El Siglo XIV.
El siglo XII terminó con aquel espléndido reinado de Alfonso I, en el que la Corona de Aragón comprendía desde Aspe al Ebro y al Ródano; al comenzar el XIII continuaba esa extensión territorial, que hacía de Aragón una potencia limítrofe de Francia e Italia, de Castilla y de los moros velencianos.
Durante ese siglo se conquistan las Baleares y Valencia, se pone el pie en Sicilia y se hace alarde de poder en Tunez, pero se ha perdido lo de más allá del Pirineo; esta cordillera sirve de límite, porque hasta ella llega Francia. La política de Meroveo, la de Carlomagno, alcanza su triunfo con el Capeto Luis IX.
La Corona de Aragón, en virtud de esa pérdida, quedó más que aislada, separada del mundo; perdió el contacto con Europa, porque la frontera con ésta entró en la categoría de las llamadas muertas. Ningún acontecimiento de la Europa central o de Italia pudo llegar a los dominios aragoneses directamente sino de rechazo, y todas las ideas hubieron de penetrar en ellos tardías y desfiguradas.
La evolución política fué desde entonces absolutamente interna; no influyeron en ella otros pueblos; la influencia extraña es condición del progreso.
Si Castilla hubiera sido país de amplios horizontes y sin fronteras, el daño hubiera sido menor; pero Castilla era país más cerrado aún que el aragonés; sentíase segura de los moros y no se preocupaba de ellos, salvo si los africanos venían en auxilio de los andaluces.
Dos unidades políticas encerradas en un mismo territorio, como dos individuos recluídos en una misma prisión, necesariamente había de acabar o riñendo o entendiéndose. He aquí la razón de la historia de Aragón y de Castilla desde el siglo XIV, es decir, desde el tratado de Corbeil y del período de medio siglo de reacción contra la política por él establecida.
Segundo hijo de Pedro III y de su esposa Constanza II de Sicilia, de su madre heredó el reino de Sicilia en 1285. Derrotó a su competidor Carlos de Anjou, cuyas fuerzas navales fueron deshechas en más de un encuentro por el almirante Roger de Lauria, nacido en la Basilicata italiana y al servicio de Jaime II. Conquistó parte de Calabria y las islas del golfo de Nápoles.
En 1291 recibió también la Corona de Aragón, al morir sin descendencia su hermano Alfonso III, y se alió con el rey de Castilla con una alianza matrimonial casándose con la hija de este Isabel de Castilla. Dicha unión fue solo civil al ser frustrada por el Papa a causa de la consanguinidad de los prometidos. No tuvo descendencia dicho matrimonio dado que no llegó a consumarse; la novia en el momento de la boda tenía ocho años de edad. Tras la muerte de su suegro, el rey Sancho IV de Castilla en 1295, este primer matrimonio del monarca aragonés quedó definitivamente anulado.
Intentó obtener una alianza con el sultán Khalil en 1292, pero al disminuir las amenazas exteriores, la dejó sin ratificar.
En 1296 iniciaría una contienda con Castilla, aprovechando la minoría de edad de Fernando IV y los conflictos entre sus regentes, sin declaración de guerra, para conquistar el Reino de Murcia. Alicante sería la primera ciudad en caer en el mes de abril, y tras ella Elche, Orihuela, Guardamar del Segura y Murcia. En 1298 tomaría Alhama de Murcia y Cartagena y el 21 de diciembre de 1300 finalizaba la contienda con la conquista de Lorca. Por la Sentencia Arbitral de Torrellas (1304) y el Tratado de Elche (1305) se firmaría la paz con Castilla, devolviéndole la mayor parte del Reino de Murcia a excepción de los territorios al norte del río Segura, quedando las comarcas de Alicante, Orihuela y Elche en posesión del Reino de Valencia.
Su dominio sobre Sicilia había sido contestado por el Papado y los Anjou, por lo que Jaime se avino finalmente a ceder la isla al papa a cambio de los derechos sobre Córcega y Cerdeña y la cesión de la isla de Menorca a Jaime II de Mallorca, por el Tratado de Anagni (1295). Sin embargo, su hermano menor Fadrique o Federico, al que había nombrado gobernador de Sicilia, se negó a abandonar el dominio de la isla y resistió eficazmente la campaña militar de Jaime II para arrebatársela aunque finalmente fue derrotado en 1299. Ese mismo año se reforzó el pacto mediante la boda de Jaime II con Blanca de Anjou, hija de Carlos de Anjou.
Federico fue reconocido como rey de Sicilia por la paz de Caltabellota (1302).
Terminada aquella contienda, Jaime conquistó Cerdeña (1323-1325), que quedó así incorporada a la Corona de Aragón, a pesar de la oposición de Génova y Pisa y de múltiples rebeliones locales posteriores.
Esta política de expansión en el Mediterráneo se completó con un acuerdo con Castilla para repartirse las respectivas zonas de influencia en el norte de África. Para ello selló una alianza con Sancho IV, las (Vistas de Monteagudo, 1291), quien ayudó a la Corona de Aragón a intensificar su presencia en Túnez, Bugía y Tremecén a cambio del correspondiente apoyo contra los franceses.
Jaime II organizó también una expedición a Oriente bajo el mando de Roger de Flor, concebida para librar al reino de la presencia de las peligrosas compañías militares conocidas como los «almogávares» (1302).
Intentó rescatar a los templarios peninsulares (especialmente a fray Dalmau de Rocabertí, submariscal de la orden) caídos en la expugnación de la isla y fortaleza de Arwad (septiembre de 1302). Para ello, envió una serie de embajadas, las primeras (1304-1305 y 1306-1307) llevadas a cabo por Eymeric de Usall, que llegó a traer consigo a Barcelona al "ustadar" (una especie de primer ministro de temas económicos y militares en Egipto) Fakhr al-Dihn. Consiguió su libertad en 1315, y fray Dalmau murió en 1326 en el Monasterio de Santa María de Vilabertrán. Otras embajadas de don Jaime pidieron, sin éxito, el Santo Grial y el Lignum Crucis al sultán Muhammad al-Nasir.
En 1312 Felipe IV de Francia conmina a Jaime II a extinguir la Orden del Temple en su Reino, pero no teniendo queja el rey aragonés del comportamiento de los Templarios, (recordemos que Alfonso I el Batallador les había legado en testamento todo el Reino, aunque finalmente no prosperó dicha cesión), se niega en principio a actuar contra ellos, aunque instado a ello por el Papa, no tiene más remedio que prenderlos, si bien no los condena sin la celebración de juicio previo, resultado del cual se les declara inocentes en los términos que expresa el acta del mismo: “Por lo que, por definitiva sentencia, todos y cada uno de ellos fueron absueltos de todos los delitos, errores e imposturas de que eran acusados, y se mandó que nadie se atreviese a infamarlos, por cuanto en la averiguación hecha por el concilio fueron hallados libres de toda mala sospecha: cuya sentencia fue leída en la capilla de Corpus-Christi del claustro de la iglesia metropolitana en el día 4 de noviembre de dicho año de 1312 por Arnaldo Gascón, canónigo de Barcelona, estando presentes nuestro arzobispo y los demás prelados que componían el concilio”.
Jaime II dio su apoyo a las propuestas de fray Ramon Llull sobre la recuperación de Tierra Santa (proyecto Rex Bellator). Su hijo primogénito, el infante don Jaime, renunció a la corona y vistió el hábito blanco con la cruz roja, seguramente con la esperanza de llegar a ser «la espada de la cristiandad».
También la fracasada cruzada de Almería en 1309, a la que ayudó Arnau de Vilanova con sus consejos de sanidad y medicina, se enmarca, junto con la fugaz toma de Ceuta, en la estrategia de Llull del libro De Fine (1305).
Con respecto a su política peninsular:
En las cortes de Zaragoza de 1301 Jaime II de Aragón dictaminó que Ribagorza pertenecía a Aragón y que sus límites estaban en la clamor de Almacellas. Aunque en las cortes de Barcelona de 1305 se protestó esta situación, Jaime II el Justo, tras pedir un informe al Justicia Jimeno Pérez de Salanova, confirmó que Ribagorza se incluía en Aragón.4
Consolidó la Corona de Aragón al declarar la unión indisoluble entre los reinos de Aragón y Valencia y el condado de Barcelona (1319).
Obtuvo el vasallaje de los reyes de Mallorca (miembros de la casa real aragonesa).
Recuperó el Valle de Arán.
Reforzó la posición de la Corona sometiendo a la nobleza con el apoyo de las ciudades.
Hizo avanzar la frontera del reino de Valencia a costa del de Murcia, aprovechando la intervención en las disputas sucesorias castellanas (1304).
Reforzó la defensa del flanco sur frente a los musulmanes creando para ello la orden militar de Montesa (1317), aprobada por el papa Juan XXII en 1317, con el fin de luchar contra los musulmanes.
Fundó en 1300 la Universidad de Lérida y en 1305 el Consejo (actual Senado) en Crevillente.
Dirige el fracasado asedio a Almería en 1309.
Al final de su reinado, en 1325, las Cortes reunidas en Zaragoza acordaron la supresión del tormento.
Sepultura
En su testamento otorgado en Barcelona el 28 de mayo de 1327, Jaime II ordenó la erección de la tumba de su padre, el rey Pedro, al mismo tiempo que disponía la creación de la suya y de su segunda esposa, Blanca de Anjou, fallecida en 1310. Se dispuso que los sepulcros se hallaran cobijados, como así se hizo, bajo baldaquinos labrados en mármol blanco procedente de las canteras de San Feliu, cerca de Gerona. Cuando el rey Jaime II dispuso la creación de su propio sepulcro, tomó como modelo el sepulcro de su padre.
En el mausoleo de Jaime y Blanca, ejecutado por Bertrán Riquer entre 1313 y 1315, ambos difuntos tienen estatua yacente sobre sus sepulcros, labradas en mármol, a diferencia del de Pedro III. Rey y reina aparecen vestidos con el hábito cisterciense. Cada una de las efigies de los monarcas ocupa todo el plano en declive que forma la cubierta del sepulcro, ejecutada en mármol, que cubre la urna de alabastro donde se encuentran los restos de los monarcas.
Matrimonios y descendencia
Elaboró una política de enlaces matrimoniales con la familia real castellana, pero no dio los resultados esperados. La hija de Sancho IV formaba parte del trato y, pese a sus ocho años de edad, fue enviada a Aragón para ser casada con Jaime II, pero tres años más tarde fue devuelta a Castilla, pues el papa Bonifacio VIII no concedió la dispensa matrimonial.
Se casó cuatro veces: con Isabel de Castilla, Blanca de Anjou, María de Chipre y Elisenda de Moncada. Sólo tuvo descendencia con su segunda esposa, Blanca de Anjou, naciendo diez hijos de dicho matrimonio:
Jaime de Aragón (1296-1334), que renunció a sus derechos reales después de su matrimonio con Leonor de Castilla para ingresar en la Orden de San Juan de Jerusalén.
Alfonso IV de Aragón (1299-1336), rey de Aragón, rey de Valencia y conde de Barcelona.
María de Aragón (1299-1347), casada con Pedro de Castilla y, después de enviudar, monja en el Monasterio de Santa María de Sigena.
Constanza de Aragón (1300-1327), casada con Don Juan Manuel.
Blanca de Aragón (c. 1301-1348), monja y priora en el Monasterio de Santa María de Sigena.
Isabel de Aragón (1302-1330), que casó en 1315 con Federico I de Austria.
Juan de Aragón (1304-1334), arzobispo de Toledo, de Tarragona y patriarca de Alejandría.
Pedro IV de Ribagorza (1305-1381), conde de Ribagorza, de Ampurias y de Prades.
Ramón Berenguer I de Ampurias (1308-1364), conde de Prades y señor de la Villa de Elche.
Violante de Aragón (1310-1353), casada con Felipe, déspota de Romania e hijo de Felipe I de Tarento, y posteriormente con Lope Ferrench de Luna, primer conde de Luna.
Caracterizó también a este monarca su interés por las ciencias, especialmente por la medicina, y también por la poesía y la arquitectura; mandó erigir un nuevo palacio en Ejea de los Caballeros (Zaragoza), reparar los palacios reales de Barcelona y Valencia y la seo del Salvador de Zaragoza. En 1300 fundó la Universidad de Lleida. Hacia 1314 encargó al dominico Pedro Marsili la traducción al latín de Libre deis feyts esdevenguts en la vida del molt alt senyor Rey en Jacme lo Conqueridor, narración de los hechos públicos y privados ocurridos durante el reinado de su abuelo, Jaime I el Conquistador (1213-1276), y que se tituló Liber gestarum. A su muerte fue enterrado en el monasterio de San Francisco de Barcelona; en 1410 sus restos fueron trasladados a Santes Creus. Le sucedió en el trono su hijo Alfonso IV.
