INTRODUCCIÓN
Alfonso I, al margen de muchos hechos pintorescos que adornan su biografía, fue uno de los reyes aragoneses más relevantes, especialmente en lo relativo a la consolidación y expansión del reino.
El que pasaría a la historia como Alfonso I el Batallador nace cerca de Siresa probablemente en Hecho en el año 1073, hijo del monarca Sancho Ramírez y su segunda esposa Felicia de Roucy.
Alfonso hereda el trono aragonés y navarro en 1104 al morir su hermanastro Pedro I sin sucesión (ya que los dos hijos de éste habían muerto también).
Es sabido que la educación de Alfonso el Batallador se desarrolla en el Monasterio de San Pedro de Siresa, en un ambiente extremadamente religioso, influido por el espíritu de cruzada, especialmente ferviente en la vecina Francia.
Esta educación va a marcar su vida cuyo eje central será la guerra contra los almorávides para expansionar su reino y el anhelo de servir a la cristiandad mediante la guerra sin cuartel contra el infiel.
En el plano político se trata de un rey de fuerte carácter, muy personalista, que toma decisiones en todos los ámbitos: militar, diplomático, religioso, etc.
También se ha especulado con su posible homosexualidad y su fuerte sentimiento misógino.
La otra circunstancia que también impregna su biografía es la de las continuas desavenencias con su esposa Doña Urraca, que sumirán a Castilla y León en una guerra civil durante casi dos décadas.
(Mas adelante hay un apartado biográfico de Doña Urraca donde podremos visualizar la tremenda relación que mantubieron los esposos...cargada de acontecimientos increibles...ideal para escribir una buena novela. Pero tengo que advertir que la versión que tiene esa biografía es de claro tinte castellano).
Hechos históricos de la vida de Alfonso I el Batallador
Las guerras y conquistas contra los musulmane :
Alfonso, ya desde joven y siendo infante, participó en importantes misiones bélicas (como la conquista de Huesca por su padre en 1096).
Su idealista proyecto de cruzada contra los musulmanes le llevó a una continua carrera expansiva que tenía como objetivo la toma de Zaragoza y Lleida y más remotamente la salida al mar a través de Tortosa y Valencia.
Para ello contó con la ventaja de la debilidad militar de los almorávides en el Valle del Ebro, muy alejados de sus bases de Córdoba.
Las continuas batallas acometidas, saldadas casi siempre con victorias, le hizo merecedor del apelativo de Batallador.
El problema que generaron, sin embargo, estas rápidas conquistas fue la necesidad de atraer repobladores, ya que el joven reino no podía abastecer tan rápidamente de hombres y mujeres que poblaran y asegurasen las nuevas plazas tomadas. Ello le obligó a no sólo a conceder fueros muy ventajosos sino a atraer francos y mozárabes de Al-Andalus.
EL FUERO DE INFANZONES
El Fuero de infanzones o también denominado Fuero de Zaragoza se da por Alfonso I en 1119 para repoblar el Valle del Ebro tras ser reconquistada esta ciudad en diciembre de 1118 por el mismo rey de Aragón.
Este fuero recibe este nombre ya que recoge el Derecho privilegiado de los infanzones, los cuales eran un estatus nobiliario inferior a los nobles del antiguo Reino de Aragón. Los infanzones eran los ricos hombres, barones y condes, que se consideraban iguales al propio rey, eran descendientes, en su gran mayoría, de los primeros reconquistadores que poblaron las montañas pirenaicas de Jaca, donde se refugiaron ante el avance imparable de los musulmanes, y su consecuente asentamiento, que duró 700 años en España, cerrándose tras largas luchas, con el advenimiento y reinado de los Reyes Católicos en la toma y conquista del último reino musulmán que quedaba en la península ibérica, el Reino de Granada, poniendo fin en el año 1492 a la invasión musulmana.
Los infanzones (también conocidos como hidalgos), estaban formados por una pequeña nobleza, que no obedecía a los grandes señores, sino que dependían directamente del rey, tenían éstos sus propios estatutos y prerrogativas especiales, que podían ser individuales o diferentes en cada ciudad o comarca, según las concesiones particulares del rey de Aragón.
Tenìan grandes beneficios fiscales. Estaban exentos de pagar tributos e impuestos tambièn estaban librados de trabajar en el campo así como a la hora de construir fosos y murallas defensivas en tiempos de guerra que en aquella época era lo habitual.
Como es natural oblicaciones también tenían.
La principal obligación procedente de su primera fase es la de acudir en ayuda del rey cuando éste se encuentra en batalla campal o asediado en un castillo, pero sólo por tres días a expensas propias, correspondiendo a su arbitrio el permanecer más tiempo y, entonces, debidamente remunerado. También está obligado a entregar su caballo al rey, cuando éste se encuentra en una situación de peligro, o al que les ha promovido a la dignidad militar. Puede irse a vivir fuera del reino y entrar al servicio de otro rey o señor, en cuyo caso el monarca ha de recibir en encomienda a su mujer, hijos y bienes, en tanto no le haga la guerra a él. Le está prohibido maquinar la muerte del rey, exigir el derecho de cenas en lugares del monarca desde 1300, y el tener encomendados en las villas de otros infanzones.
La larga serie de conquistas
Poco después de ceñirse la corona emprende la conquista de Ejea, Tauste, Fitero, Cascante y otras poblaciones de lo que hoy es georgráficamente Las Cinco Villas de Zaragoza y Navarra.
LA CONQUISTA DE ZARAGOZA
En 1118 hace su más importante conquista, la de la populosa y próspera ciudad de Zaragoza, conviertiéndola en capital del reino de Aragón.
Asedio y conquista de Zaragoza a los almorávides:
El 18 de diciembre de 1118 Alfonso I el Batallador entraba en la ciudad de Zaragoza. La conquista de esta plaza clave del reino de Aragón había sido el objetivo principal del monarca desde su separación de doña Urraca. Liberado de tormentos conyugales, poco compatibles con su educación guerrera y costumbres monásticas, el Rey pudo centrarse en la guerra y desde entonces su poder de intimidación no hizo más que crecer.
La toma de Zaragoza adquirió tintes de auténtica cruzada. En Toulouse se celebró un concilio al que acudieron obispos de Aragón y Navarra, junto a los de la Francia meridional, para proclamar la guerra santa contra el enemigo almorávide.
Un gran ejército de cruzados francos dirigido por el conde Gastón IV de Bearn, veterano de la toma de Jerusalén, acompañado de otros veteranos de la cruzada, como el conde Routrou de Perche III y Céntulo II de Bigorra. se presentaron ante las puertas de Zaragoza. Alfonso I se reunió con ellos para ponerse al frente de las huestes. Las murallas de la plaza habían ganado fama de inexpugnables, pero los cruzados manejaban pesada maquinaria de guerra, altas torres y catapultas, perfeccionadas durante la verdadera Cruzada de Oriente.
El asedio se prolongó durante semanas. Los sitiados comenzaron a quedarse sin víveres, pero los atacantes sentían también el castigo de su incesante empuje. La preocupación de Alfonso I era la protección del cerco ante un posible ataque desde el exterior. A pesar de sus precauciones, el gobernador de Granada,
Abdalá ben Mazdalí, pudo acudir en socorro de la ciudad, aunque su entrada a la desesperada sólo le serviría para morir mes y medio más tarde. Sin confianza ya en ninguna clase de auxilio, Zaragoza inició las negociaciones de capitulación, que al entender de los cronistas musulmanes, fue muy ventajosa para los rendidos, que pudieron conservar sus propiedades, su religión e incluso su estructura de gobierno.
El 18 de diciembre Alfonso I entraba, triunfal, en la ciudad. A su conquista seguirían las de otras ciudades, como Tudela, Tarazona y Épila, y poco después Calatayud y el margen derecho del Ebro. Ante el acero de Alfonso I los almorávides ya no parecían tan fieros y la Reconquista, la que habría de ser la gran cruzada de Occidente, pudo avanzar firme por tierras aragonesas.
La marea cristiana provocó la reacción almorávide que envió un importante ejército para contrarrestar el avance aragonés, pero fue nuevamente vencido en la importante y célebre batalla de Cutanda.
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Para conocer más:
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1118: La Conquista cristiana de Zaragoza.
Uno de los momentos más emblemáticos de la conquista cristiana por parte del Reino de Aragón fue la toma de Zaragoza –o Saraqusta, como la llamaban los musulmanes- el 18 de diciembre del año 1118. Fue todo un hito, casi comparable a la conquista de Toledo por parte de los castellanos 33 años antes. Y es que la Zaragoza musulmana, o la Medina Albaida como la denominaban los poetas andalusíes –la Ciudad Blanca-, había sido una de las urbes más importantes de toda al-Andalus. No solo en población, sino por su importancia política tanto en los periodos emiral y califal, además de haber sido uno de los reinos de taifas más poderosos. También tuvo mucha importancia en el aspecto cultural, con figuras como el gran filósofo Avempace.
Pero desde finales del siglo XI el Reino de Aragón estaba mostrando un enorme empuje que le llevó en el año 1096 a conquistar Huesca, amenazando ya casi de forma directa a Zaragoza. Su conquista ya era casi cuestión de tiempo y de quién se haría con tan preciado premio, pues no solo los aragoneses la ambicionaban. Castilla ya había logrado casi medio siglo antes someterla al pago de parias, por lo que esgrimían que si alguien tenía derecho a tomar la ciudad eran precisamente ellos.
Pero Alfonso I “el Batallador”, quien llegó al trono aragonés en el año 1104, no iba a permitir que eso sucediera, pues habría significado el cierre de su zona de expansión y que a Aragón le ocurriera lo mismo que le sucedería a Navarra. Así pues se puso manos a la obra y comenzó los preparativos que culminarían con el asedio a la capital del Ebro. El monarca aragonés sabía que solo con sus propias fuerzas sería difícil someter a una ciudad que se calcula contaba por aquél entonces con unos 25.000 habitantes junto con sus alrededores, la cual era una cifra considerable para le época. Por ello comenzó unas maniobras diplomáticas que llevaron a la concesión de la Bula de Santa Cruzada por parte del papa Gelasio II, lo que le concedió unos importantes ingresos para dedicar al asedio además de que fueron numerosos los caballeros europeos que acudieron a la llamada del pontífice. No en vano, apenas 20 años antes se había conquistado Jerusalén, y la cristiandad seguía demandando hombres para ir a luchar a Tierra Santa y defender los Santos Lugares. Las indulgencias celestiales que se concedía a los que allí fueran eran importantes, pero el viaje era largo e incierto. Es por ello que la cruzada de Zaragoza tuvo un gran éxito, sobre todo entre los caballeros franceses pero también navarros, catalanes y castellanos, pues tenían mucho más cercana a la ciudad del Ebro que a la ciudad palestina y los premios espirituales, así como la promesa de botín, eran las mismas. Algunos de los señores más importantes que acudieron a la llamada fueron Gastón de Bearne, vizconde del Bearne –Francia- y quien gracias a su enorme contribución recibió de manos del monarca varios señoríos en Aragón, incluyendo los de Zaragoza y Uncastillo. Era un hombre de gran experiencia en estas lides, pues participó en la ya mencionada Primera Cruzada de Tierra Santa, en la que se conquistaron los Santos Lugares. También es destacable la participación de Céntulo, conde Bigorra –Francia- y hermano de Gastón.
Las tropas se concentraron en Ayerbe y desde allí fueron avanzando y sometiendo plazas como Almudévar, Gurrea de Gállego y Zuera. El asedio comenzó en mayo del año 1118 y fue largo a pesar de la escasez de defensores con los que contaba la ciudad. Sin embargo, los almorávides, dominadores por entonces de al-Andalus, enviaron desde Granada a Abd Allah ibn Mazdali con un contingente de hombres para sostener la defensa.
Alfonso I llegó al sitio una vez iniciado este, y cuenta la leyenda que avistó la ciudad desde la zona que hoy se conoce como Juslibol. Este nombre deriva de la frase en latín “Deus lo vol” –“Dios lo quiere”-, que era el grito de guerra usado por los cruzados en Tierra Santa y que por supuesto usó también el monarca al ver el objetivo tan cerca ya de su alcane. Existe también en la zona los restos de un castillo llamado también de Juslibol y mandado construir en tiempos de Pedro I, lo que quizás habría dado el nombre a la zona.
