunos de estos iconos, vamos a referirnos en concreto a estos últimos resumidamente. En el icono central aparece la escena de la crucifixión de Jesús, junto a los dos ladrones y a los pies encontramos la mayor de las sorpresas: ¡María Magdalena embarazada! Contemplé la escena desde todos los ángulos posibles para excluir la posibilidad de una ilusión óptica. Pero no se trataba de ningún error de apreciación. La Magdalena representada a los pies de la cruz de Jesús, totalmente desolada, con el cabello pelirrojo suelto y el pañuelo en la mano izquierda enjuagándose las lágrimas, había sido evocada como mujer embarazada, con sus pechos hinchados, remarcando los pezones y su vientre abultado en la forma característica de la preñez. Es un vientre muy bajo, a punto de parir, en la posición que adoptaban antiguamente las mujeres de Oriente para dar a luz. Junto a ella aparece una calavera, tradicionalmente asociada a Magdalena en la iconografía. Para no dejar ninguna duda respecto de su embarazo, el autor del icono pintó una especie de cíngulo —tal como se hacía entonces para remarcar los pechos en las embarazadas, tal como tuvo a bien indicarme mi amigo Manuel de Perea, pintor, orfebre y escultor y por tanto capacitado para aportar tales referencias—, que va desde el hombro hasta la cintura, remarcando claramente el pecho hinchado de la Magdalena.


María Magdalena embarazada al pié de la cruz.

En el icono solo aparecen las dos mujeres que tradicionalmente son identificadas con María la Virgen (madre de Jesús) y María Magdalena, lo que despeja cualquier duda sobre la identidad y el estado de embarazo de la figura representada. El tercer personaje representado es el apóstol Juan. Esta era la prueba o evidencia definitiva que había estado buscando. ¿Sería posible que nadie antes lo hubiese advertido? ¿Durante cuanto tiempo había permanecido oculto el mensaje del retablo? Ahora empezaban a encajar todas las piezas del rompecabezas. Necesitaba observar con atención el resto de la iconografía, desafiando el tiempo transcurrido desde su ejecución hasta este triunfal momento. Un momento que nunca habría podido ni imaginar. En la siguiente escena, correspondiente al icono de la derecha, podemos ver el descenso de la cruz de Jesús ya fallecido, rodeado de varios personajes. De izquierda a derecha aparecen María, esposa de Cleofás y prima de la madre de Jesús; José de Arimatea, con barba y el típico turbante que llevaban algunos fariseos; Magdalena, quien aparece con la urna de los óleos en sus manos; Lázaro-Juan, sujetando por los brazos a la Virgen María; Juana, hermana de la Virgen María y tía de Jesús, quien aparece arrodillada, recogiendo los pies del crucificado; y por último y subido en la escalera que hay apoyada en la cruz, un personaje que bien podría ser Nicodemo.


Icono del descenso de Jesís de la cruz.

En la iconografía del descenso de la cruz, el autor nos da un detalle de suma importancia: todos los personajes que aparecen en el icono, por fuerza tenían que ser parientes de Jesús. Según la Ley de Moisés no estaba permitido tocar a los muertos, a menos que fuesen parientes, como podemos confirmar en Números1 9,11: “El que tocare un muerto, el cadáver de un hombre cualquiera, seré impuro por siete días”, un tabú de contacto con el cadáver reiterado en Números 19, 14 y 19 : 16. En Levítico 21, 1-3, tenemos una mayor precisión: “Yahveh dijo a Moisés: ‘Habla a los sacerdotes, hijos de Aaron, y diles: Ninguno se contamine con el cadáver de uno de los suyos, excepto si es de alguno de sus parientes más próximos: su madre, su padre, su hijo, su hija, su hermano. Podrá también hacerse impuro por el cadáver de su hermana, todavía virgen, si, por no haber pertenecido a ningún hombre, era su pariente próxima’”. Un pasaje que corrobora Ezequiel 44, 25: “No se acercaran a persona muerta para no contaminarse, pero por el padre, la madre, el hijo, la hija, el hermano, la hermana que no tenga marido, si podrán contaminarse”. Como vemos, sólo estaba permitido tocar a los muertos a los familiares más cercanos. En este caso, el autor del icono dejaba claro una vez más la relación de pariente cercano que ostentaba María Magdalena con respecto a Jesús. El resto de la iconografía también hacía referencia a la relación entre ésta y Jesús. De hecho, vuelve a insistir en la misma idea, como podemos ver en otro icono donde aparece ella con los signos inequívocos del embarazo. Finalmente, la posible descendencia de Jesús y María Magdalena quedó testimoniada por el autor del retablo en otro de los iconos, donde podemos observar a Magdalena acompañada ya de sus dos vástagos, en este caso, de dos niñas gemelas.


Evidencia clara de las hijas gemelas de María Magdalena.

Este retablo dejó constancia, en forma iconográfica, de una tradición antiquísima que, a pesar de la hostilidad de la Iglesia, se transmitió a lo largo de toda la Edad Media. Básicamente, recogía el mensaje siguiente: 


Estatus social de María Magdalena en el icono de la princesa, con la inscripción de IVSTICIA. 

Esposa de Jesús, vestida de luto tras la crucifixión, con la palma de martirio, igualmente testigo del martirio al que fue sometida su memoria, al ser presentada como una prostituta, cuando en La Biblia no existe ninguna base para identificarla con el personaje de la pecadora evangélica. Esta arbitraria identificación se consolidó en los siglos V y VI, proyectando una imagen de descrédito que veló su verdadero valor y significado histórico. 

Grial viviente en calidad de portadora de la sangre de Jesús, a través de su descendencia (icono que la presenta embarazada, soportando la cruz, la carga).
Confirmación de la descendencia (icono con los dos niños gemelos en brazos, mostrando claramente su parecido con los progenitores). 

No es posible detallar en un artículo toda la información que recabé con respecto al autor del retablo —tarea que abordo en mi libro—, pero baste recordar que el Monasterio de Santes Creus pertenecía al Císter, la Orden fundada por San Bernardo de Claraval, quien a su vez intervino de manera decisiva en la creación de la Orden de los Caballeros Templarios. 

Posteriormente, éstos llegaron hasta el Monasterio de Santes Creus, a través de la Orden Militar de Santa María de Montesa, fundada en 1.319 por el rey Jaime II de Aragón para acoger a los Caballeros de la Orden del Temple que consiguieron huir de la persecución del Rey Felipe IV el Hermoso de Francia, con el beneplácito del Papa Clemente V. 

Los Caballeros Templarios que consiguieron huir de Francia, se refugiaron en otras órdenes, como la de Montesa o la de Calatrava. Con ellos también llegarían los conocimientos secretos de la Orden, por los cuales habían sido acusados de herejes. Entre estos secretos siempre se ha destacado el de la existencia de una sangre real (Santo Grial) que reivindicaba una ascendencia sagrada y se remontaba a Jesús y Magdalena. 

El retablo que hemos examinado fue realizado en el año 1.603, según consta en el mismo, utilizando un lenguaje oculto del iniciado para transmitir de forma encubierta una tradición considerada herética, cuyos depositarios en Europa occidental habían sido los Caballeros Templarios, y anteriormente los cátaros.

 Sinceramente, creo que las evidencias hablan por sí solas. Más si tenemos en cuenta que se trata de un retablo de principio del siglo XVII y que, con anterioridad a esa época, ya existían diversas iconografías e imágenes sobradamente conocidas de San Juan Evangelista, entre éstas las ya citadas de Tiziano, El Greco y Velázquez, por poner sólo algunos ejemplos, que proyectan sin excepción una imagen acusadamente viril de esta figura. Esta tradición excluye que dicho personaje pueda corresponderse con la imagen femenina representada en el retablo de la iglesia del Monasterio de les Santes Creus. 

Me parecía increíble que aquel retablo no hubiese llamado anteriormente la atención de nadie (por lo menos, no tengo constancia de ello). Pero como dijese Hermes (mi enigmático informante): “Todo tiene su momento”. Y quizá ahora había llegado el momento propicio.

Extraído del libro El Legado de María Magdalena, de José Luis Giménez.


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Gran poder económico en toda Europa

Si bien los templarios están envueltos en misterio, se les otorgaron grandes concesiones de parte del Papa. Ellos tras su regreso a Europa después de la segunda cruzada acumularon grandes propiedades y fueron los primeros banqueros de Europa, y en su fundación el papa Honorio II organizó el concilio de Troyes con el único propósito de autorizar la fundación de la Orden del Temple. Nunca había sucedido nada igual anteriormente.

La iglesia católica es muy dura respecto a los préstamos en esa época, y prohibían a los prestamistas los intereses. Pero a los templarios se les permitió el cobro de una renta especial en sus préstamos, sin que la iglesia les reclamase algo.

La necesidad de gestionar los recursos enviados de Europa a Palestina para sustentar las cruzadas (guerra contra los musulmanes- Guerra Santa), facilitó el que la Orden de "Los Caballeros Templarios" desarrollase un eficiente sistema bancario, en el que confiaban también la nobleza y la realeza de toda Europa. La exen-ción de pagar impuestos y diezmos en cualquier Estado del mundo, ayudó a que la Orden acumulase una considerable riqueza. Su privilegiada situación estratégica también les permitió comerciar con Oriente, llegando incluso a disponer de su propia flota de barcos que les permitía transportar sus bienes y sus tropas a Tierra Santa.

En un primer momento sirvieron de refugio a personas y bienes. Las casas de esta orden mi-litar era el lugar más seguro para depositar los bienes.

En un segundo momento, los templarios pasaron de desarrollar la anterior actividad de carácter más pasiva a una función más activa que suponía la administración de los depósitos de sus clientes. Éstos podrían sacar dinero, efectuarían pagos mediante cartas dirigidas al tesorero, etc.

Finalmente, realizaban una completa gestión de los fondos por cuenta ajena, además de una actividad de préstamo.

Al ser expulsados los cristianos de Palestina, los templarios se retiraron a Chipre. También tenían comunidades, o templos, en Europa. En la península Ibérica se establecieron durante el siglo XII, primero en Cataluña, Aragón y Navarra y posteriormente en Castilla y León. Tenían a su cargo la defensa de las fronteras y participaron en numerosas expediciones contra los musulmanes (con-quista de Lérida, Tortosa, Cuenca, Valencia, Mallorca, batalla de las Navas de Tolosa, etc...).

A la muerte de Alfonso I el Batallador fueron nombrados herederos, junto con otras órdenes militares del reino de Aragón; a cambio de su renuncia a la herencia recibieron diversas fortalezas. En Francia, los templarios se habían convertido en banqueros de los reyes. Felipe IV de Francia, el Hermoso, ante las deudas que había adquirido con ellos, convenció al papa Clemente V de que iniciase un proceso contra los templarios, acusándoles de impiedad (1307). El gran maestre de la orden, Jacques de Morlay, y 140 miem-bros fueron arrestados. Considerados inocentes en el con-cilio de Vienne (cuatro años después), Clemente V disolvió la orden y creó una comisión que reemprendió el proceso. Fueron condenados a prisión, pero el consejo real de Felipe IV los sentenció a muerte por relapsos. El rey francés se apoderó de sus bienes mobiliarios, aun entregando sus posesiones a los hospitalarios.

En los otros países europeos las acusaciones no prosperaron, pero, a raíz de la disolución de la orden, los templarios fueron dispersados, y sus bienes pasaron a la Corona (Castilla), a otras órdenes militares ya existentes (Aragón y Cataluña) o a órdenes de nueva fundación (Montesa en Valencia y de Jesucristo en Portugal).

La historia ha reconocido que precisamente su manejo del dinero, las deudas que con ellos contrajeron reyes y nobles, y las falsas acusaciones, acabaron con su orden y con su legado.


¿Estubieron los templarios en América?.

HOY EN DÍA, AFIRMAR QUE COLÓN DESCUBRIÓ AMÉRICA ES POCO MENOS QUE INGENUO, CUANDO PARECE PROBADO QUE LOS VIKINGOS LO CONSIGUIERON TIEMPO ANTES POR LA RUTA DEL NORTE. ASIMISMO, ALGUNOS AUTORES DEFIENDEN LA TESIS DE QUE LOS CABALLEROS DEL TEMPLE TAMBIÉN ESTUVIERON ALLÍ ANTES QUE EL GENOVÉS. VEAMOS SUS EVIDENCIAS…

No deja de ser curioso que hace miles de años, griegos, egipcios y otras culturas mediterráneas tuviesen conocimiento de la redondez de las Tierra, de la medida aproximada de su radio, de su distancia al Sol o a la Luna, y que sin embargo las cerradas mentes del siglo XV concibiesen miedo ante la posibilidad de "caer por el borde del mundo" en caso de adentrarse lo suficiente en el Océano Atlántico. Para ellos la Tierra era plana y era además el centro del universo. Actualmente no sólo sabemos cuan equivocados estaban, sino que tenemos que reconocer que las antiguas culturas, podrían ser eso, antiguas, pero en absoluto primitivas, como mucha gente aún supone erróneamente, víctima de ideas preconcebidas. La verdad es gran parte de un antiguo saber se ha perdido en el lento transcurso de los siglos. Ignoramos hasta donde alcanzaba el conocimiento de los que nos precedieron en tiempos remotos, aunque sí comprendemos que superaba de largo al angustioso declive que se produjo en el medievo.