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Año de nuestro Señor de 1291.
Jaime II estaba destinado, en virtud de los pactos de su hermano con el Papado, a abandonar el trono de Sicilia, cuestión que en principio no acabó de ser bien acogida por el monarca y por sus súbditos, ilusionados de ser gobernados por un español. Pero hete aquí que cuando Jaime había acabado de afilar sus espadas para atizarse con Alfonso III el Liberal, con Francia, con Carlos de Anjou, con el Papado y con quien hiciera falta, rizando el rizo, no sólo no pierde el reino sino que accede también al trono aragonés, y por largos años (1291-1327).
Auténtico monstruo de la política, Jaime II desarrolló todo su reinado en torno a dos grandes líneas de actuación complementarias y perfectamente incardinadas en lo español: se pegó casi cuarenta años soltando yoyah en el exterior, y otros tantos repartiendo chapapote en el interior, de manera que el buen pueblo catalano-aragonés-valenciano acabó denominándole “el Justo”, por su demostrado afán justiciero y por lo que ajusticiaba el tío. Aquello era el paraíso de los verdugos, todos los años convocaban oposiciones y ni siquiera hacía falta haber pasado unos años por la situación de interino para acceder al funcionariado, si te gustaba matar el rey te ponía un sueldazo y a matar se ha dicho.
Complemento de la política de matanzas, Jaime II fortaleció a las ciudades frente al predominio de la nobleza, que vio como parte de sus privilegios, recién conseguidos con el sarao de la Unión, eran recortados en pro de unas Cortes ciudadanas con amplias competencias, que por supuesto también se subían a las barbas del rey si tenían oportunidad (aunque no a las de Jaime II “el Justo”, habida cuenta de que, al fin y al cabo, al rey no le costaba lo más mínimo convocar oposiciones extraordinarias y cambiar la composición de las Cortes por defunción masiva de los parlamentarios pretéritos, si éstos le tocaban los cataplines), pero al menos actuaban con autonomía respecto de los nobles, y tendían a asociarse más bien con la Corona. Con esto, y una vez más, España sentó las bases de lo que luego sería el Renacimiento, caracterizado por el germen del capitalismo basado en las ciudades comerciales que superaban el anacrónico sistema feudal, fundamentado en la posesión de tierras por parte de la nobleza.
En el frente exterior, lo primero que hizo Jaime una vez se vio gobernando este magno Imperio comercial fue repetir la jugada de su hermano, esto es, dividir de nuevo el reino por la vía de colocar a su hermano Fadrique (el tercer hijo de Pedro III el Grande, ya ven qué peazo familia “pata negra”) como rey de Sicilia. Pero a continuación, y visto que, una vez más, el Papado no aceptaba el pequeño pasteleo de que Sicilia continuase en manos de la Casa de Aragón, Jaime II firma un acuerdo con Francia y el Papado en virtud del cual, una vez más, se otorga Sicilia al pesao de Carlos de Anjou y a cambio el rey de Francia renuncia a sus derechos sobre la Corona de Aragón (ya ven Ustedes qué chollo era ser Papa en determinados momentos de la Edad Media: regalabas reinos a tus amiguetes “porque yo lo valgo”, con la excusa del natural herético de sus legítimos gobernantes y, si la jugada te salía mal, a continuación negociabas con los derechos creados ex profeso) y el Papa levantaba la excomunión a los reyes de Aragón y además los nombraba “Almirantes de la Iglesia”, así de fácil era prosperar en la consideración del Papado en aquellos días.
Al parecer, el Papa soltó lo de “Almirantes de la Iglesia” sin que se le escapase la risa, y Jaime II aceptó el acuerdo encantado con lo de ser “Almirante”. Vaya mierda de acuerdo, dirán Ustedes. ¿Qué había ocurrido? ¿Renunció Jaime a leerse la letra pequeña del contrato, por considerarlo poco viril e indigno de su honorabilidad? ¿Se había convertido “el Rey Justo” en una reinona, a la que le hacía ilu vestirse de Almirante, en plan Hefestión? (Y, además, “Almirante de la Iglesia”, “mitad curilla, mitad marinerito”, difícilmente encontrarán una denominación más Gay en los disfraces Gays de las caravanas Gays del Día del Orgullo Gay en el lugar más Gay que puedan imaginarse).
Nada más lejos de todo esto: en realidad, si Jaime II aceptó fue por la jugosa cláusula secreta del Tratado, que otorgaba a la Corona de Aragón derechos sobre las islas de Córcega y Cerdeña, con lo que, en realidad, la pérdida de Sicilia venía a ser como un cambio de cromos que, a la larga, mejoraban la posición del reino como potencia mediterránea. Este acuerdo, claro está, tampoco resultó del todo convincente para el hermano de Jaime, Don Fadrique, que declaró la guerra a todos los abajo firmantes, es decir, la Corona de Aragón, Francia, el Papado, y al principal beneficiario, Carlos “fracasado” de Anjou, “quiero y no puedo” rey de Nápoles. Pero siendo español, hijo de Pedro III el Grande y con ese nombre, “Don Fadrique”, ¿qué esperaban? Exudaba testosterona por todos los poros de su piel, el tío.
Así que Jaime II ordena a Roger de Lauria que envíe una flota a Sicilia para repartir yoyah contra el ejército de su hermano Fadrique, del que formaban parte los almogávares, al mando de Roger de Flor. Aquello parecía “Gran Peazo Animal VIP”, por cómo las yoyah volaban por un lado y otro. Los franceses y el Papa se contentaban con mirar el espectáculo desde la barrera, no les soltaran alguna leche a ellos, mientras los españoles se atizaban una y otra vez, y aparentemente gozando con lo que hacían, ante el horror del respetable: Roger de Lauria cosechaba victoria tras victoria en el mar, pero Roger de Flor hacía lo propio en Sicilia, y al final se llega a un sospechoso impasse producto del cual Fadrique logra mantenerse en el trono (y se apresura a enviar a los almogávares a Constantinopla para librarse de ellos), y la Corona de Aragón, impotente, se conforma con ir a por Córcega y Cerdeña.
Qué raro. ¿No creen? Casualmente, los dos hermanos empatan la guerra, y ambos se conforman con la situación de empate, algo totalmente impropio para un español, pues es sabido que empatar es de maricones, y sigue siéndolo incluso aunque el Papa, rijosillo y juguetón como es, te llame “Gran Almirante de mi Iglesia”. Casualmente, empatando los dos hermanos consiguen dar la vuelta a la tortilla del acuerdo con Francia y el Papado, mantienen la situación anterior, y además Jaime II consigue el derecho de conquista sobre Cerdeña y Córcega, islas en las que la Corona de Aragón dejó 12.000 muertos, aunque logró hacerse con ellas, con lo que al final de su reinado Jaime II dejará una Corona de Aragón más fuerte que nunca.
¿Qué tenemos aquí, en consecuencia? Los aprendices de brujo (Francia y el Papado), cual si de víctimas de trilero se trataran, se dejan engañar, ni siquiera son mínimamente conscientes del engaño cuando éste se ha producido, y además le dan palmaditas en la espalda a Jaime II “el Justo”, “hay qué ver, qué hombre más honorable es nuestro Gran Almirante de la Iglesia, qué cumplidor y hacendoso, qué carisma tiene”. Ni siquiera algunos comentarios alarmados aparecidos en la prensa vaticana sobre “el poder subyugador del jaimismo”, ni siquiera los comentarios de Jaime II sobre cómo “la Corona de Aragón es el territorio donde es posible enriquecerse más rápidamente”, ni siquiera el envío de los almogávares a Constantinopla para engrandecer aún más el Imperio, les pusieron sobre aviso: habían sido engañados por la corrupción, el despilfarro y el Crimen de Estado del precursor de Felipe González Márquez.
Pero no se crean que las ansias de conquista terminaron aquí. Nada de eso, además Jaime II cierra una alianza con Alfonso de la Cerda, pretendiente al trono castellano, frente al rey de Castilla, Fernando IV “el Emplazado” (de quienes ya hablaremos, no se preocupen, que no se quedarán sin saber a qué obedecen esos pedazos de apodo), alianza que Jaime utiliza, con un felipismo axiomático, en su propio beneficio: bajo el demagógico grito de “Justicia para todos”, se lanza contra el Reino de Murcia, entonces castellano, y conquista la actual provincia de Alicante y la zona costera de Murcia, a los que hace desde entonces partícipes de la obsesión de la Corona de Aragón por el agua, y en el momento en que se encuentra en posición de ventaja, como indican todos los manuales de Felipismo Aplicado, firma la paz con Fernando IV.
En ese momento, y sin solución de continuidad (“castellano blanco, castellano negro, lo importante es que cace ratones”), Jaime firma una alianza con Castilla contra los reinos musulmanes de Granada y Marruecos, alianza en la que a la Corona de Aragón le corresponderían Almería y Túnez (más y más ciudades costeras en el Mediterráneo en las que desarrollar un comercio justo). Jaime II se lanza contra la ciudad musulmana de Almería (al fin y al cabo, en tanto Gran Almirante de la Cristiandad, ¿no estaba Jaime enarbolando la Causa de la Cruz?), pero el sitio de la ciudad es un fracaso, con lo que la Corona de Aragón no tiene más remedio que renunciar a su expansión en la Península.
Finalmente, el Gran Rey muere en 1327, dejando un legado imposible de igualar para cualquiera que no sea español: dio la vuelta a la difícil situación con el Papado, fortaleció enormemente la posición de la Corona de Aragón en la Península y en el Mediterráneo y contribuyó a crear un contrapeso de poder importante a los señoritos feudales, por la vía de promocionar las Cortes de los distintos reinos. Y además, y ahí reside su auténtica grandeza, todo lo hizo engatusando a sus enemigos, convirtiéndolos en amiguetes y sacándoles la pasta y las posesiones al mismo tiempo que rendidas alabanzas por su rígida moral, su acendrado catolicismo y su pasión por la justicia. No cabe extrañar que su hijo y sucesor no le llegara a la altura de los zapatos: “Alfonso IV “El Benigno”.
Cuatro monarcas descendientes del rey representativo de una nueva política en la Corona de Aragón y en España al comenzar el siglo XIV ocuparon sucesivamente el trono aragonés en el resto del mismo: Alfonso IV, Pedro IV, Juan I y don Martín; reyes como políticos y diplomáticos anodinos, sin ideal, y como sus súbditos, encariñados con un retraimiento cada vez mayor de los negocios mundiales y más apegados, de día en día, a su tierra y a sus costumbres y tradiciones.
Cinco reinaron en Castilla, y sólo del primero podría la historia decir bien, si no lo impidiera su absoluta falta de moral familiar y pública. Alfonso XI era hombre capaz de terminar la Reconquista y aun de dar a España la unidad con costumbres más morigeradas y con proceder menos apasionado y más humano.
El rasgo fundamental y característico de los tiempos siguientes a Jaime II es la tendencia a la aproximación de las dos coronas mediante matrimonios, único modo entonces de llegar a ella. Consecuencia de ese sentido político unitario son, precisamente, las guerras que durante varios años asolaron las tierras aragonesas y castellanas; las dos coronas se sentían atraídas, pero el tiempo no era llegado en que el contacto y menos aún la fusión se hicieran pacíficamente.
De aquellos cuatro reyes que gobernaron la Corona de Aragón desde 1327 a 1410, el más enérgico y de mayor sentido político fué el segundo, Pedro IV, aunque también, como hombre, el más malo.
Su padre Alfonso IV fué una buena persona; heredó el trono por la renuncia de su hermano Jaime; casó, primeramente, con doña Teresa de Enteza, de la cual tuvo a don Pedro. Viudo de esta señora, contrajo segundas nupcias con aquella infanta Leonor, con la que no quiso consumar el matrimonio su hermano mayor, prefiriendo ser fraile a ser su marido. Los hechos demostraron que casi obró bien: la tal señora fué madre de dos hijos, Jaime y Fernando; madre e hijos murieron de mala muerte a manos de su hermanastro el rey de Aragón uno, de su sobrino y primo, respectivamente, don Pedro el Cruel de Castilla, los otros dos.
