miércoles, 25 de junio de 2014

13/ LA CORONA DE ARAGÓN: SIGLOS XIV-XV





El Siglo XIV.


El siglo XII terminó con aquel espléndido reinado de Alfonso I, en el que la Corona de Aragón comprendía desde Aspe al Ebro y al Ródano; al comenzar el XIII continuaba esa extensión territorial, que hacía de Aragón una potencia limítrofe de Francia e Italia, de Castilla y de los moros velencianos.

Durante ese siglo se conquistan las Baleares y Valencia, se pone el pie en Sicilia y se hace alarde de poder en Tunez, pero se ha perdido lo de más allá del Pirineo; esta cordillera sirve de límite, porque hasta ella llega Francia. La política de Meroveo, la de Carlomagno, alcanza su triunfo con el Capeto Luis IX.

La Corona de Aragón, en virtud de esa pérdida, quedó más que aislada, separada del mundo; perdió el contacto con Europa, porque la frontera con ésta entró en la categoría de las llamadas muertas. Ningún acontecimiento de la Europa central o de Italia pudo llegar a los dominios aragoneses directamente sino de rechazo, y todas las ideas hubieron de penetrar en ellos tardías y desfiguradas.

La evolución política fué desde entonces absolutamente interna; no influyeron en ella otros pueblos; la influencia extraña es condición del progreso.

Si Castilla hubiera sido país de amplios horizontes y sin fronteras, el daño hubiera sido menor; pero Castilla era país más cerrado aún que el aragonés; sentíase segura de los moros y no se preocupaba de ellos, salvo si los africanos venían en auxilio de los andaluces.

Dos unidades políticas encerradas en un mismo territorio, como dos individuos recluídos en una misma prisión, necesariamente había de acabar o riñendo o entendiéndose. He aquí la razón de la historia de Aragón y de Castilla desde el siglo XIV, es decir, desde el tratado de Corbeil y del período de medio siglo de reacción contra la política por él establecida.



Jaime II  "El Justo".


Jaime II de Aragón, "el Justo", (Nació en Valencia, el 10 de abril de 1267 y murió en Barcelona, el 2 de noviembre de 1327. Fue rey de Aragón, de Valencia y conde de Barcelona entre 1291 y su muerte, y rey de Sicilia entre 1285 y 1302. Ostentó los títulos honoríficos de Portaestandarte, Almirante y Capitán General de la Santa Iglesia Católica.

No es la historia de un país la biografía de sus reyes o príncipes, pero hay reyes y príncipes que por sus dotes positivas influyen más que otros en los destinos de sus pueblos y son encarnaciones de una política, a su vez expresión de un ideal. Fué uno de estos reyes Alfonso el Batallador, lo fué Ramón Berenguer IV, lo fué don Jaime I; en los comienzos del siglo XIV lo fué Jaime II, cuya política se ajustó tanto a las exigencias de la nueva vida aragonesa, que fué la seguida hasta los Reyes Católicos, sin él proponérselo ni quererlo, pero conducido por ideas propias muy probablemente adquiridas fuera de España.


El hombre

Fué Jaime II el hijo segundo de Constanza de Sicilia y de Pedro III de Aragón; con su madre fué a Sicilia en cuanto la isla estuvo pacificada y, destinado a reinar en ella, en ella se quedó, sorprendiéndole allí la muerte de su padre y luego la de su hermano. Aunque regresó a España muy joven y sin casar, vino con las ideas ya formadas y con la cultura adquirida; su instrucción fué muy esmerada; manejaba muy bien el catalán y el castellano, sabía el latín para entender Tito Livio, sentía gran afición a las ciencias y las artes y gustaba de rodearse de sabios; en esto aventajó a todos los reyes anteriores y posiblemente no le igualó ninguno de los posteriores, ni el que algunos llaman Sabio, Alfonso V.


España según Jaime II

Este rey aragonés es el primero que invoca España como patria común de cuantos vivían en ella; antes de él, al menos en sus dominios, la voz España significaba el país ocupado por los moros; cuando los Alfonsos VI y VII de Castilla y el primero de Aragón se titulan emperadores de España, emplean este nombre como expresión geográfica o se refieren a la parte que aún ocupaban los musulmanes, dando a entender que se consideraban ya sus dueños; los eruditos del tiempo aquel lo usan en uno de estos sentidos, sin sentirse ellos españoles; hacen de ella el uso que los europeos hacemos de la voz Europa.

Ambas acepciones tenían su abolengo; el de expresión geográfica venía de los romanos; el de país ocupado por los musulmanes tenía sus raíces en los tiempos ibéricos. España fué la tierra de Sevilla; en ella o en sus cercanías se fijaron los fenicios y cartagineses, los cuales comunicaron el nombre a los romanos, pero el pueblo de la Península, fraccionado y disgregado en las comarcas en que naturalmente se divide España, siguió en cada una llamándose con un nombre propio y llamando España a la región del Guadalquivir. En la época goda se vacila entre los significados de Península y Andalucía; al venir los moros y establecerse en Sevilla se pierde el primero y se afirma el segundo y España es el país sometido a España, es decir, a los valíes, emires y califas que tienen su corte en Sevilla y Córdoba.
Ningún monarca ni castellano ni aragonés se había llamado de España ni considerado español; cuando más, se habia visto en la Península como los actuales europeos se ven en Europa, sin abdicar por esto de su nacionalidad ni ver en Europa su patria; Jaime II es el primero que se considera español, es decir, compatriota de todos, de Fernando IV y de don Dionís, y ve en la Península la patria común de los peninsulares.


La Reconquista, ideal nacional de Jaime II

Firme en esta convicción, se propuso desde que pisó suelo español concordarse con los demás españoles para reanudar la empresa nacional por excelencia, la Reconquista.

Es este impulso efecto de su educación: para el rey de Aragón era vergonzoso que ante los ojos mismos de los reyes de España se rindiese culto a Mahoma; tenía en este punto otras ideas que el común de los españoles, pero las mismas que los extranjeros. Creían aquéllos que la guerra con los moros no era de religión, sino de reconquista; éstos, en cambio, no veían más motivo de guerra que el religioso; por esto acusaban a los españoles de tibios en la fe y de luchar por intereses materiales, con abandono de los espirituales.

Esto no era verdad: los españoles luchaban por los dos ideales, el cristiano y el patriótico, pero daban preferencia al segundo sobre el primero, conservando los recuerdos de los tiempos de la invasión, aquellos en que la religión no era móvil, sino la recuperación de la patria perdida; los extranjeros, acostumbrados a la lucha con los mahometanos por tales mahometanos, y detentadores de la Tierra Santa, veían así también la guerra de España, y se escandalizaban de las tolerancias españolas con los musulmanes vencidos, de sus amistades con los independientes y de que les permitieran vivir junto a ellos.
Jaime II, pensando como estos extranjeros, puso por encima del móvil patriótico el religioso, y dió o intentó dar a la Reconquista aquel carácter.


Reinado de Jaime II y la expansión por el Mediterráneo.

Segundo hijo de Pedro III y de su esposa Constanza II de Sicilia, de su madre heredó el reino de Sicilia en 1285. Derrotó a su competidor Carlos de Anjou, cuyas fuerzas navales fueron deshechas en más de un encuentro por el almirante Roger de Lauria, nacido en la Basilicata italiana y al servicio de Jaime II. Conquistó parte de Calabria y las islas del golfo de Nápoles.

En 1291 recibió también la Corona de Aragón, al morir sin descendencia su hermano Alfonso III, y se alió con el rey de Castilla con una alianza matrimonial casándose con la hija de este Isabel de Castilla. Dicha unión fue solo civil al ser frustrada por el Papa a causa de la consanguinidad de los prometidos. No tuvo descendencia dicho matrimonio dado que no llegó a consumarse; la novia en el momento de la boda tenía ocho años de edad. Tras la muerte de su suegro, el rey Sancho IV de Castilla en 1295, este primer matrimonio del monarca aragonés quedó definitivamente anulado.

Intentó obtener una alianza con el sultán Khalil en 1292, pero al disminuir las amenazas exteriores, la dejó sin ratificar.

En 1296 iniciaría una contienda con Castilla, aprovechando la minoría de edad de Fernando IV y los conflictos entre sus regentes, sin declaración de guerra, para conquistar el Reino de Murcia. Alicante sería la primera ciudad en caer en el mes de abril, y tras ella Elche, Orihuela, Guardamar del Segura y Murcia. En 1298 tomaría Alhama de Murcia y Cartagena y el 21 de diciembre de 1300 finalizaba la contienda con la conquista de Lorca. Por la Sentencia Arbitral de Torrellas (1304) y el Tratado de Elche (1305) se firmaría la paz con Castilla, devolviéndole la mayor parte del Reino de Murcia a excepción de los territorios al norte del río Segura, quedando las comarcas de Alicante, Orihuela y Elche en posesión del Reino de Valencia.

Su dominio sobre Sicilia había sido contestado por el Papado y los Anjou, por lo que Jaime se avino finalmente a ceder la isla al papa a cambio de los derechos sobre Córcega y Cerdeña y la cesión de la isla de Menorca a Jaime II de Mallorca, por el Tratado de Anagni (1295). Sin embargo, su hermano menor Fadrique o Federico, al que había nombrado gobernador de Sicilia, se negó a abandonar el dominio de la isla y resistió eficazmente la campaña militar de Jaime II para arrebatársela aunque finalmente fue derrotado en 1299. Ese mismo año se reforzó el pacto mediante la boda de Jaime II con Blanca de Anjou, hija de Carlos de Anjou.

Federico fue reconocido como rey de Sicilia por la paz de Caltabellota (1302).

Terminada aquella contienda, Jaime conquistó Cerdeña (1323-1325), que quedó así incorporada a la Corona de Aragón, a pesar de la oposición de Génova y Pisa y de múltiples rebeliones locales posteriores.

Esta política de expansión en el Mediterráneo se completó con un acuerdo con Castilla para repartirse las respectivas zonas de influencia en el norte de África. Para ello selló una alianza con Sancho IV, las (Vistas de Monteagudo, 1291), quien ayudó a la Corona de Aragón a intensificar su presencia en Túnez, Bugía y Tremecén a cambio del correspondiente apoyo contra los franceses.

Jaime II organizó también una expedición a Oriente bajo el mando de Roger de Flor, concebida para librar al reino de la presencia de las peligrosas compañías militares conocidas como los «almogávares» (1302).

Intentó rescatar a los templarios peninsulares (especialmente a fray Dalmau de Rocabertí, submariscal de la orden) caídos en la expugnación de la isla y fortaleza de Arwad (septiembre de 1302). Para ello, envió una serie de embajadas, las primeras (1304-1305 y 1306-1307) llevadas a cabo por Eymeric de Usall, que llegó a traer consigo a Barcelona al "ustadar" (una especie de primer ministro de temas económicos y militares en Egipto) Fakhr al-Dihn. Consiguió su libertad en 1315, y fray Dalmau murió en 1326 en el Monasterio de Santa María de Vilabertrán. Otras embajadas de don Jaime pidieron, sin éxito, el Santo Grial y el Lignum Crucis al sultán Muhammad al-Nasir.

En 1312 Felipe IV de Francia conmina a Jaime II a extinguir la Orden del Temple en su Reino, pero no teniendo queja el rey aragonés del comportamiento de los Templarios, (recordemos que Alfonso I el Batallador les había legado en testamento todo el Reino, aunque finalmente no prosperó dicha cesión), se niega en principio a actuar contra ellos, aunque instado a ello por el Papa, no tiene más remedio que prenderlos, si bien no los condena sin la celebración de juicio previo, resultado del cual se les declara inocentes en los términos que expresa el acta del mismo: “Por lo que, por definitiva sentencia, todos y cada uno de ellos fueron absueltos de todos los delitos, errores e imposturas de que eran acusados, y se mandó que nadie se atreviese a infamarlos, por cuanto en la averiguación hecha por el concilio fueron hallados libres de toda mala sospecha: cuya sentencia fue leída en la capilla de Corpus-Christi del claustro de la iglesia metropolitana en el día 4 de noviembre de dicho año de 1312 por Arnaldo Gascón, canónigo de Barcelona, estando presentes nuestro arzobispo y los demás prelados que componían el concilio”.

Jaime II dio su apoyo a las propuestas de fray Ramon Llull sobre la recuperación de Tierra Santa (proyecto Rex Bellator). Su hijo primogénito, el infante don Jaime, renunció a la corona y vistió el hábito blanco con la cruz roja, seguramente con la esperanza de llegar a ser «la espada de la cristiandad».

También la fracasada cruzada de Almería en 1309, a la que ayudó Arnau de Vilanova con sus consejos de sanidad y medicina, se enmarca, junto con la fugaz toma de Ceuta, en la estrategia de Llull del libro De Fine (1305).


Con respecto a su política peninsular:

En las cortes de Zaragoza de 1301 Jaime II de Aragón dictaminó que Ribagorza pertenecía a Aragón y que sus límites estaban en la clamor de Almacellas. Aunque en las cortes de Barcelona de 1305 se protestó esta situación, Jaime II el Justo, tras pedir un informe al Justicia Jimeno Pérez de Salanova, confirmó que Ribagorza se incluía en Aragón.4​
Consolidó la Corona de Aragón al declarar la unión indisoluble entre los reinos de Aragón y Valencia y el condado de Barcelona (1319).
Obtuvo el vasallaje de los reyes de Mallorca (miembros de la casa real aragonesa).
Recuperó el Valle de Arán.
Reforzó la posición de la Corona sometiendo a la nobleza con el apoyo de las ciudades.
Hizo avanzar la frontera del reino de Valencia a costa del de Murcia, aprovechando la intervención en las disputas sucesorias castellanas (1304).
Reforzó la defensa del flanco sur frente a los musulmanes creando para ello la orden militar de Montesa (1317), aprobada por el papa Juan XXII en 1317, con el fin de luchar contra los musulmanes.
Fundó en 1300 la Universidad de Lérida y en 1305 el Consejo (actual Senado) en Crevillente.
Dirige el fracasado asedio a Almería en 1309.
Al final de su reinado, en 1325, las Cortes reunidas en Zaragoza acordaron la supresión del tormento.


Jaime II y el Reino de Aragón.

Desde el punto de vista de la historia interna del reino de Aragón, el gobierno de Jaime II supone la salida del bache socio-económico que había prevalecido durante parte del reinado de Jaime I y los de Pedro III y Alfonso III.
Los problemas que sus dos inmediatos antecesores habían tenido con los nobles aragoneses que integraron la Unión Aragonesa desaparecieron.
La solución al problema, que representaba la Unión, fue el intento de invasión francesa del reino, como consecuencia del problema siciliano, Esta situación hizo que todos los nobles se apiñaran con su rey, con quien colaboraron desde las primeras Cortes de Zaragoza, celebradas en 1291, y en las que Jaime II fue coronado tras jurar los Fueros
En 1301 la Unión volvió a rebelarse, pero, esta revuelta, tuvo escaso eco, sin resultados prácticos y fácilmente sofocada.

La administración aragonesa es reestructurada, acomodándose a los nuevos tiempos y necesidades, y se zanja el problema fronterizo entre los Condados (Actual Cataluña) y Aragón (1300) mediante sentencia por la que Sobrarbe, Ribagorza y la Litera son declaradas incuestionablemente aragonesas, acabando así con el problema originado por las divisiones territoriales de Jaime I.
La mayor parte de la sociedad aragonesa participa en la política de Jaime II. La nobleza renuncia a las anteriores reivindicaciones unionistas,  por ello se ve favorecida por la entrega de honores diversos.

Los aragoneses, en general, colaboran activamente en las campañas murciana y sarda con crecidas aportaciones de tropas y dinero.
Las disposiciones anti-judaicas de los reinados anteriores, e incluso de los primeros momentos de Jaime II, no sólo desaparecen sino que se truecan en una política de protección
Después de medio siglo, se vuelve a acuñar moneda en Sariñena. La economía se rehace y se produce una reactivación, que se observa en obras tales como las reformas de La Seo de Zaragoza, el Palacio Real de Ejea de los Caballeros
En el ámbito religioso, la sede zaragozana se desgaja de la tarraconense, convirtiéndose en metropolitana  (1318), quizás en pago a la ayuda recibida por las Cortes y el Justicia frente a la Unión
Carácter especial tiene la supresión de los Templarios en todos los territorios de la Corona de Aragón. Los bienes de la Orden del Temple se repartieron, en su mayor parte fueron a parar a la Orden del Hospital.


Sepultura

En su testamento otorgado en Barcelona el 28 de mayo de 1327, Jaime II ordenó la erección de la tumba de su padre, el rey Pedro, al mismo tiempo que disponía la creación de la suya y de su segunda esposa, Blanca de Anjou, fallecida en 1310. Se dispuso que los sepulcros se hallaran cobijados, como así se hizo, bajo baldaquinos labrados en mármol blanco procedente de las canteras de San Feliu, cerca de Gerona. Cuando el rey Jaime II dispuso la creación de su propio sepulcro, tomó como modelo el sepulcro de su padre.

En el mausoleo de Jaime y Blanca, ejecutado por Bertrán Riquer entre 1313 y 1315, ambos difuntos tienen estatua yacente sobre sus sepulcros, labradas en mármol, a diferencia del de Pedro III. Rey y reina aparecen vestidos con el hábito cisterciense. Cada una de las efigies de los monarcas ocupa todo el plano en declive que forma la cubierta del sepulcro, ejecutada en mármol, que cubre la urna de alabastro donde se encuentran los restos de los monarcas.

En diciembre de 1835, durante la Primera Guerra Carlista, tropas gubernamentales integradas por la Legión Extranjera Francesa (procedente de Argelia) y varias compañías de migueletes se alojaron en el Monasterio de Santes Creus, causando numerosos destrozos en el mismo, profanando las tumbas reales de Jaime II y su esposa y quemando sus restos, aunque parece que algunos permanecieron en el sepulcro. La momia de la reina Blanca fue arrojada a un pozo de donde fue sacada en 1854. El sepulcro de Pedro III, a causa de la solidez de la urna de pórfido utilizada para albergar los regios despojos, impidió que sus restos corrieran igual suerte.


Matrimonios y descendencia

Elaboró una política de enlaces matrimoniales con la familia real castellana, pero no dio los resultados esperados. La hija de Sancho IV formaba parte del trato y, pese a sus ocho años de edad, fue enviada a Aragón para ser casada con Jaime II, pero tres años más tarde fue devuelta a Castilla, pues el papa Bonifacio VIII no concedió la dispensa matrimonial.

Se casó cuatro veces: con Isabel de Castilla, Blanca de Anjou, María de Chipre y Elisenda de Moncada. Sólo tuvo descendencia con su segunda esposa, Blanca de Anjou, naciendo diez hijos de dicho matrimonio:

Jaime de Aragón (1296-1334), que renunció a sus derechos reales después de su matrimonio con Leonor de Castilla para ingresar en la Orden de San Juan de Jerusalén.
Alfonso IV de Aragón (1299-1336), rey de Aragón, rey de Valencia y conde de Barcelona.
María de Aragón (1299-1347), casada con Pedro de Castilla y, después de enviudar, monja en el Monasterio de Santa María de Sigena.
Constanza de Aragón (1300-1327), casada con Don Juan Manuel.
Blanca de Aragón (c. 1301-1348), monja y priora en el Monasterio de Santa María de Sigena.
Isabel de Aragón (1302-1330), que casó en 1315 con Federico I de Austria.
Juan de Aragón (1304-1334), arzobispo de Toledo, de Tarragona y patriarca de Alejandría.
Pedro IV de Ribagorza (1305-1381), conde de Ribagorza, de Ampurias y de Prades.
Ramón Berenguer I de Ampurias (1308-1364), conde de Prades y señor de la Villa de Elche.
Violante de Aragón (1310-1353), casada con Felipe, déspota de Romania e hijo de Felipe I de Tarento, y posteriormente con Lope Ferrench de Luna, primer conde de Luna.


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Resumen:
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Jaime II de Aragón se nos aparece, al menos externamente, como un rey respetuoso de los acuerdos y convenciones firmados con los súbditos. Se reunió regularmente en Cortes con los estamentos de sus estados para tratar asuntos de interés mutuo y atendió asiduamente las demandas llegadas a su Corte, hecho éste del que procede el sobrenombre (Jaime II el Justo) con el que ha pasado a la historia.

Caracterizó también a este monarca su interés por las ciencias, especialmente por la medicina, y también por la poesía y la arquitectura; mandó erigir un nuevo palacio en Ejea de los Caballeros (Zaragoza), reparar los palacios reales de Barcelona y Valencia y la seo del Salvador de Zaragoza. En 1300 fundó la Universidad de Lleida. Hacia 1314 encargó al dominico Pedro Marsili la traducción al latín de Libre deis feyts esdevenguts en la vida del molt alt senyor Rey en Jacme lo Conqueridor, narración de los hechos públicos y privados ocurridos durante el reinado de su abuelo, Jaime I el Conquistador (1213-1276), y que se tituló Liber gestarum. A su muerte fue enterrado en el monasterio de San Francisco de Barcelona; en 1410 sus restos fueron trasladados a Santes Creus. Le sucedió en el trono su hijo Alfonso IV.


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Otra foma de contar la historia: el reinado de Jaime II
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Año de nuestro Señor de 1291.

Jaime II estaba destinado, en virtud de los pactos de su hermano con el Papado, a abandonar el trono de Sicilia, cuestión que en principio no acabó de ser bien acogida por el monarca y por sus súbditos, ilusionados de ser gobernados por un español. Pero hete aquí que cuando Jaime había acabado de afilar sus espadas para atizarse con Alfonso III el Liberal, con Francia, con Carlos de Anjou, con el Papado y con quien hiciera falta, rizando el rizo, no sólo no pierde el reino sino que accede también al trono aragonés, y por largos años (1291-1327).

Auténtico monstruo de la política, Jaime II desarrolló todo su reinado en torno a dos grandes líneas de actuación complementarias y perfectamente incardinadas en lo español: se pegó casi cuarenta años soltando yoyah en el exterior, y otros tantos repartiendo chapapote en el interior, de manera que el buen pueblo catalano-aragonés-valenciano acabó denominándole “el Justo”, por su demostrado afán justiciero y por lo que ajusticiaba el tío. Aquello era el paraíso de los verdugos, todos los años convocaban oposiciones y ni siquiera hacía falta haber pasado unos años por la situación de interino para acceder al funcionariado, si te gustaba matar el rey te ponía un sueldazo y a matar se ha dicho.

Complemento de la política de matanzas, Jaime II fortaleció a las ciudades frente al predominio de la nobleza, que vio como parte de sus privilegios, recién conseguidos con el sarao de la Unión, eran recortados en pro de unas Cortes ciudadanas con amplias competencias, que por supuesto también se subían a las barbas del rey si tenían oportunidad (aunque no a las de Jaime II “el Justo”, habida cuenta de que, al fin y al cabo, al rey no le costaba lo más mínimo convocar oposiciones extraordinarias y cambiar la composición de las Cortes por defunción masiva de los parlamentarios pretéritos, si éstos le tocaban los cataplines), pero al menos actuaban con autonomía respecto de los nobles, y tendían a asociarse más bien con la Corona. Con esto, y una vez más, España sentó las bases de lo que luego sería el Renacimiento, caracterizado por el germen del capitalismo basado en las ciudades comerciales que superaban el anacrónico sistema feudal, fundamentado en la posesión de tierras por parte de la nobleza.

En el frente exterior, lo primero que hizo Jaime una vez se vio gobernando este magno Imperio comercial fue repetir la jugada de su hermano, esto es, dividir de nuevo el reino por la vía de colocar a su hermano Fadrique (el tercer hijo de Pedro III el Grande, ya ven qué peazo familia “pata negra”) como rey de Sicilia. Pero a continuación, y visto que, una vez más, el Papado no aceptaba el pequeño pasteleo de que Sicilia continuase en manos de la Casa de Aragón, Jaime II firma un acuerdo con Francia y el Papado en virtud del cual, una vez más, se otorga Sicilia al pesao de Carlos de Anjou y a cambio el rey de Francia renuncia a sus derechos sobre la Corona de Aragón (ya ven Ustedes qué chollo era ser Papa en determinados momentos de la Edad Media: regalabas reinos a tus amiguetes “porque yo lo valgo”, con la excusa del natural herético de sus legítimos gobernantes y, si la jugada te salía mal, a continuación negociabas con los derechos creados ex profeso) y el Papa levantaba la excomunión a los reyes de Aragón y además los nombraba “Almirantes de la Iglesia”, así de fácil era prosperar en la consideración del Papado en aquellos días.