Asombran, por poner un ejemplo, las numerosas coincidencias entre culturas tan distantes en el tiempo y en el espacio, como eran la egipcia y las mesoamericanas precolombinas, como la maya o la azteca. Todo parece indicar, sino un origen común, si al menos un vínculo, un contacto en lo que a conocimiento se refiere. Hay quien dice que desde tiempos inmemoriales el hombre ya había navegado el mundo entero. Incluso el aventurero noruego Thor Heyerdahl, en sus famosas expediciones "Ra", demostró que los egipcios tenían tecnología suficiente como para haber alcanzado el "nuevo mundo" a bordo de sus "primitivas" embarcaciones de papiros. ¿ Alcanzó alguna antigua cultura del viejo continente las costas americanas mucho antes que Colón? ¿Sabía por tanto el Almirante a donde se dirigía exactamente? ¿Lo sabían los Templarios antes que él? ¿Pudo el genovés aprovechar los conocimientos que éstos le legaron? La hipótesis no es tan descabellada como puede parecer en un principio.
Veamos el porqué.

En el Museo Nacional de Turquía, en Estambul, se halla un mapa fechado en 1513, que perteneció al pirata y cartógrafo turco Piri Reis.

Dicho mapa muestra Gran Bretaña, España, África Occidental, el Atlántico, porciones de Norteamérica, un perfil completo de la mitad oriental de Sudamérica y en la parte inferior, la línea costera de la Antártida. Hasta aquí, puede parecer nada raro, pero si tenemos en cuenta detalles como que en el plano se muestran el cauce de ríos como el Orinoco, el Paraná y otros que de aquella estaban inexplorados, o que la Antártida aprece libre de hielos, la duda empieza a surgir. Es necesario añadir a mayores, que las distancias señaladas en el mapa son exactas, distancias que no se pudieron establecer con exactitud hasta el siglo XVIII. El propio continente helado, no fue oficialmente descubierto hasta el siglo XIX. El atlas aparece rasgado, y se sabe que había más planos, por lo que se supone que en su día fue mucho mayor, seguramente un completo mapamundi.

El propio Piri Reis cuenta que en una batalla contra los españoles, en 1501, él y su tío Kemal capturaron a un marinero que había navegado en tres de las expediciones colombinas y que portaba unos extraños planos, utilizados, según el marinero, por Colón en sus viajes. El origen de estos mapas se remontaba a Grecia, ya que el marino español confeso: "Cierto libro, del tiempo de Alejandro Magno (356-323 A.C.) fué trasladado a Europa, y después de leerlo, Cristóbal Colón, con los barcos proporcionados por el Gobierno español, descubrió las Antillas". El pirata turco, reconoce, asimismo: "Al preparar este mapa, hice uso de unos veinte planos viejos y de ocho mapamundis, en los cuales aparecía la totalidad del mundo habitado".

A lo largo y ancho del mundo, hay otros muchos mapas antiguos, algunos tan fascinantes o más como el que nos ocupa, pero creo, que éste, sin embargo, tiene especial interés por su posible relación con el Temple, que es a fin de cuentas, el tema sobre el que versa esta página.

Tenemos el mapa de Piri Reis, y sospechamos que pudo haber sido utilizado por Colón. Pero... ¿cómo llegó a sus manos? Veamos la posibilidad...

Al poco tiempo de su fundación, la Orden del Temple comenzó a recibir ingentes cantidades de dinero provenientes de donaciones y grandes extensiones de tierra para administrar, lo que permitió destacar a los monjes-guerreros como hábiles economistas, impulsando la economía en todos los aspectos. Conocedores de que el mantenimiento de su brazo militar en Palestina era sumamente costoso, el Banco del Temple y su Marina tendieron toda una tupida red que estableció relaciones comerciales con los estados europeos y los musulmanes. Inventaron la banca moderna, introduciendo las cláusulas penales y la letra de cambio. Asimismo ejercieron de tesoreros de reyes y nobles, y no solo aceptaban moneda, sino también cualquier objeto de valor, prestando a cambio dinero contante y sonante. A pesar de sus múltiples operaciones financieras siempre disponían de mucho efectivo, y sin embargo, en esa época las piezas monetarias en circulación eran muy escasas. Eso no fue impedimento para que en el siglo XII financiaran en Francia la construcción de más de setenta iglesias y ochenta catedrales, pagando los materiales y los jornales de todo tipo de obreros y trabajadores. El oro no abundaba y la plata, muy escasa y que había llegado a cotizarse más que aquel dado que desde la época de los romanos no habían existido nuevas explotaciones, se tornó bastante corriente con la entrada en escena del Temple. Había muy pocas minas en Europa, Asia y África, si tenemos en cuenta la enorme cantidad de este metal que se llegó a mover en la alta Edad Media, y después del exterminio de los templarios, resultó que la producción de las minas existentes en los territorios oficialmente conocidos en el siglo XIV era claramente insuficiente. Entonces, ¿de donde provenían las reservas?

Algunos autores sostienen que los Templarios iban y venían de América con barcos cargados de plata, que posteriormente concentraban en la ciudad francesa de Sours. Hoy en día, a sabiendas de que los vikingos alcanzaron el continente americano bastante tiempo antes que los conquistadores españoles, la hipótesis no parece del todo descabellada.


Enumeremos pues las evidencias…

Tras la disolución de la Orden del Temple, los templarios españoles ingresaron en masa en la Orden de Calatrava, y parece seguro que fue en el convento de dicha orden donde Cristóbal Colón, que se alojó allí, halló los elementos que le dieron la certeza en cuanto a la existencia de las Indias Occidentales. En Portugal fue creada especialmente para los templarios supervivientes la Orden de Cristo, que usaba la cruz templaria, la cruz de gules pateada. Cuando los portugueses de Enrique el Navegante se lanzaron al descubrimiento de los océanos pareciendo saber exactamente a donde iban, sus velas debían llevar obligatoriamente la cruz roja de la Orden del Temple. Los marinos portugueses tenían prohibido navegar más allá de Cabo Mogador sino portaban dicho pabellón. Cruz, que por otra parte, también se hallaba en las tres embarcaciones colombinas. Precisamente en el país vecino estuvo el almirante genovés, no sólo para encontrar financiación para su empresa, sino con el fin de estudiar las cartas marítimas que guardaba la Orden de Cristo y que se consideraban las más completas del mundo.

Por otra parte, el Temple poseía una flota propia y contaba con puertos que miraban no solo al Mediterráneo sino también al Atlántico. Destacamos la enigmática encomienda francesa de La Rochelle, en la que el Temple disponía de un puerto muy importante cuya ubicación, apartada de las rutas usuales, no estaba justificada en modo alguno. Este puerto se hallaba fuertemente protegido por unas cuarenta encomiendas en un radio de ciento cincuenta kilómetros y su importancia podría ser enorme de ser cierta la confesión de un templario que expondremos en la leyenda siguiente. Por su parte, los conquistadores españoles se encontraron en la península de Yucatán una leyenda que narraba que unos hombres blancos llegaron a sus costas en grandes barcos. Y estos altos y hermosos hombres, que vestían extrañas vestimentas, fueron generosos y legaron a las gentes mayas grandes conocimientos. Una de las cosas que más asombró a los religiosos que acompañaron a Colón, fue que los indios no se extrañaban al ver la cruz ni al contemplar a los caballeros armados. Es más, incluso parecía que los estaban esperando. Algunas de sus tradiciones hablaban de que "llegará un día en el que vendrán por mar grandes hombres, vestidos de metal, que cambiarán nuestras vidas para bien". También los mayas adoraban a Kukulkán, un dios "blanco y barbado" y a una cruz, en la cual murió "un hombre de luz que vivirá eternamente". ¿Pudieron ellos solos alimentar esta idea, tan cercana al cristianismo?

No podemos dar respuestas definitivas a todo lo que hemos expuesto porque no las hay. Lamentablemente, con la Orden del Temple nunca existen pruebas directas. Muchas veces, la única evidencia es la ausencia de posibilidades contrarias...
Resumen:

Los templarios tenían tierras por toda la Europa cristiana, incluyendo España. Y muchos dicen que los templarios tenían flotas enteras que navegaban mirando hacia el occidente del océano Atlántico, lo que hace suponer que habrían navegado hacia allá. Es por eso que algunos sostienen que los templarios llegaron a América. Como pruebas que se presentan al respecto se dice que cuando Cristóbal Colón llegó por primera vez a América, los indios no se sorprendieron al ver las armaduras de metal, y le decían a Colón más tarde (cuando hubo intérpretes) que unos hombres blancos con armaduras ya habían llegado a esta isla. Además están las historias que los indios cuentan sobre hombres blancos, como la conocida leyenda del dios Quetzalcoatl, que sirvió para que los españoles se les facilitara la conquista de los Aztecas.


Guerreros excepcionales

Pero las leyendas de los templarios no eran lo único temible de ellos, ya que su poder en batalla era igualmente excepcional. La iniciación de los templarios era secreta, pero tenía como único fin predisponerlos al martirio, por tanto, a ellos no les importaba morir en batalla, ya que se irían inmediatamente al cielo, y por ende antes que retirarse batallaban hasta la muerte, lo que hacía de estos guerreros invencibles. No solo pelearon en tierra santa, sino que consiguieron grandes victorias contra los moros en España, lo que les valió la confianza del rey de Aragón. , Jaime I, después de su triunfo en la batalla de las Navas de Tolosa, y en la toma de Sevilla.

Casi siempre ganaban las batallas siendo menos numerosos que sus enemigos, por lo que se les tenía por unidades de élite del ejercito cristiano, y eran usados como fuerza auxiliar o como ariete para romper las líneas enemigas, y eran tan despiadados que incluso el gran señor musulmán Saladino les temía tanto que cuando los capturaba los mandaba matar inmediatamente antes de que los demonios los liberaran.

En múltiples batallas ellos ayudaron a los reyes cristianos a llegar a tierra santa y los auxiliaron con provisiones, siendo ellos de gran ayuda en la campaña cristiana de las cruzadas. El Papa les otorgo en una bula papal total independencia económica, y solo debían obedecer al Papa. Esta bula fue la que causó envidia de otras órdenes y de reyes, y la que más tarde sería la causa de su caída. Pelearon al lado de Ricardo Corazón de León y del rey Luis IX de Francia, siendo guerreros soberbios y adinerados banqueros.

Pero no todo fue bueno, porque una batalla cambiaría la reputación de los Templarios hasta precipitar su caída. Se trató de la batalla de los cuernos de Hattin, que será recordada como el mayor desastre militar en la historia de los cristianos de las cruzadas, y la mayor victoria de Saladino, que gracias a esto sería catapultado a la fama entre los musulmanes.
Se le ha llamado batalla de los Cuernos de Hattin, pero en realidad fue una masacre.

Esta batalla librada en un antiguo emplazamiento militar de los Hititas fue simplemente una matanza en la que triunfó Saladino sobre los templarios. Comenzó con el asedio de Tiberiades por parte de Saladino. Raymundo IV y el maestre de los templarios Gerardo de Ridefort fueron los que encabezaron esta insensata batalla. Gerardo de Ridefort era el décimo maestre de los templarios, pero era enemigo del rey de Jerusalén porque ambicionaba el trono de Jerusalén. De carácter impetuoso, Gerardo de Ridefort era un hombre extremadamente iracundo.

En el campamento de los cristianos, los principales maestros templarios y el rey Raymundo IV de Jerusalén se reunieron para decidir que debían hacer: Si marchar al encuentro de Saladino o esperar que este llegara hasta los cristianos. Todos estuvieron de acuerdo en la segunda opción, ya que atacar a Saladino sería muy peligroso estando en verano y sin agua, porque el lago más cercano era el de Tiberiades, que estaba en posesión del enemigo. Pero como esta propuesta fue del rival del maestre de los templarios, (es decir, de Raymundo IV), el líder de los templarios intimidó a este consejo de guerra y los convenció de hacer todo lo contrario: ir a enfrentar a Saladino. Cuando Saladino, a través de un espía, se enteró de esta noticia, casi grita de alegría. Mandó entonces a unos soldados para que quemaran el pasto seco, a fin de provocar humo que resecaría las gargantas de los cristianos haciendo su sed más aguda. Saladino fue con sus tropas a atacar a los cristianos, preparado para una victoria aplastante.