Pedro IV enérgico, activísimo y vehemente, reinó durante más de medio siglo y desparramó su actividad sobre toda la Península y sobre las islas adyacentes; fué gran literato, lo mismo en aragonés que en catalán, y mandó componer la historia de su tiempo para dejar recuerdo de él; estuvo casado varias veces y dejó tres hijos: Juan, Matín e Isabel, casada ésta con el conde de Urgel, descendiente de don Jaime, hijo de Alfonso IV y de Leonor de Castilla.
Juan I fué poco guerrero y poco amigo de la política; tuvo dos mujeres, las dos francesas, y se dejó llevar por ellas; muy amigo de la poesía, de la música y sobre todo de la caza, en la cual encontro la muerte.
Don Martín era un santo varón, nacido para el claustro o para caballero rico; sus preocupaciones principales se las proporcionó la familia; fuera de ésta, nada le complacía ni le atraía; la lectura de obras piadosas era su encanto.
Casó con doña María de Luna, una de las herederas más ricas de Aragón, mujer varonil y de alma robusta, de la cual sólo tuvo un hijo, don Martín de Sicilia, que murió sin sucesión en vida de su padre, abriendo su muerte el interregno, que terminó con el compromiso de Caspe.
Sigue la Corona de Aragón en estos reinados el movimiento que le imprimió el impulso adquirido en los precedentes, pero más lento cada vez hasta extinguirse y caer en una especie de sopor.
Pedro IV "El Ceremonioso".
Juventud.
Fue educado entre aragoneses, aspecto concorde con la lengua más usual de su etapa como infante. Hasta 1335 la mayor parte de los escritos de Pedro IV están redactados en aragonés. Entre 1326 y 1335 cincuenta y un documentos están en dicha lengua y solamente dos en catalán. En las cartas dirigidas a su padre Alfonso IV utilizó también el aragonés como lengua habitual. Siendo aún infante residió en Zaragoza, en Ejea de los Caballeros y en las cercanías de Jaca.
Durante una enfermedad de Alfonso IV comenzó a ejercer de lugarteniente del reino de Aragón (cargo que en el futuro recibirá el nombre de virrey), apoyado por el Arzobispo de Zaragoza Pedro López de Luna, que tenía a su cargo la educación del infante real, en cuyo entorno se fue formando un partido aragonesista.
Siguiendo los usos tradicionales de la casa real, a la muerte de su padre en 1336 Pedro IV se dispuso a coronarse en Zaragoza, aunque el conde Pedro de Ribagorza y Ampurias y el conde de Prades Ramón Berenguer de Aragón le aconsejaban que debía primero ir a Barcelona a jurar los Usatges. Pedro IV solo los juró más tarde y en Lérida, lo que provocó el descontento de los catalanes, que tomaron represalias políticas. Sin embargo, a partir de 1338, Pedro de Ribagorza consiguió echar temporalmente a Pedro López de Luna de sus cargos públicos, y ocupar la cancillería real comenzando a tener un ascendiente decisivo sobre el rey, que pasó de tener una idea política «continentalista» cercana a los intereses aragoneses a una más proclive a la mediterránea, que beneficiaba a los catalanes.
Su reinado.
Expulsados de Bizancio, los almogávares se declararon República independiente bajo el nombre de Gran Compañía y se asentaron en la península del Ática, donde fueron solicitados por el duque de Atenas para recuperar Tesalia, en manos de los franceses.
Los almogávares no sólo recuperaron Tesalia sino que se hicieron también con el control de Atenas y Tebas a la muerte de sus respectivos dirigentes, manteniendo enconadas luchas hasta aproximadamente 1325 contra genoveses y venecianos por la posesión territorial de sus legítimas conquistas. A partir de ese momento, el largo peregrinar de los almogávares se detuvo, especialmente tras la fundación en dichos territorios de los ducados de Atenas y Neopatria, donde pasaron a asentar una especie de núcleo aragonés en el centro de Grecia y también donde se establecieron definitivamente, mezclándose con la población nativa.
El ascendente aragonés de la conquista no fue olvidado, puesto que en 1377 dichos ducados pasaron a manos de la corona aragonesa, en tiempos del rey Pedro IV el Ceremonioso, poniendo fin a la Gran Compañía Almogávar como poder independiente y pasando a la historia y a la leyenda.
En ellas, el brillante papel de los esforzados guerreros aragoneses ha figurado siempre con bellas letras y heroicas actitudes, puesto que no hay que olvidar su origen humilde, su exacerbada religiosidad y espiritualidad moral o las grandes simpatías que, desde su primera intervención siciliana hasta su asentamiento final en Atenas, despertaron en los habitantes de los territorios en los que luchaban, hasta el punto de tener en la Edad Media una gran fama como libertadores ude ygos señoriales.
Su sucesión.
Este fue de los problemas que le siguió a lo largo de su trayectoria y que marco su política interior. En resumen la situación fue la siguiente:
Se casó cuatro veces:
Primera, en 1338, con Doña María de Navarra, que murió en 1347, y en quien tuvo a Don Pedro, que vivió pocas horas; Doña Constanza, que contrajo matrimonio con Don Fadrique de Sicilia; Doña Juana, que fue mujer de Don Juan, Conde de Ampurias, y Doña María, que murió niña.
Segunda, en 1347, con Doña Leonor de Portugal, que murió sin sucesión en 1348.
Tercera, en 1349, con Doña Eleonor de Sicilia, en la cual tuvo a Don Juan y a Don Martín, que reinaron sucesivamente; a Don Alfonso, que murió muy niño, y a Doña Leonor, que casó con Don Juan I de Castilla. Doña Leonor de Sicilia murió en 1375.
Cuarta, en 1380, con Doña Sibilia de Forcia, viuda de Don Artal de Foces, e hija de un caballero particular del Ampurdan, llamado Bernardo. Tuvo de esta unión a Don Alfonso, conde de Morella; otro cuyo nombre se ignora, y a Doña Isabel, que caso en Valencia con Don Jaime, hijo primogénito de Don Pedro, conde de Urgel, y de Doña Margarita, hija de los marqueses de Montferrat. La reina Doña Sibilia de Forcia falleció en el convento de religiosas de San Francisco de Barcelona el día 24 de noviembre de 1406.
A la muerte de Pedro IV “El Ceremonioso” rey de Aragón, Valencia y conde de Barcelona (1336-1387); rey de Mallorca (1344-1387), duque de Atenas (1380-1387) y Neopatria (1377-1387) y conde de Ampurias (1386-1387), le sucedió su hijo Juan nacido de su segundo matrimonio con Dª Leonor de Sicilia. Que reinó como Juan I
Pedro IV está enterrado en el Monasterio de Poblet.
La Guerra de los dos Pedros:
(Donde las dan, las toman (1356-1366).
Esta guerra supone el escenario en el que se produjo la caída de la vieja dinastía castellana de los Borgoña, que se remonta al siglo XI y a los descendientes de Sancho III “el Mayor” de Navarra, y la irrupción de una nueva casa, la de Trastámara, que apenas cincuenta años más tarde irrumpiría además en la Corona de Aragón con Fernando de Antequera.
PROTAGONISTAS:
ARAGÓN
Pedro IV el Ceremonioso
Fernando, hermano de Pedro IV el Ceremonioso
CASTILLA
Pedro I el Cruel (o el Justiciero)
Enrique de Trastámara
FRANCIA
Carlos V el Sabio
INGLATERRA
Eduardo III
Eduardo de Woodstock, el Príncipe Negro.
Antecedentes:
Desde el siglo XIII se sucedenlas disputas entre Castilla y Aragón por el dominio de la región de Murcia y Alicante, ya que ambos reinos mantienen que este territorio les pertenece.
A comienzos del XIV, Castilla y Aragón están enemistados, pues este reino apoyó a Alfonso de la Cerda, nieto de Alfonso X el Sabio, en sus aspiraciones al trono de Castilla y además Aragón había conquistado Alicante.
Fernando, hijo de Alfonso IVde Aragón, lidera una rebelión de las noblezas aragonesa y valenciana contra su hermanastro Pedro IVel Ceremonioso con el fin de derrocarlo, pues pretendía que su hija Constanza llegara a reina, al no tener hijos varones en ese momento (1347). Al no conseguirlo, se refugia en Castilla, donde lucha con Alfonso XI primero y Pedro I después en contra de su reino.
Este apoyo castellano a un opositor del rey aragonés acabaría convirtiéndose en una de las causas principales del comienzo de la Guerra de los Dos Pedros, al producirse un clima muy inestable y de constante desconfianza entre las dos coronas. Aragón temía que Castilla utilizara Murcia para arrebatarle el dominio del Mediterráneo. Para este reino, esta guerra fue puramente defensiva; su fin fue en todo momento conservar los territorios y la población.El monarca aragonés tenía dos objetivos en esta lucha: incorporar el reino de Murcia a la Corona de Aragón (aspiración que data de tiempos de Jaime I, en el siglo XIII) y dominar el Mediterráneo occidental frente a Castilla y su aliada, Génova.
En Castilla, a la muerte de Alfonso XI por la peste en 1350, le sucede su hijo Pedro I, quien pronto demuestra deseos de recuperar Alicante. Pedro IV comienza a invertir partidas en la fortificación de plazas fronterizas.
Los hijos extramatrimoniales de Alfonso XI y Leonor de Guzmán crean un partido opositor a su hermano Pedro con una parte de la nobleza castellana. Enrique, conde de Trastámara, buscará apoyos para vengar las muertes ocasionadas por Pedro I y para derrocarlo y sustituirlo en el trono. En esta rebelión abierta de Enrique contra su hermanastro en 1354, éste logró bastante éxito en sus primeros meses, pero fue finalmente derrotado y se exilió en Francia a principios de 1356, mientras que otros nobles rebeldes decidieron huir a la Corona de Aragón, siendo acogidos por Pedro IV el Ceremonioso.
Primera fase (1356-1361):
En 1356, el detonante de la guerra fue el hundimiento de dos naves de Piacenza aliadas con los genoveses (Génova es enemigo comercial de la Corona de Aragón) por parte de una escuadra aragonesa en el puerto castellano de Sanlúcar de Barrameda, ante la presencia de Pedro I. El rey castellano ordenó la confiscación de todos los bienes de los comerciantes de la Corona de Aragón en su reino, en su gran mayoría catalanes.
En setiembre de ese año, Pedro I conquista Alicante, pero durante muy poco tiempo. El rey castellano tiene serios problemas para conseguir levas de hombres y engrosar su ejército.A finales de ese año, Pedro IV acoge a Enrique de Trastámara y a un grupo de nobles castellanos en su reino a cambio de vasallaje y la reunión de todas las tropas castellanas contrarias a Pedro I.
En 1357, la dominante Castilla contraataca duramente en Tarazona, pero no consiguió la entrada en el valle del Ebro. Así se estableció una tregua durante la cual Pedro I preparaba el ataque naval a la Corona de Aragón. Durante 1358 el rey castellano lleva a cabo una serie de asesinatos entre los miembros de su familia y sus congéneres aragoneses, así como diversos ataques con la ayuda de Portugal. Pedro IV considera la posibilidad de destronar a Pedro I y sustituirlo por Fernando de Aragón o por Enrique de Trastámara a cambio del reino de Murcia y algunas plazas fronterizas.
En abril de 1359, la flota castellana (más de 100 naves) con ayuda portuguesa, ataca el puerto de Barcelona en un alarde de fuerza en el que ni siquiera llegaron a tomar tierra o a enfrentarse a la escuadra aragonesa. Pedro IV se reconcilia con su hermano Fernando, quien será un elemento clave para aglutinar a los castellanos contrarios a Pedro I.
En la batalla de Nájera (1360), ambos hermanos, Pedro I y Enrique de Trastámara se encuentran las caras. Pedro I sale victorioso de esta batalla y deja huir a Enrique. Establece entonces un acuerdo con Portugal e Inglaterra (el abandono de Blanca de Borbón nada más desposarla le granjeó la enemistad de Francia), que en estos momentos se encuentra en una de las treguas de la Guerra de los Cien Años. En 1361 se establece al fin una paz en la que Pedro I renuncia a atacar territorio aragonés y Pedro IV renuncia a su alianza con Enrique de Trastámara, quien se exilia de nuevo a Francia y se pone bajo las órdenes de Carlos V.