Al parecer, el Papa soltó lo de “Almirantes de la Iglesia” sin que se le escapase la risa, y Jaime II aceptó el acuerdo encantado con lo de ser “Almirante”. Vaya mierda de acuerdo, dirán Ustedes. ¿Qué había ocurrido? ¿Renunció Jaime a leerse la letra pequeña del contrato, por considerarlo poco viril e indigno de su honorabilidad? ¿Se había convertido “el Rey Justo” en una reinona, a la que le hacía ilu vestirse de Almirante, en plan Hefestión? (Y, además, “Almirante de la Iglesia”, “mitad curilla, mitad marinerito”, difícilmente encontrarán una denominación más Gay en los disfraces Gays de las caravanas Gays del Día del Orgullo Gay en el lugar más Gay que puedan imaginarse).

Nada más lejos de todo esto: en realidad, si Jaime II aceptó fue por la jugosa cláusula secreta del Tratado, que otorgaba a la Corona de Aragón derechos sobre las islas de Córcega y Cerdeña, con lo que, en realidad, la pérdida de Sicilia venía a ser como un cambio de cromos que, a la larga, mejoraban la posición del reino como potencia mediterránea. Este acuerdo, claro está, tampoco resultó del todo convincente para el hermano de Jaime, Don Fadrique, que declaró la guerra a todos los abajo firmantes, es decir, la Corona de Aragón, Francia, el Papado, y al principal beneficiario, Carlos “fracasado” de Anjou, “quiero y no puedo” rey de Nápoles. Pero siendo español, hijo de Pedro III el Grande y con ese nombre, “Don Fadrique”, ¿qué esperaban? Exudaba testosterona por todos los poros de su piel, el tío.

Así que Jaime II ordena a Roger de Lauria que envíe una flota a Sicilia para repartir yoyah contra el ejército de su hermano Fadrique, del que formaban parte los almogávares, al mando de Roger de Flor. Aquello parecía “Gran Peazo Animal VIP”, por cómo las yoyah volaban por un lado y otro. Los franceses y el Papa se contentaban con mirar el espectáculo desde la barrera, no les soltaran alguna leche a ellos, mientras los españoles se atizaban una y otra vez, y aparentemente gozando con lo que hacían, ante el horror del respetable: Roger de Lauria cosechaba victoria tras victoria en el mar, pero Roger de Flor hacía lo propio en Sicilia, y al final se llega a un sospechoso impasse producto del cual Fadrique logra mantenerse en el trono (y se apresura a enviar a los almogávares a Constantinopla para librarse de ellos), y la Corona de Aragón, impotente, se conforma con ir a por Córcega y Cerdeña.

Qué raro. ¿No creen? Casualmente, los dos hermanos empatan la guerra, y ambos se conforman con la situación de empate, algo totalmente impropio para un español, pues es sabido que empatar es de maricones, y sigue siéndolo incluso aunque el Papa, rijosillo y juguetón como es, te llame “Gran Almirante de mi Iglesia”. Casualmente, empatando los dos hermanos consiguen dar la vuelta a la tortilla del acuerdo con Francia y el Papado, mantienen la situación anterior, y además Jaime II consigue el derecho de conquista sobre Cerdeña y Córcega, islas en las que la Corona de Aragón dejó 12.000 muertos, aunque logró hacerse con ellas, con lo que al final de su reinado Jaime II dejará una Corona de Aragón más fuerte que nunca.

¿Qué tenemos aquí, en consecuencia? Los aprendices de brujo (Francia y el Papado), cual si de víctimas de trilero se trataran, se dejan engañar, ni siquiera son mínimamente conscientes del engaño cuando éste se ha producido, y además le dan palmaditas en la espalda a Jaime II “el Justo”, “hay qué ver, qué hombre más honorable es nuestro Gran Almirante de la Iglesia, qué cumplidor y hacendoso, qué carisma tiene”. Ni siquiera algunos comentarios alarmados aparecidos en la prensa vaticana sobre “el poder subyugador del jaimismo”, ni siquiera los comentarios de Jaime II sobre cómo “la Corona de Aragón es el territorio donde es posible enriquecerse más rápidamente”, ni siquiera el envío de los almogávares a Constantinopla para engrandecer aún más el Imperio, les pusieron sobre aviso: habían sido engañados por la corrupción, el despilfarro y el Crimen de Estado del precursor de Felipe González Márquez.

Pero no se crean que las ansias de conquista terminaron aquí. Nada de eso, además Jaime II cierra una alianza con Alfonso de la Cerda, pretendiente al trono castellano, frente al rey de Castilla, Fernando IV “el Emplazado” (de quienes ya hablaremos, no se preocupen, que no se quedarán sin saber a qué obedecen esos pedazos de apodo), alianza que Jaime utiliza, con un felipismo axiomático, en su propio beneficio: bajo el demagógico grito de “Justicia para todos”, se lanza contra el Reino de Murcia, entonces castellano, y conquista la actual provincia de Alicante y la zona costera de Murcia, a los que hace desde entonces partícipes de la obsesión de la Corona de Aragón por el agua, y en el momento en que se encuentra en posición de ventaja, como indican todos los manuales de Felipismo Aplicado, firma la paz con Fernando IV.

En ese momento, y sin solución de continuidad (“castellano blanco, castellano negro, lo importante es que cace ratones”), Jaime firma una alianza con Castilla contra los reinos musulmanes de Granada y Marruecos, alianza en la que a la Corona de Aragón le corresponderían Almería y Túnez (más y más ciudades costeras en el Mediterráneo en las que desarrollar un comercio justo). Jaime II se lanza contra la ciudad musulmana de Almería (al fin y al cabo, en tanto Gran Almirante de la Cristiandad, ¿no estaba Jaime enarbolando la Causa de la Cruz?), pero el sitio de la ciudad es un fracaso, con lo que la Corona de Aragón no tiene más remedio que renunciar a su expansión en la Península.

Finalmente, el Gran Rey muere en 1327, dejando un legado imposible de igualar para cualquiera que no sea español: dio la vuelta a la difícil situación con el Papado, fortaleció enormemente la posición de la Corona de Aragón en la Península y en el Mediterráneo y contribuyó a crear un contrapeso de poder importante a los señoritos feudales, por la vía de promocionar las Cortes de los distintos reinos. Y además, y ahí reside su auténtica grandeza, todo lo hizo engatusando a sus enemigos, convirtiéndolos en amiguetes y sacándoles la pasta y las posesiones al mismo tiempo que rendidas alabanzas por su rígida moral, su acendrado catolicismo y su pasión por la justicia. No cabe extrañar que su hijo y sucesor no le llegara a la altura de los zapatos: “Alfonso IV “El Benigno”.



Los cuatro reyes sucesores de Jaime II en el siglo XIV


Cuatro monarcas descendientes del rey representativo de una nueva política en la Corona de Aragón y en España al comenzar el siglo XIV ocuparon sucesivamente el trono aragonés en el resto del mismo: Alfonso IV, Pedro IV, Juan I y don Martín; reyes como políticos y diplomáticos anodinos, sin ideal, y como sus súbditos, encariñados con un retraimiento cada vez mayor de los negocios mundiales y más apegados, de día en día, a su tierra y a sus costumbres y tradiciones.

Cinco reinaron en Castilla, y sólo del primero podría la historia decir bien, si no lo impidiera su absoluta falta de moral familiar y pública. Alfonso XI era hombre capaz de terminar la Reconquista y aun de dar a España la unidad con costumbres más morigeradas y con proceder menos apasionado y más humano.

El rasgo fundamental y característico de los tiempos siguientes a Jaime II es la tendencia a la aproximación de las dos coronas mediante matrimonios, único modo entonces de llegar a ella. Consecuencia de ese sentido político unitario son, precisamente, las guerras que durante varios años asolaron las tierras aragonesas y castellanas; las dos coronas se sentían atraídas, pero el tiempo no era llegado en que el contacto y menos aún la fusión se hicieran pacíficamente.

De aquellos cuatro reyes que gobernaron la Corona de Aragón desde 1327 a 1410, el más enérgico y de mayor sentido político fué el segundo, Pedro IV, aunque también, como hombre, el más malo.

Su padre Alfonso IV fué una buena persona; heredó el trono por la renuncia de su hermano Jaime; casó, primeramente, con doña Teresa de Enteza, de la cual tuvo a don Pedro. Viudo de esta señora, contrajo segundas nupcias con aquella infanta Leonor, con la que no quiso consumar el matrimonio su hermano mayor, prefiriendo ser fraile a ser su marido. Los hechos demostraron que casi obró bien: la tal señora fué madre de dos hijos, Jaime y Fernando; madre e hijos murieron de mala muerte a manos de su hermanastro el rey de Aragón uno, de su sobrino y primo, respectivamente, don Pedro el Cruel de Castilla, los otros dos.

Pedro IV enérgico, activísimo y vehemente, reinó durante más de medio siglo y desparramó su actividad sobre toda la Península y sobre las islas adyacentes; fué gran literato, lo mismo en aragonés que en catalán, y mandó componer la historia de su tiempo para dejar recuerdo de él; estuvo casado varias veces y dejó tres hijos: Juan, Matín e Isabel, casada ésta con el conde de Urgel, descendiente de don Jaime, hijo de Alfonso IV y de Leonor de Castilla.

Juan I fué poco guerrero y poco amigo de la política; tuvo dos mujeres, las dos francesas, y se dejó llevar por ellas; muy amigo de la poesía, de la música y sobre todo de la caza, en la cual encontro la muerte.

Don Martín era un santo varón, nacido para el claustro o para caballero rico; sus preocupaciones principales se las proporcionó la familia; fuera de ésta, nada le complacía ni le atraía; la lectura de obras piadosas era su encanto.

Casó con doña María de Luna, una de las herederas más ricas de Aragón, mujer varonil y de alma robusta, de la cual sólo tuvo un hijo, don Martín de Sicilia, que murió sin sucesión en vida de su padre, abriendo su muerte el interregno, que terminó con el compromiso de Caspe.

Sigue la Corona de Aragón en estos reinados el movimiento que le imprimió el impulso adquirido en los precedentes, pero más lento cada vez hasta extinguirse y caer en una especie de sopor.

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(La Política peninsular de Aragón en los cuatro reinados del siglo XIV, estuvieron marcados por las contínuas guerras entre castellanos y aragoneses).
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Causas de la guerra entre Aragón y Castilla

Jaime I, con su abandono del Midi y con la fijación de fronteras entre Aragón, Cataluña y Valencia, dando además a cada región gobierno propio y personalidad propia, no sólo rompió la unidad inmemorial de los pueblos de ambas caídas del Pirineo, sino que imposibilitó la fusión de los que quedaron bajo su dominio en este lado: cuando se formaban las nacionalidades y la tendencia a la unidad era manifiesta, don Jaime, sustrayéndose al tiempo, dividía su pueblo en tres núcleos, que, por haber vivido unidos e indivisos desde sus orígenes, necesariamente con esa medida habían de convertirse en antagónicos: es más difícil restablecer una hermandad rota que constituir una nueva hermandad.

Porque la organización que por natural evolución se dió al Reino no fué la de una confederación como generalmente se dice: fué una mera unión personal de tres reinos, cada uno de los cuales no tenía de común con los otros más que el llamar su rey al que lo era de los demás. Territorio, lengua, legislación, moneda, pesos y medidas, todo era diferente.

Para que la discordia fuese mayor, surgieron cuestiones entre Aragón y Cataluña por razón de fronteras, y aumentó la separación el sistema administrativo de las generalidades o aduanas interiores, nueva frontera administrativa mucho más aisladora que las naturales.

La cuestión de límites entre Cataluña y Aragón por la región de Lérida, amargó la vida de Pedro III y de Jaime II: los barceloneses pretendieron que Ribagorza les pertenecía, pero los de Aragón se opusieron, demostrando que el Condado lo habían conquistado sus reyes antes de la unión con Cataluña y Pedro III declaró ser Ribagorza de Aragón: igual declaración hubo de hacer Jaime II en unas cortes de Barcelona.

Organizada en estas condiciones la Corona, era necesario que careciese de un ideal común, que cada región se distanciara de las otras y viviera vida independiente así en lo espiritual como en lo material. La decadencia política era inevitable y consecuencia de la misma la ruina de aquel Estado.

Porque enfrente de uno dividido y separado por fronteras políticas y económicas, sin cohesión ni comunicación de sentimientos, se alzaba otro reino peninsular mucho más extenso y más poblado, unido y cohesionado, que habitaba en una tierra alta y era empujado por ésta a descender a la llanura y ocuparla.

Por otra parte, perdido el ideal de la Reconquista por un pueblo como el castellano, que había nacido para realizarla y tenía la organización propia y adecuada a este fin, era casi forzoso que el poder latente que no podía manifestarse con los moros, pero necesitaba desahogo, se manifestara contra alguien, y los impulsos de la tierra, avivados por causas humanas, determinaron el choque.

Estas causas humanas fueron la rivalidad de reyes de reinos limítrofes, aumentada por sinsabores familiares; éstos alcanzaron su máximo en las postrimerias del siglo XIII y principios del XIV en aquellas dos devoluciones de infantas de Castilla destinadas a reinas de Aragón y por actos políticos incapacitadas para serlo.
Añadiése a estos disgustos sucesivos y bastante inmediatos para que el segundo viniera, no olvidado aún el primero, el desgraciado matrimonio de Alfonso IV con doña Leonor por la mala índole de ésta, la peor de sus descendientes, el carácter duro de Alfonso XI, de su hijo Pedro y la suspicacia y falta de escrúpulos de Pedro IV.


Guerra entre Castilla y Aragón

De haber vivido más tiempo Alfonso XI, éste habría iniciado la guerra para defender a su hermana Leonor y a sus sobrinos, a su juicio perseguidos injustamente por el rey de Aragón, hijastro de la una y hermano de padre de los otros. A esta razón se hubiera añadido otra: las pretensiones de aquel y de casar sus bastardos, uno de ellos Enrique, con una hija de Pedro IV, lo cual éste consideraba denigrante.

Pero lo que él no hizo lo hizo su hijo Pedro, en quien colaboraron para que fuese lo que fué, su carácter violento y la educación que le dió su madre. Doña María de Portugal no fué precisamente una santa, ni siquiera una resignada: la conducta de su marido con ella la exasperó y el despecho del desdén lo sintió igualmente su hijo: la condición violenta de éste, su vehemencia y rapidez en las decisiones más fuertes, las agudizó su madre; y estimulado por los relatos de su tía Leonor y sus primos Fernando y Jaime concibió un grande y pertinaz odio al rey de Aragón.

En estas condiciones, cualquier incidente bastaba para que la guerra estallase.

El incidente ocurrió en Cadiz: un almirante catalán apresó dos naves placentinas en aguas de este puerto a la vista de don Pedro; rogó éste al marino que por deferencia a él las devolviese la libertad; negóse aquél y, sentido del desaire el castellano, declaró guerra al aragonés. Esta la llevó don Pedro de Castilla con crueldad manifiesta; parte de sus fuerzas entraron por la región del Segura y se apoderaron de Alicante; otra parte invadió Aragón por la región del Moncayo; vino un legado pontificio que puso tregua entre los dos reyes, pero el de Castilla la violó apoderándose de Tarazona. Una nueva intervención del legado estableció bases para una paz, pero no era don Pedro de Castilla hombre que se satisfaciera sin un completo triunfo, que para él era el aniquilamiento del adversario, y aquella paz no tuvo efecto.

Una escuadra castellana se puso delante de Barcelona, pero fué obligada a retirarse; quiso poner sitio a Ibiza y aquí fué a buscarla el Ceremonioso en persona, obligándole a buscar refugio en Alicante. Consecuencia de estos fracasos y del temor a que el rey de Granada se mezclase en la contienda contra él, don Pedro de Castilla firmo la paz de Deza, año 1361: la guerra había durado cinco años.

Pero al año siguiente, libra del cuidado de Granada, sin previa declaración de guerra invadió Aragón por el norte y sur del Moncayo, apoderándose de Borja, Magallón y Calatayud; y cuando acudió el aragonés a detenerlo se retiró, pero hizo que otro ejército invadiese Valencia, el cual, no encontrando enemigos, puso sitio a ésta; entraba sin duda en los planes del de Castilla no reñir batallas campales, ni apoderarse de plazas mediante largos sitios, sino simplemente causar daños en la tierra y mortificar a los habitantes; en Cariñena hizo cortar las narices a todos los hombres, y tampoco esperó a su rival.

Era menester destronar a ese degenerado, que lo mismo se mostraba cruel con los suyos que con los ajenos, y aprovechando el descontento general se proclamó rey de Castilla el conde Trastamara, el mayor de los hijos de Alfonso XI y Leonor de Guzmán, y la guerra se transformo en civil y dinástica. La organización de su reino permitía al de Castilla organizar más rápidamente sus tropas: su mala fe le consentía elegir el momento y lugar de ataque, y la lucha en estas condiciones era desastrosa para el aragonés, necesitado de reunir en cortes por separado a cada reino, de organizar en cada reino y de acudir con las fuerzas de cada uno al lugar del peligro.

Para compensar esta inferioridad contrató las grandes compañías de aventureros de todos los países que al mando de Bertrand Du Guesclin habían luchado en la guerra anglo-francesa. También el de Castilla contrato extranjeros, mas como su mayor enemigo era él mismo, enemistóse con sus auxiliares y después de varias vicisitudes don Pedro el Cruel era vencido y muerto a manos de su hermano bastardo (1369).

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Ya he comentado antes,  que estos cuatro reyes que siguieron a Jaime II hasta el Interregno, fueron reinados anodinos y de transición. Ya se vislumbraba el ocaso de la Corona de Aragón. Sin embargo, también ocurrieron acontecimientos históricos interesantes he importamtes como para ser  tenidos en cuenta. Vamos a ello...
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Alfonso IV ·"El Benigno". 


Alfonso IV de Aragón, el Benigno, Rey de Aragón, de Valencia, de Cerdeña,
rey titular de Córcega y conde de Barcelona 1327 – 1336.
Parece que nació en Nápoles en el año 1299, falleciendo en Barcelona en el año  de 1336.

Segundo hijo de Jaime II de Aragón y de su segunda esposa, Blanca de Anjou, se convirtió en rey tras la renuncia al trono de su hermano Jaime, que tomó los hábitos en 1319.
Se casó dos veces: en 1314, con Teresa de Entenza y en 1329 con Leonor de Castilla y de Portugal.


Coronación en Zaragoza.

Jaime II murió en noviembre de 1327, cinco días después que doña Teresa de Entenza. La coronación de Alfonso IV de Aragón tuvo lugar en la Pascua de 1328 en Zaragoza y a ella acudieron representantes de todos los países de la Corona aragonesa, incluyendo Cerdeña. Esto era una novedad, porque hasta entonces las ceremonias de coronación se habían circunscrito exclusivamente al reino de Aragón; pero además hubo otra novedad: Alfonso se coronó a sí mismo, en una ceremonia que no tenía precedentes ni era recogida en ningún ceremonial, español o extranjero. Según la crónica de Montaner, importante fuente para el estudio de la política de Alfonso IV hasta su coronación, con este hecho el monarca quiso significar que no recibía su autoridad de la Iglesia (lo preceptivo era la coronación por parte de un obispo), aunque tampoco lo hacía "en contra de la Iglesia". Alfonso IV juró en Daroca (1328) el compromiso de mantener unida la Corona de Aragón, como había sido la voluntad de su padre, y no disgregar sus reinos.

Durante el reinado de su padre, siendo el infante Alfonso procurador de la Corona, lideró la expedición aragonesa que tomó la isla de Cerdeña 1323 – 1324, que había sido adjudicada al rey de Aragón por el Papa en el tratado de Anagni (1295). Por la conquista de Cerdeña entró en conflicto con Pisa y Génova ya que ambas ciudades italianas tenían posesiones e intereses comerciales en ella.

Para la conquista contó con 80 naves grandes y muchas más de menor tamaño, 1.000 caballeros, 4.000 infantes, 2.000 ballesteros y 3.000 auxiliares. Ante la resistencia pisana no pudo tomar Cagliari antes de un año.
Al regreso de su conquista de Cerdeña puso la primera piedra del templo de Santa María del Mar en Barcelona.


Política Internacional.

En el terreno internacional, los aspectos más relevantes de su gobierno fueron:

Alfonso IV va a iniciar una política de reunificación de los dominios dispersos en el Mediterráneo, obra que proseguirá su hijo Pedro IV.

La Influencia en Sicilia arrancaba de fines del siglo anterior; Mallorca estaba regida por descendientes de la casa real aragonesa; Atenas y Neopatria, en Grecia, se hallaban en manos de aventureros aragoneses; Córcega y Cerdeña habían sido adjudicadas a Aragón por el Tratado de Anagni (1295).

Alfonso IV comenzó tratando de incorporar efectivamente a estas dos últimas islas, lo que no fue fácil, dada la ayuda que corsos y sardos recibieron de Pisa y Génova,
fundamentalmente la segunda, principal rival comercial de la Corona de Aragón en el Mediterráneo.

El dominio efectivo de Cerdeña y Córcega está plagado de sublevaciones, como la de Sácer (1329). El monarca promovió la repoblación de Cerdeña con catalanes,
 
valencianos y aragoneses (1329-1330), siendo ayudado fundamentalmente por la nobleza, que tenía intereses económicos en las islas. La medida fue acompañada por una reorganización administrativa.


La alianza con los musulmanes del Norte de África.

En apoyo del comercio mediterráneo, firmó sendos tratados de alianza con los reyes musulmanes de Bugia y Túnez (1329).
Por último, la lucha defensiva contra el reino de Granada vino impuesta por el ataque (1331) que los granadinos efectuaron por el reino de Valencia, tomando Orihuela y Elche. La reacción de Alfonso IV fue fructífera, desembocando en el tratado de paz que se firmó en 1335.

  
Política Interna.

Aunque su reinado fue breve y prácticamente de transición, pues transcurrió entre 1327 y 1336, desde el punto de vista interno, la mayor parte de sus energías se van a consumir en la lucha contra la nobleza.
El problema interno más sobresaliente será el descontento, una vez más, de la nobleza tanto aragonesa como valenciana.
La presión de la aragonesa había remitido algo respecto a los reinados anteriores, si bien su ideario y reivindicaciones tales como: ampliación de su poder, oposición a la fuerza de la nobleza de los condados y extensión de su autoridad en el reino de Valencia seguían latentes, aunque acomodados a las nuevas circunstancias.

Es, sin embargo, la nobleza valenciana la que daría ahora muestras de una mayor actividad, al protestar por la política real consistente en la concesión de varias villas y castillos a los hijos de Leonor de Castilla, segunda esposa del rey, hijos que tenían cerrado el camino al trono por Pedro, luego Pedro IV, fruto del primer matrimonio del rey con Teresa de Entenza. Al revocar Alfonso IV tales donaciones (1332), se ensanchó la sima abierta entre los partidarios de la reina y los del infante Pedro.
La nobleza aragonesa se pondrá de parte de este último, quien, poco después de alcanzar la corona, se decantará hacia los  condados (catalanes), cuyo peso específico dentro de la Corona de Aragón era más importante.
Es entonces cuando los nobles aragoneses resucitarán la Unión Aragonesa y, en consecuencia, la guerra civil.

Cuando el rey enfermó a finales de 1335, doña Leonor huyó a Castilla. Alfonso IV murió en el palacio de Barcelona, atendido por sus hermanos Pedro de Ribagorza y el conde de Prades, ante la ausencia de la reina y el heredero. Alfonso IV fue sucedido por su hijo Pedro IV.



Pedro IV "El Ceremonioso".