Para incrementar la moral de los cristianos, se decidió llevar a la batalla un trozo de la verdadera cruz, haciéndolos sentir que Dios estaba con ellos. Pero nada podía salvarles de un ataque suicida provocado por ellos mismos. La batalla resultó ganada desde el principio por Saladino, quien mató a la mayoría de los cristianos, y capturó a todos los templarios para ejecutarlos. Pero Gerardo de Ridefort aceptó un rescate a cambio de su vida, quedando como un traidor, ya que se suponía que los templarios luchaban hasta la muerte. Más tarde el vendido moriría en la batalla de Acre, luchando fervientemente como buscando el perdón de sus culpas.

Esta tragedia militar hizo que el mundo cristiano desconfiara de los templarios, pero además precipitó su caída. Después de que la segunda y tercera cruzadas terminaran en una derrota para los cristianos, se realizaron algunas más, pero todas sin éxito. Después de tantas derrotas, los cristianos decidieron ya no organizar más, dándole el gane a los musulmanes. Las cruzadas terminaron hasta 1270, aunque algunos historiadores sostienen que fue hasta 1798, cuando Napoleón Bonaparte expulsó a los caballeros hospitalarios de San Juan de Jerusalén establecidos en Malta. Los templarios, junto con otras órdenes militares se establecieron en Chipre, hasta que esta se rindió a los turcos.


El final de los templarios: la conspiración

Ahora los templarios ya no tenían razón de existir, pero aún así eran dueños de grandes riquezas en occidente y también de vastos territorios, con lo que consiguieron sostenerse hasta que pasó lo que los aniquilaría: la conspiración para detenerlos.

El que sería el último maestre de los templarios, Jaques de Molay, intentó en vano organizar otra cruzada para recuperar la tierra santa, pero ahora se había ganado un enemigo implacable, que sería el que llevaría a la orden a su final: Felipe IV el hermoso, rey de Francia.

La corona francesa estaba perdiendo su tesoro, por culpa de una administración no muy buena. Así que el rey Felipe el hermoso (llamado por sus contemporáneos “la hiena”) decidió con motivo del regreso de los templarios a Francia, urdir una conspiración en contra de estos para quitarles sus enormes riquezas. Y un viernes 13 (específicamente el 13 de octubre de 1307), fueron detenidos todos los templarios y fueron confiscados todos sus bienes, y el papa los privó de toda autoridad religiosa y riquezas, debido a una acusación de “la hiena” de herejía. Y los templarios fueron torturados por la inquisición para que confesaran de su herejía. Muchas veces la tortura era lo que hacía que los acusados dijeran lo que se quería escuchar, y por eso muchos explicaron que en las ceremonias de iniciación escupían sobre la cruz y se orinaban en ella, y que adoraban a una horrible cabeza de un demonio llamado Berfomet. Sería esto lo que llevaría a los templarios a la hoguera, a pesar de que en el expolio de sus propiedades no se encontró nunca ninguna cabeza del nombrado demonio.

Los últimos 4 templarios, incluido Jaques de Molay, fueron quemados en la hoguera mientras Felipe el hermoso los veía quemándose. Fue entonces cuando se dice que Jaques de Molay declaró que era inocente, a la vez que lanzaba una de las maldiciones más famosas de todos los tiempos: maldijo al rey Felipe el Hermoso y su descendencia, misma que se empezaría con la muerte (bastante dolorosa) del papa Clemente V supuestamente de dolores en el vientre que los médicos jamás pudieron curar, y de Felipe el hermoso, que ocho meses después se caería de su caballo y moriría en dolorosa agonía, se terminó de cumplir la maldición, mucho tiempo después, cuando la cabeza de Luis XVI fuera cercenada por la guillotina, durante la revolución francesa.


Esoterismo templario: 

La arquitectura gótica

No se sabe si los templarios fueron realmente herejes, aunque hay una hipótesis que formula que si lo fueron. Se trata de la arquitectura que ellos pusieron en práctica en sus iglesias, el estilo gótico.

Dos cosas van relacionadas con la historia de los templarios, una son las cruzadas, y la otra, la introducción de la arquitectura gótica en los países cristianos. Todo el mundo ha oído hablar de Las Cruzadas, pero no todos saben que los templarios fueron, junto a los hospitalarios, muy importantes en el desarrollo de las mismas. Todo el mundo ha oído hablar de los templarios, pero pocos saben que fueron, los verdaderos financieros de las construcciones catedralicias. Mediante la financiación de las cofradías de albañiles (masones) o la creación de otras, en las que los secretos aprendidos en Tierra Santa eran divulgados a los artesanos, vinculados así de forma indisoluble a la orden. Y de hecho, con el proceso que aniquiló a los templarios, un gran numero de albañiles se negaron a construir para el rey de Francia y emigraron a otros países de Europa, especialmente a Alemania. Su historia se desarrolla entre los siglos XII y principios del XIV.

Desde su fundación en Jerusalén en 1118 hasta la detención de su último maestre, un viernes y trece de 1307, financiaron numerosas iglesias, catedrales y castillos en toda Europa y a lo largo de todo el camino de peregrinaje, levantadas, las primeras, en lugares especialmente escogidos por sus propiedades telúricas que les llevaba desde la Europa cristiana hasta su destino en Tierra Santa. Los especialistas que levantaban estas iglesias por orden de los templarios se hicieron llamar compañeros constructores. Se reunían en logias, igual que los masones, con reglamentos internos y rituales de recepción e iniciación de aprendices, en donde se transmitía de forma oral, el conocimiento secreto sobre el arte y ciencia de la construcción, que comprendía aspectos materiales, intelectuales y místicos. En resumen, los templarios no intervinieron nunca directamente en su construcción, sino más bien, fueron los que las financiaron.

En sus iglesias (cuyo más característico ejemplo es la catedral de Notre Dam, en Francia), se pueden apreciar efigies demoníacas (gárgolas) adornando estas construcciones, lo que hace suponer a algunos historiadores que tal vez las acusaciones de adoración al demonio fueran ciertas, aunque hasta la fecha no se ha demostrado tal cosa.

Sin duda los templarios siguen siendo, como en su época, protagonistas de varias leyendas. Las logias francmasónicas se consideraban descendientes de ellos y de su saber arcano, y muchos místicos, como el conde de Saint Germain, aseguran que los templarios eran seguidores de la reencarnación y que poseían grandes poderes místicos. Los nazis crearon a la policía secreta a la manera de los templarios, e incluso se decía que los templarios habían llevado a Alemania el Santo Grial, razón por la cual los nazis habían formado sociedades secretas, y de hecho los alemanes consideraban en ese tiempo que el Santo Grial no era una copa, sino la sangre pura de la raza aria.

Muchos misterios rodean a estos enigmáticos caballeros, pero sobretodo su heroísmo será recordado en las palabras de sus estandartes: Non nobis, Domine, sed Nomini tuo da gloriam (¡Nunca a nosotros, Señor, nunca a nosotros, sino que a ti sea toda la gloria!).


Fundación y orígenes del Temple cronológicamente.

El 15 de julio de 1099, la toma de Jerusalén puso fin a la Primera Cruzada (1096-1099) a petición del papa Urbano II.

Tierra Santa fue reconquistada pero los caminos para llegar a ella eran inseguros. Ataques, robos y asesinatos acechaban a los peregrinos que arriesgaban todo en su viaje.

Fue entonces cuando dos caballeros, Hugues de Payns y Geoffroy de Saint Omer decidieron ofrecerse al rei Balduino para contribuir con esta misión.

En 1115, otros nueve caballeros se unieron a ellos formando la cofradía de los "Pobres Caballeros de Cristo", todos bajo el emblema del "Beauséant", bandera rectangular dividida en dos cuadrados, uno negro y otro blanco.

El rey de Jerusalén puso a su disposición una parte de su palacio, construido sobre las ruinas del antiguo Templo de Salomón, de ahí se intuye el cambio de nombre por el de "Milites Templi Salomonis".

Hasta 1126 no se tienen noticias de ellos hasta que el conde de Champaña decide dejarlo todo, familia, posesiones y poderes, para ponerse al servicio de su antiguo vasallo, Hugues de Payns.

No obstante el papa Honorio II se negó a reconocer la cofradía sin el aval de las demás órdenes monásticas, de ahí que de Payns insistiera a Bernardo de Claraval, patrón del Císter, a que apoyara su causa y intercediera ante el papa.El resultado fue el "Elogio de la Nueva Caballería Templaria" y la celebración del concilio de Troyes, el 14 de enero de 1129.

En 1130 la Orden del Temple fue reconocida oficialmente por la más alta autoridad religiosa, lo que atrajo un gran número de caballeros dispuesto a abandonar los fastos y glorias para formar parte de la "caballería de Diós", convirtiéndose en frayles-guerreros al servicio de la cristiandad en la lucha contra los infieles, tanto en oriente medio como en la Península Ibérica, por donde el Islam amenazaba igualmente los reinos europeos.


CRONOLOGÍA

1096-1099 Primera Cruzada.

1118 Hugues de Payns y ocho caballeros se asocian con el objetivo de proteger a los peregrinos en Tierra Santa.

1120 La cofradía adopta el nombre de "Pobres Caballeros de Cristo".

1129 Fundación de la Orden del Temple el 14 de enero en el concilio de Troyes. Bernardo de Claraval redacta los "Elogios de la nueva caballería templaria".

1130 La Orden se convierte en el ejército regular del reino de Jerusalén.

1138 Primer hecho de armas en Tierra Santa: derrota en Teqoa frente a los turcos. Los templarios son exterminados.

1139 Omne datum optimum, bula del papa Inocencio II que dota a la Orden de numerosos y exclusivos privilegios.

1145 Nuevas bulas de Inocencio II, Milites templi y Militia Dei, entre estos nuevos privilegios se les permite construir castillos y oratorios propios.1148 Euvard des Barres, Maestre de la Orden, y sus templarios salvan al rey Luis VII en el monte Kadmos.

1153 Eugenio III les entrega la cruz roja sobre el hábito distintivo de la capa blanca.

Toma de Ascalón y muerte del Maestre Bernard de Trémelay y cuarenta de sus templarios.

1177 Ochenta templarios participan en la batalla de Montgisard, ganada a Saladino por Balduino IV, rey de Jerusalén.

1187 En la batalla de Hattin, ciento cuarenta templarios al mando de Gérard de Ridefort son hechos prisioneros y ejecutados por Saladino; Ridefort es perdonado.

1219 El 5 de noviembre, heroica participación de los templarios, al lado de los cruzados de Juan de Brienne, en la conquista de Damieta en el delta del Nilo.

1244 Desastre de la Forbie, el 17 de octubre, en el asedio de Gaza: de 348 templarios sólo escapan 36. Derrotas y conflictos en Tierra Santa, victorias sin precedentes en la Península Ibérica.

1250 El 8 de febrero, Guillaume de Sonnac, Maestre de la Orden, muere en la batalla de al-Mansura.

1254 Pérdida de la séptima cruzada a Tierra Santa. Gregorio X intenta fusionar las órdenes del Temple y el Hospital sin éxito ante las negativas del Maestre Jacques de Molay y el rey de Aragón.

1291 Caida de San Juan de Acre y pérdida definitiva de Tierra Santa, tras una última y desastrosa octava cruzada. Guillaume de Beaujeu muere en el asedio de Acre y la élite de la Orden es aniquilada.

1307 El 13 de octubre, detención de los templarios en toda Francia. El 24 de octubre es juzgado el Maestre Jacques de Molay.

1312 El 3 de abril, la bula Vox clamantis disuelve la Orden del Temple. Los bienes son transferidos a la Orden del Hospital. Concilio de Tarragona y abosulución de los templarios aragoneses.

1314 Acaba el proceso inquisitorial contra la Orden, el 18 de marzo, con la quema en la hoguera de los Maestres Jacques de Molay y Geoffroy de Charnay.


Templarios en el Reino y en la Corona de Aragón

Antecedentes:

El éxito de la Primera Cruzada se extendió rápidamente por los reinos de Europa. El mismo rey de Aragón, Pedro I, al frente de un numeroso grupo de caballeros hispanos, se disponía a marchar a Palestina, cuando el pontífice les recordó la obligación de defender su propia tierra de los almorávides.

El ideal cruzado llevó al rey Pedro I a sitiar Zaragoza. Antes de abandonar su asedio, en el mes de julio de 1101, fortificó a 5 kilómetros de Zaragoza el lugar de “Deus o vol” (hoy en día,Juslibol), grito de guerra cruzado.

La muerte de Pedro I en 1104 , dicen que de la tristeza que le produjo ver morir a sus dos hijos en 1103, hizo que su hermano, Alfonso I fuera coronado rey de Navarra y Aragón.


Alfonso I el Batallador, ¿fue templario?:

Alfonso I no estaba llamado a ser rey, ya que fue el segundo hijo del segundo matrimonio de su padre, el rey Sancho Ramírez con Felicia de Roucy. Es probable que en su juventud visitara a su familia materna al otro lado de los Pirineos, llegando a tener una fuerte amistad con los que luego serían sus aliados en los campos de batalla como su primo Rotrou II, conde de Perche, y de Gastón de Bearn. De entonces datan también las amistades con Castan y Lope Garcés Peregrino entre otros.