El asedio fue penoso tanto para sitiados como para sitiadores. Incluso un buen número de franceses regresaron a sus casas debido a la falta de víveres. Pero también nos dejó algunas historias para el recuerdo. Junto al río Huerva sigue existiendo la iglesia dedicada a San Miguel de los Navarros. Pero, ¿por qué ese apelativo? En los alrededores de lo que hoy es la plaza de San Miguel se situó el campamento formado por el contingente de navarros que habían acudido a la cruzada para conquistar la ciudad. Durante uno de los intentos de asalto a esa zona de la muralla, los musulmanes realizaron una salida que logró poner en serios apuros a los soldados navarros. Cuando parecía que los defensores de la ciudad estaban a punto de imponerse y dar un duro golpe al cerco cristiano, cuenta la historia que apareció el Arcángel Miguel y comenzó a luchar contra las tropas islámicas, obligándolas a volver a entrar en la ciudad y salvando así al ejército cristiano de una dura derrota. Por ello, y con el tiempo, fue ahí donde se erigió en recuerdo la iglesia de San Miguel de los Navarros, protagonista también de otra historia, la Campana de los Perdidos, pero eso lo dejaremos para otro día.
El invierno se echó encima pero la ciudad, ya escasa de víveres, perdió el 16 de noviembre al líder de la defensa, el mencionado Abd Allah ibn Mazdali, lo que desmoralizó ya de forma definitiva a los defensores. Finalmente, el 11 de diciembre se acordó la entrega de la ciudad, y por fin el día 18 Alfonso I y su ejército entraron en Zaragoza, que tras 404 años de dominio musulmán volvió a ser de nuevo cristiana.
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LA BATALLA DE CUTANDA
La batalla de Cutanda fue un hecho de armas entre Alfonso I el Batallador y el ejército mandado por Ibrahim ibn Yusuf (1120), ocurrido en Cutanda, cerca de Calamocha (Teruel), en el que los almorávides fueron vencidos por los ejércitos cristianos.
Alfonso I contó con la ayuda de Guillermo IX el Trovador, duque de Aquitania. En junio, el ejército cristiano comandado por Alfonso I de Aragón derrotó al ejército almorávide. Como consecuencia, el rey aragonés se apoderó de las fortalezas de Calatayud y de Daroca.
Zaragoza en1118 a manos del rey aragonés, los territorios y más importantes ciudades de la antigua taifa caían uno tras otro en poder del Batallador. En 1119 reconstruyó la ciudad abandonada de Soria y repobló su comarca, y en1120 ponía sitio a Calatayud.
Tras la caída de Calatayud, en ese momento Alfonso I supo que los almorávides marchaban hacia Zaragoza para intentar reconquistarla con un potente ejército reclutado desde el invierno de 1119 en Molina de Aragón, Lérida, Murcia, Granada, Valencia y Sevilla al mando de Ibrahim ibn Yusuf, a la sazón caíd de Ishbiliya.
El avance musulmán se produjo ascendiendo por el valle del río Jiloca hasta Calamocha según María Jesús Viguera o siguiendo la ruta de Perales del Alfambra y Portalrubio, según Antonio Ubieto Arteta. El rey de Aragón salió a su encuentro, que se produjo en la localidad de Cutanda, con resultado de victoria decisiva para Alfonso I.
La batalla de Cutanda fue una de las más importantes victorias del Batallador. Las fuentes musulmanas no dejan de reconocer la decisiva derrota y las numerosas bajas habidas en la batalla. En el plano estratégico, el desastre acababa con las esperanzas de recuperar Zaragoza para el islam.
La batalla pasó a la paremiología popular en la expresión recogida por Zurita «peor fue que la de Cutanda» o «peor fue la de Cutanda» con el sentido de minimizar desgracias.
La frontera aragonesa desciende progresivamente hacia el sur, siendo reconquistadas las cuencas de los emblemáticos ríos Jalón y Jiloca rebasando el actual límite provincial de Zaragoza camino ya de Teruel (llega a asentarse en Monreal).
Su siguiente objetivo militar es Lleida, pero su conquista se trunca por la oposición del conde de Barcelona Ramón Berenguer III en 1123.
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Conocer más sobre Cutanda:
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La batalla olvidada de Cutanda, donde Alfonso «El Batallador» frenó a los musulmanes más extremistas.
La Asociación Batalla de Cutanda se ha propuesto rescatar del olvido el combate, empezando por encontrar la ubicación exacta del campo de batalla. Según la leyenda, se dice que Alfonso I de Aragón venció a los musulmanes en más de 100 batallas, siendo la principal baza cristiana contra los almorávides.
Antes de la llegada de los fanáticos Almohades a la Península ibérica –cuyo expansión fue frenada en la celebérrima batalla de Navas de Tolosa (1212)–, los territorios cristianos habían padecido otra oleada de extremistas del Islam un siglo antes, los almorávides. El Imperio almorávide estaba vertebrado por unos monjes-soldado procedentes de grupos nómadas del Sáhara, que abrazaron una interpretación rigorista del Islam y consiguieron trasladar su guerra santa al otro lado del Mediterráneo en el siglo XI. Viéndose cada vez más acorralados por los reinos cristianos, que en 1085 tomaron Toledo, los musulmanes andalusíes decidieron pedir auxilio a los curtidos guerreros almorávides, bajo el mando de su jefe Yusuf ibn Tasufin. Aquella decisión fue la perdición de los andalusíes moderados, y supuso para los cristianos un nuevo derrumbe de sus fronteras.
Alfonso VI de León fue derrotado en la batalla de Sagrajas, cerca de Badajoz, el 23 de octubre de 1086, a manos de ese grupo de fanáticos que vestían con piel de oveja y se alimentaba con dátiles y leche de cabra como los legendarios fundadores del Islam. Después de esta batalla, los almorávides se alzaron como dueños y señores del sur de la Península, obligando de nuevo a los cristianos a asumir una posición defensiva. En 1094, la conquista de Valencia por el Cid Campeador dio un respiro a los territorios próximos a lo que hoy es Aragón, pero la muerte de éste provocó que en 1102 numerosas plazas pasaran de golpe al dominio islámico. La amenaza se cernía de nuevo sobre toda la franja mediterránea.
El reino taifa de Zaragoza se subordinó a los líderes almorávides cuando vio comprometidas sus tierras por el rey aragonés Alfonso «El Batallador», en un pacto con el diablo parecido al que ya hiciera el sevillano al-Mutamid tras la caída de Toledo. En 1110, los almorávides entraron en Zaragoza en medio de los vítores de buena parte de la población. No en vano, en una demostración de que la expansión de los recién llegados perjudicó tanto a los cristianos como a los musulmanes moderados, Abd Al-Malik Imad Al-Dawla («Pilar de la dinastía»), el último rey de la Taifa de Zaragoza, se replegó al castillo de Rueda de Jalón, donde se declaró vasallo del monarca Alfonso I de Aragón y de Pamplona. Solo el rey guerrero parecía capaz de interponerse entre los musulmanes más extremistas y los territorios cristianos.
El 17 de junio, de hace nueve siglos, en un rincón del actual Teruel, se libró la batalla más determinante del Reino de Aragón. Os proponemos un viaje al pasado de nuestra tierra para descubrir la olvidada Batalla de Cutanda, a la que los estudiosos definen como “Las Navas de Tolosa de Aragón”…
Retrocedemos a la icónica fecha del 18 de diciembre de 1118: tras meses de asedio, el rey aragonés Alfonso I el Batallador entra en la importante ciudad musulmana de Zaragoza. Como es fácil de imaginar, dicha conquista desarticuló todo el sistema defensivo de los almorávides en el valle del Ebro, y el Batallador no tarda en apoderarse de Tudela, Tarazona, y otras poblaciones del territorio. Alfonso parece imparable; mientras los almorávides avanzan en todas sus fronteras tras reunificar al-Andalus, él les arrebata una de las principales ciudades.
Y sin embargo, esta conquista no es tan definitiva como pueda parecer. Al igual que sucedió en Barbastro, Zaragoza se había conquistado gracias a la internacionalización de la campaña, proclamada cruzada por el papa. Pero tras la marcha de los cruzados ultra-pirenaicos, resultaba difícil mantener lo ganado. Nada de ello parecía preocupar al tenaz rey aragonés.
¡Arread vuestras monturas si queréis seguirle, pues ese hombre vive sobre la silla de su caballo! A la par que él avanza hacia el sur, empujando las fronteras del reino, avanzamos nosotros en el tiempo…, hasta la primavera de 1120. Alfonso I ronda los cincuenta años, y, aun así, no se detiene. Tras llegar de tierras castellanas, asedia la medina musulmana de Calatayud, una de las pocas que sigue resistiendo a su empuje…
Pero para entonces su nombre ya ha llegado a Marrakech, la capital desde la donde Alí ibn Yusuf, el temido emir de los almorávides, rige su inmenso imperio. Inmediatamente el emir reacciona y manda recuperar Zaragoza para el islam. Se consigue reunir un poderoso ejército con tropas andalusíes de los antiguos reinos de taifas y con contingentes almorávides, aquellos fieros guerreros entregados a la guerra santa.
La imagen de aquélla fuerza en marcha, integrada por tropas de Sevilla y Granada, de Valencia, de Murcia, de Lérida, Molina y hasta de beréberes de África, que jamás habían visto a un occidental, debió de ser sobrecogedora. A la cabeza, marchaba el famoso Ibrahim ibn Yusuf, hermano del emir, y allí por donde pasaba, atravesando la península con sus camellos, centenares de voluntarios sumaban sus pasos a la expedición.
No sabemos en qué momento llegó a Alfonso la grave noticia, pero sí conocemos su extraordinaria respuesta. Al enterarse de que los almorávides se aproximaban hacia Aragón, ni se retiró a Zaragoza ni se quedó a esperarlos en la frontera de Calatayud. Sorprendentemente, movilizó sus tropas, levantó el asedio y marchó al encuentro del enemigo, internándose en territorio musulmán con unas fuerzas muy inferiores en número a las de Ibrahim…
Sí contaba, no obstante, con destacados aliados y viejos amigos de campañas pasadas. Destacaba la presencia de importantes personajes del otro lado de los Pirineos, como Céntulo de Bigorra o el obispo Guido de Lescar. Uno de estos señores del Midi ya era muy conocido en Aragón: Gastón de Bearne, quien participase en la Primera Cruzada a Jerusalén y construyera las torres de asalto durante el asedio de Zaragoza. Pero nos sorprende especialmente la presencia de Guillermo, el duque de Aquitania, uno de los más poderosos señores de la época. El conocido trovador había venido a Aragón con seiscientos de sus célebres caballeros, movido quizás por las fabulosas historias que habían llevado a su tierra sobre Alfonso I.
Y por supuesto, en la hueste cristiana cabalgaban junto al Batallador señores aragoneses y navarros como Tizón o Fortún Garcés Cajal, dado que Alfonso, además de intitularse rey de Castilla, era monarca de Aragón y Pamplona. Finalmente, cabe destacar la presencia de Lope Garcés Peregrino, otro de los indispensables en la hueste aragonesa, y viejo hayo del rey.
Probablemente, los almorávides alcanzaron Tirwal –actual Teruel-, el 14 de junio, y durante la jornada ascendieron la sierra hasta el Castillo de Alfambra, cuyo nombre, de origen árabe, evoca el intenso color rojizo de aquellas tierras. El día 16 de junio, el imponente ejército prosiguió su lenta marcha siguiendo ahora el curso del río Pancrudo. De forma lenta pero imparable, los almorávides se aproximaban más y más a Aragón.
No llegarían a alcanzarl.
El 17 de junio de 1120, a la caída de la tarde, la vanguardia tendría a la vista la fortaleza islámica de Cutanda, capital de un Iqlim o distrito administrativo musulmán. Probablemente, el Batallador estaba aguardándolos en algún rincón del valle.