Juventud.

Fue educado entre aragoneses, aspecto concorde con la lengua más usual de su etapa como infante. Hasta 1335 la mayor parte de los escritos de Pedro IV están redactados en aragonés. Entre 1326 y 1335 cincuenta y un documentos están en dicha lengua y solamente dos en catalán. En las cartas dirigidas a su padre Alfonso IV  utilizó también el aragonés como lengua habitual. Siendo aún infante residió en Zaragoza, en Ejea de los Caballeros y en las cercanías de Jaca.

Durante una enfermedad de Alfonso IV comenzó a ejercer de lugarteniente del reino de Aragón (cargo que en el futuro recibirá el nombre de virrey), apoyado por el Arzobispo de Zaragoza Pedro López de Luna, que tenía a su cargo la educación del infante real, en cuyo entorno se fue formando un partido aragonesista.

Siguiendo los usos tradicionales de la casa real, a la muerte de su padre en 1336 Pedro IV se dispuso a coronarse en Zaragoza, aunque el conde Pedro de Ribagorza y Ampurias y el conde de Prades Ramón Berenguer de Aragón le aconsejaban que debía primero ir a Barcelona a jurar los Usatges. Pedro IV solo los juró más tarde y en Lérida, lo que provocó el descontento de los catalanes, que tomaron represalias políticas. Sin embargo, a partir de 1338, Pedro de Ribagorza consiguió echar temporalmente a Pedro López de Luna de sus cargos públicos, y ocupar la cancillería real comenzando a tener un ascendiente decisivo sobre el rey, que pasó de tener una idea política «continentalista» cercana a los intereses aragoneses a una más proclive a la mediterránea, que beneficiaba a los catalanes.

Tachado de hombre cruel, conspirador y astuto, destacó no obstante por su habilidad diplomática, por la organización de la Casa Real y de la administración, así como por su preocupación cultural: él mismo inspiró y alentó la composición del conjunto de Ordinaciones del palacio y capilla de los reyes de Aragón, además de las de la Real Casa y de la armada, junto con otros ejemplos significativos de su espíritu, como el famoso elogio de la Acrópolis de Atenas.
Como muestra de su interés por la cultura clásica, mandó que en la Acrópolis de Atenas quedara una guardia permanente de once ballesteros, haciendo constar que el monumento era la más hermosa joya que exista en el mundo, tal que ni siquiera todos los reyes cristianos juntos podrían hacer algo semejante.

El interés por el pasado y la preocupación por legar a la posteridad las hazañas de su tiempo le movieron a patrocinar la compilación de la conocida Crónica de San Juan de la Peña, de la que se conservan manuscritos en versión latina, catalana y aragonesa y la crónica de su reinado o Crónica de Pedro IV, que constituyen dos ejemplos importantes de la historiografía española.

Por otra parte, a Pedro IV de Aragón se debe la fundación de la Universidad de Huesca en 1354, si bien dicho centro de estudio y cultura no recibiría la confirmación pontificia y la reglamentación académica correspondiente hasta el siglo XV.


Su reinado. 

El largo reinado de Pedro IV de Aragón, marca la transición entre un mundo plenamente medieval y el inicio de época moderna.
Se trata de una etapa plagada de guerras y conflictos de tipo económico y de hegemonía comercial en las áreas en conflicto.
Existen guerras en el Mediterráneo entre Genova y Venecia, Francia e Inglaterra pelean en el Atlántico, Aragón con Castilla en la Península Ibérica, en Oriente se produce la caída del Imperio Romano de Oriente.
La gran protagonista de este periodo es La Peste Negra, que asola el occidente.
Pedro IV de Aragón se convierte en la armonía del Reino, presentando una tendencia pacificadora, en la primera etapa de su reinado queda en un segundo plano la política mediterránea del condado de Barcelona, centrándose más en Aragón y su tradición continentalista.

Aragón se convierte en el centro de la actividad del reinado en detrimento de Barcelona, ya que es de Aragón,  el menos castigado por la Peste de donde recibe apoyo económico
En el Reinado de Pedro IV hemos de resaltar dos hechos fundamentales:
1.    El rebrote unionista en Aragón
2     Politica Internacional.

 
  El rebrote Unionista

Esta sublevación aparece en el año 1347 cuando el Rey Pedro IV por temor a morir sin descendencia masculina, designa a su hija Constanza como heredera.
El hermano del Rey Jaime se considera lesionado en sus derechos dinásticos. Se traslada a Zaragoza y congrega a un grupo de nobles, que consideran un contra-fuero la decisión real.
Pedro IV convoca Cortes en Zaragoza, con el fin de evitar lo ocurrido en anteriores ocasiones por los Unionistas.
En estas Cortes el Rey cede en público a su pretensión de que sea su hija Constanza su heredera, cediendo de esta manera a las pretensiones de los sublevados.

Asimismo Pedro IV, que previamente había realizado una declaración secreta en la que dejaba sin efecto cualquier cosa que les otorgase bajo presión, confirma los Privilegios de la Unión de 1287.
A este levantamiento encabezado por la nobleza se incorporaron las oligarquías ciudadanas del reino.
Huesca, Teruel, Calatayud y Daroca y personalidades unionistas como Lope de Luna, Blasco de Alagón, Tomás Cornel, Jiménez de Urrea etc. permanecieron fieles al Rey.
La sublevación se iba extendiendo por todo el Reino, extendiéndose a mediados de 1348 a Valencia.

Ante el cariz que tomaba la situación  y el inicio de la peste el Rey decidió aplicar la fuerza.
Sitúo al frente de las tropas a Pedro de Luna en Teruel. El encuentro entre los ejércitos Unionista, mandados por el hermanastro del Rey D. Fernando,  y el  Real tuvo lugar en Epila el día 21 de Julio.
El triunfo del ejército real fue absoluto. La represión fue muy dura trece unionistas ejecutados y los bienes de los nobles muertos en combate confiscados y La Unión deshecha.
El último acto del levantamiento de La Unión fue el 14 de octubre de 1348, en sesión de Cortes el Rey destruyo todos los ejemplares de los Privilegios de la Unión y todos los documentos de los unionistas.

Pedro IV escribió a su tío Pedro:

 Querido tío: Os hago saber  que hoy, hacia hora de nonas, en Corte General de Aragón, nos fueron entregados los Privilegios, el libro de La Unión y el sello, y nos, con nuestras manos, de seis en seis hojas cortamos todo el libro, y con cuatro golpes de maza rompimos el sello y las bulas de los Privilegios y rasgamos los Privilegios.
Todas las escrituras de La Unión, delante de la Corte, fueron arrojadas a un gran fuego que habíamos hecho preparar en el refectorio de los Predicadores, donde se celebraban las Cortes…..

  
Política Internacional.

Lo primero que se planteo Pedro IV de Aragón como objetivo fuel el reintegrar al Reino los territorios perdidos por las diferentes particiones sucesorias, es decir volver a recuperar la totalidad de los territorios (la denominada Corona de Aragón) bajo su reinado.
En primer lugar, anexionó las Baleares (1343), alegando el incumplimiento de los deberes del rey de Mallorca Jaime III (que además era su cuñado) como vasallo de Aragón; para consolidar sus conquistas hubo de rechazar la batalla presentada por Jaime III por recuperar el reino con ayuda de tropas francesas en el año 1349.
Conquistó el Rosellón y la Cerdaña en el año de 1344.

En cuanto a la isla de Cerdeña, Pedro quiso acabar con las continuas rebeliones anti-aragonesas que alentaba Génova; para ello se alió con Venecia y venció a la flota genovesa en Constantinopla (1352) y Alguer (1353); luego desembarcó en Cerdeña, sometiendo a los rebeldes por la fuerza (1354-56).
También trató de recuperar Sicilia casándose con Leonor de Sicilia y convirtiéndose así en heredero de aquel reino (1349); la oposición del Papa y de los Anjou le llevó a reforzar los derechos de la casa de Aragón mediante la boda de su nieto Martín con la reina María de Sicilia (1379).

Aquellos enlaces proporcionaron a sus descendientes no sólo el reino de Sicilia, sino también los ducados de Atenas y Neopatria cuyo dominio hizo efectivo una expedición enviada a Grecia.
La alianza con Venecia y posterior con Francia- enturbió las relaciones con Castilla (apaciguadas desde los comienzos del reinado), ya que Pedro I de Castilla era aliado de Génova y de Inglaterra; estalló así la Guerra de los Dos Pedros (1356-69).
Esta guerra se superponía a la guerra civil castellana (pues Aragón apoyaba la candidatura al Trono de Enrique II de Trastámara) y a la Guerra de los Cien Años (que enfrentaba a ingleses y franceses por el dominio de las regiones occidentales de Francia).

Aquella guerra, en la que Castilla pretendía obtener la zona de Alicante y Aragón pretendía la de Murcia, se saldó sin variaciones territoriales, pero con un alto coste para los reinos aragoneses, azotados además en esas fechas por la Peste Negra.


Atenas y Neopatria: 

Expulsados de Bizancio, los almogávares se declararon República independiente bajo el nombre de Gran Compañía y se asentaron en la península del Ática, donde fueron solicitados por el duque de Atenas para recuperar Tesalia, en manos de los franceses.

Los almogávares no sólo recuperaron Tesalia sino que se hicieron también con el control de Atenas y Tebas a la muerte de sus respectivos dirigentes, manteniendo enconadas luchas hasta aproximadamente 1325 contra genoveses y venecianos por la posesión territorial de sus legítimas conquistas. A partir de ese momento, el largo peregrinar de los almogávares se detuvo, especialmente tras la fundación en dichos territorios de los ducados de Atenas y Neopatria, donde pasaron a asentar una especie de núcleo aragonés en el centro de Grecia y también donde se establecieron definitivamente, mezclándose con la población nativa.

El ascendente aragonés de la conquista no fue olvidado, puesto que en 1377 dichos ducados pasaron a manos de la corona aragonesa, en tiempos del rey Pedro IV el Ceremonioso, poniendo fin a la Gran Compañía Almogávar como poder independiente y pasando a la historia y a la leyenda.

En ellas, el brillante papel de los esforzados guerreros aragoneses ha figurado siempre con bellas letras y heroicas actitudes, puesto que no hay que olvidar su origen humilde, su exacerbada religiosidad y espiritualidad moral o las grandes simpatías que, desde su primera intervención siciliana hasta su asentamiento final en Atenas, despertaron en los habitantes de los territorios en los que luchaban, hasta el punto de tener en la Edad Media una gran fama como libertadores ude ygos señoriales.


Política Interior.

Los principales hechos en la politica interior del Rey Pedro IV de Aragón los podemos resumir en:
Desde que empezó a reinar, hizo Don Pedro cuanto pudo para destruir a su suegra Doña Leonor de Castilla, a sus cuñados y a sus hermanos; pero uniéndose estos le obligaron a jurar, en las Cortes de Zaragoza, el Privilegio de la Unión. Esto sucedió el 6 de septiembre de 1347.

Al año siguiente derrotó a los unionistas, y en la misma Zaragoza, en otras Cortes celebradas en octubre, anuló dicho privilegio.
Se cuenta que Don Pedro, queriendo romper por su propia mano uno de los privilegios de la unión, al rasgar el pergamino con el puñal que llevaba siempre consigo, se hirió en una mano y exclamo: "¡Privilegio que tanta sangre ha costado, no se debe romper sino derramando sangre!", de lo que le quedó el nombre de “Pere del punyalet”, (Don Pedro el del puñalito).

Don Pedro IV destronó a su primo Don Jaime de Mallorca, el cual tuvo después que refugiarse cerca del conde de Foix, y el 29 de marzo de 1344 hizo proclamar solemnemente que el reino de Mallorca con sus islas, los condados de Rosellón, Cerdaña, Conflent y demás Estados que habían pertenecido a Jaime II de Mallorca, quedaban perpetuamente incorporados a la corona de Aragón. Pereció Don Jaime en Mallorca el 25 de octubre de 1349, en un último esfuerzo que hizo para recobrar sus Estados.
En 1356 estalló entre Castilla y Aragón una sangrienta guerra que duró diez años. Esta guerra fué conocida por la historiografía como, La Guerra de los dos Pedros,, que un poco más adelante la podémos leér en un artículo que he resumido. 
 Don Pedro IV murió en Barcelona el 5 de enero de 1387 a la edad de setenta años.


El rey Pedro IV otorgó el título de Villa a Rubielos de Mora (Teruel).

En el Rubielos de hoy en día puedes leer la historia de vida que ha latido durante muchos años con fuerza en su casco histórico. Entiendes que el lugar no pasó desapercibido y huele a medievo ante las losas de piedra que describen la ciudad y la invaden…

Parece que las primeras líneas que se escriben sobre la Villa de Rubielos datan del siglo XII, allá por  1194. Desde su creación, la villa fue evolucionando y hoy en día se pueden ver vestigios de esas etapas:

Al principio, el pueblo ocupaba media hectárea aproximadamente, y se orientaba en torno al castillo en lo que a día de hoy conocemos como el barrio del Campanar. Las disputas y las guerras fueron continuas durante esos años y fue en el siglo XIII cuando Rubielos comienza a crearse en torno a una trama urbana sobre la llanura hacia una superficie de cinco hectáreas que adquiere una forma triangular. El nuevo espacio está descrito en tres ramas que comienzan en tres portales de entrada principales: la calle de San Antonio, la calle de Félix Cebrián y las calles del pintor José Gonzalvo- Canónigo Aranda desde el portal del Carmen. Estos tres ejes principales están unidos por calles transversales a su vez.

Tuvo lugar, por aquel entonces, la repoblación de Rubielos y pasó a ser una de las ciudades más importantes de la Comunidad de Aldeas de Teruel. Pedro IV le concedió el título de Villa en 1366 como premio a la resistencia de la población frente a las tropas castellanas y con ese título de Villa permitió también la creación de la muralla y la celebración de una gran feria Medieval que en el S.XV llegó a ser de 20 días, lo que favoreció la economía del lugar.

Es en el siglo XVI y XVII cuando más poder tuvo la Villa, la cual tuvo el sobrenombre de la Corte de la Sierra por la gran cantidad de nobles y adinerados que residían en la población y gozaban de poder en los alrededores. Su fama nos ha dejado innumerables palacetes y casas solariegas de indudable interés patrimonial.

En el primer cuarto del S. XVII  se construyen elementos como la Colegiata y el convento de los Carmelitas Calzados. Esta realidad social explica muchos de los edificios de riqueza incuestionable y palacios que conforman la importancia del patrimonio del lugar. También son de esa época la mayoría de las ermitas y puentes. Todo esto, pinta el paisaje de la villa de Rubielos como un lugar histórico hoy en día.

Durante los siglos XIX y XX, la ciudad aumenta más allá de sus fronteras, como venía sucediendo años atrás. La burguesía terrateniente tiene un lugar importante y así los demuestran los edificios señoriales que han quedado en pie hoy en día. El público no puede entrar en ellos, ya que están habitadas,  pero sí puede disfrutar de sus fachadas y ver la riqueza que proporcionan al conjunto monumental de la zona. Se han conservado fachadas, restaurándose con una cuidad estética.

Actualmente, Rubielos sigue con pluma su historia en torno a tiempos pasados; con cuidado y sin olvidar lo que en un tiempo fue y sigue siendo. En el año 1980 fue declarado conjunto Histórico- Artístico. En 1983 recibió el premio Europa Nostra, además de medallas de turismo del gobierno de Aragón y un Premio Nacional del Ministerio de Transporte, Turismo y Comunicaciones. Desde 2013 también pertenece a los Pueblos más bonitos de España.


Su sucesión. 

Este fue de los problemas que le siguió a lo largo de su trayectoria y que marco su política interior. En resumen la situación fue la siguiente:

Se casó cuatro veces:

Primera, en 1338, con Doña María de Navarra, que murió en 1347, y en quien tuvo a Don Pedro, que vivió pocas horas; Doña Constanza, que contrajo matrimonio con Don Fadrique de Sicilia; Doña Juana, que fue mujer de Don Juan, Conde de Ampurias, y Doña María, que murió niña.

Segunda, en 1347, con Doña Leonor de Portugal, que murió sin sucesión en 1348.

Tercera, en 1349, con Doña Eleonor de Sicilia, en la cual tuvo a Don Juan y a Don Martín, que reinaron sucesivamente; a Don Alfonso, que murió muy niño, y a Doña Leonor, que casó con Don Juan I de Castilla. Doña Leonor de Sicilia murió en 1375.

Cuarta, en 1380, con Doña Sibilia de Forcia, viuda de Don Artal de Foces, e hija de un caballero particular del Ampurdan, llamado Bernardo. Tuvo de esta unión a Don Alfonso, conde de Morella; otro cuyo nombre se ignora, y a Doña Isabel, que caso en Valencia con Don Jaime, hijo primogénito de Don Pedro, conde de Urgel, y de Doña Margarita, hija de los marqueses de Montferrat. La reina Doña Sibilia de Forcia falleció en el convento de religiosas de San Francisco de Barcelona el día 24 de noviembre de 1406.

A la muerte de Pedro IV “El Ceremonioso” rey de Aragón, Valencia y conde de Barcelona (1336-1387); rey de Mallorca (1344-1387), duque de Atenas (1380-1387) y Neopatria (1377-1387) y conde de Ampurias (1386-1387), le sucedió su hijo Juan nacido de su segundo matrimonio con Dª Leonor de Sicilia. Que reinó como Juan I

Pedro IV está enterrado en el Monasterio de Poblet.
 


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La Guerra de los dos Pedros:
 (Donde las dan, las toman (1356-1366).


Esta guerra supone el escenario en el que se produjo la caída de la vieja dinastía castellana de los Borgoña, que se remonta al siglo XI y a los descendientes de Sancho III “el Mayor” de Navarra, y la irrupción de una nueva casa, la de Trastámara, que apenas cincuenta años más tarde irrumpiría además en la Corona de Aragón con Fernando de Antequera.


PROTAGONISTAS:


ARAGÓN 

Pedro IV el Ceremonioso
Fernando, hermano de Pedro IV el Ceremonioso


CASTILLA

Pedro I el Cruel (o el Justiciero)
Enrique de Trastámara


FRANCIA

Carlos V el Sabio


INGLATERRA

Eduardo III
Eduardo de Woodstock, el Príncipe Negro. 



Antecedentes:

Desde el siglo XIII se sucedenlas disputas entre Castilla y Aragón por el dominio de la región de Murcia y Alicante, ya que ambos reinos mantienen que este territorio les pertenece.

A comienzos del XIV, Castilla y Aragón están enemistados, pues este reino apoyó a Alfonso de la Cerda, nieto de Alfonso X el Sabio, en sus aspiraciones al trono de Castilla y además Aragón había conquistado Alicante.

Fernando, hijo de Alfonso IVde Aragón, lidera una rebelión de las noblezas aragonesa y valenciana contra su hermanastro Pedro IVel Ceremonioso con el fin de derrocarlo, pues pretendía que su hija Constanza llegara a reina, al no tener hijos varones en ese momento (1347). Al no conseguirlo, se refugia en Castilla, donde lucha con Alfonso XI primero y Pedro I después en contra de su reino.

Este apoyo castellano a un opositor del rey aragonés acabaría convirtiéndose en una de las causas principales del comienzo de la Guerra de los Dos Pedros, al producirse un clima muy inestable y de constante desconfianza entre las dos coronas. Aragón temía que Castilla utilizara Murcia para arrebatarle el dominio del Mediterráneo. Para este reino, esta guerra fue puramente defensiva; su fin fue en todo momento conservar los territorios y la población.El monarca aragonés tenía dos objetivos en esta lucha: incorporar el reino de Murcia a la Corona de Aragón (aspiración que data de tiempos de Jaime I, en el siglo XIII) y dominar el Mediterráneo occidental frente a Castilla y su aliada, Génova.

En Castilla, a la muerte de Alfonso XI por la peste en 1350, le sucede su hijo Pedro I, quien pronto demuestra deseos de recuperar Alicante. Pedro IV comienza a invertir partidas en la fortificación de plazas fronterizas.

Los hijos extramatrimoniales de Alfonso XI y Leonor de Guzmán crean un partido opositor a su hermano Pedro con una parte de la nobleza castellana. Enrique, conde de Trastámara, buscará apoyos para vengar las muertes ocasionadas por Pedro I y para derrocarlo y sustituirlo en el trono. En esta rebelión abierta de Enrique contra su hermanastro en 1354, éste logró bastante éxito en sus primeros meses, pero fue finalmente derrotado y se exilió en Francia a principios de 1356, mientras que otros nobles rebeldes decidieron huir a la Corona de Aragón, siendo acogidos por Pedro IV el Ceremonioso.


 Primera fase (1356-1361):

En 1356, el detonante de la guerra fue el hundimiento de dos naves de Piacenza aliadas con los genoveses (Génova es enemigo comercial de la Corona de Aragón) por parte de una escuadra aragonesa en el puerto castellano de Sanlúcar de Barrameda, ante la presencia de Pedro I. El rey castellano ordenó la confiscación de todos los bienes de los comerciantes de la Corona de Aragón en su reino, en su gran mayoría catalanes.

En setiembre de ese año, Pedro I conquista Alicante, pero durante muy poco tiempo. El rey castellano tiene serios problemas para conseguir levas de hombres y engrosar su ejército.A finales de ese año, Pedro IV acoge a Enrique de Trastámara y a un grupo de nobles castellanos en su reino a cambio de vasallaje y la reunión de todas las tropas castellanas contrarias a Pedro I.

En 1357, la dominante Castilla contraataca duramente en Tarazona, pero no consiguió la entrada en el valle del Ebro. Así se estableció una tregua durante la cual Pedro I preparaba el ataque naval a la Corona de Aragón. Durante 1358 el rey castellano lleva a cabo una serie de asesinatos entre los miembros de su familia y sus congéneres aragoneses, así como diversos ataques con la ayuda de Portugal. Pedro IV considera la posibilidad de destronar a Pedro I y sustituirlo por Fernando de Aragón o por Enrique de Trastámara a cambio del reino de Murcia y algunas plazas fronterizas.

En abril de 1359, la flota castellana (más de 100 naves) con ayuda portuguesa, ataca el puerto de Barcelona en un alarde de fuerza en el que ni siquiera llegaron a tomar tierra o a enfrentarse a la escuadra aragonesa. Pedro IV se reconcilia con su hermano Fernando, quien será un elemento clave para aglutinar a los castellanos contrarios a Pedro I.

En la batalla de Nájera (1360), ambos hermanos, Pedro I y Enrique de Trastámara se encuentran las caras. Pedro I sale victorioso de esta batalla y deja huir a Enrique. Establece entonces un acuerdo con Portugal e Inglaterra (el abandono de Blanca de Borbón nada más desposarla le granjeó la enemistad de Francia), que en estos momentos se encuentra en una de las treguas de la Guerra de los Cien Años. En 1361 se establece al fin una paz en la que Pedro I renuncia a atacar territorio aragonés y Pedro IV renuncia a su alianza con Enrique de Trastámara, quien se exilia de nuevo a Francia y se pone bajo las órdenes de Carlos V.


Segunda fase (1362-1365):

En 1362 comienza una segunda etapa en la que Pedro I renueva la alianza con Portugal, Inglaterra e incluso Navarra, y ataca y ocupa numerosas villas de Aragón y Valencia. Establece entonces un acuerdo secreto con Enrique de Trastámara en detrimento de su hermano Fernando de Aragón, al reconocerle como único pretendiente a la Corona de Castilla. Enrique llega de Francia con más tropas y la promesa de entregarle el reino de Murcia.

En 1363, Pedro I avanza sobre Teruel y más tarde Valencia. Pedro IV consigue por fin reunir un ejército con el que hace frente a Castilla y obliga a su tocayo a retirarse. Ese verano, gracias a la intervención del papa, Aragón consigue una tregua. Muere entonces, en extrañas circunstancias, el infante Fernando de Aragón. Pedro I asedia Valencia de nuevo, con Pedro IV en ella, pero una tormenta tremenda le obliga a replegar velas. Enrique consigue el apoyo de Aragón y el papado, así como el de Francia, para poder financiar las compañías blancas de Bertrand du Guesclin. Con estos temidos mercenarios al mando de Enrique de Trastámara se inicia la última fase de la guerra.