El ideal cruzado que vivió Alfonso I ya desde niño marcó toda su vida y trayectoria como rey. Todas las empresas del monarca estuvieron encaminadas a la toma de Tortosa y Valencia, desde donde podría embarcar sus tropas hacia Jerusalén. Este afán llevó a que más de 25.000 Km2 fueran reconquistados durante su reinado, ganándose el sobrenombre de “El batallador”.

Zaragoza (Al-Bayda, “La Blanca, La augusta”), pieza clave para conseguir sus objetivos, capituló el 18 de diciembre de 1118, después de que el Papa hubiera proclamado su conquista como una nueva cruzada en el Concilio de Toulouse (1118). A esta empresa contribuyeron caballeros llegados de la Primera cruzada, entre ellos Gastón de Bearn, que había participado en la conquista de Jerusalén. Por su inestimable ayuda, dirigiendo la construcción de máquinas de guerra, fue nombrado señor de Zaragoza por Alfonso I.

Es probable que en los contactos con Gastón de Bearn, el obispo Esteban de Huesca y Lope Garcés Peregrino (añadió a su denominación la de peregrino tras su estancia en Jerusalén) el monarca tuviera conocimiento de las actuaciones de los monjes guerreros en Palestina, ya que todos ellos habían participado en la Primera cruzada.

Fascinado por estas historias, el rey no dudó en imitar estos movimientos, fundando él mismo Órdenes similares en su reino. En 1122, fundó una Militia Christi, la Cofradía de Belchite, primera orden militar de España, a semejanza de la Milicia de Jerusalén, según carta del Arzobispo Guillermo de Aux, para someter a los sarracenos y abrir un camino a Jerusalén pasando el mar.

Los cofrades y sus bienhechores recibieron beneficios de cruzada. La Militia Christi tuvo otra base en la recién fundada ciudad de Monreal, fundada dos años más tarde que la de Belchite, en 1124. Posteriormente, se le asignó el castro de Belchite, por mano del rey Alfonso VII de Castilla en 1136, quien la llama Militia Caesaraugustana y confirmando a López Sanz como rector de la misma. Esta orden fue integrada en la Orden del Temple por la Concordia de Gerona en 1143.

Muertos frente al enemigo Gastón de Bearn y el Obispo Esteban el 24 de mayo de 1130, la viuda de Gastón, Talesa (prima carnal de Alfonso I), cumple la última voluntad de su marido: dejar a la milicia del Temple, para que pudiera proseguir la reconquista, todas las tierras que tenía en Zaragoza y en Sauvelade. Ya Lope Garcés Peregrino, junto con su esposa, había dejado parte de sus bienes para después de su muerte “al Altar del Santo Sepulcro” y “al hospital de Jerusalén” en 1120.


Gastón IV de Bearn: “el Cruzado”.

Gastón IV fue vizconde de Bearne desde 1090 hasta su muerte en 1131. También recibió los títulos de señor de Zaragoza, tras liderar la conquista de esta ciudad para Alfonso I de Aragón; señor tenente de Barbastro; tenente de Uncastillo y fue considerado ricohombre de Aragón, máxima de las grandezas nobiliarias de este reino.

Gastón era hijo de Céntulo V, al que sucedió. Se casó con Talesa de Aragón, vizcondesa de Montaner y prima del rey Alfonso I de Aragón. Su hermano menor Céntulo fue conde de la vecina comarca de Bigorra.

En 1095 se enroló en la Primera Cruzada, en el ejército del conde Raimundo IV de Tolosa. Fue ganando renombre a lo largo de la campaña hasta que en 1099, en el asedio de Jerusalén, fue encargado de construir y dirigir las máquinas de guerra que debían romper la defensa turca. Victoriosos los cristianos, Gastón fue uno de los primeros cruzados en entrar en la ciudad. Se dice que fue magnánimo con los vencidos y que trató de evitar las matanzas que finalmente se produjeron[cita requerida]. Volvió de Palestina en 1101. Esta experiencia le hizo pasar a la historia con el sobrenombre de «el Cruzado».

De regreso a Bearne, se dedicó a organizar sus dominios. Promulgó el fuero de la ciudad de Morlaas, su capital, y lanzó numerosas construcciones a lo largo de las diferentes rutas jacobeas que atravesaban su territorio, entre ellas la catedral de Lescar, la iglesia de Santa María de Olorón y el hospital de peregrinos de Somport.

Mantuvo una relación estrecha con el vecino Reino de Aragón, por aquel entonces similar al vizcondado de Béarn en tamaño, poder, economía y lengua. Aparece citado como señor de Barbastro en 1113. De su larga y activa colaboración con el rey Alfonso I, el máximo hito fue la conquista de Zaragoza a los musulmanes en 1118. El vizconde de Béarn fue uno de los líderes principales de la toma de la ciudad y el rey le recompensó nombrándolo señor de Zaragoza. Gastón organizó y repartió las nuevas tierras, privilegiando a sus vasallos bearneses.

Siguió realizando campañas militares junto a los aragoneses. Participó en la Batalla de Cutanda (1120) y, entre 1125 y 1126, en una gran expedición que le llevó hasta Andalucía. En 1131 murió a manos de los musulmanes, que pasearon su cabeza triunfalmente por Granada.

Su olifante, se conserva hoy día en el museo de la Basílica del Pilar de Zaragoza, donde fue enterrado su cuerpo decapitado.

Según la tradición, el corazón de Gastón de Bearn está enterrado en el lugar donde pisan los fieles para venerar la columna del Pilar.

Gastón fue sucedido al frente del vizcondado de Bearne por su joven hijo Céntulo VI, ejerciendo Talesa la regencia. Fiel a su ideal caballeresco, Gastón legó todas sus tierras en Aragón a la recientemente fundada Orden del Temple. Esto probablemente sirvió de inspiración a Alfonso I de Aragón, que en su testamento también legó sus pertenencias, incluido su reino, a las Órdenes Militares de Tierra Santa (hospitalarios,templarios y caballeros del Santo Sepulcro).

Alfonso I, preocupado por su sucesión, dictó su primer testamento en el asedio de Bayona en octubre de 1131, e hizo que lo firmaran y acataran la mayor parte de los tenentes del reino. Este testamento fue confirmado el 4 de septiembre de 1134, tres días antes de su muerte.


Penetración de La Orden del Temple en La Corona de Aragón.

Testamento de Alfonso I.

"…Para después de mi muerte, dejo como heredero y sucesor mío al Sepulcro de Señor que está en Jerusalén y a los que lo custodian y sirven allí a Dios; y al Hospital de los pobres de Jerusalén; y al Templo de Salomón con los caballeros que vigilan allí para defender la cristiandad. A estos tres les concedo mi reino. También el señorío que tengo entoda la tierra de mi reino y el principado y jurisdicción que tengo sobre todos los hombres de mi tierra, tanto clérigos como laicos, obispos, abades, canónigos, monjes, nobles, caballeros, burgueses, rústicos, mercaderes, hombres, mujeres, pequeños y grandes, ricos y pobres, judíos y sarracenos, con las mismas leyes y usos que mi padre, mi hermano y yo mismo tuvimos y debemos tener." Fragmento del Testamento de Alfonso I.

La derrota de Fraga y la muerte de Alfonso I produjeron un pánico excepcional en Aragón. La línea fortificada de separación con los musulmanes retrocedió en algunos puntos hasta donde se encontraba en el siglo XI.

Era impensable que las Órdenes militares pudieran ponerse al gobierno de los reinos de Navarra y Aragón, además de que el testamento de Alfonso I era contrario a las normas jurídicas navarro-aragonesas, ya que las tierras de Aragón, Pamplona, Sobrarbe y Ribagorza eran patrimoniales, por lo que debían pasar a la familia del difunto. Tan solo podía disponer de los acatos como era el caso del Regnum Caesaraugustanum, territorio equivalente al de la antigua taifa de Zaragoza. Por otro lado, perjudicaba también los intereses de la nobleza, ya que chocaba con el usus terrae.

Hay que recordar que el primer testamento data de 1131 y la Orden del Temple recibió sus estatutos en 1128 con lo que sorprende hasta qué punto las cruzadas marcaron la vida del monarca al testar a favor de instituciones tan nuevas. Al igual que el resto de órdenes beneficiadas por el testamento eran extranjeras, no nombró herederas a las órdenes que él mismo había fundado.

El primer resultado de este testamento fue la fragmentación definitiva entre los reinos de Navarra y Aragón. Los navarros se apresuraron a proclamar rey a García Ramírez, descendiente de la monarquía histórica pamplonesa. Por otro lado los aragoneses coronaron a Ramiro II. Dada su condición de monje, para lograr el reconocimiento de los nobles, tuvo que buscar a alguien que ejerciera en su nombre. Los esponsales de su hija Petronila de tan solo dos años con el Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV solucionaron el problema.

Ramón Berenguer IV adoptó el título de príncipe de Aragón (el de rey lo mantuvo Ramiro II hasta su muerte) y se apresuró a pactar con las Órdenes beneficiadas por el testamento de Alfonso I.

La Orden del Temple fue la más beneficiada, quizá porque el propio Ramón Berenguer IV se había adherido a la orden, al igual que lo había hecho su padre, Ramón Berenguer III, quien había sido el primer caballero templario de la península Ibérica.Mediante la Concordia de Gerona (27 de noviembre de 1143), el Temple renunció a sus derechos a la tercera parte del reino de Aragón a cambio de los castillos de Monzón, Mongay, Chalamera, Barberá, Remolinos y la promesa de Corbins (cuando fuera conquistado) y otros muchos privilegios como la promesa de entregarles la quinta parte de las tierras arrebatadas a los musulmanes. En el mismo acuerdo, la Milita Christi o Militia Caesaraugustana, que había recibido el castro de Belchite, de manos de Alfonso VII, fue incorporada al Temple.La concordia fue ratificada mediante Bula de Eugenio III (30 de marzo de 1150)7 y luego por el papa Adriano IV en 1151..


Asentamiento de los templarios en la Corona de Aragón

Una vez asentados en Aragón, los templarios participaron activamente tanto en la reconquista como en la defensa de las fronteras. Junto con las tropas de Ramón Berenguer IV Conde de Barcelona y príncipe de Aragón sitiaron Tortosa, colaboraron en la ocupación de Lérida y dirigieron el sitio del castillo de Miravet. En Miravet los musulmanes contaban con un rivat o rábita, combatientes islámicos encerrados en un convento fortificado dispuestos a morir antes que a rendirse, al que debe su nombre M´ravit (algunos historiadores creen que estos rivat pudieron ser el precedente de los monjes guerreros cristianos).

Por todas estas actuaciones fueron generosamente recompensados, recibiendo varias posesiones entre las que destaca el castillo de Miravet. Las donaciones, por los servicios prestados, de Ramón Berenguer IV continuaron a lo largo de su vida. A su muerte (1162) se puede afirmar que los templarios estaban plenamente asentados en el reino de Aragón, participando activamente en la vida política del mismo.

Alfonso II, rey de Aragón y conde de Barcelona, continuó desde el año 1163 la ofensiva aragonesa en la margen derecha del río Ebro, conquistando la mayor parte de las actuales tierras turolenses. La colaboración decisiva de los templarios en estas conquistas es nuevamente agradecida por la monarquía aragonesa, recibiendo compensaciones económicas y posesiones como el castillo de Orta de San Juan.

No obstante, Alfonso II, al igual que lo hiciera su antecesor Alfonso I, insistió en formar una milicia netamente aragonesa. Así que cedió al Conde Rodrigo el Señorío de Alfambra, donde fundó en 1174 la Orden de Montegaudio. Esta nueva milicia, que contó pronto con bienes incluso en Palestina, recibió importantes donaciones por parte del monarca aragonés. En 1188 se unirá a la del Hospital del Santo Redentor, fundada en Teruel por Alfonso II, conociéndose como Orden del Santo Redentor de Alfambra. Incorporaron también a sus dominios Castellote y en 1194 el monarca les cedió el desierto deVillarluengo.

Sin embargo, Alfonso II aprobó en 1196 que todas las posesiones en Aragón recibidas por la Orden de Monte Gaudio pasaran al Temple. Todas estas nuevas posesiones fortalecieron el poder del Temple en la frontera con el reino moro de Valencia. La acción de los monjes guerreros fue decisiva para asegurar la defensa del Reino de Aragón frente a los ataques valencianos.

Alfonso II tuvo un destacado papel en el Midi francés, incorporó a la corona el condado de la Provenza en 1166 y posteriormente ocupó Niza, donde numerosos señores languedocianos le prestaron fidelidad y homenaje.