Segunda fase (1362-1365):
En 1362 comienza una segunda etapa en la que Pedro I renueva la alianza con Portugal, Inglaterra e incluso Navarra, y ataca y ocupa numerosas villas de Aragón y Valencia. Establece entonces un acuerdo secreto con Enrique de Trastámara en detrimento de su hermano Fernando de Aragón, al reconocerle como único pretendiente a la Corona de Castilla. Enrique llega de Francia con más tropas y la promesa de entregarle el reino de Murcia.
En 1363, Pedro I avanza sobre Teruel y más tarde Valencia. Pedro IV consigue por fin reunir un ejército con el que hace frente a Castilla y obliga a su tocayo a retirarse. Ese verano, gracias a la intervención del papa, Aragón consigue una tregua. Muere entonces, en extrañas circunstancias, el infante Fernando de Aragón. Pedro I asedia Valencia de nuevo, con Pedro IV en ella, pero una tormenta tremenda le obliga a replegar velas. Enrique consigue el apoyo de Aragón y el papado, así como el de Francia, para poder financiar las compañías blancas de Bertrand du Guesclin. Con estos temidos mercenarios al mando de Enrique de Trastámara se inicia la última fase de la guerra.
Última fase (1366-1369):
En 1366 Enrique de Trastámara inicia la conquista de Castilla. En marzo de ese año se proclama en Calahorra como Enrique II de Castilla y numerosas ciudades y nobles le apoyan. Enrique se corona, así, rey en el monasterio de las Huelgas, uno de los panteones reales de Castilla. Pedro I acude a Portugal en primer lugar y Bayona (Francia) en segundo lugar, donde se reúne con Eduardo de Woodstock bajo los auspicios del rey Carlos II de Navarra. Con el Príncipe Negro se firma un tratado por el que, a cambio de miles de hombres, recibiría Vizcaya por parte de Pedro I. Las huestes inglesas cruzan los Pirineos en 1367. Pero posteriormente, sería Pedro IV de Aragón quien firmaría un tratado de paz con Inglaterra.
Tras 10 años de diversos conflictos, Pedro I debe ocuparse de la guerra civil en su reino y Pedro IV de la rebelión de Cerdeña.
El 13 de agosto de 1367 firman la paz. En otoño de ese año, Enrique regresa de nuevo con la ayuda de Francia, muy interesada en la flota castellana para enfrentarse a Inglaterra. Pedro, por su parte, busca alianzas en el reino de Granada e incluso en el norte de África.
En marzo de 1369 se llevó a cabo la batalla definitiva en Montiel, Ciudad Real. Pedro I, en su huida hacia adelante, intentó llegar a un acuerdo con Bertrand du Guesclin, pero en su tienda le esperaba Enrique de Trastámara.
La guerra de los dos Pedros acabó sin tener un claro ganador, puesto que las pretensiones de Pedro IV de Aragón no llegaron a cumplirse y Pedro I de Castilla no llegó a vencer tampoco porque fue asesinado y destronado por su hermanastro Enrique de Trastámara(1369).El Trastámara se negó a entregar Murcia y las plazas fronterizas que le había prometido a Pedro IV y el rey de Aragón se tuvo que contentar con una indemnización (paz de Almazán, 1375).
(A la muerte de Pedro IV "el Ceremonioso", le sucede en el trono de Aragón, su hijo Juan).
Juan I "El Cazador" (1387-1396)
Juan I de Aragón, llamado el Cazador o el Amador de toda gentileza (Perpiñán, 1350 - Torroella de Montgrí (Gerona), 1396). Rey de Aragón, desde 1387.
Hijo de Pedro IV el Ceremonioso y de Leonor de Sicilia Antes de cumplir el año fue nombrado duque de Gerona, título que se reservó a partir de entonces a los primogénitos de la Corona de Aragón.
En 1370 se celebraron sus esponsales con Juana de Valois (hija de Felipe IV el Hermoso), quien falleció en Béziers antes de llegar a la corte de Aragón.
Dos años después tuvo lugar el enlace del príncipe con Matha de Armañac, muerta en Zaragoza en octubre de 1378, sin haberle sobrevivido descendencia masculina.
No tardó Pedro IV en proponer a su hijo el matrimonio con la heredera de Sicilia, tendente a afirmar la política mediterránea de la Corona de Aragón, pero el príncipe se inclinó por una nueva aproximación a Francia, gestionando por su propia cuenta su boda con Violante de Bar, sobrina de Carlos el Sabio.
La ceremonia, que tuvo lugar en Montpellier el 2-I1380, contó con escasos asistentes por la actitud remisa de Pedro IV a aceptar este enlace. Las intrigas cortesanas alimentaron la tirantez de relaciones entre el monarca y su heredero, y en particular la lucha abierta entre éste y su madrastra Sibila de Forciá
En enero de 1387 se encontraba Juan convaleciente de una grave enfermedad, cuando tuvo noticia de la muerte de su padre; se abría entonces un nuevo capítulo en el que el nuevo rey descargaría su odio y venganzas contra su madrastra. Inmediatamente de haberla condenado a prisión -acusada, según el documento oficial, de grandes crímenes-, Juan I ordenó se requisaran todos sus bienes, que fueron traspasados a su sucesora en el trono, Violante de Bar.
Respecto al reino de Aragón suponían unos ingresos de 66.059 sueldos, que venían a incrementar las elevadas sumas percibidas por Violante en el marinado de Jaca, comunidades de Daroca y Teruel, aljamas de las principales villas aragonesas, derechos sobre salinas, etc.; bienes todos ellos del patrimonio real.
El breve reinado de Juan I contrasta notablemente con el de su antecesor. Monarca aficionado a la caza y a la astrología, amante de las letras y de las artes, fue en cambio débil e indolente para los negocios públicos, que en gran parte dejó en manos de su esposa.
Al desorden fiscal existente y a la desastrosa política hacendística que venía arrastrando la Corona, se unían ahora los cuantiosos gastos de la corte y las prodigalidades de la reina.
Ya en vida de Pedro IV, las Cortes de Monzón de 1383 habían denunciado las exacciones y corrupción de los malos consejeros que rodeaban tanto al monarca como a su hijo, el entonces duque de Gerona. En el reinado de Juan I continuó la escalada de enajenaciones, hipotecas, asignaciones de las rentas pública a la nobleza, a entidades religiosas y a particulares, acumulándose las deudas de tal forma que los monarcas tuvieron que recurrir frecuentemente a préstamos usurarios.
Por otra parte, al malestar social vino a sumarse el movimiento antijudaico, que prendió primero en las aljamas del reino de Castilla, se propagó más tarde a los estados de la Corona de Aragón y tuvo su explosión más violenta en el año 1391, con el asalto y destrucción de numerosos barrios judíos, entre ellos el de Barcelona. En el reino de Aragón, aun cuando Zaragoza y otras ciudades no conocieron tales matanzas y graves vejaciones contra la población judía, el clima general de aguda tensión tuvo algunas repercusiones.
Juan I había heredado los problemas inherentes a la política expansiva de la Corona de Aragón en el Mediterráneo. En primer lugar tuvo que enfrentarse con el problema sardo.
El monarca, en abril de 1388, había ratificado con los Arborea el tratado de paz firmado en Cáller a principios de ese mismo año, que no significó más que un breve respiro ya que al año siguiente Leonor de Arborea reanudó la lucha. La proyectada expedición de los aragoneses, que pensaba dirigir el propio rey, quedó en punto muerto; tan sólo la lealtad de las tropas de la Corona que resistían en algunas villas sardas pudo mantener el dominio de la isla hasta su pacificación por Martín I.
Respecto a Sicilia, triunfó la política matrimonial llevada a cabo por Pedro IV, al casar a su nieto Martín con María, reina de Sicilia. Algunos barones sicilianos, con la aquiescencia del papa, habían proclamado rey a Luis de Durazzo, pero el infante don Martín, hermano de Juan I, organizó una expedición y consiguió apoderarse de Palermo y de gran número de villas. Martín el Joven y la reina María de Sicilia pudieron ejercer su gobierno, no sin antes vencer la larga resistencia de los isleños merced a los sucesivos refuerzos de tropas enviadas desde la Península.
Por estos años se perdieron los restos de la dominación aragonesa en Grecia, al caer en 1287 la ciudad de Atenas en manos de Nerio Acciajoli y rendirse en 1390 el castillo de Neopatria. Más tarde los ducados de Atenas y de Neopatria se anexionaron a la Corona de Sicilia.
En política exterior el empeño de mantener la paz constituye la nota dominante del reinado de Juan I. Tan sólo se vio turbada en los primeros años por la irrupción en el Ampurdán de las tropas del conde de Armañac, que se consideraba con derechos al reino de Mallorca como heredero de Jaime IV. Por lo demás se mantuvo la alianza con Francia, reforzada con la adhesión de los Estados de la Corona de Aragón al pontífice de Aviñón. Juan I pretendió incluso instalar en sus dominios al sucesor de Clemente VII, el aragonés Benedicto XIII , propuesta que fue desestimada por la ciudad de Barcelona, a la que el monarca había solicitado ayuda pecuniaria para tal fin.
La buena armonía presidió también las relaciones con el reino de Castilla. Con el de Navarra quedó sin efecto el proyectado matrimonio de la heredera de este reino con el primogénito del monarca aragonés, que murió siendo niño.
El balance de los nueve años del reinado de Juan I no arroja un saldo positivo más que en el orden cultural. La fastuosa corte, de ambiente francés debido al influjo de Violante de Bar, fue el centro de un movimiento humanista donde músicos, juglares y trovadores contaron con el mecenazgo de los reales cónyuges. El monarca, amante de la música y gran bibliófilo, destacó también por su afición a la música, la astrología y la alquimia.
Su pasión por la caza, que le ha valido el sobrenombre de «el Cazador», fue la causa de su muerte, en 1396. Al no dejar descendientes varones, fue sucedido en el trono por su hermano Martín, desde 1380 ya rey de Sicilia.
Martín I "El Humano" (1396-1410)
Hijo segundo de Pedro IV el Ceremonioso y de Leonor de Sicilia, recibió el título de duque de Montpellier.
Nacido en Gerona en 1380 y murió en Barcelona en 1410
En 1380 su padre le cedió el reino de Sicilia, que tras la muerte de Federico III volvía de nuevo a la órbita aragonesa.
Sucede como Rey a su hermano Juan I de Aragón que falleció sin sucesor en 1396.
Martín I de Aragón llamado también Martín I el Humano y Martín I el Viejo, fue entre 1396 y 1410 rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Cerdeña y conde de Barcelona. Igualmente fue rey de Sicilia entre 1409 y 1410
La inestable situación de sus reinos peninsulares hizo que Martín abandonara Sicilia en 1397, y al llegar a Zaragoza juró los fueros ante las Cortes el 13 de octubre de 1397 y fue coronado el 13 de abril de 1399.
Al contrario de lo que había hecho su hermano, procuró ganarse la amistad de las oligarquías urbanas, descontentas con el reinado anterior, aunque no consiguió muchos éxitos al encontrarse dichas élites envueltas en una guerra de bandos que el monarca, indeciso, no supo atajar.
Contrajo matrimonio en 1372 con María de Luna, hija de Don Lope, el primer conde de Luna, en 1374, de esta unión nacieron: el futuro rey de Sicilia Martín el Joven (1376-1409), Jaime (1378), Juan (1380) y Margarita (1388).
Reino de Sicilia.
Al regresar a la peninsula refuerza su posición en el Reino de Sicilia cuando en 1379 se acuerde el matrimonio entre su hijo y heredero con María de Sicilia que en 1377 había heredado el trono siciliano tras la muerte de su padre Federico III de Sicilia.
Tras la coronación en Palermo de María de Sicilia y Martín el Joven, que recibió el título de Martín I de Sicilia, una facción de la nobleza siciliana partidaria de los Anjou se rebeló contra los nuevos monarcas, lo que obligó a Martín el Viejo a ponerse al frente de una flota y desplazarse a Sicilia para acabar con la insurrección.
Mientras se encontraba inmerso en la pacificación de la isla, le sorprendió en 1396 la muerte de su hermano el rey de Aragón y la noticia de que, al haber muerto este sin sucesión masculina, su esposa María de Luna había reclamado el trono en su nombre.
Su hijo Martín de Sicilia, con la victoria de San Luis (1409), acabó de someter a la nobleza rebelde de Cerdeña, expulsando de allí a los genoveses en 1409.