Última fase (1366-1369):

En 1366 Enrique de Trastámara inicia la conquista de Castilla. En marzo de ese año se proclama en Calahorra como Enrique II de Castilla y numerosas ciudades y nobles le apoyan. Enrique se corona, así, rey en el monasterio de las Huelgas, uno de los panteones reales de Castilla. Pedro I acude a Portugal en primer lugar y Bayona (Francia) en segundo lugar, donde se reúne con Eduardo de Woodstock bajo los auspicios del rey Carlos II de Navarra. Con el Príncipe Negro se firma un tratado por el que, a cambio de miles de hombres, recibiría Vizcaya por parte de Pedro I. Las huestes inglesas cruzan los Pirineos en 1367. Pero posteriormente, sería Pedro IV de Aragón quien firmaría un tratado de paz con Inglaterra.

Tras 10 años de diversos conflictos, Pedro I debe ocuparse de la guerra civil en su reino y Pedro IV de la rebelión de Cerdeña.

El 13 de agosto de 1367 firman la paz. En otoño de ese año, Enrique regresa de nuevo con la ayuda de Francia, muy interesada en la flota castellana para enfrentarse a Inglaterra. Pedro, por su parte, busca alianzas en el reino de Granada e incluso en el norte de África.

En marzo de 1369 se llevó a cabo la batalla definitiva en Montiel, Ciudad Real. Pedro I, en su huida hacia adelante, intentó llegar a un acuerdo con Bertrand du Guesclin, pero en su tienda le esperaba Enrique de Trastámara.

La guerra de los dos Pedros acabó sin tener un claro ganador, puesto que las pretensiones de Pedro IV de Aragón no llegaron a cumplirse y Pedro I de Castilla no llegó a vencer tampoco porque fue asesinado y destronado por su hermanastro Enrique de Trastámara(1369).El Trastámara se negó a entregar Murcia y las plazas fronterizas que le había prometido a Pedro IV y el rey de Aragón se tuvo que contentar con una indemnización (paz de Almazán, 1375). 

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(A la muerte de Pedro IV "el Ceremonioso", le sucede en el trono de Aragón, su hijo Juan).
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Juan I "El Cazador"  (1387-1396) 


Juan I de Aragón, llamado el Cazador o el Amador de toda gentileza (Perpiñán, 1350 - Torroella de Montgrí (Gerona), 1396). Rey de Aragón, desde 1387. 

Hijo de Pedro IV el Ceremonioso y de Leonor de Sicilia Antes de cumplir el año fue nombrado duque de Gerona, título que se reservó a partir de entonces a los primogénitos de la Corona de Aragón. 

En 1370 se celebraron sus esponsales con Juana de Valois (hija de Felipe IV el Hermoso), quien falleció en Béziers antes de llegar a la corte de Aragón.

Dos años después tuvo lugar el enlace del príncipe con Matha de Armañac, muerta en Zaragoza en octubre de 1378, sin haberle sobrevivido descendencia masculina.

No tardó Pedro IV en proponer a su hijo el matrimonio con la heredera de Sicilia, tendente a afirmar la política mediterránea de la Corona de Aragón, pero el príncipe se inclinó por una nueva aproximación a Francia, gestionando por su propia cuenta su boda con Violante de Bar, sobrina de Carlos el Sabio. 

La ceremonia, que tuvo lugar en Montpellier el 2-I1380, contó con escasos asistentes por la actitud remisa de Pedro IV a aceptar este enlace. Las intrigas cortesanas alimentaron la tirantez de relaciones entre el monarca y su heredero, y en particular la lucha abierta entre éste y su madrastra Sibila de Forciá 

En enero de 1387 se encontraba Juan convaleciente de una grave enfermedad, cuando tuvo noticia de la muerte de su padre; se abría entonces un nuevo capítulo en el que el nuevo rey descargaría su odio y venganzas contra su madrastra. Inmediatamente de haberla condenado a prisión -acusada, según el documento oficial, de grandes crímenes-, Juan I ordenó se requisaran todos sus bienes, que fueron traspasados a su sucesora en el trono, Violante de Bar. 

Respecto al reino de Aragón suponían unos ingresos de 66.059 sueldos, que venían a incrementar las elevadas sumas percibidas por Violante en el marinado de Jaca, comunidades de Daroca y Teruel, aljamas de las principales villas aragonesas, derechos sobre salinas, etc.; bienes todos ellos del patrimonio real.

El breve reinado de Juan I contrasta notablemente con el de su antecesor. Monarca aficionado a la caza y a la astrología, amante de las letras y de las artes, fue en cambio débil e indolente para los negocios públicos, que en gran parte dejó en manos de su esposa. 

Al desorden fiscal existente y a la desastrosa política hacendística que venía arrastrando la Corona, se unían ahora los cuantiosos gastos de la corte y las prodigalidades de la reina.

Ya en vida de Pedro IV, las Cortes de Monzón de 1383 habían denunciado las exacciones y corrupción de los malos consejeros que rodeaban tanto al monarca como a su hijo, el entonces duque de Gerona. En el reinado de Juan I continuó la escalada de enajenaciones, hipotecas, asignaciones de las rentas pública a la nobleza, a entidades religiosas y a particulares, acumulándose las deudas de tal forma que los monarcas tuvieron que recurrir frecuentemente a préstamos usurarios.

Por otra parte, al malestar social vino a sumarse el movimiento antijudaico, que prendió primero en las aljamas del reino de Castilla, se propagó más tarde a los estados de la Corona de Aragón y tuvo su explosión más violenta en el año 1391, con el asalto y destrucción de numerosos barrios judíos, entre ellos el de Barcelona. En el reino de Aragón, aun cuando Zaragoza y otras ciudades no conocieron tales matanzas y graves vejaciones contra la población judía, el clima general de aguda tensión tuvo algunas repercusiones.

Juan I había heredado los problemas inherentes a la política expansiva de la Corona de Aragón en el Mediterráneo. En primer lugar tuvo que enfrentarse con el problema sardo. 

El monarca, en abril de 1388, había ratificado con los Arborea el tratado de paz firmado en Cáller a principios de ese mismo año, que no significó más que un breve respiro ya que al año siguiente Leonor de Arborea reanudó la lucha. La proyectada expedición de los aragoneses, que pensaba dirigir el propio rey, quedó en punto muerto; tan sólo la lealtad de las tropas de la Corona que resistían en algunas villas sardas pudo mantener el dominio de la isla hasta su pacificación por Martín I.

Respecto a Sicilia, triunfó la política matrimonial llevada a cabo por Pedro IV, al casar a su nieto Martín con María, reina de Sicilia. Algunos barones sicilianos, con la aquiescencia del papa, habían proclamado rey a Luis de Durazzo, pero el infante don Martín, hermano de Juan I, organizó una expedición y consiguió apoderarse de Palermo y de gran número de villas. Martín el Joven y la reina María de Sicilia pudieron ejercer su gobierno, no sin antes vencer la larga resistencia de los isleños merced a los sucesivos refuerzos de tropas enviadas desde la Península.

Por estos años se perdieron los restos de la dominación aragonesa en Grecia, al caer en 1287 la ciudad de Atenas en manos de Nerio Acciajoli y rendirse en 1390 el castillo de Neopatria. Más tarde los ducados de Atenas y de Neopatria se anexionaron a la Corona de Sicilia.

En política exterior el empeño de mantener la paz constituye la nota dominante del reinado de Juan I. Tan sólo se vio turbada en los primeros años por la irrupción en el Ampurdán de las tropas del conde de Armañac, que se consideraba con derechos al reino de Mallorca como heredero de Jaime IV. Por lo demás se mantuvo la alianza con Francia, reforzada con la adhesión de los Estados de la Corona de Aragón al pontífice de Aviñón. Juan I pretendió incluso instalar en sus dominios al sucesor de Clemente VII, el aragonés Benedicto XIII , propuesta que fue desestimada por la ciudad de Barcelona, a la que el monarca había solicitado ayuda pecuniaria para tal fin. 

La buena armonía presidió también las relaciones con el reino de Castilla. Con el de Navarra quedó sin efecto el proyectado matrimonio de la heredera de este reino con el primogénito del monarca aragonés, que murió siendo niño.

El balance de los nueve años del reinado de Juan I no arroja un saldo positivo más que en el orden cultural. La fastuosa corte, de ambiente francés debido al influjo de Violante de Bar, fue el centro de un movimiento humanista donde músicos, juglares y trovadores contaron con el mecenazgo de los reales cónyuges. El monarca, amante de la música y gran bibliófilo, destacó también por su afición a la música, la astrología y la alquimia. 

Su pasión por la caza, que le ha valido el sobrenombre de «el Cazador», fue la causa de su muerte, en 1396. Al no dejar descendientes varones, fue sucedido en el trono por su hermano Martín, desde 1380 ya rey de Sicilia.


Juan I, el rey de Aragón que desplumó a su madrastra, Sibila de Fortiá.

La tirria que se tenían fue sonada: cuando él fue coronado, descargó su inquina contra ella encarcelándola y despojándola de todos los bienes que había recibido de su difunto marido, el rey Pedro IV El Ceremonioso 

El reinado de Juan I al frente de la Corona de Aragón no brilló precisamente por los logros, pero sí por las sonadas intrigas y rifirrafes de órdago en el seno de la familia directa. Un 2 de febrero, el de 1396, Juan I moría víctima de su mayor afición, la caza. Una letal caída mientras cazaba a caballo por bosques de Torroella de Montgriá (Gerona) segaba su vida. Atrás quedaban apenas 12 años de reinado jalonados por los problemas económicos del reino, a los que no contribuyó precisamente el ritmo de gasto del que Juan I ya hizo gala siendo príncipe. Y atrás quedaban también las tormentosas relaciones de este rey aragonés con quien había sido su padre y, sobre todo, con la que se había convertido en su madrastra, Sibila de Forciá.

La tirria que Juan I «El Cazador» le tenía a Sibila de Forciá venía de lejos, desde que ella casó con el entonces rey Pedro IV el Ceremonioso. Eran las terceras nupcias del monarca, tras enviudar sucesivamente de sus dos primeras esposas. Su matrimonio con Sibila de Forciá —que a su vez era viuda del noble aragonés Artal de Foces— no gustó en la Corte. Y tampoco tuvo el beneplácito de los hijos de Pedro IV, que se opusieron, sin éxito, al enlace matrimonial.

Lejos de remitir esos rifirrafes domésticos con el paso del tiempo, fueron a más. A Juan I, siendo aún príncipe, su padre y su madrastra le hicieron el vacío el día de su boda con Violante de Bar —su tercera esposa—. Por intereses estratégicos, Pedro IV y Sibila preferían que se hubiera unido en matrimonio con la heredera de Sicilia. Pero el príncipe Juan se empeñó en casarse con Violante de Bar. Los rifirrafes entre el príncipe, su padre y su madrastra subían más peldaños, y la Corte multiplicaba las intrigas.

Cuando murió Pedro IV, en 1987, el príncipe Juan se convirtió en el nuevo rey de la Corona de Aragón. Y no dudó en descargar contra su madrastra toda la tirria que le tenía guardada. A ella no parece que le supusiera una sorpresa, porque las tensiones hacía tiempo que hacían prever una reacción airada de Juan cuando tomara el mando, como así fue.

Sibila de Forciá acabó desplumada por su hijastro rey y refugiada en un convento, previo paso por la cárcel. Juan I la emprendió contra ella en cuanto tuvo el poder, tras su coronación. La acusó de graves delitos, la encerró en prisión y forzó someterla a juicio. Al final hubo arreglo, Sibila evitó la condena, pero a costa de plegarse a unas amargas condiciones y económicamente desplumada: se vio despojada de sus propiedades, de todo lo que había obtenido con su matrimonio con Pedro IV, y tuvo que resignarse a pasar sus últimos días en espiritual retiro: desde ese momento, su morada fue el convento de San Francisco de Barcelona, donde murió y fue enterrada en 1406, catorce años después de que hubiera muerto su hijastro. Para entonces, cuando a Sibila de Forciá le llegó la muerte, reinaba en Aragón otro de sus hijastros, Martín I El Humano, hermano de Juan I «El Cazador».



Martín I "El Humano"  (1396-1410)

Hijo segundo de Pedro IV el Ceremonioso y de Leonor de Sicilia, recibió el título de duque de Montpellier.
Nacido en Gerona en 1380 y murió en Barcelona en 1410
En 1380 su padre le cedió el reino de Sicilia, que tras la muerte de Federico III volvía de nuevo a la órbita aragonesa.
Sucede como Rey a su hermano Juan I de Aragón que falleció sin sucesor en 1396.

Martín I de Aragón llamado también Martín I el Humano y Martín I el Viejo, fue entre 1396 y 1410 rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Cerdeña y conde de Barcelona. Igualmente fue rey de Sicilia entre 1409 y 1410
La inestable situación de sus reinos peninsulares hizo que Martín abandonara Sicilia en 1397, y al llegar a Zaragoza juró los fueros ante las Cortes el 13 de octubre de 1397 y fue coronado el 13 de abril de 1399.

Al contrario de lo que había hecho su hermano, procuró ganarse la amistad de las oligarquías urbanas, descontentas con el reinado anterior, aunque no consiguió muchos éxitos al encontrarse dichas élites envueltas en una guerra de bandos que el monarca, indeciso, no supo atajar.
Contrajo matrimonio en 1372 con María de Luna, hija de Don Lope, el primer conde de Luna, en 1374, de esta unión nacieron: el futuro rey de Sicilia Martín el Joven (1376-1409), Jaime (1378), Juan (1380) y Margarita (1388).
Reino de Sicilia.

Al regresar a la peninsula refuerza su posición en el Reino de Sicilia cuando en 1379 se acuerde el matrimonio entre su hijo y heredero con María de Sicilia que en 1377 había heredado el trono siciliano tras la muerte de su padre Federico III de Sicilia.

Dada la minoría de edad de ambos, el matrimonio no se celebrará hasta 1390, y Martín I será nombrado señor y regente de Sicilia en 1380.
Tras la coronación en Palermo de María de Sicilia y Martín el Joven, que recibió el título de Martín I de Sicilia, una facción de la nobleza siciliana partidaria de los Anjou se rebeló contra los nuevos monarcas, lo que obligó a Martín el Viejo a ponerse al frente de una flota y desplazarse a Sicilia para acabar con la insurrección.
Mientras se encontraba inmerso en la pacificación de la isla, le sorprendió en 1396 la muerte de su hermano el rey de Aragón y la noticia de que, al haber muerto este sin sucesión masculina, su esposa María de Luna había reclamado el trono en su nombre.

Su hijo Martín de Sicilia, con la victoria de San Luis (1409), acabó de someter a la nobleza rebelde de Cerdeña, expulsando de allí a los genoveses en 1409.
Hasta su llegada a la Península asumió el gobierno su esposa María de Luna, que supo con prudencia y energía solventar los graves problemas planteados. Por una parte la nueva reina tuvo que hacer frente a las intrigas de su antecesora Violante de Bar viuda de Juan I que anunció que esperaba un hijo del rey fallecido que sería su legítimo heredero, Así como de Mateo I, conde de Foix, quien por su matrimonio con Juana de Aragón y Armagnac, hija mayor del difunto monarca, alegó sus derechos al trono aragonés. Las tropas del conde de Foix entraron en Aragón, pero fueron rechazadas por las tropas leales a Martín.


Territorios Peninsulares.

Urgía la presencia de Martín I en sus estados, por lo que decidió abandonar Sicilia. En el viaje de regreso, al hacer escala en Marsella, una embajada enviada por Benedicto XIII le instaba a entrevistarse con él en Aviñón ante el nuevo giro que había tomado el Cisma de la Iglesia; el rey de Francia exigía la renuncia de los dos papas, lo que colocaba en postura difícil al pontífice aragonés.

El antipapa Benedicto XIII, aragonés y pariente de la reina, con la intención de llegar a solucionar el cisma hizo que Martín I, en 1403, interviniese militarmente contra el asedio que sufrió Benedicto en su sede papal, rescatándolo y acogiéndolo en Peñíscola.

La actitud irresoluta y escasa energía de Martín como gobernante constituyen la nota dominante de su reinado.
Los agudos problemas internos en que se hallaban inmersos los Reinos y Condados peninsulares de la Corona se acrecentaron a partir de 1402 por las luchas habidas entre diversas banderías. En Aragón luchaban los viejos linajes de los Luna y los Gurrea apoyados por sus respectivos seguidores.

Para poner fin a tan caótica situación, que perturbaba la paz de la Corona, en 1404 convocó el rey Cortes Generales en Maella. Junto a diversas medidas de tipo fiscal o relativas a cubrir las necesidades del reino de Aragón, se atendió en especial a buscar remedios eficaces en pro de la paz pública.
Se penalizaba a quien disparara ballestas, lombardas, etc., de no ser en defensa de su casa. De igual modo serían sujetos a juicio sumario quienes guerreasen entre sí, de no preceder desafío formal o tratarse de un caso previsto por fuero.
Se ampliaban además las facultades del Justicia de Aragón respecto a los delitos cometidos por particulares. Entre los acuerdos tomados en Maella se incluía la petición por parte de los allí reunidos de que viniera de Sicilia Martín «el Joven», requerimiento que tuvo por parte de éste pronta confirmación. Pero las alarmantes noticias que llegaban de la isla, donde habían surgido nuevos brotes de rebelión, le obligaron a regresar a aquellos dominios.

En general fue un reinado de paz exterior. Sin embargo, en el interior fue un período convulso, debido a las cada vez más cruentas guerras entre bandos nobiliarios en Aragón (los Luna contra los Urrea) y en Valencia (los Centelles contra los Soler y los Vilaragut). Uno de los momentos de mayor tensión tuvo lugar el 6 de enero de 1407, cuando el del gobernador de Valencia, Ramón Boil, fue asesinado en el contexto de una de esas luchas nobiliarias con las huestes del caballero Juan Pertusa y Gisberto Rexarch, partidarios de los Centelles.
Lanzó dos cruzadas contra el norte de África en 1398 y 1399.
Martín I estuvo atento a conjurar los peligros provenientes del litoral africano. Se organizó una cruzada a Berbería en 1397, pero una tempestad hizo fracasar la empresa. Las nuevas tentativas de la flota aragonesa en los años siguientes tampoco consiguieron sus objetivos.


Problema sucesorio.

El 29 de diciembre de 1406 falleció la reina María de Luna, quien le había dado cuatro hijos (Martín, Jaime, Juan y Margarita), de los cuales ninguno sobreviviría a su padre ni dejaría descendencia legítima alguna.
El último en fallecer fue Martín el Joven, en 1409, a causa de unas fiebres.
Se hacía patente el grave problema sucesorio que se cernía sobre la Corona de Aragón, sobre la que acechaban ya diversos pretendientes. 

Viudo Martín I de María de Luna desde 1406, sus consejeros le sugirieron un nuevo matrimonio para asegurar su descendencia, pero su enlace con Margarita de Prades (efectuado en septiembre de 1409) no consiguió aquel objetivo.

El rey intentó legitimar a su nieto bastardo Fadrique de Luna (concebido por Martín el Joven y la noble siciliana Tarsia Rizzari), al cual trajo a la Península para poder educarlo, pero no encontró el apoyo político suficiente para convertirlo en su heredero y la comisión de expertos destinada a dilucidar la cuestión de la sucesión no se puso de acuerdo.
El 31 de mayo de 1410, moría Martín I a los 54 años sin haber nombrado un sucesor, abriéndose entonces un interregno de dos años en el que se disputaron el trono hasta seis pretendientes, entre ellos su nieto.

El conflicto alcanzó su solución en 1412 tras el llamado Compromiso de Caspe, por el que se eligió como nuevo rey a Fernando I, hijo de la hermana de Martín, Leonor de Aragón, nacido en la dinastía castellana de los Trastámara

Martín I, recibió el apodo de el Humano por su carácter bondadoso y, también por la protección que prestó a las Humanidades. Fue muy aficionado a la Geografía y a la Navegación, en la que catalanes y mallorquines destacaron durante su Reinado, encontrándose en su biblioteca numerosas obras de estas artes. Gran jugador de ajedrez y damas, quedan referencias de que era poseedor de varios manuales de estos juegos, así como de numerosos y artísticos tableros.

Al igual que su hermano y antecesor, fue víctima de su propia debilidad física y de las desgracias familiares. Los cronistas destacan su perfil humano, su inteligencia, su piedad, así como su amor por la cultura y su afición por los autores clásicos. No obstante, junto a sus virtudes se perfilan una serie de rasgos negativos como gobernante. La falta de energía, que arrastró consigo hasta sus últimos días, se plasma en su irresolución ante el grave problema sucesorio que dejó como herencia a los estados de la Corona aragonesa.

El nuevo matrimonio con Margarita de Prades no daba frutos, sino todo lo contrario: por esforzarse el rey en dejarla preñada empeoró su frágil salud.

El 31 de mayo de 1410, ocho meses después de su matrimonio, fallece en Barcelona. Sus restos se trasladan al monasterio de Poblet en 1460. No designó quién iba a ser su sucesor, a pesar de las insistentes preguntas de los cortesanos, y en el último momento, en el lecho de muerte, ante la pregunta de Ferrer de Gualbes de si debía ser aquel a quien correspondiera por derecho, contestó con el monosílabo latino «Hoc» (‘Esto’).

Podemos decir que en este momento termina la Dinastía Pura Aragonesa
 
 

la magnífica historia de María de Luna.


La protagonista deste relato es una figura desconocida en nuestra historia pero entra con honores dentro del grupo de las grandes soberanas que vio la península ibérica. La historiografía moderna la ha calificado con el título de "La Grande", justificado por su prudencia, altas dotes y las cualidades que tenía para gobernar.

María era aragonesa de nacimiento, su familia pertenecía a la Casa de Luna de la alta aristocracia aragonesa. Probablemente nació en Pedrola (Zaragoza), donde su padre tenía su residencia, aunque poseía señoríos por todo el reino.

Era hija de don Lope de Luna, señor de Segorbe, a quien, por su lealtad y buenos servicios, había otorgado Pedro IV de Aragón el título de conde. María era muy joven cuando su madre se reunió con el rey aragonés para concertar el matrimonio del infante Martín con María de Luna. En el acuerdo matrimonial la condesa aceptaba que su hija fuera llevada a la corte al cumplir ocho años. Con la dote aportada por María ( varias localidades en los reinos de Aragón y de Valencia) y la asignación de su esposo para contribuir a los gastos de la cámara de la infanta ( más localidades en esos mismos dos reinos), se configuró la Casa de María de Luna, que tendría un funcionamiento independiente de la Casa del infante Martín. Los dos jóvenes crecieron juntos a la vera de la reina Leonor de Sicilia, madre del infante.

Once años después se celebraba la ceremonia de la boda, el 13 de junio de 1372. Para entonces María habría alcanzado ya los catorce años. De los cuatro hijos que dio a su esposo: Martín el Joven, Jaime, Juan y Margarita; sólo el primogénito llegó a edad adulta, pero falleció antes que su padre. Los azares de la vida parecían conjurados con la muerte para despojar a María de Luna de todos sus hijos. Al único que vivió reservaba su abuelo Pedro IV un brillante destino, la soberanía de Sicilia, mediante el matrimonio del infante con la joven reina María de Sicilia. Tras la coronación en Palermo de María de Sicilia y Martín el Joven, que recibió el título de rey de Sicilia, una facción de la nobleza siciliana partidaria de los Anjou, se rebeló contra los nuevos monarcas, lo que obligó al esposo de María de Luna a ponerse al frente de una flota y desplazarse a Sicilia para acabar con la insurrección.

En 1397 muere su cuñado Juan I. Con su hijo y su marido en Sicilia, es el momento estelar de María de Luna. Del discreto plano al que estaba obligada por ser la esposa de un segundón, salta al de protagonista. María aprovecha la ocasión y demuestra lo que vale. Primero resolvió el asunto de la reina viuda Violante de Bar que decía estar embarazada: para vigilar si era cierto el estado de buena esperanza, le puso dueñas expertas en el negocio de tener niños. Pero Violante no esperaba ningún hijo, así que María dejó de preocuparse por ella.