En el reinado de Pedro II ”El católico”, los fondos de la Corona estaban agotados con lo que recurrió con frecuencia a préstamos tanto de judíos, como a reyes vecinos y templarios para armar sus expediciones. Los vasallos del Midi francés imploraban la protección del rey de Aragón frente a los ataques de los cruzados convocados por el papa Inocencio III para poner fin a la herejía albigense.

La invasión almohade hizo necesaria la intervención de Pedro II, que acudió a la ayuda deAlfonso VIII de Castilla junto con un ejército formado por gentes ultrapirenaicas, aragonesas y catalanas. Es probable que en esta expedición acudieran templarios aragoneses, pero no hay constancia documental.

Pedro II regresó de la batalla de las Navas como gran vencedor. El aumento de su fama hizo que sus vasallos del Midi francés imploraran con más fuerza su presencia ante la masacre que estaban realizando los cruzados al mando de Simón de Montfort. Esta situación colocó a los templarios aragoneses entre la espada y la pared: por un lado la lealtad a su rey y por otro su voto de obediencia al Papa.

Los templarios no acompañaron a Pedro II a la defensa de sus vasallos del Midi. No obstante, tras la tragedia de Muret (1213) donde perdió la vida, acogieron a su herederoJaime I tras negociar con el Papa. Este fue instruido por los templarios en el castillo de Monzón. De esta manera se truncaba la posibilidad de lograr la consolidación de los territorios ultrapirenaicos de la Corona de Aragón.


Castillo de Monzón

El castillo de Monzón es un castillo-fortaleza situado en la población del mismo nombre, provincia de Huesca es de origen árabe del (Siglo X)


EL CASTILLO. SU HISTORIA

La gran mole arquitectónica descansa sobre solemne roca terciaria. Al parecer, aquí estuvo la ceca ibérica Mansha y, según muchos autores, la Tolous del Itinerario de Antonino. Durante la musulmanización fue una fortaleza muy conflictiva, alabada por los autores árabes, sobre todo, Al Razzis y Al Udri. Por sorpresa o traición, fue reconquistada por Sancho Ramírez y su hijo, el infante-rey Pedro I (1089), colocando la cabecera del reino de Monzón, capilla real de San Juan (con restos), palacio y ceca, con moneda propia. El Cid pasó por esta fortaleza pactando con sus valíes. Entre sus célebres señores, citamos a Ramiro, casado con la hija del Cid y poseedores de la Tizona,(la espada del Cid) que los templarios custodiarán dentro de la fortaleza; hijo de Ramiro y Cristina fue el futuro rey de Navarra y señor de Monzón, García Ramírez.

En 1143 fue entregada a los templarios, quienes transformaron la fortaleza en convento, con edificios de estilo militar cisterciense, la capilla, el refectorio y su cisterna (en restauración), los dormitorios, las cárceles de la Encomienda; la torre árabe, a modo de opus spicatum (siglo X) fue habilitada para mansión del comendador.

El Castillo llegó a ser cabecera de una amplia encomienda con 28 poblaciones del Valle del Cinca y Litera. Jaime I fue aquí educado por los templarios (agosto de 1214 a junio de 1217). Tras la caída del Temple, fue oscureciéndose con la posesión sanjuanista y diversos señores, sufrió violentos cercos durante las guerras de 1642, Sucesión e Independencia, siendo remodelado en su aspecto actual y convertido en cuartel de artillería hasta 1892.

En las últimas décadas, el Castillo ha adquirido especial relevancia para todos los montisonenses. En el año 1984, el Ayuntamiento creó el puesto de Guía-Vigilante, y al año siguiente el Centro de Estudios de la Historia de Monzón y Comarca (CEHIMO) puso en marcha un campo de trabajo de diez años de duración y una excavación arqueológica que ininterrumpidamente e viene repitiendo los últimos años. Por su parte, el Patronato de Cultura y Turismo es miembro de la Ruta del Temple DOMUS TEMPLI y está trabajando duro para mejorar día a día el monumento.


SALA CAPITULAR-REFECTORIO

Es el edificio que produce mayor impresión de tosquedad de todo el conjunto. Todo parece indicar que se levantó sobre los cimientos de una construcción anterior.

Es un gran rectángulo de 35 x 12 m., cuya nave cubierta de cañón apuntado causa gran impresión castrense por su desnudez y capacidad.

Albergada en el grosor del muro, bajo una gran hornacina que forma una corta bóveda de cañón, se abre la boca del pozo que da al aljibe; dos canales en el interior del edificio bajan desde el techo a través del muro, recogiendo así el agua de la lluvia. Utilizada de Sala Capitular-Refectorio, fue desde el siglo XVII muy modificada para su aprovechamiento de cuartel, abriéndose muchos huecos para ventanales ya restaurados. En la actualidad, este impresionante edificio sirve como auditorio, salón de congresos y exposiciones.

TORRE DEL HOMENAJE

Probablemente construida entre los siglos IX-X, está edificada en mampostería dispuesta al modo opus spicatum, encadenada en sillar. La torre fue el último refugio de los defensores de la fortaleza. La puerta original está situada en alto. En la restauración llevada a cabo recientemente han reconstruido las dos ventanas de ajimez de los lados SO y NE. La torre alberga una colección de reproducciones de láminas antiguas del Castillo y de diferentes piezas recogidas en las sucesivas excavaciones.


DORMITORIOS

De basamento anterior, este sobrio edificio fue construido por la Orden del Temple (siglo XII). Serviría de alojamiento a los monjes militares. De dos plantas y sótano, del cual parte un subterráneo que, según la tradición, tenía su salida en el río Cinca.


TORRE DE JAIME I (Cárceles de la Encomienda)

Torre llamada de Jaime I por ser ésta la que, según la tradición, albergó al príncipe Jaime durante su estancia en el Castillo con los caballeros templarios. De planta trapezoidal, este edificio construido en el siglo XII por los Templarios, sirvió de cárcel durante su dominación (1143-1308). Posee dos plantas y una terraza. A la planta baja se accede por el cuerpo de guardia adosado al edificio en la última remodelación militar.


CABALLERIZAS

Su denominación actual es debida a su última utilización como tal durante la permanencia de las distintas guarniciones militares, aunque a lo largo de la historia, ha tenido distintos usos tales como almacén de armas, calabozo y refugio en la Guerra Civil española. Durante muchos años alojó un museo etnológico.


TEMPLO

Orientado de Este a Oeste, su ábside proyectado hacia el acantilado hace función de torreón. Construido en el siglo XII por los Templarios, presenta gran cantidad de elementos románicos a la par que alguna influencia gótica. La cabecera es al interior románica, semicircular y cubierta con cuarto de esfera.

En el centro del ábside se abre una gran trampa en el suelo por donde desciende un subterráneo abierto a golpe de pico a través de la roca, el cual tenía tres salidas. Al exterior, el ábside es poligonal en semihexágono. Es importante mencionar su puerta lateral sur con dovelas de temática goda y su puerta principal que alberga un sencillo crismón en una de las molduras que estuvo decorada con tema de ovas.


Jaime I y los Templarios de Monzón

La batalla de Muret supondrá el hito más importante de la corta historia del estado feudal denominado Corona de Aragón. No solo por el desastre que supuso en la cúpula de poder, pues hasta el propio rey Pedro II moriría en batalla, sino porque supondría, a la sazón, que los reyes aragoneses, en lo sucesivo, girarían el timón del barco expansionista cuarenta y cinco grados en dirección al levante y al Mediterráneo, rompiendo con la tradición de expansión ultrapirenaica. El devenir histórico de los siguientes quinientos años de la Corona no se entendería sin el resultado decisorio de la batalla.

Los señores del Midi francés, vasallos del rey Pedro, mancillados por la acusación de la herejía cátara, serán combatidos a partir de 1209 por el rey francés y el papa Inocencio III, de la mano de Simón IV de Montfort, quien había roto las negociaciones e instado al pontífice a que declarase nuevamente la cruzada contra la herejía cátara. El rey Pedro se vio en la disyuntiva de proteger a sus vasallos o someterse a los designios papales, a quien, a su vez, el propio monarca se había infeudado (desde que su antepasado Sancho Ramírez le rindiera homenaje). Eligió, quizás, la opción de buen señor, pero declinó la de buen vasallo.

El desastre supuso la consumación de una política fallida y de una administración catastrófica, que puso el futuro de la Corona en entredicho.

Su hijo Jaime, niño y heredero, se mantenía preso en Carcassone en manos de su vencedor, pues Simon de Montfort había tomado al niño como rehén a cambio de la palabra de su padre de no intervenir. Palabra que, como hemos visto, sabía que no iba a cumplir acaso antes de darla.

Tras el desastre, una delegación de aragoneses y catalanes viajó a Roma para solicitar al papa Inocencio III que intercediese para que el niño fuera devuelto y, de esa forma, restablecer la línea de sucesión; aquella delegación sabía lo que hacía, pues el reino estaba dividido y enfrentado; los nobles, a falta de cabeza de gobierno, se habían alzado en aras de mayores prebendas señoriales. Tras su devolución, y dada su minoría de edad, el niño fue confiado al cabildo templario de Monzón junto a su primo Ramón Berenguer de Provenza, de su misma edad, en cuya encomienda y castillo residía la sede general de la Orden del Temple en Aragón y Cataluña. Sin duda, esta decisión tenía una doble premisa: por un lado, la facción partidaria de la sucesión real veía en los templarios la mejor opción para inculcarle al joven Jaime los valores propios del rey, del caballero y del cristiano en que se convertiría; por otro, qué mejor que un cabildo templario para defender al travieso mocoso de todos los peligros que le acechaban, pues las facciones opositoras planeaban secuestrarlo o acabar con su corta vida.

Sea como fuere, los tres años que el joven rey residió en el castillo de Monzón, de 1214 a 1217, fueron fundamentales para la educación del pequeño. Y no cabe sino a la historia remitirse para constatarlo.


Últimos años y caída de la Orden del Temple en la Corona de Aragón

Pedro III, hijo de Jaime I, sucedió a su padre en 1237. La conquista de Sicilia (1282), feudo de la Santa Sede, provocó la excomunión del mismo, la puesta en entredicho de sus reinos y la cesión de éstos a la Corona de Francia. Los templarios, de nuevo, se veían ante una difícil situación: la obediencia al Papa o la fidelidad a la Corona de Aragón, que tan generosa había sido con ellos. Oficialmente no se opusieron a la voluntad papal, pero sirvieron fielmente a Pedro III. Dirigidos por Berenguer de Sanjust (Comendador de Miravet), los templarios catalanes y aragoneses protegieron el reino contra los invasores junto al ejército de Pedro III, a pesar de que estos venían contra la Corona Aragonesa en nombre del mismo Papa.

Tras la acción relámpago del estado francés (octubre de 1307) contra los templarios y las confesiones bajo tortura de sus miembros detenidos por delitos como: ritos idolátricos, sodomía y prácticas blasfemas, el papa Clemente V ordenó a los príncipes cristianos el arresto de todos los miembros de la Orden del Temple.

En principio, Jaime II, rey de Aragón desde 1291, se negó a las pretensiones del monarca francés "Han sido siempre fieles a nuestro servicio reprimiendo a los infieles.” No obstante, cambió al poco de postura iniciando el proceso contra los templarios en la Corona de Aragón. Algunos castillos como el de Peñíscola se rindieron sin apenas resistencia. Otros, sin embargo, se apresuraron a tomar las armas para defender su inocencia.

La fortaleza de Cantavieja resistió el asedio de las tropas reales desde enero hasta agosto de 1308, solicitando finalmente el indulto de los sesenta defensores de la misma. Castellote, el castillo de Villel, la Alfambra y Miravet, que capituló en diciembre, fueron cayendo ante el ejército real. Tan sólo quedaba Monzón, donde la situación de su castillo le confería un carácter inexpugnable. El 24 de mayo de 1309 se rendía el castillo de Monzón tras haber agotado sus defensores sus fuerzas.

Las crónicas de los Jueces de Teruel nos informan de estos hechos:

• En esti año fue destruido el Temple et el Papa Juan XXII dio la sentencia en Viana et fizieron estrado et vestidos de duelo porque destruian tan alta orden et fueron vestidos de maregas; aquel año fueron sobre Villel et todos los otros lugares de los templerosdestruidos et cercados. (versión AHT, la más tardía).

El 22 de mayo de 1312, el papa Clemente V decretó la abolición de la Orden del Temple. Poco después reconoció la posibilidad de juzgar a los consejos provinciales de la Orden por separado, a excepción de Francia.

Los templarios de la Corona de Aragón fueron encontrados inocentes el 7 de julio de 1312 en el Concilio de Tarragona. Sus posesiones pasaron a la Orden del Hospital, excepto las posesiones del Temple en Valencia, donde se creó la Orden de Santa María de Montesacon el objeto de defender la frontera del reino.




Para conocer más sobre el tema:

  LOS CABALLEROS DE CRISTO.