A día de hoy, novecientos años después de la que, probablemente, fue la más decisiva batalla para el reino de Aragón, no se ha encontrado aún el campo de batalla donde se enfrentaron el ejército almorávide y la hueste del Batallador…
Pero seguramente, no hubo despliegue de ejércitos ni choques frontales de las distintas caballerías. Alfonso I, como buen estratega, sabía bien que en campo abierto el enemigo tenía ventaja, pues las fuerzas cristianas se encontraban en inferioridad numérica y carecían de la agilidad de la caballería ligera almorávide. Presentar batalla era exponerse a ser desbordado por los flancos y atacado por la retaguardia con fatales consecuencias. Eso fue lo que había ocurrido a Alfonso VI de Castilla en Sagrajas o en Uclés. Pero el aragonés no cometería los mismos errores. Él era otro Alfonso. Él pasaría a la historia con el sobrenombre de “el Batallador”.
Seguramente, la batalla resultó de la iniciativa cristiana, tendiendo una emboscada a los almorávides con su magnífica caballería pesada. El terrible envite desbarataría las líneas enemigas sin que tuviesen posibilidad de reacción, y entonces se produjo la desbandada. Aún en nuestros días, cerca del caserío de Cutanda existe el topónimo de “Las celadas”… ¿Quizá fue allí la emboscada?
Las consecuencias sí son claras, pues tanto cristianos como musulmanes dejaron constancia del trascendental enfrentamiento: una colosal victoria aragonesa. Alfonso no solo consolidó la conquista de Zaragoza y del valle del Ebro, sino que abrió las puertas del reino a toda la tierra del Jalón y el Jiloca. Calatayud se incorporaría a Aragón una semana después de la batalla, el día de San Juan de 1120. Poco después, le seguiría Daroca.
Buscando una batalla nueve siglos después:
En fechas recientes, la Asociación Batalla de Cutanda ha planteado la posibilidad de resolver de una vez si realmente la zona conocida como la Celada es el lugar donde tuvo lugar la contienda. «Sabemos de la dificultad de encontrar el raastro, ya sea en forma de huesos o de restos de armaduras, de algo que ocurrió hace 900 años durante aproximadamente un par de horas, pero creemos que merece la pena intentarlo. El valor arqueológico de una batalla de esa magnitud es inigualable. No hay apenas material conservado de una episodio militar de ese siglo», explica a ABC Rubén Sáez Abad, historiador especializado en el campo militar y miembro de la asociación. Este grupo de aficionados a la historia militar nació originalmente para celebrar recreaciones del combate, aunque consideraron que la mejor manera de recuperar la batalla del olvido era desenterrando sus restos. «Una de las razones por las que la batalla ha pasado inadvertida en la historia es porque nunca se ha hallado el campo arqueológico», recuerda Sáez Abad.
Así, un pequeño grupo de arqueólogos, entre ellos Javier Ibáñez, se desplazó a la zona hace pocos meses a realizar un primer análisis. Las prospecciones superficiales han dado lugar a muchas evidencias (4.200 piezas, entre restos de cerámica, fragmentos de huesos y elementos metálicos), pese a lo cual todos los esfuerzos se concentran en encontrar alguna de las fosas comunes donde habrían sido enterrados los musulmanes, así como posibles tumbas cristianas en los alrededores.
La Asociación Batalla de Cutanda ha contado con la ayuda de el Ministerio de Defensa para esta fase de la búsqueda. Una Unidad de Pontonero desplegaron el pasado viernes, día 30 de octubre, sus sistemas de detección geofísica (georradar) y magnética en la tarea de intentar hallar restos materiales. En total, cinco soldados de la Compañía de Desactivación de Explosivos del Regimiento de Pontoneros de Zaragoza rastrearon un espacio de 800 metros cuadrados con cinco equipos –utilizados habitualmente para la detección de explosivos enterrados– para intentar localizar vestigios del combate.
LA TEMERARIA EXPEDICIÓN A ANDALUCIA:
OBJETIVO, LA CONQUISTA DE GRANADA
Después de participar conjuntamente en varias victoriosas campañas, en marzo de 1125 el rey Alfonso reunió a un gran número de caballeros en la fortaleza de Uncastillo, uno de los feudos de Gastón IV.
El motivo era que los mozárabes (cristianos arabizados) de las comarcas del Darro y de Las Alpujarras venían enviando angustiosos mensajes al rey para que les liberara de la persecución de sus gobernantes almorávides, que insistían en convertirlos al Islam. Como señuelo le enviaron vivas descripciones de las riquezas de Granada.
Alfonso ya les había escrito que resultaba imposible trasladar tan adentro del Imperio almorávide las máquinas de asedio necesarias para derribar las murallas de una ciudad tan fortificada. En respuesta, estos le enviaron un registro con los nombres de doce mil mozárabes en condiciones de combatir (sin incluir adolescentes ni ancianos) que se unirían a su ejército cuando llegara.
También les prometieron que podrían abrirles las puertas de la ciudad. A las enormes dificultades de tan arriesgada expedición se añadía el hecho de que Alfonso el batallador y Gastón IV habían entrado ya en la cincuentena (edad avanzada para la época). Lo cierto es que la reunión de caballeros de Uncastillo decidió llevar a cabo tan temerario proyecto. Como curiosidad, junto con muchos célebres caballeros, en la expedición participaron los obispos de Zaragoza, Huesca y Roda de Isábena. Todos los caballeros participantes se juramentaron para no abandonarse los unos a los otros.
A finales de septiembre de 1125 Alfonso el batallador partió en secreto de Zaragoza con una fuerza de unos cuatro mil caballeros escogidos. Penetró en territorio almorávide por la frontera del Maestrazgo, llegando a las inmediaciones de la ciudad de Valencia el 20 de octubre; luego trató sin éxito el asalto de Alcira para continuar hacia Denia y Játiva; por el camino se le iban incorporando mozárabes, que actuaban como guías.
Alfonso había enviado por delante a un grupo de caballeros liderado por Gastón IV, que asaltaron el estratégico castillo de Carbonera (en el desfiladero de Benicadell, entre las actuales provincias de Valencia y Alicante) pudiendo así atravesar la sierra.
Luego se dirigieron hacia Orihuela, Lorca y Murcia, evitando las plazas fuertes enemigas. Llegaron hasta Almanzora (Almería) donde giraron hacia el oeste, pasando por Purchena, para acampar durante ocho días en Tíjola. Trataron de conquistar sin éxito la plaza fuerte de Baza, para continuar hasta Guadix el 4 de diciembre. Durante más de un mes intentando tomar Guadix; allí se le unieron más familias de mozárabes granadinos. El ejército continuó su marcha hasta Nívar, a unos quince kilómetros de la ciudad de Granada.
Después de unos diez días acampados no se produjo el prometido levantamiento armado de los mozárabes granadinos; el rey se lo reprochó al líder cristiano Ibn al-Qalas, que se había escapado de la ciudad con muchos seguidores. Éste le contestó que el haber empleado un mes en tratar de conquistar Guadix había eliminado el efecto sorpresa, por lo que los almorávides de Granada habían tenido tiempo de sobra para eliminar la amenaza de los mozárabes de la ciudad.
Como ya se les habían incorporado decenas de miles de mozárabes (incluidas mujeres y niños) el rey debía emplear mucho tiempo en saquear las localidades de cada comarca para alimentarlos. Además, para cobijar y calentar a unas cincuenta mil personas durante el helador invierno de Sierra Nevada, los expedicionarios debían de talar bosques enteros para preparar chozas y fogatas. Sin máquinas de asedio ni una rebelión que les abriera las puertas de Granada, continuaron en dirección oeste hasta llegar a Pinos Puente. Desde allí estuvieron unas semanas sin un rumbo fijo, pasando por Baena, Espejo, Cabra, Lucena y Aguilar de la Frontera. Iban perseguidos por la caballería almorávide de Granada, que les hostigaba. En las inmediaciones de Puente Genil, durante la madrugada del 10 de marzo su campamento fue atacado por el ejército de almorávides sevillanos comandado por Abu Bakr, hijo del califa almorávide Yusuf.
Después de combatir durante todo el día, los cristianos tomaron por la noche el campamento enemigo, decantando en su favor la llamada batalla de Arnisol. Eufórico, Alfonso el batallador decidió adentrase aún más en territorio enemigo, marchando con sus cincuenta mil seguidores hasta Salobreña y Motril.
En Salobreña, el rey ordenó botar una barca y salió a pescar, comiéndose la captura. La belleza del lugar le impulsó a decir “¡Qué tumba si nos tiraran tierra desde arriba!”. Luego se dirigió de nuevo hacia la ciudad de Granada, cruzando la Sierra Nevada por Dilar, continuando hasta Alhendín; por el camino iba rechazando los ataques guerrilleros de los granadinos.
La llegada de un nuevo ejército almorávide procedente de Marruecos le obligó a retirarse hacia el norte sin llegar a atacar Granada. En las inmediaciones de Guadix el general almorávide Inalú derrotó a unos caballeros aragoneses, matando al lugarteniente de Alfonso que les comandaba. Ese hecho de armas le valió a Inalu ser nombrado nuevo gobernador de Granada. Continuamente hostigados por el ejército almorávide, afectados por la peste y en terribles condiciones físicas, la expedición regresó a Aragón por el mismo trayecto, cruzando la frontera hacia mediados de junio.
A las miles de familias mozárabes que llegaron a Aragón con el rey se les entregaron las casas y tierras de los musulmanes de las zonas conquistadas previamente, repoblando así el sur de Aragón. Recibieron también exenciones de impuestos y el privilegio de no prestar servicios militares.
En cuanto a los mozárabes andaluces que no se fueron con ellos y permanecieron fieles a sus gobernantes almorávides, la mayoría sufrieron un terrible destino: miles fueron deportados a Marruecos o vendidos como esclavos; en tanto que otros miles recibieron terribles castigos o fueron asesinados.
Cinco años después de acabada la expedición, y ya con unos sesenta años de edad, el intrépido Gastón IV murió combatiendo con los almorávides en tierras de Valencia. (En el siguiente capítulo dedicado a los templarios narro su biografía plagada de increibles hazañas. No en vano se le llamaba “el Cruzado”).
Tras la muerte de Gastón IV de Bearn sus caballeros gascones regresaron a su país, debilitando considerablemente la hueste de Alfonso el batallador, que ya nunca recuperó aquel poderío. En julio de 1134 el rey Alfonso se encontraba junto con solo quinientos caballeros asediando la fortaleza de Fraga; una salida de los defensores les cogió por sorpresa, derrotándoles, e hiriendo gravemente al rey, que murió poco después.
Careciendo de hijos, Alfonso le había dejado en el testamento sus reinos a la órdenes militares del Temple, el Hospital y San Juan de Jerusalén. La nobleza aragonesa no aceptó su decisión eligiendo rey de Aragón a su hermano Ramiro II “el monje”; en tanto que los navarros proclamaron rey de Navarra a García Ramírez, casado con Cristina Rodríguez, hija del Cid Campeador. De éste modo se separaron definitivamente las coronas de Aragón y Navarra.
ASEDIO DE FRAGA Y MUERTE DE ALFONSO I. (1130-1134)
Desde 1127 la rápida y espectacular expansión territorial de Alfonso I de Aragón pierde intensidad. Su creciente deseo de extender Aragón hacia el mar, llegando por el Ebro a Tortosa, se encuentra con nuevas dificultades: por un lado, los castellanos regidos por Alfonso VII de Castilla amenazan las fronteras orientales aragonesas; por otro, los condes catalanes aspiran a llegar al río Cinca. Además, los aragoneses no tienen gente suficiente para repoblar tan vastos territorios reconquistados.
El deseo del rey aragonés de llegar a Tortosa tiene, además, otro inconveniente: Fraga y Mequinença (Mequinenza) son enclaves que hacen de barrera a su avance, y las gentes de estas medinas están preparadas para defenderse. Su objetivo de alcanzar el mar comprende la estrategia de tomar o eliminar previamente estos enclaves. Alfonso I sabe que Fraga es una plaza difícil de tomar, como ya había comprobado en su acercamiento a ella de 1123, estableciendo su campamento en Gardeny (Lérida) entre los meses de enero a mayo. La ruptura de las comunicaciones entre Fraga y Lérida no amedrentó a los fragatinos.
El 1130 vuelve el rey aragonés al Cinca, situándose en Çaydí (Zaidín) en el mes de junio, abandonando el lugar antes del mes de octubre para trasladarse a Bayona.