Segundo problema, las aspiraciones al trono del conde de Foix. Juana, hija de Juan I y su primera esposa, reclamaba el trono para sí. Haber definido la incapacidad de las mujeres para reinar no frenó a este conde para reclamar los derechos de su esposa. La respuesta de los representantes de las cortes aragonesas fue bastante rápida y decisiva para evitar que esta infanta pudiera acceder al trono. Sin embargo, el conde de Foix no se contentó y preparó la invasión de sus tropas en tierras aragonesas. María de Luna fue la encargada de afrontar este problema, utilizando entre otras armas la diplomacia. Intentó ganarse el apoyo de los reinos de Castilla y Navarra, así como del reino de Francia.

Las tropas del conde de Foix se apoderaron de Barbastro; mas se vieron obligadas a rendirse. La clemencia admirable de María de Luna ordenó que se evitase la batalla pero que se sitiase la ciudad y se interceptase la entrada de víveres. Los condes, así rechazados, escaparon de Barbastro y buscaron refugio en Navarra. María se hacía cargo del trono aragonés pero llamaba insistentemente a su esposo pues veía comprometida la situación y las posibilidades de su marido para llegar a ser rey. El primer cuidado de María fue no sólo reorganizar las defensas del reino bajo su autoridad inmediata sino también enviar recursos a su esposo, que estaba en Sicilia. Cuando en mayo de 1397 llegó su marido, el trono estaba asegurado. Todos los reinos de la corona le aceptaron. La coronación no se produciría hasta dos años después, en 1399, en una ceremonia celebrada con toda brillantez. A los diez días tuvo lugar la de María.

La ceremonia comenzó con una larga y suntuosa comitiva. La reina sobre un caballo blanco, enjaezado con paños blancos, iba acompañada de importantes damas, entre las que destacaban la reina de Nápoles, la condesa de Luna ( su madre) y la infanta Isabel ( su cuñada), y entre las nobles damas, una que tendría más tarde un papel especial en la corte, Margarita de Prades. No faltaban en la comitiva representantes de todos los estamentos sociales de aquel tiempo.

La reina recibió la bendición del arzobispo de Zaragoza, quien también bendijo las insignias reales. Cada una de las tres insignias era llevada en bandeja de oro por una de las tres más nobles mujeres que la acompañaban. Así, la reina de Nápoles llevaba la bandeja con la corona. Se la presentó al rey, quien la puso en la cabeza de su esposa. La infanta Isabel llevaba el cetro y realizó la misma operación, presentárselo a su hermano el rey Martín, quien lo entregó a la reina coronada. Lo mismo se hizo con el pomo, que portaba doña Guiomar, otra noble dama de la corte. No faltó otra insignia, el anillo, que el rey también puso en la mano de la reina. Martín I terminó su participación en la ceremonia con un beso en el rostro de María, quien le pagó con un beso en la mano, símbolo de fidelidad y sumisión.

Hubo una fiesta y banquete extraordinarios. El patio del castillo cobijó una suntuosa celebración laica. Se sirvió la comida en vajillas de plata y copas de metales preciosos. Se colocó un enorme surtidor del que salían tres caños, para vino blanco, clarete y agua. Los manjares servidos fueron muchos y muy bien presentados.

Su intervención en asuntos importantes la ha hecho merecedora de una reputación de mujer dotada de buena capacidad para la política. Se la ha considerado, incluso, superior para las tareas de gobierno que su marido, más preocupado por la cultura y el humanismo. Entre los años 1396-1406, los diez años que fue reina, cooperó en asuntos muy diversos del panorama político, social, económico y cultural de su tiempo, algunos de ellos de extraordinaria gravedad.

Propició las buenas relaciones con Inglaterra y tan pronto como se hizo cargo del reino, envió una embajada al monarca inglés para asegurarse su alianza y borrar las posibles manchas provocadas por el mal acogimiento de los embajadores ingleses por Juan I. María recomendó a su enviado que dijese del rey Juan que “su mujer era francesa y que era todo francés”, pero el rey Martín y ella misma tenían mucho interés en la buena fraternidad y amistad con la casa de Inglaterra.

Otro grave problema que mereció la atención de la reina María de Luna fue el de los payeses de remensa. Estos payeses o campesinos catalanes padecían la opresión de sus señores feudales que les obligaban a permanecer en la tierra que cultivaban y que no podían abandonar a menos que pagaran una cuota elevadísima a su señor, generalmente fuera de su alcance, llamada remensa. La situación de los payeses había empeorado en la segunda mitad del siglo XIV, como consecuencia de la peste negra. Los señores vieron la caída de sus rentas y por ello la opresión a los campesinos dependientes se hizo más onerosa.

La lucha de los remensas para liberarse de sus cargas, especialmente de los llamados “malos usos” se inició a finales del siglo XIV, coincidiendo con el tiempo de los reinados de Juan I y Martín I. La reina consideraba los malos usos como contrarios al derecho divino y humano. Intentó poner remedio a la secular e injusta situación en que se encontraban los campesinos catalanes, pidiendo ayuda a su pariente el papa Luna, Benedicto XIII. El pontífice no tenía ninguna intención de enfrentarse con la alta nobleza y el alto clero por un asunto como éste.

Mujer cercana al pueblo, protegió siempre a los mas desfavorecidos, ayudándoles económicamente, incluso les eximió de impuestos. En esta línea de preocupación por los grupos sociales injustamente tratados, se enmarca su defensa de otras minorías del reino, en concreto los judíos y los mudéjares. Estos grupos padecieron momentos difíciles, pues otra de las consecuencias económicas y sociales de la crisis de la Peste Negra fue la persecución a estas minorías a las que se consideraba responsables de algunos desastres. La reina procuró ayudar en la medida de lo posible a aquellas comunidades judías que estaban en necesidad extrema; tal fue el caso de Biel, Almudévar y Sesa. Una protección similar debió ejercer con los mudéjares, pues hay algunos testimonios del agradecimiento de este grupo social por el tratamiento de la reina, quien reconoce la “cordial et fervent affeccio” que recibía de ellos.

Procuró mediar en las luchas intestinas de los bandos nobiliarios que ensangrentaban Valencia. Continuamente insistía a su marido para que pusiera remedio a aquel problema, yendo personalmente a pacificar Valencia. La reina llevó a cabo otras obras que podrían calificarse de beneficencia, como ayudas a viudas o a huérfanas pobres. Habría que enmarcar las limosnas a monasterios, la ayuda a peregrinos o la fundación de algunos monasterios. La reina quiso intervenir en el nombramiento de algunos cargos eclesiásticos.

La cultura del renacimiento italiano fue introducida en la Corona de Aragón con la ayuda de estos reyes, aunque la corriente humanista italiana no llegará plenamente hasta la época de Alfonso V el Magnánimo. Esposa de un monarca apodado “El Humano”, este calificativo indica el interés de la corte aragonesa por la cultura y su patrocinio a los humanistas de su tiempo. María fue buena lectora y compradora de libros, entre los que se encuentran obras de carácter religioso o musical, que muestra su interés por la música. También comisionó la redacción de algunos libros, destacando la Scala Dei o tratado de la contemplación, escrito por un personaje de la talla de Francesc Eiximenis. Este autor franciscano es un claro ejemplo de la cercanía a la corte de los humanistas más preclaros del momento.

Eiximenis fue consejero de la reina y redactor de algunas obras especialmente importantes para entender a la reina María y su papel en la corte. Eiximenis deja constancia del gusto de las damas de la corte por las canciones francesas. La reina tenía varios músicos adscritos a su cámara, y de vez en cuando visitaban la corte algunos ministriles que deleitaban con sus instrumentos algunas de las veladas de los monarcas y sus acompañantes.

La presencia de músicos, poetas y escritores en las cortes humanistas de estos reyes de Aragón iba acompañada de la presencia de los que pudiéramos llamar hombres de ciencia. Si la reina Violante de Bar fue fiel seguidora de astrólogos y alquimistas, no lo fue María de Luna, mujer mucho más racional y que escapó al influjo de ese ambiente de superstición que invadía a la corte de su tiempo. La postura contraria de la reina hacia la obra de astrólogos y alquimistas es la excepción que confirma la regla de su protección a las otras ramas de la cultura de su tiempo.

Se podría afirmar que ya en el siglo XIV era Francia la impulsora de la moda. Su influencia en la Corona de Aragón aumentó con la llegada de Violante de Bar. Ésta y su sucesora, María de Luna, aparecían vestidas muy ricamente, con telas y paños preciosos traídos de Oriente y encargados en Granada. El gasto en telas, paños, pieles, adornos, sombreros, zapatos, sastres, bordadores, peleteros, era de consideración, tal como reflejan las cuentas de los tesoreros de los reinos.

La reina no gozó de buena salud. El reuma y los dolores de cabeza amargaron muchos de sus días. Falleció de un ataque de apoplejía en el año 1406, en Villarreal, cuando iba a reunirse con su esposo que se encontraba en Valencia.




El Cisma de Aviñón en el siglo XIV..


El siglo XIV fue tiempo de cambios para la sociedad europea. Al tiempo que el feudalismo se debilitaba, las ciudades experimentaron una paulatina pujanza de la mano del comercio y de la burguesía. España estaba inmersa en la Reconquista e Inglaterra y Francia, en la guerra de los Cien Años. Los otomanos se expandían por el este de Europa, mientras en los mares se enfrentaban Génova y Venecia. Y a mediados de siglo,la peste negra a la que sucumbirá uno de cada tres europeos. Ante tal cumulo de calamidades, muchos volvían su vista hacia la Iglesia en busca de esperanza en un momento en el que el papado se resquebrajaba. A finales del siglo XIV la Iglesia se partió en dos y se eligió un papa en Roma y otro en Aviñón. 

Iglesia y Estado chocaron por delimitar sus respectivas competencias. Felipe IV de Francia quería ser quien eligiese al alto clero de su país y pretendía, además, llevar a sus arcas los tributos generados en sus tierras que se desviaban a los Estados Pontificios. El francés, que siempre pasaba por grabes problemas financieros, viendo al alcance de la mano la solución a sus problemas económicos, planeó la expulsión de los judíos para así poder confiscar y vender sus propiedades y con ello, hacer desaparecer sus enormes deudas.Como el Papa Bonifacio VIII no daba su brazo a torcer, Felipe IV apresó al sumo pontífice en la localidad italiana de Anagni, falleciendo poco después. El rey imponía entonces un papa más dócil, el francés Clemente V que trasladó la Santa Sede de Roma a Aviñón. Tras la humillación de Bonifacio VIII en 1303, todos los papas fueron francófonos hasta 1378, y además decidieron no instalar su sede en Roma. En 1309 se establecieron en Aviñón, en lo que actualmente es el sur de Francia, ya que era una ciudad pequeña que podían controlar mejor que Roma. De hecho, durante el siglo que pasaron en esa población, el refinamiento y la opulencia del sistema administrativo pontificio alcanzó su máximo esplendor, como también la potestad que otorgaba a los papas la facultad de decidir los nombramientos eclesiásticos de la Europa latina. Pese a que los reyes galos no gobernaran la ciudad de Aviñón, lo cierto es que el poder de los papas instalados en ella tenía un carácter marcadamente francés: casi la mitad de la financiación del papado procedía de las cuotas que abonaban los templos franceses, y, a la inversa, los papas de la época permitían que el rey de Francia cobrara un impuesto sobre las tierras de la Iglesia con el fin de costear los gastos de la guerra contra Inglaterra.

Así, el papado pasó a estar desde aquel momento bajo la órbita del reino de Francia y las cosas continuaron de un modo más o menos rutinario hasta final de aquel siglo. No obstante, la percepción de que Roma era el lugar de residencia más apropiado para los papas no desapareció en ningún momento, y de hecho, en torno a la década de 1370 ese sentimiento empezó a cobrar una gran fuerza. El papa Gregorio XI, aunque francés, decidió que era hora de regresar a Roma. Regresó en 1377 pero falleció un año después, de modo que, en un tenso cónclave los cardenales tomaron partido según sus propias conveniencias; la facción italiana, presionada por los romanos hizo papa a Urbano VI. Los cardenales franceses reaccionaron reuniéndose en cónclave en Anagni cuatro meses más tarde, tras enemistarse Urbano con la curia; los purpurados se reunían de nuevo anunciando que se les había obligado a designar a Urbano VI, declarando nula su designación y nombrando a su vez sumo pontífice a un primo del rey de Francia, que fue proclamado papa como Clemente VII.El hecho de que Clemente careciera de apoyos en el centro de Italia le forzó a regresar a Aviñón y a instalarse allí. Comenzaba así el Cisma de Occidente, una situación que dividiría la cristiandad durante cuarenta años.

Ambas sedes, la italiana y la francesa, se precipitaron a la búsqueda de apoyos. Clemente VII confió esta delicada misión al cardenal Pedro Martínez de Luna, que consiguió el respaldo de Castilla, Aragón, Navarra, Nápoles, Alemania meridional, Escocia y, obviamente de Francia. El resto de países Inglaterra, buena parte de Alemania, el centro y el norte de Italia, Portugal, Polonia, Hungría y Escandinavia) apostaron por Urbano y se declararon fieles al romano. La guerra de los Cien Años era una vez más el factor que determinaba en gran medida las distintas posturas, pero casi todas las demás motivaciones se debieron a cuestiones de carácter geopolítico. Resultó imposible conseguir una retractación, ya que ninguno de los dos bandos se mostró dispuesto a ceder, ni siquiera tras el fallecimiento de los pontífices. Luna creía oportuno conciliar el catolicismo mediante la abdicación de los dos papas en disputa y la designación de un tercero, pero su proyecto era rechazado por Clemente VII. A la muerte de este, hubo un nuevo cónclave en Aviñón y Luna fue elegido papa con el nombre de Benedicto XIII con la promesa de acabar con el Gran Cisma. Sin embargo, una vez en la silla papal desechó las ideas que había defendido poco antes. No iba a renunciar a la tiara porque creía que él era el papa legítimo. En Roma, un nuevo papa, Gregorio XII, de carácter moderado y pacificador, asumió el poder con la pretensión de terminar con la bicefalia de la cristiandad. Para poner fin al conflicto entre ambas sedes, la Universidad de París, una institución de referencia en cuestiones teológicas, promovió una reunión en la que habría cardenales de ambas sedes para garantizar la ecuanimidad; el lugar escogido fue Pisa. Pero este concilio ecuménico acentuó el Cisma de Occidente. El rey francés, cansado de los papas de Roma y Aviñón, detuvo sus embajadas y en ausencia de estas legaciones, la cumbre de Pisa invistió a un nuevo papa, Alejandro V. Los otros dos pontífices se negaron a renunciar, por lo que tras el Concilio de Pisa no hubo dos, sino tres papas simultáneos.
 
Luna no se rindió. Regresó a su tierra natal para asegurarse su apoyo. Entretanto, la jerarquía pisana tenía un nuevo santo padre, Juan XXIII, que había reemplazado al difunto Alejandro V. Juan XXIII, con la aprobación de Segismundo, soberano del Sacro Imperio, convocó un sínodo que debía celebrarse en Constanza, Alemania, para clausurar de una vez por todas el Gran Cisma. El Concilio de Constanza consiguió zanjar las cuatro décadas de división eclesiástica. Juan XXIII fue deslegitimado; Gregorio XII y el romano, renunció a través de un representante; pero Benedicto XIII se negó a abdicar y se retiró a Peñíscola, en España. Esto le importó poco al concilio de Constanza, que lo depuso igualmente y se nombró un papa para la cristiandad reunificada, Martín V. El Cisma de Occidente había concluido.

El Gran Cisma había alentado movimientos reformistas que denunciaban la decadencia del alto clero y pregonaban un retorno a los valores del cristianismo primitivo. El Concilio de Constanza, precisamente, declaró herejes a dos líderes de esta tendencia, el inglés John Wycliffe y el bohemio Jan Hus. Al segundo se lo condenó a la hoguera. Los seguidores de ambos, que se contaban por millares, sufrieron una dura persecución. Pero la mecha estaba encendida. No tardarían en tomar el relevo, ya en el Renacimiento, Lutero, Calvino y otros revolucionarios de la fe. El papa Luna terminó sus días en la más completa soledad. Fue desautorizado y excomulgado, repudiado incluso por Aragón, y solo tres cardenales le guardaron lealtad en el castillo de Peñíscola. En este penoso aislamiento falleció el personaje que había gobernado y confundido durante medio siglo el rumbo de la Iglesia, el actor más longevo, capacitado y testarudo del Cisma de Occidente. Segundo y último antipapa de Aviñón, Benedicto XIII había sobrevivido a la mayoría de sus rivales. Tenía 95 años. Murió convencido de ser todavía el sumo pontífice.



Retrato de Benedicto XIII.

Tenía sesenta y seis años cuando su elección; era pequeño y delgado, de facciones enérgicas y de nariz algo desviada; el busto de San Valero, que él regaló a la Seo de Zaragoza y que lleva sus armas, es seguramente su efigie. Gran canonista, había explicado Derecho en la Universidad de Montpeller; su energía la manifestó en la elección de Urbano VI, manteniéndose firme contra italianos y franceses.

Sus mismos enemigos reconocen su alma fuertemente eclesiástica, su conciencia escrupulosa, sus costumbres irreprochables y su talento. Mas a pesar de este reconocimiento expreso de su virtud y de su ciencia, sus enemigos, que lo son casi cuantos escriben de historia, por la costumbre general de escribir copiando y no estudiando, lo llaman terco por confundir la entereza con la tozudez, orgulloso y déspota por confundir la dignidad con la soberbia; no le atribuyen otro defecto que el de poseer con exceso buenas cualidades.

Sus compatriotas mismos no le han hecho justicia; es sino de todos los grandes hombres españoles vivir olvidados de los suyos hasta que un extranjero los descubre; Benedicto XIII ha sido descubierto por el Eminentisimo Cardenal Ehrle, a quien España debe un homenaje de gratitud por este hecho. Injustamente se le llama Antipapa, porque la Iglesia no ha declarado cuál de los simultáneos era el Papa legítimo, y el hecho de que algunos posteriores al concilio de Constanza tomaran el nombre de Clemente o Benedicto y siguiera el ordinal que les correspondía conforme a los romanos dentro del cisma, no es sentencia condenatoria de los de Aviñón.

Benedicto XIII, obligado a salir de Aviñón y Francia, se refugió en su patria, la Corona de Aragón, y al fin eligió como residencia Peñíscola, la bellísima península de Peñíscola, que había segregado de la Orden de Montesa colocándola bajo el poder de la Iglesia, sin duda pensando ya en su retiro.

Aquí, en esta residencia separada del mundo, pasó a fines de 1414 y principios de 1415 trances amargos, como antes los había pasado en Perpiñán; la Iglesia de Dios estaba entregada a las disputas de los hombres; en la elección del Vicario de Cristo intervenían poderes seculares con más influencia que los canónicos; él se tenía por Papa y a él le pedían que abdicara la dignidad que Dios le había confiado por mediación de los cardenales. ¿Perdería él esa dignidad porque todos le abandonasen? ¿Le era lícito desprenderse de su jurisdicción porque los hombres se negaran a obedecer? A ningún hombre, no antes ni después, se le ha planteado un problema moral de tan magna trascendencia y de resolución tan difícil, sobre todo para un alma que sienta la responsabilidad de sus deberes con energía capaz del martirio, porque a don Pedro de Luna se le ofrecía de un lado la tranquilidad, el bienestar y la consideración de los hombres renunciando, la persecución y los odios persistiendo; las alabanzas en el primer caso; la difamación en el segundo; en Perpiñán se negó; solicitado de nuevo en Peñíscola se aisló en un cuartito que todavía se conserva, reflexionó, oró, y asomándose a la plaza que hay al pie de la habitación por él elegida, pronunció un non possumus, que dejó a la humanidad estupefacta de asombro.

Abandonado de todos, tan perseguido y odiado que se intentó envenenarle, aquel hombre que pensó mucho su decisión antes de aceptar a Urbano VI o declararse contra él vivió en lo que llaman su pertinancia, quienes no pueden comprender ni tanta energía ni tanta grandeza de alma.

Don pedro de Luna murió el 23 de mayo de 1423, domingo de Pentecostés.

Si la pasión nacional francesa ha llenado de calumnias la vida de este hombre, que en tiempos menos calamitosos para la Iglesia hubiera sido un gran Pontífice y tal vez un gran Santo, el olvido de los españoles de la historia eclesiástica de su patria y el consiguiente acogimiento a lo que escriben italianos y franceses contribuye a mantenerlas.

Por otra parte, la pasión política de algunos historiadores inventó algunos siglos después intervenciones de este Papa en el negocio de la sucesión del rey don Martín, y considerando el modo de resolverlo contrario a los intereses de su patria, lo culpan de ello.

Esas acusaciones son infundadas, es decir, carecen de fundamento serio; básanse en que San Vicente Ferrer era partidario y devoto de Benedicto XIII y en la creencia de que aquel santo decidió la mayoría de los compromisarios en favor del infante de Castilla.

Pero tales acusaciones son invención de historiadores del siglo XVII. No hay dato alguno cierto ni siquiera indicio de que Banedicto interviniera en pro de ningún candidato: Benedicto XIII no apeló a medios bastardos para mantener en su obediencia a príncipes ni pueblos. Cuando Francia le amenazó con negérsela, encogióse de hombros y dijo: << A San Pedro no lo reconoció tampoco, y no por eso dejó de ser Papa >>.

Dos monarcas aragoneses intervinieron en la extinción del cisma: Fernando I y Alfonso V; el primero le negó la obediencia, el segundo acató al Papa elegido en Constanza; al primero se le acusa de ingrato con Benedicto, quienes suponen que a la influencia de éste debió el ser rey de Aragón, y esos mismos atribuyen el don de profecía al retirado de Peñíscola, poniendo en su boca estas o semejantes palabras: << A mí, que te hice rey, arrojas al desierto; tus días están contados y tus descendientes no se sentarán en el trono más allá de la tercera generación>>. El acierto de la profecía demuestra que su invención es posterior al hecho anunciado.

Fernando de Antequera obró rectamente dado el tiempo. Toda la cristiandad, a una, pedía la renuncia de los papas a la sazón existentes; la cuestión de derecho era insoluble, porque arrancaba de cónclaves, de cuyos miembros el único sobreviviente era don Pedro, y sobre él se habían lanzado acusaciones que sólo él sa

bía si eran calumniosas. Fernando se adhirió al sentir universal; lo mismo hizo su hijo, aunque con algo de menos buena fe.


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Para conocer más:
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El Papa Luna

El castillo de Peñíscola que hoy conocemos, se empezó a construir en el año 1294, sobre una  antigua fortaleza musulmana, siendo cedido por el rey Jaime I a la Orden del Temple en el año 1294, los cuales  la restauraron y fortificaron a semejanza de los castillos de Jerusalem, terminando las obras en 1307.

En este año, la Orden del Temple desaparece y el rey Jaime II lo recupera para cedérsela en el año 1319 a la Orden de Montesa. 

Esta Orden religiosa permaneció en el castillo hasta que en el año 1411 se la cede al papa Benedicto XIII, el Papa Luna, el cual levantará su Sede papal desde el año 1415 al 1423, modificando y adaptando el castillo a la función pontificia. Tras la muerte del papa, en 1441, la fortaleza vuelve a la Orden de Montesa y posteriormente a la Corona española.

Fue Felipe II, quien fortificó la fortaleza y construyó las murallas en el año 1705 que rodean el castillo y le dio el aspecto que hoy tiene. Tales obras se acometieron para proteger la ciudad intramuros de los ataques de los piratas berberiscos que asolaban el mar Mediterráneo. Este  castillo templario tuvo el privilegio de compartir la Sede pontificia con el Vaticano y el Palacio de los Papas en Aviñon, los únicos lugares que  han sido sedes papales a lo largo de las historia. Estas ciudades formaron parte del denominado Cisma de Occidente.