El Temple en la historia 

Remontémonos en el tiempo hasta finales del siglo X. Los cristianos se habían puesto en camino para dirigirse en peregrinación hacia los lugares donde estaban enterrados los santos. Estos últimos habían intercedido sin duda en favor de los hombres y Dios había acabado dejándose conmover aplazando la destrucción prevista para el año 1000. Uno de los más eficaces debía de haber sido Santiago, quien, en Compostela, atraía a miles de hombres y de mujeres que abandonaban su familia, su trabajo, dejándolo todo para ir a rezarle en ese lugar de Galicia donde la tierra termina. Se había estado muy cerca de la catástrofe definitiva, y las hambrunas del año 990 eran la prueba de ello. Se había evitado lo peor, y se conocía la forma: preciso era que los hombres emprendieran una y otra vez el camino, que los monjes orasen, que todos hicieran penitencia. ¿No convenía ir más lejos, llevar a cabo la peregrinación última, la única verdaderamente merecedora del viaje de una vida? O sea, ir a los lugares en donde el hijo de Dios había sufrido para redimir los pecados de los hombres: Jerusalén. Unas multitudes cada vez más numerosas se pusieron en camino hacia Jerusalén. La ciudad pertenecía a los califas de Bagdad y de El Cairo que dejaban libre acceso a estos peregrinos. Pero todo cambió cuando los turcos se apoderaron de Jerusalén en 1090. Al comienzo, se limitaron a vejar a los cristianos, desvalijándoles a veces, infligiéndoles una humillación tras otra, obligándoles a adoptar actitudes contrarias a su religión. Paulatinamente, la situación se agravó: hubo ejecuciones, torturas. Se habló de peregrinos mutilados, abandonados desnudos en medio del desierto. Desde Constantinopla el emperador Alejo Conmeno había dado la señal de alarma.


Liberar Jerusalén 

Occidente se conmocionó. Era intolerable que se diera muerte a los peregrinos. No se podían dejar los lugares santos en manos de los infieles. Pedro el Ermitaño, que había presenciado en Jerusalén verdaderos actos de barbarie, regresó totalmente decidido a sublevar a Europa y a poner a los cristianos en el camino de la cruzada. Por lo que respecta a los señores, se notaba más prudencia en su actitud. Más sensatez, sin duda, pero era también porque tenían más que perder: las tierras dejarían de estar protegidas, los bienes podían atraer la codicia ajena, etc. El 27 de noviembre de 1095, el papa Urbano II predicó ante un concilio provincial reunido en Clermont. Proclamó: «Todo el mundo debe hacer renuncia de sí y cargar con la cruz». El soberano pontífice veía también en ello una oportunidad para meter en cintura a esos laicos que se revolcaban en la lujuria o se dedicaban al bandidaje. Ir a liberar Jerusalén sería la vía de salvación. Sin embargo, los cruzados no eran unos santos que digamos. A su paso, habían saqueado, violado, hasta el punto de que algunos cristianos orientales se vieron obligados a buscar refugio entre los turcos: era el colmo. Tampoco en Jerusalén se comportaron con particular caridad. Habiéndose refugiado numerosos musulmanes en la mezquita de Al-Aqsa, los cruzados los desalojaron y causaron una verdadera hecatombe.


El reino latino de Jerusalén

Sobre esta bases se fundó el reino latino de Jerusalén. Además del reino de Jerusalén, que abarcaba del Líbano al Sinaí, se fueron creando paulatinamente otros tres estados: el condado de Edesa al norte, medio franco, medio armenio, fundado por Balduino de Bolonia, hermano de Godofredo de Bouillon; el principado de Antioquía, que ocupaba la Siria del norte; y, por último, el condado de Trípoli. Godofredo fue reemplazado por Balduino I. La conquista se había materializado, pero ahora se trataba de conservar y de administrar los territorios ganados. Era preciso conservar las ciudades y las plazas fuertes, velar por la seguridad de los caminos. El enemigo estaba vencido, pero no eliminado. Se fundaron unas órdenes encargadas de misiones diversas. Hubo, entre otras, la Orden Hospitalaria de Jerusalén en 1110, la Orden de los Hermanos Hospitalarios Teutónicos en 1112 y la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (futuros templarios) en 1118, siendo rey de Jerusalén Balduino II. El nombre de la Orden del Temple no le fue dado hasta el año de 1128 con ocasión del concilio de Troyes, que codificó su organización. Muy pronto las donaciones se revelaron cuantiosas, el reclutamiento fue en aumento y cuando el primer gran maestre, Hugues de Payns, murió en 1136 y fue reemplazado por Robert de Craon, la Orden del Temple era ya coherente. Tres años más tarde, Inocencio III revisó algunas modalidades de la Regla y le concedió al Temple unos privilegios exorbitantes. En 1144 Edesa fue recuperada por los musulmanes, lo que llevó a la organización de la segunda cruzada, predicada por san Bernardo en 1147 mientras la Orden del Temple seguía su proceso de adaptación y desarrollo. Durante todo este tiempo, los templarios estuvieron prácticamente presentes en todas las batallas. En 1281 Felipe III, llamado el Atrevido, que había sucedido a san Luis en el trono de Francia, se extinguió, dejando su puesto a Felipe IV el Hermoso. Seis años más tarde, con la derrota de San Juan de Acre, en el curso de la cual el gran maestre de la Orden del Temple, Guillermo de Beaujeu, fue muerto, Tierra Santa se perdió y fue evacuada. Los templarios se replegaron a Chipre. En 1289, Jacobo de Molay se convirtió en gran maestre de la orden. Como veremos, sería el último gran maestre. Organizó un año más tarde una expedición a Egipto, pero fue un fracaso: el reino latino de Jerusalén se había acabado para siempre. Felipe el Hermoso se enfrentó violentamente al papa Bonifacio VIII, que le excomulgó en 1303. El soberano pontífice murió ese mismo año. En 1305, su sucesor, también en pésimas relaciones con Felipe el Hermoso, murió envenenado y el rey de Francia nombró papa a un hombre con el que había llegado a unos acuerdos: Bertrand de Got, que reinó bajo el nombre de Clemente V. Ese mismo año se lanzaron unas acusaciones de extrema gravedad contra la Orden del Temple. Éstas tomaron la forma de denuncias hechas ante el rey de Francia. Acusaciones dudosas, pero realizadas en el momento oportuno: la orden inquietaba, ahora que su poderío no iba a ejercerse ya en Oriente. En 1306, Felipe el Hermoso, siempre falto de dinero, expulsó a los judíos del reino de Francia, no sin antes haberles expoliado de sus bienes y de haber hecho torturar a algunos de ellos. En 1307 hizo apresar a todos los templarios del reino y para ello eligió la fecha del 13 de octubre. El 17 de noviembre el papa consintió en reclamar su arresto en toda Europa.


La herencia esotérica de los templarios 

Todas las sociedades que han practicado la búsqueda del saber, en cualquier época y en cualquier país, se han comportado del mismo modo. Por un lado han mostrado un rostro acorde con el poder establecido y han seguido más o menos las normas de conducta vigentes allí donde estaban asentadas: ha sido su lado exotérico. Por otro, han creado en torno suyo una barrera infranqueable, tan imposible de trasponer que, muy a menudo, ha sido incluso ignorada por los que convivían con ellos. La orden militar templaria nació –exotéricamente– con toda la garantía de acatamiento a la Iglesia y a los principios del cristianismo; en apariencia incluso con una pátina de fe y de pobreza más firme que muchas otras órdenes monásticas conocidas, reconocidas y veneradas. Hasta el momento mismo de su disolución, en que se les acusó de todos los pecados habidos y por haber, fueron un modelo de cristiandad, reconocido tanto por monarcas como por obispos y clérigos. Todo se hizo con una absoluta garantía de ortodoxia; la misma que habría de regir los ciento setenta y nueve años de existencia del Temple. El mismo Bernardo de Clairvaux, que había sido el inspirador de la regla, escribiría personalmente para la orden de los caballeros de Cristo una Exortatio ad milites Templii en la que se les aconsejaba cristianamente sobre su doble comportamiento, en tanto que soldados y miembros de una comunidad religiosa. Si repasamos fríamente la aparente ortodoxia templaria comprobamos que hay demasiados puntos en los que la regla y el comportamiento oficial de los caballeros de Cristo se condicionaron a una simbología arcaica, ya de por sí sospechosa de trascender los estrictos preceptos del gobierno eclesial. Y aún más: sus normas religiosas de conducta contienen detalles que proclaman, sin más, un sincretismo que supera ampliamente la estricta observancia del ritual del cristianismo. Se ha escrito mucho sobre la eventual heterodoxia templaria y sobre los fines secretos y ocultistas de la orden. Muchas de las observaciones que se han hecho obedecen, sin un propósito explícito, a la justificación de una determinada actitud de la Iglesia y, sobre todo, del papa Clemente V, que permitió la extinción de los monjes guerreros del templo de Salomón. Sin embargo, por encima de apreciaciones sectarias, por encima incluso de justificaciones apasionadas o de visiones estrictamente racionalistas, se unen muchos motivos en una amalgama que sólo una explicación simbólica –trascendente y sincrética y, por tanto, heterodoxa– podría aclarar. 1) Los templarios mandaron realizar, a lo largo de su existencia, no menos de cinco traducciones del Libro de los Jueces, que es, sobre todo a través del Canto de Débora, una de las obras cumbres del simbolismo bíblico. Allí surgen, por primera vez en la Biblia, los abrevaderos de la sabiduría del Grial. El libro de los Jueces es, convenientemente estudiado, una de las grandes cumbres del pensamiento bíblico y, posiblemente, de las religiones universales. 2) La misión oficial que se impusieron a sí mismos los caballeros del Temple fue la custodia de los peregrinos que habrían de visitar los lugares santos de la cristiandad. Estos lugares, circunscritos en principio al ámbito de Tierra Santa, se ampliaron enseguida al camino de Santiago, prácticamente creado en su versión cristiana por los monjes benitos. Pero la peregrinación, en abstracto, era ya por sí sola una marcha –siempre simbólica– por el camino del saber trascendente. Más allá de sus supuestos fines penitenciales queda en los caminos una serie de indicios que marcan en el tiempo auténticas gradaciones del conocimiento y la iniciación, que el peregrino debe superar con su intuición del símbolo o con su personal sabiduría. 3) La casa madre de los templarios, en París, concedida por el rey Luis VI por intercesión directa de Bernardo de Clairvaux en 1137, estaba enclavada en la inmediata proximidad de la iglesia dedicada a la veneración de los hermanos gemelos Protasio y Gervasio, herederos ortodoxos de toda una tradición esotérica basada en el signo astrológico de Géminis. 4) Las fortalezas construidas por los templarios contenían, desde su misma planta, una serie de elementos estructurales que –no por casualidad– coincidían con toda una manifestación numerológica mágica de la realidad trascendente del edificio. Así sucedía con las torres octogonales (2 x 4) que a menudo presidían las construcciones o los campanarios levantados bajo su directa influencia. Así sucedía con los lados dados a los castillos (24 = 2 x 3 x 4) y hasta con el número de torres (12 = 3 x 4) que solían flanquearlos. Había una indudable identificación entre la cruz templaría y la concepción general de los edificios. Había igualmente una indudable preocupación astronómica que ligaba íntimamente las casas templarias a toda la tradición zodiacal y astrológica heredada de los magos caldeos a través de las reglas esotéricas de los sufíes musulmanes y de los cabalistas judíos. Pero seamos prudentes, regresemos momentáneamente al menos a los caminos trillados de la ortodoxia. ¿Lo sabían ustedes? Pues bien, y de esto no cabe la menor duda, los buenos caballeros del Temple, los guardadores de caminos de peregrinos, los protectores de canteros y de constructores, fueron unos auténticos maestros en el manejo de la letra de cambio inventada por los mercaderes venecianos y genoveses. Lo hacían del siguiente modo: un viajero deseaba efectuar un viaje de peregrinación o de negocios, se ponía en contacto con los templarios y depositaba en su encomienda más cercana el dinero que calculaba necesitar en su desplazamiento. Los templarios, contra ese dinero, le hacían entrega de un documento mediante el cual el viajero tenía la posibilidad de recuperar por tiempos sus fondos según fuera necesitándolos, en cualquier casa templaria de su camino y en la moneda de curso legal de cada tierra. El documento era personal, de modo que, al menos en teoría, quedaba garantizada la seguridad de la fortuna depositada contra cualquier tipo de robo o de suplantación. Métodos como éste, con el añadido de las rentas, de los legados y de las donaciones que hacían muchas veces los nuevos miembros, pusieron a los monjes del Temple en situación de ser la potencia económica más fuerte de Europa y de todo el Mediterráneo. Con el dinero de la orden –no olvidemos que sus miembros hacían voto de pobreza personal– llegaron a dominar prácticamente la economía de los reinos cristianos de Oriente, y a ser los dueños efectivos, en competencia con genoveses y venecianos, del comercio marítimo mediterráneo. La fortuna económica templaria –se dice– llegó a ser extraordinaria, y sobre ella se ha hecho toda clase de especulaciones, desde la afirmación –gratuita e improbable– de que poseían un secreto alquímico, hasta la sospecha –ya más fundada– de que lograron poner en explotación, con la ayuda de mineros germanos, las minas romanas de Coume-Sourde. Sólo se trata de suposiciones para justificar unos bienes que serían la única excusa para explicar su poder y las virtudes de su administración.