Tres años después, o sea, en enero de 1133, se hallaba sobre Fraga sin conseguir su capitulación. Después de una corta ausencia para desplazarse a San Juan de la Peña, regresa en junio manifestando una gran impaciencia por las conquistas de Fraga y Mequinença. Consigue penetrar en la segunda y manifiesta sus verdaderas intenciones: no quiere conquistarla, sino hacer desaparecer el peligro. Pasa a cuchillo a toda la población. Desde Mequinença y siguiendo el Ebro controlará nuevas poblaciones hasta llegar a Faió (Fayón). Retrocede de nuevo sobre Fraga, donde la documentación le sitúa en el mes de julio. Toma Scarp (Escarpe) y planta sus reales en uno de sus más largos asedios. El frío y las inclemencias del tiempo debieron alejar el peligro a los fragatinos, pues el rey y su tropa abandonaron el asedio en el mes de octubre de 1133.
Nada ni nadie debe interponerse a su sueño de llegar a la costa. En enero de 1134 vuelve sobre Fraga y está determinado a no levantar ya el asedio hasta haya capitulado, o desaparecido como Mequinença, población en la que ha quedado un destacamento cristiano-aragonés. Pero en los meses siguientes, los fragatinos han pedido socorro a Lérida, Balaguer, Tortosa, Valencia y Murcia.
El 17 de julio las tropas almorávides sorprenden el campamento de los aragoneses en una aplastante derrota. Era la festividad de Santa Justa y Rufina, fecha que reflejaron las crónicas contemporáneas. “…post illam, multam et malam mactationem christianorum in Fraga ni que fere omnes gladio ceciderunt, perpauci vero vix inermes per fugam evaxerunt cum rege, feria tertia, die sanctoru Iuste et Rufine”. Es decir, muchos soldados de la tropa de Alfonso I murieron por los golpes de espada; pero otros consiguieron huir junto al rey. En agosto se halla el monarca en Alfajarín. Unos días después se acerca a la ciudad de Osce (Huesca) y, el 29 del mismo mes, a orillas del Alcanadre, donde presiente su muerte.
El 4 de septiembre renueva su testamento ampliando las donaciones reales al monasterio de San Juan de La Peña y al de San Pedro de Sirena, al tiempo que confirma su sucesión a las tres órdenes militares fundadas en Jerusalén. Las heridas y la falta de reposo hacen presentir lo peor: quieren trasladarlo de Saragnena (Sariñena) a Osce, pero al llegar a la aldea de Polenyno (Poleñino) el rey es sólo un cadáver. “Quando Fraga fuit obsesa, et infirmavit rex in Saragnena”.
Su cuerpo fue trasladado al monasterio de Montis Aragone (Montearagón) y años más tarde al claustro de San Pedro el Viejo de Osce. No sabemos si la suerte de los fragatinos en 1134 hubiera sido la misma que la de los de Mequinença en 1133. De inmediato fue recuperado todo el poblamiento del Cinca, inclusive la misma ciudad de Zaragoza, que había sido tomada en 1118. La presión sufrida por los aragoneses después de la derrota de Fraga, por parte de los castellanos, decidieron la alianza y pacto matrimonial posterior de Aragón con uno de los condes más prestigiosos de Cataluña: Ramón Berenguer IV.
Los pobladores de Fraga salieron mejor beneficiados de la capitulación de octubre de 1149.
Alfonso I de Arsgón y Doña Urraca de Castilla:
(Una unión plagada de situaciones disparatadas y rocambolescas).
La reina Urraca de León y de Castillel Batallador a fue la primera mujer que ejerció de forma efectiva el papel de reina “propietaria” en España (entendiendo España como el territorio ocupado por los distintos reinos cristianos ibéricos durante la Edad Media, de la misma forma que entendieron este concepto los que vivieron esa época), y se trata de un personaje verdaderamente insólito en la Historia del medioevo hispánico, por su condición femenina y por la incidencia que tuvo en los hechos históricos de su época como por las controversias que su persona ha generado después. Sufrió el maltrato físico y psíquico de su marido e incluso de sus súbditos, pero demostró también una fuerza y una determinación indomable que la llevo a ser de nuevo maltratada por al Historia.
En realidad no fue la primera, pues su abuela Sancha fue reina “consorte” de Castilla (merced a su matrimonio con el segundo hijo del rey Sancho de Navarra: Fernando, a quien el rey navarro le dio como dote el condado de Castilla, que pertenecía a su mujer la condesa Muniadona Sánchez, y los territorios usurpados al reino de León entre el Pisuerga y el Cea, con el título de reino de Castilla, convirtiéndose así, en 1032, en los primeros reyes castellanos), y además reina “propietaria” de León tras la muerte sin descendencia de su hermano, el rey Bermudo III (guerreando con Fernando I de Castilla, precisamente).
Pero no llegó a ejercer de forma efectiva el reinado ya que fue su marido Fernando I el ungido y coronado como rey de León en 1038. Con este pequeño botón queda claro el monumental lío existente entre las familias reinantes de León, Castilla y Navarra, y, a través de esta última, también con Aragón.Pero esto es baladí con el guirigay que se monta unos años después tras la,… Pero volvamos al tajo y a nuestra Urraca. Contaba nuestra reina entre sus bisabuelos con un rey de Navarra, un rey de Aragón, una condesa de Castilla y un… ¡rey de Francia!
Por pedigrí que no falte y teniendo como modelo a su padre, Alfonso VI, no debían faltarle ni mala leche ni una libido desenfrenada. Baste recordar que entre otras lindezas su padre tuvo cinco esposas legales (Inés de Aquitania, Constanza de Borgoña, Isabel de Francia, Berta de Toscana y Beatriz de Este), otra que no se sabe muy bien si fue concubina o esposa legal (Zayda, hija del rey moro de Sevilla, llamada Isabel tras el bautismo) y un número incierto de amantes entre ellos hay que destacar a Jimena Núñez, (eso sin contar los escarceos de un solo día que en su vida tan azarosa no debieron ser pocos); y respecto a la mala leche tan sólo recordar que fue acusado por las lenguas de doble filo de instigar la muerte de su propio hermano (Sancho II de Castilla) para hacerse con el reino castellano.
Con estos orígenes no es de extrañar el apodo con el que pasó a la posteridad: Urraca “La Temeraria”. Como veremos la historiografía tradicional, haciendo gala de su vena más misógina, nos ha presentado su figura como modelo de lo que no debía ser una mujer, incluso se la reconocen “meritos” que serían de alabar en un hombre pero reprochables absolutamente en una mujer. Las mujeres, como hijas de Eva, encarnaban la debilidad y la concupiscencia y las hacían inferiores al varón y necesariamente estar unidas a ellos para atenuar su apetito interior. Pero esta visión tan machista es a todas luces parcial y no debió corresponderse fielmente a la realidad, dando lugar a una figura histórica muy controvertida.
En la edad media la mujer estaba lastrada por el tópico de la debilidad y la dependencia del hombre, por eso siempre atrajo la atención la habilidad, el carácter y la determinación de la reina Urraca. Seguramente su personalidad y las circunstancias históricas del momento favorecieron a que fuera el eje de innumerables intrigas políticas y dinásticas, todas ellas cargadas de traición, amor, pasión, engaño,… Era esta mujer hija primogénita de Alfonso VI de Castilla y de Constanza de Borgoña y debió nacer en León allá por el año 1081. Contrajo matrimonio en primeras nupcias (con apenas doce años) con el conde Raimundo de Borgoña de quien nacería el futuro Alfonso VII en 1105.
Urraca se convierte en la única heredera a los tronos de León y de Castilla tras la muerte de su hermanastro Sancho en la batalla de Uclés en 1108. La ocasión la solemniza Alfonso VI en Toledo poco antes de morir cuando convoca una Curia en esta ciudad para proclamar a su hija como sucesora. Urraca jura en el Alcázar de Toledo sus deberes y obligaciones como futura Reina de Castilla y León.
Urraca era viuda desde hacía un año y en consecuencia quiso su padre casarla con el monarca aragonés Alfonso el Batallador, intentando vanamente con un marido foráneo evitar disputas ente leoneses y castellanos y garantizar la defensa de sus reinos de la amenaza almorávide. Las bodas tuvieron lugar en Monzón de Campos en 1109 con la decidida oposición de la nobleza castellana y de ella misma que llegaría a decir:
Me vi forzada a seguir la disposición y arbitrio de los grandes, casándome con el cruento, fantástico y tirano rey de Aragón. El cual, no sólo me deshonraba con torpes palabras sino que muchas veces mi rostro fue manchado por sus sucias manos y golpeado por su pie.
Desde el mismo momento que Urraca accede al trono demuestra una voluntad férrea en conservar para sí y para su dinastía los reinos heredados de su padre. Y al poco tiempo la discordia por las disputas territoriales rompió su matrimonio que dio origen a continuos enfrentamientos entre castellanos, leoneses y aragoneses. Las capitulaciones preveían que todos los reinos del matrimonio pasarían al heredero común, lo que dejaba fuera de la sucesión de León y de Castilla a Alfonso Raimúndez (hijo de Urraca y futuro Alfonso VII como ya he señalado) que merced a la dote de su madre era el conde de Galicia. Esto supuso una seria oposición de los prelados gallegos encabezados por el obispo Gelmírez que no querían perder los privilegios obtenidos y de otros nobles que buscaban la formación de un reino independiente en Galicia en favor del hijo de Urraca. Esta primera revuelta fue aplacada con furia por el Batallador.
Por otro lado, el rey aragonés no podía entender como la reina, que tenía dos hijos de su anterior matrimonio, aún no había engendrado uno suyo, que acapararía los reinos castellano y aragonés y se convertiría en el rey más poderoso de la península. Y este pensamiento le consume. Además, las discrepancias afloraban por doquier; se cuenta que Urraca liberó en Huesca a un buen número de nobles árabes que Alfonso de Aragón tenía como rehenes sin consentimiento de su marido. La violenta reacción del aragonés no tarda en llegar y después de maltratar furiosamente a la reina, llegando incluso a pegarla una paliza él mismo, la manda encerrar en la torre del castillo de El Castellar, de donde puede huir refugiándose finalmente en Burgos.
Estamos ante una guerra civil abierta en la cual, en general, baja nobleza castellana y leonesa apoyaba al monarca aragonés, mientras la alta nobleza y los prelados a la reina castellana y al frente el conde de Candespina, Gómez González, y el arzobispo de Toledo, Bernardo de Sédirac. El Batallador penetró con un potente ejército en Castilla y tomó importantes ciudades leonesas y castellanas: Palencia, Burgos, Osma, Orense, Toledo, donde depuso al arzobispo, y Sahagún, donde la reina estaba escondida en un convento que es saqueado por el aragonés.
Al final, Urraca pudo refugiarse y hacerse fuerte en el castillo segoviano de Candespina, propiedad del conde Gómez González, desde donde la reina recabará todos los apoyos posibles, llegando a entrevistarse con Jimena Díaz, la viuda del héroe castellano por excelencia: El Cid. Tras una corta estancia en Toledo, Alfonso de Aragón dirigió su ejército hacia el cuartel general de la reina Urraca en Segovia produciéndose una cruenta batalla el dos de abril de 1111 en Candespina, en la cual los aragoneses infligieron una severa derrota a las tropas fieles a Urraca. Hay que señalar que en esta ocasión el Batallador estuvo apoyado por los condes de Portugal, nada más y nada menos que la propia hermana de Urraca: Teresa que pretendía, y al final lograría, la independencia de Portugal. Por si faltaba algo que liara más la madeja.
Tras este suceso se produjo una sorprendente reconciliación entre Urraca y Alfonso en Carrión, en la cual los condes portugueses tienen que renunciar a sus elevadas pretensiones (pedían en pago de su ayuda nada más y nada menos que el reino de Toledo). Parece ser que esta reconciliación fue meramente circunstancial, pues apenas unos meses más tarde, la reina que no se fiaba en absoluto de su marido, decidió apoyar los movimientos secesionistas de Galicia en favor de su hijo Alfonso Raimúndez que es coronado (con siete añitos) como rey de Galicia en septiembre de ese mismo año. El Batallador comienza una nueva campaña de castigo contra Urraca que con treguas y hostilidades durara hasta 1114.