Y en esta ciudad, y en este castillo, vivió Pedro Martínez de Luna, el papa Benedicto XIII, más conocido como el Papa Luna.


Nace el hombre

Pedro Martínez de Luna nació en el castillo de Illueca (Zaragoza) en el año 1328, en pleno Moncayo. Estudió de joven la carrera militar y posteriormente estudió en la universidad de la ciudad francesa de Montpellier Derecho Canónigo dedicándose al magisterio y consagrándose a la Iglesia, lo que le llevó a entrar al servicio y  a ser la mano derecha del papa Gregorio XI, el cual traslada  su residencia papal de Avignon a Roma.

Tras la muerte de Gregorio XI, se reúne el cónclave cardenalicio para nombrar al nuevo papa. La dura lucha entre los cardenales franceses, partidarios de llevar la Sede papal a Avinon, y los italianos retrasan las deliberaciones durante más de seis meses, en el que no faltaron múltiples incidentes, llegando incluso a ser invadido el cónclave por ciudadanos romanos que no querían el traslado de la Iglesia a Francia, llegando a amenazar incluso a los miembros del cónclave con cortarles la cabeza.

El cónclave, pese a no estar completo, finalmente  acuerda nombrar papa al italiano Urbano VI. Este, de carácter déspota y poco diplomático, partidario de mantener en Roma la Sede pontificia, amenaza con nombrar cardenales italianos para contar con la mayoría cardenalicia y restar poder a los cardenales franceses. Consultado Pedro Martínez de Luna sobre la legalidad de la votación, este respondió que no lo era, al haberse votado por miedo y no por convicción. Ante esta situación, el cuerpo cardenalicio, ya al completo, nombra a Clemente VII, quien traslada la sede pontificia a Aviñón y da comienzo al cisma de Occidente.


¿Y Pedro Martínez Luna?

En un primer momento apoyó al Papa Urbano, pero luego apoyó a Clemente VII y consiguió para este papa el apoyo de la Corona española y de varias iglesias europeas. Por este motivo, el papa le nombró legado papal en España. Esta situación se mantuvo hasta que, en el año 1389, muere Urbano VI, siendo nombrado nuevo papa romano Bonifacio IX. Unos años más tarde, en 1394, muere Clemente VII y, tras ser nombrado cardenal, Pedro Martínez es nombrado nuevo papa, tomando el nombre de Benedicto XIII.


Nace la leyenda

En el año 1411, el papa romano Martino V, excomulga a Benedicto XIII y le requiere a que abandone el papado y se someta a la voluntad de la iglesia romana. Este responde abandonando Avignon y trasladándose a Peñíscola, donde erige la nueva Sede papal hasta el año 1422. La leyenda dice que partió a Peñíscola desde el puerto francés de Colliure en medio de una tormenta. El Papa Luna desafió la tormenta rogando a Dios e implorando, desde la proa del barco, que si él era el papa legítimo sortearía la tormenta. Se calmó entonces el mar y cesó la tormenta y el viento, exclamando entonces Pedro Martínez de Luna “Soy Papa”. Ya en Peñíscola, Benedicto XIII se mantiene firme en su papado, defendiendo la legitimidad de su papado, argumentando que él era el único de los tres papas existentes en aquel momento que había sido elegido cardenal antes de producirse el Cisma. Fue declarado hereje y antipapa al ignorar los  requerimientos y amenazas del nuevo papa, Martino V. Durante el Concilio de Pisa, celebrado en 1403, la Iglesia romana intentó que el Papa Luna renunciara al papado. A partir de ese momento, sobrevivió a varios intentos de envenenamiento y el paulatino abandono de sus seguidores marcaron su vida y la del castillo de Peñíscola.

Benedicto XIII se refugió en el castillo y se rodeó de obras de Ovidio, Averroes, Petrarca, Santo Tomás y Séneca y otros filósofos, escribió sus tratados y ocultó el Códice Imperial, un enigmático pergamino escrito por el emperador Constantino y guardado en una cánula de oro que desapareció tras su muerte y que nadie ha encontrado a pesar de los intentos de hallarlo por parte de papas y reyes.


Leyenda

Cuenta la leyenda  que el Papa Luna era uhombre milagroso, dicen que una noche extendió su manto por encima del Mediterráneo y ayudado de su báculo llegó a Roma para decirle a Martín V: “Yo soy el verdadero Papa”. Dicen también que construyó en una noche una escalera hasta el mar para poder huir en su barca, la Santa Ventura, tras el abandono de los suyos. Esa noche perdió en el mar su anillo papal, una excepcional joya que nadie ha logrado hallar, porque el mar escondió la ofrenda. También perdió en este incidente su Códice Imperial, un pergamino escrito por el emperador Constantino, de carácter misterioso y enigmático, cuya lectura estaba reservada solo a los papas y reyes.

El Papa Luna jamás se rindió y estuvo  acompañado hasta el final de sus días por cuatro cardenales y su sobrino, Juan de Lanuza, fieles a él hasta el día de su muerte, el 29 de noviembre de 1423, cuando tenía 94 años, tras lo cual fue nombrado papa Clemente VIII, último papa dependiente de la sede de Avignon, abdicando tiempo después en el papa Martino V. Durante ocho años permaneció el cuerpo incorrupto del Papa Luna en la capilla del castillo de Peñíscola, hasta que su sobrino, que había defendido, cuidado y servido a su tío fielmente hasta su muerte, trasladó el cadáver de Pedro Martínez Luna a la casa de los Luna, en el castillo-palacio de la zaragozana Villa de Illueca, habilitando el mismo salón donde había nacido  para que descansaran allí sus restos mortales.

Durante el tiempo que permaneció en Illueca la veneración de su cuerpo incorrupto alcanzó enorme popularidad hasta el punto que las autoridades eclesiásticas de Roma y Aragón se alarmaron ante las miles de personas las que acudían en peregrinación hasta Illueca para venerar su cuerpo y rogarle favores al considerarle milagroso. En el siglo XVI, un prelado italiano atentó contra su urna, golpeándola con un bastón y rompiendo los cristales. En la guerra  de Sucesión del siglo XIX, los Luna se pusieron del lado de los Austrias y al ser vencidos por los franceses, estos saquearon el palacio de Illueca y entraron en la cámara mortuoria, destrozando  a culatazos el cadáver del Papa Luna, separando la cabeza del resto del cuerpo y lanzando por la ventana los huesos, que fueron a caer cerca del rio Aranda. Unos labradores encontraron el cráneo del Pontífice y lo devolvieron a los familiares. Los demás huesos se perdieron.

Con el paso del tiempo, los Luna se trasladaron por matrimonio al palacio del Conde de Argillo de Sabiñán (Zaragoza). El día 07 de abril de 2000,  el cráneo de Benedicto XIII  fue robado de la urna que lo contenía.Los restos fueron recuperados por la Guardia Civil el 12 de septiembre de 2000, con lo que parecía terminar la profecía realizada en su día por San Vicente Ferrer. Aún hoy en día, varias ciudades aragonesas, Zaragoza, Illueca y Peníscola reclaman sus restos que se encuentran protegidos en algún lugar de Zaragoza.

La singular personalidad del Papa Luna le ha añadido un halo de misterio y de leyendas en torno a él y su figura.

Una de las leyendas más conocidas es aquella que cuenta como  el Papa, desanimado por la deslealtad de los suyos, una noche quiso bajar hasta el mar. Al ser un camino de piedras,  pidió la ayuda celestial y la escalera fue tallada en la roca viva esa misma noche. El Papa bajó por ella y extendió su manto pontificio sobre las olas y apoyándose en su báculo, empezó a navegar hacia Roma como si fuese una barca  y se entrevistó con sus enemigos que no lo esperaban. Lo cierto es que la escalera fue tallada en tiempos del rey Felipe II, durante los trabajos de construcción de la muralla.

El Papa mago, el Papa Luna o el Papa del mar simbolizaba lo bueno y lo malo. 

Era un santo, un apóstata, un herético, un loco, un brujo y un sabio. Hoy la leyenda dice que los espíritus marinos que le acompañaron en su destierro a Peñíscola desde Avignon para protegerle de la tormenta, gritan hoy desde el llamado “Bufador”, una oquedad pétrea que comunica el mar hasta la ciudad intramuros, y que deja escuchar la furia de las aguas, e incluso asomarse cuando la tormenta las agita. Esa misma leyenda que dice que, en las noches de luna llena, se puede observar la figura del papa, vestido con  su capa y su tierra, mientras pasea por la explanada del palacio. Se dice incluso que aquel que toque con sus manos la figura del Papa Luna sufre extraños sucesos difícilmente explicables.

Para muchos, la maldición que acompaña al Papa Luna está causada por la profecía realizada por San Vicente Ferrer en torno a él: “Para castigo del orgullo del Papa Luna, algún día, con su cabeza jugarán los niños a modo de pelota!”. Hasta que alguien no realice un conjuro que la anule no descansará el espíritu del Papa. El mismo San Vicente Ferrer que devolvió a vida al niño de Morella que había sido sacrificado por su madre para que sirviera de alimento al propio San Vicente, el Papa Luna y el rey Fernando I, reunidos para tratar de buscar una solución al cisma y convencer al papa a abandonar su papado, reunión sin éxito alguno debido a la terquedad de Benedicto XIII. Hay un hecho histórico que avala el papado del Papa Luna. Paradójicamente, fue un papa condenado por hereje por la Iglesia Católica romana. Él y su antecesor, Clemente VII, fueron los papas que crearon el Cisma de Occidente, al defender doctrinas que se apartaron en aquel tiempo de la línea oficial de la Iglesia, pero que sin embargo después formaron parte de las tesis aceptadas en el Concilio Vaticano II. Buena prueba de todo ello es, aquellos países que apoyaron a Clemente VII y Benedicto XIII son católicos, mientras que aquellos que apoyaron entonces a Urbano VI y Martino V, como Alemania e Inglaterra, apenas un siglo después fueron protestantes y anglicanos, respectivamente.

Como curiosidad, también hemos de mencionar que el dicho “seguir en sus trece” deriva de la obstinación demostrada a lo largo de toda su vida por Benedicto “trece”.



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SIGLO XV
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Cúmplese también al comenzar éste esa especie de ley que dice: a siglo nuevo vida nueva. El xv se parece al xiv, pero es distinto y otro en muchos aspectos. La marcha hacia la unidad española da un nuevo avance cuando comienza y al terminar está realizada. Toda la actividad política de los cuatro reyes que llenan el período, Fernando, Alfonso, Juan y otro Fernando, se dirige a encauzar su pueblo hacia Castilla con fines que no concretan ni fijan, pero que tienden a que los dos se compenetren y los dos decidan a terminar aquel estado de cosas mediante la unión.

Los cuatro monarcas fueron a su modo grandes reyes: Fernando I, como jefe de la nueva dinastía y su fundador, fué el más anodino: contribuyo a que no desarrollara sus dotes, si las poseía, la situación revuelta del país política y religiosamente y su mal estado de salud: su reinado fué muy breve. No dejó ni bueno ni mal recuerdo de su paso por el mundo, pero más bien bueno que malo. Fué hombre serio, respetuoso con las leyes y costumbres de sus súbditos, a pesar de no ser las suyas por su origen castellano, y aunque padeció como sus dos hijos Alfonso y Juan y aun su nieto Fernando de castellanismo, es decir, de considerarse desterrado en Aragón, como si no hubiera venido de su voluntad y haciendo grandes esfuerzos por venir, en él es más perdonable que en sus sucesores: tenía ya unos 32 años cuando lo eligieron en Caspe; vino casado y con varios hijos, con afectos formados a la tierra y a las personas, y a su edad ya no es fácil desprenderse de sentimientos para sustituirlos por otros.

Su hijo Alfonso V fué menos serio que su padre: mucho más ligero y más amigo de aventuras de lo que convenía a un rey prudente. Su característica es la vanidad: ésta le metió en guerras con Castilla y le llevó a la Italia continental: ella informa todo su reinado.

No un ignorante, pero sí mucho menos sabio de lo que aparentó y muchísimo menos de como lo presentan historiadores asalariados, se dió cuenta del tiempo en que vivía, el principio del Renacimiento, de las aficciones de la intelectualidad de entonces y halagó a los renacentistas, haciendo creer que él formaba en sus filas para protegerlos, y como uno de tantos.

Casó con doña María de Castilla, señora de mucho carácter y gran moralidad, superior en todo a su sobrina Isabel del Castilla.

Doña María fué estéril: hija de Enrique III, a quien la historia llama el Doliente, heredó de su padre la energía y las enfermedades, y aunque llegó a edad en cierto modo avanzada, toda su vida padeció de males crónicos que la incapacitaban para la concepción y la vida conyugal.

No hay datos que permitan afirmar que Alfonso emprendiera la conquista de Nápoles por huir de ella, ni de que permaneciera en esta ciudad veinticuatro años sin visitar sus reinos y allí muriera por no vivir con su mujer; este abandono de su patria y de su familia es más verosímil que obedeció al temor de que cuanto había fundado en Nápoles se derrumbara con estrépito en cuanto él saliera y a su acomodamiento al ambiente napolitano más tibio que el de sus Estados.

Juan II fué un hombre de energía estraordinaria, el que más pensó en la unidad y en reinar en Castilla; sus dotes personales le hacían digno de gobernar el reino de sus mayores entregado a su primo de su mismo nombre y de igual numeral que él en su reino respectivo; Juan II de Aragón, nacido en Castilla, merecía en su patria mucho más de lo que ésta hizo por él.

Fernando el Católico es uno de los grandes reyes de España; continuando la política de su padre y más propiamente secundando la acción de éste, casó con la infante de Castilla doña Isabel y este matrimonio unió las dos coronas.

Fué don Fernando magnánimo y prudente, justiciero y generoso, gran político y gran diplomático; a pesar de su abolengo castellano - sólo su bisabuela era en ambas líneas de origen aragonés - en Castilla lo vieron por extranjero y como a tal lo miraron con recelo, con miedo de que Castilla fuese absorvida por el reino propio de Fernando; por afecto más que por política éste se sintió siempre más castellano que aragonés, con la idea siempre de la unidad nacional, por ver mayor peligro para ésta en la tendencia castellana que en la aragonesa.

Su austeridad y honradez, su escasísima afición al boato, su desprecio a los aduladores, le distanciaron de los nobles, de muchos eclesiásticos y sobre todo de los literatos de oficio que vivían de adular a los poderosos, y Fernando fué objeto de diatribas y censuras que repercutieron en el pueblo y han pasado a la posteridad, presentandolo como un maniquí de su mujer, a la cual se atribuye cuanto bueno se hizo en su tiempo, no obstante decir ella misma que todo procedía del marido.



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Sección de Historia. 
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
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Interregno (el Compromiso de Caspe).  (1410-1412).


En 1412 un controvertido acontecimiento estuvo a punto de propiciar una guerra civil en la Corona de Aragón. El 31 de mayo de 1410, la muerte de Martín I, -conocido como el Humano por su carácter bondadoso y por la protección que le prestó a las Humanidades- originó un problema sucesorio, ya que un año antes Martín el Joven, hijo de Martín I y de María, condesa de Luna, había muerto también sin descendencia; y de su segundo matrimonio con Margarita de Prades, Martín I no tuvo hijos.

     El Trono quedó sin herederos directos y deseado por muchos pretendientes iniciándose así un período denominado Interregno, que culminó con el Compromiso de Caspe.

      Ante esta situación, las Cortes, reunidas en Alcañiz decidieron intentar nombrar un nuevo rey y encomendaron dicha tarea a nueve compromisarios -tres por cada uno de los Estados forales- que a tal efecto se reunieron en la localidad de Caspe.

     Los aspirantes al Trono fueron el infante de Castilla -Fernando de Antequera-, hijo de Leonor, hermana mayor de Martín; Jaime, conde de Urgel, biznieto por línea paterna de Alfonso IV de Aragón; Alfonso, duque de Gandía y primo segundo de Martín y nieto por línea paterna de Jaime II; Luis, duque de Calabria, hijo del Rey de Nápoles; Luis de Anjou y de Violante, hija de Juan I de Aragón y sobrina carnal de Martín; y finalmente Fadrique, hijo natural de Martín de Sicilia, legitimado por Benedicto XIII y por quien Martín el Humano había mostrado bastante afecto. Todos mandaron embajadas para exponer sus derechos. El que menos interés suscitó fue el duque de Gandía, pues era anciano y murió pronto. Fadrique, menor de edad, tenía pocos partidarios; el duque de Calabria contaba con el apoyo de los Luna y buscó también el de Granada e Inglaterra. Fernando de Antequera tenía en Aragón un numeroso partido, la influencia de Castilla, la del papa Benedicto XIII y la del elemento eclesiástico.

     El 15 de febrero de 1412, representantes de los tres Parlamentos -aragonés, catalán y valenciano- acordaron elegir a nueve personas que decidieran acerca de la sucesión en el trono, en el término de dos meses prorrogables por otros dos. Las deliberaciones tuvieron lugar en la villa de Caspe, equidistante de las capitales de los tres Estados. El señorío de la villa se entregó, durante el tiempo que durasen las deliberaciones, a los nueve compromisarios. Se colocó en la localidad una importante guardia armada a fin de reforzar la seguridad de los comisionados.

     Fueron designados compromisarios personajes de cierto renombre. Por Aragón, Domingo Ram, obispo de Huesca; Francés de Aranda, donado por la Cartuja de Porta Coeli y Berenguer de Bardají, letrado; por Cataluña, Pedro Sagarriga, arzobispo de Tarragona, Guillén de Vallseca, letrado y Bernardo de Gualbes, letrado y conseller de Barcelona. Y por Valencia, Bonifacio Ferrer, prior general de la Cartuja; el maestro fray Vicente Ferrer, dominico y el letrado Giner Rabasa, que fue sustituido por Pedro Beltrán.

     El 18 de abril se reunieron los compromisarios en el castillo de Caspe, donde oyeron los alegatos de los pretendientes. Desde el principio, la controversia parecía limitada a dos de los aspirantes: Fernando de Antequera y el Conde de Urgel. El primer compromisario que habló fue San Vicente, a favor de Fernando al que debía adjudicarse el trono "por justicia, según Dios y en su conciencia" (indicaba Zurita). El arzobispo de Tarragona creía "más útil" la elección de Fernando, aunque consideraba preferentes los derechos del Conde de Urgel y el del Duque de Gandía, con el inconveniente de que los dos eran de condición similar. A esta opinión se adhirió Vallseca. Pedro Beltrán declaró que no estaba en condiciones de fallar.

Discurso de San Vicente Ferrer     El 24 de junio se procedió a la votación. El primero en votar a favor de Fernando fue San Vicente Ferrer y a su voto se adhirieron su hermano Bonifacio Ferrer, los aragoneses Francés de Aranda, Berenguer de Bardají, el obispo de Huesca y el catalán Bernardo de Gualbes. El arzobispo de Tarragona no votó a Fernando, aunque manifestó creer conveniente su elección; Vallseca se declaró abiertamente por el conde de Urgel.

Y así resultó elegido el infante de Castilla, Fernando de Antequera, hijo mayor de la hermana mayor de Martín I el Humano por seis votos contra dos y una abstención.

La designación de Fernando de Antequera correspondió así a dos reinos, Aragón y Valencia, al apoyo de la Iglesia a través de Benedicto XIII y por medio del cartujo Bonifacio Ferrer y el dominico Vicente Ferrer, y a la burguesía barcelonesa representada por el conseller Bernardo de Gualbes.

La elección no obedecía tanto a razones de legalidad como de utilidad. Pues un interés económico vinculaba a la burguesía catalana con Fernando de Antequera; la lana castellana de La Mesta, en manos del poderoso Infante de la casa de Trastámara, necesaria para su industria textil, y encontrar nuevos mercados para sus productos. Fernando obtuvo en Caspe la unanimidad aragonesa, la mayoría valenciana con los dos votos de la Iglesia y la minoría catalana con el voto del burgués Bernardo de Gualbes. Al apoyar la causa de Fernando, la burguesía catalana hizo triunfar, con la nueva dinastía, la fórmula pactista como derecho constitucional de la Corona de Aragón. Esta oligarquía se hizo pagar los servicios prestados en Caspe. Las Cortes de 1413 regularizarían y darían forma estable y permanente a la Diputación del General o Generalidad y ello consagró el triunfo del principio pactista.

Los documentos notariales de las deliberaciones del fallo de Caspe fueron leídos solemnemente el 28 de junio de 1412, después de un sermón de San Vicente. La sentencia fue muy celebrada en Aragón, menos en Valencia y mucho menos en Cataluña. Este descontento trató de paliarlo San Vicente con un nuevo sermón exaltando las virtudes de Fernando, el cual había demostrado ampliamente su valía y dotes de gobierno durante su regencia en Castilla, en la minoría de su sobrino Juan II, hijo de su hermano Enrique III.

La decisión de elegir a Fernando de Antequera fue más por evitar una guerra con Castilla que por otra cosa y aumentó el malestar dentro de la Corona.

De este modo la rama menor de la casa de Trastámara quedó instalada también en la Corona de Aragón. El establecimiento de una misma dinastía en Castilla y Aragón fue un poderoso factor en el camino de la unificación española.

     Con el paso de los años se vio que el compromiso de Caspe resultó ser más desfavorable para Aragón que beneficioso. La decisión que se hizo para evitar una guerra, puso en el trono a un rey que el pueblo no quería, que por ser castellano, eliminó muchas costumbres aragonesas (una de ellas, la Fabla –el idioma aragonés, con todos sus dialectos-, ya que fue el principio del fin de esta lengua que se empezaría a considerar de clase baja), y además, más adelante traería una unión con Castilla (Fernando el Católico, su descendiente, se casaría con Isabel de Castilla) que perjudicaría a Aragón.

El Compromiso ha sido contemplado como ejemplo de madurez de las instituciones de la Corona de Aragón, que afrontaron la transición dinástica sin caer en la guerra civil. Con él quedaron vinculadas dinásticamente las coronas de Aragón y Castilla y se gestó la potencia política hispánica que daría sus primeros frutos a fines del siglo XV.

     Fue una solución pacífica a la situación de vacío monárquico en que estaba inmersa la Corona de Aragón.


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Un mensaje muy actuál...
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El compromiso de Caspe o la historia española que no debemos olvidar.

La concordia se abrió paso en el año 1412 al resolverse el vacío monárquico abierto hacía ya dos años al pasar a mejor vida el rey Martín el Humano sin descendencia directa

 
Por Álvaro Van den Brule: 

Qué época tan terrible esta en que unos idiotas gobiernan a unos ciegos. -William Shakespeare 

Allá por el siglo XIV, en un apartado rincón de Aragón, alguien con las seseras bien puestas decidió darle un golpe de timón a una situación muy enrocada. Nada que ver con la situación actual, pues el actor principal es corto de entendederas y los secundarios padecen de miopía abisal. Pero lo que sí es un dilema del carajo es no saber si es peor no ver o no poder cerrar los ojos.
 
 En aquel tiempo de nuestra enorme y movidita historia, en la villa aragonesa de Caspe, hacia finales de junio del año 1412, la concordia se abriría paso entre los pueblos al resolverse el vacío monárquico abierto dos años antes al pasar a mejor vida el rey Martín el Humano sin descendencia directa. Ello conseguiría evitar prolongar más allá de lo que la prudencia aconsejaba una situación de difícil encaje antes de entrar en barrena y caer en el proceloso mar de la anarquía y el desorden.


¿Qué había ocurrido exactamente?