 La meta secreta de los templarios

En su actuación peninsular, lo económico jugó también para los templarios un papel preponderante ya desde el principio de su asentamiento. La producción y la venta de sal en el reino de Aragón estuvo prácticamente en sus manos. No hubo acción guerrera en la que intervinieran sin la promesa o la esperanza de un beneficio económico o territorial. En este sentido, al margen de los fines expresados en su regla, se comportaron exactamente igual que cualquier otro grupo armado, nacional o feudal. En sus posesiones se atribuyeron siempre el derecho de recaudar impuestos locales, sin tener que dar cuenta a nadie, ni siquiera al rey, ni a las autoridades eclesiásticas superiores, porque el Temple no reconocía en la realidad ningún poder por debajo del papa. Sin embargo, hay más de leyenda que de auténtica realidad en la supuesta fortuna fabulosa del Temple. O al menos hay que pensar que, jugando de nuevo las significantes del símbolo, todo cuanto se ha dicho respecto a los tesoros templarios va encaminado más hacia la pista de un tesoro interior –ficticio o real– que a un hipotético supercapital económico. Es cierto, absolutamente cierto, que la orden poseyó muchos bienes. Prescindiendo de los datos proporcionados por los estudios realizados en Francia, las actas del concilio de Salamanca nos revelan que sólo en el reino de Castilla poseían 12 conventos y 24 bailías. Por su parte, Forey da una lista de 36 castillos o conventos templarios en los países que formaban parte de la corona de Aragón en el siglo XIII. Ahora bien, comparándolo con los bienes que por entonces tenían en Castilla o en Aragón, o en Portugal, las otras órdenes religiosas, ¿significa realmente una tan gran potencia económica todo ese cúmulo de posesiones? Cuando la orden tenía oportunidad de adquirir dinero líquido se apresuraba a invertirlo en nuevos territorios previamente elegidos. Es así como cabe suponer que pudieron comprar en 1303 las tierras de Culla a Guillén de Anglesola por medio millón de sueldos jaqueses. Poco tiempo antes, según lo notifican los documentos, el gran maestre Jacobo de Molay había regresado de Chipre con todos los fondos de la orden en Oriente. Estos fondos fueron destinados a la adquisición de nuevos bienes; y a los templarios de Aragón pudo tocarles esto como a los de Francia les permitió la compra de nuevas tierras en el valle del Ródano, en Tréveris y en el Beaucaire. Las encomiendas templarias eran de dos tipos: las hubo dedicadas al cultivo y a la cría de ganado. Otras, situadas en lugares más apartados y más inhóspitos, fueron centros iniciáticos de la orden; enclaves en los que muy probablemente se entregaron a la experiencia esotérica. Con las primeras ensayaron –con éxito, mal que les pesara a los señores feudales y a los reyes– un tipo de convivencia social nuevo, liberalizando a los hombres de la tierra con vistas a la experiencia futura de un gobierno universal que nunca pudieron siquiera proyectar. En las segundas prepararon a los escogidos de la orden para alcanzar un conocimiento que estaba precisamente allí, presente y escondido a la vez, en el mismo recinto de la encomienda o en sus proximidades. En sus establecimientos ciudadanos buscaron también conscientemente la proximidad, la vecindad de los barrios judíos. Sucedía así en Ponferrada, en Gerona, en Aracena, en Valencia, en Mallorca. Este ha sido uno de los indicios que han hecho afirmarse a muchos historiadores sobre los fines económicos y comerciales del Temple. Era muy fácil la asociación: los judíos dedicados a los negocios, a la usura y al cobro de tributos. Junto a ellos, los templarios, banqueros y, ocasionalmente también, almojarifes de las rentas reales. Sin embargo, hay al menos una circunstancia que conduce a pensar en otras razones, una circunstancia que yo veo como fundamental a la hora de calibrar realidades y razones comerciales y económicas de los templarios, una circunstancia en la que intervienen nuevamente –aunque parezca mentira– las razones simbólicas. «Tu alma ha sido pesada y ha sido encontrada falta de peso». Podría tratarse de una frase pronunciada por cualquier Shylock shakespeariano, ¿no es cierto? Una libra de carne, una libra de alma, ¿qué más da? Y, sin embargo, sí da. Porque se trata de una de las citas del Libro de los Muertos egipcio; la pronuncia el dios Toth, el Hermes helenizado por los seguidores de la magia esotérica egipcia. Pongamos atención: Toth Hermes, el gran maestro del saber y de los primeros conocimientos alquímicos –el Hermes Trismegisto de la «Tabla de Esmeralda»–, pasó sin esfuerzo al panteón romano de amplias fauces y fue adoptado sin solución de continuidad como divinidad olímpica entre los latinos. Y César, al conquistar la Galia céltica, encontró una divinidad que fácilmente identificó con ese Mercurio importado de las creencias orientales. Sin embargo, con uno u otro nombre, ese dios era Lug, el ser superior de los ligures precélticos, el maestro de todos los saberes, imposible de convertir en figura o en imagen antropomórfica. No volvamos ahora sobre él, sino sobre sus formas a través del tiempo. El cristianismo lo convirtió, a través de la Biblia, en san Miguel Arcángel, también pesador de almas y buscador y luchador incansable contra las fuerzas demoníacas negativas. San Miguel fue devoción templaria y benedictina a lo largo del siglo XII, se le dedicaron en la península más iglesias que a ningún otro santo y fue siempre advocación agraria en la Rioja, en el Ampurdán, en Navarra, en Castilla, y fue protector tanto de las almas de los muertos como de aquellos que se le encomendaron en vida buscando el conocimiento ancestral. Hermes-Mercurio-Toth tiene en su mano un caduceo compuesto por una lanza rodeada de serpientes. Era su símbolo de poder, de trasmutación, de mensaje. Y, ¡atención!, en lengua vasca Hermes es el mensajero, y su símbolo, el caduceo, es la vara misteriosa y mágica. Una lengua neolítica, la más antigua conocida en el occidente europeo, la que aún emplea palabras líticas para designar instrumentos metálicos, conoce a Hermes y le define precisamente por su función estricta. Y Hermes-Mercurio-Toth es heredero onomástico de Lug, el todopoderoso e innombrable, el vencedor de las serpientes, el ayudante de Perseo cuando el héroe ha de vencer a Medusa, prestándole sus «sandalias» aladas. La herencia de ese Lug fue seguida, paso a paso, por los templarios a través de Mercurio y bajo la advocación de su heredero cristiano san Miguel, que también pesa las virtudes y los pecados para determinar el destino de los muertos. Pero Mercurio-Hermes es, como lo fue antes Lug, divinidad activa, no ociosa. Y el no-ocio es en lenguaje inmediato el negocio. El comercio, en su sentido más amplio. El tesoro templario existía, y en realidad aún existe. Sólo que no se trata de un tesoro de monedas y piedras preciosas, ni de vasos materialmente valiosos. Es otro tipo de tesoro, simbólico como tantos otros símbolos ocultistas que el pueblo ha trasmitido sin conocer el significado exacto de las palabras. Es significativo, tanto en la orden del Temple como en otros muchos aspectos de la historia oculta, que lo que los investigadores no han querido nunca reconocer lo ha proclamado sin más el pueblo y la tradición secular. Naturalmente, todo lo que el pueblo ha afirmado –o casi todo– ha sido sistemáticamente desmentido por los investigadores, por falta aparente de pruebas materiales o de documentos. Pero en estos casos no se ha tenido en cuenta algo muy importante en la tradición esotérica: que en ella los saberes, las prácticas, las órdenes, y en general las enseñanzas, se han trasmitido siempre oralmente, lo cual imposibilita que puedan hallarse documentos escritos que jamás existieron. Sin embargo, hay algunos indicios que son, a mi modo de ver, esclarecedores de los fines ocultistas de los templarios. Son indicios que sobrepasan incluso con creces la fecha de su extinción, y que se dan precisamente en los lugares donde estuvieron asentados. Son, por ejemplo, un muy determinado tipo de imágenes religiosas que pueden considerarse como herencia críptica legada por los caballeros del Temple, utilizada simbólicamente por los monjes que ocuparon los lugares que fueron suyos. 


Los secretos del Templo de Salomón

Todo es un misterio en los inicios de la Orden. El primer enigma, que no el más importante, es la personalidad de su fundador. Por lo general, se le conoce como Hugues de Payns. En efecto, generalmente se cree que había nacido en Payns, a un kilómetro de Troyes, en torno a 1080, en el seno de una noble familia emparentada con los condes de Champaña. Era señor de Montigny y habría sido incluso oficial de la Casa de Champaña, puesto que su firma figura en dos importantes actas del condado de Troyes. Por la familia de su madre, era primo de san Bernardo. El hermano de Hugues de Payns habría sido abad de Sainte-Colombe de Sens. Casado, Hugues habría tenido un hijo al que algunos autores hacen abad de Sainte Colombe, en lugar de su hermano. En resumidas cuentas, sabemos muy pocas cosas de este caballero llamado Hugues de Payns. Se han propuesto otras hipótesis en cuanto a los orígenes de la familia. Se le han encontrado, entre otros, antepasados italianos en Mondovi y en Nápoles. Para algunos su nombre real habría sido Hugo de Pinós y habría que buscar su origen en España, en Bagá, en la provincia de Barcelona, lo cual estaría documentado por un manuscrito del siglo XVIII conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid. También la fundación de la orden comporta muchas zonas oscuras. Remitámonos en primer lugar a la versión oficial tal como la transmiten los cronistas de la época. «Algunos caballeros, amados de Dios y dedicados a su servicio, renunciaron al mundo y se consagraron a Cristo. Mediante solemnes votos pronunciados ante el patriarca de Jerusalén se comprometieron a defender a los peregrinos contra los ladrones, a proteger los caminos y a servir de caballería al Señor de los Ejércitos. Observaron la pobreza, la castidad y la obediencia. Al comienzo no fueron más que nueve quienes tomaron tan santa decisión, y durante nueve años sirvieron con hábitos seglares y se vistieron con lo que los fieles les daban de limosna. El rey, sus caballeros y el señor patriarca se sintieron llenos de compasión por aquellos nobles hombres que lo habían abandonado todo por Cristo, y les concedieron algunas propiedades y beneficios para subvenir a sus necesidades, y para las almas de los donantes. Y porque no tenían iglesia ni morada que les perteneciera, el rey les dio albergue en su palacio, cerca del Templo del Señor. El abad y los canónigos regulares del Templo les dieron, para las necesidades de su servicio, un terreno no lejos de palacio, y por dicha razón se les llamó más tarde templarios». Pero ¿acaso no eran muy pocos nueve caballeros para guardar los caminos de Tierra Santa? Cabe imaginar, sin duda, que cada uno de ellos debía de contar con algunos hombres, pajes de armas o escuderos. Esto era algo muy habitual aun cuando no se hiciera mención de ello. Lo que no quita que los comienzos fueron muy modestos y que los primeros templarios no debieron de poder desempeñar la misión a la que se suponía se habían consagrado. Prácticamente desprovistos de medios, no podían hacer gran cosa. La lógica hubiera querido que tratasen de reclutar más hombres a fin de cumplir mejor su misión. Era indispensable. Y sin embargo, no hicieron nada de eso. Evitaron incluso cuidadosamente, durante los primeros años, que su pequeña tropa aumentara. Todo ello es algo que no se sostiene y el papel de policía de caminos se revela, en tales condiciones, como una mera tapadera para enmascarar otra misión que debía permanecer secreta. Tal vez gracias a la llegada de Hugues de Champaña comprendamos un poco mejor lo que sucedió. En 1104, tras haber reunido a algunos grandes señores, uno de los cuales estaba en estrecha relación con el futuro templario André de Montbard, Hugues de Champaña partió para Tierra Santa. Tras volver rápidamente (en 1108), había de regresar en 1114 para tomar el camino de vuelta a Europa en 1115, y hacer donación a san Bernardo de una tierra en la que éste mandó construir la abadía de Clairvaux. En cualquier caso, a partir de 1108, Hugues de Champaña había mantenido importantes contactos con el abad de Citeaux: Étienne Harding. Ahora bien, a partir de dicha época, aunque los cistercienses no fueron habitualmente considerados como hombres consagrados al estudio –al contrario que los benedictinos–, he aquí que se pusieron a estudiar minuciosamente algunos textos sagrados hebraicos. Étienne Harding pidió incluso la ayuda de sabios rabinos de la Alta Borgoña. ¿Qué razón había para generar un entusiasmo tan repentino por los textos hebraicos? ¿Qué revelación se suponía que aportaban tales documentos para que Étienne Harding pusiera de esta manera a sus monjes manos a la obra con la ayuda de sabios judíos? En este contexto, la segunda estancia de Hugues de Champaña en Palestina pudiera interpretarse como un viaje de verificación (cabe imaginar que unos documentos encontrados en Jerusalén o en los alrededores fueron traídos a Francia). Tras ser traducidos e interpretados, Hugues de Champaña habría ido entonces ya en busca de una información complementaria, ya a comprobar el fundamento de las interpretaciones y la validación de los textos. Por otra parte, sabemos el importante papel que había de desempeñar san Bernardo, protegido de Hugues de Champaña, en la política de Occidente y en el desarrollo de la Orden del Temple. Le escribió a Hugues de Champaña, respecto a su voluntad de permanecer en Palestina: «Si, por la causa de Dios, has pasado de ser conde a ser caballero, y de ser rico a ser pobre, te felicitamos por tu progreso como es justo, y glorificamos a Dios en ti, sabiendo que éste es un cambio en beneficio del Señor. Por lo demás, confieso que no nos es fácil vernos privados de tu alegre presencia por no sé qué justicia de Dios, a menos que de vez en cuando gocemos del privilegio de verte, si ello es posible. Lo que deseamos sobre todas las cosas». Esta carta del santo cisterciense nos demuestra hasta qué punto los protagonistas de esta historia están vinculados entre sí y por lo tanto son capaces de conservar el secreto en el cual trabajan. Además, el propio san Bernardo está él mismo muy interesado en algunos antiguos textos sagrados hebraicos. En cualquier caso, parece que Hugues de Champaña hubiera considerado las revelaciones lo suficientemente importantes como para justificar su instalación en Palestina. Entró en la Orden del Temple y no abandonó ya Tierra Santa, donde murió en 1130. ¿Quién querrá hacernos creer que repudió a su mujer y lo abandonó todo simplemente para guardar caminos con gentes que no querían que nadie les prestara ayuda? Habría que ser verdaderamente ingenuo, por más que se considere que la fe puede ser motivo de muchas renuncias. ¿No se trataba más bien de ayudar a los templarios en la verdadera tarea que les había sido confiada y que Hugues de Champaña tenía buenas razones para conocer? Todo iba a acelerarse. La Orden del Temple no fue creada oficialmente hasta 1118, es decir, veintitrés años después de la primera cruzada, pero no fue hasta 1128, el 17 de enero, cuando la orden recibió su aprobación definitiva y canónica por medio de la confirmación de la Regla. Cabe pensar que los documentos verosímilmente traídos de Palestina por Hugues de Champaña (que los había descubierto sin duda en compañía de Hugues de Payns) no dejaban de tener relación con el emplazamiento que posteriormente fue asignado como alojamiento de los templarios.