Un año antes se había producido la que sería la última “reconciliación” entre Alfonso y Urraca, que según cuentan las crónicas se vino al traste por la ingerencia de Teresa (recordemos: condesa de Portugal y hermana de Urraca) que malmetió al rey con la inventada conjura de que su hermana pretendía envenenarle. En estas, Alfonso de Aragón decide abandonar sus aspiraciones territoriales y pedir la nulidad de su matrimonio (a lo que se había negado hasta entonces) y repudiar a Urraca, lo que consigue en el Concilio de Palencia de ese año merced a una dispensa del papa Pascual II.
Parecería que una vez superado este infausto matrimonio la cosa se sosegaría, pero para nada. Urraca, una vez liberada de la atadura matrimonial, decidió reinar en solitario si bien no le faltaron amantes, entre los que hay que destacar a su privado el conde Pedro González de Lara de quien tuvo dos hijos. Según cuentan las crónicas, Urraca quiso casarse con este conde pero fueron los nobles y ricos hombres castellanos los que impidieron el matrimonio.
En el mundillo político la cosa tampoco fue bien: enfrentada a Portugal, Navarra y Aragón; con los musulmanes aprestados en la frontera del Tajo; con los grupos burgueses y de la baja nobleza de sus reinos apoyando, en algunos casos abiertamente, a Alfonso de Aragón; y con la enemistades que generaba su privado Pedro de Lara, la situación era poco esperanzadora. Pero lo peor estaba por venir aún de Galicia. Tras haber apoyado la independencia de este condado en la figura de su hijo Alfonso, la reina quiso apartarlo de la influencia de la nobleza y del clero gallego. A tal fin, en 1115 puso cerco militar a la ciudad de Santiago de Compostela. Diego Gelmírez, obispo de Santiago, y el levantisco Pedro Froilaz, conde de Traba, pactan una rendición con Urraca y durante la entrevista que mantienen se produce uno de los hechos más sorprendentes de la Historia de España y que aún hoy nos deja estupefactos.
Durante la reunión en el palacio obispal se produce una revuelta popular y la población se amotina. La reina se ve sorprendida por la turba y fue golpeada y humillada sin piedad, hasta que fue arrojada desnuda a un barrizal donde fue vejada y hasta dicen que con algún conato de lapidación.
A pesar de lo crítico de la situación la reina pudo huir y salvar milagrosamente la vida. La ciudad pagaría caro este atrevimiento, pues una vez al mando del ejército sitiador tomó la ciudad al asalto y desencadenó una feroz represión. De cualquier forma sus enfrentamientos con los partidarios del conde de Traba no cesaron hasta su muerte, a pesar de que en 1117 firmó el pacto de Tambre que convertía a su hijo Alfonso Raimúndez en rey de Toledo (fue coronado en 1118) y de Galicia, y garantizaba su sucesión en los reinos de León y de Castilla (lo que sucedió en 1126). Tampoco cesaron los enfrentamientos con el rey aragonés con resultados dispares, pues si bien Urraca tuvo que ceder en 1122 varias localidades castellanas y renunciar a sus derechos sobre la taifa de Zaragoza a cambio de la renuncia de El Batallador al trono castellano leonés, pudo en 1124 reconquistar Sigüenza parando definitivamente la expansión aragonesa en Castilla, de igual forma que algunos años antes, con la recuperación de Zamora, replegó las ambiciones de su hermana Teresa de Portugal.
La reina Urraca murió de parto (de un tercer hijo del conde Pedro González de Lara) a los 45 años de edad en el castillo de Saldaña (Palencia), el 8 de marzo de 1126. Por expreso deseo suyo fue enterrada en el panteón real de San Isidro en León.
A lo largo de toda su vida intentó hacerse respetar por sus súbditos y se dice que cuando se sentía desobedecida gritaba: “¡El rey soy yo!”. Llegó a titularse Totius Hispaniae Regina (Reina de Toda España) en consonancia con el titulo imperial que lució su marido hasta la anulación matrimonial: Alfonsus Gratia Dei Imperator de Leone et Totius Hispaniae Rex.
Lo cierto es que de haber prosperado esta unión dinástica hubiera supuesto la unificación en un solo rey todos los reinos cristianos de España (incluido Portugal que no alcanzaría su independencia de “iure” hasta 1143).
La figura de Doña Urraca no ha sido bien tratada ni por la historia ni por la literatura. Las múltiples luchas entre Urraca y sus familiares (esposo, hermana, hijo), con los nobles, con el clero,… fueron el contexto idóneo para conformar la visión tan negativa que hemos recibido de esta reina de Castilla y de León a través de unas fuentes históricas, principalmente la Historia Compostelana y la Crónica de Sahagún, muy parciales. Descrita como una mujer ambiciosa y sin moral, al igual que otras figuras malditas de la historia de Castilla como Pedro I El Cruel, la vida y la personalidad de la reina doña Urraca está sometida desde hace algún tiempo a una profunda revisión historiográfica.
El problema sucesorio en el Reino de Aragón
Alfonso sólo estuvo casado con Urraca pero no tuvo descendencia. Así, en 1131, siguiendo su modo de pensar en términos piadosos y de cruzada, redacta un peculiar y extraño testamento repartiendo su reino entre las órdenes militares del Temple, Santo Sepulcro y San Juan del Hospital.
Como rey guerrero, su muerte no pudo sobrevenir de otra manera que no fuera por las armas. Efectivamente, Alfonso fallece consecuencia de las heridas sufridas en el asedio a Fraga en el año 1134.
Los nobles consideran irrealizable el testamento, pues las órdenes militares aludidas no pueden acometer el gobierno, por lo que no reconocen los deseos del monarca fallecido y el reino se vuelve a fragmentar, después de medio siglo, en Aragón y Navarra. Aragón pasa a manos de Don Ramiro el Monje, hermano del fallecido, que reinará como Ramiro II. Navarra, por su parte, es entregada a García Ramírez "El Restaurador".
EL INCREÍBLE TESTAMENTO DEL BATALLADOR
"…Para después de mi muerte, dejo como heredero y sucesor mío al Sepulcro de Señor que está en Jerusalén y a los que lo custodian y sirven allí a Dios; y al Hospital de los pobres de Jerusalén; y al Templo de Salomón con los caballeros que vigilan allí para defender la cristiandad. A estos tres les concedo mi reino. También el señorío que tengo entoda la tierra de mi reino y el principado y jurisdicción que tengo sobre todos los hombres de mi tierra, tanto clérigos como laicos, obispos, abades, canónigos, monjes, nobles, caballeros, burgueses, rústicos, mercaderes, hombres, mujeres, pequeños y grandes, ricos y pobres, judíos y sarracenos, con las mismas leyes y usos que mi padre, mi hermano y yo mismo tuvimos y debemos tener." Fragmento del Testamento de Alfonso I.
La derrota de Fraga y la muerte de Alfonso I produjeron un pánico excepcional en Aragón. La línea fortificada de separación con los musulmanes retrocedió en algunos puntos hasta donde se encontraba en el siglo XI.
Era impensable que las Órdenes militares pudieran ponerse al gobierno de los reinos de Navarra y Aragón, además de que el testamento de Alfonso I era contrario a las normas jurídicas navarro-aragonesas, ya que las tierras de Aragón, Pamplona, Sobrarbe y Ribagorza eran patrimoniales, por lo que debían pasar a la familia del difunto. Tan solo podía disponer de los acatos como era el caso del Regnum Caesaraugustanum, territorio equivalente al de la antigua taifa de Zaragoza. Por otro lado, perjudicaba también los intereses de la nobleza, ya que chocaba con el usus terrae.
Hay que recordar que el primer testamento data de 1131 y la Orden del Temple recibió sus estatutos en 1128 con lo que sorprende hasta qué punto las cruzadas marcaron la vida del monarca al testar a favor de instituciones tan nuevas. Al igual que el resto de órdenes beneficiadas por el testamento eran extranjeras, no nombró herederas a las órdenes que él mismo había fundado.
El primer resultado de este testamento fue la fragmentación definitiva entre los reinos de Navarra y Aragón. Los navarros se apresuraron a proclamar rey a García Ramírez, descendiente de la monarquía histórica pamplonesa.
Por otro lado los aragoneses coronaron a Ramiro II. Dada su condición de monje, para lograr el reconocimiento de los nobles, tuvo que buscar a alguien que ejerciera en su nombre. Los esponsales de su hija Petronila de tan solo un año con el Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV solucionaron el problema.
Ramón Berenguer IV adoptó el título de príncipe de Aragón (el de rey lo mantuvo Ramiro II hasta su muerte) y se apresuró a pactar con las Órdenes beneficiadas por el testamento de Alfonso I.
La Orden del Temple fue la más beneficiada, quizás porque el propio Ramón Berenguer IV se había adherido a la orden, al igual que lo había hecho su padre, Ramón Berenguer III, quien había sido el primer caballero templario de la península Ibérica.Mediante la Concordia de Gerona (27 de noviembre de 1143), el Temple renunció a sus derechos a la tercera parte del reino de Aragón a cambio de los castillos de Monzón, Mongay, Chalamera, Barberá, Remolinos y la promesa de Corbins (cuando fuera conquistado) y otros muchos privilegios como la promesa de entregarles la quinta parte de las tierras arrebatadas a los musulmanes.
En el mismo acuerdo, la Milita Christi o Militia Caesaraugustana, que había recibido el castro de Belchite, de manos de Alfonso VII, fue incorporada al Temple.La concordia fue ratificada mediante Bula de Eugenio III (30 de marzo de 1150) y luego por el papa Adriano IV en 1151.
Contexto Artístico durante el reinado de Alfonso I el Batallador
Los años del reinado de Alfonso el Batallador son la continuidad de las gloriosas décadas finales del siglo XI donde en Aragón se construye ya en un románico pleno de gran perfección arquitectónica y escultórica.
Por su parte, la participación de Alfonso I en la política castellanoleonesa va a servir para que el románico aragonés penetre hacia Castilla, como queda patente en Segovia, ciudad preferida por Alfonso, donde en la iglesia de San Millán se reproduce la planta de la catedral de Jaca (a escala menor) o en numerosos detalles arquitectónicos y ornamentales de muchas de las iglesias de la provincia.
En tierras sorianas, esta influencia se deja notar en otros tantos lugares, pero es especialmente notable en ciudad de Ágreda.
En cualquier caso y al margen de este periodo de inestable unión de los dos reinos, las influencias mutuas entre el románico castellano, navarro y aragonés van a ser intensas durante todo el periodo románico (hasta comienzos del siglo XIII), donde la itinerancia de talleres va a ser muy frecuente y las fronteras entre reinos, muy permeables.
Templarios en el Reino de Aragón
Antecedentes:
El éxito de la Primera Cruzada se extendió rápidamente por los reinos de Europa. El mismo rey de Aragón, Pedro I, al frente de un numeroso grupo de caballeros hispanos, se disponía a marchar a Palestina, cuando el pontífice les recordó la obligación de defender su propia tierra de los almorávides.
El ideal cruzado llevó al rey Pedro I a sitiar Zaragoza. Antes de abandonar su asedio, en el mes de julio de 1101, fortificó a 5 kilómetros de Zaragoza el lugar de “Deus o vol” (hoy en día,Juslibol), grito de guerra cruzado.
La muerte de Pedro I en 1104 , dicen que de la tristeza que le produjo ver morir a sus dos hijos en 1103, hizo que su hermano, Alfonso I fuera coronado rey de Navarra y Aragón.
ALFONSO EL BATALLADOR, ¿FUE TEMPLARIO?
Alfonso I no estaba llamado a ser rey, ya que fue el segundo hijo del segundo matrimonio de su padre, el rey Sancho Ramírez con Felicia de Roucy. Es probable que en su juventud visitara a su familia materna al otro lado de los Pirineos, llegando a tener una fuerte amistad con los que luego serían sus aliados en los campos de batalla como su primo Rotrou II, conde de Perche, y de Gastón de Bearn. De entonces datan también las amistades con Castan y Lope Garcés Peregrino entre otros.
El ideal cruzado que vivió Alfonso I ya desde niño marcó toda su vida y trayectoria como rey. Todas las empresas del monarca estuvieron encaminadas a la toma de Tortosa y Valencia, desde donde podría embarcar sus tropas hacia Jerusalén. Este afán llevó a que más de 25.000 Km2 fueran reconquistados durante su reinado, ganándose el sobrenombre de “El batallador”.