Hasta su llegada a la Península asumió el gobierno su esposa María de Luna, que supo con prudencia y energía solventar los graves problemas planteados. Por una parte la nueva reina tuvo que hacer frente a las intrigas de su antecesora Violante de Bar viuda de Juan I que anunció que esperaba un hijo del rey fallecido que sería su legítimo heredero, Así como de Mateo I, conde de Foix, quien por su matrimonio con Juana de Aragón y Armagnac, hija mayor del difunto monarca, alegó sus derechos al trono aragonés. Las tropas del conde de Foix entraron en Aragón, pero fueron rechazadas por las tropas leales a Martín.
Territorios Peninsulares.
Urgía la presencia de Martín I en sus estados, por lo que decidió abandonar Sicilia. En el viaje de regreso, al hacer escala en Marsella, una embajada enviada por Benedicto XIII le instaba a entrevistarse con él en Aviñón ante el nuevo giro que había tomado el Cisma de la Iglesia; el rey de Francia exigía la renuncia de los dos papas, lo que colocaba en postura difícil al pontífice aragonés.
El antipapa Benedicto XIII, aragonés y pariente de la reina, con la intención de llegar a solucionar el cisma hizo que Martín I, en 1403, interviniese militarmente contra el asedio que sufrió Benedicto en su sede papal, rescatándolo y acogiéndolo en Peñíscola.
La actitud irresoluta y escasa energía de Martín como gobernante constituyen la nota dominante de su reinado.
Los agudos problemas internos en que se hallaban inmersos los Reinos y Condados peninsulares de la Corona se acrecentaron a partir de 1402 por las luchas habidas entre diversas banderías. En Aragón luchaban los viejos linajes de los Luna y los Gurrea apoyados por sus respectivos seguidores.
Para poner fin a tan caótica situación, que perturbaba la paz de la Corona, en 1404 convocó el rey Cortes Generales en Maella. Junto a diversas medidas de tipo fiscal o relativas a cubrir las necesidades del reino de Aragón, se atendió en especial a buscar remedios eficaces en pro de la paz pública.
Se penalizaba a quien disparara ballestas, lombardas, etc., de no ser en defensa de su casa. De igual modo serían sujetos a juicio sumario quienes guerreasen entre sí, de no preceder desafío formal o tratarse de un caso previsto por fuero.
Se ampliaban además las facultades del Justicia de Aragón respecto a los delitos cometidos por particulares. Entre los acuerdos tomados en Maella se incluía la petición por parte de los allí reunidos de que viniera de Sicilia Martín «el Joven», requerimiento que tuvo por parte de éste pronta confirmación. Pero las alarmantes noticias que llegaban de la isla, donde habían surgido nuevos brotes de rebelión, le obligaron a regresar a aquellos dominios.
En general fue un reinado de paz exterior. Sin embargo, en el interior fue un período convulso, debido a las cada vez más cruentas guerras entre bandos nobiliarios en Aragón (los Luna contra los Urrea) y en Valencia (los Centelles contra los Soler y los Vilaragut). Uno de los momentos de mayor tensión tuvo lugar el 6 de enero de 1407, cuando el del gobernador de Valencia, Ramón Boil, fue asesinado en el contexto de una de esas luchas nobiliarias con las huestes del caballero Juan Pertusa y Gisberto Rexarch, partidarios de los Centelles.
Lanzó dos cruzadas contra el norte de África en 1398 y 1399.
Martín I estuvo atento a conjurar los peligros provenientes del litoral africano. Se organizó una cruzada a Berbería en 1397, pero una tempestad hizo fracasar la empresa. Las nuevas tentativas de la flota aragonesa en los años siguientes tampoco consiguieron sus objetivos.
Problema sucesorio.
El 29 de diciembre de 1406 falleció la reina María de Luna, quien le había dado cuatro hijos (Martín, Jaime, Juan y Margarita), de los cuales ninguno sobreviviría a su padre ni dejaría descendencia legítima alguna.
El último en fallecer fue Martín el Joven, en 1409, a causa de unas fiebres.
Se hacía patente el grave problema sucesorio que se cernía sobre la Corona de Aragón, sobre la que acechaban ya diversos pretendientes.
Viudo Martín I de María de Luna desde 1406, sus consejeros le sugirieron un nuevo matrimonio para asegurar su descendencia, pero su enlace con Margarita de Prades (efectuado en septiembre de 1409) no consiguió aquel objetivo.
El 31 de mayo de 1410, moría Martín I a los 54 años sin haber nombrado un sucesor, abriéndose entonces un interregno de dos años en el que se disputaron el trono hasta seis pretendientes, entre ellos su nieto.
El conflicto alcanzó su solución en 1412 tras el llamado Compromiso de Caspe, por el que se eligió como nuevo rey a Fernando I, hijo de la hermana de Martín, Leonor de Aragón, nacido en la dinastía castellana de los Trastámara
Martín I, recibió el apodo de el Humano por su carácter bondadoso y, también por la protección que prestó a las Humanidades. Fue muy aficionado a la Geografía y a la Navegación, en la que catalanes y mallorquines destacaron durante su Reinado, encontrándose en su biblioteca numerosas obras de estas artes. Gran jugador de ajedrez y damas, quedan referencias de que era poseedor de varios manuales de estos juegos, así como de numerosos y artísticos tableros.
Al igual que su hermano y antecesor, fue víctima de su propia debilidad física y de las desgracias familiares. Los cronistas destacan su perfil humano, su inteligencia, su piedad, así como su amor por la cultura y su afición por los autores clásicos. No obstante, junto a sus virtudes se perfilan una serie de rasgos negativos como gobernante. La falta de energía, que arrastró consigo hasta sus últimos días, se plasma en su irresolución ante el grave problema sucesorio que dejó como herencia a los estados de la Corona aragonesa.
El nuevo matrimonio con Margarita de Prades no daba frutos, sino todo lo contrario: por esforzarse el rey en dejarla preñada empeoró su frágil salud.
El 31 de mayo de 1410, ocho meses después de su matrimonio, fallece en Barcelona. Sus restos se trasladan al monasterio de Poblet en 1460. No designó quién iba a ser su sucesor, a pesar de las insistentes preguntas de los cortesanos, y en el último momento, en el lecho de muerte, ante la pregunta de Ferrer de Gualbes de si debía ser aquel a quien correspondiera por derecho, contestó con el monosílabo latino «Hoc» (‘Esto’).
Podemos decir que en este momento termina la Dinastía Pura Aragonesa.
la magnífica historia de María de Luna.
María era aragonesa de nacimiento, su familia pertenecía a la Casa de Luna de la alta aristocracia aragonesa. Probablemente nació en Pedrola (Zaragoza), donde su padre tenía su residencia, aunque poseía señoríos por todo el reino.
Era hija de don Lope de Luna, señor de Segorbe, a quien, por su lealtad y buenos servicios, había otorgado Pedro IV de Aragón el título de conde. María era muy joven cuando su madre se reunió con el rey aragonés para concertar el matrimonio del infante Martín con María de Luna. En el acuerdo matrimonial la condesa aceptaba que su hija fuera llevada a la corte al cumplir ocho años. Con la dote aportada por María ( varias localidades en los reinos de Aragón y de Valencia) y la asignación de su esposo para contribuir a los gastos de la cámara de la infanta ( más localidades en esos mismos dos reinos), se configuró la Casa de María de Luna, que tendría un funcionamiento independiente de la Casa del infante Martín. Los dos jóvenes crecieron juntos a la vera de la reina Leonor de Sicilia, madre del infante.
Once años después se celebraba la ceremonia de la boda, el 13 de junio de 1372. Para entonces María habría alcanzado ya los catorce años. De los cuatro hijos que dio a su esposo: Martín el Joven, Jaime, Juan y Margarita; sólo el primogénito llegó a edad adulta, pero falleció antes que su padre. Los azares de la vida parecían conjurados con la muerte para despojar a María de Luna de todos sus hijos. Al único que vivió reservaba su abuelo Pedro IV un brillante destino, la soberanía de Sicilia, mediante el matrimonio del infante con la joven reina María de Sicilia. Tras la coronación en Palermo de María de Sicilia y Martín el Joven, que recibió el título de rey de Sicilia, una facción de la nobleza siciliana partidaria de los Anjou, se rebeló contra los nuevos monarcas, lo que obligó al esposo de María de Luna a ponerse al frente de una flota y desplazarse a Sicilia para acabar con la insurrección.
En 1397 muere su cuñado Juan I. Con su hijo y su marido en Sicilia, es el momento estelar de María de Luna. Del discreto plano al que estaba obligada por ser la esposa de un segundón, salta al de protagonista. María aprovecha la ocasión y demuestra lo que vale. Primero resolvió el asunto de la reina viuda Violante de Bar que decía estar embarazada: para vigilar si era cierto el estado de buena esperanza, le puso dueñas expertas en el negocio de tener niños. Pero Violante no esperaba ningún hijo, así que María dejó de preocuparse por ella.
Segundo problema, las aspiraciones al trono del conde de Foix. Juana, hija de Juan I y su primera esposa, reclamaba el trono para sí. Haber definido la incapacidad de las mujeres para reinar no frenó a este conde para reclamar los derechos de su esposa. La respuesta de los representantes de las cortes aragonesas fue bastante rápida y decisiva para evitar que esta infanta pudiera acceder al trono. Sin embargo, el conde de Foix no se contentó y preparó la invasión de sus tropas en tierras aragonesas. María de Luna fue la encargada de afrontar este problema, utilizando entre otras armas la diplomacia. Intentó ganarse el apoyo de los reinos de Castilla y Navarra, así como del reino de Francia.
Las tropas del conde de Foix se apoderaron de Barbastro; mas se vieron obligadas a rendirse. La clemencia admirable de María de Luna ordenó que se evitase la batalla pero que se sitiase la ciudad y se interceptase la entrada de víveres. Los condes, así rechazados, escaparon de Barbastro y buscaron refugio en Navarra. María se hacía cargo del trono aragonés pero llamaba insistentemente a su esposo pues veía comprometida la situación y las posibilidades de su marido para llegar a ser rey. El primer cuidado de María fue no sólo reorganizar las defensas del reino bajo su autoridad inmediata sino también enviar recursos a su esposo, que estaba en Sicilia. Cuando en mayo de 1397 llegó su marido, el trono estaba asegurado. Todos los reinos de la corona le aceptaron. La coronación no se produciría hasta dos años después, en 1399, en una ceremonia celebrada con toda brillantez. A los diez días tuvo lugar la de María.
La ceremonia comenzó con una larga y suntuosa comitiva. La reina sobre un caballo blanco, enjaezado con paños blancos, iba acompañada de importantes damas, entre las que destacaban la reina de Nápoles, la condesa de Luna ( su madre) y la infanta Isabel ( su cuñada), y entre las nobles damas, una que tendría más tarde un papel especial en la corte, Margarita de Prades. No faltaban en la comitiva representantes de todos los estamentos sociales de aquel tiempo.
La reina recibió la bendición del arzobispo de Zaragoza, quien también bendijo las insignias reales. Cada una de las tres insignias era llevada en bandeja de oro por una de las tres más nobles mujeres que la acompañaban. Así, la reina de Nápoles llevaba la bandeja con la corona. Se la presentó al rey, quien la puso en la cabeza de su esposa. La infanta Isabel llevaba el cetro y realizó la misma operación, presentárselo a su hermano el rey Martín, quien lo entregó a la reina coronada. Lo mismo se hizo con el pomo, que portaba doña Guiomar, otra noble dama de la corte. No faltó otra insignia, el anillo, que el rey también puso en la mano de la reina. Martín I terminó su participación en la ceremonia con un beso en el rostro de María, quien le pagó con un beso en la mano, símbolo de fidelidad y sumisión.
Hubo una fiesta y banquete extraordinarios. El patio del castillo cobijó una suntuosa celebración laica. Se sirvió la comida en vajillas de plata y copas de metales preciosos. Se colocó un enorme surtidor del que salían tres caños, para vino blanco, clarete y agua. Los manjares servidos fueron muchos y muy bien presentados.
Su intervención en asuntos importantes la ha hecho merecedora de una reputación de mujer dotada de buena capacidad para la política. Se la ha considerado, incluso, superior para las tareas de gobierno que su marido, más preocupado por la cultura y el humanismo. Entre los años 1396-1406, los diez años que fue reina, cooperó en asuntos muy diversos del panorama político, social, económico y cultural de su tiempo, algunos de ellos de extraordinaria gravedad.