El Templo de Salomón 

El rey de Jerusalén, Balduino, les concedió como alojamiento unos edificios situados en la antigua ubicación del Templo de Salomón. Bautizaron el lugar como alojamiento de San Juan. Había sido preciso desalojar a los canónigos del Santo Sepulcro que Godofredo de Bouillon había instalado primero allí. ¿Por qué no se buscó más bien otra morada para los templarios? ¿Qué necesidad imperiosa había para ofrecerles por albergue dicho lugar concreto? La razón, en cualquier caso, no tiene nada que ver con la policía de caminos. Reconstrucción artística del Templo de Salomón. El subsuelo estaba formado por lo que se conocía como las caballerizas de Salomón. El cruzado alemán Juan de Wurtzburgo decía que eran tan grandes y maravillosas que se podía albergar en ellas a más de mil camellos y mil quinientos caballos. Sin embargo, se las destinó íntegramente para los nueve caballeros del Temple que se negaban en principio a reclutar a más gente. Las desescombraron y las utilizaron a partir de 1124, cuatro años antes de recibir su Regla y de dar comienzo a su expansión. Pero ¿únicamente las utilizaban como caballerizas o se practicaban en ellas discretamente excavaciones? Y, en tal caso, ¿qué estarían buscando?

Uno de los manuscritos del Mar Muerto encontrado en Qumran y descifrado en Manchester en 1955-1956 citaba gran cantidad de oro y de vajilla sagrada que formaban veinticuatro montones enterrados bajo el Templo de Salomón. Pero en la época de los templarios, tales manuscritos dormían en el fondo de una cueva y, aun cuando podamos imaginar la existencia de una tradición oral a este respecto, cabe pensar que las búsquedas se enfocaron más bien hacia textos sagrados o hacia unos objetos rituales de primera importancia que hacían vulgares a los tesoros materiales. ¿Qué pudieron encontrar en aquel lugar y, antes que nada, qué se sabe respecto a este Templo de Salomón del que tanto se habla? Al margen de las leyendas, muy poca cosa: ningún rastro identificable por los arqueólogos, sino básicamente unas tradiciones transmitidas a lo largo de los siglos y algunos pasajes de la Biblia. Fue sin duda edificado hacia el año 960 antes de Cristo, al menos en su forma primitiva. Salomón, que deseaba construir un templo a mayor gloria de Dios, había establecido unos acuerdos con el rey fenicio Hiram, que se había comprometido a proporcionarle madera (de cedro y de ciprés). Éste le enviaría también trabajadores especializados: canteros y carpinteros reclutados en Guebal, donde los propios egipcios tenían por costumbre reclutar a su mano de obra cualificada. Fragmento del Muro de las Lamentaciones. De fondo se puede observar la Cúpula de la Roca. Pero cuando los templarios se instalaron en su emplazamiento, no quedaba ya del Templo más que un fragmento del Muro de las Lamentaciones y un magnífico pavimento casi intacto. En su lugar se alzaban dos mezquitas: Al-Aqsa y la mezquita de Omar. En la primera, la gran sala de oración fue dividida en habitaciones para servir de alojamiento a los templarios. Ellos añadieron nuevas construcciones: un refectorio, bodegas y silos.


El Arca de la Alianza

Los templarios parecen haber hecho en esos lugares interesantes descubrimientos. Si bien la mayor parte de los objetos sagrados habían desaparecido en el momento de las diversas destrucciones, y principalmente durante el saqueo de Jerusalén por Tito, hubo uno que, aún habiéndose volatilizado, no parecía haber sido sacado de allí. Ahora bien, había sido para albergar dicho objeto por lo que Salomón hizo construir el Templo: el Arca de la Alianza que guardaba las Tablas de la Ley. Una tradición rabínica citada por Rabbí Mannaseh ben Israel (1604-1657) explica que Salomón habría hecho construir un escondrijo debajo del propio Templo, a fin de poner a buen recaudo el Arca en caso de peligro. Este Arca se presentaba bajo la forma de un cofre de madera de acacia de dos codos y medio de largo (1,10 m) por un codo y medio de ancho (66 cm), y otro tanto de alto. Tanto interior como exteriormente, las paredes estaban recubiertas de panes de oro. El cofre se abría por arriba mediante una tapa de oro macizo encima de la cual figuraban dos querubines de oro batido que estaban uno enfrente del otro, con las alas replegadas y tendidas la una hacia la otra. Tenía unas anillas fijas, que permitían introducir unas barras –recubiertas también de oro– para transportar el Arca. Por último, sobre la tapa, entre los querubines, había una chapa de oro. Este kapporet estaba considerado por los judíos como el «trono de Yavé». Se hace referencia a él en el Éxodo, donde Yavé dice a Moisés: «Allí me revelaré a tí y desde lo alto del propiciatorio, del espacio comprendido entre los dos querubines». ¿Qué quiere decir esto? No queda más remedio que clasificarlo dentro del misterioso epígrafe de los objetos llamados de culto cuya función nos es desconocida. Los querubines alados parecen sugerir unos «hombres voladores», unos «ángeles» intermediarios entre los hombres y los dioses. Nos abstendremos por nuestra parte de dar cualquier parecer acerca de esta cuestión, pero tampoco nos atreveríamos a rechazar a priori ninguna hipótesis, toda vez que no se ha aportado ninguna explicación totalmente convincente, y no resultará sin duda fácil explicar por qué el Arca estaba construida a modo de un condensador eléctrico. Como ya hemos dicho, no parece que el Arca hubiera sido robada con ocasión de alguno de los diferentes saqueos o por lo menos, de ser cierto, fue recuperada, según los textos. Su desaparición por medio de un robo habría dejado numerosos rastros, tanto en los textos como en la tradición oral.


Louis Charpentier nos recuerda 

«Cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén, no se hace ninguna mención al Arca entre el botín. Hizo quemar el Templo en 587 antes de Cristo». A Charpentier no le cabe ninguna duda acerca de ello: el Arca permaneció en su sitio, oculta bajo el Templo, y los templarios la descubrieron. Pensemos también en la construcción del Templo que Salomón confió al maestro Hiram. El arquitecto, según la leyenda, murió a manos de unos compañeros celosos a quienes había negado la divulgación de determinados secretos. Como consecuencia de la desaparición de Hiram, Salomón envió a nueve maestros en su busca. Nueve maestros, como los nueve primeros templarios, en busca del arquitecto de los secretos.


Satán prisionero

Examinemos aún otra posibilidad, por más descabellada que ésta sea. Según el Apocalipsis de san Juan, desde que fuera derrotado y expulsado del cielo con los ángeles caídos, Satán está encadenado en los abismos. Ahora bien, afirma la tradición que este abismo tiene unas salidas y que éstas se hallan obturadas. Una de ellas se encontraría precisamente sellada por el Templo de Jerusalén. El alojamiento de los templarios habría estado así situado en un lugar de comunicación entre diferentes reinos, característica común con la del Arca de la Alianza. Era un punto de contacto tanto con el cielo como con los Infiernos: uno de esos lugares sagrados siempre ambivalentes, consagrados tanto al bien como al mal. En suma, un ámbito de comunicación ideal del que los templarios se habrían convertido en guardianes. Asimismo se cuenta que el Templo de Salomón había estado precedido en ese emplazamiento por un templo pagano consagrado a Poseidón. Ahora bien, se ignora a menudo que Poseidón no se convirtió en dios del mar más que tardíamente. Con anterioridad, tenía rango de Dios supremo y no fue sino con la llegada a Grecia de los indoeuropeos cuando Zeus se hizo con el liderazgo de las divinidades. Poseidón había sido, desde los tiempos de los pueblos pelasgos, el Dios creador, demiurgo que tenía un vínculo privilegiado con las aguas madres saladas. Era el gran sacudidor de las tierras, señor de las potencias telúricas y, en ciertos aspectos, próximo a Satán. Los templarios encargados de custodiar los lugares por los cuales Satán habría podido evadirse de la prisión que le fue atribuida en la noche de los tiempos es algo que le parecerá sin duda grotesco a más de un lector moderno, pero que sería conveniente resituar en las creencias de la época. Y luego, nunca se sabe… Tanto más cuanto que Salomón hizo también erigir unos santuarios para unas «divinidades extranjeras». Consagró en particular unos templos a Astarté, «la abominación de los sidonios» y a Milkom, «el horror de los amonitas». El «dios celoso» de Israel debió de sufrir por ello. ¿No hacía con ello Salomón sino ceder a las presiones de sus numerosas concubinas extranjeras? Si actuó así para halagarlas, ¿qué no haría en recuerdo de la reina de Saba, cuyo reino sin duda podemos situar en el Yemen? Los dioses del país de Balkis, en su mayor parte, olían fuertemente a azufre.


¿Qué encontraron allí?

En resumen, puede considerarse como una certeza casi absoluta el hecho de que Hugues de Payns y Hugues de Champaña descubrieron documentos importantes en Palestina entre 1104 y 1108. Estos hallazgos estuvieron sin duda en la base de la constitución del grupo de los nueve primeros templarios y deben ser vinculados a la decisión de darles por residencia el emplazamiento del Templo de Salomón. Allí, efectuaron excavaciones. No era cuestión, en esta fase, de aumentar sus efectivos, por obvias razones de secreto. Sus búsquedas debieron de llevarles a encontrar algo realmente importante, al menos a sus ojos. A partir de ese momento, la política de la orden cambió. ¿Qué habían encontrado? ¿El Arca de la Alianza? ¿Una manera de comunicarse con potencias exteriores: dioses, elementos, genios, extraterrestres u otra cosa? ¿Un secreto concerniente a la utilización sagrada y, por así decirlo, mágica de la arquitectura? ¿La clave de un misterio ligado a la vida de Cristo o a su mensaje? ¿El Grial? ¿El medio de reconocer los lugares donde la comunicación, tanto con el cielo como con los Infiernos, es facilitada, aún a riesgo de liberar a Satán o a Lucifer? Uno diría estar frente a una narración de H. P. Lovecraft, ciertamente. Pero tales cuestiones, por más que no sean racionales, se plantean imperiosamente en el contexto de la época. 

Todo el trabajo ha sido extraído del libro, La otra historia de los templarios, de Michel Lamy.


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