Zaragoza (Al-Bayda, “La Blanca, La augusta”), pieza clave para conseguir sus objetivos, capituló el 18 de diciembre de 1118, después de que el Papa hubiera proclamado su conquista como una nueva cruzada en el Concilio de Toulouse (1118). A esta empresa contribuyeron caballeros llegados de la Primera cruzada, entre ellos Gastón de Bearn, que había participado en la conquista de Jerusalén. Por su inestimable ayuda, dirigiendo la construcción de máquinas de guerra, fue nombrado señor de Zaragoza por Alfonso I.
Es probable que en los contactos con Gastón de Bearn, el obispo Esteban de Huesca y Lope Garcés Peregrino (añadió a su denominación la de peregrino tras su estancia en Jerusalén) el monarca tuviera conocimiento de las actuaciones de los monjes guerreros en Palestina, ya que todos ellos habían participado en la Primera cruzada.
Fascinado por estas historias, el rey no dudó en imitar estos movimientos, fundando él mismo Órdenes similares en su reino. En 1122, fundó una Militia Christi, la Cofradía de Belchite, primera orden militar de España, a semejanza de la Milicia de Jerusalén, según carta del Arzobispo Guillermo de Aux, para someter a los sarracenos y abrir un camino a Jerusalén pasando el mar.
Los cofrades y sus bienhechores recibieron beneficios de cruzada. La Militia Christi tuvo otra base en la recién fundada ciudad de Monreal, fundada dos años más tarde que la de Belchite, en 1124. Posteriormente, se le asignó el castro de Belchite, por mano del rey Alfonso VII de Castilla en 1136, quien la llama Militia Caesaraugustana y confirmando a López Sanz como rector de la misma. Esta orden fue integrada en la Orden del Temple por la Concordia de Gerona en 1143.
Muertos frente al enemigo Gastón de Bearn y el Obispo Esteban el 24 de mayo de 1130, la viuda de Gastón, Talesa (prima carnal de Alfonso I), cumple la última voluntad de su marido: dejar a la milicia del Temple, para que pudiera proseguir la reconquista, todas las tierras que tenía en Zaragoza y en Sauvelade. Ya Lope Garcés Peregrino, junto con su esposa, había dejado parte de sus bienes para después de su muerte “al Altar del Santo Sepulcro” y “al hospital de Jerusalén” en 1120.
Gastón IV fue vizconde de Bearne desde 1090 hasta su muerte en 1131. También recibió los títulos de señor de Zaragoza, tras liderar la conquista de esta ciudad para Alfonso I de Aragón; señor tenente de Barbastro; tenente de Uncastillo y fue considerado ricohombre de Aragón, máxima de las grandezas nobiliarias de este reino.
Gastón era hijo de Céntulo V, al que sucedió. Se casó con Talesa de Aragón, vizcondesa de Montaner y prima del rey Alfonso I de Aragón. Su hermano menor Céntulo fue conde de la vecina comarca de Bigorra.
En 1095 se enroló en la Primera Cruzada, en el ejército del conde Raimundo IV de Tolosa. Fue ganando renombre a lo largo de la campaña hasta que en 1099, en el asedio de Jerusalén, fue encargado de construir y dirigir las máquinas de guerra que debían romper la defensa turca. Victoriosos los cristianos, Gastón fue uno de los primeros cruzados en entrar en la ciudad. Se dice que fue magnánimo con los vencidos y que trató de evitar las matanzas que finalmente se produjeron[cita requerida]. Volvió de Palestina en 1101. Esta experiencia le hizo pasar a la historia con el sobrenombre de «el Cruzado».
De regreso a Bearne, se dedicó a organizar sus dominios. Promulgó el fuero de la ciudad de Morlaas, su capital, y lanzó numerosas construcciones a lo largo de las diferentes rutas jacobeas que atravesaban su territorio, entre ellas la catedral de Lescar, la iglesia de Santa María de Olorón y el hospital de peregrinos de Somport.
Mantuvo una relación estrecha con el vecino Reino de Aragón, por aquel entonces similar al vizcondado de Béarn en tamaño, poder, economía y lengua. Aparece citado como señor de Barbastro en 1113. De su larga y activa colaboración con el rey Alfonso I, el máximo hito fue la conquista de Zaragoza a los musulmanes en 1118. El vizconde de Béarn fue uno de los líderes principales de la toma de la ciudad y el rey le recompensó nombrándolo señor de Zaragoza.
Gastón organizó y repartió las nuevas tierras, privilegiando a sus vasallos bearneses.
Siguió realizando campañas militares junto a los aragoneses. Participó en la Batalla de Cutanda (1120) y, entre 1125 y 1126, en una gran expedición que le llevó hasta Andalucía. En 1131 murió a manos de los musulmanes, que pasearon su cabeza triunfalmente por Granada.
Su olifante, se conserva hoy día en el museo de la Basílica del Pilar de Zaragoza, donde fue enterrado su cuerpo decapitado.
Según la tradición, el corazón de Gastón de Bearn está enterrado en el lugar donde pisan los fieles para venerar la columna del Pilar.
Gastón fue sucedido al frente del vizcondado de Bearne por su joven hijo Céntulo VI, ejerciendo Talesa la regencia. Fiel a su ideal caballeresco, Gastón legó todas sus tierras en Aragón a la recientemente fundada Orden del Temple. Esto probablemente sirvió de inspiración a Alfonso I de Aragón, que en su testamento también legó sus pertenencias, incluido su reino, a las Órdenes Militares de Tierra Santa (hospitalarios,templarios y caballeros del Santo Sepulcro).
Alfonso I, preocupado por su sucesión, dictó su primer testamento en el asedio de Bayona en octubre de 1131, e hizo que lo firmaran y acataran la mayor parte de los tenentes del reino. Este testamento fue confirmado el 4 de septiembre de 1134, tres días antes de su muerte.
TALESA DE BEARN, SEÑORA DE UNCASTILLO Y ENEMIGA DE RAMIRO II DE ARAGÓN
Este artículo nos lleva a los convulsos primeros años de andadura de los reinos cristianos peninsulares, en los que estos se encontraban tan ocupados tratando de definir sus fronteras y su identidad propia frente al resto de monarquías descendientes de los visigodos como de ganar terreno a los ocupantes musulmanes de la antigua provincia romana de Hispania.
Concretamente tenemos que situarnos en el añ0 1134, en el que muere el rey de Aragón Alfonso I El Batallador. Había subido al trono aragonés en 1104 a la muerte de su hermano Pedro I. Además, desde 1076 el título de rey de Aragón conllevaba también el de rey de Navarra, ya que en ese año recayó en el aragonés Sancho Ramírez, padre tanto de Pedro I como de Alfonso I.
No es objeto de este artículo, narrar el reinado de Alfonso I El Batallador; baste decir que debía su nombre a su denodada labor de conquista de nuevas tierras tanto del vecino reino de Castilla como de los reinos musulmanes (conquistó Zaragoza en 1118). Y fue precisamente cuando se encontraba en una de esas batallas, en Fraga en 1134, cuando fue herido por una flecha y falleció días después.
Su tempestuoso matrimonio con Urraca de Castilla no había sido bendecido con un heredero antes de su disolución por decreto papal. Ello hizo que a su muerte se plantease el problema de la sucesión.
Alfonso había designado como sus herederos a las Órdenes Militares de Ultramar, lo que no fue aceptado por los aragoneses, que se dividieron. El primer nombre propuesto fue el del hermano del rey fallecido, Ramiro II, llamado El Monje por haber ostentado dicha condición durante más de cuarenta años.
Los navarros se opusieron a dicha designación y propusieron a su propio candidato, García Ramírez. Por su parte, la nobleza aragonesa, que no aceptaba que Navarra se separara del reino, se encontraba a su vez dividida entre los leales a Ramiro II y los que optaban por ofrecer la corona a Alfonso VII de Castilla.
La leyenda conocida como “La Campana de Huesca” cuenta cómo Ramiro II convocó a sus nobles en esa ciudad anunciando que había hecho fundir una campana cuyo tañido se oiría en todo Aragón. Siempre según la leyenda, hizo pasar a los más levantiscos uno por uno a una estancia donde les cortó la cabeza y colocó todas ellas formando un círculo en cuyo centro se encontraba, a modo de badajo, la del más rebelde de sus nobles. De este modo el tañido de la Campana de Huesca resonó, efectivamente, en todo Aragón.
Más allá de la leyenda, los tres años de gobierno de Ramiro II fueron extraordinariamente convulsos, con Alfonso VII de Castilla sentando sus reales en Zaragoza y García Ramírez de Navarra comprometiéndose a una serie de pactos con Ramiro II en Valdoluengo solo como excusa para tratar de hacer prisionero al aragonés que se vio obligado a huir al monasterio oscense de San Juan de la Peña.
Entretanto los nobles aragoneses iban ofreciendo sus lealtades a uno u otro monarca según su conveniencia y a menudo cambiando de bando en función del desarrollo de los acontecimientos. Sin embargo, entre todos ellos destaca la historia de Talesa de Bearn, tanto por su condición de mujer como por el hecho de ser la tenente de una fortaleza y además de una de las más importantes del reino: la de Uncastillo.
Talesa era la esposa de Gastón de Bearn, formidable guerrero, veterano de las Cruzadas, señor de Uncastillo e inseparable compañero de armas de Alfonso I El Batallador.
Tras la toma de Zaragoza en 1118, el rey nombró a Gastón Señor de Zaragoza y le otorgó el control sobre el barrio de Santa María la Mayor, así como la tenencia del castillo de la localidad de Uncastillo.
En 1124 Alfonso I se lanzó a la conquista de las posesiones musulmanas en Andalucía; le acompañaba el nuevo Señor de Zaragoza con su mítico e inseparable olifante que hacía sonar cada vez que entraba en batalla.Gastón de Bearn continuó junto a su rey en sus numerosas campañas hasta que encontró la muerte en 1130.
Después de su fallecimiento, su viuda Talesa heredó la tenencia de la fortaleza de Uncastillo, y mantenía la misma cuando se produjo la subida al trono de Ramiro II; como todo el resto de la nobleza aragonesa, tuvo que optar entre los diferentes candidatos al trono. La decisión de Ramiro II de contraer matrimonio con Inés de Poitiers, de la casa de Aquitania, hizo que Talesa se decidiera por dar su apoyo al navarro García Ramírez, pues las casas de Bearn y Aquitania no eran precisamente amigas. Además, Ramiro se negó en una reunión en San Juan de la Peña a concederle el señorío de Zaragoza que había detentado su esposo.
Talesa regresó a su fortaleza de Uncastillo, desde la que se puso en contacto con García Ramírez con el fin de hacerle entrega de la localidad, en contra de los deseos de la población de la villa. Así, en 1136 se produjo un enfrentamiento en Uncastillo entre los defensores de la fortaleza que pretendían entregarla al navarro y los ciudadanos leales al rey, que acaban imponiéndose. El rey Ramiro II premió a los habitantes de la localidad concediéndoles el llamado privilegio de ingenuidad y franqueza.
Talesa siguió conservando su condición de señora de Uncastillo y, aunque en 1144 otorgó un testamento en el que manifestaba su deseo de que el mismo pase a la Orden del Temple a su fallecimiento, cuando este se produjo en 1154, se concedió la regencia del mismo al conde de Barcelona y príncipe de Aragón Ramón Berenguer IV.
La localidad de Uncastillo, y más concretamente su fortaleza, estarían destinados a jugar nuevamente un papel protagonista en las luchas entre los reinos de Aragón, Navarra y Castilla en 1363…pero esa es otra historia.
LA LEYENDA DEL REY ARTURO, ¿SE BASÓ EN EL REY ARAGONÉS ALFONSO I?
¿Cuándo nació la leyenda?
Para legitimar al primer rey de la dinastía Plantagenet en tierras de Inglaterra Enrique II encargó al monje Godofredo de Monmouth la creación de una genealogía -en este caso fantástica-. En Historia Regum Britanniae (1136) Godofredo hizo descender la corona británica del mismísimo troyano Eneas. De este modo, los nuevos amos normandos de aquellas islas tenían su propia epopeya. Es en estos textos donde comienza a divulgarse la leyenda de un Rey, antes solo se le cita como un guerrero, y es a partir de ese momento cuando la leyenda va tomando forma completándose a lo largo del tiempo con varias aportaciones.