Propició las buenas relaciones con Inglaterra y tan pronto como se hizo cargo del reino, envió una embajada al monarca inglés para asegurarse su alianza y borrar las posibles manchas provocadas por el mal acogimiento de los embajadores ingleses por Juan I. María recomendó a su enviado que dijese del rey Juan que “su mujer era francesa y que era todo francés”, pero el rey Martín y ella misma tenían mucho interés en la buena fraternidad y amistad con la casa de Inglaterra.
Otro grave problema que mereció la atención de la reina María de Luna fue el de los payeses de remensa. Estos payeses o campesinos catalanes padecían la opresión de sus señores feudales que les obligaban a permanecer en la tierra que cultivaban y que no podían abandonar a menos que pagaran una cuota elevadísima a su señor, generalmente fuera de su alcance, llamada remensa. La situación de los payeses había empeorado en la segunda mitad del siglo XIV, como consecuencia de la peste negra. Los señores vieron la caída de sus rentas y por ello la opresión a los campesinos dependientes se hizo más onerosa.
La lucha de los remensas para liberarse de sus cargas, especialmente de los llamados “malos usos” se inició a finales del siglo XIV, coincidiendo con el tiempo de los reinados de Juan I y Martín I. La reina consideraba los malos usos como contrarios al derecho divino y humano. Intentó poner remedio a la secular e injusta situación en que se encontraban los campesinos catalanes, pidiendo ayuda a su pariente el papa Luna, Benedicto XIII. El pontífice no tenía ninguna intención de enfrentarse con la alta nobleza y el alto clero por un asunto como éste.
Mujer cercana al pueblo, protegió siempre a los mas desfavorecidos, ayudándoles económicamente, incluso les eximió de impuestos. En esta línea de preocupación por los grupos sociales injustamente tratados, se enmarca su defensa de otras minorías del reino, en concreto los judíos y los mudéjares. Estos grupos padecieron momentos difíciles, pues otra de las consecuencias económicas y sociales de la crisis de la Peste Negra fue la persecución a estas minorías a las que se consideraba responsables de algunos desastres. La reina procuró ayudar en la medida de lo posible a aquellas comunidades judías que estaban en necesidad extrema; tal fue el caso de Biel, Almudévar y Sesa. Una protección similar debió ejercer con los mudéjares, pues hay algunos testimonios del agradecimiento de este grupo social por el tratamiento de la reina, quien reconoce la “cordial et fervent affeccio” que recibía de ellos.
Procuró mediar en las luchas intestinas de los bandos nobiliarios que ensangrentaban Valencia. Continuamente insistía a su marido para que pusiera remedio a aquel problema, yendo personalmente a pacificar Valencia. La reina llevó a cabo otras obras que podrían calificarse de beneficencia, como ayudas a viudas o a huérfanas pobres. Habría que enmarcar las limosnas a monasterios, la ayuda a peregrinos o la fundación de algunos monasterios. La reina quiso intervenir en el nombramiento de algunos cargos eclesiásticos.
La cultura del renacimiento italiano fue introducida en la Corona de Aragón con la ayuda de estos reyes, aunque la corriente humanista italiana no llegará plenamente hasta la época de Alfonso V el Magnánimo. Esposa de un monarca apodado “El Humano”, este calificativo indica el interés de la corte aragonesa por la cultura y su patrocinio a los humanistas de su tiempo. María fue buena lectora y compradora de libros, entre los que se encuentran obras de carácter religioso o musical, que muestra su interés por la música. También comisionó la redacción de algunos libros, destacando la Scala Dei o tratado de la contemplación, escrito por un personaje de la talla de Francesc Eiximenis. Este autor franciscano es un claro ejemplo de la cercanía a la corte de los humanistas más preclaros del momento.
Eiximenis fue consejero de la reina y redactor de algunas obras especialmente importantes para entender a la reina María y su papel en la corte. Eiximenis deja constancia del gusto de las damas de la corte por las canciones francesas. La reina tenía varios músicos adscritos a su cámara, y de vez en cuando visitaban la corte algunos ministriles que deleitaban con sus instrumentos algunas de las veladas de los monarcas y sus acompañantes.
La presencia de músicos, poetas y escritores en las cortes humanistas de estos reyes de Aragón iba acompañada de la presencia de los que pudiéramos llamar hombres de ciencia. Si la reina Violante de Bar fue fiel seguidora de astrólogos y alquimistas, no lo fue María de Luna, mujer mucho más racional y que escapó al influjo de ese ambiente de superstición que invadía a la corte de su tiempo. La postura contraria de la reina hacia la obra de astrólogos y alquimistas es la excepción que confirma la regla de su protección a las otras ramas de la cultura de su tiempo.
Se podría afirmar que ya en el siglo XIV era Francia la impulsora de la moda. Su influencia en la Corona de Aragón aumentó con la llegada de Violante de Bar. Ésta y su sucesora, María de Luna, aparecían vestidas muy ricamente, con telas y paños preciosos traídos de Oriente y encargados en Granada. El gasto en telas, paños, pieles, adornos, sombreros, zapatos, sastres, bordadores, peleteros, era de consideración, tal como reflejan las cuentas de los tesoreros de los reinos.
La reina no gozó de buena salud. El reuma y los dolores de cabeza amargaron muchos de sus días. Falleció de un ataque de apoplejía en el año 1406, en Villarreal, cuando iba a reunirse con su esposo que se encontraba en Valencia.
Tenía sesenta y seis años cuando su elección; era pequeño y delgado, de facciones enérgicas y de nariz algo desviada; el busto de San Valero, que él regaló a la Seo de Zaragoza y que lleva sus armas, es seguramente su efigie. Gran canonista, había explicado Derecho en la Universidad de Montpeller; su energía la manifestó en la elección de Urbano VI, manteniéndose firme contra italianos y franceses.
Sus mismos enemigos reconocen su alma fuertemente eclesiástica, su conciencia escrupulosa, sus costumbres irreprochables y su talento. Mas a pesar de este reconocimiento expreso de su virtud y de su ciencia, sus enemigos, que lo son casi cuantos escriben de historia, por la costumbre general de escribir copiando y no estudiando, lo llaman terco por confundir la entereza con la tozudez, orgulloso y déspota por confundir la dignidad con la soberbia; no le atribuyen otro defecto que el de poseer con exceso buenas cualidades.
Sus compatriotas mismos no le han hecho justicia; es sino de todos los grandes hombres españoles vivir olvidados de los suyos hasta que un extranjero los descubre; Benedicto XIII ha sido descubierto por el Eminentisimo Cardenal Ehrle, a quien España debe un homenaje de gratitud por este hecho. Injustamente se le llama Antipapa, porque la Iglesia no ha declarado cuál de los simultáneos era el Papa legítimo, y el hecho de que algunos posteriores al concilio de Constanza tomaran el nombre de Clemente o Benedicto y siguiera el ordinal que les correspondía conforme a los romanos dentro del cisma, no es sentencia condenatoria de los de Aviñón.
Benedicto XIII, obligado a salir de Aviñón y Francia, se refugió en su patria, la Corona de Aragón, y al fin eligió como residencia Peñíscola, la bellísima península de Peñíscola, que había segregado de la Orden de Montesa colocándola bajo el poder de la Iglesia, sin duda pensando ya en su retiro.
Aquí, en esta residencia separada del mundo, pasó a fines de 1414 y principios de 1415 trances amargos, como antes los había pasado en Perpiñán; la Iglesia de Dios estaba entregada a las disputas de los hombres; en la elección del Vicario de Cristo intervenían poderes seculares con más influencia que los canónicos; él se tenía por Papa y a él le pedían que abdicara la dignidad que Dios le había confiado por mediación de los cardenales. ¿Perdería él esa dignidad porque todos le abandonasen? ¿Le era lícito desprenderse de su jurisdicción porque los hombres se negaran a obedecer? A ningún hombre, no antes ni después, se le ha planteado un problema moral de tan magna trascendencia y de resolución tan difícil, sobre todo para un alma que sienta la responsabilidad de sus deberes con energía capaz del martirio, porque a don Pedro de Luna se le ofrecía de un lado la tranquilidad, el bienestar y la consideración de los hombres renunciando, la persecución y los odios persistiendo; las alabanzas en el primer caso; la difamación en el segundo; en Perpiñán se negó; solicitado de nuevo en Peñíscola se aisló en un cuartito que todavía se conserva, reflexionó, oró, y asomándose a la plaza que hay al pie de la habitación por él elegida, pronunció un non possumus, que dejó a la humanidad estupefacta de asombro.
Abandonado de todos, tan perseguido y odiado que se intentó envenenarle, aquel hombre que pensó mucho su decisión antes de aceptar a Urbano VI o declararse contra él vivió en lo que llaman su pertinancia, quienes no pueden comprender ni tanta energía ni tanta grandeza de alma.
Don pedro de Luna murió el 23 de mayo de 1423, domingo de Pentecostés.
Si la pasión nacional francesa ha llenado de calumnias la vida de este hombre, que en tiempos menos calamitosos para la Iglesia hubiera sido un gran Pontífice y tal vez un gran Santo, el olvido de los españoles de la historia eclesiástica de su patria y el consiguiente acogimiento a lo que escriben italianos y franceses contribuye a mantenerlas.
Por otra parte, la pasión política de algunos historiadores inventó algunos siglos después intervenciones de este Papa en el negocio de la sucesión del rey don Martín, y considerando el modo de resolverlo contrario a los intereses de su patria, lo culpan de ello.
Esas acusaciones son infundadas, es decir, carecen de fundamento serio; básanse en que San Vicente Ferrer era partidario y devoto de Benedicto XIII y en la creencia de que aquel santo decidió la mayoría de los compromisarios en favor del infante de Castilla.
Pero tales acusaciones son invención de historiadores del siglo XVII. No hay dato alguno cierto ni siquiera indicio de que Banedicto interviniera en pro de ningún candidato: Benedicto XIII no apeló a medios bastardos para mantener en su obediencia a príncipes ni pueblos. Cuando Francia le amenazó con negérsela, encogióse de hombros y dijo: << A San Pedro no lo reconoció tampoco, y no por eso dejó de ser Papa >>.
Dos monarcas aragoneses intervinieron en la extinción del cisma: Fernando I y Alfonso V; el primero le negó la obediencia, el segundo acató al Papa elegido en Constanza; al primero se le acusa de ingrato con Benedicto, quienes suponen que a la influencia de éste debió el ser rey de Aragón, y esos mismos atribuyen el don de profecía al retirado de Peñíscola, poniendo en su boca estas o semejantes palabras: << A mí, que te hice rey, arrojas al desierto; tus días están contados y tus descendientes no se sentarán en el trono más allá de la tercera generación>>. El acierto de la profecía demuestra que su invención es posterior al hecho anunciado.
Fernando de Antequera obró rectamente dado el tiempo. Toda la cristiandad, a una, pedía la renuncia de los papas a la sazón existentes; la cuestión de derecho era insoluble, porque arrancaba de cónclaves, de cuyos miembros el único sobreviviente era don Pedro, y sobre él se habían lanzado acusaciones que sólo él sa
bía si eran calumniosas. Fernando se adhirió al sentir universal; lo mismo hizo su hijo, aunque con algo de menos buena fe.
Casa de Aragón - Trastámara.
Para situarnos, vamos a leér una pequeña introducción, sobre la dinastía de los Trastámara.
La Cas de Trastámara fue una dinastía de origen castellano que reinó en la Corona de Castilla de 1369 a 1555, la Corona de Aragón de 1412 a 1555, el reino de Navarra de 1425 a 1479 y de 1512 hasta 1555, y el reino de Nápoles de 1458 a 1501 y de 1504 a 1555.
La Casa, una rama menor de la reinante Casa de Borgoña, toma su nombre del condado de Trastámara (del latín: Tras Tamaris, ‘más allá del río Tambre’) en el noroeste de Galicia, título que ostentaba Enrique II de Castilla antes de acceder al trono. Enrique se convirtió en rey de Castilla tras la guerra civil que terminó con el asesinato en 1369 de su medio hermano, el rey Pedro primero el Cruél.