Lo normal en aquel entonces era liarse a garrotazos (guerras civiles castellanas, Guerra de los Cien años, etc.), enfrentamientos fratricidas que, sin cesar, en un vaciado angustioso y cíclico enviaban a miles de interfectos al valle del silencio. El testamento del rey Martín no resolvía el galimatías, pues dejaba como heredero universal a su hijo Martín de Sicilia, muerto antes que él Pero la fuerza de la diplomacia siempre tiene sus cartas que jugar y a veces sale triunfante donde solo hay callejones sin salida o eriales ausentes de imaginación. Posiblemente, el infante castellano don Fernando de Trastámara era de todos el más idóneo, el mejor posicionado por el peso de las influencias, por solvencia, y por la brillantez de su ingenio. Dos aragoneses ejemplares, el jurista Berenguer de Bardaxí, y don Pedro de Luna, más tarde convertido en el Papa Benedicto XIII, con la indispensable colaboración de San Vicente Ferrer, proporcionarían a la Corona de Aragón un nuevo monarca que devolvería la tranquilidad y el orden a los preocupados súbditos de la misma. Se hace necesario recordar en este punto que el reino de Aragón era tan vasto que quizás de haber existido hoy, en él se podrían practicar hasta cinco husos horarios diferentes, pues sus tierras y sus sombras iban desde el extremo oriental del Mediterráneo hasta las áridas tierras castellanas.

Ocurría que en la Corona de Aragón el derecho de sucesión al trono estaba enraizado en la llamada costumbre o razón natural; por lo que, al no existir disposiciones escritas, el testamento real respiraba cómodamente en la tradición de la última voluntad regia y el sentimiento popular asumía de buen grado que lo que el rey decidía estaba bien hecho y punto. A diferencia de Castilla y Navarra, en la legislación aragonesa no constaba ordenamiento que regulara la sucesión real. Los monarcas recién entronizados eran designados sin más por el mero hecho de ser hijos de, y así, sin más, se daba por suficiente. El díscolo conde Urgel seguiría combatiendo a la desesperada hasta que un 31 de octubre, tras un breve asedio, se rendiría ante el nuevo monarca En el momento de la muerte del rey Martín el Humano en 1410 sin sucesión directa legítima, eran unos cuantos los aspirantes al trono, y el panorama podría haberse torcido severamente si no hubiera imperado la cordura y el buen hacer de gentes muy hábiles en el campo diplomático.

Hasta la fecha, en los testamentos regios, se hacía constar la persona a la que correspondían los reinos de la Corona. ¿Pero qué convertía a esta situación en tan compleja? El testamento del rey Martín no resolvía el galimatías, pues dejaba como heredero universal a su hijo Martín de Sicilia, muerto antes que él. En fin, que había que empezar a hilar fino. Para comenzar la criba, Isabel de Aragón, hermana por parte de padre del rey Martín I, fue centrifugada ipso facto por su condición femenina aunque en los mentideros corría el rumor de que tenía variable el humor y eso la hacía inestable para el gobierno. Ante la complejidad del asunto, el Papa Luna (electo en Aviñón en la estela del cisma) de origen aragonés, decidiría entre bambalinas y con una habilidad incontestable la promoción de la candidatura del Trastámara. Además, los buenos oficios de San Vicente Ferrer (figuraba entre los nueve hombres justos del tribunal), hombre de elevada moralidad relativa (los judíos no eran santo de su devoción), acabarían arrimando el ascua a la sardina. El Compromiso de Caspe nos revela lo que ocurre cuando las cosas se hacen con criterio y con la voluntad de las partes en sintonía Finalmente, la sentencia del tribunal se inclinó por Fernando I de Trastámara, entronizando así una nueva dinastía en Aragón. De aquella, los catalanes quedarían decepcionados pues ninguno de sus candidatos conseguiría aceptación. La vida tiene esas cosas, todos pensamos en la lotería pero esta, a veces, es inversa. El díscolo conde Urgel, candidato que, junto con su mujer Isabel de Aragón tenía ciertos derechos sucesorios, seguiría combatiendo a la desesperada hasta que un 31 de octubre, con una temprana nevada y tras un breve asedio, rendiría su verdad ante el nuevo monarca. Acabaría sus días en el castillo de Játiva en un estado más que deplorable; según las crónicas, al parecer se le había ido “la pinza”. El Compromiso de Caspe nos revela lo que ocurre cuando las cosas se hacen con criterio y con la voluntad de las partes en sintonía; aunque a veces unas expectativas mal enfocadas se salden con sonadas pataletas. Decía el ínclito filósofo Karl Jaspers que es decisivo para el hombre la forma en que experimenta su fracaso…




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Casa de Aragón - Trastámara.
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Dinastía Trastámara.

 Para situarnos, vamos a leér una pequeña introducción, sobre la dinastía de los Trastámara.

La Cas de Trastámara fue una dinastía de origen castellano que reinó en la Corona de Castilla de 1369 a 1555, la Corona de Aragón de 1412 a 1555, el reino de Navarra de 1425 a 1479 y de 1512 hasta 1555, y el reino de Nápoles de 1458 a 1501 y de 1504 a 1555.

La Casa, una rama menor de la reinante Casa de Borgoña, toma su nombre del condado de Trastámara (del latín: Tras Tamaris, ‘más allá del río Tambre’) en el noroeste de Galicia, título que ostentaba Enrique II de Castilla antes de acceder al trono. Enrique se convirtió en rey de Castilla tras la guerra civil que terminó con el asesinato en 1369 de su medio hermano, el rey Pedro primero el Cruél.

Bajo l diferentes reinados de los Trastámara se debilitó la autoridad monárquica conseguida por Pedro primero y el desarrollo económico que había sido impulsado por la burguesía. A la vez, bajo sus gobiernos se manifiesta muy bien una política que llevará más adelante hacia las llamadas monarquías autoritarias. Lograron involucrar a Castilla en la Guerra de los Cien Años, permitiendo a la diplomacia europea inmiscuirse en los asuntos del reino.

Lastáara pasó a reinar en Aragón mediante el compromiso de Caspe (1412), que puso fin a la crisis sucesoria originada por la muerte sin descendencia de Martín I el Humano en 1410. Allí, contrariamente a la pérdida de autoridad que sufrían los Trastámaras castellanos, la rama aragonesa luchó por afianzar el poder del rey en unos territorios donde las constituciones y fueros de cada reino le limitaban la capacidad de acción. Fernando I manifestó su rechazo a estos fueros, y a la larga, bajo Juan II de Aragón y Fernando el Católico, los Trastámara pudieron superar parte de los escollos de la peculiar organización feudalizante de la Corona de Aragón, aunque debido a la guerra entre Juan II y la Diputación General del Principado de Cataluña, quedaron atrás en la recuperación económica que se desarrollaba desde la debacle de la peste negra y la crisis del siglo XIV.

La úlonarca de esta casa en gobernar en España fue la reina Juana I de Castilla, que por su matrimonio con Felipe de Austria y a través del hijo de ambos, Carlos I, dio paso al gobierno de España por reyes de la Casa de Austria.




Fernando I "El de Antequera": Rey de Aragón.


Fernando I de Aragón nació en Medina del Campo, el 27 de noviembre de 1380 y falleció en- Igualada, el día 2 de abril de 1416.
Fernando era hijo segundo de Juan I de Castilla y de Leonor de Aragón, hermana del rey aragonés Martín el Humano, y nieto, por tanto, del rey Pedro IV el Ceremonioso por vía materna, y del rey Enrique II de Castilla, por la rama paterna.

En 1410, al morir su tío el rey Martín I de Aragón sin descendencia directa y legítima, Fernando presenta su candidatura a la sucesión del trono aragonés y, aunque en un principio se presentan hasta seis candidatos al trono y Fernando no es de los más favorecidos, la caída en desgracia de Luis de Anjou, que no pudo responder a las peticiones de ayuda militar de sus partidarios debido a la lejanía de Nápoles, impulsó la candidatura de Fernando, que se convirtió en la más potente junto a la de Jaime de Urgel.
Fernando, que contaba con un gran poder económico, su red de señoríos era enorme, junto a un sólido prestigio militar y el ejército castellano a su disposición, contó con el apoyo de la familia valenciana de los Centelles, de la familia aragonesa de los Urrea y de una parte sustancial de la burguesía barcelonesa.

Esto, unido a los errores de Jaime de Urgel, entre ellos la conspiración para asesinar al arzobispo de Zaragoza, García Fernández de Heredia, y al apoyo tanto de Benedicto XIII, así como de su confesor, Vicente Ferrer, inclinarán la balanza hacia la candidatura de Fernando, que será refrendado, el 28 de junio de 1412, en el llamado Compromiso de Caspe al ser proclamado rey de Aragón y de los demás estados de la Corona de Aragón.


De esta manera el Rey Fernando I también llamado Fernando de Trastámara, Fernando de Antequera, Fernando el Justo y Fernando el Honesto, fue infante de Castilla, rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Sicilia, de Cerdeña y de Córcega; duque de Neopatria y de Atenas; conde de Barcelona, de Rosellón y de Cerdaña; y regente de Castilla. Fue el primer monarca aragonés de la dinastía castellana de los Trastámara,

Tras realizar el juramento completo como rey el 3 de septiembre ante las Cortes de Aragón reunidas desde el el 25 de agosto de 1412 en Zaragoza, donde varios de sus antiguos rivales para ocupar el trono, como Alfonso de Gandía, Fadrique de Luna y Juan de Prades, le rendirán pleitesía, se dirigirá a Lérida, donde representantes de su gran rival, Jaime de Urgel, le rinden vasallaje, a cambio del ducado de Montblanch y de la concertación de un matrimonio entre sus hijos Enrique e Isabel.
El 19 de noviembre, Fernando convocaba las Cortes de los condados catalanes con objeto de jurar sus usos y costumbres; el 15 de diciembre fueron convocadas, pero no concluirían hasta el 31 de agosto de 1413, debido a la necesidad de sofocar la revuelta de Jaime II de Urgel iniciada en la primavera de este último año;
El inicio de las Cortes del Reino de Valencia se había previsto para el 15 de abril de 1413, pero la sublevación de Jaime II y la coronación en Zaragoza que se celebró en 1414 impidió su inicio.
Con la ayuda de todos los estamentos de la Corona sofoca la revuelta y sitia al conde de Urgel en el castillo de Balaguer, que es tomado el 31 de octubre, tras lo cual el antiguo pretendiente al trono de Aragón fue despojado de todos sus títulos y desterrado.
En 1413 propondría a las Cortes en Barcelona realizar la primera compilación de las Constituciones.


Política interior:

Fernando I de Aragón reinó poco tiempo; a pesar de ello, en los aproximadamente tres años y nueve meses que duró su gobierno reorganizó la Hacienda y saneó la economía y la administración de la Corona.
Trabajó en la seguridad ciudadana, intentó impedir las persecuciones contra los judíos y procuró luchar contra la corrupción.
También emprendió una reforma de los gobiernos de los municipios buscando una mayor participación de sus representantes.
En cuanto a las instituciones políticas, no introdujo cambios estructurales en la organización de la Corona, sino que mantuvo el sistema anterior, procurando que el rey participara como un elemento más integrado en los organismos de gobierno establecidos, lo que contribuyó al fortalecimiento del poder regio. Su gran logro en este ámbito fue restablecer el orden tras el inestable periodo del Interregno previo al Compromiso de Caspe.


Política exterior:


Normalizó la situación interna de Sicilia con el nombramiento en 1415 de su hijo Juan como virrey de Sicilia, logrando acabar con la guerra civil que desde el fallecimiento de Martín el Joven enfrentaba a la viuda de este, Blanca I de Navarra, con el hijo ilegítimo de aquel, Fadrique de Luna. También orientó a su hijo Juan hacia el Nápoles, proponiendo su matrimonio con la reina Juana, proclamada a la muerte de su hermano Ladislao I de Nápoles el 6 de agosto de 1414, pero el enlace no prosperó y Juan acabó casando con Blanca.
Al resto de los llamados por Don Juan Manuel «infantes de Aragón», Enrique, Pedro y Sancho los situó como grandes maestres de las órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara; por su parte, las infantas de Aragón María y Leonor acabaron siendo reinas consortes de Castilla y de Portugal respectivamente.
Además, como perteneciente al linaje de Trastámara, Fernando I tenía grandes patrimonios en Castilla, donde era también regente, lo que le permitió de facto gobernar en ambas Coronas, ya que no renunció a la regencia castellana tras alcanzar el trono aragonés.
En la cuestión del Cisma de Occidente, se desvinculó muy pronto de Benedicto XIII (el papa Luna o antipapa) e intentó que renunciase al pontificado, para lo cual se reunió con él en Morella (1414) y en Perpiñán (1415).
Tras la decisión tomada en el Concilio de Constanza, reunido el 5 de noviembre de 1414, que destituyó a los tres papas, y la entrevista que Fernando I tuvo con el emperador Segismundo, el rey de Aragón decidió contribuir a poner fin al Cisma dejando de apoyar al papa Luna, lo que permitió que la Corona de Aragón volviera a ocupar el centro de las decisiones en el ámbito europeo y recuperara su posición al frente de la política en el Mediterráneo.
Aseguró la continuidad de la monarquía, aspecto que tantos problemas había causado con la muerte sin heredero de Martín I el Humano, nombrando a su primogénito Alfonso heredero real.

El 14 de marzo de 1416 enfermó en Igualada, donde murió el 2 de abril del mismo año.


Alfonso  V de Aragón. Apodado el Magnánimo.

 
Alfonso V de Aragón (Medina del Campo, 1396 – Nápoles, 27 de junio de 1458), llamado también el Magnánimo y el Sabio, entre 1416 y 1458 fue rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Sicilia, de Cerdeña y conde de Barcelona; y entre 1442 y 1458 rey de Nápoles.

Era el hijo primogénito del regente de Castilla Fernando de Antequera y posteriormente rey de Aragón con el nombre de Fernando I, y de la condesa Leonor de Alburquerque. Pertenecía, por tanto, a la Casa de Aragón  por ser nieto de Leonor de Aragón (ya que la dignidad real aragonesa podía transmitirse por línea femenina)​ y al linaje Trastámara por ser nieto de Juan I de Castilla.

El 28 de junio de 1412 se convierte en heredero al trono de la Corona de Aragón cuando su padre fue proclamado rey tras el llamado Compromiso de Caspe y tres años más tarde, el 12 de junio de 1415, en la catedral de Valencia, contrae matrimonio con su prima la infanta María hija de Enrique III de Castilla y de Catalina de Lancáster.

El 2 de abril de 1416, tras el fallecimiento de su padre le sucede como rey de Aragón y de los demás reinos de los que era titular


Política interior. 
Cataluña. 

En las Cortes de 1419 tendrá un enfrentamiento cuando la nobleza catalana formó una liga de barones, villas y ciudades reclamando a Alfonso V que redujera el elevado número de miembros de la nobleza castellana elegidos para cargos de gobierno, lo que hizo que el monarca redujera y reorganizara la Casa Real.

En 1448, Alfonso V dicta desde Nápoles, donde había instalado la corte, una provisión que permitía a los payeses reunirse en un sindicato para tratar la supresión de los malos usos. Los propietarios de las tierras se oponen a la medida y la hacen fracasar. El tema volverá sin embargo en 1455 cuando Alfonso dicta la conocida como “Sentencia interlocutoria” en la que suspende las servidumbres y los malos usos, medida que en 1462, ya reinando Juan II de Aragón provocará la primera guerra remensa.


Castilla.

Juan II ocupaba el trono castellano desde 1406 tras la muerte de su padre Enrique III, quien en su testamento y debido a que al acceder al trono Juan sólo contaba con poco más de un año de edad, había dispuesto que la regencia del reino la desempeñaran su viuda Catalina de Lancaster y el infante Fernando de Trastámara.

Al ser coronado Fernando rey de Aragón en el Compromiso de Caspe (1412), dejó a sus hijos, los infantes de Aragón Juan II de Navarra y Enrique, como sus lugartenientes en Castilla para defender sus intereses.

En 1419, Juan II de Castilla alcanza la mayoría de edad y pretende librarse de la influencia de los Infantes. Tras el golpe de Tordesillas y el fracasado cerco del castillo de La Puebla de Montalbán a finales de 1420, delega todo el poder en el nuevo Condestable de Castilla Álvaro de Luna, lo que dará lugar a una larga e intermitente guerra civil entre dos bandos: el primero formado por don Álvaro y la pequeña nobleza, y el segundo formado por los infantes de Aragón y la alta nobleza, apoyados por Alfonso V desde Aragón.

Sin embargo, el enfrentamiento que surge entre los propios infantes por el poder provoca que la influencia aragonesa en Castilla corra peligro, por lo que Alfonso V, que se encontraba en Nápoles, decide retornar a la Península. En 1425 tras acusar a Álvaro de Luna de usurpador del gobierno, logra reconciliar a sus hermanos los infantes y, aunque consigue en un primer momento, 1427, que el Condestable de Castilla sea desterrado a Cuéllar, no pudo evitar su retorno vencedor al año siguiente.

Alfonso V, entre 1429 y 1430, se enzarza en una guerra contra su primo Juan II de Castilla y la política del valido Álvaro de Luna para apoyar a sus hermanos los infantes pero, cuando ambos bandos se encontraban, cerca de Jadraque, frente a frente para entablar batalla, la intervención personal de la reina castellana María de Aragón, hermana de Alfonso V, la evitó.

En 1432 Alfonso retorna a Italia y, en 1436, se firma la paz con Castilla mediante un tratado en el que los infantes abandonaban el reino castellano a cambio de percibir rentas anuales.


Política exterior.

Sicilia.

Benedicto XIII había investido a Fernando I de Aragón rey de Sicilia en 1412 y este había nombrado a su hijo Juan como lugarteniente general de la isla. Al fallecer Fernando I, los sicilianos intentaron que su trono fuera ocupado por Juan, por lo que la primera medida de política exterior que tomó Alfonso V fue acabar con esas ansias independentistas. Reclamó la presencia de su hermano Juan en la corte y lo envió junto a su otro hermano, Enrique, para que le ayudara en la lucha que mantenía por hacerse con el poder en Castilla.


Cerdeña.

Desactivado el peligro independentista siciliano, el siguiente objetivo de Alfonso fue la isla de Cerdeña, territorio sobre el que la corona aragonesa reivindicaba su soberanía desde que en 1297 el papa Bonifacio VIII concedió la isla en feudo a Jaime II de Aragón, y que a la sazón se encontraba inmerso en una rebelión instigada por los genoveses.

Alfonso se dirigió a la isla al frente de una escuadra de 24 galeras que zarpó, en mayo de 1420, desde Los Alfaques con dirección a Alguer con la intención de someter a las ciudades que se habían rebelado. La llegada de la flota hizo que los rebeldes se sometieran sin presentar resistencia alguna.


Córcega.

Desde Cerdeña, Alfonso se dirigió con su escuadra a la isla de Córcega donde logró tomar la ciudad de Calvi y puso sitio a la ciudad de Bonifacio.


Nápoles.

Alfonso V abandona el sitio de Bonifacio en 1421 cuando recibe la petición de ayuda de Juana II de Nápoles ante el sitio que estaba sufriendo por parte de las tropas de Luis III de Anjou, mandadas por Muzio Attendolo Sforza. El monarca aragonés acude en ayuda de Juana que en agradecimiento le adopta como hijo y heredero y le nombra duque de Calabria y, tras fijar su residencia en Nápoles, nombra regente de Aragón a su esposa María.

Los sucesivos éxitos militares y políticos de Alfonso V en el escenario mediterráneo levantaron el recelo del duque de Milán Filippo María Visconti quien, aprovechando el enfriamiento de las relaciones entre la reina Juana y Alfonso cuando este hizo detener al primer ministro napolitano y amante de aquella, Giovanni Caracciolo, alentó una revuelta encabezada por Sforza que obligó a Alfonso a refugiarse, el 30 de mayo de 1423, en la fortaleza napolitana de Castel Nuovo hasta que la llegada de una flota aragonesa de 22 galeras le permitió recuperar Nápoles y obligar a Juana a buscar refugio en Aversa y después en Nola donde revocará la adopción de Alfonso y nombrará nuevo heredero a Luis de Anjou.

Tras recibir noticias de la Península acerca de las dificultades que atraviesan sus hermanos en su enfrentamiento con Castilla, y al necesitar refuerzos económicos y militares para continuar con su política de expansión, Alfonso decide dejar Nápoles al mando de su hermano Pedro y, tras destruir el puerto de Marsella en territorio de los Anjou, retorna a sus reinos peninsulares donde permanecerá hasta 1432.

La ausencia de Alfonso en Italia permite al duque de Milán conquistar, en 1423, Gaeta, Procida, Sorrento y Castellammare; y tras poner sitio a Nápoles permitir a Francesco Sforza tomar la ciudad en 1424 obligando a Pedro a buscar refugio en Sicilia.

Alfonso V retorna a Italia en 1432 pero debe posponer la toma de Nápoles debido a la liga militar que, con el apoyo del papa Eugenio IV y del emperador Segismundo, forman Venecia, Florencia y Milán y que le obliga a firmar en 1433 una tregua de diez años con Juana II de Nápoles.

La tregua permite a Alfonso fijar su atención en África donde ya, en 1432, había dirigido una expedición militar contra la isla de Yerba. Su interés se reanuda en 1434 con una nueva expedición a Trípoli, sin embargo las muertes de sus rivales napolitanos hace que su atención vuelva a centrarse en Italia.

En efecto, en 1434 fallece Luis III de Anjou por lo que la reina Juana nombra nuevo heredero al trono de Nápoles al hermano de aquel, Renato. Sin embargo, ante la muerte de Juana al año siguiente, el papa Eugenio IV no da su aprobación por lo que Alfonso ve llegado el momento de conquistar Nápoles. Acompañado de sus hermanos Juan, Enrique y Pedro toma la ciudad de Capua y pone sitio a Gaeta en cuyo auxilio acudió una flota genovesa, que derrotará a la aragonesa en la batalla de Ponza que se desarrolla el 4 de agosto de 1435 y en la que fueron hechos prisioneros el propio rey y sus hermanos Juan II de Navarra y Enrique que son entregados al duque de Milán Filippo María Visconti.​

En 1436, el duque liberó a Juan de Navarra quien regresa a la Península y sustituye a la esposa de Alfonso V como regente del reino de Aragón, por lo que María quedó únicamente al frente del principado catalán. 

Alfonso negocia su libertad y llega a un acuerdo con el duque de Milán por el que ambos firman una alianza que le permitirá volver a conquistar Capua y Gaeta en 1436 y poner sitio a Nápoles, en el que fallecerá su hermano Pedro en 1438. Tras tomar varias ciudades en Calabria, incluyendo a Cosenza y Brisignano, entrará triunfalmente en Nápoles el 23 de febrero de 1443, obteniendo el reconocimiento de Eugenio IV a cambio de que Alfonso le apoyara en su enfrentamiento contra los Sforza

Alfonso no regresaría nunca más a sus reinos de la Corona de Aragón estableciendo su corte en la fortaleza de Castel Nuovo, que mando remodelar al arquitecto mallorquín Guillem Sagrera.


Política cultural.
 
Alfonso V puede considerarse como un genuino príncipe del Renacimiento, ya que desarrolló un importante mecenazgo cultural y literario que le valió el sobrenombre de el Sabio y que convertiría a Nápoles en el foco principal de la entrada del humanismo renacentista en el ámbito de la Corona de Aragón. Protegió a humanistas destacados, como Lorenzo Valla, Giovanni Pontano o Antonio Beccadelli. Fruto de este mecenazgo, fue un círculo de poetas de cancionero cuya obra recoge el Cancionero de Stúñiga.

Su devoción hacia los clásicos fue excepcional. En sus propias palabras dijo: «los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer». Se dice igualmente que Alfonso detenía a su ejército en piadoso respeto ante el lugar de nacimiento de un escritor latino, llevaba a Tito Livio o a César en sus campañas y su panegirista Panormita no consideraba una increíble mentira el decir que el rey fue curado de una enfermedad cuando se le leyeron unas páginas de la biografía de Alejandro Magno escrita por Quinto Curcio Rufo.


Otros hechos reseñables fueron: 

Tuvo contactos diplomáticos con el imperio de Etiopía. En 1428, recibió una carta de Yeshaq I de Etiopía, entregada en mano por dos dignatarios, en la cual le proponía una alianza contra los musulmanes, sellada por un doble matrimonio, el del infante Don Pedro con la hija de Yeshaq, a condición de que este llevara a Etiopía a un grupo de menestrales. No está claro si Alfonso respondió a esta carta ni en qué términos, aunque un mensaje enviado al sucesor de Yeshaq, Zara Yagob en 1450, escribía que estaría encantado de enviarlos si se garantizaba su seguridad, ya que en una ocasión anterior toda una partida de trece de sus súbditos habían perecido en el viaje.