A la lista de estos supuestos “Arturibles” con la que hemos comenzado el artículo vamos a incorporar un rey hispánico: Alfonso I de Aragón el Batallador. En 1992 el erudito suizo André de Mandach era el que proponía este nuevo candidato después de estudiar y analizar Parzival, obra del caballero y poeta alemán del siglo XIII Wolfran von Essembach. En ella se cantaban las hazañas del caballero Parzival en la corte del rey Arturo. En algunos pasajes de esta obra al monarca se le nombra como Anfortas. El titulo con el que Alfonso I de Aragón (1073 – 1134) se hacía llamar era “Alfonso Totus Rex”, y en su forma abreviada “Anfortas”.
Alfonso I de Aragón “el Batallador”
Este rey, al igual que el arquetipo medieval, estaba fascinado por las Ordenes de Caballería, incluso formó parte de una de ellas. Entre los caballeros que le acompañaban estaban su primo Rotrou II, conde de Perche, (Percheval) o el conde Gastón de Bearn (Galbearn). Sus amplias conquistas comprenden desde la campaña de Granada (1126), en la que acabaría pescando junto a sus tropas y cuadraría la leyenda del “rey pescador” que aparece en los cantares artúricos, hasta la de Bayona (1131). En el asedio de esta ciudad del sur de Francia se unió a la comitiva del Batallador el conde Pedro Gonzalez de Lara. Unos años antes, este mismo caballero había rescatado a la esposa del Batallador, Doña Urraca, del Castillo del Castellar (Zaragoza), donde él mismo había ordenado encerrarla. De esta forma, la leyenda de Lancelot parece también tener así su reflejo. Así que, podemos decir que la creación del caballero de la Mesa Redonda Parzival o Perceval se sustenta en la vida del rey Alfonso.
¿Y cómo llegaron a las tierras británicas las andanzas del rey aragonés?
Las relaciones entre Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, desde su boda con Petronila, sobrina de Alfonso I, con el rey británico Enrique II eran muy estrechas. De hecho, cuando falleció Ramón Berenguer en su testamento dejó como tutor de su hijo, el futuro rey Alfonso II de Aragón, al rey inglés. Muchos caballeros británicos habían viajado al sur de los Pirineos para unirse a la lucha contra los “infieles”. En la conquista de Tortosa muchos de los soldados de Enrique II se unieron a las tropas aragonesas para hacerse con este importante bastión a orillas del Ebro, dando lugar a apellidos como Anglés o Gal les que hoy todavía perduran en aquella zona. También participaron en la reconquista de Zaragoza en 1118, donde encontramos el primer autor en lengua romance conocido: Guillermo de Poitiers (Guillermo el Trovador). Otro personaje que vinculaba la corona de Aragón con la corona británica, ya que una de sus nietas, Leonor de Aquitania, se casó con Enrique II y otra, Petronila, fue reina de Aragón. Sin duda, el matrimonio de Enrique II con Leonor de Aquitania llevó a la corte inglesa los relatos de aquel Rey Batallador que viajaba con una corte errante formada por los mejores caballeros venidos de tierras lejanas. Esto, unido a los guerreros que volvían con vida de aquellas campañas al sur de los Pirineos, pudo dar origen a la leyenda.
Espada de San Galgano
Es en este momento donde nace un mito “El Rey Arturo”. Al igual que tiempo después hiciera el poeta francés Charitien de Troyes, Wolfran bon Essembach tomó como patrón ideal de rey medieval la vida de Alfonso I el Batallador. El “Arturo” creado por Godofredo recibe el título de Rey, y se le dota de un alcance internacional. Al contemplar todo el patrón que se fue creando a lo largo de estos años, podemos reconocer hechos, lugares, personajes y acontecimientos, que sin duda, tuvieron al rey aragonés como hilo conductor. Tal y como ocurre con la espada de San Galgano, que se utilizó para crear la leyenda de Excalibur, parece que al rey de la Tabla Redonda lo podemos encontrar en la península ibérica. Así, con el distorsionado prisma de toda obra de ficción, podemos reconocer a Arturo, Ginebra, Lancelot o Perceval.
Biografía de Ramiro II el Monge
1075. Se cree que nace en este año y que la ciudad podría haber sido Jaca.
Hijo de Sancho Ramírez Rey de Aragón y de Navarra y de su segunda esposa Felicia de Roucy.
Es por tanto hermanastro de Pedro Sánchez, y hermano menor de Alfonso Sánchez (futuro Batallador).
Su padre es Rey de Aragón y de Navarra, con una parte occidental donde se habla el euskera.
Un abad del Monasterio de San Poncio en Thomières ejerce gran influencia sobre el rey aragonés.
1093. Su padre lo ofrece en oblación (ofrenda a Dios) al citado Monasterio para que ejerza de monje "quatenus sit monachus secundum regulam Sancti Benedicti" junto con una extensa dotación de bienes.
La reina Felicia dispone, apelando al Canon VI del X Concilio de Toledo, que además tenga una educación caballeresca.
En San Poncio se observa la Regla de San Benito, teniendo además el joven Ramiro una esmerada educación en textos sagrados y letras.
Mientras se encuentra inmerso en sus estudios se produce la temible invasión almorávide de las taifas peninsulares, resistiendo muy pocas su arrollador empuje, entre ellas Zaragoza y Lérida.
1094. El 4 de julio mientras prepara el asedio de Huesca, su padre recibe una certera saeta en la axila que le provocará la muerte.
Sancho Ramírez, herido de muerte, hace jurar a sus hijos que concluyan la conquista de Huesca.
1104. Realiza una visita al reino aragonés. Antes de volver a Thomières recibe instrucciones del Obispo de Huesca de no tomar las órdenes mayores en tanto no tuviese su hermano un heredero.
1105. En San Poncio recibe la noticia de la muerte de su hermano Pedro y la consiguiente proclamación de Alfonso como Rey de Aragón y Navarra.
1110. Se halla ya en la península contemplando el engrandecimiento y las consecutivas conquistas de su hermano Alfonso I el Batallador.Es designado por éste para ser Abad de Sahagún, ciudad leonesa que ha sido recientemente conquistada por el rey aragonés.
1113. Tras el avance de Urraca (mujer de Alfonso y ahora enfrentada a él), abandona Sahagún.
1114. Es elegido para ser el nuevo Obispo de Burgos.
1115. Urraca conspira para que dicho puesto sea para alguien proclive a ella, por lo que Ramiro debe abandonar el puesto. Parece ser que después es designado como Obispo de Pamplona pero sin poderse dar por cierto.
Después ingresa como monje en el Monasterio de San Pedro el Viejo en Huesca, monasterio afiliado a San Poncio.
Mientras, su hermano Alfonso sigue ampliando las fronteras del Reino de Aragón.
1134. En julio, Alfonso I el Batallador resulta herido y su ejército derrotado durante el asedio de Fraga. Poco después confirma a Ramiro como Obispo de Roda, en sustitución del anterior.
El 7 de septiembre el bravo rey aragonés no consigue recuperarse de sus heridas y muere en Poleniño. En su lecho de muerte se encuentran Ramiro y García Ramírez, que también estuvo peleando en Fraga.
Se presenta un panorama complicado para el reino aragonés. El rey tiene firmado y ratificado un testamento por el que deja su reino a las Ordenes Militares del Temple, del Santo Sepulcro y del Hospital de San Juan.
Pero la Curia aragonesa no quiere que Aragón quede en manos extranjeras, ni siquiera siendo religiosas, muchos de los nobles tampoco. En esta situación no les queda otra solución que intentar convencer a Ramiro para que se haga cargo del reino, a pesar de que algunos nobles piensen que es una persona sin aptitudes para gobernar y otros consideren que ha de respetarse la voluntad de su difunto rey fallecido.
Ramiro acepta y se dirige a Jaca donde es aclamado por una asamblea de obispos y notables del reino. El 2 de noviembre se encuentra en Zaragoza. Rápidamente negocia una tregua de dos años con Ibn Ganiya, el vencedor de Fraga. Incoprensiblemente, el almorávide acepta, en lugar de aprovechar su ventajosa posición militar, llevando la tranquilidad a los cristianos de la cuenca del Ebro.
Mientras tanto, García Ramírez se ha dirigido a Pamplona, donde se ha hecho coronar por los pamploneses como Rey de Navarra y de las provincias vascas, separándose dicho reino del aragonés tras cincuenta años de convivir juntos.
Por si fuera poco, Alfonso VII, nada más enterarse de la muerte del Batallador se ha dirigido hacia La Rioja, tierras que reclama como suyas por haber pertenecido a su abuelo Alfonso VI.
Después reclama el territorio de Zaragoza alegando antiguos derechos sobre el mismo. Ramiro II accede, mostrando la extrema debilidad del reino aragonés y llenando de decepción a sus nobles.
ZARAGOZA DURANTE DOS AÑOS PERTENECIÓ AL REINO DE CASTILLA-LEÓN
Hay que remontarse al siglo XII, la Saraqusta musulmana de 1118 ha sido conquistada por Alfonso I "El Batallador". Tras su muerte en 1134 y con apenas unos pocos años desde que fue tomada la ciudad, ésta corría el riesgo de caer de nuevo en manos musulmanas.
En estos momentos aparece la figura de Alfonso VII, el rey de León y Castilla, que bajo la excusa de la defensa de la ciudad aunque movido por intereses económicos y políticos, y aprovechando el desconcierto del reino aragonés que en ese momento estaba más interesado en encontrar un nuevo monarca, entró en la Zaragoza cristiana reclamándola como soberano.
Se elig como monarca a Ramiro II “El Monje” llamado así porque pertenecía al orden clerical. Dos años después Ramiro y Alfonso llegaban un acuerdo por el cual el castellano devolvía al primero la ciudad a cambio de compensaciones económicas y del matrimonio entre sus hijos. A cambio Alfonso cedía uno de los símbolos de sus reinos, el León, la cual lo tomó como símbolo manteniéndolo hasta la actualidad.
1135. Parte de la nobleza aragonesa le reprocha al monarca su falta de carácter, incluso se le llega a conocer con el apodo de "rey cogulla" ó el no menos despectivo de "fray treguas". Se produce incluso una rebelión nobiliaria y Ramiro está a punto de perder el trono, debiendo salir del Reino de Aragón. En este contexto pasará a la historia como principal actor de lo que se conocerá después como…..
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LA CAMPANA DE HUESCA
Enmarcada dentro de la leyenda, el rey aragonés habría mandado un mensajero a su antiguo Abad de San Poncio para pedirle consejo por no saber como meter en vereda a sus levantiscos nobles. El citado abad Frotardo, que se encuentra en el huerto, coge un montón de ajos y con el cuchillo que tiene en la otra mano les corta la cabeza a éstos con un rápido golpe de muñeca.
Seguidamente le dice al mensajero:
Vete al mi señor el rey y dile lo que has visto, que no te doy otra respuesta".
El mensajero vuelve y se lo cuenta a su rey, quien se queda pensativo.
Pasados unos dias hace llamar a todos sus nobles con la excusa de ver una campana que habría mandado traer y cuyo sonido se oiría en todo el reino. Después les hace pasar de uno en uno a una habitación donde se supone que está la susodicha campana. Cuando van entrando el terror se apodera de ellos: en la habitación se halla un verdugo con un gran hacha y los cuerpos de algunos de ellos (los rebeldes), están esparcidos en el suelo decapitados y las cabezas de éstos van formando un círculo con el propósito de formar 12 en total.
Cuando le toca el turno al rebelde obispo Ordás, lejos de amilanarse le exclama a su rey:
"Esta campana no es tal, pues no tiene badajo"
Su cabeza será la última y hará la función del consabido badajo.
La realidad parece indicar que, durante su ausencia, un grupo de nobles habría roto la tregua con los almorávides asaltando una caravana entre Fraga y Huesca. Ibn Ganiya junto con tropas de Lérida, Tortosa y Fraga, en represalía, se apoderan de la ciudad de Mequinenza, amenazando la comarca del Somontano y la zona de Barbastro.Ramiro II hace ejecutar a estos siete importantes nobles Lope de Fortuñones, Señor de Albero Alto y Torreciudad
Martín Galíndez, Señor de Ayerbe
Bertrán, Señor de Bolea, Ejea y Luna
Miguel de Rada, Señor de Perarrúa
Iñigo López, Señor de Naval
Cecodín de Navasa, Señor de Ruesta
Fortún Galíndez, Señor de Huesca.