Bajo l diferentes reinados de los Trastámara se debilitó la autoridad monárquica conseguida por Pedro primero y el desarrollo económico que había sido impulsado por la burguesía. A la vez, bajo sus gobiernos se manifiesta muy bien una política que llevará más adelante hacia las llamadas monarquías autoritarias. Lograron involucrar a Castilla en la Guerra de los Cien Años, permitiendo a la diplomacia europea inmiscuirse en los asuntos del reino.
Lastáara pasó a reinar en Aragón mediante el compromiso de Caspe (1412), que puso fin a la crisis sucesoria originada por la muerte sin descendencia de Martín I el Humano en 1410. Allí, contrariamente a la pérdida de autoridad que sufrían los Trastámaras castellanos, la rama aragonesa luchó por afianzar el poder del rey en unos territorios donde las constituciones y fueros de cada reino le limitaban la capacidad de acción. Fernando I manifestó su rechazo a estos fueros, y a la larga, bajo Juan II de Aragón y Fernando el Católico, los Trastámara pudieron superar parte de los escollos de la peculiar organización feudalizante de la Corona de Aragón, aunque debido a la guerra entre Juan II y la Diputación General del Principado de Cataluña, quedaron atrás en la recuperación económica que se desarrollaba desde la debacle de la peste negra y la crisis del siglo XIV.
La úlonarca de esta casa en gobernar en España fue la reina Juana I de Castilla, que por su matrimonio con Felipe de Austria y a través del hijo de ambos, Carlos I, dio paso al gobierno de España por reyes de la Casa de Austria.
Fernando I de Aragón nació en Medina del Campo, el 27 de noviembre de 1380 y falleció en- Igualada, el día 2 de abril de 1416.
Fernando era hijo segundo de Juan I de Castilla y de Leonor de Aragón, hermana del rey aragonés Martín el Humano, y nieto, por tanto, del rey Pedro IV el Ceremonioso por vía materna, y del rey Enrique II de Castilla, por la rama paterna.
En 1410, al morir su tío el rey Martín I de Aragón sin descendencia directa y legítima, Fernando presenta su candidatura a la sucesión del trono aragonés y, aunque en un principio se presentan hasta seis candidatos al trono y Fernando no es de los más favorecidos, la caída en desgracia de Luis de Anjou, que no pudo responder a las peticiones de ayuda militar de sus partidarios debido a la lejanía de Nápoles, impulsó la candidatura de Fernando, que se convirtió en la más potente junto a la de Jaime de Urgel.
Fernando, que contaba con un gran poder económico, su red de señoríos era enorme, junto a un sólido prestigio militar y el ejército castellano a su disposición, contó con el apoyo de la familia valenciana de los Centelles, de la familia aragonesa de los Urrea y de una parte sustancial de la burguesía barcelonesa.
Esto, unido a los errores de Jaime de Urgel, entre ellos la conspiración para asesinar al arzobispo de Zaragoza, García Fernández de Heredia, y al apoyo tanto de Benedicto XIII, así como de su confesor, Vicente Ferrer, inclinarán la balanza hacia la candidatura de Fernando, que será refrendado, el 28 de junio de 1412, en el llamado Compromiso de Caspe al ser proclamado rey de Aragón y de los demás estados de la Corona de Aragón.
De esta manera el Rey Fernando I también llamado Fernando de Trastámara, Fernando de Antequera, Fernando el Justo y Fernando el Honesto, fue infante de Castilla, rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Sicilia, de Cerdeña y de Córcega; duque de Neopatria y de Atenas; conde de Barcelona, de Rosellón y de Cerdaña; y regente de Castilla. Fue el primer monarca aragonés de la dinastía castellana de los Trastámara,
Tras realizar el juramento completo como rey el 3 de septiembre ante las Cortes de Aragón reunidas desde el el 25 de agosto de 1412 en Zaragoza, donde varios de sus antiguos rivales para ocupar el trono, como Alfonso de Gandía, Fadrique de Luna y Juan de Prades, le rendirán pleitesía, se dirigirá a Lérida, donde representantes de su gran rival, Jaime de Urgel, le rinden vasallaje, a cambio del ducado de Montblanch y de la concertación de un matrimonio entre sus hijos Enrique e Isabel.
El 19 de noviembre, Fernando convocaba las Cortes de los condados catalanes con objeto de jurar sus usos y costumbres; el 15 de diciembre fueron convocadas, pero no concluirían hasta el 31 de agosto de 1413, debido a la necesidad de sofocar la revuelta de Jaime II de Urgel iniciada en la primavera de este último año;
El inicio de las Cortes del Reino de Valencia se había previsto para el 15 de abril de 1413, pero la sublevación de Jaime II y la coronación en Zaragoza que se celebró en 1414 impidió su inicio.
Con la ayuda de todos los estamentos de la Corona sofoca la revuelta y sitia al conde de Urgel en el castillo de Balaguer, que es tomado el 31 de octubre, tras lo cual el antiguo pretendiente al trono de Aragón fue despojado de todos sus títulos y desterrado.
En 1413 propondría a las Cortes en Barcelona realizar la primera compilación de las Constituciones.
Política interior:
Fernando I de Aragón reinó poco tiempo; a pesar de ello, en los aproximadamente tres años y nueve meses que duró su gobierno reorganizó la Hacienda y saneó la economía y la administración de la Corona.
Trabajó en la seguridad ciudadana, intentó impedir las persecuciones contra los judíos y procuró luchar contra la corrupción.
También emprendió una reforma de los gobiernos de los municipios buscando una mayor participación de sus representantes.
En cuanto a las instituciones políticas, no introdujo cambios estructurales en la organización de la Corona, sino que mantuvo el sistema anterior, procurando que el rey participara como un elemento más integrado en los organismos de gobierno establecidos, lo que contribuyó al fortalecimiento del poder regio. Su gran logro en este ámbito fue restablecer el orden tras el inestable periodo del Interregno previo al Compromiso de Caspe.
Política exterior:
Normalizó la situación interna de Sicilia con el nombramiento en 1415 de su hijo Juan como virrey de Sicilia, logrando acabar con la guerra civil que desde el fallecimiento de Martín el Joven enfrentaba a la viuda de este, Blanca I de Navarra, con el hijo ilegítimo de aquel, Fadrique de Luna. También orientó a su hijo Juan hacia el Nápoles, proponiendo su matrimonio con la reina Juana, proclamada a la muerte de su hermano Ladislao I de Nápoles el 6 de agosto de 1414, pero el enlace no prosperó y Juan acabó casando con Blanca.
Al resto de los llamados por Don Juan Manuel «infantes de Aragón», Enrique, Pedro y Sancho los situó como grandes maestres de las órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara; por su parte, las infantas de Aragón María y Leonor acabaron siendo reinas consortes de Castilla y de Portugal respectivamente.
Además, como perteneciente al linaje de Trastámara, Fernando I tenía grandes patrimonios en Castilla, donde era también regente, lo que le permitió de facto gobernar en ambas Coronas, ya que no renunció a la regencia castellana tras alcanzar el trono aragonés.
En la cuestión del Cisma de Occidente, se desvinculó muy pronto de Benedicto XIII (el papa Luna o antipapa) e intentó que renunciase al pontificado, para lo cual se reunió con él en Morella (1414) y en Perpiñán (1415).
Tras la decisión tomada en el Concilio de Constanza, reunido el 5 de noviembre de 1414, que destituyó a los tres papas, y la entrevista que Fernando I tuvo con el emperador Segismundo, el rey de Aragón decidió contribuir a poner fin al Cisma dejando de apoyar al papa Luna, lo que permitió que la Corona de Aragón volviera a ocupar el centro de las decisiones en el ámbito europeo y recuperara su posición al frente de la política en el Mediterráneo.
Aseguró la continuidad de la monarquía, aspecto que tantos problemas había causado con la muerte sin heredero de Martín I el Humano, nombrando a su primogénito Alfonso heredero real.
El 14 de marzo de 1416 enfermó en Igualada, donde murió el 2 de abril del mismo año.
Rey de Aragón desde 1458. Segundo hijo varón de Fernando I de Antequera y de su esposa Leonor de Alburquerque.
Casó en 1420 con Blanca de Navarra, hija y heredera de Carlos III el Noble. De esta unión nacieron Carlos, príncipe de Viana, Blanca (1424) y Leonor (1426). (Blanca contrajo matrimonio con Enrique IV de Castilla en 1440, disolviéndose el vínculo doce años después. Leonor desposó en 1434 a Gastón de Foix.)
Habiendo enviudado en 1441, Juan tomó nueva esposa a la edad de cuarenta y nueve años: la joven Juana Enríquez, de veintidós años, hija del almirante don Fadrique de Castilla. Fruto de esta segunda boda fueron Fernando («El Católico»), las infantas Leonor y María (muertas pronto) y Juana de Aragón, que casaría con Ferrante I de Sicilia en 1476. De su último enlace el rey enviudaría en 1468.
Tuvo, además, algunos hijos naturales: Alfonso de Aragón, conde de Ribagorza, habido de Leonor de Escobar. Juan de Aragón, arzobispo de Zaragoza, consecuencia de la relación con una castellana de apellido Avellaneda. De una dama navarra de la familia de los Ansas nacieron Fernando y María, muertos en la infancia, y Leonor de Aragón.
A pesar de reinar en Navarra y en Aragón, Juan de Trastámara fue siempre un castellano, vinculado a Castilla no sólo por su estirpe sino también por sus intereses materiales y sus inclinaciones personales. Ésta es una constante en su trayectoria vital, que no hay que orillar al enjuiciar su acción política. Su padre, Fernando de Antequera, antes de acceder al trono aragonés había sido un magnate castellano, cuyas posesiones formaban una franja continua, desde Aragón a Portugal, que dividía en dos partes el reino de Castilla. Y fue en la principesca corte de Medina del Campo donde se educó Juan, que en 1414 sería dotado por su padre con el ducado de Peñafiel, lo que suponía un extenso patrimonio y entrañaba la jefatura de la rama menor de los Trastámara, mando que Juan ejercerá durante años. Además el testamento paterno si bien no olvidaba a los infantes Enrique, Sancho y Pedro, hacía recaer en Juan el grueso de la herencia castellana que a la postre perdería a resultas de la acción de 1429-1430.
Desde 1419, tanto él como sus hermanos Enrique y Pedro intervinieron activamente en los asuntos internos castellanos, primero a favor de don Álvaro de Luna, y desde 1425 en contra del valido. De acuerdo con Alfonso V y con Enrique, duque de Villena, invadió Castilla en 1429; sólo la intervención de María de Aragón impidió el definitivo enfrentamiento del ejército navarro-aragonés con el castellano; esta intervención y el fracaso de la empresa aconsejó la firma de treguas generales en 1430. Fue pues, sobre todo, un magnate castellano, y sus intereses personales hacia Castilla influyeron no poco en la trayectoria política aragonesa.
Su promoción a rey consorte de Navarra en 1425 convirtió también a este reino en plataforma de socorro para las actividades castellanas de los infantes de Aragón. De este modo tanto el reino navarro como el aragonés, sin obtener de ello beneficio alguno, hubieron de sufrir las dolorosas consecuencias de una política exterior con Castilla puesta al servicio de los intereses familiares de una dinastía.
A la muerte de la reina Blanca en 1441 se planteó el problema sucesorio, que originó una guerra civil en Navarra. Su primogénito Carlos, príncipe de Viana, había sido reconocido heredero tanto por las Cortes convocadas a poco de su nacimiento como por el testamento de su madre, pero en éste la reina le rogaba que no se titulara rey sin la autorización paterna. Juan nombró a Carlos lugarteniente real en Navarra; sin embargo, se siguieron una serie de conflictos que hicieron que el reino se escindiera en dos bandos: agramonteses, partidarios de Juan, y beaumonteses, adictos al Príncipe. Hubo concordias y fases de lucha que se prolongaron más allá del óbito de Carlos ocurrido en 1461, muerte al parecer natural, pero de la que durante largo tiempo se hizo responsable a Juana Enríquez, a pesar de que nunca se encontraron pruebas fehacientes contra ella.
En Aragón hubo una facción favorable al de Viana y partidaria de tomar las armas en su favor de modo similar a los catalanes. Este bando -que estaba encabezado por Ximeno de Urrea, vizconde de Biota, y Juan de Híjar, y contaba con el apoyo de los Castro y los Bolea- propugnaba que el Príncipe fuese nombrado heredero y gobernador general de Aragón.