Su reinado se acaba con dos nuevas guerras: una contra su primo y cuñado, Juan II de Castilla, entre los años 1445 y 1454, y otra contra Génova que se inició en 1454 y continuó hasta su muerte, ocurrida el 27 de junio de 1458 en el castillo del Ovo (Nápoles).

En 1671 Pedro Antonio de Aragón, virrey de Nápoles obtuvo el permiso para trasladar desde allí los restos de Alfonso el Magnánimo y depositarlos en los Sepulcros Reales del monasterio de Poblet. Se construyó una tumba con gran pedestal junto a los sepulcros reales, en el crucero, en el lado del Evangelio. Sólo queda en la actualidad (año 2007) la base o pedestal restaurado.


Descendencia.

En 1408 Alfonso se comprometió con María de Castilla (1401-1458), hija de Enrique III el Doliente, y prima suya. El matrimonio se celebró en la catedral de Valencia el 12 de junio de 1415. No tuvieron descendencia.​

De su relación con Giraldona de Carlino, tuvo tres hijos naturales:

Fernando (1423-1494), su sucesor en el reino de Nápoles con el nombre de Fernando I.
María (1425-1449), casada con Lionel, marqués de Este y duque de Ferrara.
La última hija de Alfonso V se llamó Leonor.

   
Sucesión.

En la Corona de Aragón, Sicilia y Cerdeña, le sucedió su hermano Juan. El reino de Nápoles quedó en manos de su hijo bastardo Fernando.



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Para conocer más:
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Los Trastámara y las instituciones.


En la segunda mitad del siglo XV irán dando sus frutos la política matrimonial llevada a cabo por los Trastámara, para que su familia estuviera gobernando en todos los territorios de la península.

Al morir Alfonso V sin descendencia legítima ocupó el trono su hermano Juan II, que ya estaba reinando en Navarra por su primer matrimonio con Doña Blanca.

A pesar de reinar en Navarra y en Aragón, Juan de Trastámara fue siempre un castellano, vinculado a Castilla no sólo por su estirpe sino también por sus intereses materiales y sus inclinaciones personales.


El personaje... Carlos, el príncipe de Viana.

Carlos era el heredero del trono de Navarra, pero también para el de la Corona de Aragón antes del segundo matrimonio del rey Juan II según el testamento de Alfonso V. Su educación y formación cultural le convirtió en un príncipe humanista.

A la muerte de la reina Blanca de Navarra en 1441 se planteó el problema sucesorio, que originó una guerra civil en Navarra. Surgieron una serie de conflictos que hicieron que el reino se escindiera en dos bandos: agramonteses, partidarios de Juan, y beamonteses, adictos al Príncipe. En esta contienda también participaron los catalanes que le siguieron apoyando incluso después de su muerte en 1461. De esta muerte se responsabilizó a la reina Juana Enríquez, segunda esposa de Juan II y madre de Fernando el católico, porque así le dejaría las puertas abiertas a su hijo en el trono.

El hecho más trascendente de su reinado fue la guerra que tuvo que llevar a cabo por el intento de secesión por Cataluña de la Corona de Aragón. La excusa inicial fue el apoyo que concedieron al Príncipe de Viana, en guerra con su padre Juan II. La guerra tuvo varias fases y una vez muerto el príncipe, se aprovecharon otras excusas como revueltas sociales de campesinos (payeses de remensa) y en las ciudades para continuar la lucha con el apoyo de tropas francesas. Finalmente la guerra acabó con la capitulación de Pedralbes en 1472.

En cuanto a los asuntos aragoneses, Juan II pronto ocupó la lugartenencia del reino desde 1436, así que estaba familiarizado con las instituciones cuando ocupó el trono. Para los Trastámara, casi todas las Cortes de este siglo XV se convocaron con un motivo común, pedir préstamos para mantener las múltiples contiendas en el exterior, lo cual provocó una gran crisis económica. Los intereses de la monarquía se alejaban de los intereses del reino y de sus habitantes, así que la institución que mejor representó en este momento la inquietud de los aragoneses fue la Diputación del Reino.

La creación de la Diputación del General o Diputación del Reino se remonta a la mitad siglo XIV. En un principio sirvieron para gestionar las Generalidades, que eran los impuestos que se recogían en las aduanas sobre la importación y exportación. Este impuesto fue llamado así porque todos los estamentos, incluido el rey, debía pagarlo. Este impuesto también existía en Cataluña, de allí proviene el término de Generalitat como el órgano de diputados que recaudaban y gestionaban este impuesto, igual que en Aragón. Las generalidades se podían arrendar a una persona que adelantaba un dinero fijo y con ellas se pagaban la mayoría de los cargos públicos de la administración.

Con este impuesto se protegía la venta de los productos aragoneses sobre todo la lana, el trigo y el azafrán, que constituían la base de las exportaciones del reino, de la llegada de los mismos productos del extranjero, ya que estos debían ser más caros por el impuesto que tenían que pagar al entrar en Aragón.

La Diputación, especialmente a lo largo del siglo XV, va a centralizar todos los resortes de la administración del reino. A sus iniciales funciones fiscales se fueron añadiendo otras atribuciones políticas y administrativas en asuntos internos y externos del reino. Conscientes del poder adquirido, los diputados se atreven a representar una cierta oposición política frente a los Trastámara.

Los cargos de diputados en un principio son mediante elección, pero finalmente se realizarán por insaculación, un sorteo donde se extraen de un saco los nombres de los nuevos diputados. Finalmente, los ocho diputados acabaron representando a los cuatro estamentos representados en las Cortes: alta nobleza (ricoshombres), baja nobleza (infanzones y caballeros), Iglesia y universidades (ciudades y villas).

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Juan II

(Medina del Campo, Valladolid, 1398 Barcelona, 19-I-1479).

Rey de Aragón desde 1458. Segundo hijo varón de Fernando I de Antequera y de su esposa Leonor de Alburquerque.

Casó en 1420 con Blanca de Navarra, hija y heredera de Carlos III el Noble. De esta unión nacieron Carlos, príncipe de Viana, Blanca (1424) y Leonor (1426). (Blanca contrajo matrimonio con Enrique IV de Castilla en 1440, disolviéndose el vínculo doce años después. Leonor desposó en 1434 a Gastón de Foix.)

Habiendo enviudado en 1441, Juan tomó nueva esposa a la edad de cuarenta y nueve años: la joven Juana Enríquez, de veintidós años, hija del almirante don Fadrique de Castilla. Fruto de esta segunda boda fueron Fernando («El Católico»), las infantas Leonor y María (muertas pronto) y Juana de Aragón, que casaría con Ferrante I de Sicilia en 1476. De su último enlace el rey enviudaría en 1468.

Tuvo, además, algunos hijos naturales: Alfonso de Aragón, conde de Ribagorza, habido de Leonor de Escobar. Juan de Aragón, arzobispo de Zaragoza, consecuencia de la relación con una castellana de apellido Avellaneda. De una dama navarra de la familia de los Ansas nacieron Fernando y María, muertos en la infancia, y Leonor de Aragón.

A pesar de reinar en Navarra y en Aragón, Juan de Trastámara fue siempre un castellano, vinculado a Castilla no sólo por su estirpe sino también por sus intereses materiales y sus inclinaciones personales. Ésta es una constante en su trayectoria vital, que no hay que orillar al enjuiciar su acción política. Su padre, Fernando de Antequera, antes de acceder al trono aragonés había sido un magnate castellano, cuyas posesiones formaban una franja continua, desde Aragón a Portugal, que dividía en dos partes el reino de Castilla. Y fue en la principesca corte de Medina del Campo donde se educó Juan, que en 1414 sería dotado por su padre con el ducado de Peñafiel, lo que suponía un extenso patrimonio y entrañaba la jefatura de la rama menor de los Trastámara, mando que Juan ejercerá durante años. Además el testamento paterno si bien no olvidaba a los infantes Enrique, Sancho y Pedro, hacía recaer en Juan el grueso de la herencia castellana que a la postre perdería a resultas de la acción de 1429-1430.

Desde 1419, tanto él como sus hermanos Enrique y Pedro intervinieron activamente en los asuntos internos castellanos, primero a favor de don Álvaro de Luna, y desde 1425 en contra del valido. De acuerdo con Alfonso V y con Enrique, duque de Villena, invadió Castilla en 1429; sólo la intervención de María de Aragón impidió el definitivo enfrentamiento del ejército navarro-aragonés con el castellano; esta intervención y el fracaso de la empresa aconsejó la firma de treguas generales en 1430. Fue pues, sobre todo, un magnate castellano, y sus intereses personales hacia Castilla influyeron no poco en la trayectoria política aragonesa.

Su promoción a rey consorte de Navarra en 1425 convirtió también a este reino en plataforma de socorro para las actividades castellanas de los infantes de Aragón. De este modo tanto el reino navarro como el aragonés, sin obtener de ello beneficio alguno, hubieron de sufrir las dolorosas consecuencias de una política exterior con Castilla puesta al servicio de los intereses familiares de una dinastía.

A la muerte de la reina Blanca en 1441 se planteó el problema sucesorio, que originó una guerra civil en Navarra. Su primogénito Carlos, príncipe de Viana, había sido reconocido heredero tanto por las Cortes convocadas a poco de su nacimiento como por el testamento de su madre, pero en éste la reina le rogaba que no se titulara rey sin la autorización paterna. Juan nombró a Carlos lugarteniente real en Navarra; sin embargo, se siguieron una serie de conflictos que hicieron que el reino se escindiera en dos bandos: agramonteses, partidarios de Juan, y beaumonteses, adictos al Príncipe. Hubo concordias y fases de lucha que se prolongaron más allá del óbito de Carlos ocurrido en 1461, muerte al parecer natural, pero de la que durante largo tiempo se hizo responsable a Juana Enríquez, a pesar de que nunca se encontraron pruebas fehacientes contra ella.

En Aragón hubo una facción favorable al de Viana y partidaria de tomar las armas en su favor de modo similar a los catalanes. Este bando -que estaba encabezado por Ximeno de Urrea, vizconde de Biota, y Juan de Híjar, y contaba con el apoyo de los Castro y los Bolea- propugnaba que el Príncipe fuese nombrado heredero y gobernador general de Aragón.

Juan de Trastámara colaboró con su hermano Alfonso «El Magnánimo». en la conquista de Nápoles, embarcando con éste en 1432 hacia Italia. Intervino en el sitio de Gaeta y fue hecho prisionero en la batalla de Ponza (4-VIII-1435), cuatro meses más tarde fue puesto en libertad y enviado a la Península para reunir el dinero del rescate del monarca.

Desde 1436 ocupó la lugartenencia real en Aragón, Valencia y Mallorca, quedando la de Cataluña en manos de la reina doña María. Ese mismo año presidió las Cortes de Alcañiz, prorrogadas para los aragoneses tras la disolución de las generales de Monzón. En calidad de lugarteniente convocó nuevas Cortes en Zaragoza en 1439, al verse el reino amenazado, especialmente en la frontera catalana, por un ejército francés. Las circunstancias generales del reino y la prolongada ausencia de Alfonso V, que seguía en Italia, aconsejaron a Juan reunir nuevamente a los aragoneses en Alcañiz (1441); este parlamento se continuó en Zaragoza hasta el año siguiente. En 1446 convocó nuevas Cortes en Zaragoza, que se prolongarían hasta 1450 en medio de la apatía de los convocados, del descontento general por la actuación real y del creciente temor ante las amenazas exteriores. La última reunión parlamentaria que presidió como lugarteniente comenzó en Zaragoza en 1451, dilatándose con intervalos hasta 1454.

En 1458 moría Alfonso V, legando al infante Juan, ya rey de Navarra, sus reinos peninsulares. Al acceder al trono aragonés, Juan II acababa de cumplir sesenta y un años y estaba casi ciego.

El 25 de junio de dicho año juró en Zaragoza los Fueros del reino en poder del Justicia de Aragón. Sin embargo, para el nuevo monarca los reinos aragoneses significarán poco, siendo Castilla y Navarra su principal interés. La política de acercamiento a Francia que siguió (tratado de Valencia con Carlos VII, 1457; tratado de Olite con Luis XI, 1462) le enajenó las simpatías de los aragoneses, tradicionalmente antifranceses.

El autoritarismo de Juan II y sus particulares intereses harán que a partir de su llegada al trono sólo convoque a Cortes a los aragoneses cuando le obliguen necesidades muy concretas.

En las primeras del reinado, iniciadas en Fraga en 1460, renovó el juramento de guardar y defender los Fueros, prestado en La Seo en 1458, y a su vez fue jurado como rey por los allí reunidos. Seguidamente marchó a Cataluña dejando que la asamblea desarrollara las sesiones en su ausencia. Estas Cortes continuaron en Zaragoza, finalizando en Calatayud en 1461. En las de 1463 vio con satisfacción cómo era jurado heredero el príncipe Fernando.

La revuelta catalana le obligó a reunir de nuevo a los aragoneses en 1466-1468 (Zaragoza- Alcañiz), con el fin de allegar tropas y recursos, y nuevamente en 1469-1470 en Zaragoza (prórroga de las generales de Monzón). Acabada la contienda catalana, aún convocaría a los representantes del reino de Aragón, en Zaragoza, en cuatro ocasiones más: 1474, 1475, 1476 y 1478, asambleas que tuvieron como característica común las largas interrupciones y el desorden.

El origen de las dificultades planteadas por Cataluña estribaba fundamentalmente en un deseo de emancipación respecto de Aragón. La chispa que inflamó el alzamiento catalán fue la negativa de Juan II (6-II-1461) a libertar al Príncipe de Viana, al que mantenía preso desde hacía dos meses. Obligado por las circunstancias, veinte días más tarde lo puso en libertad y Carlos marchó a Barcelona, donde fue entusiásticamente recibido. Esta primera fase de enfrentamiento terminó con la concordia de Villafranca del Panadés (21-VI-1461) y supuso un triunfo para los catalanes. Al cabo de tres meses moría el Príncipe, habiendo visto declinar su popularidad a consecuencia de sus diferencias con la Generalitat.

Pero la citada concordia sólo supuso una tregua. Desde principios de 1462 los payeses de remensa levantaron bandera de rebelión en demanda de que fueran abolidos los malos usos. Ciertamente que el alzamiento remensa fue sólo un pretexto; el desacuerdo profundo estaba entre la Generalitat y la Corona. Durante diez años, hasta la Capitulación de Pedralbes de 16-X-1472, Cataluña luchó contra Juan II en defensa de sus anhelos secesionistas, finalmente fracasados. Una buena parte del gasto originado por esta revolución fue costeado por el reino aragonés, y repercutió de modo grave en su depauperada economía.

Juan II murió a la edad de ochenta años y fue enterrado en Poblet. Le sucedió en los reinos de la Corona de Aragón su hijo Fernando II «el Católico», y en Navarra su hija Leonor, condesa de Foix.

Este monarca ha sido objeto de juicios encontrados, que van del panegírico más exaltado a la condena más feroz. No cabe duda de que poseyó destacadas cualidades como político y diplomático.

Hizo de Aragón una escuela de guerra y diplomacia, en la que adiestró a su sucesor el príncipe Fernando. En el aspecto cultural, esta etapa fue, con gran diferencia, menos brillante que la protagonizada por su predecesor Alfonso V. El balance del reinado tiene poco de positivo para Aragón, que actuó como mediador entre el rey y Carlos de Viana; aunque a regañadientes, Aragón respondió siempre que fue requerido a las demandas de dinero presentadas por el monarca, y se mantuvo invariablemente al lado del trono en las distintas coyunturas bélicas que se desarrollaron en esta etapa.



Juan II y su operación de cataratas.

Las enfermedades también se unieron a las inquietudes que los enemigos le causaban a Juan II. Además de las fatigas que la guerra le produjo, perdió completamente la vista. Su hijo Fernando le ayudaba a soportar el peso del gobierno y en las Cortes de Zaragoza en 1.468 Don Juan le nombró Rey de Sicilia aunque Fernando apenas tenía diecisiete años.

Un médico de Lérida llamado Abiabar intentó devolverle la vista al rey. Con la ayuda de una aguja extrajo la catarata que le cubría el ojo derecho y habiendo tenido éxito con esta operación, el médico la realizó un mes más tarde en el ojo izquierdo con el mismo éxito.

En esta época, una curación como ésta podía parecer milagrosa y el pueblo la atribuyó a un poder sobrenatural. Se decía que el rey había sido curado porque sus ojos habían sido tocados con el clavo con el que habían matado a Santa Engracia.

Y algo tendría que ver en la curación la santa zaragozana puesto que Juan II mandó construir un monasterio de jerónimos en el lugar en el que fue enterrado Santa Engracia junto con los cuerpos de otros mártires cesaraugustanos, lugar que fue conocido como las Santas Masas.

La parroquia de Santa Engracia era anterior a la construcción del citado monasterio. Estando Zaragoza bajo dominio árabe, Santa Engracia fue agregada al obispado de Huesca por el obispo Paterno en 1063, igual que la parroquia de San Gil. El obispo Bernardo (1138-1152) recuperó San Gil para Zaragoza. Sin embargo, la parroquia de Santa Engracia continuó dependiendo del obispado de Huesca hasta el año 1956.



Fernando II el Católico


Es uno de los grandes reyes de España; continuando la política de su padre y más propiamente secundando la acción de éste, casó con la infante de Castilla doña Isabel y este matrimonio unió las dos coronas.

Fué don Fernando magnánimo y prudente, justiciero y generoso, gran político y gran diplomático; a pesar de su abolengo castellano - sólo su bisabuela era en ambas líneas de origen aragonés - en Castilla lo vieron por extranjero y como a tal lo miraron con recelo, con miedo de que Castilla fuese absorvida por el reino propio de Fernando; por afecto más que por política éste se sintió siempre más castellano que aragonés, con la idea siempre de la unidad nacional, por ver mayor peligro para ésta en la tendencia castellana que en la aragonesa.

Su austeridad y honradez, su escasísima afición al boato, su desprecio a los aduladores, le distanciaron de los nobles, de muchos eclesiásticos y sobre todo de los literatos de oficio que vivían de adular a los poderosos, y Fernando fué objeto de diatribas y censuras que repercutieron en el pueblo y han pasado a la posteridad, presentandolo como un maniquí de su mujer, a la cual se atribuye cuanto bueno se hizo en su tiempo, no obstante decir ella misma que todo procedía del marido.

(Debido a la gran cantidad de acontecimientos que está plagada la biografía de los Reyes Católicos, el siguiente capítulo está dedicado casi exclusivamente a ellos.Pero ha continuación incluyo un resumen como anticipo).

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Resumen sobre el reinado de los Reyes Católicos


"Reyes Católicos", es la denominación que recibe el matrimonio de Isabel I de Castilla (Madrigal, Ávila, 1451 - Medina del Campo, Valladolid, 1504) y Fernando II de Aragón y V de Castilla (Sos, Zaragoza, 1452 - Madrigalejo, Cáceres, 1516), en virtud del título de Católicos que les otorgó una bula del papa Alejandro VI (1494) y que se transmitió a sus sucesores como titulares de la Monarquía Católica.

Eran hijos de Juan II de Castilla y de Juan II de Aragón, respectivamente. La princesa Isabel desafió a su hermanastro, Enrique IV, al encabezar la rebelión de los nobles castellanos dejándose proclamar heredera del trono; un primer enfrentamiento se saldó con el reconocimiento por el rey de los derechos sucesorios de Isabel . Para reforzar su posición, Isabel se casó con el príncipe heredero de Aragón, Fernando, en Valladolid (1469); Enrique IV de Castilla se opuso a aquel enlace y desheredó a Isabel en favor de su hija Juana la Beltraneja (1470).

Cuando Enrique murió, en 1474, Isabel se proclamó reina de Castilla; pero los partidarios de Juana la Beltraneja, apoyados por Portugal, se resistieron, desencadenando la Guerra Civil castellana de 1475-79. Isabel y Fernando se impusieron en las batallas de Toro y Albuera, que determinaron el reconocimiento de Isabel por las Cortes de Madrigal (1476) y la firma del Tratado de Alcaçovas con Portugal (1479). Aquel mismo año Fernando fue proclamado rey de Aragón, por la muerte de su padre.

El matrimonio de los Reyes Católicos unificó por primera vez la Corona de Castilla y la Corona de Aragón, que pasarían juntas a sus sucesores, dando lugar a la Monarquía Hispana. Pero la unión personal de los reinos no entrañó la integración política de sus instituciones, pues cada reino mantuvo su personalidad diferenciada hasta la aparición de España como Estado nacional en el siglo XIX. Los Reyes Católicos intentaron completar la unificación peninsular mediante una serie de enlaces matrimoniales de sus hijos con príncipes portugueses, todos los cuales fracasaron por fallecimientos prematuros.

En cuanto al último territorio musulmán que quedaba en la península Ibérica, el reino nazarí de Granada, los reyes impulsaron la Guerra de Granada (1480-92), que determinó su integración en la Corona de Castilla. Acabada así la Reconquista, dirigieron el empuje conquistador de Castilla y Aragón hacia otros ámbitos geográficos: por un lado, impulsaron la penetración en el norte de África, concluyendo la conquista de las Canarias (1496) y estableciendo bases en Mazalquivir, Orán, Bugía, Argel y Trípoli; por otro lado, respaldaron a Cristóbal Colón en su intento de buscar una ruta marítima hacia Asia por el oeste, empresa que condujo al descubrimiento de América (1492).

Tan pronto como se instalaron en el trono, los Reyes Católicos se dieron a la labor de fortalecer el poder monárquico, recortando los privilegios de la nobleza. Incorporaron a la Corona los maestrazgos de las órdenes militares, centralizaron la administración en torno al Consejo Real, redujeron los poderes de las Cortes, nombraron corregidores para controlar los municipios, reforzaron mecanismos de control como la administración de justicia y el ejército, crearon otros nuevos como la Santa Hermandad y la Inquisición (1478) y reformaron el clero (1494). Para fortalecer la integración de sus reinos en torno a la religión cristiana, decretaron la expulsión de los judíos que no estuvieran dispuestos a convertirse (1492); una medida similar se adoptó con respecto a los musulmanes en 1502.

En cuanto a la política exterior de los Reyes Católicos, estuvo marcada por la rivalidad con Francia; para frenar su influencia en Italia concertaron la Liga Santa con el papa, los Habsburgo, Inglaterra, Venecia, Génova y Milán (1495). Bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, los ejércitos españoles sostuvieron diversas campañas en Italia entre 1494 y 1504, que otorgaron a Aragón el control de Nápoles.

Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón habían pactado por la Concordia de Segovia (1475) la total igualdad de ambos como reyes. Cuando murió Isabel en 1504, Fernando pasó a ejercer la Regencia en Castilla en nombre de su hija Juana la Loca (Juana I de Castilla). Pero su mal entendimiento con su yerno, Felipe el Hermoso, le obligó a retirarse a sus reinos en 1506. La muerte de Felipe I el Hermoso y la incapacidad por enfermedad mental de Juana I permitieron que don Fernando volviera a ocuparse de la Regencia de Castilla en 1507, en nombre de su nieto Carlos V.

La integración del reino de Navarra fue obra del rey Fernando después de la muerte de Isabel: alegando los supuestos derechos sucesorios que le correspondían por su matrimonio en segundas nupcias con Germana de Foix (1505), Fernando invadió Navarra en 1512 y anexionó cinco de sus seis merindades a la Corona castellana; no pudo hacer lo mismo con la Merindad de Ultrapuertos (Baja Navarra), que quedó de hecho bajo dominio francés.

Al morir, don Fernando legaba a Carlos V un conglomerado de territorios que se mantendrían unidos durante siglos formando la Monarquía española: los reinos de la Corona de Castilla, la de Aragón (con Cataluña, Valencia y las Baleares), Navarra (hasta los Pirineos) y Canarias, con proyecciones hacia Italia (Nápoles, Sicilia y Cerdeña), América y el Magreb.







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