Está absolutamente documentada la falta de estos nobles en este año.
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Aparece la crisis económica que ya se vislumbraba en los últimos tiempos de Alfonso I. Para paliarla, Ramiro se ve obligado a recurrir al tesoro de las iglesias y monasterios. El 13 de noviembre devalúa la moneda jaquesa, desatándose la ira popular contra los judíos.
La presión de la nobleza que quiere un heredero para el reino aragonés hace que case con Inés de Poitiers, viuda francesa de treinta años y que ya ha tenido tres hijos. La fertilidad de la francesa queda fuera de toda duda, pues en el espacio de seis semanas ya se encuentra embarazada. La tranquilidad llega a los nobles y súbditos del Reino de Aragón.
La presión del Papa Inocencio II se acentúa y presiona a todos los reyes cristianos peninsulares para que se cumpla el testamento del Batallador.
1136. La nobleza descontenta fomenta la rebelión. Doña Talesa, viuda de Gastón de Bearn dá instrucciones a Arnaldo de Lascún, Tenente de la villa de Uncastillo, para que se subleve en su nombre. La rebelión es ahogada en sangre.
El 11 de agosto nace su hija Petronila. El rey, que esperaba ansiosamente un varón empieza una frenética búsqueda de un candidato matrimonial con el que asegurar su reino.
Ramiro II, desgastado políticamente, estima cumplida su misión y decide recogerse nuevamente en su vida monacal.
Pero antes debe dejar su reino en buenas manos. Designa al arzobispo Olegario de Tarragona como mediador ante la Santa Sede en el conflicto abierto por el testamento de su hermano.
A finales de año, el rey y su esposa se separan. Inés se retira al Monasterio de Santa María de Fontevrault, donde acabará su existencia.
1137. Su suegro Guillermo, Duque de Aquitania le transmite una petición de Alfonso VII para que la mano de Petronila le sea entregada para su hijo Sancho, nacido en 1133. El rey aragonés va dando largas al castellano-leonés. Problema que se resuelve momentáneamente con la muerte de Guillermo en abril.
El Rey de Aragón mueve ficha. El elegido es el Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Los esponsales se celebran en Barbastro el 11 de agosto. Su hija tiene un año y el conde alrededor de 24.
Ramiro II entrega la totalidad de su reino al conde, a excepción de la obediencia que el reino le debe a él y su hija. Las condiciones son las siguientes:
El reino pasará a manos de Ramón Berenguer a la muerte de Ramiro, incluso en el supuesto de que su hija también fallezca sin herederos
Si de la unión nace algún vástago, éste heredará el Reino de Aragón y el Condado de Barcelona.
Hace prometer a Ramón Berenguer que recuperará el Reino de Zaragoza, Tudela y otras plazas navarras
El 27 de agosto, Ramiro II firma un documento en el Castillo de Ayerbe mediante el cual reitera su firme decisión de no tomar ninguna decisión política y dejarlo todo en manos de su yerno. Tras esto, se retira al Monasterio de San Pedro el Viejo, en Huesca.
1150. En agosto se celebra la boda en Lérida, al cumplir la princesa Petronila con la edad reglamentaria para tal acto (14 años).
1157. Ramiro II muere en Huesca. Es enterrado en el Panteón Real de la Iglesia de San Pedro el Viejo.
1985. El 7 de junio se exhuman sus restos para ser objeto de estudio.
Identificado el Gen real del Reino de Aragón
Alfonso I el Batallador se quitó la muela del juicio, Ramiro II tenía gengivitis y una artrosis aguda y Ramiro I está enterrado realmente en San Juan de la Peña. Una investigación resuelve con éxito qué pasó con los monarcas que levantaron uno de los Reinos más potentes de la Edad Media.
Eran los Reyes de Aragón pero, además, su genética lo demuestra. Desde Ramiro I hasta Alfonso I el Batallador, mantenían el mismo patrón en casi todo, hasta en las enfermedades. Además, la estructura ósea y el grupo sanguineo respondían al prototipo genético del hombre pirenaico de hoy en día.
La primera investigación que ha conseguido descrifrar el gen de los reyes privativos de Aragón ha sacado a la luz cómo eran los monarcas, cómo vivían y en qué consistía su día a día. Y todo gracias a la ciencia, al Carbono 14 o a sofisticadas pruebas como la virtopsia.
Entre otras cosas, los estudios que ha llevado a cabo la Universidad de Zaragoza, el Gobierno de Aragón e Ibercaja establecen algo que aún estaba pendiente por confirmar: Ramiro I sí que estaría enterrado en el Panteón Real de San Juan de la Peña.
Aunque era una suposición bastante afianzada, aún no se había confirmado pues en la tumba del monarca había restos de siete personas distintas y dos estructuras completas, una de las cuales coincide con las características que se conocen del monarca.
Según la catedrática en Medicina Legal y directora de la investigación, la doctora Begoña Martínez, "aún no estamos seguros al 100%, faltan los últimos resultados pero es practicamente seguro que, por lo menos, Ramiro I estaba enterrado en su tumba" y que, por lo tanto, no fue trasladado durante la ampliación del monasterio ni tras el incendio. Pedro I y Sancho Ramirez también estarían localizados.
El primer monarca aragonés, de confirmarse, estaba enterrado en la tumba número diez del monumento pirenaico. Según los estudios, media 1,80 metros de altura, en un siglo en el que, según Martínez, con 1,60 metros ya era considerado alto. Además, "su forma física era muy buena" dada la alimentación de éste y su familia. "El consumo de carne se fue incorporando progresivamente con Alfonso I, por lo que antes consumían más fibra, entre otras cosas", ha indicado la doctora.
Del mismo periodo son los restos de las hijas del primer monarca aragonés, doña Sancha, doña Teresa y doña Urraca, todas ellas encontradas en el sarcófago de la primera y que están en el Monasterio de las Benedictinas de Jaca. De estas se sabe, entre otras cosas, su estatura. Así, doña Sancha midió 1,52 metros de altura, la más baja de la estirpe principesca; murió cuando rondaba los 55 o 60 años y sufría una osteoporosis aguda.
Además de ésta y como novedad se ha descubierto que entre los restos encontrados en la tumba de la hija del monarca se encuentra también la madre de Ramiro I, que estaba "de muerte" conservada, según Martínez. No existía documentación sobre sus últimos años de vida y menos sobre su lugar de exhumación.
Ramiro II y Alfonso I el Batallador permanecían en San Pedro el Grande de Huesca
Mucho sarro y problemas de huesos
Ya sea por el estres que suponían las largas cabalgadas, por fallos alimentarios, por su larga esperanza de vida o por heridas de guerra,todos los monarcas aragoneses presentaban el mismo tipo de enfermedades, en muchos casos crónicas.
Las patologías más graves estaban relacionadas con el desarrollo de los huesos. Así, tanto Ramiro II como Alfonso el Batallador sufrían una osteoporosis y artrosis crónicas. Para Alfonso, el problema radicaba en sus largos años combatiendo, ya que cuando apenas había cumplido los once fue enviado por su padre a los campos de batalla. Mientras que su hermano, Ramiro II vio como alguna de las falanges de sus dedos calcificaban, reduciendo su movilidad considerablemente en los últimos años de su vida.
Por la boca también sufrían. De hecho, ninguno se libró del sarro ni de las enfermedades bucales. Ramiro II sufrió una gengivitis por la edad mientras que Alfonso I tuvo problemas por la extracción de la muela del juicio.
Cabe resaltar que, además de los restos de los monarcas, se han analizado 18 individuos más que mantienen relaciones de parentesco en algunos casos entre sí y que fueron localizados también en San Juan de la Peña. Se ha analizado el cromosoma "Y" masculino de los restos que ha permitido la identificación de haplogrupos en varios varones obteniendo un perfil genético típico del Pirineo y del área más occidental de Europa Se trata de haplogrupos de ADN mitocondrial que se heredan por vía materna que son exactamente los mismos que investigadores catalanes acaban de identificar en individuos del mismo linaje o relacionados que vivieron siglos después.
La coordinadora de la investigación ha hecho hincapié en que se trata de un estudio "único" por el rico material investigado en tres localizaciones diferentes y el valor histórico y patrimonial de los restos analizados y el nivel científico de los trabajos realizados que debe hacer a la sociedad aragonesa "creer" en el potencial de su tejido investigador y en la necesidad de invertir en investigación científica, aunque sea un momento "pésimo" para reivindicarlo.
MONASTERIO DE SAN PEDRO EL VIEJO
El Monasterio de San Pedro el Viejo, antes fue llamada «iglesia antigua de San Pedro el Viejo» de Huesca, es un edificio románico del siglo XII situado en el casco antiguo de la ciudad de Huesca (España). Considerado Monumento Nacional desde 1885, su arquitectura y escultura lo convierten en uno de los conjuntos históricos más importantes del románico aragonés.
Lo que fue su Sala Capitular cumple la función de panteón real, con los sepulcros de dos reyes de Aragón: Alfonso I el Batallador y su hermano y sucesor, Ramiro II el Monje.
Historia
Aunque restos arqueológicos hallados en el lugar revelan que allí hubo algún tipo de templo o necrópolis romana, hay que esperar hasta el final de la Alta Edad Media para encontrar el rastro histórico del edificio.
Esta iglesia es una de las más antiguas de España y de las pocas que conservaron integras del tiempo de los godos. En la conquista de los musulmanes se les cedió a los cristianos que quedaron en la ciudad como tributarios con la facultad de celebrar allí su culto, el lugar se conocía en su tiempo como barrio de los muzarabes.
Al conquistar la ciudad de Huesca en 1096, los cristianos del Reino de Aragón descubrieron, en el lugar que hoy ocupa el monasterio, un templo cristiano visigodo dedicado a San Pedro y que había sido utilizado durante el dominio árabe por los mozárabes de la ciudad (entonces llamada Wasqa).
El templo fue apodado “el viejo” por estos cristianos recién llegados, nombre que ha perdurado hasta nuestros días. La iglesia fue permutada a la abadía y castillo de Montearagón por la Mezquita mayor de Huesca que le había prometido tres años antes Sancho Ramírez de Aragón mediante privilegio magno.
El templo fue donado a la orden de los benedictinos, los cuales quisieron renovarlo y convertirlo en un monasterio acorde a los cánones estéticos de la época, es decir, lo que se denomina actualmente estilo románico. El comienzo de su construcción se sitúa en el año 1117, durante el reinado de Alfonso I el Batallador y poco antes de la conquista de la ciudad de Zaragoza (1118).
Se puede considerar que a finales del siglo XII el edificio estaba terminado, aunque se le fueron añadiendo diversos elementos con posterioridad (pinturas, esculturas, retablos, etc.), como es habitual en este tipo de construcciones.
El edificio tiene dos partes principales: la iglesia y el claustro.
La iglesia está formada por tres naves y sus respectivos ábsides. El retablo mayor es de madera policromada realizado por Juan de Alí (artista navarro) a principios del siglo XVII. Las capillas que circundan la iglesia muestran interesantes obras de arte de diversos periodos:
Retablo de la Virgen de la Esperanza (siglo XVI). Estilo renacentista.
Retablo de los santos Justos y Pastor (siglo XVII). Estilo barroco.
Retablo de la anunciación (siglo XV-XVI). Estilo gótico.
Pinturas murales del siglo XIII.
Sillería de madera del coro (siglo XVII)
Su claustro rectangular está formado por arcos de medio punto y columnas dobles con elaborados capiteles (38 en total, 18 originales y el resto reproducciones del siglo XIX) que representan la vida de Jesús, así como otras escenas de carácter alegórico e histórico. Este claustro tiene en su lado este varias capillas en desigual estado de conservación:
Capilla de Santa Ana y San José (siglo XIII). En la actualidad se encuentra cerrada.
Capilla de San Benito (siglo XIII).
Capilla de San Bartolomé o Panteón Real.
Esta fue la sala capitular del monasterio. Aquí se hallan los restos de los reyes de Aragón:
Alfonso I el Batallador y su hermano y sucesor:
Ramiro II el Monje, en un sarcófago romano del siglo II.
Las antiguas dependencias de los monjes (situadas en la zona oeste del claustro) se dedican hoy en día a albergar diferentes piezas de gran valor artístico e histórico del monasterio (piezas de orfebrería, pequeñas estatuas, etc.).
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