Juan de Trastámara colaboró con su hermano Alfonso «El Magnánimo». en la conquista de Nápoles, embarcando con éste en 1432 hacia Italia. Intervino en el sitio de Gaeta y fue hecho prisionero en la batalla de Ponza (4-VIII-1435), cuatro meses más tarde fue puesto en libertad y enviado a la Península para reunir el dinero del rescate del monarca.
Desde 1436 ocupó la lugartenencia real en Aragón, Valencia y Mallorca, quedando la de Cataluña en manos de la reina doña María. Ese mismo año presidió las Cortes de Alcañiz, prorrogadas para los aragoneses tras la disolución de las generales de Monzón. En calidad de lugarteniente convocó nuevas Cortes en Zaragoza en 1439, al verse el reino amenazado, especialmente en la frontera catalana, por un ejército francés. Las circunstancias generales del reino y la prolongada ausencia de Alfonso V, que seguía en Italia, aconsejaron a Juan reunir nuevamente a los aragoneses en Alcañiz (1441); este parlamento se continuó en Zaragoza hasta el año siguiente. En 1446 convocó nuevas Cortes en Zaragoza, que se prolongarían hasta 1450 en medio de la apatía de los convocados, del descontento general por la actuación real y del creciente temor ante las amenazas exteriores. La última reunión parlamentaria que presidió como lugarteniente comenzó en Zaragoza en 1451, dilatándose con intervalos hasta 1454.
En 1458 moría Alfonso V, legando al infante Juan, ya rey de Navarra, sus reinos peninsulares. Al acceder al trono aragonés, Juan II acababa de cumplir sesenta y un años y estaba casi ciego.
El 25 de junio de dicho año juró en Zaragoza los Fueros del reino en poder del Justicia de Aragón. Sin embargo, para el nuevo monarca los reinos aragoneses significarán poco, siendo Castilla y Navarra su principal interés. La política de acercamiento a Francia que siguió (tratado de Valencia con Carlos VII, 1457; tratado de Olite con Luis XI, 1462) le enajenó las simpatías de los aragoneses, tradicionalmente antifranceses.
El autoritarismo de Juan II y sus particulares intereses harán que a partir de su llegada al trono sólo convoque a Cortes a los aragoneses cuando le obliguen necesidades muy concretas.
En las primeras del reinado, iniciadas en Fraga en 1460, renovó el juramento de guardar y defender los Fueros, prestado en La Seo en 1458, y a su vez fue jurado como rey por los allí reunidos. Seguidamente marchó a Cataluña dejando que la asamblea desarrollara las sesiones en su ausencia. Estas Cortes continuaron en Zaragoza, finalizando en Calatayud en 1461. En las de 1463 vio con satisfacción cómo era jurado heredero el príncipe Fernando.
La revuelta catalana le obligó a reunir de nuevo a los aragoneses en 1466-1468 (Zaragoza- Alcañiz), con el fin de allegar tropas y recursos, y nuevamente en 1469-1470 en Zaragoza (prórroga de las generales de Monzón). Acabada la contienda catalana, aún convocaría a los representantes del reino de Aragón, en Zaragoza, en cuatro ocasiones más: 1474, 1475, 1476 y 1478, asambleas que tuvieron como característica común las largas interrupciones y el desorden.
El origen de las dificultades planteadas por Cataluña estribaba fundamentalmente en un deseo de emancipación respecto de Aragón. La chispa que inflamó el alzamiento catalán fue la negativa de Juan II (6-II-1461) a libertar al Príncipe de Viana, al que mantenía preso desde hacía dos meses. Obligado por las circunstancias, veinte días más tarde lo puso en libertad y Carlos marchó a Barcelona, donde fue entusiásticamente recibido. Esta primera fase de enfrentamiento terminó con la concordia de Villafranca del Panadés (21-VI-1461) y supuso un triunfo para los catalanes. Al cabo de tres meses moría el Príncipe, habiendo visto declinar su popularidad a consecuencia de sus diferencias con la Generalitat.
Pero la citada concordia sólo supuso una tregua. Desde principios de 1462 los payeses de remensa levantaron bandera de rebelión en demanda de que fueran abolidos los malos usos. Ciertamente que el alzamiento remensa fue sólo un pretexto; el desacuerdo profundo estaba entre la Generalitat y la Corona. Durante diez años, hasta la Capitulación de Pedralbes de 16-X-1472, Cataluña luchó contra Juan II en defensa de sus anhelos secesionistas, finalmente fracasados. Una buena parte del gasto originado por esta revolución fue costeado por el reino aragonés, y repercutió de modo grave en su depauperada economía.
Juan II murió a la edad de ochenta años y fue enterrado en Poblet. Le sucedió en los reinos de la Corona de Aragón su hijo Fernando II «el Católico», y en Navarra su hija Leonor, condesa de Foix.
Este monarca ha sido objeto de juicios encontrados, que van del panegírico más exaltado a la condena más feroz. No cabe duda de que poseyó destacadas cualidades como político y diplomático.
Hizo de Aragón una escuela de guerra y diplomacia, en la que adiestró a su sucesor el príncipe Fernando. En el aspecto cultural, esta etapa fue, con gran diferencia, menos brillante que la protagonizada por su predecesor Alfonso V. El balance del reinado tiene poco de positivo para Aragón, que actuó como mediador entre el rey y Carlos de Viana; aunque a regañadientes, Aragón respondió siempre que fue requerido a las demandas de dinero presentadas por el monarca, y se mantuvo invariablemente al lado del trono en las distintas coyunturas bélicas que se desarrollaron en esta etapa.
Juan II y su operación de cataratas.
Las enfermedades también se unieron a las inquietudes que los enemigos le causaban a Juan II. Además de las fatigas que la guerra le produjo, perdió completamente la vista. Su hijo Fernando le ayudaba a soportar el peso del gobierno y en las Cortes de Zaragoza en 1.468 Don Juan le nombró Rey de Sicilia aunque Fernando apenas tenía diecisiete años.
Un médico de Lérida llamado Abiabar intentó devolverle la vista al rey. Con la ayuda de una aguja extrajo la catarata que le cubría el ojo derecho y habiendo tenido éxito con esta operación, el médico la realizó un mes más tarde en el ojo izquierdo con el mismo éxito.
En esta época, una curación como ésta podía parecer milagrosa y el pueblo la atribuyó a un poder sobrenatural. Se decía que el rey había sido curado porque sus ojos habían sido tocados con el clavo con el que habían matado a Santa Engracia.
Y algo tendría que ver en la curación la santa zaragozana puesto que Juan II mandó construir un monasterio de jerónimos en el lugar en el que fue enterrado Santa Engracia junto con los cuerpos de otros mártires cesaraugustanos, lugar que fue conocido como las Santas Masas.
La parroquia de Santa Engracia era anterior a la construcción del citado monasterio. Estando Zaragoza bajo dominio árabe, Santa Engracia fue agregada al obispado de Huesca por el obispo Paterno en 1063, igual que la parroquia de San Gil. El obispo Bernardo (1138-1152) recuperó San Gil para Zaragoza. Sin embargo, la parroquia de Santa Engracia continuó dependiendo del obispado de Huesca hasta el año 1956.
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Resumen sobre el reinado de los Reyes Católicos
"Reyes Católicos", es la denominación que recibe el matrimonio de Isabel I de Castilla (Madrigal, Ávila, 1451 - Medina del Campo, Valladolid, 1504) y Fernando II de Aragón y V de Castilla (Sos, Zaragoza, 1452 - Madrigalejo, Cáceres, 1516), en virtud del título de Católicos que les otorgó una bula del papa Alejandro VI (1494) y que se transmitió a sus sucesores como titulares de la Monarquía Católica.
Eran hijos de Juan II de Castilla y de Juan II de Aragón, respectivamente. La princesa Isabel desafió a su hermanastro, Enrique IV, al encabezar la rebelión de los nobles castellanos dejándose proclamar heredera del trono; un primer enfrentamiento se saldó con el reconocimiento por el rey de los derechos sucesorios de Isabel . Para reforzar su posición, Isabel se casó con el príncipe heredero de Aragón, Fernando, en Valladolid (1469); Enrique IV de Castilla se opuso a aquel enlace y desheredó a Isabel en favor de su hija Juana la Beltraneja (1470).
Cuando Enrique murió, en 1474, Isabel se proclamó reina de Castilla; pero los partidarios de Juana la Beltraneja, apoyados por Portugal, se resistieron, desencadenando la Guerra Civil castellana de 1475-79. Isabel y Fernando se impusieron en las batallas de Toro y Albuera, que determinaron el reconocimiento de Isabel por las Cortes de Madrigal (1476) y la firma del Tratado de Alcaçovas con Portugal (1479). Aquel mismo año Fernando fue proclamado rey de Aragón, por la muerte de su padre.
El matrimonio de los Reyes Católicos unificó por primera vez la Corona de Castilla y la Corona de Aragón, que pasarían juntas a sus sucesores, dando lugar a la Monarquía Hispana. Pero la unión personal de los reinos no entrañó la integración política de sus instituciones, pues cada reino mantuvo su personalidad diferenciada hasta la aparición de España como Estado nacional en el siglo XIX. Los Reyes Católicos intentaron completar la unificación peninsular mediante una serie de enlaces matrimoniales de sus hijos con príncipes portugueses, todos los cuales fracasaron por fallecimientos prematuros.
En cuanto al último territorio musulmán que quedaba en la península Ibérica, el reino nazarí de Granada, los reyes impulsaron la Guerra de Granada (1480-92), que determinó su integración en la Corona de Castilla. Acabada así la Reconquista, dirigieron el empuje conquistador de Castilla y Aragón hacia otros ámbitos geográficos: por un lado, impulsaron la penetración en el norte de África, concluyendo la conquista de las Canarias (1496) y estableciendo bases en Mazalquivir, Orán, Bugía, Argel y Trípoli; por otro lado, respaldaron a Cristóbal Colón en su intento de buscar una ruta marítima hacia Asia por el oeste, empresa que condujo al descubrimiento de América (1492).
Tan pronto como se instalaron en el trono, los Reyes Católicos se dieron a la labor de fortalecer el poder monárquico, recortando los privilegios de la nobleza. Incorporaron a la Corona los maestrazgos de las órdenes militares, centralizaron la administración en torno al Consejo Real, redujeron los poderes de las Cortes, nombraron corregidores para controlar los municipios, reforzaron mecanismos de control como la administración de justicia y el ejército, crearon otros nuevos como la Santa Hermandad y la Inquisición (1478) y reformaron el clero (1494). Para fortalecer la integración de sus reinos en torno a la religión cristiana, decretaron la expulsión de los judíos que no estuvieran dispuestos a convertirse (1492); una medida similar se adoptó con respecto a los musulmanes en 1502.
En cuanto a la política exterior de los Reyes Católicos, estuvo marcada por la rivalidad con Francia; para frenar su influencia en Italia concertaron la Liga Santa con el papa, los Habsburgo, Inglaterra, Venecia, Génova y Milán (1495). Bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, los ejércitos españoles sostuvieron diversas campañas en Italia entre 1494 y 1504, que otorgaron a Aragón el control de Nápoles.
Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón habían pactado por la Concordia de Segovia (1475) la total igualdad de ambos como reyes. Cuando murió Isabel en 1504, Fernando pasó a ejercer la Regencia en Castilla en nombre de su hija Juana la Loca (Juana I de Castilla). Pero su mal entendimiento con su yerno, Felipe el Hermoso, le obligó a retirarse a sus reinos en 1506. La muerte de Felipe I el Hermoso y la incapacidad por enfermedad mental de Juana I permitieron que don Fernando volviera a ocuparse de la Regencia de Castilla en 1507, en nombre de su nieto Carlos V.
La integración del reino de Navarra fue obra del rey Fernando después de la muerte de Isabel: alegando los supuestos derechos sucesorios que le correspondían por su matrimonio en segundas nupcias con Germana de Foix (1505), Fernando invadió Navarra en 1512 y anexionó cinco de sus seis merindades a la Corona castellana; no pudo hacer lo mismo con la Merindad de Ultrapuertos (Baja Navarra), que quedó de hecho bajo dominio francés.
Al morir, don Fernando legaba a Carlos V un conglomerado de territorios que se mantendrían unidos durante siglos formando la Monarquía española: los reinos de la Corona de Castilla, la de Aragón (con Cataluña, Valencia y las Baleares), Navarra (hasta los Pirineos) y Canarias, con proyecciones hacia Italia (Nápoles, Sicilia y Cerdeña), América y el Magreb.